Sociedad civil para cerrarle el paso a la pandemia/María Gónzález de Cosío, diseñadora y académica Destacado

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Voces en los días del coronavirus

María Gónzález de Cosío, diseñadora y académica



Se nos fueron tres meses sin hacer nada. Noventa días que hubieran permitido producir gel antibacterial, cubrebocas especializados, desarrollar y/o adquirir ventiladores, adecuar espacios y construir muchos más para albergar a tantos enfermos, y sobre todo, tener las pruebas necesarias para cubrir a la población. Varias veces comenté —qué bueno que el primer brote del virus no fue en México porque ya hubiera arrasado con el país--. No sentí que tan pronto estaríamos esperando esta ola incierta de peligro con las manos vacías. Y nos llega sin preparación, sin conocimiento claro de qué hacer y cómo hacer. Hoy en la mañana, todavía nuestro conserje originario de Quecholac, un hombre inteligente y trabajador decía que allá no llegaría la enfermedad; cuestionaba que si de verdad era cierto.

Disculpen mi pesimismo, pero se extiende más allá de la enfermedad; estoy consciente de que el virus llega a un país débil, pobre, sin esperanza, sin servicios y sin dirección. Estamos en manos de la sordera, del capricho, de la terquedad que ha despreciado el sufrimiento de los otros países e ignorado las advertencias. Me preocupa que este descontrol se extiende de diversas maneras; por un lado mucha gente que no atiende las instrucciones; otra más que no puede atender por su situación personal que no le permite retraerse en su casa. Y lo más alarmante, grupos de la población que promueven el abuso para hacer daño y apoderarse violentamente de lo que no les pertenece, tal como hemos visto en los saqueos recientes. Después, se extenderá a aquéllos que no tendrán qué comer y que mediante la fuerza y la ilegalidad obtengan lo necesario para subsistir.

No se puede ignorar que las dádivas ofrecidas a los que menos tienen implican un menosprecio, una desconfianza; son actos que los hacen sentir inútiles, los niega como personas capaces de imaginar, actuar y producir. La gente lo que quiere es trabajar, ganarse dignamente los alimentos. Ayer un vendedor ambulante en la ciudad de México seguía preparando su comida a pesar de que no había clientes. Decía, —yo no puedo dejar de trabajar. Entonces, ¿por qué exprimir a aquellos que generan fuentes de trabajo? ¿Por qué estrangular a las empresas para que tengan que despedir gente por las exigencias fiscales y de otros rubros? Debemos tratar de que la gente no deje de percibir sus ingresos, de que se siga sintiendo útil, de que pueda salir adelante a pesar de esta adversidad. No entiendo la ceguera de las autoridades.



Sin embargo, tengo una chispa de esperanza y ya lo hemos demostrado. Creo en nosotros como sociedad civil, a veces menguada, a veces distante de problemas inmediatos, a veces egoísta e irresponsable. A pesar de todo, en estas últimas semanas, muchas, miles de personas están conscientes de la necesidad de tomar el sartén por el mango, desde las marchas aglomeradas, pacíficas, fuertes y disciplinadas exigiendo justicia ante la delincuencia imparable, o manifestando el trato desigual e injusto hacia las mujeres, hasta decidirnos a cerrarle el paso a la pandemia. Debemos felicitarnos por esta acción de unión, solidaridad, responsabilidad, y me queda la pregunta ¿Qué más podemos hacer desde nuestro cautiverio?

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