Sociedad

Voces en los días del coronavirus

Günter Petrak, escritor



Creí que, durante la noche más oscura, se abrirían los ojos de la compasión, del amor al prójimo como se abre la flor al sentir el leve roce de la luz, y no fue así. El virus del odio inundó los puertos, se escurrió por debajo de las puertas, salió por las llaves del agua, penetró en las almohadas, escupió las sábanas: he ahí al culpable, todos a él gritó estentóreamente y se extendió como plaga por el orbe, como viento tempestuoso, como rumor de bits, batió sus alas de tiniebla buscando los corazones, los más pequeños, los insignificantes, y los hizo poderosos porque eran legión. No le importó la agonía de los ancianos, ni el dolor de los nietos y las hijas, ni el miedo de los pobres o el lacerante murmullo de las manos que se juntaban para orar desesperadas. He ahí al culpable gritaron los de corazón pequeño y señalaron al presidente, al jodido, al rico, al chino, al otro. Nunca se miraron en el espejo, tengo la razón, se decían, ojalá mueran miles rogaban a Éris, la diosa de la discordia, y a la Ira, para que pudieran decir: se los dije: he ahí al culpable… Y mientras su furia crecía, la de los infectados de odio, y se pudría cuanto tocaban, una semilla humedecida de llanto tibio hizo brotar de sí misma una diminuta hoja tornasolada, un pétalo de albor que se elevó sobre la mierda hasta los labios de un cervatillo. Este lo olisqueó y alzó los dorados ojos, le dijo al niño extraviado: mira, aquí me tienes, tan indefenso como tú…No hizo más, desapareció. El pequeño se acercó a la minúscula hoja que brotaba del estiércol y escuchó un gorjeo, cuando alzó la vista al cielo vio al pajarillo de las plumas rojas y lo escuchó decir: puedo volar. Al frente estaba un horizonte de montañas y de pinos: el sol que se asomaba tenía dibujada en la frente una frase: soy el día, doy esperanza. El pétalo de albor susurró: soy la vida. El niño emprendió el viaje.

Creí que, durante la noche más oscura, se abrirían los ojos de la compasión, del amor al prójimo como se abre la flor al sentir el leve roce de la luz… y así fue.

(Foto de portadilla: Günter Petrak)

Voces en los días del coronavirus

Sergio Vergara Rosales, administrador de empresas, administrador jubilado



En estos momentos de incertidumbre de cuarentena y aislamiento de los familiares y amigos, vienen a mi mente un cúmulo de ideas y pensamientos que de forma escrita quisiera expresar, son mis más profundos sentimientos de preocupación de lo que estamos viviendo.

“Esperanza en tiempos de incertidumbre”, con esta frase quiero encuadrar mis emociones, las que aquí les trasmito.

Pasé mi infancia y adolescencia en Puebla. Estudié en el entonces Instituto Militarizado Oriente, y no dejo de ver el mundo desde todo lo que en esa escuela aprendí. Escribo hoy desde mi casa y en el encierro en el que llevo los últimos diez días. Vivo en un barrio del norte de la ciudad de México, a donde fue a dar una parte de la clase media del Distrito Federal en los años ochenta. Soy un hombre de 65 años, jubilado, que no he perdido contacto con mis amigos de la infancia gracias a estas herramientas tecnológicas que hoy enlazan a todo el mundo. Veo en mis compañeros viejos las mismas ansias por entender lo que ocurre, el mismo ánimo de reír de todo lo que pasa encima de nosotros. Desde ahí veo esta catástrofe del coronavirus.

Veo que al término del invierno y comienzo de la primavera en el 2020 ocurre un cambio inesperado y sin precedente alguno en todo el mundo. Desconozco a ciencia cierta donde se originó el virus de la pandemia en varios países iniciando con China; unos dicen que salió de control de los laboratorios científicos de ese país o por el consumo de raras especies, como el murciélago que supone el transmisor de dicho virus (cuando llevan años con esa costumbre); otros mencionan que los Estados Unidos se lo enviaron a los chinos para iniciar una “guerra” por los desacuerdos que tienen entre ambos países sin pensar en las consecuencias que eso tendría; nadie se atreve a decir la verdad y la única realidad que percibo por diferentes medios es una avalancha de información acerca de la devastación de la vida de cientos de personas, y que por recomendación de las autoridades civiles en los países afectados hay que mantenerse en casa y no salir de ella salvo razones justificadas y urgentes. Sin embargo, los expertos dan más importancia a las consecuencias económicas en el mundo. Y ni qué decir en México.



Sin exagerar, no se habrá desatado una “Tercera Guerra Mundial” disfrazada por esta pandemia que ya de por si tiene un fuerte impacto en la humanidad y en las economías del planeta que está afectando a todos los países. No sé si será cierto que quieren reducir la población porque ya somos muchos habitantes, principalmente para los mayores de edad que les cuesta mucho mantener. Hay muchas preguntas sin respuesta y lo que están provocando es la incertidumbre que prevalece en todo lo que realmente nos depara el futuro. Es lamentable y muy triste que hay solo preocupación por esta pandemia y están ciegos a la del hambre, la pobreza y otras enfermedades graves que provocan muchas muertes, y realmente en la actualidad causadas por los malos gobiernos.

La prensa, la radio, la televisión y redes sociales inundan y acaparan la atención de todos, y tristemente lo que mucos buscan es la primicia de la noticia, cayendo en la exageración y amarillismo, y lo único provocan es el pánico en la gente. Por estos motivos ya no sabemos quién tiene la verdad absoluta.

Lo que sí es verdad es que estamos cayendo todos en el desaliento. México se pinta solo y como es tradición, se toma a broma la situación, se suben a las redes memes ingeniosos para divertir a la audiencia, como lo hemos hecho siempre acerca de la muerte.



Lo más triste y lamentable es que en nuestro país el gobierno ha sido pasivo y solo ha reaccionado ante las presiones internacionales. La realidad es que México no está preparado para que en su momento se pueda dar la atención que requiere esta situación, como lo han hecho otros países en el mundo tanto en lo relacionado con la salud, como en la minimización de los efectos negativos de la presión económica en todos los sectores. Desafortunadamente percibo que somos la burla en el exterior de cómo se están conduciendo en el país. Hoy están pidiendo apoyo a la comunidad internacional y no sé de qué forma se reaccionará.

Solo queda esperar, tener fe, paciencia y confiar que no sólo en México, sino que el mundo entero se supere la conflagración, que la vida continúe y se pueda recuperar esta debacle.

Hagámonos un favor y seamos optimistas, con poco, con nada, con mucho, acompañados o solos.

Voces en los días del coronavirus

Héctor Praxedes, productor de medios

Las diferentes formas de organizar la sociedad, activan diferentes partes de nosotros mismos. Si estás en un sistema que sabes que no cuida a las personas y no distribuye los recursos de manera justa, entonces nuestro impulso para acumular estará en alerta. Así que tenlo en cuenta y piensa cómo, en lugar de acumular y pensar en cómo puedes cuidarte a ti mismo y a tu familia, puedes voltear y pensar cómo puedes compartir con tus vecinos y ayudar a los más vulnerables.

El texto anterior forma parte de la entrevista que Marié Solis le hizo recientemente para VICE a la periodista canadiense Naomi Klein, autora del libro “La doctrina del shock”.

Mientras más aislados y vulnerables nos pensemos, será la parte más arcaica del cerebro a cargo entre otras cosas de la reacción de lucha o huida o la amígdala, la estructura neuronal que participa en la formación de los aspectos emocionales de la memoria, especialmente del miedo, las que principalmente gobiernen nuestro comportamiento.



Por otra parte, voltear a nuestro alrededor y buscar la manera de ayudar al prójimo, constituye un ejercicio de empatía que, al convertirse en acciones concretas para ayudar a los demás, genera una sensación de bienestar y sentido de comunidad.

En los tiempos complejos que vivimos, también las lecciones y los aprendizajes pueden equipararse en tamaño y profundidad, a la dificultad que implica el reto de salir adelante.

Hoy, la mayoría de los ciudadanos ha volteado a sus gobernantes en busca de liderazgo, y de manera generalizada nos hemos sentido defraudados por un sistema que no parece tener muy claro cómo reaccionar a un problema sin precedentes en la historia moderna. Con todo esto afectándonos de una manera tan directa, no cabe más que cuestionar si la manera en la que se pretende organizar a la sociedad funciona a favor del individuo.

Aunque la respuesta es compleja, es con acciones sencillas que puede realizar cualquier ser humano, con las que podemos recuperar la esperanza y, de paso, comenzar a utilizar otras partes de nuestro cerebro para encontrar nuevas soluciones y crear nuevos paradigmas.

Para encontrar soluciones diferentes, necesariamente hay que hacer cosas diferentes, y no hay nada como el colapso social y ambiental para darnos un empujón en una nueva dirección. Hoy nos parece imposible poner de acuerdo a todo un país y se antoja pensar, que la energía que le podamos dedicar al problema, es como intentar enfriar con una gota de agua en un comal caliente. Es por eso que la propuesta que hace Naomi Klein es una luz en la tormenta, porque sí podemos, en cambio, tenderle la mano a la persona que está a nuestro lado. Eso depende completamente de nosotros, sin importar siquiera si tenemos lo suficiente o no para compartir. Recordemos que, hasta el más insignificante gesto de amor, puede cambiar el rumbo de una vida.



Del Absurdo Cotidiano

Hace rato que empezó a llover, ahora mismo está granizando. Aunque habrá quien no lo crea, ha sido día lleno de prodigios. Y todos, dentro de la casa. Empezó con la luz tras las persianas disimulando un sol ya muy despierto.



La luz de las nueve de la madrugada. Y a bañarnos con siete estropajos. No sé para cuidarnos de qué, porque llevamos siete días apertrechados. Ni a la farmacia. Apenas ayer vino Superama con el que con que de que faltaba la mitad de lo que pedí. Al rato llamó una señorita muy educada para decir que siempre sí había aceite de oliva, pero que uno calificado de verde oro y que costaba más. Lo pedí. Llegó una botella grande, como antigua. En efecto con un aceite verde oro. ¿Qué más podía yo pedir? No hubo la mantequilla. Ni modo. No hubo cloro, no importa. No hubo, ¿qué? No importó. Nos fuimos a ver la tele y a dormir con nuestra cena tradicional. Tortillas con aceite español. Y muchas malas noticias. Ni siquiera las mencionaré. Sólo hay una que hasta ahora recuerdo, pero dije que no mencionaría ninguna. Ya ustedes las saben. Pero eso fue ayer. Ahora el desayuno quedó muy rico y el jugo de zanahoria que sale de un exprimidor viejo y ruidoso, también. El olor de café que bebe mi cónyuge como un conjuro me despertó a la dicha del silencio. Yo lo tengo prohibido, pero el aroma acompaña siempre la inocente delicia del té con pan tostado. Y la conversación.

Cada detalle se vuelve esencial cuando no le entra el ruido. Hablamos de política y políticos, pero como quien habla de algo que pasa en Marte.

Luego, mientras oigo Esta boca es mía, el disco de Joaquín Sabina en el que está esa canción que anoche nos recomendó Daniel por el chat de hermanos, —y me voy riendo con las ocurrencias de este pirata con pata de palo al que se le ocurren toda clase de rimas extraordinarias—, tiendo la cama que se ha vuelto tan fácil de arreglar desde que se inventaron los muchos cojines y el aparente desorden de uno de los mejores sitios de esta casa.

Después empieza el jolgorio de los correos y los periódicos por internet, del largo chat con mis varios mundos, del Twitter. Y Mozart dándole vueltas al piano con el que tantas maravillas hizo. Doy una pasadita por Sor Juana, como quien le pone azúcar al mediodía. El tomo I de las Obras completas, está en mi escritorio incluso cuando quito todo lo demás para que parezca que tengo orden en la cabeza. Se ha ido poniendo amarillo.Me regalo cuatro versos: una delicia.



Por fin, después de varios pretextos, empiezo a pensar que tengo que pensar en escribir el libro con la serpentina de Puebla. Así le llamamos, mis tres enterados y yo, a la retahíla de historias que salen una detrás de otra cuando aparece la más mínima sugerencia de aquel mundo. Por ejemplo: el gobernador Barbosa que, como casi todos, no sabe cómo tratar con el lío del famoso coranavirus, no tuvo mejor idea que hacerse el que encontró que una familia de apellido chipileño llevó a Puebla el Covid-19. Yo no conozco a los que ahora llevan ese apellido pero quizás estos contagiados por el infortunio de esquiar en nieve sean los hijos y los nietos de los de mis épocas. Ellos, como dice mi hermana, “eran” chipileños. Cuando se fueron a Puebla se volvieron poblanos, de la capital, y les dio por esquiar. Igual y nacen con nostalgia de los Apeninos.

¿Qué les digo? Detrás de los chipileños viene el recuerdo de mi papá llevándonos a visitar a una monjitas que hablaban un dialecto del italiano que ya no se habla ni en el Veneto. Abríamos las puertas del coche y se llenaba de moscas. Chipilo era una colección de establos en los que vivían unos rubios preciosos. Niñas y niños corriendo en el atrio de una pequeña iglesia, junto al cerrito en escalones que es el cementerio. Comprábamos quesos y volvíamos con los vidrios abiertos para que el aire ahuyentara a las moscas. Cinco niños y dos papás en un Fiat. No sé cómo se hacían esos milagros. Sin duda porque nadie usaba cinturón de seguridad y a los niños no nos importaba ir apretados. Y si nos importaba, ni quién nos preguntara nuestra opinión. Una infancia feliz, entre otras cosas, porque no había mucho qué decidir. Una paleta helada y en la tarde un Sidral. Así algunos domingos nuestros y los de mi mamá, que tenía como treinta y dos años y ni de chiste hubiera dicho, —como una de las gripientas entrevistadas en los muchos canales de video que ahora tiene la vida—, que se aburría. Mi papá no quería más que esa paz boba. Y con razón. Ya de guerras había tenido suficiente. Total, Puebla. Eran guapísimas las chipileñas y cuando se casaban con poblanos pasaban a mejorar la especie de algunos, a pesar de que la ciudad se estremeciera con el desacato que era llevar campesinas a las mesas de mantel largo. Pero como tenían ojos azules, melenas clara y piernas largas, ni quien menospreciara tales bellezas. Pasaba lo mismo, aunque con menos frecuencia, con los hombres de Chipilo. Si alguno de esos campesinos casaba con niña bien, era porque el establo de su padre había dado para poner una tienda de muebles en la calle 5 de mayo. Mismo cinco de mayo cuyos festejos se han postergado este año por esto del virus que según el gobernador llevaron a la ciudad los bisnietos de los primeros chipileños. Y así. Así es la serpentina que no escribo. Porque tendría que describir a cada personaje y detenerme en sus bocas y sus pies para contar un libro que se pueda empastar y llamarse novela.

Mejor veré si Ricardo Bada sugirió tiene algo para entretener el ocio que nunca tengo. Ha escrito Mercedes Casanovas que le dieron a su agencia el premio de la Feria de Londres. Aunque la feria se haya suspendido por causa del célebre virus que ya no quiero mencionar para no aburrirlos.



También escribió Lijiana Arsokova, la encantadora y sabia maestra que enseña el idioma chino en el Colegio de México, para avisarme que no vendrá Liu Zhenyun, el escritor de La palabra que vale por diez mil y todos los libros que quieran ustedes imaginar. No pretendo inventarles nada para impresionarlos. Yo no sabía quién es este fantástico personaje que lo mismo ha sido guionista de cine que escritor de culto y best seller al que yo no tenía el privilegio de conocer, sino hasta que ella me invitó a presentarlo. Una vergüenza. Me ha dicho que el libro Yo no soy una mujerzuela vendió 40 millones de ejemplares. Ya luego vi que en inglés le pusieron I am not Madame Bovary, pero en realidad no sé cómo le pondrían en chino. No he llegado a ese libro porque estoy detenida en el viaje que hace un padrastro en busca de su hijastra con la que necesita hablar. Qué tamaño de escritor y yo en la luna. Es nueve años menor que yo. Digamos: menos mayor que yo. No sé cuántas vidas voy a necesitar para leerlo. Pero antes de que vuelva, que volverá cuando pase todo esto de lo que culpan a los chinos, tendré leído lo suficiente para hacerle la reverencia que se merece.

Luego he visto los chats. Digamos mejor que he pasado ahí varios ratos. Los chistes de ociosos y bebedores han ganado la competencia de hoy. El mensaje de mi ahijada Mercedes Aguilar a sus papás, doctora apasionada haciendo su especialidad en un hospital, para explicarles la razón por la cual no podrá volver a vivir con ellos en un rato, que adivinar cuánto durará, la mejor prosa. Y el enlace a la crónica del New York Times sobre Trump hablando del valor con el que ha enfrentado una epidemia de la que casi apenas acaba de enterarse, algo para reírse un rato largo. Buenísimo. Por el mismo fantasioso chat llegó la noticia de que la mamá de Paolo Giubellino, ha puesto su bicicleta viendo al paisaje para hacer ejercicio, mientras dura el encierro, a los noventa y cinco años. Como los físicos no se dan aire como los futbolistas, los cantantes y hasta los escritores, recuerdo aquí que Paolo es uno de los grandes físicos del mundo, entregado a entender las colisiones de la alta energía nuclear, un sabio sencillo al que como a las mejores personas le preocupan su mamá y su hijo. Es amigo de Verónica mi hermana, así, pegado, como decía Germán Dehesa que le digo, y le ha escrito para contarle que al fin ha podido volver a Italia porque el pico de la crisis lo pescó fuera y costó mucho salir de un país sitiado para pasar a otro.

¿Qué más? Catalina, luz de bengala, leyó que el virus no viene en la comida, así que mandará pedir mi pan de nuez. Vinieron los niños con su mamá. Brincaron en la cama elástica y corrieron por el jardín sin hacerme mucho caso cuando salí a saludarlos desde mi azotea. “Si ésta no va a venir a jugar que no nos quite el tiempo pretendiendo una conversación”, supongo que pensarían.

Después de comer regué todas las macetas de mi abigarrado patio, sólo para que al poco rato empezara la lluvia. Y ahora que esto les cuento estoy cayendo en la cuenta de que a pesar de que pasó por mi escritorio una hormiga negra y mucho más chica que la punta de un lápiz, la comezón que he estado sintiendo más bien se ha de deber al pescado ahumado que comí al mediodía. Porque tendría que estar sentada en un hormiguero para quererme rascar desde la orilla de los ojos hasta la punta de los pies. Como si tuviera por dentro burbujas de agua mineral. Dispersas comezones. He decido tomar un anti alérgico. Tardé en la decisión porque dicen que baja las defensas lo que contiene cortisona y como al siglo XXI le ha dado por detestar la cortisona tanto como se le amó en el pasado, quise ser precavida. Pero entre morir de una cosa y morir de otra, mejor de la que me queda más lejos.

En fin, ya estoy lista para bailar media hora, cosa que recomiendan para “sobrellevar” el encierro contra el que yo no tengo nada. He dicho que he ido de una diversión a otra. Ahora bajaré a ver la película de Arturo Ripstein con guión de Paz Alicia García Diego. Se llama “El diablo entre las piernas”. Dicen ellos que todos los amigos que la han visto les han quitado el habla. Yo no lo haré.

Por lo pronto, música para hoy: Ojalá que llueva café del cielo.

Y, espero que, hasta mañana.

Voces en los días del coronavirus

Alberto de la Fuente, empresario

Mundo Nuestro. El autor de este texto, un joven poblano víctima de secuestro hace dos años y medio, llama, desde su experiencia como sobreviviente de la violencia en nuestro país, a comprender la dimensión personal de la emergencia sanitaria.



(Fotografía de Raúl Gil)

Me prometí que si salía vivo de aquella minúscula celda donde me tuvieron completamente cautivo por 290 días, compartiría mi historia, mi experiencia y mi aprendizaje a quien quisiera escuchar mi historia y así lo he hecho desde entonces. Nunca le niego mi relato a quien con buenas intenciones me pregunta. No lo hago con otro fin que abrirle los ojos y sensibilizar a toda esa gente que cree que su vida es complicada y están a punto de a ceder ante la adversidad. Solo pretendo que mediante mi experiencia se den cuenta que sus problemas son minúsculos y que probablemente tengan solución, solo deben redescubrir lo que los mueve, lo que los apasiona, lo que los hace sentirse vivos, para seguirle pedaleando en este mundo, un mundo que por momentos puede parecer complejo, duro e incluso injusto. Si mi familia y yo pudimos sobrevivir de tan espantosa experiencia, ellos en su jaula de oro (pero finalmente jaula) y yo en mi mazmorra, creo podemos ser el ejemplo involuntario para todo aquellos que se está ahogando en un vaso de agua.

Hoy sé que estamos viviendo una situación sumamente compleja para toda la humanidad, probablemente inédita. Por lo que no crean que le resto seriedad o minimizo esta pandemia. Pero si me preocupa ver a gente desesperada y frustrada por qué no ha salido de su casa (llena de comida, comodidades y entretenimiento), cuando yo viví literalmente en una celda de 1.50 x 2 m por casi 1 año, sin oír o ver a nadie, (incluyendo mis captores) durmiendo en el piso y haciendo mis necesidades en un balde, bañándome con agua helada a través de una esponja y teniendo un plato de frijoles fríos, que debía racionar cuidadosamente para que me durara durante todo el día. Pero en verdad, mi carencia más grande no fue las falta de comodidades, sino el estar lejos de mi familia, sin saber a ciencia cierta si tendría la oportunidad de volverlos a ver o al menos poderme despedir de ellos. Ellos fueron mi verdadera fuerza, mi motivo de no hundirme en la desesperanza y la desolación. Así, que me aferre de Dios y junto con él forme un equipo extraordinario. Un equipo que aguanto vara y resistió lo que era inimaginable resistir, el secreto residió en enfocarme en mis porqués y dejar todas mis demás preocupaciones a un lado, pues solo me estorbaban.

Y heme aquí, 2 años y medio después, más vivo y feliz que nunca, pero sobre todo muy agradecido con esta segunda oportunidad de vivir que créanme no he desperdiciado ni un segundo, priorizando en recuperar el tiempo que me robaron con la gente que más amo y viviendo sin duda más ligero de equipaje. Así, que sin quitarle la gravedad a lo que sucede hoy en día, solo los quiero hacer reflexionar en que bendigan la forma en que están afrontando este aparente aislamiento que es más mental que realmente físico. Valoren que están dentro de una casa (su casa), con el refrigerador lleno, la alacena al tope, con una regadera caliente a su disposición, una cama acolchonada y con suficientes distractores (tele, libros, juegos, internet) para entretenerse por meses, pero sobre todo están rodeados de su familia. Aprovechen esta oportunidad única para disfrutarse, para jugar juntos, para conocerse, para amarse. Dejen por un momento los teléfonos, que solo nos van a desquiciar con tanta desinformación e histeria colectiva y conéctense a la vida a su vida, esa que la mayoría a descuidado por pensar que es eterna e inamovible. Irónicamente y aunque piensen que no hay mucho que hacer en esta crisis, créanme si lo hay. Gozan de más libertad de la que pueden imaginar, no dejen que la toxicidad los invada pues luego será muy difícil poder salir de la obscuridad que ustedes mismos se crearon. Como padre de familia, obviamente estoy preocupado por la economía familiar y las repercusiones de esta desaceleración económica, luego me acuerdo de como sorteé mi aislamiento y como es que durante tantos meses en verdad pude vivir con tan pocas cosas materiales, en verdad lo estrictamente necesario para mantenerme respirando. Así que, si es momento de apretarnos el cinturón, de aprender a racionar y compartir yo les digo que con voluntad, amor y ganas se puede. Vivimos con exceso de cosas que no necesitamos y en situaciones como estas es cuando nos damos cuenta. Prioricemos lo que realmente vale la pena.

Termino citando al Dr. Víctor Frankl (sobreviviente de un campo de concentración nazi) con esta frase que si la comprenden vale oro molido ¨Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento¨.



Ánimo, esto es temporal y sin duda nos reconstruiremos más fuertes, más sabios, más humildes pero sobre todo más agradecidos con Dios y con la Vida. Aprendamos de esta crisis, pero mientas afrontémosla con la frente en alto y siempre viendo para adelante.

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Alberto de la Fuente y de la Concha (Chorro)

Marzo 2020

Mundo Nuestro. Una más de las entregas de las las crónicas de cocina poblana Del fogón a la boca, escritas por el anticuario poblano, experto en arte popular, Antonio Ramírez Priesca. Mirar la ciudad a través de la comida. Saborearla y aprender con ella a conocer la historia que la contiene. Por la historia y por nuestra comida, valorar la extraordinaria ciudad en la que vivimos. Publicadas originalmente en el portal urbanopuebla, las crónicas de Antonio Ramírez Priesca serán reproducidas semanalmente aquí con su autorización.

En el convulsionado S.XIX poblano, donde la Ciudad fue asolada por invasiones, sitios, revueltas y guerras intestinas, subsecuentes ciclos de hambre y abundancia mantenían a la atormentada población en ascuas: nadie estaba seguro de que giro tomaría la política del naciente país, y con ello, las cocineras poblanas tenían que aprovechar todos y cada uno de los recursos comestibles que ofrecía el esplendoroso valle entre volcanes.

La Cuaresma ofrecía la oportunidad de recordar los ingredientes más humildes, pero también los más abundantes, que compaginaban además con el ayuno impuesto por la Fe. Uno de los más socorridos y cultivados – hasta en los traspatios de las grandes casonas de la Angelópolis – fueron los chiles más carnosos que se habían domesticado desde la antigüedad mesoamericana: tan populares ellos, que, con el paso del tiempo, tomarían por nombre el gentilicio de nuestra Ciudad.

Mi padre esperaba con ansia la Cuaresma por el platillo favorito que la bisabuela Valito le preparaba con esmero: Chiles Capones: se los servía en una fuente de loza de talavera, acompañados por frijoles refritos, perfumados con hoja de aguacate y tortillas bien calientitas. En esa Puebla sesentera del siglo pasado, ni la fuente de talavera ni los propios chiles eran considerados ‘elegantes o sofisticados’ y ningún restaurante los ofrecía. Aún ahora, con el boom de la Cocina Tradicional, no parece que llamen la atención de los renombrados Chefs locales, y, sin embargo, son una verdadera delicia.

‘¿Porque les llaman así, Bisabuela Valito?’preguntaba en mi inocencia de preadolescente, justo cuando ella estaba tan atareada asando a fuego vivo los verdes chiles, hasta dejarlos ennegrecidos. Con mucha habilidad esquivaba las flamas del anafre que a diario encendía, aun cuando ya hacía tiempo papá le había instalado la estufa a gas. Afirmaba que no había nada como el fuego a carbón, para estimular el sabor de los chiles asados. Luego los envolvía en un trapo de algodón humedecido y no en una bolsa plástica – que ya las había – para que ‘sudaran’ y se pudieran pelar con facilidad. Sin pasarlos por el chorro de agua, los pelaba con esmero y abría un corte longitudinal: ‘mira como retiro todas las venas y semillas del chile: por eso son capones’ y añadía muy orgullosa: ‘Recuerdas que los gallos del corral engordan unos más que otros? De la parvada de pollos, veo cual es el que más me gusta y a ese lo dejo entero para que calce a las gallinas; los demás los capo para engordar’.

Después de retirar la piel, los rellenaba con una hoja grande de epazote criollo y una rebanada de queso añejo fresco, para después, con toda ‘curiosidad’ como ella decía, amarrarlos con un cordelito de cáñamo. En una cacerola amplia de barro, freía en manteca, cebolla y ajo muy menuditos, y ya dorados, añadía cucharadas de harina de trigo que doraba también. Añadía agua y sal hasta incorporar bien y dejaba hervir hasta espesar, para después son delicadeza sumergir los chiles rellenos en el caldillo resultante.

¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!

#tipdeldia: No hay mayor delicia cuaresmal en Puebla, que preparar en casa esta sencilla receta. ¡Es sumamente fácil y rápida de hacer!

Vida y milagros

(Foto de portadilla tomada de El Correo de Oaxaca: Corredor industrial Tlaxcala-Puebla: los niños del cáncer)

Cuando las noticias del extraño virus que brotó primero en China empezaron a ser alarmantes, desde muy temprano me sorprendió que no se hiciera referencia a niños enfermos o muertos a causa de la epidemia. Dentro de todo el desastre, la buena noticia es que el coronavirus no ataca a los niños de manera feroz y pasa por ellos como si solo tuvieran una gripa ligera, a veces incluso sin mostrar siquiera el menor síntoma de la enfermedad. Según datos publicados en un artículo de Cristopher Ramírez (IEVENN, 10 de marzo de 2020), solo el 7.4 % de los niños menores de 10 años que han tenido contacto directo con infectados por el virus se han contagiado y de cada mil personas portadoras del virus, solo el 0.9% son menores de 14 años. En ellos el virus es silencioso y aunque la enfermedad no los afecte, sí son transmisores muy eficaces del virus. La teoría más aceptada es que los niños tienen un sistema inmunológico en crecimiento y eso los hace más fuertes. Al no estar desarrollado por completo, la naturaleza vía el sistema inmunológico da a los niños la oportunidad de adquirir nuevas herramientas para afrontar el virus. Dentro de toda la incertidumbre que el coronavirus trajo consigo, sí es una enorme tranquilidad saber que somos los adultos y no los niños los afectados por la enfermedad. El coronavirus resultó ser muy democrático. Ataca en todos lados sin distingo de nada, excepto el ser niño.



Aún no sabemos qué esperar de esta inesperada pandemia, no sabemos qué porcentajes de la población mundial se verán afectados ni cuántas vidas habrá cobrado al terminar este año. Lo que sí vemos es a las autoridades de distintas partes del mundo tomar medidas radicales y a la población dispuesta a aceptarlas con tal de controlar algo que nos asusta porque es desconocido y porque es absolutamente parejo en su reparto, es decir, le puede tocar a cualquiera y como no hay refugios perfectos para el mal, todos haremos lo que haga falta para poner remedio porque todos nos sentimos a merced de él. No hay bardas, ni murallas, ni aviones privados o primeras clases ni fraccionamientos o edificios de lujo que impidan al virus tocar a la puerta. Es extraña la conducta humana. Mientras la percepción sea que puedes librarte de algo, por bien que te informen de lo que pasa "a otros", si crees que no te pasará a ti, pues es muy probable que no hagas nada, pero estarás dispuesto a cambiar de hábitos y formas de vida si el riesgo lo percibes de manera directa.

El coronavirus no ataca a los niños, pero cuando los niños reciben contaminantes emanados de los sistemas de producción humanos, sus cuerpos sí son altamente vulnerables a contaminantes que no están en el medio ambiente de manera natural, como los metales pesados en el agua. Las muertes y daños a la salud infantil por contaminación en México están documentados y publicados en diferentes estudios y artículos. En la revista Nexos de Julio de 2017 con el tema Vida y Muerte del Agua, se publicaron varios ensayos sobre los daños a la salud humana por contaminación del agua, en particular a los niños. Los datos duros están ahí, pero por razones incomprensibles, nadie se alarma como con el coronavirus y las autoridades siguen sin llevar a cabo políticas públicas poderosas que remedien la toxicidad creciente en el agua que usamos en nuestra vida diaria. Desde hace ya tres años la CNDH emitió la Recomendación No.10/2017 a las autoridades de Puebla y Tlaxcala para remediar la altísima contaminación de los ríos de la cuenca del Atoyac-Xochiac. Los daños a la salud infantil fueron probados ante la CNDH y de ahí derivó la recomendación que sigue sin cumplirse. No tengo la menor duda de que al final de 2020 las muertes en México por contaminación del agua superarán con creces cualquier dato de muerte generado por el coronavirus. La peor noticia es que ese horror no respeta a los niños.

Mundo Nuestro. Esta crónica de Alicia Mastretta Yanes se publica originalmente en el blog Historias desde el biogalón.

Escribo esto el día que no existo. Que estoy como muerta, para que me piensen víctima de un feminicidio. Es 9 de Marzo del 2020. Me lo tomo en serio porque le tengo miedo al feminicidio y a la violación, porque sé que pueden pasarme, porque me han visto y les he visto a los ojos. Me lo tomo en serio porque al contarlo me preguntaron que si la culpa era mía, qué donde estaba, que cómo vestía. Me lo tomo en serio porque aún desde mi privilegio de familia blanca y pareja feministas, he vivido discriminación por ser mujer en mis escuelas y en mi desarrollo como científica. Porque crecí creyendo que yo “rompía los estereotipos”, en vez de entender de raíz que no hay que creer en los estereotipos. Me lo tomo en serio porque conozco las historias de mis amigas, de mis estudiantes y de muchas mujeres más que no necesito conocer para imaginar sus historias, o más importante aún, de quienes no puedo siquiera imaginar sus historias. Me lo tomo en serio porque un día entendí que el que todas las mujeres tuviéramos todos los derechos no era cuestión de tiempo, sino cuestión de hacerlo realidad.

Ayer formé parte de la marcha feminista 2020 en la CDMX. Una de alrededor de otras 60 en todo el país. He ido a varias marchas, del 8M y otros temas. Pero nunca había tenido tantas ganas como con esta. Fue mi primer pensamiento al abrir los ojos. Desperté con la convicción de que sería un día histórico, que abarrotaríamos la ciudad.



El metrobus de Insurgentes está lleno desde que me subo a la altura de Churubusco. En mi vagón van mujeres de todo tipo, pero todas claramente vamos a la marcha. Nos bajamos en Plaza de la República, donde hay montado una especie de mini-operativo para hacer más eficiente la salida de la estación.



Empezamos en el Monumento a la Revolución. Fui con un grupo de académicas y estudiantes de la UNAM. Nos unimos al contingente de la Facultad de Ciencias. “No me hables de prestigio si encubres acosadores, discriminadores, abusadores y violadores”, decían nuestras pancartas. A ver si la máxima casa de estudios ya se toma el tema en serio.



Antes de las 2 pm ya estaba repleta la plancha del monumento y nuestro contingente listo para salir. Pero estuvimos dos horas sin avanzar más de 100 metros, mientras grupos más pequeños pasaban primero.


Las fuentes de Reforma están teñidas de rojo. La Diana Cazadora es la más emblemática, pero mi contingente no pasa por ahí. Veo solo la de la fuente junto al caballito. La espuma de los chorros verticales transparentan el color. “El patriarcado se va a caer, se va a caer”. Varias mujeres jóvenes están paradas en el borde de la fuente, un par de metros por arriba de quienes marchamos abajo. Una de ellas agita una bandera de México, con morado en vez de rojo. El contingente de al lado trae tambores y silbatos. Me acuerdo de la primera vez que sentí ésta ciudad como mía. También fue en Reforma, pero no en una marcha, sino en las primeras rodadas ciclistas de los domingos. Venía en mi bici, vi al Ángel de la Independencia desde todo el esplendor que normalmente sólo tienen quienes viajan en automóvil, y sentí que la ciudad era mía, que las calles eran también para ciclistas. Ayer vi a la joven de la bandera parada en el borde de la fuente y sentí lo mismo. Sonreí desde dentro del alma. Sentí que este era mi país, que este era mi tiempo y esta nuestra historia, continuación de la historia de las mujeres que ganaron los derechos que tenemos hoy.



Una chica grafitea llorando de rabia el nombre de su violador, que sigue libre, en las paredes de algún monumento o algún comercio en Reforma. No sé en cuál pared, yo no la ví. Lo leí en tuiter horas después. “¡No violencia, no violencia!” corearon algunas del contingente que pasaba al lado, según el tuit. Pudo haber sido el contingente en el que iba yo, pienso cuando lo leo. Pude haber sido yo una de las que le gritó “no violencia” a la chica violada. También fui yo de las que gritó “primero las mujeres, luego las paredes” mientras apretaba los nudillos.

El nudillo de mi mano derecha me duele cuando hace frío. Me lo rompí golpeando una pared de concreto con todas mis fuerzas. Tenía ventipocos años. Estaba enojada con la sociedad y su normalización del machismo, estaba enojada conmigo misma por no haber tenido la respuesta para callar un discurso misógino. Estaba comenzando a sentirme furiosa, conteniéndome mientras repasaba mentalmente todas las razones que tenía para estar furiosa, desde cuando un desconocido embarró su pene erecto en mi espalda baja desnuda, en pleno medio día del zócalo poblano, hasta el “si las mujeres son igual de inteligentes que los hombres por qué no hay más mujeres científicas” de un exnovio. Y entonces, cuando estoy sola con mis pensamientos y quiero caminar sola para resolverlos, siendo tan grandes Las Islas de la UNAM y estando yo cerca de Derecho donde no hay mucho que ver, un hombre desconocido se me acerca, se me insinúa, me dice cosas que no quiero escuchar, que me ofenden y que me enfurecen. Pero no quiero golpear a una persona. Entonces me desato contra una columna de concreto, golpeo varias veces seguidas, porque de verdad ese día ya no puedo más. El tipo grita que estoy loca, y la poca gente cercana me sigue con la mirada cuando me voy, aún respirando acelerada y con los puños palpitando.

No cuento la historia de mi nudillo roto con orgullo, tampoco sin. Solo reconozco que he estado furiosa y que me he desquitado con una pared. Por eso pienso en esa furia mía cuando veo a las encapuchadas pintar la CDMX. Luego pienso en las mamás de los miles de casos de feminicidios que han quedado impunes. Algunas de las cuales avanzaron hasta el frente de esta marcha. Pienso en la declaración de Yesenia ZamudioY la que quiera romper, que rompa; y la que quiera quemar, que queme; y la que no… ¡Que no nos estorbe! […] Antes de que asesinaran a mi hija han matado a muchas. ¿Y como estábamos todas? En casa llorando y bordando. Ya no señores. Se les acabó. Ya rompimos el silencio”.

Me imagino por un instante ser Yesenia, cuatro años después del feminicidio impune de mi hija, después de haber declarado y esperado en cuántos ministerios públicos… puedo entender la furia de sus ojos en el video que se hizo viral. Me imagino luego que el feminicidio fuera de mi hermana y pienso que las paredes se lavan, pero que las muertas no vuelven. Pienso también en la gente que se aflige muchísimo por los monumentos, quizá hasta honestamente. “Les importan más las paredes que las mujeres” concluyen unas, “solo cuando comenzamos a romperlo y rayarlo todo nos escucharon” dijeron otras. ¿Qué pensarán el Ángel y la Diana al respecto? Quizá, como sostienen algunas: “que me rayen y me pinten para que se oigan las voces de mis hijas”. ¿Y yo qué pienso? Que donde hay leña seca arderá el fuego. Pasa en los bosques y en las sociedades humanas. Puntualmente la historia lo demuestra. Necedad es creer que se puede acumular combustible y luego contener el incendio.

Vamos por La Alameda. “Somos malas, podemos ser peores” cantamos. El contingente de atrás está quemando incienso. Las mujeres están vestidas con faldas largas y bailan, pero no alcanzo a ver qué dicen sus pancartas ni entiendo bien lo que corean. También atrás de nosotras viene un contingente de lesbianas, con sus banderas arcoíris y consignas que riman panocha y lucha. A mi derecha un grupo de mujeres de mediana edad y cabello arreglado se unen al “Mujer escucha, esta es tu lucha”. Les pregunto si vienen con algún contingente, y me responden que no, que “solitas nosotras como amigas nos lanzamos”. Se ven muy sonrientes. A mi izquierda las jacarandas de la alameda. Imposible no verlas teñir el cielo de morado. Pienso que a mi abuela le gustaban mucho las jacarandas, y que no quiso firmar como “de Yanes”, según se acostumbraba en su época. Entre las jacarandas marchan muchas mujeres que no parecen ir en ningún contingente específico. Jóvenes, morenas, güeras, abuelas y nietas. En eso corren los gritos desde el frente pidiendo silencio. Se levantan los puños al unísono como cuando estábamos en las ruinas del 19S pidiendo lo mismo. “Hay una niña de 5 años perdida… ¡silencio!”. Todo se detiene. “Siéntense, agáchense” se escucha gritan más adelante. “Silencio atrás”. Gritan el nombre de la niña varias veces. Luego una ola de aplausos viniendo otra vez del frente. “¡Ya apareció, ya apareció!”. Hurras de la multitud.

Hay que abortar, hay que abortar, hay que abortar este sistema patriarcal” coreamos encendidas por un contingente muy organizado que no sé cómo rebasó al de las lesbianas. “Quiero salir a la calle no por valiente, sino por libre” dice una pancarta. “Aleeeerta, aleeerta, alerta que caminan mujeres feministas por América Latina. Que tiemblen, que tiemblen, que tiemblen los machistas. Que América Latina será toda feminista”. Se escucha un ruido. Quizá una detonación o un golpe. Es del lado derecho, cerca de los edificios. Algo está pasando, pero desde aquí no se ve nada. Se siente miedo y tensión. No es para menos. Las redes sociales dejan claro que no es una lucha romántica, que no todos apoyan el movimiento feminista, que algunos, tal cual, dicen odiarnos. Además somos una multitud, y toda multitud corre el riesgo de actuar como actúan las multitudes en pánico.

De pronto se rompen los contingentes cercanos, la gente se carga a hacia mi izquierda. Varias mujeres corren. Hay quienes llaman a esto una estampida. Yo no. Una estampida es peor, mucho peor. Por eso nadie en su sano juicio quiere una estampida, ni aunque esté rodeada de sus hermanas. “¡No violencia, no violencia!” comienzan a gritar algunas. ¿Le están gritando a una encapuchada que pinta, o que rompe? ¿a una policía que sacó gas lacrimógeno? ¿a un hombre que agredió a la manifestación desde dentro de los edificios? Imposible saberlo desde donde están mis pies. “¡No violencia, no violencia!” grito yo también y veo que el coro calma los ánimos, que las filas se vuelven a cerrar, que avanzamos hacia el Zócalo.

Al Zócalo me lo imagino lleno de mujeres, un bosque de jacarandas con pancartas coreando “no somos una, no somos diez, pinche gobierno, cuéntanos bien”. Creo que no llegó a llenarse tanto como me lo imaginaba por varias razones. Hubo mucho tiempo de diferencia entre que llegaron las primeras marchistas y las de atrás. En parte esto se debe a un cuello de botella a la altura de Bellas Artes. Ahí un grupo de mujeres enfrentaba a las policías que resguardaban las vallas con las que se amuralló el inmueble. “Fuimos todas, fuimos todas” coreaban algunas asomándose a lo que ocurría. Las que no quisieron participar en tirar el muro de Bellas Artes no estorbaron (supongo), pero no continuaron como venían avanzando. Los contingentes se desarmaron, simplemente porque no cabíamos si se quería mantener distancia de donde estaban los enfrentamientos.

Además, Madero estaba amurallado también, cosa que no todas las marchistas sabían ocurriría. Los contingentes más organizados o las mujeres con más experiencia en marchas sí lo sabían, y continuaron por 5 de mayo o por 16 de septiembre, pero para hacerlo había que rodear lo que estaba ocurriendo en Bellas Artes o en la propia entrada de Madero, donde otro grupo estaba intentando tirar la barrera. Además empezó a correr el rumor de que el Zócalo ya estaba lleno. “No es cierto, estoy aquí” respondió una colega en un grupo de whatsapp. Nosotras entonces decidimos ir hacia el Zócalo por la 16 de Septiembre, pero imagino que muchas otras no lo intentaron siquiera.

Nuestra ruta alterna estaba apacible, incluso algunas pasaron al baño. Volvimos a sacar nuestras pancartas. Entramos al Zócalo. Ya eran cerca de las 6 pm, llevábamos paradas desde las 12. En el Zócalo había muchas mujeres sentadas en el piso. Habían llegado mucho antes que nosotras. Había otras de pie con cartulinas en alto, todas leyendo las consignas de las pancartas de las otras, o de los carteles pegados en el hasta bandera. Los mensajes que más abundan son del tipo “Hoy marcho por …” y el nombre de una víctima de feminicidio.

En el Zócalo había dos escenarios, uno al frente de catedral y otro a la derecha. El del frente estaba demasiado lejos para poder escuchar qué ocurría. En el de la derecha hablaban de víctimas de feminicidios. Vemos humo cerca de Palacio Nacional. Me imagino lo que está pasando, o lo que pasó, en su elegante puerta, pero donde estamos se siente todo tranquilo. Intentamos comunicarnos con amigas que venían en otros grupos. Logré encontrarme con una de ellas. Pocas dichas tan grandes como estar con una amiga que decide marchar por primera vez, aunque la causa sea un jefe misógino que se expresa abiertamente del feminismo como si fuera un chiste.

Mi grupo se separa después de un rato. Algunas necesitan volver a casa, a otras las están esperando sus amistades. Las que quedamos decidimos ir a comer detrás de catedral. Al arribar pregunto si ya llegó una amiga, pues iba adelante de nosotros y la dejamos de ver. La describo “vistiendo una blusa morada”… pero las risas estallan sin dejarme terminar. Imposible defenderse. La aludida llega detrás de nosotras.

No es una blusa cualquiera la que trae. Fue tejida por una de las mujeres oaxaqueñas que cultivan las variedades de algodón nativo de México y resguardan las tradiciones de cómo procesarlo y teñirlo con tintes naturales. Esa mujer cuida de su nieta, porque a su hija, la madre de la niña, la mataron. ¿Qué opina ella de la marcha y el paro? ¿Cómo vive ella todo esto en el campo? Le pregunté a mi amiga cuando veníamos en el metrobus. “Que qué bueno que lo hagamos, que muchas gracias” me responde. “Que ella va a trabajar en sus tejidos los dos días, por su nieta”. Se queda callada un rato y luego continúa. “¿Sabes? Para ellas los huipiles no llevan flores nada más de adorno, cada flor, por ejemplo, es especial, tiene una historia. Quizá parezca que no se unen al movimiento feminista explícitamente, pero ellas lo viven más que nosotras”. Y viven más el machismo, sumado a la opresión por ser indígenas, me quedo pensando yo.

Terminamos de comer alrededor de 7:30. Los edificios del Zócalo se pintan de morado y aún hay gente. El metro está cerrado. Las pancartas pro-aborto son las que más abundan a las vallas que rodean catedral. Decidimos caminar hacia Hidalgo.

Ya hay paso peatonal en Madero. En algún momento rompieron la valla que bloqueaba el acceso por Bellas Artes. También hay muchas personas caminando. En su mayoría mujeres de morado o verde, pero también hombres y familias con niños.

Las taquerías están abiertas y hay vendedores ambulantes mostrando sus productos en el suelo. Un grupo de policías mujeres resguarda las puertas sin cristal de una tienda de ropa. Adentro se ven jeans y blusas pintados, pero ninguna otra cosa fuera de su lugar. A la siguiente cuadra algunas mujeres dejaron sus pancartas en la reja de un templo. Nos arrepentimos de no haber hecho lo mismo con las nuestras.

En Bellas Artes las mujeres policías siguen resguardando la valla, pero no hay nadie acercándose. La gente transita por la calle o toma fotografías. Yo vengo pensando en la diversidad de mujeres que venimos hoy a la marcha. Las que no habían marchado nunca, las de la marea verde, las de rostro cubierto, las policías. Las que no quisieron venir porque los recuerdos son muy fuertes. Pienso en lo que estuvo bien y lo que podría ser mejor. En el qué sigue. Siempre el qué sigue. Me distrae un grupo de mujeres que cantan con un micrófono:

Por todas las compas marchando en Reforma

Por todas las morras peleando en Sonora

Por las comandantas luchando por Chiapas

Por todas las madres buscando en Tijuana

Cantamos sin miedo, pedimos justicia

Gritamos por cada desaparecida

Que retumbe fuerte ¡Nos queremos vivas!

¡Que caiga con fuerza el feminicida!

¡Que caiga con fuerza el feminicida!

Y retiemble en sus centros la tierra al sororo rugir del amor

Y retiemble en sus centros la tierra al sororo rugir del amor

Es la “Canción sin miedo”, de Vivir Quintana. Quienes están cantando frente a Bellas Artes son las chicas de El Palomar (o eso creo dicen al terminar).

Sororo rugir. Sí, eso debe ser parte de lo que sigue: el rugir de muchas voces distintas, el rugir de una misma hermandad capaz de reconocer su diversidad.