Literatura

Mundo Nuestro. Stella Cuéllar, académica y literata, es una de las editoras de libros más reconocidas en nuestro país. Con una larga trayectoria profesional en editoriales como Artes de México y Siglo XXI, ha iniciado recientemente en el periódico digital de la ciudad de Toluca, Alfa Diario, una columna en video especializada en arte y literatura denominada “Del librero de AD”. Con su autorización publicaremos a partir de esta semana sus comentarios con la seguridad de que provocará en nosotros el ánimo por la literatura.

Esta semana, Stella nos invita a leer la novela Segundo Cuerpo, del escritor serbio Milorad Pavić



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Nació en Puente de Ixtla, Morelos, pero se considera veracruzana, porque su mamá estaba en ese lugar morelense y fue donde la pudo parir. Pero vivió y creció en Nuevo Morelos, Veracruz, donde era un niña que recitaba, de memoria, el monólogo de Segismundo, el personaje de La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca.

Es niña que cantaba las tablas de multiplicar como si se las supiera, creyó que los versos del español eran lo más sencillo frente a lo ofrecido por el profesor y que había sido escogido por sus compañeros.



Años después se daría cuenta hasta dónde había aprendido e interiorizado no sólo la métrica utilizada por al fraile, sino también su reflexión escatológica, sus preguntas ante lo que nadie parece tener respuesta: la vida y la muerte. ¿Es la vida que vivimos un sueño y lo que corresponde es despertar? Si es así ¿dónde y cuándo despertaremos?

Mónica escribió un primer libro, Morir para vivir. Aun cuando ella no estuviera completamente consciente de ello, y aún no se lo plantee así, vivió durante años en un sueño, semejante a los sueños de opio, cuando el fumador languidece y cuanto sucede a su alrededor adquiere un velocidad tal o una bruma tal, que parece producto de una ensoñación, de una alucinación o de una pesadilla.



Después supo que el cáncer de mama había sido un gran artificio para despertarla: la sacó del sopor, del cansancio vital, del sueño, y la trajo de regreso a la vida. Entonces supo que los sueños, sueños son, Y los dejo atrás.

Ese fue el despertar de donde obtuvo el impulso para volver a escribir, versos, sí, porque eso era lo que siempre había soñado y había tarareado antes de escribir; pero también simple y llana prosa que era la única con la cual podía retomar el pasado, situarse en el presente y avizorar el futuro.

Hubo críticas, claro: antes las cosas urgentes ¿cómo dedicar los días a los versos, a la poesía? Pero Mónica no cejó: sabía que tenía entre manos un libro a través del cual ella había podido escuchar un llamado: ¡Vive, porque la vida es hoy, aquí y ahora!



Esas críticas le decían que, puesto que iba a publicar el libro, debía imprimir sólo unos cuantos ejemplares, y no mil. Pero ella sabía que la respuesta hallada podía ser compartida, y, de ese modo, aprovechada por hombres y mujeres que vivía en el mismo sopor sin sentido en el que ella había vivido.

El libro iba más allá de la anécdota del cáncer de mama, pero no era el alegato de una víctima: era un recuento que le permitía soltar cuando había cargado, sin que fuera suyo, para poder caminar ligera y retomar su propia vida.

Hoy Mónica ha vendido más de 600 ejemplares de Morir para vivir, y no se arrepiente de haber impreso mil, pero sí está pensando en una segunda edición.

Mas ella vio que la historia no terminaba ahí: el prurito por la escritura continuaba y ella tenía muchas cosas más por decir. Y lo sabía porque, terminado el primer libro, la visitaba la poesía, llegaban a ella las historias en prosa que pedían ser escritas.

Al principio Mónica, al escribir, creyó que sólo ensayaba, que no iba a publicar aquello que, primero, le llegó a través del canto del pijul, y después se fue extendiendo hasta llevarla a escribirle a sus padres, lo mismo a su madre que a su padre; a su abuela Teresa, a su abuelo Silvino que le enseñó que quien se pierde el amanecer, se pierde la mejor parte del día. Y retomó elementos del nacionalismo mexicano (tequila, pero sólo un trago; reboso, actitud a la Lucha Reyes; recapitulación retro de Pedro Infante) y escribió, y se divirtió, se rio sola al releer lo que había escrito, y entendió que tenía entre manos un libro y debía darlo a la imprenta.

Y ese segundo libro es Memorias que nunca olvidan. A casi un año de que fuera presentado su primer libro, Morir para vivir este jueves 14 de junio, en una fecha muy especial, presentará este ejemplar en la Sala de la Librería del Complejo Cultural Universitario, a las seis de la tarde. Y Mónica llega segura de que escribió lo que tenía que escribir, y que sea el lector quien complete la tarea iniciada por la escritora: leerlo, para que se complete el ciclo y el libro adquiera vida, trasmita la vida que rezuma.


La despertó un crepitar de leños. Venía, quizá, desde la profundidad de su sueño, de un paraje remoto. O quizá provino del bosque. Dormía desnuda y así salió de la cama, caminó el pasillo y bajó la escalera hasta la sala. El gato no estaba sobre el respaldo de su sillón favorito. Sintió su sombra moverse en el comedor. Ahí estaba, sobre la mesa, con el lomo erizado y la cola esponjada mirando a través del ventanal; se movía con lentitud, de un extremo al otro de la mesa, sin apartar la vista del jardín. ¿Qué viste minino? Preguntó ella y se acercó a la ventana. Oscuridad casi total, sólo el reflejo dorado de una estatua entre las sombras. Aguzó la vista, el gato seguía moviéndose con aprensión. Ella no vio nada. Quizá teme a su reflejo, pensó, vamos, minino, ve a la cama, y, como si aún siguiera dormida, y todo eso no hubiese sido sino un sueño regresó, desnuda, al lecho.
La despertó un rumor de olas, un eco antiguo en el acantilado. Lo escuchó abajo, esta vez estaba segura. Caminó por el pasillo y bajó la escalera hasta la sala. El gato estaba echado sobre sus patas, en el respaldo de su sillón favorito. Dormitaba. Ella se asomó al ventanal, sólo penumbra. En el cristal se reflejaba apenas la silueta de sus senos y afuera se veía un halo de seda que se movía como una medusa en el aire, flotaba, se agitaba con lentitud, se desvanecía. No lo ha visto el gato, pensó, tal vez estoy soñando, y volvió a la cama.
Al despertar, vio sobre la pared frente a su cama, un reflejo azulado, ondulante, que escapaba por una ranura que dejaban las cortinas. No las abrió. Se puso la bata de satín y bajó la escalera. El gato estaba sobre la mesa del comedor mirando, inmóvil, hacia el ventanal. Había amanecido, pero no había luz dorada en el mundo circundante sino un reflejo azulado, como aquel que pintaba la pared de su habitación. Del otro lado estaba el mar, no el que se ve desde la terraza de una casa de playa, sino el que miran los peces desde el casco de un naufragio. Las copas de los árboles se movían al vaivén de la marea y las flores y los helechos eran algas y corales, lo demás era agua, arena, Tiempo. Ella se quitó la bata de satín y abrió la puerta.
Günter Petrak

(Ilustración de Portadilla: Kathia Recio/Tomada de Revista Nexos)



La imagen puede contener: gato e interior

Bajo la bugambilia



La recuerdo, tenía la costumbre de sentarse bajo la bugambilia morada, bordando en una tela la palabra antigua de los ancestros. Descifrando el lenguaje de los tantsulut, los pájaros mensajeros que se esconden entre las ramas de los árboles y se comunican con nosotros para advertirnos de nuestro futuro.

La recuerdo sentada en el tronco viejo colocado sobre las flores caídas de la bugambilia, contando la historia de los siete cerros, de los jilinín que de vez en cuando bajan a la tierra para mostrarnos sus fuerzas y decirnos que tenemos que respetarlos porque son los dioses más antiguos de nuestros pueblos, los que provocan la lluvia y de los grandes truenos que nos recuerdan que estamos más cerca de la muerte que de la vida.

La recuerdo, tenía la costumbre de sentarse con los pies estirados y uno encima del otro, con sus largas uñas a propósito porque tenía la creencia de que cuando uno sueña nuestro takuxta o dualidad se enfrenta a graves peligros que hacen que corra desesperado para salir librado y que para ello necesitaría las uñas largas para poder enterrarlas en la tierra y subirse a los grandes cerros.

Así la recuerdo, como cuando al llegar la tarde miraba la gente pasar por ese camino de piedras y regalaba una sonrisa a las mariposas que le cantan a las flores. La recuerdo haciendo un esfuerzo para que las aves hereden su capacidad de hablar a los niños recién nacidos, para que pierdan el miedo a decir su palabra.

La recuerdo. Tenía la costumbre de usar listones negros en sus largas trenzas, sentada en la orilla del camino, esperando el regreso de los hijos que se marcharon para siempre.



La recuerdo y la busco insistentemente en el camino de piedras, frente a la casa de siempre, pero la bugambilia ya no está. --Provoca mucha basura en el patio--, dijeron y un machetazo la tumbó.

De la bugambilia solo quedan las raíces enterradas y de ella, la mano que escribió estas líneas en su memoria.



Manuel Espinosa Sainos
Cuetzalan, Pue. a 10 de mayo del 2018.

Puerto Libre/Revista Nexos

—Me ha dado por pensar en la muerte—, le dije al aire una mañana.

Me ha dado por pensar que si mi madre tenía veinticinco años más que yo, y murió hace diez, me quedan quince para escribir tres libros. El de la ciudad que fue azul, el de la vieja que cantaba y otro de los varios que se me cruzan cada día.



—No va a dar tiempo—, le digo al aire y nombro a mis vivos y a mis muertos mientras lo digo. El de mi papá y su vida en Italia. ¿Quién era ese hombre tan joven? ¿Qué libro podrá ser uno que habría que inventar de punta a fin? Y qué pregunta más vieja ésta que me hago.

Pasa todo cuando aún no despierto del todo.

Duermo con el cuarto oscuro, pero la luz se filtra parsimoniosa bajo las contraventanas, para dejarme adivinar qué horas son.



Ilustración: Gonzalo Tassier

Una buena parte de quienes me rodean y de quienes me rodeo escriben libros para dilucidar el mundo.



Y nos gusta lo que hacemos. La fantasía es lo nuestro. ¿Quién nos dice que importa lo que tengamos que decir? ¿Tenemos que decirlo? ¿Hacen falta más libros? Hay muchísimos. Basta abrir Kindle, ir a las bibliotecas, a las librerías, ni se diga a la FIL de Guadalajara. Ahí no sólo hay miles de libros, sino cientos de escritores. ¿Inventar otras vidas, para no morirnos del todo? La verdad no encuentro un sí para semejante pregunta. Si acaso, inventar libros para buscar abismos de concentración, como los que tienen los niños. Como ésos que los hacen llorar si los interrumpimos.

Nos vemos en el espejo de agua que puede ser la literatura y ahí estamos, como Narciso. Mirándonos mientras decimos que a otros miramos. La creatividad es un juego del tamaño de la clase de canto. En cambio la disciplina puede ser aburrida. Y ésa sí que se necesita para escribir a diario. Hubo que tenerla para estar en el cuadro de honor. Nunca una página sin llenar, ni un ejercicio de memoria sin concluir. Las doce tribus de Israel, las capitales de un mundo que ya cambió de capitales, los líderes de las Guerras Púnicas y los reyes que emprendieron las Cruzadas. Bastante inútiles nuestros ejercicios. Si acaso sirvieron más las oraciones. Mantras para toda necesidad. Mi espíritu se llena de gozo. Diez veces con diez respiraciones. Hay que decirla todos los días. Arca de la alianza, ¿quién no quiere ser arca de la alianza? Puerta del cielo. ¿Era yo disciplinada para estar en el cuadro de honor?

A mí, la verdad, me gustaría vivir ya sin ese pendiente. Ya no quiero pelear, ya dije todo lo que quise. Lo que no he dicho nadie sabrá que he de callarlo. Ni siquiera lo sabré yo, porque lo olvido. No sé si lo primero que se olvida es la disciplina, o si es el puro olvido lo que merma la disciplina. Pero ya no la encuentro.

—Escribe eso—, dicen quienes me oyen contar los despropósitos que cuento. Ya no lo hables, porque luego no lo escribes—, sugiere el poeta que cuida sus palabras para no derrocharlas, como hago yo.

Si lo que enumero lo pusiera por escrito, si no se hubiera perdido el método en los pliegues de la sublime vida diaria, haría un libro cada tres meses. O cada año. Imagino cada año y me da quince libros. Todo esto si vivo hasta los ochenta y cuatro. Que no es mucho pedir. ¿De qué tamaño se vuelve la mochila en que debería yo guardar tantísima tarea? ¿Cuáles cuadernos tendría yo que sacar? ¿Los conciertos, la música en las tardes, la puesta de sol, el té de las mañanas, los invitados a comer, la retahíla de cosas que oigo sobre la patria y su devenir, los noticieros, el cine? No mis amores. ¿Quién prefiere hacer la tarea en vez de jugar a las montañas de tierra con los niños? Ellos no se van a acordar. Si no juego a cargarlos no dirán un día que fui egoísta porque me puse a escribir en vez de a contemplarlos. No lo dirán, pero quizás la expresión de mi cara sí que podría decirlo. ¿Qué más? Mis amores adultos. Dan para tanto que hay que darles tanto. Pienso en desorden, pero quiero que haya orden en lo que escribo, porque prefiero narrar que intentar profecías.

Si no tiene usted tema, me dice un mujer preciosa y precisa, ¿por qué no comenta esto que ahora está pasando en Twitter? Hay un revuelo en torno a La Divina Comedia. Puedo encontrar toda la información en #Dante2018.

Sí tengo tema, me ha dado por pensar en la muerte, pero siempre me aflige que mi tema no le importe a nadie. Así que fui a internet a preguntar por #Dante2018.

Me enteré ahí de que el profesor Pablo Maurette por medio de su cuenta @Maurette79 convocó a una lectura pública para que personas de todo el mundo conozcan La Divina Comedia, a lo largo de cien días, leyendo un cántico por día. Y que quien quiera participe escribiendo su felicidad o su pasmo en un tuit.

No se me había ocurrido leerla así. Yo me como los cantos, me salto del infierno al cielo, sin pasar por el purgatorio. No sé si muy mal hecho, pero sí muy a tercias.

La Divina Comedia en cien días.

Antes que nada vuelvo a leer el ensayo de Borges, La Divina Comedia, publicado en el libro Siete noches.

“Toda la comedia está llena de estas felicidades”, dice al comentar el verso final del Canto V del Infierno: e caddi come corpo morto cade. El sonido es lo que impresiona. El cae repetido. Pero —lo dice más largamente— la intensidad de la Comedia la mantiene el hecho de ser narrativa. La Comedia cuenta una historia. Y nos da la posibilidad de seguirla y no sólo de interpretarla. “La idea de un texto capaz de múltiples lecturas es característica de la Edad Media. Esa Edad Media tan calumniada y compleja que nos ha dado la arquitectura gótica, las sagas de Islandia y la filosofía escolástica, en la que todo está discutido. Que nos dio sobre todo la Comedia que seguimos leyendo y que nos sigue asombrando, que durará más allá de nuestra vida, mucho más allá de nuestras vigilias y que será enriquecida por cada generación de lectores”.

Busco los tres tomos de la Comedia. Tenemos dos versiones. Una con más polvo que la otra. Intratables. La bajo de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Es la traducción de verso ajustada al original por Bartolomé Mitre.

No podría explicar como allí entrara,
tan soñoliento estaba en el instante
en que el cierto camino abandonara.

Busco la versión italiana en Kindle. Borges la leyó en inglés, no versificado, y comparándolo con el italiano. Dijo que no hablaba italiano, pero que sabía todo de la Comedia.

La verdad es que yo ni uno ni otro. Hice el intento de entenderla en el idioma de mi abuelo, cuando a los dieciocho años lo aprendí en la Dante Alighieri, en donde obtuve un Ottimo y luego olvidé todo. De la Comedia, entonces, no leí sino el puro principio. Por fortuna, aún no es tarde.

Me he puesto a leer a Dante y estoy tan consternada como dichosa. Comparo, para oírlos en voz alta, algunos versos en italiano. Pero leo en español, porque me urge saber qué pasa en cada sitio. Y cada verso es tan fantástico como el anterior. Apenas empiezo. Voy en el Canto XI. Sigo en el Infierno. He dejado atrás a Francesca di Rimini. Girando dentro de un viento negro. Castigada por caer en la ventura de un enamoramiento, juzgado como lujuria, dice unos versos que apiadan al poeta. Ni se diga a quien lee:

Amor, que a nadie amado, amar perdona,
me ató a sus brazos, con placer tan fuerte,
que como ves, ni aun muerta me abandona.

Andando con Virgilio y el Dante he visto castigados por cobardía y por pereza, por gula, por avaricia y prodigalidad, por ira.

Pero hay peores pecados, en el séptimo círculo del infierno están los violentos, los fraudulentos y los traidores. Todos los que están a diario en los diarios. Cuando empiezan a bajar hasta el primer recinto, escribió el Dante:

“Conviene descender con mucho tino”,
dijo el maestro, “a fin que nuestro olfato
a este aire se acostumbre tan dañino”.

Juzguen ustedes lo que hemos de cuidarnos. Puso Dante a estos pecadores en el más cruel de los infiernos. Como si existiera el infierno en otra parte, que no fuera la parte amarga de la Tierra.

He de seguir leyendo La Divina Comedia, he de llegar al Paraíso, a la alta fantasía, a la sal que tiene el pan de otros. He de seguir leyendo, porque andar entre muertos tan sublimes cura de toda muerte anticipada.

Mundo Nuestro. Los días 3 y 4 de marzo próximo se llevara a cabo en Puebla la Feria del Libro de Terror y Esoterismo, en el Stieglitz Café, en el centro de la ciudad. En el evento se presentará la novela Las aventuras de la Audaz Navegante, de la escritora Paulina Mastretta.



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Mundo Nuestro. El miércoles 21 de febrero se presentó en La Casa del Puente, en San Pedro Cholula el libro de poemas Será vil o sacro, del escritor poblano Günter Petrak, con la participación del autor y como presentadores Gabriela di Lauro y Sergio Mastretta, de quien ofrecemos el texto escrito para el evento.



Es un juego la vida, la vida en imágenes como en una lotería de desvaríos.

Jugar con las fotografías de Günter Petrak, con los títulos de sus poemas, reconocer sus territorios, mirarlos como propios, como habitaciones compartidas, espacios nuestros por los años suyos y míos.

Dos imágenes mías que alumbra Günter:

Ahí está la hacienda de Guadalupe en ruinas, su torreón sobreviviente de guerras y temblores. Un cilindro rotundo desde hace mucho inexpugnable, con sus ventanales oscuros abiertos al valle campesino, a lo que queda de él, a los pueblos que poco a poco dejan de serlo, que han visto llegar a ellos los ductos petroleros y la catástrofe social que llamamos huachicol.

El volcán cenizo, mustio le digo yo, una extremidad de nubes, dice el poeta, un níveo perro de humo alegre, la barba hirsuta de un rufián, el cielo nuestro en el que nos miramos todos, la mirada al poniente que a todos nos contiene.



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¿Qué son las palabras para estas imágenes? Tal vez el viento leve, el viento agreste, el viento que se exhala. La utilidad, si la tiene, primigenia de la poesía: la que respira al mundo, la que lo mece, la que lo sueña, la que lo vierte:

Con las preguntas vitales en Lágrimas

Con la búsqueda atada a la palabra Viaje:

Intentar así gozar al máximo este juego que propone Günter:

Las palabras son larines que se intercambian, gritar como los niños que intercambian las estampas para el album ¡no, ya, ya, ya, noo! para avistar los cuadros de la vida que se van llenando, que quedan truncos, que anuncian el futuro.

Las palabras se gritan a la vista de la lotería, juguemos ahora mismo, nadie nos impone una ruta… Y qué sale, una azarosa línea de tiempo: nubes, barcas, fortaleza, adiós, cuenco en el corazón, ciudad, fumarola, el niño, puerta, monstruos, suicida, rieles, aceptar mi tiempo...

"Pero no hay álbum --escribe el poeta-- que pueda guardar las mudanzas, las maletas, la lluvia en la ventana, el pan enmohecido..."

Ganar y perder en ese juego entre lo vil y lo sacro:

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De la lírica a la interpretación de este mundo compuesto y electrónico desde el que ha partido este objeto antiguo que nos ha entregado en las manos el escritor-poeta-fotógrafo-artesano-editor en que se convirtió aquel vistoso portero en las fuerzas básicas del Puebla. Porque desde esa emoción tan llana que tiene del juego viene Günter Petrak.

¿Qué es, si no una maravilla, este librito-folleto de poemas plantados así, en láminas breves, con fotografías chispazos certeros que introducen al breve torrente de palabras...?

Intentar comprender entonces la trama lúcida que se contiene en esta propuesta artesanal de la poesía, en este tiraje de trazos libres en papel, en esta solvencia estricta para resolver el juego Autor-Lector por el que nosotros, los que nos contemplamos lectores, encontramos en nuestras manos el instrumento para la más libertaria de las lecturas.

Libertad. Dos veces en un párrafo esta palabra antigua, la de todas nuestras desavenencias con el mundo.

Un mundo que ya difícilmente nos reúne para hablar de poesía y de libros. Que ya difícilmente alberga lectores con las palabras en las manos. Que ya nos impone el ritmo atroz de nuestros dedos grasos sobre las teclas de los celulares.

En esto pienso cuando tengo en la manos esta propuesta artesanal.

El poeta no es tan sólo el mago antiguo que nos encanta tras la bruma de las palabras en el aire.

Es fotógrafo: nos invita a leerlo desde una perspectiva concreta. Igual sus monstruos que sus nubes o sus barcas o sus viajes o sus lágrimas.

Y es artesano: ha librado la tranca de la imprenta y la obsesión de lo formal. Sus larines son metáforas en sí mismas que sus manos han recortado para nosotros y envuelto en una foto que es un cuadro y un marco para encerrar el mundo digital, al que sin remedio la modernidad nos ha encomendado.

Querámoslo o no, hoy todos somos absolutamente ceros y unos, la abstracción más concisa, el cuadro más puro, la soledad más precisa que nos contiene retratados en esos espejos letales con los que fundimos el rostro letal de la tiranía que ejerce la necesidad –o necedad—de comunicarnos con los otros.

A la manera de cada quien, con memes y desgarriates chateros, nos encontramos miembros distinguidos de una comunidad de escritores electrónicos.

“Hoy –dice Eugenio Tisseli, al hablar de la posibilidad de construir comunidades extendidas--, la digitalización de todos los ámbitos de nuestra existencia y coexistencia con otros se ha convertido en una realidad sofocante.”

Y me ayuda más a entender lo que ha creado Günter Petrak en su esa comunidad extendida que ha generado en ese agujero sin fondo que llamamos facebook: la foto y el texto breve.

Dice Tisselli.

“Y es precisamente entre la densidad en apariencia intangible de esta creciente abstracción donde nos encontramos como comunidad de escribientes electrónicos. No obstante, la abstracción, o desmaterialización, a menudo identificada de modo erróneo como la esencia de lo digital, encuentra su contradicción en una materialidad exacerbada que, paradójicamente, esquiva nuestra percepción de forma constante. Aquello que se suele describir como inmaterial, de manera más bien miope o ingenua, no es más que la manifestación final de complejos ensamblajes de todo tipo de materiales, escondidos detrás de un pesado velo de nubes.”

Qué ensamblaje éste de lo vil y lo sacro: la invención de nuevas formas poéticas, exploración en ese territorio irreal en el que nos arroja la tecnología. Pensar ese mundo inhóspito en el que nos enredan los dispositivos desde este instrumento de papel antiguo, arte-objeto le llamarán los enterados, formato original, inspiración de esténcil setentero, propaganda verosímil del mejor de los espíritus.

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