Literatura

El Chato

Un relato de Oscar E. Hernández López



Se despertó con el toque de diana, eran las 5 de la mañana con quince minutos, a pesar de lo duro del colchón de su cama, había logrado dormir más o menos. Estaba acostumbrado a dormir donde fuera, lo había hecho en sus guardias tanto en la sala de banderas como en los depósitos de armas y de vestuario, en la entrada a esos depósitos, en el pasillo, había una banca, en realidad era un pupitre, y ahí debería pasar la noche, o por lo menos el turno en vela. Quien fuera sorprendido durmiendo, además del arresto correspondiente, no se salvaba de una madriza por parte de los cadetes avanzados, pero el Chato había ideado un sistema de alarma muy original, tendía un hilo de coser a unos metros a cada lado de su asiento, llevaba el hilo en forma perpendicular al pasillo por donde el relevo estaba obligado a pasar y dándole vuelta por sendos pilares, llevaba los hilos hasta sus pies a los que amarraba los extremos, un hilo en cada pie. Cuando el relevo se acercaba, tensaban el hilo, y provocaban un tirón en el pie del Chato, ya fuera que se acercaran por derecha o por izquierda, el hilo se reventaba sin que el relevo se percatara de ello, el Chato se despertaba y se realizaban los cambios de guardia sin novedad.

Esa mañana estaba en la guardia en prevención de la Base Aérea, estaba detenido, le dijeron que en espera de baja. No tenía nada que hacer excepto ir a rancho tres veces al día, acompañado desde luego por uno o dos soldados que lo vigilaban de cerca, sus pertenencias seguían en su locker en la cuadra norte de la escuela, esos días no lo dejaron ir ni a bañarse. Para matar el tiempo, uno de los soldados que lo vigilaban le prestó unas revistas, eran algunos ejemplares del Libro Vaquero, aventuras del oeste plagadas de balazos y aventuras sexuales, literatura barata le nombraban los oficiales y, además, estaba penado para los cadetes leer esos ejemplares. Pero el Chato ya se iba, era cuestión de días, así que más ya no lo podían arrestar.

Cuando regresó de rancho, miraba por la ventana la pista de la base aérea, despegaba un Beechcraft, era un bimotor. –¡Cómo me hubiera gustado volar uno de esos! -pensaba el Chato--, era mi gran sueño.

Pero ese sueño ya no sería posible.



Su ingreso a la Escuela Militar de Aviación había sido todo un reto. Dos años antes, cuando estaba en segundo de secundaria, Osvaldo pasaba todos los días por enfrente de la Sexta Base Aérea Militar, estaba sobre la 24 Sur en Puebla, ahí donde luego fue el Parque Ecológico y ahora es un espacio deportivo. A veces, estando en clases, veía pasar los T-28 sobre su escuela, unas veces varios de ellos en formación, otras veces solitos, pasaba un avión y al rato pasaba otro, o tal vez el mismo, desde el salón no se les veía la matrícula, pero cuando pasaban a la hora del recreo, se les quedaba mirando, suspendiendo toda actividad.



Conoció en la secundaria a un capitán que trabajaba en la Base Aérea, daba electricidad y era de los operadores de la torre de control. Osvaldo platicó su sueño al capitán y éste le consiguió un instructivo para el ingreso al Colegio del Aire. ¡Era su tesoro! Ahí se especificaban todos los requisitos para presentar examen de admisión, estatura, salud, edad y un temario sobre las materias, eran casi todas, se trataba de conocimientos generales. Pero había un inconveniente, Osvaldo tendría 15 años al momento de intentar su ingreso, la edad mínima requerida era de 17 años y podría haber una dispensa si en el año de solicitud, es decir, entre el examen de admisión y el 31 de diciembre se cumplían los 17.

Mirando despegar el Beechcraft el Chato pensó “bueno, regresaré a mi edad real, ¡no tengo 17 años, tengo 16!”. El Beechcraft se alejó con rumbo a Chapala, poco a poco se fue perdiendo en el claro cielo de Jalisco hasta que ya no era más que un pequeño puntito entre unas pocas nubes.

El Chato se sentó en su cama, en realidad se trataba de un par de literas con tres niveles cada una dentro de un pequeño cuarto adjunto a la caseta de la guardia, le habían dejado la de abajo del lado derecho. Escuchó que llegaba el oficial comandante de la guardia para ese día, era el Teniente Piloto Aviador Roberto Pinzón, pidió novedades pues tenía que llevar el parte al comandante de la base.

--¿Y el detenido? –preguntó por el Chato.

–Ahí está –se escuchó la voz del sargento de turno–. No ha llegado su baja. El Chato reconoció a Pinzón, era uno de los dos oficiales pilotos aviadores que habían dado una plática motivacional a los cadetes de nuevo ingreso los primeros días de septiembre. Los “pelones” habían sido reunidos en el hangar de los Stearman para hablarles de lo que era la formación de pilotos aviadores, y lo que se esperaba de ellos. –Ya me veía yo con mis alas al pecho, mis Ray-Ban, mis botas y mi mascada al cuello --se imaginaba el Chato--. Me hubiera gustado que me mandaran a una Base Aérea del norte, Ensenada, por ejemplo. Ahí cerca de la frontera, con un buen sobre sueldo.

Pero la realidad era muy distinta, pronto causaría baja.

Tras varios meses de preparar el examen, Osvaldo había concluido la secundaria y aunque no muy convencido, estaba listo para ir a probar suerte a Zapopan. Semanas antes había resuelto el problema de la edad, su mamá lo llevó al registro civil acompañados de su tío Loro, era político y conocía a muchos funcionarios, obtener un acta de nacimiento aumentándose un año fue bastante fácil.

Osvaldo llegó a Guadalajara solo, nadie lo pudo acompañar. De inmediato se fue al Colegio del Aire, preguntando se llega a Roma, dice el refrán. Cuando dio inicio el registro, Osvaldo miró a su alrededor, había más de dos mil aspirantes, el primer paso fue separarlos por escuelas, los aspirantes a la de aviación eran más de mil doscientos. –En la madre --pensó Osvaldo--, somos un chingo, esto va a estar muy cabrón.

Al Chato le parecía increíble lo que vivía, sentado en su litera miraba a la puerta y recordaba.

–Carajo, tanto trabajo para entrar, aguantar la pócima todos estos meses para nada, todo se fue a la mierda. Luego del examen médico quedamos como novecientos, y en club Guadalajara eliminaron como a trescientos más.

El Chato recordaba que la única prueba en esa ocasión era la de salto de plataforma de diez metros. Uno por uno había subido al trampolín, a la orden del Mayor Jorge Malacara de “un paso al frente, ya” había que saltar, prohibido el clavado, tenía que ser de manera vertical. Muchos no tuvieron el valor de hacerlo.

--Recuerdo que nos habían dicho: el que no sepa nadar, levante su mano derecha cuando esté en la orilla del trampolín --platicaba Osvaldo a sus amigos varios años después--. Yo fui subiendo la escalera con mucho temor, me acompañó Daniel Romo.

Se refería al que le apodaban “el Buitre” cuando fue su compañero en la secundaria, su familia se trasladó a Guadalajara cuando pasaron a tercero, le dio alojamiento en su casa en la colonia Chapalita.

--Cuando llegué al trampolín, vi desaparecer al que estaba delante de mí, me acerque a la orilla, la piscina la veía chiquitita, creo que pensé ¿y si no le atino? Levanté la mano para indicar que no sabía nadar y retumbó en mis oídos la voz del Mayor Malacara. Un paso al frente, yaaaa. Mantuve la mirada al frente, apreté las piernas y las sostuve con las manos, ya había visto a varios deshuevados. En cuanto sentí que entraba al agua, comencé a bracear, no escuchaba nada, solo braceaba hasta que sentí la orilla de la piscina. Salí del agua y llegó corriendo Daniel a auxiliarme, me senté en la orilla, entonces vi que uno de los salvavidas le gritaba al Mayor “no está, el aspirante no está”.

Los amigos de Osvaldo morían de risa.

--Pero si yo estudiaba -pensaba el Chato con el Libro Vaquero en la mano--, Hicimos el examen de conocimientos, muchos estaban ahí por segunda o tercera ocasión.

El día de los resultados los habían formado en fila de tres, la instrucción fue la de pasar al ventanal y buscar su nombre. Del cincuenta hacia abajo, estaban admitidos, del cincuenta y uno al sesenta estaban de reserva, los demás tenían que pasar por sus papeles y a su casa.

–Me busqué por ahí del cuarenta, llegué al cincuenta y nada, al sesenta y tampoco. Ni modo, creí que estaba fuera. Recorrí la lista hasta el final y no me encontré, entonces regresé al cuarenta y recorrí la lista hacia el uno, al llegar al ocho leí mi nombre, ¡qué felicidad!, estaba adentro.

Cuantos sueños aparecieron en la mente del Chato en ese momento, se veía desfilando con levita el 16 de septiembre, volando un T-33 o un C-47 pero también sabía que tenía que ganarse ese honor, el año de potro que estaba por comenzar sería difícil. Y así inicio la vida de ese grupo de potros en la Escuela Militar de Aviación, la pócima diaria, cucharada de sal en el desayuno y cuidado y la escupes porque la madriza no se hace esperar, todo el tiempo corriendo, los potros no tienen derecho a caminar, en la comida también hay pócima, según la mesa y los avanzados presentes. A veces se repartían la comida de la siguiente manera: en la cabecera se sentaban dos avanzados, el resto potros, unos ocho, uno se comía los ocho bolillos, otro toda la sopa correspondiente a esos ocho, otro los frijoles, otro nada más agua. Los jueves ensayaba el conjunto musical Marakahua, y siempre ponían a bailar a uno o dos potros que, al ser descubiertos por algún oficial, de inmediato eran enviados a su mesa con el consiguiente arresto.

El Chato, apodo que le pusieron los cadetes avanzados por la forma de su nariz como de hueso de mango, se pasó la mano por el abdomen y pensó "bueno, por lo menos aquí no hay afinación de magnetos ni búsqueda de portafolios." Recordaba aquella noche en la que después de cenar y de correr un rato, el sargento primero llevó a los potros cerca de las aulas. Muy serio empezó un regaño. –¡Cómo es posible que suceda esto aquí! –-Se dirigió a los potros formados en tres filas y custodiados por otros cinco o seis cadetes avanzados–. Esta tarde salí un momento de mi salón, y cuando regresé ya no estaba mi portfolios. Alguien me lo robó o me lo escondió –explicaba el sargento--. Pero les voy a dar una oportunidad antes de que de verdad me enoje y les ponga un ejemplar castigo. Así como están formados, los tres primeros, vayan cada uno a un salón y busquen mi portafolios, si me lo traen, olvidaré el suceso.

Los tres primeros se fueron, uno a cada salón, el resto permaneció formado y en firmes. Luego de unos minutos, volvió a hablar el sargento.

–¡Es el colmo, esos tres ya se pelaron, no puede uno confiar en ustedes! A ver, los tres que siguen, vayan por mi portafolios.

Y se fueron los tres siguientes, y tampoco regresaron. Y así fueron de tres en tres, hasta que le tocó al Chato.

--Apenas iba entrando --recordaba el Chato--, cuando sentí que alguien me jalaba de la corbata, el salón estaba a oscuras, me llevaron de cara contra el pizarrón, me detuvieron los brazos hacia arriba, uno de cada lado y otro me afinó magnetos, me agarró a madrazos en los riñones. Sentí un dolor muy intenso, no podía ni respirar, luego me colocaron de frente, la espalda pegada al pizarrón y me golpearon en el estómago, me sacaron el aire, otra vez perdí la capacidad de respirar, las piernas se me doblaron, pero entre dos me mantenían alzado mientras otro me seguía golpeando. No sé cuánto tiempo paso, solo recuerdo que me aventaron al pasto fuera del salón y me ordenaron regresar al dormitorio por la parte de atrás.

La madriza había sido tremenda, era de las pócimas más severas, pero el Chato estaba dispuesto a soportarlo todo con tal de ser piloto aviador. Pero su mala suerte no lo dejaría cumplir su sueño. Su flaca figura, su origen poblano, o quién sabe que le molestó al comandante de cadetes, era un Capitán de nombre Eusebio, siempre lo estaba jodiendo, que si no tenía la fornitura bien boleada, que si su uniforme era más oscuro que el de los demás, etc. En una ocasión, lo llamó al dormitorio de oficiales, le pidió que le dijera dónde se había metido la noche del levante. El levante era una madriza generalizada a todos los potros un día por la noche. A cierta hora, luego del toque de silencio, los avanzados se levantaban sigilosamente, se colocaban el capote y la gorra de vuelos para no ser reconocidos y levantaban a todos los potros a madrazos, los llevaban a las regaderas donde luego de soberana madriza en riñones y estómago, los metían al agua fría. –Te escapaste del levante --le dijo el capitán--. Tengo informes de que no te encontraron esa noche, ¿acaso te evadiste de la escuela?

El Chato recordaba cómo se había salvado del levante. Pocos minutos después del toque de silencio, se deslizó muy lentamente y con mucho sigilo de su cama hasta llegar al suelo, se arrastró por el piso hasta llegar a la primera cama pegada a la pared, era la cama de Valdés, un cadete de segundo, y como ellos no intervenían, era un rincón seguro. Pasó el levante debajo de la cama de Valdés, cuando hubo terminado, de la misma manera regresó a su cama, pero alguien notó su ausencia y la reportó a Eusebio.

-Pero de esta no te salvas --Eusebio tomó su sable y soltó un golpe que el Chato esquivó, un acto reflejo hizo que respondiera con la vaina del sable asestándole un golpe al capitán, y salió corriendo hacia su dormitorio. –¡En qué pedo me he metido! --pensaba el Chato--, ahora sí voy a chupar faros.

Paso ese día y el siguiente pasaron sin novedad: al tercer día le tocó al Chato la imaginaria de guardia en el dormitorio norte, por lo que, a la hora del rancho nocturno, permaneció en su servicio. Al regreso del personal, los de imaginaria pasaron al comedor, Eusebio pasó lista y lo dio faltando. Envió un reporte a la dirección de la Escuela Militar de Aviación notificando dos faltas del Chato a lista. La sanción no se hizo esperar, arrestado en la guardia en prevención del Colegio del Aire para el fin de semana. El Chato se presentó al arresto, ahí el comandante de la guardia le comunicó que estaría en ese lugar mientras llegaba la baja que había solicitado su comandante. Era mentira, no habían solicitado nada, pero el Chato lo creyó. Ante la situación de baja en la que se encontraba, el Chato se evadió del Colegio para pasar el fin de semana en Guadalajara, a su regreso fue apresado y enviado detenido a la guardia en prevención, pero de la base aérea, ahora sí se tramitaría su baja.

Ese día lo pasó leyendo, durmiendo y de lo más aburrido, no hablaba con nadie, nada más al comedor y de regreso, el baño, ahí el de la guardia. Pasaron tres días más, le dieron chance de darse un baño, siempre escoltado por dos guardias armados.

Estaba acostado mirando el colchón de arriba cuando entró el sargento de guardia. –Cadete Osvaldo, que se presente de inmediato en la comandancia de la EMA, lo escoltarán dos soldados de la guardia. Lo recibió el Director de la Escuela Militar de Aviación, era el Coronel Rufino Velázquez G. –Ex Cadete, ha llegado su baja, firme estos documentos, pase a todos estos lugares, mostró la lista de almacenes y depósitos, así como departamentos de servicios, -y en cuanto recabe todas las firmas, recoja sus papeles e inmediatamente toma sus pertenencias y se retira.

Mundo Nuestro. Murió Ernesto Cardenal a los 94 años de edad. Una vida larga la del profeta. Una memoria grata para quienes lo leímos de jóvenes y escuchamos de viejo. Siempre con su Nicaragua en el corazón.

Salmo de la liberación

I

Escucha mis palabras, oh, Señor.



oye mis gemidos, escucha mi protesta,

porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores.

Pensaron que vivirían siempre y que siempre estarían en el poder

y les ponían sus nombres a sus tierras,



a todas las propiedades que robaban.

Les quitaron sus nombres a las ciudades

para ponerles los suyos.



Somos los desplazados,

somos los refugiados que no tienen papeles,

los confinados en los campos de concentración.

Los gángsters nos tendieron una red.

Lloramos en la noche

en la casa saqueada,

pálidos y callados,

esperando que llamen a la puerta

En el vecindario no nos saludan,

como si uno no hubiera existido nunca.

Nos insultan en la radio toda la noche,

su propaganda se ríe de nosotros

y nos caricaturizan

En tus manos encomiendo mi espíritu.

Ten piedad de mí, Señor, porque estoy en tribulación

mientras ellos están en fiesta

-están brindando.

II

¿Hasta cuándo Señor serás neutral

y estarás viendo esto como un puro espectador?

Despierta.

¡Levántate en favor mío, Dios mío,

en mi defensa!

Oye, Señor, mi causa justa.

Atiende mi clamor.

Escucha mi oración, que no son slogans:

yo guardé tus palabras

y no sus consignas.

Tú que eres el defensor de los deportados

y de los condenados en Consejos de Guerra,

y de los presos en los campos de concentración,

guárdame como a la niña de tus ojos,

debajo de tus alas escóndeme.

¡Oh, Señor,

que sepan ellos que son hombres y no Dioses!

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido?

Los ateos dicen que no existes.

¿Por qué han de decir los ateos

‘¿Dónde está tu Dios?’?

¿Hasta cuándo triunfarán los dictadores?

Ellos celebran fiestas todas las noches

y nosotros miramos las luces de sus fiestas.

III

Pero Tú le diste a mi corazón una alegría

mayor que la del vino que beben en sus fiestas…

Con nuestros oídos lo oímos.

Nuestros padres nos contaron la historia,

lo que tú hiciste con ellos.

Eres el defensor de los pobres

porque tú recordaste sus asesinatos

y no te olvidas del clamor de los pobres.

La esperanza de los pobres no fallará siempre.

Las palabras del Señor son palabras limpias

y no de Propaganda.

Nosotros no tenemos entrada a su Club,

pero tú nos saciarás.

Cuando pase la noche,

los pobres tendrán un banquete,

nuestro pueblo celebrará una gran fiesta

-el pueblo nuevo que va a nacer.

IV

¡Óiganme todos los pueblos!

Escuchad todos vosotros, habitantes del mundo,

plebeyos y nobles,

los proletarios y los millonarios,

todas las clases sociales:

No te impacientes, pues, si ves a uno enriquecerse,

si tiene muchos millones

y se acrecienta la gloria de su casa

y es un Hombre Fuerte.

La vida no se puede pagar con dinero.

En la muerte ya no tendrá ningún gobierno

ni ningún Partido.

No te impacientes si les ves hacer muchos millones.

Sus acciones comerciales

son como el heno en los campos.

No envidies a los millonarios ni a las estrellas de cine,

a los que figuran a ocho columnas en los diarios,

a los que viven en hoteles lujosos

y comen en lujosos restaurantes,

porque pronto sus nombres no estarán en ningún diario

y ni los eruditos conocerán sus nombres;

porque pronto serán segados como el heno de los campos.

Las grandes potencias

son como la flor de los prados.

Los imperialismos

Son como el humo.

V

En ti Señor confío.

Te cantaré salmos

Porque me libraste de la mafia de los gángsters,

los poderosos han caído del poder.

Yo vi el retrato del dictador en todas partes

-se extendía como un árbol vigoroso.

Y volví a pasar

y ya no estaba.

Lo busqué y no le hallé.

Lo busqué y ya no había ningún retrato

y su nombre no se podía pronunciar.

Ahora su Palacio es un mausoleo.

Porque tú eres quien gobierna por los siglos eternos

y oyes la oración de los humildes

y el llanto de los huérfanos

y defiendes a los despojados

y a los explotados.

Te cantaré en mis poemas

toda mi vida.

De: Salmos


Rubén Aguilar Valenzuela / www.miscuadernos.com.mx


En 1937, Elena Garro (1916-1998), de 20 años, acompaña a Octavio Paz, su esposo de 23 años (1914-1998), al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se realiza en España.

Paz era miembro de la delegación oficial mexicana que también estaba compuesta por Carlos Pellicer y José Mancisidor. A ese grupo se añadieron Silvestre Revueltas, Juan de la Cabada, Fernando Gamboa, José Chávez Morado y María Luisa Vera.

Garro en los años ochenta del siglo pasado redacta Memorias de España 1937 (Paralelo 21, 2019), que se publica por primera vez en 1992 (Siglo XXI), 55 años después de que habían pasado los sucesos que se narran.

Se sabe que la escritora tomó muchas notas de lo que vió y vivió en ese viaje a España. A partir de ellas relata sus memorias a las que añade reflexiones hechas desde el presente.

En 1978 y 1979, Garro durante una estancia en España, retoma y trabaja esas notas. En los años siguientes publica varios artículos que son la base de Memorias de España 1937.

Son las vivencias, en la memoria, de una mujer joven e inteligente que recoge todo lo que vive y sucede a su alrededor.

El comité organizador del congreso invitó a Paz por haber escrito el poema ¡No pasarán!. Él decide lo acompañe Garro con la que recién se había casado.

La autora, en el texto, se manifiesta como una mujer libre, que hace lo que piensa debe hacer. No se sujeta u obedece a nadie más que así misma.

En sus días en España, entre Madrid, Valencia, Barcelona y los frentes de guerra, la autora se encuentra con grandes personajes del mundo del arte y la cultura, que asisten al Congreso o participan, de una u otra manera, en la Guerra Civil.

De muchos de ellos Garro no solo los menciona sino que expresa la impresión que le hicieron. Es simple y llanamente lo que a ella le parecieron.

La autora siempre se mueve en el grupo de los mexicanos que participan en el Congreso. Es con ellos con quien más se relaciona y apoya todas sus actividades.

Eso le permite visitar pueblos y entrar en contacto con la gente y también con los combatientes en los frentes de guerra del lado de la República.

Garro, con ironía, se burla de las posturas ideológicas al interior de las fuerzas políticas y militares de la República que se disputan, con métodos violentos, el poder. Advierte su radicalismo.

En su carácter de independiente, que además se define como apolítica, plantea que en ese momento; “Ninguna ideología valía la pena de aquellos sufrimientos”.

Y afirma que nunca entendió las diferencias políticas de quienes se suponía luchaban por lo mismo. Unos y otros se hostigaban y combatían.

Las memorias contemplan también la estancia en París del grupo de los mexicanos ya de regreso a su país. Ahí destaca la descripción que hace de Silvestre Revueltas al que Paz ayuda a que vuelva a México.

Desde las primeras páginas del relato están las tensiones entre Garro y Paz, que sólo tienen algunos meses de casados. Son dos personalidades muy distintas.

El relato lo disfruté y me gustó mucho. Es una manera de adentrarse en lo que sucedía en la España de 1937, pero sobre todo de conocer más a Garro.

Se manifiesta una mujer segura de su belleza, de su inteligencia y de sí misma. Es la mirada de un testigo directo que se deja impresionar por lo que está viviendo.

Es la visión fresca, sin posiciones ideológicas previas, que cuenta lo que le pasa. La narración es espontánea y viva. Su única pretensión es expresar lo que experimentó y cómo entendió eso que vivió.

Memorias de España 1937
Elena Garro
Paralelo 21
México, 2019
pp. 187

Mundo Nuestro. Del poeta colombiano Jorge León Gil esta reflexión sobre una pregunta antigua: ¿poesía para qué?

(Ilustración de Adrián Pérez, tomada de la revista Nexos)

“El honor de la poesía fue salir a la calle. Fue tomar parte en este combate y en aquél. No se asustó el poeta cuando le dijeron insurgente. La poesía es una insurrección”.



Pablo Neruda

Existe una vieja pero nunca resuelta polémica acerca de si es posible, ético y conveniente aquel principio estético proclamado hace casi un siglo, de “El Arte por el Arte”; es decir, un arte que no obedezca a causas ni a objetivos de tipo social, pragmático o utilitarista; y aquella otra posición, que no sólo afirma que es imposible concebir un arte que no esté directa o indirectamente, consciente o inconscientemente condicionado por el flujo de la realidad concreta en que se mueve el artista, sino que es deber de éste, que su obra entrañe cierta carga ideológica que refleje y cuestione dicha realidad, de tal manera que el arte en general sea de algún provecho, y no un mero placer estético.



A propósito de esta última tesis, leamos lo que decía Belinsky (1847):

El más alto y más sagrado interés de la sociedad es su propio bienestar, que afecta por igual a cada uno de sus miembros. La ruta del bienestar es la conciencia, y el arte puede contribuir a la conciencia no menos que la ciencia. En ella, tanto el arte como la ciencia son igualmente necesarios, y ni la ciencia puede reemplazar al arte, ni el arte a la ciencia”.



Y recordemos cómo la crítica estética marxista popularizó con George Lukacs la condena a las vanguardias artísticas; desde Joyce, Kafka, Musil, y el mismo Nietzsche, hasta los movimientos surrealista y cubista, tildándolos de expresiones burguesas, decadentes. En cambio se celebraban versos como estos del poeta Nekrasov, en los cuales un ciudadano se dirige al poeta: “Y tú, poeta, electo del cielo,/pregonero de las verdades eternas:/¡No creas que el necesitado de pan/no vale el canto de tu lira elocuente!/¡No creas que ha caído tan bajo el pueblo:/no ha muerto Dios en el alma de los hombres/y el clamor del pecho creyente/siempre será accesible a ellos!/Sé ciudadano! Sirviendo al arte/vive por el bien del prójimo, /sometiendo tu genio al sentimiento/del Amor, que todo lo abarca.

En el polo opuesto se han situado también muchos artistas, negando que el artista deba servir a la sociedad, contribuyendo al desarrollo de la conciencia humana y al mejoramiento del orden social en general. Veamos como ejemplo lo que dice Pushkin en algunos versos de su poema ‘El populacho y el poeta’: “Marchaos ¿Qué tiene que ver con vosotros el poeta pacífico?/Endureced en la perversidad sin remordimiento. /No os vivificará el canto de la lira! Sois repugnantes para el alma como los féretros. /Para vuestra maldad y estupidez/habéis tenido hasta hoy las cárceles, las hachas y los látigos. /Esto basta para vosotros, locos esclavos.”

En el caso concreto de la poesía, es innegable la relación que ha tenido el poeta y la sociedad en casi todas las culturas a través del tiempo. Por ejemplo el poeta Muhsin Al-Ramli dice que en Irak, “la poesía no se considera un complemento o un lujo sino una necesidad, no es sólo un medio de expresión sino que se convierte en una experiencia viva y, aún más, en una extensión de la propia vida. Gracias a la poesía, la persona vive lo que no le ha sido permitido vivir”. Y agrega que en Arabia y en Irak se festejaba el nacimiento de un poeta, porque se convertía en el portador de la tribu; siendo además Irak el único país donde existió un mercado de poesía, en Basora, donde acudía gente de lugares muy lejanos a comprar, vender, aprender o criticar. Cuenta además que la relación poesía y sociedad queda reflejada, por ejemplo, en el hecho de que el poeta Yawahiri, conocido en los años cincuenta y sesenta por la fuerza de su poesía reivindicativa, era seguido por el pueblo cuando caminaba por la calle. Aquel seguimiento terminaba en una manifestación improvisada contra el gobierno.

En la actualidad el número de poetas irakies es difícil de calcular, pero se cuentan más de setecientos vivos, muchos de ellos exiliados, y que como Mahmoud Darwish (Palestina 1942) escriben poemas a la resistencia, tanto de Palestina como de Irak. De su poema Carnet de Identidad”, algunos versos: “...no aborrezco a nadie, /ni a nadie robo nada. /Mas, que si tengo hambre, /devoraré la carne de quien a mí me robe! / ¡Cuidado, pues!.../Cuidado con mi hambre, /y con mi ira!

En occidente la tradición de poetas que hacen eco de la voz del pueblo, para cantar sus alegrías, sus luchas y sus sueños es muy vasta, profunda, trascendental y bella, abarcando casi todos los países y las épocas; desde Bertold Brecht, Vladimir Mayakovsky, Atila Jozsef, José Martí, Miguel Hernández, Roque Dalton, Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, César Vallejo, Pablo Neruda; y muchos contemporáneos, incluyendo; por supuesto, a poetas colombianos; tales como Castro Saavedra, Gonzalo Arango, Juan Manuel Roca y la mayoría de los poetas actuales, quienes además de dedicar secciones enteras de sus libros a la reflexión sobre el arte poética, hacen algo idéntico con la llamada poesía social, comprometida o de denuncia; es decir, aquella que hasta comienzos de los setentas se conocía como poesía de protesta o revolucionaria.

El escepticismo sobre si la poesía cumple realmente alguna función efectiva en las transformaciones sociales siempre ha estado presente, aun en los mismos poetas. Por ejemplo, en 1989 la revista Prometeo, parafraseando a Hölderlin, preguntó a varios poetas colombianos: “¿Qué papel cumplen la poesía y el poeta en el momento que vivimos?. Permítanme recordar –y comentarte-parte de las respuestas dadas por algunos de ellos:

Juan Manuel Roca decía que: “…la poesía es tan inútil como intentar descarrilar un tren atravesándole una rosa en la carrilera. O tan inútil como el amor del Papa a la humanidad”.

Aquí Juan Manuel hace dos aseveraciones típicas de su fértil imaginación y la atávica exageración paisa. Respecto a la primera, yo diría que es tan incuestionable y contundente como la almádana con que se fijan los rieles a la tierra… a no ser que se tratara de un ramillete de flores artificiales de T.N.T. o pentonita. Pero en cuanto a la segunda, se trata, evidentemente, de una desproporción, de un exabrupto, una completa ironía del poeta; pues, como decía Cocteau, “Yo sé que la poesía sirve para algo, pero no me acuerdo para qué.”

José Manuel Arango citaba a Fernando González, quien decía que la vida es un nudo enredado; e insinuaba que la función de la poesía es desenredarlo. Cosa que, con todo el respeto que me merece el maestro, no comparto, pues, de hecho, con demasiada frecuencia los poetas y sus poemas son ellos mismos un gran enredo. Además, de ser válida su hipótesis, con todos los millones de poemas que durante milenios han escrito millones de poetas, sería apenas lógico que de esta manera el nudo de la existencia ya se hubiera desenredado; y por tanto, el sentido de la poesía habría llegado así también a su final, logrado su objetivo. Algo que el mismo José Manuel no desearía; pues cumplida la finalidad de la poesía, acabaría también la razón de ser de la misma, se acabaría la poesía, y José Manuel dijo alguna vez algo parecido a la sentencia del primer cantor de todos los esplines (Baudelaire): “Un hombre decente puede pasarse tres días sin comer, pero sin poesía no”.

Samuel Jaramillo – entre muchísimas cosas más- decía que “…la poesía ofrece…su capacidad de potenciar las formas de capturar e imaginar nuestra realidad, su capacidad de avizorar rumbos posibles”. Y esto es algo que me desconcierta, pues a pesar de que Nabokov dijera que realidad es una palabra que siempre debería ir entre comillas, yo no entiendo qué significa imaginar una realidad, que de puro contundente a todos nos avasalla y atropella. Por lo demás, creo que a un verdadero santo o un auténtico poeta, el rumbo no es lo que más le importa de éste viaje, de esta aventura que es la vida. Es más, pienso que todo artista genuino debería arrojar la brújula por la borda.

En fin, no quiero abrumar al lector comentando todas y cada una de las respuestas dadas por los poetas al espinoso interrogante que les lanzara Prometeo. Respuestas que podrían aumentar hasta el infinito, pues incontables son los poetas que han tratado de responder la célebre e inquietante pregunta que arrojara Hölderlin en los insondables lagos de los tiempos: “¿Y para qué poetas en tiempos de miseria?

Yo pienso que la poesía, como todo auténtico arte, casi que lo único que debería defender es su derecho –casi que su necesidad- a ser inútil. Y tal vez sea esta una de las razones por las que algunos sostienen que la poesía es el arte supremo; pues ningún arte más inútil que la poesía; a pesar de los muchos beneficios que se le atribuyen, desde los más nobles y desinteresados, hasta los más espurios y mezquinos, tales como los que enumera Jaime Jaramillo Escobar en su irónico, pero rico y delicioso libro Método fácil y rápido para ser poeta. (Lo recomiendo. Solamente por las citas que vienen al final de cada capítulo valdría la pena tenerlo. Es una auténtica joya).

Nada tan inútil como la poesía. Si existiera algo más inútil ya lo sabríamos. Sí la poesía sirviera para algo ya no sería poesía.

Ningún oficio más “inoficioso” y superfluo que la poesía. Permíteme que lo ilustre con un ejemplo:

Si un amigo tuyo se casa, y tú eres músico y muy probablemente no tienes dinero, perfectamente podrías suplir el correspondiente regalo de los desposados con una bella canción de bodas o una pequeña marcha nupcial, que será, en cualquier caso, no sólo la delicia y el deleite y el orgullo de los novios, sino también de los invitados.

Si eres un pintor, no necesitarás ser un gran Picasso para que ese bodegón, paisaje o retrato pase alegremente a formar parte del nuevo hogar y la nueva casa.

Algo semejante si eres un escultor o un arquitecto. Ni qué decir si eres un ebanista, un vendedor de autos o un pastelero.

Si quiromántico, mago de feria o payaso, siempre tus dones se recibirán con agrado. Pero ¿qué podrían hacer los pobres novios con una décima, un romance, un soneto o cualquier especie de epitalamio? Con seguridad que les sería imposible ocultar su profunda decepción e, inclusive, un sentimiento de burla y estafa.

A este respecto más le vale recordar a los generosos e ingenuos poetas aquello que, de verdad, pudo ocurrirle al simpatiquísimo Alfredo Brice Echenique: “Te quería regalar la luna y las estrellas, pero te empeñaste en un par de zapatos”.

El poema romántico, el epitalamio que con seguridad llenaría de dicha a los recién desposados, sería aquel que fuese escrito al respaldo de un certificado de propiedad de una pequeña hacienda, un modesto auto, o un tiquete para un crucero por el mediterráneo.

Pero la misma pregunta que le hiciera Hölderlin a su amigo Heinze, a través de su poema Pan y vino, podría extrapolarse a otras artes; por ejemplo, ¿Para qué músicos en tiempos de miseria? ¿Y escultores? ¿Y cineastas? ¿Y arquitectos? ¿Y pintores? Y así, casi que hasta el infinito. Y ni qué decir de los chefs y los gourmets, los arqueólogos, los astrónomos y los filólogos; y otros miles de profesiones y oficios.

Ahora bien, ¿La pregunta no debería hacerse al contrario? Es decir, ¿Y para qué poetas en tiempos de esplendor y abundancia? Porque, ¿Ha habido un ganador de la lotería que le haya hecho algún poema al Súper Gordo Millonario, al Superbaloto? ¿O algún mafioso que le haya escrito un poema a la coca o la amapola? ¿O un terrateniente a la bonanza cafetera? ¿Cuál Don Juan ha escrito un inmortal poema a alguna de sus regaladas presas? Todo lo contrario, han sido las penurias, miserias, desamores y desgracias; tanto del cuerpo y del alma, como del mundo y de la casa las que han generado los más ricos y espléndidos poemas de todas las épocas y todas las naciones.

Y una última cuestión, ¿a la pregunta de Hölderlin, ¿Y para qué poetas en tiempos de miseria? no se le debería eliminar las cuatro últimas palabras?

TREINTA Y TRES TRINOS

@leongil2011

No es que fuera dominante, autoritario o posesivo; solo trataba retenerla por todos los miedos posibles.

------------------ o ------------------

Hablar de “Poesía femenina” es tan absurdo y ridículo como hablar de música, química, medicina o física femeninas.

------------------ o ------------------

Los artistas de antes disponían de su técnica y sus materiales; los actuales, de sus tácticas y sus “conceptos”.

-------------------- o ----------------

Ahora que Luis Alfredo Garavito se volvió cristiano, su amor platónico debe ser el Divino Niño.

-------------------- o -----------------

Envidia: es mejor despertarla que sentirla.

Lujuria: es mejor ambas cosas a la vez.

------------------- o -------------------

Le tengo mucho temor al agua. Me hubiera gustado ser un hombre con agallas.

------------------ o ---------------------

No me importaría no tener casa, con tal de poder entrar y salir de ti como Pedro por la suya.

----------------- o ---------------------

A la poesía le debo todo lo que soy, lo que nunca fui y lo que jamás seré y; por supuesto, todo lo que no tuve ni tendré.

------------------ o --------------------

A quienes viven quejándose de esta vida (como Fernando Vallejo) se les desea; muy sinceramente, que pasen a mejor vida.

------------------ o --------------------

En un terremoto hasta los más valientes y temerarios tiemblan.

------------------ o --------------------

Lobos con piel de cordero, y lobas con pieles de visón, de marta, etcétera.

------------------ o --------------------

En favor del sexo: se invoca más a Dios en la cama que en el templo.

------------------ o --------------------

No hay “dinero fácil”. No lo es el de los atracadores, ni el de los traquetos ni el de las putas; solo el de los políticos.

------------------- o -------------------

¿Si le decimos a alguien que es un perfecto hijo de puta; y podemos demostrarlo, aun así podría denunciarnos por injuria y calumnia?

-------------------- o ------------------

Mucho mejor que una mujer buena es una mujer bien buena.

-------------------- o -------------------

Adivinanza: ¿Quiénes; cuando entran en paro, no se cruzan de brazos sino de piernas?

-------------------- o -------------------

¿Cuándo alguien vuelve en sí; después de perder el sentido del humor, se ríe de inmediato?

-------------------- o --------------------

Cuando todas las cosas nos salen mal, lo que necesitamos no es un golpe de suerte sino un tiro de gracia.

-------------------- o ---------------------

¡Jamás he sido ni seré objeto sexual de ninguna mujer! He ahí una de mis mayores frustraciones!

-------------------- o -------------------

Para evitar disputas de pareja, hemos decidido no hablar de política ni de religión ni de nada, y continuar ignorándonos mutuamente.

--------------------- o -------------------

El misterio de la virgen: en todas las épocas y culturas, el hombre ha sentido una gran devoción por las vírgenes.

--------------------- o -------------------

Para evitar la exclusión de género, deberíamos hablar de los actores y las actrices del conflicto armado en Colombia.

--------------------- o -------------------

Así como existen los refugios antiaéreos, también deberían existir los refugios antinavideños.

--------------------- o --------------------

El problema con el noveno mandamiento es que es muy difícil desear una mujer bella que no sea de algún prójimo.

-------------------- o -----------------------

Es apenas lógico y natural que sobre la fidelidad de la pareja exista siempre una duda razonable.

--------------------- o -----------------------

¿Podría decirse que todos los bebés son pequeños mamíferos y todos los adultos grandes mamones?

--------------------- o ----------------------

Te conocí cuando apenas eras una niña. Y mírate, ya estás hecha toda una Lolita.

-------------------- o -----------------------

Para la iglesia católica es más cómodo condenar el aborto que combatir el hambre que mata miles de niños diariamente.

--------------------- o -----------------------

Escribir libros de autoayuda es fácil, el problema es que ni el mismo autor puede aplicarlos.

--------------------- o -----------------------

En la adversidad es cuando se conocen los amigos’; en la prosperidad, cuando se desconocen.

--------------------- o -----------------------

La clase media y la clase alta también son bajas.

--------------------- o ------------------------

Hay quienes sugieren que los viejos y los feos también tengamos pico y placa.

--------------------- o ------------------------

La frase que nos dejó verdes de la envidia a todos los blasfemadores: “Lo único que salva a Dios es que no existe”.



La llama doble
Octavio Paz
Seix Barral-Biblioteca Breve
México, 1999
pp. 221

En 1993 Octavio Paz (1914-1998) escribe el ensayo La llama doble (Seix Barral-Biblioteca Breve, 1999), que se integra de nueve partes que reúnen reflexiones, imágenes y metáforas sobre el amor que relacionan la poesía, el pensamiento y la vida del autor. Paz sobre el texto dice que “me enamoré. Entonces decidí escribir un pequeño libro sobre el amor”.

Sobre este texto se han escrito muchos estudios y reseñas. Paz ofrece una reflexión sobre la historia del amor en Oriente y Occidente porque “el ocaso de nuestra imagen del amor sería una catástrofe mayor que el derrumbe de nuestros sistemas económicos y políticos, sería el fin de nuestra civilización”·

En esta obra, dice Liliana Muñoz, “se funden el poeta, el ensayista, el lector, el hombre: el Paz que escribe es el Paz que vive y ha vivido –que ha sentido y padecido– la pasión amorosa. El movimiento de La llama doble es pendular: Paz utiliza como eje la memoria histórica para articular su propia visión del amor, iluminando –embelleciendo– cada pasaje con imágenes poéticas que constituyen en cierto modo la cristalización de sus lecturas”.

Paz en el texto reflexiona sobre tres llamas: sexo, erotismo y amor que son “manifestaciones de lo que llamamos vida”, pero creación humana son solo el erotismo y el amor. Las tres llamas se necesitan, pero manifiestan estados diferentes. Hay una graduación que va del sexo al amor pasando por el erotismo. El sexo es lo instintivo y lo más primitivo, el erotismo es ceremonia del deseo y de los cuerpos y finalmente viene el amor, que es la entrega incondicional al otro.

Sin sexo no hay reproducción. Es una necesidad, para que la humanidad siga existiendo, pero el hombre y la mujer en su encuentro deben trascender la sola función de multiplicarse. El erotismo, un escalón en el proceso de humanización, no se sujeta al fin de la reproducción, y permite el encuentro de los amantes en el gozo compartido.

El lenguaje propio del erotismo es la mirada, la imaginación, la palabra y el cuerpo. Se expresa en el deseo de estar con el otro, de tocar al otro y de ser uno con él. Es también sexualidad, pero de otro modo. El erotismo conduce al amor, pero no necesariamente en todos los casos.

Paz plantea que el amor está presente en todas las civilizaciones, aunque de distinta manera. El amor es erotismo transformado. En su búsqueda encuentra que el amor tal como hoy día se entiende en Occidente surge con la idea del amor cortés en la Provenza francesa en los siglos XI y XII. Es la consagración total a la amada, al amado, que implica la vida sexual y erótica con sola una persona.

En versión de Paz un grupo de poetas, en el espacio de 200 años, crearon la manera de cómo entender el amor que hoy día sigue presente en Occidente. Esos poetas revolucionaron el contenido y la imagen del encuentro de la pareja. Los amantes, en su condición de amantes, eran iguales. Solo en esa igualdad puede fructificar el amor.

El amor como lo entiende Paz se da siempre en la relación con el erotismo. La amada, el amado, que es el objeto del deseo, supone una persona real y tangible, no una idea abstracta. Siempre se ama a una persona en concreto.

Paz, en la figura del asceta y el libertino, encuentra los dos extremos en el impulso del amor erótico. Los dos tiene en común que niegan la reproducción. El primero a través de la castidad se propone la comunión con Dios y el segundo busca en el placer por sí mismo el sentido de la vida. Uno y otro buscan romper con las convenciones del mundo. Uno y otro también enfrentan la vida en solitario.

Los dos renuncian a la pareja y todas las parejas, dice Paz, son la réplica de la pareja original. Aquella que por el pecado fue expulsada del Paraíso. Desde entonces, la pareja busca aquello que la reconcilie con el Paraíso perdido que es, precisamente, el amor. Y el amor penetra y traspasa el tiempo, para crear un espacio propio donde no existe el principio y el fin sino solo el tiempo que no tiene tiempo. La eternidad.

En el encuentro erótico, cada uno de los integrantes de la pareja se crea y recrea. Uno y otro son lo mismo, pero no son lo mismo. El erotismo es, dice Paz, un acto de “creación y destrucción. Es instinto: temblor pánico, explosión vital”, que deja atrás la función primaria de la reproducción, para dar lugar al amor.

El amor solo es posible entre personas realmente humanas. Es un amor muy distinto al amor de los hijos, de los padres y de los amigos. Este amor, del que se habla en el libro, requiere del “elemento erótico, la atracción hacia un cuerpo”.

Entre la religión y el amor hay una estrecha relación y Paz afirma que “nuestra poesía mística está impregnada de erotismo y nuestra poesía amorosa de religiosidad”. El Cantar de los Cantares es un poema erótico que alimenta la imaginación y la sensualidad. El éxtasis místico siempre ha estado asociado al placer sexual.


Literatura

Mudanza/ Un cuento de Günter Petrak

(Ilustración de Ticatla)



Es la tercera vez en el año que nos cambiamos de casa. Mi mamá se ha puesto el paliacate en la cabeza y ha comenzado a limpiar por abajo y por detrás de los muebles. Mi vida transcurre en una eterna mudanza, un interminable día de limpieza: anda, Ana, ayúdame con esto y con lo otro, acomoda tus cosas en el cuarto, llena la cubeta de agua… Y yo simplemente quiero que me sonría y se acaben los ires y venires.

−Cómo deseo encontrar un lugar donde hacerme vieja −exclama mi madre como si me hubiera leído el pensamiento−, un sitio tuyo y mío, para siempre.

No quiero hacerme vieja, apenas tengo doce años, pero le digo, con guasa:

−Si ya estás vieja, mami…



Ella me mira con indulgencia y me extiende un plumero:

─Ten, sacude el polvo del armario.

A las seis de la tarde terminamos la tarea y nos sentamos a la mesa. Sólo hay una bolsa de papas fritas para la cena, y un vaso con leche.



Mi habitación está al final de un pasillo oscuro en el que hay otras dos puertas, una que da al patio y otra cerrada con pasador y un candado muy viejo, oxidado.

− Mamá, ¿ya viste esta puerta? ¿Te dijo el dueño qué hay adentro?

− Es un cuarto de tiliches, ni se te ocurra entrar, tiene cosas del arrendador.

Estoy cansada, mi madre me enseñó a rezar antes de dormir, pero hoy he olvidado las plegarias, me ha ganado el sueño, mi almohada es una promesa, un alivio, un rico y mullido ZZZZ de caricatura…

Al amanecer me despierta la luz del sol, no nos alcanzaron el tiempo y las fuerzas para colocar las cortinas. Me pareció oír el trino de un gorrión, el quiquiriquí de un gallo y creo que un rebuzno, aunque también pudo ser la tubería, esta casa está muy vieja, tiene vigas de madera en el techo y el baño está afuera, retrete de barro, regadera de cadena, piso de tepetate. Pero es cómodo. Tengo todo el día para recorrer mi nuevo pueblo, mientras mi madre me inscribe en la única escuela que hay y hace algunas compras en el mercado… es una población entre montañas, de calles solitarias, quizá la gente sale temprano al campo, creo que extraño el bullicio de la ciudad donde vivíamos hasta hace un par de días y a los vecinos… estoy sola, más sola que el diente de león seco que arranco de la acera y al que le soplo con fuerza, me gusta ver volar las semillas, tan libres; pero yo no me siento libre, vuelo como esas semillas, de un lado a otro, mas no empujada por el viento sino por las manos de mi madre que no encuentra acomodo en ningún trabajo, en ninguna ciudad o aldea… a veces la detesto.

Después de recorrer todas las calles, las de piedra, las de tierra, las de cemento, las de hoyos; después de asomarme a ventanas y patios, de contar cada ventana y maceta, cada balcón, cada teja, he llegado a casa con los pies adoloridos. Mi madre no ha llegado aún. Tomo la jarra vacía que está sobre la mesa y voy al pozo. Es bonito tener un pozo y sacar agua con un balde de lámina. Le diré a mamá que cambie la jarra de plástico por una de barro, seguro que así estará siempre fresca y sabrá mejor. Lleno un vaso con agua y camino con él a mi recámara para recostarme un rato. Al pasar junto al cuarto de tiliches escucho un breve crujido, adentro. Me detengo y acerco una oreja a la puerta. Nada. Sigo hasta mi cama y me dejo caer sobre ella, suavemente, después de poner el vaso de agua sobre el buró.

Me despierta el golpe de algo pesado que se ha caído, tal vez dejamos algo mal puesto, pienso, pero luego escucho otro crujido en el cuarto clausurado y me levanto de golpe, ¡ratas!, se me ocurre, y con aprensión salgo al patio en busca de una escoba.

El candado es antiguo, quizá por eso fue fácil abrirlo con un pasador para pelo que me encontré junto al lavadero. Estaba muy pequeña la última vez que mi mamá me puso uno como ese en el cabello. La habitación está polvosa y huele a moho. La única ventana está cubierta con una sábana, la cual retiro tapándome la nariz y la boca. Los rayos de luz iluminan las motas de polvo que vuelan de aquí para allá, diminutas; son mucho más pequeñas que las semillas de diente de león, pero vuelan igual.

Contra lo esperado, el cuarto está polvoso, pero cuidadosamente ordenado. Sin duda fue la recámara de una niña, acaso de mi edad. Hay una pequeña cómoda con espejo, una camita y dos mesitas de noche. Un oso de peluche reposa sobre la cama y en una repisa hay un viejo reloj despertador, una muñeca, una cajita de música, un cepillo para el pelo, nada que no se pudiera encontrar en cualquier habitación de niña normal, aunque, quizá de otra época. Descubro un álbum de fotos. Dejo la escoba a un lado y lo abro con descuido, una hoja cae del interior:

Esta era yo, ¿sigo siendo yo? La que llora por mí, aquella que no fui, la que seré. ¿En qué parte del sueño de la vida me perdí? Tal vez soy solamente el rumor de una esperanza que pasó aleteando entre los muros de un instante detenido, esa fotografía de un hecho aislado, un daño colateral. ¿Te ves? ¿Me veo? Ese casi rencor en un rostro casi infantil, casi angustia. ¿Dónde estoy? Una lágrima rueda hacia abajo, hacia atrás en el tiempo… Tal vez pase por la ranura del pasado y caiga en la mano de aquella que fui y le diga “esto es lo que serás: una nostalgia, un recuerdo vago, un silencio de voces en una hoja en blanco… una lágrima”.

No entiendo todo lo que dice, pero algo me ha pasado, me siento triste y ni siquiera he visto las fotos. De pronto parece que estoy en un sueño, como si me mirara a mí misma desde otro lugar en el Tiempo, desde el interior de un espejo o una ventana opaca y rota. Me acomodo sobre la cama y hojeo el álbum. Hay fotografías viejas y deslucidas, en blanco y negro, pero las hay también en color. Una niña de vestido blanco, con holanes y encaje sonríe a la cámara. Posa junto al lavadero de piedra, el que reconozco, el que está en el patio; a un lado aparece el pozo, con su brocal también de piedra y su horquilla y su polea y la cuerda. Alguien, alguna vez, me enseñó las partes de un pozo… ¿alguien?... Hay un retrato familiar, la misma niña, con el mismo vestido, dos adultos, seguramente sus padres, ninguno sonríe, están serios, como si posaran por trámite, por obligación.

No todas las imágenes contienen personas. Me gusta la foto de un puente de piedra, tomada desde abajo, al margen de un río y la de las montañas que rodean el pueblo, en el momento en que caen la tarde y la neblina… Vuelvo la vista a la ventana, caen la tarde y la neblina, como en la fotografía y la tristeza se hace más honda, más íntima. Paso las palmas de mi mano sobre la colcha en la que estoy sentada, es como si tocara el tiempo y una vaga aprensión me anuda el ánimo. De pronto me doy cuenta de que ya no soy yo, ya no son estas mis palabras, se ha ido mi infancia en un instante, me abruma un cansancio desconocido, el peso de una vida que aún no he vivido. Me recuesto sobre la cama y me vence el sueño.

Despierto. No escucho rebuznos, ni ladridos, el día se mete por un hueco que dejan las cortinas y en medio de mi modorra me doy cuenta de que estoy en mi cuarto, que ya están colocadas las cortinas, que no sé cómo es que amanecí en mi propia habitación.

Oigo y huelo desde mi cama que mi mamá está en la cocina. Huele a jitomate y cebolla friéndose. Salgo de mi cuarto y al patio, voy al baño. De regreso en el pasillo advierto que el candado está puesto en la puerta prohibida. Mi madre me ha visto y me llama a sentarme en la mesa. Me sirve huevos revueltos y chocolate.

─Soñé que entraba al cuarto de tiliches y que encontraba fotos y juguetes.

─Menos mal que fue un sueño. Si me entero que has entrado me voy a enojar seriamente contigo.

─Fue un mal sueño, mami, me dio tristeza. ¿Sabes quién vivió antes aquí?

─Creo que el dueño y su familia… se mudaron cuando murió la madre. ¿Por qué?

─ ¿Tú crees que las casas guardan la esencia de sus moradores?

─ Seguro que sí, sobre todo si usan perfume… ya no molestes, tengo una cita en la tienda de abarrotes. Pídele a Dios que me den trabajo.

Siempre es así con ella, las prisas, la incertidumbre. Lavo los trastes y la acompaño a la reja de la entrada. Nuestra nueva casa tiene un pequeño jardín al frente y al final, frente a la calle, un muro pequeño y una reja. Nos despedimos.

Regreso para arreglar mi cama. Al pasar junto al cuarto de tiliches no puedo resistir la tentación de abrir la puerta. Busco un alambre, un gancho, un pasador, una llave. Y encuentro todo, el patio está lleno de despojos en tiempo pasado. Abro el candado.

No fue un sueño, ¿es tan fácil confundirse? Ayer estaba cansada y triste. Ahí están el oso de juguete y la muñeca, el Tiempo atrapado en ese álbum. Me asomo en él: un barquito de papel en un estanque y la niña que lo empuja; una puerta de madera, cerrada, junto a una ventana con postigo, ¿para qué habrán tomado esa foto?; un gallo en un corral; y la niña, otra vez la niña con el vestido de holanes, parada junto al quicio de una puerta sin puerta, mirando hacia la cámara. Junto a su cabeza hay un par de mazorcas colgadas en el muro y sobre éstas un muñeco de plástico roto, sin brazos ni piernas. Es todo del mismo color, pero distingo en el rostro algo como un antifaz, y tiene puesta una camisa vaquera. El conjunto me da escalofríos, pareciera que la niña y el muñeco me miraran, que de esa puerta fuera a salir algo sin forma y sin nombre. Cierro el álbum bruscamente y como el día anterior, una hoja cae de entre sus páginas:

Sentada en el umbral de la vejez, al que he llegado sin morir, viviendo, miro hacia adelante, hacia atrás, y cuento las canas, los años, las pecas en mis manos. No quiero hacer la lista de mis amigos muertos, de las oportunidades perdidas, de los sueños derrotados, pero me afligen los huesos de ese pasado desolado, desierto pantano de recuerdos… No quiero, no quiero… escribir la lista de mis domicilios pretéritos, de los gestos amables de olvidados nombres, de inolvidables rostros. No hay álbum que pueda guardar las mudanzas, las maletas, la lluvia en la ventana, el pan enmohecido. Quiero ese amor que nunca fue, ese amor de siempre, el que escogí como último, el que se desvaneció en el tiempo, quiero, solamente, simplemente quiero, aceptar mi Tiempo.

Estoy confundida, cansada, como si una nostalgia ajena se hubiera apoderado de mí y no quiero volverme a dormir, a soñar con este espacio extraño que parece propio.

Salgo de la habitación, angustiada. Me cuesta trabajo respirar. Decido salir a caminar, tal vez a esperar a mi mamá junto a la reja.

Al pasar por la sala veo a una mujer anciana sentada en el sofá. La puerta de la casa está abierta.

─ ¿Señora? ¿Vino usted con mi madre?

Ella murmura algo que no entiendo. Me acerco y repito la pregunta:

─ ¿Vino usted con mi madre? ¿Está ella aquí?

La mujer alza la vista, hay algo familiar en sus rasgos, tiene la mirada afligida, el gesto desconsolado.

─ ¿Ana?

─ ¿Mami?

Vida y milagros


A veces se sienten las penas como si fueran nuevas.Así me pasa cuando llega de nuevo el 5 de agosto, el día en que murió mi madre hace once años ya. Su vida fue especial. Dotada de una belleza única, fue tímida y a la vez arrojada. Se quedó viuda a los 46 años y con cinco hijos entre veinte y quince años. Ella siempre trabajó hombro con hombro al lado de mi papá para sacar la casa adelante. Él trabajando en una agencia de coches ,y ella con su academia de danza, gracias a la cual toda una generación de mujeres, incluidas mi hermana y yo, aprendimos a hacer ejercicio, pues en las escuelas de entonces, la práctica del deporte no era importante.

Mi padre al morir nos dejó la mejor herencia posible:una buena educación , un respeto hacia las mujeres adelantado a su época, su pasión por la literatura , la escritura y la buena conversación y un terreno en las afueras de la ciudad. Nada más y nada menos. No atesoró riquezas sino vivencias y recuerdos.



X. Geles Parte I

María de los Ángeles Guzmán Ramos y su esposo, Carlos Mastretta Arista. 1948, un un día de campo en los Viveros de Santa Cruz.

Mi mamá se hizo cargo de trabajar en el negocio de autos usados de mi papá para ayudar a mantenernos a todos , mientras terminábamos nuestras carreras. Cada uno de nosotros encontró trabajos de medio tiempo y salimos adelante de una manera suave, que hoy, vista a la distancia,considero milagrosa.

Cuando ya todos fuimos independientes, mi mamá se dispuso a cumplir un sueño inconcluso desde su juventud: estudiar. Ingresó en la ciudad de México a la preparatoria abierta y estudió con toda dedicación las complicadas materias de física, matemáticas y química. Cuando terminó, le tocó dar el discurso de graduación de su generación. Sus hijos asistimos emocionadas a verla recibir su título. Pero no paró ahí. Se regresó a vivir a Puebla y presentó su examen de admisión en la BUAP, en la época en que era rector Alfonso Velez Pliego. Ingresó a la primera generación de la escuela de Antropología e Historia, recién fundada entonces, y cuya sede era el ex-Hotel Arronte, una de las más hermosas casas que empezó a rescatar Alfonso Vélez Pliego, un hombre visionario, que supo entender que el centro histórico podría ser de nuevo un centro universitario. Fue una maravilla que la universidad pública tuviera abiertas sus puertas para ella.



Durante cinco años mi mamá asistió puntualmente a sus clases, fue jefa de grupo, adquirió amistades de veinte años, a lss que en las tardes les daba clases de cocina, ya que siempre guisó muy bien. Se recibió con una tesis en la que que dio seguimiento a la vida de cinco mujeres emigradas del campo a la ciudad, cuyo denominador común era que vivían en colonias marginadas, tenían pésimos maridos o estaban solas, tenían muchos hijos, mantenían sus hogares, y tenían una sed insaciable de conocimientos. La tesis se tituló "Yo lo que quiero es saber", un deseo de todas esas mujeres y reflejo de la inquietud más profunda de mi madre.

Cuando hizo su examen profesional se organizó un fiestón con mariachis e invitó como a cien amigos, algo totalmente inesperado en ella, que era una mujer callada, discreta y poco aficionada a las fiestas.

Unos días después de haberse recibido cumplió setenta años y andaba triste porque decía que a su edad nadie le daría trabajo.




--Ayúdanos en el cuidado de los parques --le dije.
--Podría ayudar de manera voluntaria, lo único que quiero es ejercer mi carrera.

Así lo hizo. Durante trece años dirigió la Laguna de San Baltazar, creó el vivero, produjo miles de árboles, embelleció hasta la perfección el espacio, estableció un trato cordial y personal con los trabajadores y usuarios ,buscó asesoría con el mejor ingeniero agrónomo de la región, Don Edmundo, para mantener los árboles sanos y libres de plagas. Trató con los veterinarios que cuidaban a los animales de la laguna y creo un plan de manejo integral. Durante esos años, dejó su huella en cada rincón del parque.

Dos meses antes de morir, con las poquitas fuerzas que aun le quedaban, dio su última vuelta de trabajo en el parque que tanto quiso. Reviso que la plaga del muérdago estuviera bien combatida y les dio de comer a los patos por última vez.

Hace once años, en una sencilla ceremonia en su jardín, un padre anciano ya, amigo suyo, habló de la importancia de que a los viejos se les trate con respeto, se les tome en cuenta, se les haga sentir útiles, y se aprovechen sus pasos como los pasos de los niños. Niños y viejos, lo más frágil y valioso que tenemos como sociedad.

Los gobiernos municipales podrían nombrar a personas mayores interesadas en hacerlo, custodios de los espacios verdes que les sean cercanos. Con una capacitación sencilla podrían hacerlo. Nadie lo hará con más cariño y paciencia.

Lo vi en mi madre. Ella fue una servidora de la paz y de su comunidad, trabajó en el mundo con entusiasmo, sabiduría y compasión. Nos ayudó, de muchas maneras, a salvaguardar nuestro futuro.

Del absurdo cotidiano

La primera vez que la vi, su altiva cabeza plateada tenía sesenta y seis años. No había que ser ningún genio para descubrir en sus gestos y su voz a una mujer extraordinaria.
Tenía unas manos largas y delgadas con las que se ayudaba al hablar. Por más que a sus palabras no les hacía falta ninguna ayuda. Era de una elocuencia inaudita, y sólo ella podría saber si alguna vez se calló algo. Hasta donde yo pude darme cuenta, dijo siempre todo lo que cruzó por su temeraria cabeza. Tenía siempre una historia entre los labios, siempre tenía pendientes y trabajos, nunca estuvo conforme con la infamia.
Cuando la conocí, su vida ya había sido el ir y venir de fortunas e infortunios que la enriquecieron y desvalijaron hasta poner en su boca la capacidad para reír de una manera indeleble. No sé de alguien que no se contagiara del empeño que ella dejaba en sus empeños. Si hubo quienes estando cerca de su voz intentaron librarse de su influencia, no conozco a nadie que lo haya logrado.
Ahora creo, porque me queda mucho más cerca su edad de entonces, que ella no era tan vieja, pero no hablaba de eso y no parecía importarle la edad que el tiempo hubiera dejado en sus pestañas.
Tenía los ojos negros. Con ellos regían su gesto audaz, su condición de invencible.
Tenía las cejas oscuras dibujadas sobre la piel blanquísima y, como las princesas, tuvo siempre los labios encendidos.
Hablaba de prisa un español sólo suyo porque sólo por su lengua cruzaron tres modos de hablar tan intensos como el de Asturias, Cuba y Chetumal. No sabía consentir con las palabras, tampoco le gustaba que la consintieran.
No era pródiga en besos, pero su contundencia verbal y su dedicación, como orvallando, a todo lo de todos, eran un largo abrazo. Y nunca estaba quién sabe en dónde cuando intuía que alguien no iba pudiendo con la vida. Estaba en donde debía.
Era difícil regalarle algo porque todo lo que necesita lo tenía, aunque sólo eran suyas sus dos batas largas, algunos calcetines de colores y un traje sastre con el que salía a la calle las pocas veces que se lo permitía su cansancio disfrazado de temor a que algo le sucediera a la casa.
Junto con su hermana, frente a la televisión, en el costurero, cerca del teléfono, ella se mantenía pendiente de todo lo que pudiera pasarle a todo el mundo: desde los cambios en el color de la mancha que coronaba la frente de Gorbachov hasta las emociones y tragedias con que una incubadora de pollos, frente a una bahía de aguas bajas, tenía en vigilia el negocio de su sobrino y, por lo mismo, las prisas y arritmias de su corazón. Ese motor familiar en que ella convirtió, desde muy joven, al ímpetu que alguna vez se había destinado nada más a ella, como se destina el corazón de cada quien para el uso y las pesadumbres de cada quien.
Alguna vez supo de tiempos incendiarios su cuerpo de guerrera. Desde niña peleaba por sus verdades y sus derechos con una voluntad que no se fue antes que ella. Por eso la mandaron a la primaria cuando tenía sólo cinco años, por eso no era posible arrancarle una idea cuando le tomaba la cabeza, por eso eran firmes sus afectos y no había que temer su desapego. Por eso era difícil conquistarla, pero imposible perderla. Por eso es que uno podía ir por la vida permitiéndose malabarismos, porque ella era una leal red protectora.
Hasta los descreídos teníamos en su frente y su boca una fe de carboneros. Cuando murió, la quinta entre mis muertos, perdí con ella a la tenaz cómplice de una vocación adolescente que se perdió con ella. Luego vinieron los demás, los que cada año vuelven y cada día se vuelven más.
Pensando en ellos, es que ahora encuentro alivio en el recuerdo de tía Luisa cerrando una más de sus teorías solitarias: “No se puede saber si hay Dios, decía, pero de que hay otra vida, sí ha de haber otra vida. Para todos, hasta para los leones tiene que haber otra vida”.
PS. A esta sentencia añado ahora la que me contó una mujer que aún siendo más joven que ella, la vivió como su igual cuando las dos vivían bajo el Caribe. “Hija, yo no sé si dios exista. Lo que sí sé es que le tengo muchísimo miedo”.

Página 4 de 12