Sociedad

Voces en los días del coronavirtus

Gabriel Villalobos, ingeniero poblano de 65 años, residente en San Francisco, California



Vivo en California, estudie en el Instituto Oriente de Puebla.

Nuestra prueba de supervivencia comenzó el 9 de Marzo cuando finalmente tuvimos que resguardarnos y comenzar una nueva vida.

Yo me enteré del Virus a principios de Enero, y lo veía sin mucha atención, pero para mediados de Enero empezaba a escuchar del “lockdown” de Wuhan, una ciudad de 10 millones de habitantes.

Esto me llamo mucho la atención y empecé a escuchar más las noticias de la propagación del virus, de lo súper contagioso que es y que gente de la tercera edad se estaba muriendo. Durante mi cumpleaños mi esposa y yo nos fuimos de fin de semana al norte de San Francisco, a un bello lugar en la costa que se llama Point Reyes, ahí manejando escuche de los primeros casos en Lombardi, Italia, la rapidez con la que los casos se multiplicaron, y



luego España. En ese momento me di cuenta de la gravedad de la situación, sobre todo porque en San Francisco está el Chinatown (población china), más grande de USA y me di cuenta de las posibilidades de un gran contagio en el Área de la Bahía de San Francisco. El presidente Trump no le daba la seriedad necesaria, no tomo ni ha tomado las medidas necesarias para mitigar el Covid-19. así es que ahora, USA ya sobrepasa a China y es el país con más contagios en el mundo con 124,665, y el área donde vivo ya tiene 1765 casos, el Área de la Bahía.

Llevamos ya 3 semanas de encierro, nos distraemos viendo películas, armando rompecabezas, limpiando la casa, jugando juegos como Fórmula 1, jugando ajedrez. Uno de mis pasatiempos es fotografía, así es que reviso fotos que he tomado, tal vez encuentre algo nuevo en ellas. Vamos al supermercado una vez a la semana, no se encuentra todo lo que uno busca pero si la mayoría. Hay horas dedicadas a gente mayor de 60 años. Ha estado lloviendo en estos días por acá, eso ayuda mucho a que la gente no salga. Espero que esta pesadilla pase pronto. Yo pienso que no hay otra salida más que un “lockdown”, será la única forma de aplastar la curva, y ojalá en unos meses encuentren si no una vacuna un medicamento que evite tantas muertes y nos cure un poco de los síntomas. Yo les deseo mucha suerte a mis compatriotas y amigos de Puebla, ya he platicado y compartido mi experiencia con mis compañeros del Colegio por medio de WhatsApp, y sinceramente espero que el calor mitigue este Virus. Quédense en Casa bien resguardados y les deseo lo mejor.

(Foto de portadilla tomada de The Atlantic)



Mundo Nuestro. El hecho nos marcará parfa siempre. Una pandemia que ha roto todos los terminos en los que se sostiene un sistema social. La salud de las personas. El trabajo. El sentido de las cosas.

Cómo lo vivimos. Qué sale de la entraña de cualquiera de nosotros cuando nos piden que escribamos nuestras emociones. Este el el ejercicio de Mundo Nuestro ante la hecatombe que se nos vino encima.



“Rajarse bajo la presión”/Guillermo Ruiz Argüelles, científico

Más grande que el odio/Günter Petrak, escritor

Amor en tiempos de coronavirus/Gustavo Rodríguez Zárate, sacerdote

Esperanza en tiempos de incertidumbre/Sergio Vergara Rosales, administrador jubilado



“Que todos los virus sean virus de boda, que todas las bodas sean virus de miel”/Humberto Moreno Narváez, actor

Pensamos que el mundo era grande, y ahora lo vemos tan pequeño/Juan Vargas, campesino

¿Será que solo así aprenderemos?/Blas Cernicchiaro, empresario



A mi familia el coronavirus nos vale madres/Carlos San Juan Victoria, historiador

Sociedad civil para cerrarle el paso a la pandemia/María Gónzález de Cosío, diseñadora y académica

Paren el mundo, que quiero … ¿qué quiero?/José Luis Pandal, comunicador

Equilibrio/Gerardo Sánchez Yanes El Yuca, comunicador

¿No oyes ladrar los perros?/María Antonia Yanes Rizo, dramaturga

Luego de todo esto habrá que recuperar la ciudad/Gabriel Wolfson, escritor

Confinación autoimpuesta, mirar al virus por televisión/Luis Lapuente, empresario teziuteco

"El Virus"/jaime Sánchez Guzmán, ingeniero agromomo y agricultor

La revolución de mi cuarentena/Ruby Soriano, periodista

Voces en los días del coronavirus

María Gónzález de Cosío, diseñadora y académica



Se nos fueron tres meses sin hacer nada. Noventa días que hubieran permitido producir gel antibacterial, cubrebocas especializados, desarrollar y/o adquirir ventiladores, adecuar espacios y construir muchos más para albergar a tantos enfermos, y sobre todo, tener las pruebas necesarias para cubrir a la población. Varias veces comenté —qué bueno que el primer brote del virus no fue en México porque ya hubiera arrasado con el país--. No sentí que tan pronto estaríamos esperando esta ola incierta de peligro con las manos vacías. Y nos llega sin preparación, sin conocimiento claro de qué hacer y cómo hacer. Hoy en la mañana, todavía nuestro conserje originario de Quecholac, un hombre inteligente y trabajador decía que allá no llegaría la enfermedad; cuestionaba que si de verdad era cierto.

Disculpen mi pesimismo, pero se extiende más allá de la enfermedad; estoy consciente de que el virus llega a un país débil, pobre, sin esperanza, sin servicios y sin dirección. Estamos en manos de la sordera, del capricho, de la terquedad que ha despreciado el sufrimiento de los otros países e ignorado las advertencias. Me preocupa que este descontrol se extiende de diversas maneras; por un lado mucha gente que no atiende las instrucciones; otra más que no puede atender por su situación personal que no le permite retraerse en su casa. Y lo más alarmante, grupos de la población que promueven el abuso para hacer daño y apoderarse violentamente de lo que no les pertenece, tal como hemos visto en los saqueos recientes. Después, se extenderá a aquéllos que no tendrán qué comer y que mediante la fuerza y la ilegalidad obtengan lo necesario para subsistir.

No se puede ignorar que las dádivas ofrecidas a los que menos tienen implican un menosprecio, una desconfianza; son actos que los hacen sentir inútiles, los niega como personas capaces de imaginar, actuar y producir. La gente lo que quiere es trabajar, ganarse dignamente los alimentos. Ayer un vendedor ambulante en la ciudad de México seguía preparando su comida a pesar de que no había clientes. Decía, —yo no puedo dejar de trabajar. Entonces, ¿por qué exprimir a aquellos que generan fuentes de trabajo? ¿Por qué estrangular a las empresas para que tengan que despedir gente por las exigencias fiscales y de otros rubros? Debemos tratar de que la gente no deje de percibir sus ingresos, de que se siga sintiendo útil, de que pueda salir adelante a pesar de esta adversidad. No entiendo la ceguera de las autoridades.



Sin embargo, tengo una chispa de esperanza y ya lo hemos demostrado. Creo en nosotros como sociedad civil, a veces menguada, a veces distante de problemas inmediatos, a veces egoísta e irresponsable. A pesar de todo, en estas últimas semanas, muchas, miles de personas están conscientes de la necesidad de tomar el sartén por el mango, desde las marchas aglomeradas, pacíficas, fuertes y disciplinadas exigiendo justicia ante la delincuencia imparable, o manifestando el trato desigual e injusto hacia las mujeres, hasta decidirnos a cerrarle el paso a la pandemia. Debemos felicitarnos por esta acción de unión, solidaridad, responsabilidad, y me queda la pregunta ¿Qué más podemos hacer desde nuestro cautiverio?

Voces en tiempos del coronavirus

José Luis Pandal, comunicador, historiador



Hace muchos años, mientras tomábamos ron en su casa y hablábamos del Comandante, con la discreción que se acostumbraba entonces, un querido amigo cubano me regaló varios libros, de esos que editaba el ministerio de Cultura y distribuía entre la población.

Entre estos, había uno que se llamaba ‘La prisión fecunda’ y contaba como se había organizado una escuela de pensamiento y reflexión entre los condenados por el asalto al Cuartel Moncada que se encontraban presos. No encuentro el ejemplar en este momento ni recuerdo datos del autor o autores, cuando lo halle los haré saber.

Por otro lado, cuando era joven, se decía, ‘paren el mundo, que quiero bajarme’, a modo de rebelde protesta. Seguramente alguien produjo la frase, ¿sería Quino?, y tuvo éxito.

Traigo a la memoria estos recuerdos para pensar, a la luz de las circunstancias, qué hacer con esta condena al aislamiento que a mí me imponen, no lo hubiera esperado, los que me quieren, no los que me odian que espero sean pocos y no tan furibundos, en este mundo que de repente se detuvo.

A muchos, a la mayoría en nuestro país, el parón les cambiará poco la vida; seguirán muriendo de pobreza, de ignorancia, de violencia y de superstición o sobreviviendo con astucia, maña, trabajo durísimo y fe en un mañana menos cruel.



Pero a los privilegiados, que tenemos manera de aislarnos sin hambre ni carencias mayores, nos toca pensar. No puede ser, no debe ser, que esta circunstancia nos deje como nos encontró, con avaricia, envidia, individualismo y poca conciencia del otro, el llamado prójimo. Nos deje contaminando el mundo, acomodándonos en el sistema patriarcal y explotador, que exprime lo mismo naranjas que personas y arroja desechos industriales o sangre de víctimas donde se pueda.

Tenemos que definir qué mundo nuevo queremos, por donde seguimos caminando, cómo producimos lo necesario y repartimos lo indispensable. Qué hacemos para darnos nuevas normas de convivencia, gobiernos que nos sirvan, industrias y negocios que consideren las necesidades humanas y no sólo las utilidades. Un mundo que no tolere la desigualdad abismal, que se avergüence del hambre de otros, que entienda que la acumulación desmedida es vía para la extinción del género humano.

Creo que asistimos al final del sistema político que ha dominado los últimos años desde principios del siglo veinte. El capitalismo neoliberal depredador está en su fase terminal y el socialismo tradicional se está ahogando en palabrería y demagogia, ineficiente e ineficaz; no van más.



Pero no cambiará el mundo sólo porque apareció un virus que también mata a los privilegiados. Hay que pensar, teorizar, ensayar nuevas formas, otros senderos, mejores alternativas. Eso toca a filósofos, políticos, economistas y toda gama de científicos.

No será inmediata la transformación de la humanidad, pero la tecnología y la comunicación que cambian velozmente, ayudarán a acelerar la evolución-revolución de la sociedad.

Yo creo que el feminismo, con lo que significa de igualdad, democracia, respeto a los derechos humanos y exaltación de valores reales, por un lado, y el ecologismo, con la importancia que da al cuidado de la casa común, al medio ambiente donde todos, al fin, respiramos, son el camino hacia el mundo nuevo que urge encontrar.

Estos movimientos son incontenibles. Cambiarán las cosas, más pronto o más tarde, según la resistencia que encuentren, y construirán mejores estructuras que aliviarán al planeta. Eso creo y, desde luego, eso quiero.

Voces en los días del coronavirus

Gerardo Sánchez Yanes, comunicador, conductor de noticias en radio



Tiempo extraño, tiempo oscuro con momentos muy luminosos, tiempo de heroísmo y de egoísmo a la par, tiempo de muchos datos y de muy poca información, tiempo de incertidumbre, tiempo inédito.

No estaba preparado para lo que llegó. Se sentía y se veía lejos muy lejos. Aun cuando sabía que era inevitable que llegara, algún tipo de defensa emocional lo hacía sentir lejano, ajeno. Mi parte racional sabía de la inminencia, de lo inexorable.

El miedo es un pésimo consejero y en mi actividad actual, con un micrófono público y la responsabilidad que conlleva, tengo que ser muy sereno, prudente y creativo.

Me doy cuenta de que muchos ya estamos saturados de la información de la pandemia y sus consecuencias económicas y de salud.

¿Cómo lograr darle a la audiencia información práctica, sustentada y de una forma amable?



¿Le sirve de algo a mis escuchas saber cuántos contagios, cuántos muertos o cuántos negocios han cerrado?

¿Cómo hago para poner un granito de arena en medio de esta crisis?

Estoy convencido de que hay mucho más luz que oscuridad en este proceso. ¿Cómo lo trasmito?, ¿cómo lo investigo?, ¿cómo lo cuento?



Tengo claro que esta crisis sólo la podemos afrontar con cierto éxito de manera solidaria, unidos, hombro con hombro, pensando y actuando más allá de nosotros. *Buscando la forma de ayudar al otro, siempre habrá alguien que lo necesite más que tú.

Constantemente me pregunto, ¿qué debemos aprender de este tiempo? Y después de muchas respuestas que aparecen en mi mente me quedo con una palabra: equilibrio.

Equilibrio entre la distribución de la riqueza. Nunca, desde mi punto de vista, ha sido más clara la desigualdad. Hay quienes podemos recluirnos sin mayor daño, hay muchos más para quienes hacerlo es un asunto de vida o muerte.

Equilibrio con la naturaleza, con nuestra madre Tierra. Somos los humanos el peor virus que ha conocido nuestro tiempo.

Equilibrio entre mis intereses personales y saber que vivo en una comunidad, que soy parte de un todo, un engranaje más.

Equilibrio entre ese ser desbocado que trata de vivir la vida a toda velocidad y el regreso a la esencia de lo básico, de los amores profundos, de la convivencia cercana, de lo que nos hace humanos.

Mi gran duda es si como humanidad tenemos la disposición y la capacidad de aprender la lección.

Voces en los días del coronavirus

María Antonia Yanes Rizo, dramaturga y experta en casting



Es viernes 27 de marzo. Salgo de mañana por primera vez desde hace cuatro días. He ido de la sala al comedor, de la recamara al baño. Subido a la azotea. Desde mi balcón observo un silencio profundo. Ni los perros del edificio parecen querer ladrar. Es temprano, en un viernes normal las avenida estarían congestionadas de coches y prisa.

Los pequeños comercios están cerrados. Uno que otro coche pasa y circula. Hay una sensación de ilegalidad. Llego a la farmacia. Un viene, viene se aproxima al coche para abrirme la puerta. Le pido que no lo haga.

Entro a la farmacia. Los empleados tienen tapabocas. ¿Estarán enfermos?

La Secretaría de salud ha dicho que los tapabocas solo se usen si estás enfermo, para no contagiar. Hay que dejárselos a los enfermos, pero en la farmacia parece no importarles. No hago fila, de inmediato me dan la medicina que pido.

Al darle mi tarjeta el empleado me pide que la introduzca a la terminal con mi mano. Supongo que es una medida de higiene. Me parece bien. Sin embargo me extiende su pluma, una insignificante pluma Mac que debe tener todos los virus de todas las firmas, de todos los clientes. Con la mirada busco gel antibacterial y me baño las manos con él. Salgo. El viene, viene se acerca a mí. En ese momento pienso que no quiero darle la propina en la mano. Tampoco puedo aventársela. Coloco la moneda en el techo de mi coche y le indico que se acerque. Me doy cuenta de que todo lo que toco es un peligro.



Me dirijo a Wall Mart. El estacionamiento está casi vacío. Me acerco a los carritos de auto servicio. La misma imagen recorre mi mente; todas las manos de todos los clientes que han tocado la barra del carrito, que un empleado me acerca. Esta vez saco de mi bolsa un gel que yo llevo.

Camino directo a la sección de frutas y verduras, hay poca gente. Tomo algunas de las frutas que necesito. A un lado está la panadería. Todo el pan empacado en cajas, un letrero de advertencia explica que por seguridad de los clientes toda la mercancía estará empaquetada. El panadero tiene un tapa bocas. A mi lado un cliente con un tapabocas negro que me recuerda a Antony Hopkins en la película El silencio de los inocentes toma algunas latas.

En los anaqueles hay varios letreros que advierten que la mercancía se ha agotado, sin embargo tienen mercancía. Tomo un par de leches pequeñas, unas latas, y bolsas con nueces y almendras. La imagen regresa; imagino las manos de todos los empleados, de todos los empacadores y de todos los cargadores que las han tocado. Saco de nuevo mi gel. Los ojos del cliente Hopkins me observan.



Voy hacia las cajas quiero pagar rápido e irme. La cajera no tiene tapabocas. Tampoco hay nadie que me ayude a guardar las cosas. Me extiende la pluma y en mi mente están otras vez esas manos anónimas que dejaron su huella y el coronavirus en esa pluma. Firmo. Me pide mi boleto de estacionamiento y otras vez pienso que ella va a tocar el boleto. Camino apresurada hacia mi coche. Quiero llegar rápido a mi casa a lavarme las manos. Me arde las garganta. Aun así me detengo a ver una enorme jacaranda haciendo sombra. El sol hace que el silencio se vuelva distinto.

Llego a mi casa siento que he recorrido una enorme cantidad de obstáculos. Saco las cosas de las bolsas. Lavo cada lata, cada leche. Desempaco las nueces y las almendras. Tiro las bolsas. Me lavo las manos.

Estoy cansada, me asomo al balcón. Todo sigue igual. Y a mí me duele la garganta. Me tomo el Omeprazol que me recetó mi amigo Hugo, que se llama igual que el otro Hugo el Sub secretario de Salud, que ya parece Secretario y Presidente, lo que tienes es un reflujo que te irrita la garganta. Pregunta si he tenido fiebre, le digo que no.

Ahora tengo calor. Me toco la frente y la siento caliente. Debajo del brazo coloco el termómetro digital que por fin encontré después de recorrer varias farmacias, es el más barato. Marca que tengo 35 grados. Lo vuelvo a colocar ahora dice que tengo 34.5. El termómetro no funciona. El dolor de la garganta ha disminuido. El silencio continúa. Me siento a mirar pasar la mañana. Y es cuando me acuerdo las veces que he tocado tantos objetos, tantas manos, tantas espaldas y brazos. Y pienso en mi amiga Mónica que murió el domingo y yo no he podio llorarla.

Extraño los abrazos y comer con mis hijos y toser sin miedo y ya no quiero lavarme las manos una vez más. Las siento secas y rasposas de tanto jabón.

Por rutina tomo el teléfono; los mismos chats de siempre, cada vez más duros y más absurdos. Me digo que ahora sí voy a salirme de algunos, ya nos los aguanto. Ponen la misa del papa al tiempo que desean que “López Obrador tenga coronavirus por irresponsable”.

Esta Pandemia me ha llevado a la más grande de las soledades. No por estar encerrada sino por oír lo que dicen, odio y resentimientos desmedidos. ¿Quién tiene la razón? Limpio mi celular con alcohol y gel. Y pienso que ahora sí tal vez me salga de los chats donde lo único que siento es impotencia por leer todos esos mensajes en los que no les importa lo que piensen y sientan los otros. Ahora sí escucho algunos ruidos y el ladrar intenso de una pelea los perros del edificio.

Voces en los días del coronavirus

Gabriel Wolfson, escritor



Hay una parte, una zona, entre los miles de comentarios, las miles de tomas de palabra que he leído en estos días de semiencierro, que me conmueve. No: prohibido el verbo conmover. No sé qué decir. Una zona de pequeñas ayudas, pequeñas y discretas, de compartir hallazgos, de chistes desesperados. En especial eso, la burla aterrorizada, las ganas de aligerar, sobreponerse. Y la otra zona, de imponerse. Regañar, alzar el dedo y la ceja, convocar la culpa. La pintura de la catástrofe casi orgullosa, el “se los dije”, o bien el mural de la perfección, el sueño de una tarde dominical, luego de la cuarentena, en la alameda de la 4T.

No sé qué decir. Cómo dejar constancia de que me gustaría guardar silencio, convenir varios, todos, en callarse tantito.

Mi madre debe cuidarse. Salió hace muy poco de una gripa con tos muy fuerte. Tiene 72 años. Lleva muchos trabajando en un laboratorio. Aun con las precauciones, lleva décadas respirando sustancias extrañas, sus pulmones no han de ser los más resistentes. Platicamos, a dos metros de distancia, uno y otro a cada lado de la reja de su edificio. Su gato, dice, ya está harto de ella, de que esté en casa todo el día.

O bien, la vasta región de los textos expertos, sensatos, de las gráficas en tiempo real, de los grados, puestos, currículums, que avalan uno u otro análisis. Leemos cosas informadas, especializadas incluso, y concluimos: sepa. No tenemos ni idea. Tranquilos.

Veo a mis alumnos en la pantalla. Hay una intimidad curiosa, la de saber que cada uno estamos en nuestras casas, en nuestros cuartos o estudios o patios. No sé cómo, hay momentos en que la clase fluye, la tomamos en serio. A la vez, al margen, en el chat se deslizan chistes, caritas. Nada, sin embargo, como la presencia. Que nadie por favor vaya a derivar de estas semanas de clases a distancia que se puede proseguir así, bajo este modelo. ¿Se puede? Claro. Ahí están las ted talks y demás tonterías. Pero educar, educarnos, no es eso.



Una sola salida al día. A las 7, más o menos, ya sin el sol absurdo de esta semana. La acompaño, ella camina en la banqueta, yo en la calzada, entre uno y dos metros de distancia. En las mañanas –antes– la colonia acoge al menos a diez tamaleros, cuatro vendedores de jugos, puestos de café. Una camionetita que lleva todo lo necesario para repartir desayunos banqueteros. Coches estacionados hasta en las esquinas curvas. Tacos de canasta, botes o sillas para apartar lugares, camiones en carreritas. Y en las tardes –antes– a la inversa: la película del panal corriendo al revés. Ahora, a las 7, de pronto no pasa nada. Apenas se enconcha el olor a lluvia. Yo aprovecho para arrancar los anuncios pegados en los postes, excepto si son de búsqueda. De mascotas o personas. Y de pronto nada. A lo lejos tres siluetas. Ningún coche. Mi madre aprovechando sus únicos 20 o 30 minutos afuera de su casa. El olor, la calma. Luego de todo esto, si es que existe un luego así de fácil, habrá, eso es, habrá que recuperar la ciudad.

(Foto de portadilla: Günter Petrak)



Voces en los días del coronavirus

Luis Lapuente, teziuteco, Maestro en Programación Neuro Lingüística Certificado en The First Institute Rahard Bandler



Marzo del 2020, por fin entramos a la etapa en la que vemos en la televisión a los italianos y españoles cantando en los balcones de sus departamentos, se entretienen unos con otros y unos a otros, le dedican canciones a médicos y enfermeras, médicas y enfermeros, valientes profesionales que se están jugando la vida con equipos sofisticados en hospitales equipados e improvisados. Los comentaristas narran aciertos y errores cometidos en la heroica tarea de defenderse del CORONA VIRUS que avanza haciendo crecer el número de contagiados y muertos; también los números decrecientes de los chinos, las primeras víctimas de la pandemia, que recuperan poco a poco su bienestar; vemos cómo el personal médico de la ciudad china donde empezó la tragedia se quitan los tapabocas enseñándonos sus caras sonrientes de ya pasó, tengan confianza y échenle ganas, como decimos los mexicanos.

En los Estados Unidos de Norteamérica Trump dice sandeces y presume del poderío gringo y aprovecha la ocasión para molestar a los chinos, pero la llegada del virus a USA no se demora y su expansión resulta exponencial como en China, Italia, España y todas las demás naciones de globo terráqueo.

En México Don Ocurrencias aprovecha la oportunidad para hacer de las suyas, mientras el pequeño López (subsecretario de salud) recomienda la sana distancia, el estornudo sobre la manga, el saludo con el codo, evitar aglomeraciones (como las del inevitable METRO de la CDMX), lavarse las manos y usar “gel antibacteriano”. Don Ocu (como le decimos los que le queremos…) continúa con sus asambleas en pequeñas poblaciones, reparte besos y abrazos, diciendo en todas ellas prácticamente lo mismo: “los culpables son los conservadores, neoliberales, mis adversarios, culpables de que: prácticamente de todo”. En las conferencias mañaneras del Palacio Nacional, Don Ocu jura hacer lo recomendado por el pequeño López, luego a la calle hacía exactamente lo contrario ¡viva México!

Frente a los Hospitales del Gobierno se multiplican las manifestaciones de médicos y enfermeras, se quejan de que no cuentan con medicinas ni elementos de protección sanitaria como guantes, cubre bocas, batas, instrumentos de quirófano, etc. Se manifiestan también los padres de niños con cáncer, se quejan de la falta de medicamentos para las quimioterapias de sus hijos. Se quejan las señoras con cáncer en los senos, cuyos tratamientos fueron suspendidos días después de haber protestado Don Ocu como Presidente de la Republica. Se quejan los miembros de la Policía Federal de haber sido despedidos sin indemnización. En diferentes Secretarias de Estado se quejan despedidos sin indemnización por casa de recortes presupuestales.

Todo este sainete nacional se comunica por todos los canales de televisión. Pero ya toma relevancia el coronavirus. Los discursos mañaneros toman al fin la dirección del Virus y el tema gira hacia el titipuchal de elementos sanitarios, médicos y enfermeras debidamente protegidos, camas de hospital, respiradores mecánicos, etc. Etc. Debo aclarar que todo ese titipuchal antivirus es literario, porque médicos y enfermeras se siguen quejando de falta de todo. Un médico amigo de muchos años y una médica vecina coinciden en que en el hospital regional de mi pueblo carece hasta de papel del baño.



Ya para entonces las recomendaciones de la sana distancia, el estornudo en el antebrazo, evitar aglomeraciones, etc., es un tema de mayor frecuencia e intensidad. El temor de la población también crece; las asambleas campiranas de Don Ocu siguen igual, muy nutridas, besos y abrazos del presidente a los asistentes, la misma historia. He llegado a pensar que Don Ocu cree que los habitantes de las comunidades no tienen televisión y no se enteran de lo que recomienda el pequeño López y que los televidentes de las ciudades no ven las noticias filmadas de las visitas del Presidente a las comunidades. Todo esto porque en una mañanera un periodista le pregunta al pequeño López, si no es peligroso que Don Ocu esté besando y saludando de mano a sus visitados en las comunidades; el pequeño López monta en cólera y aclar al periodista que la energía del presidente era moral y por lo tanto trasmitía fortaleza.

Para ser congruente con la intervención airada de López ante el periodista, a Don Ocu se le ocurre una idea extraordinaria que lo hace más famoso en el mundo: saca de su bolsa una estampita del Sagrado Corazón y la muestra a los presentes en la conferencia y a las cámaras de TV, y nos dice: “ésta es mi protección”, unos lloramos de emoción y otros nos reímos a carcajadas,

Yo creo que tanto la risa como el llanto son curativos o por lo menos consoladores.



Hasta aquí vamos por ahora en esta breve encerrona sanitaria, las ocurrencias del Presidente han ocupado gran parte del dialogo conyugal en mi caso, si esto tomara otro giro prometo comunicárselos.