Sociedad

Revista Sin Permiso

Cuidar a una persona adulta dependiente implica aceptar que, como sabiamente señaló uno de mis hijos, ella no aprenderá una cosa nueva cada día, sino que más bien las irá perdiendo, como quien desgrana una fruta, una granada más precisamente, o irá tirando al agua los limones redondos de Federico. Y el agua no será de oro, sino de pena.



Alejandra Ciriza / Activista feminista y Profesora de Filosofía, Mendoza, Argentina.

A Ileana

Mi madre se fue en estos días, a los 90 años.

Inteligente, bella y educada, cultísima, tuvo, dentro de los márgenes establecidos para las mujeres de su tiempo, una buena vida.

Los últimos meses fueron difíciles. Varias caídas y una quebradura de cadera desmoronaron su cuerpo ya muy fragilizado. Entonces su vida empezó a consumir la mía, y las de otras personas. Con su vida no alcanzaba para la vida.

Cuidar a una persona adulta dependiente implica aceptar que, como sabiamente señaló uno de mis hijos, ella no aprenderá una cosa nueva cada día, sino que más bien las irá perdiendo, como quien desgrana una fruta, una granada más precisamente, o irá tirando al agua los limones redondos de Federico. Y el agua no será de oro, sino de pena.



He cuidado a lo largo de mi vida, desde que era muy joven. Pero esas experiencias procedentes de lo que alguna vez nombré, para asombro de lectoras de Beauvoir, como el mundo de las mujeres, fueron las del sorprendente aprendizaje de los sentidos abiertos al mundo, de los nuevos nombres y las sabidurias escondidas en los cuerpos pequeños de mis hijxs, que me enseñaron miles de gestos y complicidades nacidos de la leche y el cuerpo materno. Ellxs trajeron a mi vida la ternura más extrema y el aflorar de miedos desconocidos ante sus salidas intempestivas, o sus exploraciones audaces, que me enfrentaron a la fragilidad de sus vidas. Avatares de lo que Adrienne Rich nombró como la experiencia de la maternidad, con sus contradicciones de cólera y amor intensos.

Hay en el cuidar seres humanos y en la reproducción de la vida una densidad difícil de percibir para quienes viven en una sociedad dominada por la lógica mercantil del capitalismo. Como bien supo verlo Rosa Luxemburgo el capitalismo avanza sobre la base de la canibalización de otras formas de organización de las relaciones sociales a las que devora e incorpora subalternizándolas, utilizando a las personas como mano de obra gratuita merced a la racialización y la sexualización, utilizando sus producciones como materias primas de novedosas mercancías para expandir el mercado.

De allí la relación estrecha entre capitalismo y colonialismo, de allí la articulación profunda entre capitalismo y patriarcado. Merced la división social, racial y sexual del trabajo la maquinaria quebrantahuesos gobernada por la lógica de la ganancia se apropia de diversas formas del trabajo gratuito. Expulsa el cuerpo y la materialidad de la vida: la necesidad natural y social de alimento, descanso, afecto, la mortalidad del cuerpo que somos, el lazo con otros y otras, lo que nuestras compañeras feministas de Abya Yala nombran como la comunidad.



La escisión entre producción y reproducción invisibilizó el trabajo doméstico a la vez que lo feminizó generando una forma de control sobre las vidas de las mujeres que articuló hondamente capitalismo y patriarcado. Edulcorado bajo la gruesa cobertura del amor romántico, el trabajo doméstico pasó a ser un servicio … de cama, cocina, sexo y limpieza.

A medida que el capitalismo fue avanzando, en las últimas décadas, miles de mujeres migraron hacia el norte global para cubrir el puesto vacante que dejaban las blanqueadas que se incorporaban al mercado de trabajo. Ellas, las blancas, las europeas, las educadas, eran sustituidas por otras, migrantes y por eso desaventajadas en el trabajo inevitable de lidiar con esas necesidades corporales.

En su fase actual el capitalismo apuesta a la producción acelerada de mercancías inmediatamente desechables transformando al planeta en un inmenso contenedor de basura, acelera la apropiación del tiempo, desmaterializa las relaciones entre los sujetos merced las tecnologías de la comunicación y la información.

Sin embargo en ese mundo inmaterial que apuesta a la extinción de la corporalidad humana resiste, empeñada en nacimientos, enfermedades y muertes, en sangre y carne real, en olores y sabores. De eso trata la vida de los seres naturales y sociales que somos.

Los tiempos de COVID19 nos ubicaron en un registro para muchas personas desconocido

El virus operó de muchas maneras. Confinándonos y aislándonos, hiperindividualizándonos, si cabe, pero también como un revelador de las brutales desigualdades sociales, de lo escasamente comunes que son nuestras vidas.

Los medios repiten discursos de “sentido común”, el menos común de los sentidos, suponiendo que hay una “casa” donde refugiarse de la intemperie y permanecer a salvo del contagio, o a salvo del hambre, porque hay un salario, o a salvo de las enfermedades, porque hay un sistema de salud que responde, o a salvo de la distancia, porque hay conexión de internet y dispositivos electrónicos. La vida, para las clases medias acomodadas, y ni decir para lxs ricxs, se llenó de zoom, jitsi, whats app, mientras en las barriadas, para los sectores populares urbanos, se llenó de ollas y falta de agua, hacinamiento e intemperie, desocupación y, en el mejor de los casos, magros subsidios estatales.

La imperiosa y suicida lógica del capitalismo requiere de una virtualidad intensa para reforzar el mundo de la fantasmagoría. También instaló la urgencia de la invención de una nueva normalidad construida sobre la base del expolio de lxs trabajadorxs. Allí fuimos muchxs a aprender cosas insólitas como dar clases virtuales, como si fuesen “reales”, a procurar resolver virtualmente cosas irresolubles.

Inútil. Bajo la ficción de la virtualidad la máquina quebrantahuesos se apropia de miles de horas de trabajo gratuito bajo la ilusión de: estamos en casa, trabajamos en pantuflas.

Sería interesante una mirada precisa y determinada. ¿Quiénes pueden hacerlo? La mayor parte de las científicas mujeres han escrito menos que los varones y producido en condiciones peores que las habituales. Una larga lista de publicaciones da cuenta de esa desventaja. Los costos subjetivos del teletrabajo, en términos de estrés y presiones para quienes cuidamos seres humanxs pequeñxs y viejxs son feroces. Las formas de presentarlo en cambio edulcoran la pérdida de derechos bajo la ficción de las ventajas de la no-presencialidad, que sólo ha estirado las jornadas de trabajo hasta límites insostenibles.

Los beneficiarios del mundo de la mercancía sueñan con instalar un mundo en el que todo pueda ser reemplazado por convenientes e impalpables ficciones sin miseria, ni cuerpo, con un tiempo que ya no es siquiera el de los relojes, sino el tiempo estirable de la virtualidad… Todo muy soft, mientras la vida se adelgaza hasta límites incalculables en un sistema en el que todo se calcula.

La pandemia también hizo visible el trabajo doméstico y de cuidado. Comer, limpiar, cuidar, ingresaron como asunto de debate público y preocupaciones gubernamentales. De repente el trabajo doméstico y de cuidado fue nombrado como trabajo y miles de palabras sobre el asunto se reprodujeron en diarios, programas televisivos, radios, etc.

Todo debidamente urbanizado y convenientemente blanqueado, transformado en una aventura de escobillones en manos masculinas y experiencias culinarias en personas que no lo hacían en forma regular, e incluso no lo habían hecho jamás. Esta ola de discursos sobre lxs trabajadorxs esenciales no ha impedido la explotación extrema de las cuidadoras reales. En Argentina salió a la luz a través de historias horrorosas de personas transportadas en baúles de autos de alta gama.

Muchas palabras sobre el cuidado no protegen a las cuidadoras reales, y digo las porque son mujeres racializadas y pobres, que cobran los peores salarios del mercado y pierden sus trabajos sin que se active ninguna forma de protección social. Ser “trabajadoras esenciales” no las hace esenciales en el momento de los derechos. Las leyes existentes apestan. Eso, por supuesto, no se debate. Por qué no tienen jubilaciones, y cobran miseria no es un tema.

Y es que la pandemia llega bajo condiciones que no elegimos, como alguna vez señalara Marx a propósito de los avatares que, en 1848, llevaran al poder a Luis Bonaparte.

La elegía del cuidado y la saturación de discursos y debates sobre su significado no transformará la conciencia social sobre su importancia, ni abrirá un espacio para considerar la corporalidad y la mortalidad humana si no nos empeñamos en sostener una perspectiva feminista y anticapitalista.

Y esto es así porque la maquinaria infernal del capitalismo no puede parar, y mientras la vida humana es frágil, vulnerable, marcada por la carnalidad del cuerpo y sus necesidades, se consume (la mía y la de mi madre, que terminó en estos días) la inercia de la maquinaria demanda tiempo y trabajo, productividad y aceleración. No importa qué sea lo que te suceda. La maquinaria ciega continúa generando inercias.

Imposible pausar

No hay espacio para la muerte, para el cuerpo, para el duelo.

Una opresiva sensación de suspensión me persigue en estos días. Es que incluso quienes desacordamos y llevamos años de puesta en cuestión de la insensatez productivista no podemos hallar el freno de mano.

Esta imposibilidad de pausa es hondamente personal a la vez que profundamente política. Si no indagamos en ella, si no nos preguntamos por los límites de este sistema bajo el cual se desencadena la pandemia y se nos incita a imaginar lo nuevo, lo que advenga lo hará bajo el sello de la productividad desenfrenada que impone la lógica capitalista. Lo hará imaginando tiempos flexibles en beneficio de otrxs. Lo hará suponiendo que cada unx es un individuo aislado, y no un sujeto ligado a otrxs corporal, afectiva, socialmente.

La clave se halla, a mi entender, en un freno de mano que nos permita detenernos a pensar el sentido de la productividad, que nos habilite a poner en cuestión el brutal expolio de la naturaleza en/de la cual vivimos, que desnaturalice el caráter individual de las posibles soluciones, que desprivatice el cuidado y la reproducción de la vida, que nos instigue a dudar de los beneficios de la virtualidad, puesto que nos está privando de la materialidad gozosa y trágica de la vida y de la muerte.

Maria Mies lo dice de un modo sencillo: el mundo virtual ha alterado nuestra manera de percibir arrasando con las conexiones que nos ligan al mundo material, ofreciéndonos a cambio un mundo ilimitado en el cual todo es posible, en el cual se han diluido las fronteras físicas, incluso las que existen entre la vida y la muerte, y por lo tanto también la necesidad de los rituales, las despedidas, la morosidad del duelo.

Fuente: www.sinpermiso.info, 11 de julio 2020

Voces en los días del coronavirus

Enrique Pimentel / escritor

Hoy rompí el confinamiento para acudir a la entrega de la oficina que estaba a mi cargo. Hacía días que no caminaba por el antiguo barrio de San Sebastián que no ha cambiado mucho desde el inicio la cuarentena: pocos negocios abiertos, pero el mismo tráfico de antes de la pandemia. Y escasos lugares para estacionar el coche. La iglesia del antiguo asentamiento indígena está dedicada al mártir condenado a morir bajo un aluvión de flechas por el emperador Maximiano. Yo la recordaba por un novenario de misas de difuntos al que acompañé hace muchos años a mi abuela. La esposa y la hija de don Juan Durante, un empresario poblano, habían fallecido en un accidente automovilístico en la recién inaugurada autopista México-Puebla. Junto con ellas había perdido la vida el conductor, don Trino, un viejo y muy estimado chofer del sitio de taxis del Gallito, enfrente del cual vivíamos entonces. Habían ido a la capital a una cita médica en el coche familiar. La hija tenía algún padecimiento crónico que había exigido muchas consultas y alguna intervención quirúrgica. Era la época en la que los buenos médicos y los mejores hospitales había que ir a buscarlos al DF. Un tráiler sin frenos los aplastó en algún tramo del camino cuando regresaban a Puebla.



Volví a entrar a San Sebastián el año pasado cuando encontré una pensión de autos más cercana al trabajo, y a unos metros del templo. Ahí descubrí, cerca de la entrada, en una especie de capilla, una réplica del Señor de las Maravillas, muy venerada y visitada desde tempranas horas. Varios de los fieles pasaban, antes de comenzar con las labores cotidianas, a encender a sus pies los clásicos cirios amarillos que se venden alrededor del templo de Santa Mónica donde se encuentra la imagen original. Dos o tres veces a la semana yo solía hacer lo mismo (para lo cual tenía que ir a comprárselos a los ambulantes de la 5 de Mayo y 18 Poniente). La capilla es un compendio de las devociones más acendradas de la actualidad. Atrás y a los costados del Jefe de Jefes de la milagrería poblana, se pueden apreciar cuadros y esculturas de San Charbel, San Judas, la Guadalupana, la Virgen de Juquila, el luminoso Jesús de la Misericordia. Desde el muro contrario, los acompaña San Martín de Porras que fue un santo muy socorrido durante las décadas 60 y 70 del siglo pasado. Quizá él ya estaba ahí cuando yo acudía al novenario de las familiares de don Juan Durante. ¿Cuántos en esta ciudad conservarán memoria de aquel brutal accidente? ¿Cuántos se acordarán de don Trino y de su enorme taxi negro y amarillo? Si sorteo la pandemia y la nueva normalidad, espero regresar a prender un cirio a los difuntos de esas lejanas fechas, y a los que resulten de esta época cruenta que nos tiene, igual que al mártir romano, pero por motivos diferentes, bajo un aluvión de flechas.



Del fogón a la boca

Una de las operaciones que más frecuentemente se realizan dentro de los procesos de la Cocina Tradicional en nuestro país, es la separación de partículas por tamaño, ya sea para separar impurezas indeseadas como cascarillas, semillas o piedrillas que se hayan colado de la cosecha; pero también para obtener productos más uniformes, con mejor textura final, mejor presentados. Para ello, desde tiempos inmemorables, las cocineras tradicionales recurrieron a cernedores fabricados con fibras vegetales trenzadas y más recientemente, a mallas elaboradas con textiles y en la actualidad, a coladores metálicos. En Puebla, se desarrollaron un tipo de cernedores muy singulares, y que en mi familia se ocuparon desde siempre, para hacer uno de los dulces más tradicionales de la festividad de Todos Santos.

Papá me llevó ese día a la calle 2 oriente, una de mis favoritas de la Ciudad, en especial el tramo que va de la 2 a la 4 norte, antiguamente conocida como Calle del Costado de San Pedro; al número 205, donde estaba la antigua jarcería llamada ‘El Potro Alazán’. Al entrar, inmediatamente te llegaba un aroma muy especial que hasta hoy recuerdo: innumerables artículos fabricados en cuero, mecate, cerda y toda clase de fibras vegetales. Colgados había ayates para bañarse elaborados en fibra de maguey; estropajos naturales, correas de cuero, rollos de mecate de varios calibres, petates tejidos de distintos tamaños y colores y muchos artículos para monturas: sillas en madera para burros, sillas de montar completas y frenos metálicos. Pero Papá buscaba algo muy especial: un cernedor para el Punche.

Ya en casa, la Bisabuela Valito iniciaba el ritual de preparar el Punche de Todos Santos: la harina de maíz azul molido era ‘desleída’ en leche entera, pasada por el cernedor comprado esa mañana, cuya trama estaba elaborada con crines de caballo trenzadas y que únicamente era usado para este dulce. Al pasar la mezcla por el cernedor, éste retenía las cascarillas y el germen del grano de maíz y dejaba pasar únicamente el almidón - un cierto tamaño de partícula de éste - que cocido con azúcar y perfumado con agua de azahares y canela molida muy finamente, resultaba tras largas horas de cocción, en el más poblano de los dulces y que nuestros difuntos venían ansiosamente a degustar.

Tras su utilización, el cernedor era lavado perfectamente con abundante agua limpia en el lavadero del patio y puesto a escurrir y secar a la sombra, a ‘que le pegara el aire’ como decía la bisabuela Valito. Ello aseguraba que el cernedor estuviera completamente seco, antes de ponerlo otra vez encima del trastero de la cocina, donde reposaría hasta su aparición estelar justo al cabo de un año, para Todos Santos. El cernedor era fabricado por hábiles manos artesanales poblanas, empleando materiales muy sencillos: un delgado y uniforme tramo de madera de tejamanil - del náhuatl tlaxamanilli - crines de caballo y mecate de fibra de maguey. No puedo imaginar la enorme destreza manual del artesano y la dedicación que tenía, para conseguir los materiales, trenzar hábilmente las crines en una urdimbre de fibras naturales y sujetar todo en un marco tan liviano y resistente: una verdadera pieza utilitaria de Arte Popular.

¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!

#tipdeldia: La Jarciería ‘El Potro Alazán’ desapareció hace una década aproximadamente; la magnífica casa virreinal que le daba espacio fue convertida en estacionamiento público - contra todos los reglamentos de protección al patrimonio civil edificado – en el 2015. Les invito a visitar las últimas jarcerías que sobreviven en el Centro Histórico, antes de que estos comercios tradicionales desaparezcan para siempre.



Voces en los días del coronavirus

Juan Carlos Báez, escritor, estudiante de literatura

¿Ya eres más hombre? Reto: Sé Más (o menos) Hombre, parte 3



Día 15, Reto 15: Más allá del reto, necesitaba hacer esta actividad. Tendrá cuestión de meses que empecé a sentirme incómodo con la manera en que vestía. Poco después de notarlo supe que era por la forma en que combinaba algunas prendas. Así que, de un modo u otro, pensé que debía variarle a las combinaciones y ponerme algunas playeras con ciertos pantalones y viceversa.

Concluí que me veo bien de camisa porque, en el fondo, soy un señor y toda ropa de señor al parecer me hace ver de acuerdo a mi personalidad de señor.



*



Día 16, Reto 16: Esto lo hice entre diciembre de 2019 y enero de 2020, si no me equivoco. Y sí, lo he hecho. Y he sufrido. Y cada que puedo me reitero que no lo estoy haciendo. Y me siento mal por ello. Y lo sigo haciendo. Y es complicado. Y lo es mucho pero lo hago. Y cada que puedo reviso lo que he avanzado. Y sigo haciéndolo. Y escribo. Y leo. Y grabo. Y mando. Y sigo haciéndolo. Y lo hago. Y lo hice. Y lo haré. Y no sé cuándo acabe ni menos cómo pero lo hago. Y hago. Y duele. Y creo que nunca dejará de doler. Y me voy acostumbrando. Y sigue doliendo. Y lo sigo haciendo. Y duele más. Y más. Y más. Y y y y y y

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Día 17, Reto 17: Hará cuestión de tres años que mi abuela falleció. La considero la única persona de la tercera a la que era verdaderamente unido. Por ahí, sí, tuve abuelos también, abuelos hombres, vaya. Pero creo que con ninguno me llevaba en sí. Al poco tiempo de fallecida mi abuela, murió, primero, su esposo, es decir, mi abuelo materno y, luego, el papá de mi papá, es decir, mi abuelo paterno. A partir de la muerte de mi abuela mi mamá, quien también ya es grande –este año cumple 62–, y yo creamos una rutina completamente distinta de la que ya he platicado en anteriores ocasiones.

No podría decir que yo ayudara mucho a mi abuela. En realidad era –y soy– muy inepto en la vida y me la pasaba –y paso– ensimismado mucho tiempo. Mi excusa siempre ha sido que tenía diecisiete, dieciséis, quince, catorce y réstenle a esos más años como para concientizarme de las cosas que había a mi alrededor y las necesidades que debía cubrir. Y, sin embargo, en ocasiones me parece que sigue siendo así. Pero la quería como quizás a pocas personas he querido en mi vida. Bromeábamos, peleábamos, debatíamos. En una palabra: nos acompañábamos en nuestras respectivas rutinas diarias pues a su casa llegaba de la escuela para comer y nos íbamos muy tarde. Me quedé con ganas de decirle lo mucho que la quería pero en los últimos días de vida me costó trabajo encontrar las palabras adecuadas para ello y mejor preferí escribirle un poema que ahora prefiero olvidar. –Cosa curiosa: en algún momento mi mamá me dijo que ella prefería que escribiera a que me volviera músico. Y, bueno, pues heme aquí en este trayecto de sufrimiento que es la literatura. –

Aún procuro ayudar a mi mamá. Hoy, 18 de junio, avisaron que el siguiente semestre de la universidad comenzará a mitades de agosto y será virtual hasta nuevo aviso. Qué bueno ya que así podré apoyarla en lo que pueda en las actividades del hogar. A ver qué pasa. Igual e incluyo dentro de mis actividades ir al super y, así, quitarle ese peso a mi papá, quien lo ha hecho en las últimas semanas.

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Día 18, Reto 18: El más difícil de todos por la sencilla razón de que nunca, jamás, en la vida he podido poner mi cabeza en blanco, callarla, decirle que se ciña a una actividad y no piense en ningún otra, en ninguna otra cosa que no sea eso preciso que estamos haciendo en el momento. Dificilísimo. A los siete años a un grupo de doctores y a mi mamá se les ocurrió buena idea inventarme una enfermedad casi incomprobable –pues incluso su inventor ha dicho en años recientes dudar de la existencia de ella– llamada Trastorno déficit de atención e hiperactividad, conocida por sus siglas como TDAH o por la abreviatura en inglés ADHD –Kendrick Lamar hizo una canción al respecto–. Hasta casi los catorce tomé un grandioso y mágico medicamento llamado Ritalin, que, según dicen, puede crear dependencia y, más tarde, cuando ya se levantó el tratamiento, pensamientos suicidas, depresión y ansiedad. No me falla la memoria al decir que a los trece, catorce años empecé a experimentar dichas ideas en mi cabecita ahora supuestamente curada pero que más pronto que tarde me diría: no, cómo crees, curado nunca, nunca estarás curado a menos que vuelvas a medicarte y estés así gran parte de tu vida. Hace unos años ideé un horario para que me rindiera el tiempo y mi cabecita no estuviese volando en la nada. Organicé mis proyectos de tal modo que pudiera leer y escribir –lo que más importa– y también pudiera sacar las tareas de la escuela y cumpliera con mis demás compromisos. En ocasiones algunos amigos creen que tengo un horario por mamón pero no es así: lo tengo porque de lo contrario me volvería loco haciendo todo y llegando a nada. No. No puedo callar mi cabeza. Aunque sí me han recomendado meditar. Quizás empiece a hacerlo. Suena bien. Suena a un reto para mi cabecita que piensa todo y llega a nada. A nada. A nada. A nada de nada.

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Día 19, Reto 19: No sé cocinar, amigos, así que les ahorro la lectura de este reto. En cambio les dejo una foto de unos Ruffles original. ¿Les gustan?

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Día 20, Reto 20: Hoy platiqué con mi mamá sobre la violencia que vive el país desde hace casi catorce años. Por ahí salió el tema de los desaparecidos y los muertos porque días antes se me ocurrió poner una entrevista que le hicieron a Rulfo en el setenta y a ella le llamó la atención. Me dijo algo como que Pedro Páramo era muy particular pues hablaba de muertos. Yo le dije que lo interesante de ella era que los muertos hablaban. Tal cual. El tema acabó en que yo le mencioné un pasaje de Bulgaria Mexicalli, de Gerardo Arana, en la que dicen que tres mexicanos y un chileno velan el cuerpo de Juan Rulfo y de repente éste se levanta y dice: “En México todos están muertos”. El verso me gusta muchísimo. La idea aún más. Y pensaba hacer para el reto de hoy un collage con algunas revistas y libros que ya no uso en las hojas recicladas sobre las cuales imprimo todo el tiempo otros textos. Pero el tiempo me venció. Fue, sin embargo, un tiempo invertido en algo bueno pues me reuní con mis amigos después de mucho tiempo de no hacerlo. Ellos del otro lado de sus cámaras y yo de la mía. Platicamos largo y tendido. Espero acabar el collage pronto y ponerlo en algún lugar de mi habitación a modo de recordatorio de qué tan buenos fueron Rulfo y Arana.

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Día 21, Reto 21: Bueno, pues. Hoy se concluye esto. Fue lindo mientras duró. Sirvió bastante. Como conclusión sacó que muchas de las actividades propuestas en el reto deberían hacerse de cuando en cuando, si no es que diario en algunos casos específicos –como la ayuda en la casa.

Se supone que el último reto consiste en hacer algo en lo que tengas talento. Y si bien no considero que tenga el talento del mundo, o, más aún, que esté cerca de saber que ese ‘talento’ me dejará algo, sí digo que me gusta escribir. Ya tiene tiempo que le dedico gran parte de mi esfuerzo y energía a esa actividad. Prueba de ello es que parte de este reto se haya publicado en este espacio. Les agradezco a Ana y a Sergio la oportunidad para hacerlo. Todo lo que quise decir en mis comentarios de Facebook y no pude quedó plasmados aquí.

Los quiero. Nos leemos luego.

Voces en los días del coronavirus

Verónica Mastretta / Ambientalista

(Este texto fue publicado originalmente en la revista Nexos, dentro de la serie "Covidiario")

(Ilustración de portadilla, Kathia Recio. revista nexos)



Mi intención era escribir acerca del errático mundo de los sueños, de sus reglas, que son las que parecieran regir y desordenar estos largo días del covid. De hecho, lo hice. Y como pasa en sueños, en que todo se desbarata cuando está a punto de suceder algo definitivo, di un clic equivocado y el texto quedó definitivamente borrado. Lo supe en el instante en que lo hice. Que el texto se había ido al carajo. Mejor. Ya iba sin alma. A la mitad del texto supe que Amy Camacho no había sobrevivido al derrame cerebral que sufrió la semana pasada. Este día no sería parecido a los últimos cien. No lo recordaré como esos días.

El 2020 nos repartió unas cartas desconocidas con las que aún no sabemos lidiar. Los humanos somos la única especie que mide el tiempo, aunque los físicos cuánticos dicen que no existe, que todo es presente. Como sea, nos hemos organizado para ponerle horas y nombre a las vueltas de la tierra sobre su eje o alrededor del sol, lo hemos medido con relojes de arena, calendarios de piedra o con precisión digital. Pero el covid ha arrasado hasta con la percepción que teníamos del tiempo, y de marzo para acá tenemos en la mente un amasijo de días y horas confundidos entre sí. La cuenta exacta del tiempo ha sufrido un serio revés y hoy me parece esquivo e inmanejable, como en los sueños.

Anochece en este 25 de junio de 2020. La muerte de una persona querida fija las fechas en nosotros. Pienso en Amy muy joven, casi niña, la mayor de ocho hermanos, aprendiendo a trabajar en equipo para lograr sacar adelante a Africam Safari hace tantos años, y en cómo se transformó en una eficaz , intensa y generosa líder de múltiples causas. En los últimos tiempos, larga fue su batalla por vivir, largo su encierro. Y no por el covid. Su salud se volvió frágil hace ya tiempo. Tanto batallar desde los trece o catorce años le pasaron factura. Ella quemaba su energía en cada idea que consideraba fundamental, pero en particular en todo lo que fuera su familia nuclear y laboral y todo lo que tuviera que ver con la protección y preservación del mundo natural. Si la energía se transforma, se volverá cometa. Así me la imagino. No la imagino quieta. Contar su historia es motivo de un relato aparte. Varias veces se lo dije, cuando con entusiasmo buscaba quien le escribiera un buen texto con la historia de su papá y los orígenes de Africam, —Para mí el personaje eres tú. La historia que hace falta contar es la tuya—. No se veía a sí misma como una heroína. Tampoco como víctima. Yo vi en ella tanta complejidad, tantos dilemas, pero como primera cualidad, una generosidad inmensa, un desbordamiento y compasión hacia los demás que rara vez se encuentra en las personas.

Si algo caracterizó a Amy fue su capacidad para entender que había que trabajar y actuar más allá de nuestros pequeños mundos personales. Cuando tuvo su vida resuelta, guardó en la memoria lo importante que es que alguien te ayude cuando estás en problemas. Traía a flor de piel la pregunta —¿En qué te ayudo ? ¿Qué necesitas? ¿Cómo lo resolvemos?—. La generosidad como una insignia. Fue y vino por la mixteca poblana después del temblor de 2017. Conseguía ayuda, sí, pero junto a las cosas, ella sumaba su presencia. Justo cuando empezó el covid, un aneurisma hizo crisis en su cabeza. Los hospitales eran un lugar de altísimo riesgo para ella. En marzo la mandaron a su casa, a esperar a que bajara la pandemia, cuando todos pensábamos que para abril o para mayo iríamos de salida. Ya va acabando junio. El covid nos obliga a esperar. Obliga a la paciencia. Hablé con ella en esos días. Ella que era tan cariñosa, sensible y espléndida, llevaba el aislamiento drástico con muchísima gracia y valor. En estos tiempos en que reinan las quejas, no se quejó ni una vez. Sólo me dijo que estaba asustada de que el riesgo del virus no diera tiempo para que la pudieran curar —Pero es poco lo que necesito, solo necesito paciencia. ¿Y tú, cómo vas? ¿Estás tranquila? ¿No necesitas nada?—.



Cuando se va una persona como Amy, todos perdemos algo. Cuando vemos vivir a alguien como ella, siempre aprendemos mucho.

Comienza otro día, a ver si lo podemos volver extraordinario.

Voces en los días del coronavirus

Sergio Mastretta / periodista

(Este texto se publicó originalmente el 24 de junio en el portal digital de la revista Nexos dentro de la serie "Covidiario")



La vida replegada. Afuera, en la calle, se sujeta a ritmos que no son los míos. Lo sabe el río Atoyac cercano a casa, que ruge tras la tormenta al caer la tarde del martes 23. También las pálidas milpas, jovencísimas, en lo que eran las ciénegas de Texmelucan y Tlaxcala en la ruta del río hacia la ciudad, se alegran tras la sequía que ha acompañado un temporal infame. Fines de junio y apenas llega el azote del cielo para diluir las aguas podridas del río muerto. Los frailecillos (Macrodactylus nigripes) se alegran también desde sus larvas pues ya se miran como adultos en el festín de las espigas en la polinización de julio y agosto. Altísimo riesgo para los que sembraron en abril. Y para la tierra a la que le caerán los insecticidas clorados y fosforados. Los campesinos maiceros, que no les hablen a ellos de plagas y pandemias.

Frailecillos (Macrodactylus nigripes), coleópteros felices rumbo al festín de las espigas…

Miércoles 24. La voz atada a la celda de la computadora en la era fértil del palabrerío.

Un amigo me dice que su papá tiene todos los síntomas del coronavirus. Esperan el resultado en unos minutos. Ahí la palabra es precisa: riesgo. Su padre ronda mi edad, 65 años que se asoman al abismo.



Amanecimos en Puebla con la lluvia y la cuenta de 40 personas fallecidas en las últimas horas y 309 nuevos casos positivos, 914 muertes desde que el gobernador Barbosa habló del molito que te salva de quedar tieso.

En el olvido también su desvarío de la enfermedad de ricos. Con 23 377 mexicanos muertos poco a poco escalamos peldaños en la lista de la Johns Hopkins. En el mundo 478 289, y ya la mirada es telescópica.

La vida a saltos. Hoy 3 de mayo escribo que la cuenta es de 247 431 muertes. Día de la Santa Cruz. Analizo la imagen que me desnuda. ¿Qué se necesita para pasar a la estadística? Ahí estamos cualquiera de los 7 500 millones de habitantes de este desventurado planeta. Su desventura es la nuestra. El mal es sistémico, dicen los enterados. Por dentro y por fuera, el mal está hecho. La historia la cuentan los científicos y la extraen de las autopsias, de la vida de los otros que la han perdido. Su tiempo finalmente desatado. 247 431 muertos a estas alturas de la noche del domingo 3 de mayo, para los cueteros, el Día de la Santa Cruz.



La voz atada. Mi oficio es contar historias y quedar como el cohetero. Tengo 43 años saliendo a la calle a buscar la noticia, como mal decimos en el medio periodístico, pues los hechos se fabrican para venderlos en el mercado. He aprendido a escribir escuchando las historias de los otros. Siempre en mi entorno inmediato. A veces más lejos. Mi historia personal ha sido la de salir a buscar la vida de los demás para intentar entenderla y contarla. Ahora estoy atado en casa. Enfrascado a ratos en conversaciones que se estrellan contra la pared.

En la realidad los hechos se mueven con la libertad de los frailecillos.

Ayer martes 23 de junio, a las 3 de la mañana, un operativo policiaco tomó por asalto varios barrios en Amozoc. Iban por quienes tienen identificados como líderes de una revuelta contra el alcalde del lugar, predicador de la Iglesia de la Luz del Mundo, quien llegó al cargo en otra de las lunáticas alianzas de Morena para ganar en el 2018. El tipo ha conseguido en un año de gobierno que una turba estalle contra el palacio municipal. Ocurrió el 23 de enero de este año. Exigían patrullas y seguridad, agua potable y cuentas claras. Quemaron dos patrullas y se apedrearon a gusto con los granaderos. Una carga de gas y toletes los enfureció, así que tomaron la autopista y exigeron la destitución del de la Luz del Mundo.

El fanático no pone la otra mejilla y se resguarda en su alianza con Miguel Barbosa. Identifica uno a uno a los que encabezanel movimiento Amozoc Seguro. Un activista, Eloy Méndez, el primero de ellos. Cinco meses después, ayer en la madrugada, en un operativo como no lo habían hecho contra ninguno de los grupos de huachicoleros de la región, la policía estatal cumplió con el cateo en búsqueda de los líderes, y lo hizo como lo han hecho siempre en Puebla los gobiernos: sin órdenes de aprehensión a la vista, tumbando puertas, arrojando a los detenidos en las bateas y bajo las botas de los granaderos. Catorce detenidos por el gobierno de Puebla, hoy con marca Barbosa-Morena, igual que con Moreno Valle-PAN o Manuel Bartlett-PRI. Una plaga antigua la de los gobernadores autoritarios en Puebla.

La voz atada del reportero imagina a los reos apretujados en la celda de ingreso en el Cereso de San Miguel. Los cuerpos ahí no tienen nombre y apellido, son larvas con las que se alimentan abogados, ministerios públicos y jueces que afilan el colmillo. Cuando los detenidos en Amozoc lleguen a ella dormirán los primeros días de pie, en un aprieto de sudores, odios y miseria, pues no hay otra forma de que 52 personas quepan en un espacio de 4 por 3 metros. En el rigor de ese infierno sufrirán la violencia de los escupitajos y madrazos del más fuerte ahora, el covid-19. La cuenta de muertos por coronavirus en la cárcel es de 15 hoy. Dice David Méndez Márquez, morenista convertido en secretario de Gobernación por Barbosa, que ya son 176 casos confirmados de coronavirus en las cárceles poblanas. El funcionario no tendrá cómo justificar que un gobierno de izquierda aplique los términos del antiguo delito de disolución social de los años cincuenta contra los detenidos esta madrugada en Amozoc. Ni las celdas mínimas en las que se enlatan a los presos.

La voz atada en el cerco de la injusticia. Alegría de los frailecillos.

Sergio Mastretta

Del fogón a la boca

(Imagen de portadilla: Agustín Arrieta, Cuadro de comedor, ca. 1840-1860. Detalle. Museo soumaya, Ciudad de México)

El chocolate es una de las grandes aportaciones mexicanas a la Gastronomía Mundial: su consumo como bebida ritual, la podemos rastrear en las culturas olmeca y maya desde hace más de tres milenios. Sin embargo, esta deliciosa bebida se consumía de manera muy diferente a lo que ahora acostumbramos. Después de cosechar los granos de cacao, estos eran sometidos a un proceso de fermentación y secado; ya en las casas los granos eran tostados y molidos empleando el metate y calor, para obtener unas tabletillas que se guardaban celosamente. Cuando se decidía prepararlo, la tabletilla era disuelta en agua caliente, se le agregaba polvo de maíz tostado - como espesante - y se endulzaba con miel de maguey; también era común perfumar la sagrada bebida del xocólatl, vocablo náhuatl, con vainas de tlilxóchitl o vainilla.

Posteriormente, las cocineras novohispanas siguieron básicamente la tradición indígena de cómo prepararlo, pero ahora empleando azúcar de caña para endulzarlo y así el chocolate llegó a ser la bebida más gustada y consumida durante tres siglos en nuestro país. Lo de agregar leche, ya vino hasta el S.XVIII, y en Europa.

Asociado a su consumo ritual en Mesoamérica, también se desarrollaron utensilios únicos para su preparación: así nacieron las jarras chocolateras: se necesitaba un recipiente que, aunque tuviera volumen reducido, contara con la profundidad suficiente para espumar la bebida con agitación – y así nuestros antepasados los fabricaron en cerámica, algunas muy bellamente decoradas. Y claro, estos recipientes se podían poner al fuego para calentar la bebida y contaban con pico, para escanciarla.




Durante el Virreinato, muchos utensilios de cocina se modificaron debido a la utilización de novedosos materiales y así surgieron las jarras chocolateras elaboradas en cobre, con asas de hierro forjado. El precioso metal venía de la provincia de Michoacán, de su centro productor más importante, Santa Clara de los Cobres, fundada en 1553. El ‘cobre de labor’ venía a la capital del Virreinato y de ahí a Puebla en lomo de mula, en forma de lingotes o tejos. Los artesanos poblanos fabricaban a partir de ellos y a golpe de martillazo, diversos utensilios de cocina con innumerables formas y funciones: cazos, sartenes, calderos y jarras chocolateras.

Recuerdo muy bien como mi Abuelita Tere hacía el chocolate para la merienda: del trastero bajaba una jarrita de peltre azul con puntitos negros y la ponía a calentar sobre la estufa, con suficiente leche que recibía directamente de Chipilo. De la despensa sacaba de una gran lata con tapadera metálica, una tabletilla de chocolate oscuro y con sus manos la rompía - con un chasquido que aún recuerdo - y los trozos caían en el líquido, justo antes de que soltara el hervor. Posteriormente agregaba una cucharada de azúcar y gotitas de vainilla: ya tenía listo el molinillo de madera para terminar de disolver el chocolate y empezar a espumarlo. Servía la deliciosa bebida en unas tazas gordas y las llevaba a la mesa, donde esperábamos impacientemente: con una rápida maniobra, el Abuelo Manolo tomaba un bolillo comprado en La Cibeles, la panadería de más renombre en los 1970’s sobre la 25 poniente, lo trozaba y tomándolo de la dorada puntita, lo sumergía en la taza para sopear el chocolate, aunque la Abuela lo reprendiera cada vez por ello.

¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!

#tipdeldia: preparemos en casa la deliciosa bebida de nuestros antepasados: en el mercado encontraremos numerosos marcas y tipos de chocolate; recomiendo buscar chocolates artesanales de fabricación local o nacional, que tengan la menor cantidad de azúcar y así ustedes agregarán la cantidad deseada antes de consumirlo.



Mundo Nuestro. Memoria de Amy Camacho. Memoria del más importante proyecto socioambiental en la historia de Puebla. La deuda de la ciudad de Puebla con Amy y la familia Camacho es inconmensurable. Hace muchos años que sabemos de la importancia económica que Africam Safari ha tenido para nuestra ciudad. Una ciudad, por cierto, que no ha tenido la altura de miras del proyecto que encabezó desde sus 17 años Amy Camacho.

Mucho más dificil es asimilar lo que esta empresa familiar ha hecho para nuestra comprensión amorosa del mundo. Ser naturaleza. Imaginar una relación armónica con el mundo en el que vivimos. Dejar de destruirlo. Recomponerlo. Dejar de matarnos entre unos y otros.

Aprender a ver, desde los ojos de los habitantes de Africam, el mundo.

Ha muerto hoy jueves 25 de junio de 2020 Amy Louise Camacho Wardle. Cuánto lo lamentamos.



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