Sociedad

Mundo Nuestro. Esta revista estrena a un joven escritor enamorado del rock y las tocadas. Por ahí empieza a abrir su propio sendero en la literatura poblana. Aquí su recorrido por Casa Nueve, a la manera de los hoyos setenteros. Ruido, desmadre, soledades compartidas, viaje por una ciudad que se descubre a vuelta de camión y noche y que se escurre como en un exorcismo hacia la madrugada de la vida.

Ilustramos esta crónica con imágenes de su colega de correrías Jorge, fotógrafo autor del proyecto FloTe.



Al arranque de la tocada. Foto de FloTe.

Me propuse a llegar temprano ese día, y fallé. Desperté porque mi mamá estaba en mi cuarto diciéndome que ya se me hacía tarde, y como era: eran las cinco cuarenta, y yo me quedé de ver con mi amigo al cuarto para las seis. Cuando prendí mi celular, había un mensaje suyo pidiéndome que confirmara la hora a la que nos veríamos; le pedí que me esperara a las seis, ya estaba a punto de salir de mi casa. Bajé a la sala y desperté a mi papá, que también se había dormido.

Rumbo al centro, pensé en las ventajas y desventajas que representa –para nosotros, los que vivimos en el sur- usar el metrobús. Concluí que es una especie de adicción, puesto que nos encanta usarlo por su rapidez, que es mayor a la de un microbús normal, pero hace que nos confiemos tanto por este aspecto, que siempre salimos tarde de nuestras casas, llegando, por ende, tarde a nuestro destino, volviéndose hasta contradictorio su uso. Esta vez mis papás me dieron aventón, y me dejaron sobre la 11 Sur a la altura de la 6 poniente.

Crucé la avenida y le hice una señal a mi amigo Arturo -quien estaba en el Hnos. Rodríguez- de que se acercara a la esquina. Llegó reclamando mi tardanza, a lo que contesté en tono burlón que me había quedado dormido. Íbamos rumbo a la terminal de autobuses a Cholula, cuando se me antojó un cigarro, así que le pregunté si no llevaba uno; su respuesta fue negativa, por lo que me vi forzado a comprar un Marlboro rojo en un puesto de ropa ambulante que estaba enfrente del lado de la acera donde caminábamos. Intenté prender el cigarrillo con el encendedor de la señora, pero terminé haciéndolo con el de Arturo, porque no servía el de ella. El cigarro fue una excusa perfecta para quemar un poco de tiempo. Nos sentamos delante de la terminal mientras platicábamos un poco de lo recién acontecido en nuestras vidas, siendo el tema principal las mujeres. Cuando se extinguió el tabaco, tomamos asiento en las butacas que tiene la parada de buses, y dejamos pasar tres camiones (uno de ellos nos llevaba a nuestro destino). Se hacía cada vez más tarde, y agarramos lugar en la fila para subir al camión, que arribó pronto con el letrero de “Cuatro Caminos”, confirmando cuál debíamos tomar.



Nos fuimos a valor mexicano, sin preguntar ni pedir al chofer nos avisara dónde debíamos bajar. Hacía dos semanas visitamos Cholula para ir a un evento similar, así que los recuerdos estaban frescos. Cabe aclarar, que la primera vez que visité la ciudad fue también para asistir a un concierto; o más bien, a una tocada. Se había suscitado un año atrás, en donde Joliette tocaría en totalidad Principia, su disco debut, en Casa Nueve. Mi pareja en ese entonces me acompañó, y el proceso que ahora hice con mi amigo, era en ese momento completamente nuevo y desconocido para mí; toda esa noche fue emocionante, y lo recuerdo perfectamente, tanto que podría hacer una crónica de eso. Regresando un poco al tema principal, ahora Arturo y yo teníamos más o menos claro dónde había que bajar, lo que sirvió para que fuéramos despreocupados todo el camino.

Por dos calles erramos y nos bajamos antes; aun así, estábamos bien ubicados y sabíamos para dónde caminar. Las calles se hacían más largas que la ocasión anterior, y éstas a su vez, estaban vacías para ser un sábado por la noche (en su defensa, seguía siendo temprano, pues el reloj marcaba las siete), lo que me sorprendió. Ubiqué ahora varios lugares de los cuales me habían hablado, y noté que estaban más cerca de lo que yo creía, entre ellos Container, que está a la vuelta de Casa Nueve. Éste último nos recibió con las puertas bien abiertas, como siempre. A lo sumo había ocho personas, repartidas en dos grupos, que estaban sentadas fuera del establecimiento. Entré, y al primero que vi fue a mi amigo Jorge (fotógrafo y co-autor de estas fotos, en su proyecto FloTe). “Qué onda, ¿ya empezaron las bandas?”, le pregunté; “antes al menos me preguntabas cómo estaba”, me contestó, en tono de reclamo, pero sonando burlón. Me disculpé y saludé a las personas con las que estaba, un chico y una chica que son hermanos. Nos sentamos Arturo y yo con ellos, platicamos cada uno en distintos tiempos y de temas distintos; con Jorge hablé un poco más serio sobre un proyecto que tenemos en mente, y que espero se concrete lo más pronto posible.



Quería ir a la tienda por un jugo, y tanto Jorge como Arturo me acompañaron; las tiendas aledañas estaban cerradas, así que caminamos un poco más. Al salir, nos encontramos con que las bandas ya habían llegado, empezando a descargar el equipo de sonido y los instrumentos. Ésta era la penúltima fecha del tour: titulado Tótem Tour, el concepto original nació a finales del 2015, cuando los locales de Joliette decidieron armar una pequeña gira con bandas de países como Colombia, Chile y Canadá; la idea se retomó este año, siendo consecuencia de los tours que armaron en el 2016 (Parasimpático Tour, por Europa, y West Coast tour, por EE.UU.). En esta oportunidad trajeron dos bandas norteamericanas (Gillian Carter y Tiny Moving Parts), una banda suiza (Überyou), una venezolana (Cardiel, aunque radican acá en México) y una nacional, pero del norte (xHendrix); muchos colores de piel e idiomas flotaban por ahí.

Joliette, la banda local. Foto de FloTe.

Mis limitadas capacidades mentales hicieron que comprara un Boing de guayaba frío y un cigarro, y que no obstante a esta combinación fatal para mi garganta, creyera que sería buena idea intercalar su consumo; las consecuencias se ven hoy, pues traigo una tos infernal. Después de eso, volvimos a Casa Nueve, y las bancas de piedra que El Punto tiene fuera de su local nos acogieron. Empezó a llegar más y más gente; mi amigo Jorge entró a ver su chica, Mariel, yo saludaba a los rostros familiares que aparecían por la calle, y Arturo se quedaba ahí riéndose de las tonterías que decía. Como a los diez minutos, volvimos a entrar, y en la misma mesa que habíamos estado se encontraba el hermano de la chica que mencioné antes. Tomamos asiento con él, y muy alegre inició una charla con nosotros, en donde mencionábamos muchas bandas de punk y hardcore que nos gustaban; nos contó, entre otras cosas, que cursaba la secundaria, tiene catorce años y seguro es el más chico del concierto, sin lugar a duda. La música ya sonaba en la galería de Casa Nueve, y todos nos levantamos, a su debido tiempo, para entrar a ver el concierto.

Se me olvidó que le prometí a Arturo pagarle la mitad de su boleto (o sea, cincuenta pesos), y me quedé esperando me devolviera los cien que pagué (di un billete de doscientos de la entrada de ambos), hasta que en la mitad de la noche me recordó las palabras que proliferé. Entramos a la galería, y estaba bastante llena para tratarse de la primera banda, por lo que nos abrimos paso hasta el frente y a un costado para ver mejor. El ruido bluesero de xHendrix hacía retumbar el piso, lo que me llevó a pensar que en cualquier momento los amplificadores iban a explotar. Su música hace un buen tributo a su nombre, pues en muchas ocasiones las partes de guitarra se ven muy influidas por el sonido de Jimi Hendrix; a la par, saben equilibrar bien sus canciones, con secciones que suenan como ya lo mencioné, y otras donde se vuelven más hardcore.

Überyou, los suizos con acento peruano. Foto de FloTe.

El calor inundó la habitación, y los pocos minutos que salimos ayudaron a refrescarnos. Al volver, había más gente y nuestro lugar fue ocupado por alguien más; no pudimos avanzar, así que nos quedamos en medio y a un costado, medio viendo lo que pasaba con Überyou. Los suizos los asocié, desde la primera escuchada, con el sonido skate punk de los noventa, y un poco con el mismo pop punk. Su presentación ha sido la más energética que he visto en una tocada: además de esa misma energía, el vocalista interactuaba todo lo que podía con el público, aventándose a ellos o simplemente prestándoles el micrófono para cantar. “Amigos y amigas”, dijo, seguido de un pensamiento mío, que decía que lo demás lo pronunciaría en inglés, un idioma que la mayoría conoce. “Es hermoso encontrar tantos rostros amigables esta noche”, todo, como lo digo, en español; un español perfecto, una pronunciación sin ningún error, sin ninguna mofa que se vería en una caricatura; su dicción era más perfecta que la mía, ¡y eso que es mi idioma natal! Tocaron sus canciones y un cover de ‘Don’t Stop Believing’. Al terminar, me senté justo en los bancos fuera de la galería, y esperé a que pasara su vocalista. Lo intercepté, lo felicité por tan buena presentación, pero lo que verdaderamente me atañía era preguntarle por qué tan buen español; “es que mi papá es peruano”, me dijo, “de ahí tomó la lengua”.

Gillian Carter, una de las bandas norteamericanas. Foto de FloTe.

Esta vez no nos movimos muy lejos, y tan pronto Gillian Carter comenzó a tocar, nuestros cuerpos ya estaban en primera fila. Normalmente no me gusta el screamo como tal, pero sí hay bandas de este género que me agradan en algunas canciones. Gillian Carter se me figuró, por lo poco que había escuchado y con su presentación, a Indian Summer, mítica banda del screamo. Siendo sinceros, los norteamericanos no nos gustaron tanto; creo nos pareció tedioso que estuvieran gritando todo el tiempo (la música así lo pide, nosotros no elegimos) y el calor se volvía un poco insoportable, así que salimos. Estaba un poco resignado a lo de mi garganta, lo que me llevó a buscar otro cigarro. Llegué a mendigar por alguno, porque no quería comprarlo; siempre y cuando no me dieran Camel, todo estaba bien. Richo, bajista de Leñadores (banda local), me regaló un Benson y con eso fui feliz. La cortina del local de junto nos sirvió como asiento, pues todos los demás lugares estaban ocupados. Arturo estaba un poco desesperado porque no se conectaba al internet con su señal, y yo sólo veía pasar a los chicos nice por la calle para llegar a Mantra.

Cardiel, el venezolano. Foto de FloTe.

Afuera se escuchaba que Cardiel ya había comenzado. Llegamos casi al final de su set, pero la gente de ahí reventó por completo el lugar: muchos fotógrafos estaban más cerca de lo normal al micrófono (más bien a Mike, vocalista y guitarrista), y la mayoría estaba armando el slam y cantando las canciones de la banda. El dúo lo conforman Mike, quien ya mencioné qué rol ocupa, y Samantha, esposa de él y baterista; ambos hacen una banda fenomenal, que prescinde de un bajo, que es cubierto por el montón de pedales que usan para la guitarra. Yo tenía muchas ganas de ver qué tocaba Mike en la guitarra, si acordes completos y puros riffs, pero los asistentes delante de mí, así como los fotógrafos, me lo impidieron; esto me llevó a tomar la decisión de ahora pasarnos del otro lado.

Tiny Moving Parts, la otra banda gringa.Foto de FloTe.

Ya establecidos en el lado opuesto, y después de casi tirar un micrófono al pasarle sus maletines a Mike, nos preparábamos para ver a Tiny Moving Parts; de ahí no nos movimos hasta que acabó la tocada. Me dio la impresión de que la gente se dividió en dos: los que iban por Tiny Moving Parts y los que iban por Joliette, ya que no vi a ambas facciones al mismo tiempo. Los chicos güeritos de Minnesota ya se habían alistado, y me acordé que Arturo mencionó lo feliz que estaba el cantante, Dylan, al que inclusive le dije que se veía muy alegre; es gracioso, porque era de esa alegría que se contagia solo al verla, y le duró inclusive cuando Joliette berreara “Soy inservible / necesito empatía”; para darle créditos, creo es porque no entendía muy bien. Fue la única de las dos bandas que grabé, y que subí a un estado de WhastApp, siendo el primer estado que pongo desde que se volvió WhatsSnapChat. La gente se extasió y cantó los hits de la banda, y algunas desconocidas, sin importarles que un punto los instrumentos dejaron de sonar porque alguien desconectó los amplificadores.

Tiny Moving Parts, el exorcismo del slam. Foto de FloTe.

Nuestros tímpanos resintieron al principio estar tan cerca de la batería; temía que nos fuera a lastimar de verdad, más cuando tocara Joliette, pero el cuerpo humano es tan increíble que amplificó el sonido y todo transcurrió normal. La primera canción que los poblanos tocaron tuvo errores en cuanto a la sincronización, pero terminaron sacándola sin ningún problema. Las canciones que más predominaron en su set fueron de los splits y de su más reciente material; sólo hubo dos del Principia que tocaron, ambos clásicos que subí en WhatsApp, también. No sabría si considerarlo como un encore, pero intentaron finalizar con Dolor de Marinero en la Costa del Vesubio, y ante la insistencia de la gente que deseaba más canciones, tocaron dos más, prolongando Habano Billullo, que originalmente dura dos minutos, a una especie de cuatro minutos de improvisación.

La noche se alargó más; pasamos a cenar y le expliqué a Arturo unas cosas en guitarra al llegar a mi casa, pero de Casa Nueve partimos a la una de la mañana, y la última imagen que tuve al momento de salir, fue Jopo, guitarrista de Joliette, pateando las cuerdas del bajo de Gastón, mientras los demás terminaban su presentación. Todos quedamos sorprendidos por tanta entrega de todas las bandas, que creo no hay queja alguna de la noche: sirvieron, para muchos de nosotros, como un exorcismo a todos los problemas que pudiésemos tener; y que sabemos que si buscamos en su música eso, ésta siempre nos abrazará como debe de ser.

Tan tan, se acabó, el sol nos avisa que llegó el final...



Hoy es 9 de marzo y ya ponte a trabajar, ya déjate de jaladas y aplícate, que los niños y la comida, la ropa, el aseo de la casa, el desayuno, la cena, de nuevo la ropa, el agua para el baño, la teta, y el peine, y la escoba, y el trastero, sí, hay que amamantar, peinar, barrer, trapear, y los trastos, pocillos y cazuelas, y no te olvides de ir al mercado y pagar la luz y esperar al del gas, ah, y si te viene a cobrar el de la renta, le dices que nos aguante nomás que resuelva lo del trabajo.

Sí, se acabó, y te digo que no estaría mal que te pusieras a hacer unos tamalitos o quesadillas o hay lo que se te ocurra, para ayudar con los gastos… ayuda en algo, por Dios, no seas tan conchuda, ayuda con algo, piensa en tus hijos, sé consciente, yo no puedo sólo con tanto, ayuda con algo, ya deja de hacerte mensa.

Ah! Por favor no dejes de lavar y planchar mis camisas y pantalones, tengo una cita muy importante, limpia los vidrios por Dios que ya no se ve nada por la ventana. ¡Ah! , y que no se te olvide lavar esos trapos que me enfadan tanto, y quiero tortillas calientes en una servilleta de tela muy limpia, y ya deberías bordar unas nuevas, que los niños vayan bien limpios y peinados a la escuela, y si no te alcanza para su desayuno ahí le pides al vecino, y si no, o pues a ver cómo le haces, pero al rato que llegue no quiero quejas y no me salgas con que te sientes cansada o cualquier payasada, que se enfermó el niño, pus lo llevas al seguro popular, que para eso vas a tus mensas juntas, o no? Y me esperas bonita, como me gustas, eh! Ahí nos vemos al rato, y si no llego pues ya sabes que no quiero tangos. Ahí te ves vieja...

Ah! Ya sé me olvidaba que el 8 de marzo fue ayer, ya se me olvidaba, felicidades mujer, ahí nos vemos, ahí te debo tus flores, y ni sé qué tiene que ver el 8 de marzo contigo, pero, pues igual, ahí pal año que entra...



Vida y milagros

"La privacidad ya no es una norma social": Mark Zuckerberg, creador de Facebook



Mi abuelo materno tuvo ocho hermanos, cinco de ellos hombres. Los seis formaban una pandilla unida gracias a los escasos años de diferencia entre ellos. Su papá, mi bisabuelo Daniel Guzmán, tuvo el don y la debilidad de interesarse en demasiadas cosas. Además de ser un magnífico y generoso médico, era músico, escritor y miembro de un club anti reeleccionista. Su casa era punto de reunión de tertulias y sesiones espiritistas en las que se gestaban intrigas, se compartían conocimientos, se interpretaba música, se anunciaban descubrimientos científicos y se disfrutaba enormemente del arte de la conversación.

Entre sus múltiples inquietudes dominó la curiosidad por las tecnologías novedosas, gusto que heredó a varios de sus hijos. La llegada de la bombilla eléctrica, la fotografía, las nuevas formas de anestesia y muchos otros inventos fueron parte de las cosas que tuvo la fortuna de disfrutar.



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Dentro de la pandilla desaforada que formaban sus hijos, Roberto fue catalogado como el más inquieto, travieso y audaz. Siempre que en la casa había un destrozo o una travesura infantil de grandes proporciones, el primer sospechoso era Roberto.



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La máquina de escribir fue hija de muchos inventores de diferentes nacionalidades, pero la primera máquina de escribir visible, es decir, la que te permitía ir viendo todo lo que escribías sin que los primeros renglones quedaran oculto por el mecanismo , se inventó en 1895. La patente Sholes & Gliden la adquirió y comercializó la empresa Remington. El Dr. Daniel Guzmán había vivido y estudiado en Estados Unidos en su primera juventud y era admirador y estaba al tanto por medio de revistas de todos los inventos que facilitaban la vida, así que compró una flamante máquina de escribir en 1901. Como un tesoro, la máquina fue colocada en su despacho y consultorio dentro de un enorme escritorio de cortina .Se les advirtió seriamente a los niños que no era un artefacto para jugar y se les prohibió tocarlo.

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Unas pocas semanas después la máquina apareció inexplicablemente aplastada e inservible en el escritorio. Ya dije que todos los hermanos juntos eran capaces de muchas maldades, pero con las pertenencias de la autoridad paterna no se metían. El doctor daba mucha importancia a la educación y su figura causaba además de respeto y cariño, también miedo. Empezaron las averiguaciones. Los seis niños negaron haber tenido algo que ver con la total e incomprensible destrucción de la máquina. Todas las voces y los dedos adultos acusaban a Roberto, el cuarto hijo, que entonces tendría 9 años. Dados sus antecedentes nadie dudaba de su probable culpabilidad. Él se defendió y juró que no tenía nada que ver, llorando a mares ante las falsas acusaciones dirigidas a su personita, acusaciones verosímiles pero no verdaderas. De qué tamaño no sería su pena y su negativa que su severísima madre le creyó y argumentó a su favor diciendo que Roberto era demasiado pequeño para siquiera poder mover la pesada máquina de su lugar, y que si bien ya debía muchas, como por ejemplo el enhebramiento fatal de su máquina de coser o el incendio de un ropero por jugar con pólvora adentro de la casa, no tenían porqué acusarlo de todas. Su madre aceptó y defendió su palabra y el asunto de la máquina pasó a ser un misterio sin resolver.

El vecino de mi bisabuelo era un abogado que no solo compartía colindancias con su casa, el huerto y el jardín, sino también el gusto por los inventos que ofrecía la naciente modernidad del siglo XX.

Una tarde de domingo llegó a la concurrida tertulia del doctor y con gran ceremonia les fue mostrando las fotos experimentales que había tomado con una novedosa cámara portatil Kodak Browni que les había presumido semanas antes. Sentados en la mesa del comedor las fotos fueron pasando de mano en mano. El amigo de mi abuelo había tomado fotos de las calles, del río San Francisco y sus puentes y algunas fotos de la casa y el huerto de su vecino.

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Al fondo del huerto había una bodega misteriosa llena de los tiliches que suelen intrigar a los niños; un lugar ideal para ver y experimentar sin ser visto. A la bodega se llegaba cruzando por el patio y el jardín.

Todos admiraban las novedosas fotos de exteriores tomadas por el licenciado. ¡Qué bonita se veía la veleta del gallito que dominaba la punta del torreón de la casa Guzmán! ¡Qué bien se veían los azulejos de la cúpula de La Compañía! ¡Qué preciosas las copas de los árboles y la fuente!¡ ¡Que interesante toma de la escalera y del gallinero! De repente el doctor se puso serio y se acercó una foto a los ojos para mirarla con mayor detenimiento: la foto, tomada desde la azotea del licenciado, mostraba la unión del camino entre el patio y el huerto, y en el camino transitaba una diminuta figura humana cargando la máquina de escribir rumbo a la bodega. Indudablemente era Roberto. La foto había sido tomada tres meses atrás. La Kodak Browni lo había delatado de la manera más artera e inesperada. En el año de 1901 fue víctima del traidor ojo de una cámara portátil, el ojo que todo lo ve. Al mundo había llegado el principio del fin de la dorada privacidad.

Nota: Roberto Guzmán se recibió de Licenciado en Derecho. Fue secretario particular de Don Adolfo de la Huerta de 1923 a 1933, y fue Don Adolfo quien le dictó sus memorias. En esos años recorrió México de arriba a abajo. Se asiló con Don Adolfo en Los Ángeles cuando éste tuvo que huir del dominio político de Calles y Obregón, que pretendían asesinarlo. Don Adolfo no fue ni pillo ni ladrón, así que huyó sin un centavo y sobrevivió dando clases de canto, ya que era excelente tenor. Mi tío trabajó en Hollywood en el cine mudo, apareciendo en papeles de árabe o extranjero exótico debido a sus enormes ojos negros. Si mal no recuerdo fue juez durante muchos años. Yo lo conocí ya viejo y retirado, pero pendiente de las novedades del mundo guiado por su insaciable curiosidad. Le gustaba la fotografía, velear en el mar de Acapulco y en el lago de Valsequillo, dibujar, oír música y disfrutar de las puestas de sol mientras tomaba cubas hechas con limón y ron Batey. Igual que su padre y casi todos sus hermanos, a excepción de mi abuelo que era agnóstico, creía en la reencarnación y participaba en sesiones espiritistas. Todo un personaje fiel a su esencia hasta el final. Ignoro que castigo recibió por haber destrozado la máquina de escribir.

Mundo Nuestro. Dos mujeres miran el carnaval. Dos sensibilidades. Cada una en su barrio, cada una a su manera. Kene detiene el explosivo mundo huehue en sus imágenes. Roxana perfila con las palabras la intensidad febril del pueblo. Es el carnaval. Es el momento del desquite.

Fotografías y video de Kene Gil/Texto de Roxana Alvaláis



VIDEO:

Y asi es el Carnaval de Xonaca. La 26 la Original



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Entre máscaras, cuartas y cervezas va el brincolín del pueblo.



Se conserva y se pierde la tradición, pero ahí están. Se busca con tiempo y mucho ahorro la mejor capa bordada a mano, (hilos dorados, lentejuelas, la mano milenaria y la sabiduría), se distingue el águila, el guerrero, la virgen de Guadalupe, el hombre halcón, el hombre tigre, y los cueros para que el látigo lastime menos la afrenta del año.

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Luego el mole, la cazuela, el diablo y la vestida, las doncellas y sus quereres, los bailes de brinquito, el ron, la maza y el son, desafinado o no. El rezo es lo de menos, el baile y los ladrones, los mejores grupos de danzantes, la burla, el escarnio, la vestida de nuevo, plática y platica y baila y baila con el diablo.

Es el Carnaval, es la fiesta del pueblo, es el desquite, es la mayordomía, es el escándalo permitido, es el latigazo que se prepara desde la afrenta personal. Hay que aventar con maestría la cuerda, el latigazo, la cuarta. Es el momento esperado, hay que bailar, hay que brincar y correr y bailar, es el momento del desquite.

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Es el Carnaval, y aquí estamos en Carnaval.

La comilona colectiva con las puertas abiertas para todo el que quiera sentarse ante la mesa de manteles blancos, con el vaso rellenito de pulque o agua de Jamaica; y el brinquito sigue entre máscaras burlonas, moles y tortillas echadas de momento en el comal; y el café y su pan de elote.

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Todo se resuelve en mil colores.

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La burla suena con el silbido y el chasquido de las cuartas que siguen cobrando afrentas a los que se quisieron pasar de listos y terminarán burlados en esta… noche de Carnaval.

Es el momento del pueblo, es el Carnaval.

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Tendencias en marcha

En los próximos años las tendencias en el campo político, económico, ambiental, tecnológico, de seguridad y el sistema global no son positivas. Estas se van a profundizar en los próximos diez años. Apuntan a un mundo menos democrático y equitativo entre los países y al interior de los mismos. Esto, según el académico Antonio Payán de la Universidad de Rice, en Houston, Texas.

Se puede estar o no de acuerdo con esta visión, pero son ideas interesantes que merecen la discusión. En diciembre de 2016, en Honduras, me tocó escuchar a Payán, nacido en México, que trabaja en Estados Unidos y también en la Universidad de Ciudad Juárez. En 2013, en la Universidad de Rice fundó el Centro de Estudios sobre México, que él dirige. Comparto mis notas sobre estas tendencias.

Tendencias políticas:

  • Debilitamiento de la democracia representativa.
  • Debilitamiento de la democracia discursiva.
  • Aumento en la militarización de la seguridad nacional y política. Incluye la pública. Uso de tecnología altamente sofisticada
  • Intensificación de los nacionalismos.
  • Debilitamiento de la cooperación internacional.


Tendencias económicas:



  • Precarización del empleo vía la terciarización de la producción.
  • Automatización de la producción industrial.
  • Repatriación de la maquila a Estados Unidos vía la robótica.
  • Agudización de la inequidad del ingreso al interior de los países.
  • Agudización de la desigualdad social entre los países y al interior de los mismos.


Tendencias medioambientales:

  • Deterioro creciente en los países en vías del desarrollo.
  • Aumento mundial de las industrias extractivas.
  • Aumento de los eventos meteorológicos graves.
  • Aumento de la problemática del agua.


Tendencias tecnológicas:

  • Crecimiento de la economía virtual.
  • Conformación de ciberguerras.
  • Cambios constantes en los medios de comunicación. Nuevas tecnologías.
  • Cambios en la manera de acceder a los datos y hacerse de la información.


Tendencias en seguridad:

  • Continúan los conflictos que generan desplazados. Surgen nuevos.
  • Consolidación de las guerras virtuales.
  • Aumento del crimen organizado global en todos los frentes.
  • Debilitamiento de la capacidad del Estado, para enfrentar al crimen organizado.
  • Aumenta la construcción de muros fronterizos.
  • Aumenta el despliegue militar en las fronteras.


Tendencia en el sistema global:

  • Aumenta la competencia geoestratégica entre Estados Unidos, China y Rusia.
  • Nueva concepción y ejecución de la política exterior de Estados Unidos. La era Trump.


Otra lectura:
En junio de 2015, en estas mismas páginas,
publiqué “El mundo en 2115”, con base en el libro In one hundred years: leading economists predict the future, coordinado por Ignacio Palacios Huerta (MIT, 2013). En él, diez economistas, entre ellos cuatro premios Nobel, ofrecen su visión de lo que será la sociedad mundial dentro de 100 años. Su prospectiva, a partir de datos duros, es positiva.

Ahora presento estas tendencias, según su autor ya en marcha, que habrán de radicalizarse en los próximos diez años. Los textos recogen dos visiones distintas no sólo en razón del espacio temporal de la proyección sino del carácter de las mismas. Estoy convencido de la importancia que tienen los estudios prospectivos, para planear cualquier actividad ya sea política, económica, social y cultural. Este tipo de estudios tienen un amplio margen de error, no son bolas de cristal, pero ayudan a ubicarse en el presente e imaginar el futuro.



8 de marzo, en huelga las mujeres del mundo



Mundo Nuestro. Un día sin mujeres. Por un día, por unas horas, pero ellas harán huelga. Y muchas le dirán no al sexo. Es el próximo miércoles 8, paro, huelga, strike, como queramos llamarle. No habrá mujeres. Ese es el llamado que hace el movimiento International Women's Strike.

Así empezó todo:

"El 3 de octubre de 2016, tomando como ejemplo a las islandesas en 1975, las mujeres polacas hicieron un paro de un día para frenar el plan para criminalizar el aborto voluntario e involuntario. El gobierno dio de baja inmediatamente el cambio en la legislación. Una situación similar llevó a las mujeres coreanas a protestar en varias oportunidades ese mismo mes contra la introducción de penas más altas para los médicos que realicen abortos. El 19 de octubre 2016 las argentinas reaccionaron con paros de una hora y masivas protestas por la crueldad de los femicidios del último mes y la brutal represión que sufrieron en el Encuentro Nacional de Mujeres. Siguieron otras protestas, dando lugar a que estableciera la plataforma del Paro Internacional de Mujeres."



Aquí puedes conocer a fondo su propósito:



parodemujeres.com

Argentina: Cómo surgió el paro internacional de mujeres

España: #NosotrasParamos

Polonia: Black Wednesday

Italia: ITALY: NON UNA DI MENO

Inglaterra: WOMEN’S DAY STRIKE

Irlanda: Las irlandesas salen de huelga

Uruguay: Un día sin mujeres

Estados Unidos: International Women's Strike


Vida y milagros

El Mago de Oz es un relato lleno de significados ocultos detrás de una narración anecdótica y lineal. Con el paso del tiempo encontré los significados sutiles de esta historia y me intrigaron mucho. Los cuentos fueron inventados por varios motivos: para dar lecciones de moral, para espantar a los niños e inducirlos a portarse bien mediante el miedo, para aprender lecciones necesarias para enfrentar los peligros del mundo o para dejar en las almas infantiles lecciones más profundas que les ayudaran a vivir más sabiamente. Jung fue especialista en entender eso, que la inteligencia colectiva necesaria para sobrevivir podía venir encapsulada en los cuentos y en las historias que se iban transmitiendo de generación en generación. Historias lineales que vistas desde otro ángulo contienen profundas enseñanzas. Jung dice que mientras no hagamos conciencia de lo que está en nuestro subconsciente, nuestra vida será manejada por él y lo que nos suceda lo etiquetaremos como parte de un destino fatal e irremediable que no podemos controlar.



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En el cuento de El Mago de Oz, Dorothy es una niña que acaba de quedar huérfana y llega a vivir con unos tíos bondadosos que la han acogido en su casa. Lo único que trae de su pasado es su pequeño perro. Vive en Kansas, un lugar en donde los tornados turbulentos arrasan con casas completas. La primera noche en casa de sus tíos, Dorothy se acuesta a dormir pensando que lo ha perdido todo y que no tiene hogar. Está, literalmente, perdida de sí. ¿Quién no ha estado así en algún momento de su vida? A la mañana siguiente la despierta el ruido aterrador de un tornado; ella no logra refugiarse a tiempo en el sótano, por lo que la poderosa fuerza del viento la transportará con todo y casa al Mundo de Oz , tan solo acompañada por su perrito, el símbolo de su conciencia a lo largo del cuento. El país de Oz tiene un ambiente raro, como el que suele regir en los sueños. Se dice que en Oz reina un misterioso mago que tiene la solución a los problemas de todos. Háganse de cuenta que posee la magia de las promesas de un político en campaña y que solo es cosa de llegar a él para resolver cualquier problema. Dorothy desea regresar a Kansas, a casa, pero no sabe cómo. En Oz hay una bruja malvada, la bruja del Este, que desea que los habitantes de Oz no sean felices y no encuentren solución a sus problemas. Esta bruja es la personificación y el símbolo de la envidia y los prejuicios. En particular odia a Dorothy porque la casa en la que el viento la llevó a Oz cae sobre la ella y le destroza sus vestidos y su orgullo. La bruja comete un grave error humano que es el de tomar las cosas a personal y opta por juzgar en lugar de pensar. Pensar es difícil, decía Jung, así que es más fácil juzgar y prejuiciar.

Mientras huye de la bruja mala, Dorothy encuentra y recibe ayuda de una bruja buena que representa a la sabiduría. Le regala unos zapatos rojos y le indica que debe de seguir el camino amarillo-dorado, el camino del pensamiento y el aprendizaje que te convierte en sabio y que la puede llevar al lugar en donde se encuentra el mago que puede decirle cómo regresar a su casa. En el camino ella conocerá a un espantapájaros de paja que quiere ir a Oz en busca de un cerebro porque está cansado de ser tonto; luego a un hombre de lata enmohecido y rígido por la falta de un corazón, y por último a un león que se siente inadaptado e inútil porque es cobarde. Los cuatro amigos acompañados y el perrito, que representa también a la intuición, se acompañarán en la búsqueda del mago para pedirle lo que cada uno desea y necesita. En el camino a Oz irán sorteando peligros que los ayudarán a crecer: el hombre de paja aprenderá a pensar, el hombre de lata a sentir amor y afecto por sus amigos, y el león encontrará el valor que se requiere para defenderlos con su fuerza de los ataques de la bruja del Este y todo lo que ella significa.



Al final llegan al palacio en el que hay un gran teatro con una enorme cortina de fondo. Detrás de la cortina se escucha una voz fuerte y misteriosa, la voz del mago que no se deja ver ni tocar por nadie. Los cuatro amigos hacen sus peticiones con toda la fe que les es posible. En ese momento el perrito descorre con su hocico la cortina y detrás de ella aparece un viejito que amplifica su voz por medio de un megáfono: ese es el poderoso mago de Oz, un anciano que no puede darles nada que ellos no puedan conseguir por sí mismos. Si el mago de Oz fuera mexicano creo que fundaría un partido político.



Una vez descubierta la verdad, el león se da cuenta de que ya es valiente, el hombre de lata de que ya puede sentir y el hombre de paja ha demostrado tener un cerebro poderoso. Todo lo han aprendido y practicado a lo largo del camino para llegar a Oz. Dorothy ya tiene el valor para usar el cerebro y el corazón de manera equilibrada y ha tomado consciencia de ello.

En el momento en que se despide de sus amigos, los ladridos de su perrito la despiertan: está en la casa de sus tíos, afuera brilla el sol de la mañana y su tía entra al cuarto a saludarla con una charola en la que le lleva cariñosamente su desayuno. Dorothy cree que todo ha sido un sueño: "No hay nada como el hogar" es la última frase del cuento. El hogar está en nuestro interior y nos acompaña a dónde quiera que vayamos.

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En la historia lineal del cuento aparentemente todo ha sido un sueño, pero a mí me gusta pensar que en la orilla de la cama ella encontrará unos pequeños zapatos rojos al levantarse. Los zapatos rojos son el símbolo de la pasión con que la vida debe de ser vivida, el recuerdo de que el movimiento se demuestra andando y que tenemos el poder para hacer cosas que nadie más hará por nosotros. Hoy nuestro país pareciera estar en el aire. Muchos de nosotros estamos confundidos, zarandeados por vientos huracanados, no sólo cargados de ruido de amenazas, sino también del ruido cegador de los espejismos de múltiples voces políticas gritando por un altavoz, llenas de promesas mágicas para resolver nuestros problemas. Todos tenemos una tarea que hacer, algo que aportar, mucho que aprender. Sin ese conocimiento de nuestras fortalezas seguiremos siendo juguetes y nunca jugadores. Ni políticos, ni religiones, ni milagros, ni amigos, nadie nos hará nuestra tarea personal. Cerebro, emociones y valor trabajando juntos en el raro equilibrio necesario para recorrer el sinuoso y sorprendente camino de la vida.

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Hace 28 años que emigré al sur. Vine desde los aires secos y la franqueza del norte para emprender una nueva vida y lanzarme a la total y excitante aventura de lo desconocido. Mi espíritu libre y rebelde soñaba con salir de mi natal Chihuahua y emprender el rumbo hacia nuevos horizontes, experiencias y personas… y ni la menor idea tenía de lo que me esperaba al otro lado del mapa.

En un principio tal vez pretendía escapar de la geografía, cuando en realidad era un escape emocional. A esa desenfadada edad no tenía el atisbo de un futuro planeado y estructurado que los padres siempre deseaban para sus hijos, y tampoco analizaba mucho que digamos, mi YO interior….Me dejaba llevar, la mayoría de las veces, por el sentimiento, por el corazón, por la pasión y las emociones, dejando a un lado la razón --de hecho, todavía ocurre así a mis 47 veranos--, y para mi buen fortunio, me ha funcionado a lo largo de estos años.

Como buena tradición norteña provengo de una familia de ocho hermanos con su padre y madre; aunque divorciados, recibí de mis papás lo que me ha hecho ser lo que soy, una mujer fuerte y decidida, con muchas ganas de vivir la vida intensamente y de superar los malos ratos y convertirlos en oportunidades y aciertos. Mi papá solía decir que era muy necia; y como estaba muy pequeña decía que era una “neciesita” --ahora lo traduciría modestamente por perseverante y tenaz-- por lo que se me quedó el sobre nombre de Nenéy.



Vaya que me sirvió esa “neciesidad” para muchas cosas. A los 19 años decidí que estudiaría Ciencias de la comunicación; y rompí así la tradición de mis cinco hermanos mayores cuyas carreras de finanzas, economía y administración no me llamaban la atención en lo absoluto, ni hubiese tenido las habilidades ni las ganas para estudiarlas. En ese entonces, no existía como tal la profesión que yo quería en Chihuahua pero sí en ciudades cercanas norteñas… Pero, ¿qué creen?: yo quería volar más lejos, estar más cerca de la ciudad de México porque allí estaban las dos televisoras y eso me hacía ojitos. Al principio mi mamá se rehusó ya que sostenía la idea que no tenía nada que estar haciendo tan lejos y que bien podía estudiar más cerca, pero ya se me había metido a la cabeza la idea y justo acababa de descubrir que había una universidad reconocida y padrísima en Puebla llamada UDLA con esa licenciatura. Yo trabajaba como dependienta en una boutique en una pequeña plaza porque había salido de prepa y apenas estaba decidiendo mi futuro profesional y no me iba a pasar 5 meses sin hacer nada (el semestre comenzaba en enero de 1990), ni mis padres me lo iban a permitir, así que comencé a ahorrar mi sueldo para ir en busca de mi sueño en camión, ya que por ser tan terca y necia no me apoyarían para el avión. Si yo había tomado esa decisión, me dijeron, pues también me haría responsable de ver cómo la llevaba a cabo. Si pretendían hacerme desistir, pues lograron completa y absolutamente lo contrario. Ese ahorro alcanzó para ir a presentar el examen de admisión, pagar el hospedaje --en la comida no había pensado-- y regresar en autobús desde México, y para motivar y llenar de ilusiones mi mente y corazón.

Sabía que muy en el fondo mi madre compartía esa determinación, pero a la vez dejaría que yo tuviera los suficientes bríos para cumplirla y hacerme aún más independiente. Corría el mes de octubre del año de 1989 y se empezaba a sentir un frio muy particular, leve, nostálgico, comparado al clima extremo que en unos meses se tendría. Tenía ya fecha para estar en el campus (todo se realizaba vía telefónica); me encontraba tan emocionada, que de solo pensarlo, lo vuelvo a sentir y revivir intensamente. Realizaría un viaje en autobús, o camión, como se dice por el norte, durante más de 24 horas y eso me causaba una auténtica felicidad… ¿Se imaginan recorrer la mitad de la república mexicana sola? Tan sola como que aún no existía el celular y mi madre solo esperaría una llamada por un teléfono de monedas o tarjeta al llegar a mi destino, y hasta entonces, sabría si todo había salido bien sin contratiempo alguno. ¿Acaso podemos imaginar actualmente que las mamás no sepan de sus hijos adolescentes más de 24 horas? ¡Imposible!, ¡inimaginable!, sencillamente inconcebible en la actualidad --¡Ay pero qué padre era entonces no tener esa tecnología, éramos más libres en todos sentidos!--, pero en esos tiempos así era y, ¿les digo algo…?, no pasaba absolutamente nada, y mucho menos cuando eran tantos los miembros de una familia; ya era suficiente con las preocupaciones cotidianas. Además, supongo que existía un trato tácito con Dios, y las madres de ese tiempo simplemente dejaban que él se hiciera cargo de lo que ocurriera.



Hice mi veliz (palabra muy norteña), o sea mi maleta, que aparentaba una estadía de por lo menos cuatro días. Mi papá decía que viajaba como María Félix y que solo me faltaba el perico, y la verdad así era. Siempre consideraba un suéter por si tenía frio, bueno dos. Traje de baño por si el clima cambiaba repentinamente y se aparecía una alberca en mi camino y, ¿por qué no?, botas por aquello de que entrará un frente frio. Había que estar preparada para toda contingencia, y más si se trataba de arreglo personal ya que no pasaba por mi mente en ningún momento llevar medicina por si enfermaba...No, eso no entraba en mi forma de ser, ni en la manera que, especialmente, mi madre nos había educado respecto a la salud, y que ahora le agradezco infinitamente y lo llevo en práctica.

Ya estaba lista para emprender mi gran aventura, para empezar a rodar mi propia película, para ir viendo en el camino qué personajes entrarían en ella… Y quién lo dijera, uno de ellos, desde el principio del film, sería el que al día de hoy sigue siendo mi esposo.

Pero en su inicio todavía tenían lugar las escenas de mi vida inmediata: mi novio de Chihuahua, quién al poco tiempo, saldría definitivamente de cuadro, y con él otros amores y desamores, mi gatita Moxi, la mitad de mis pertenencias, mi casa bella y enorme, el calor de la vida en familia, una caja repleta de cartas que mi madre aún me guarda, 19 años de una vida intensa, con los valores y costumbres, y los recuerdos remotos… Todo eso, se iría quedando poco a poco en ese norte remoto que perdura en el centro de mi corazón. ¿Quién iba a pensar que ya no volvería, excepto en vacaciones?.. Ni yo misma….

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Cuánto ha cambiado en la distancia el sentido del tiempo. Un día en un camión podía entonces contener al país entero.

Y no cualquier camión, era un Transportes Chihuahuenses.

Los Chihuahuanses, toda una época en el mero norte.

El viaje por tierra fue largo, multifacético y sin contratiempos, a pesar de que el chofer se detenía en cada ciudad, pueblo y restaurante que se cruzara en el camino. Era particularmente gracioso y muy democrático, tanto que preguntaba a viva voz si todos los pasajeros estábamos de acuerdo en detenernos. ¿Concebirían alguno de los lectores una respuesta unánime? Pues así sucedía, y tal vez quien tenía un poco más de prisa por llegar en no más de 24 horas no se atrevía a contrariar a la mayoría de nosotros. Me agradaba la idea de estirarme un poco; los asientos no se reclinaban, y así poco a poco, se alargaba el tiempo estimado de llegada. En 24 horas el país se transforma, y todo te interesa: el cambio de paisaje, el clima, los pueblos, la forma de hablar, etc. A medida que cruzábamos de un estado a otro nos adentrábamos hacía las costumbres del sur. De “feria” pasabas a “morralla” (dinero), de una desponchadora a la talachería y la vulcanizadora. El color que predominaba en el paisaje a través de la enorme ventana, era ocre y amarillo. Del desierto y las planicies a los verdes campos y frondosos árboles en los montes. Hice todo lo posible por no quedar en brazos de Morfeo y perderme la transformación de la naturaleza que nos brindaba paulatinamente su hermosura y sus caprichos pero, llegó la noche y la obscuridad cubrió hasta los pensamientos , el barullo de todos los que íbamos allí disminuyó y sólo recuerdo el llorido difuso de un pequeño o el carraspeo de la (única) televisión colgada hasta adelante, con el volumen bastante alto --para entonces ya habían pasado unas tres películas y ya no tenía idea ni ganas de saber su contenido—antes de que en un momento nuestro democrático conductor consultara si queríamos que lo apagará.

En ese momento me fui hasta adelante (yo iba a la mitad) y le dije al chofer si podía sentarme en un pequeño asiento dispuesto a un lado del suyo, casi pegado a la puerta. “Para que no se duerma, chofer”, comenté muy inocentemente, pero lo hacía para poder echarme un cigarrito con él, lo que de paso él hacía a la vista de todos. Quizás nuestros jóvenes lectores nuevamente se queden azorados: ¿se fumaba dentro de un camión cerrado con más de 10 horas de recorrido y sin aire acondicionado?, ¿eso era permitido? Por completo, y no solo eso, era aceptado socialmente, no entraba siquiera a votación u opinión, y no había ni quién se atreviera a reclamar --pobres en verdad de los no fumadores--, y por supuesto, el humo se deslizaba hasta el último asiento en dónde también se tenía permitido fumar. Recuerdo que era una sola fila de coinco asientos con cierta altura (de lo más incómodo) pero que los fumadores se los peleaban. El chofer miraba al camino, sonreía y daba una fuerte bocanada para expulsar poco a poco por la boca el humo en forma de “donitas” que iban a rebotar contra el parabrisas.

“Al cabo que ya se durmieron…”, decía.

Y no fue sólo uno. En esa noche larga nos fumamos en amena plática varios cigarritos. Un chofer que podía ser mi padre y una chava de 19 años que pensaba que podía distraer con su conversación el tedio producido de una carretera recta, tan recta que parecía no tener fin y sin atisbo de alguna curva que rompiera la monotonía y pudiera ocasionar que el experimentado chofer se pudiera dormir… Cierto o no, pero me sentía más segura de estar allí, como dama de compañía, que dormida como la mayoría de los pasajeros en sus asientos lo hacía plácidamente.

Afortunadamente hace años que dejé mi cigarrito diario que tanto disfrutaba. Pero desde entonces no he dejado de entablar plática con extraños o más que extraños, y tampoco he perdido el ánimo maravilloso de conocer nuevas personas.

Las horas pasaron, y tras ellas llegó el amanecer esplendoroso con el que me recibía el centro del país. Fue hermoso verlo, disfrutarlo y….saber que aún restaba tiempo por llegar a nuestro destino. El camión entero era como si despertara un vecindario. Las conversaciones eran más fructíferas, como si todos entendiéramos que nos asomábamos al porvenir. Caminabas por el pasillo y descubrías nuevos acompañantes, nuevas historias, intercambiabas lecturas y alimentos también. Nos íbamos volviendo en cierto modo una extensa y particular familia que llevara noches y días de larga convivencia. Mas paradas, aunque breves, nos hacían comprender y aprender poco a poco de cada lugar y cada uno de ellos con su magia especial, hasta que la autopista de Querétaro al Distrito Federal nos hizo entender que el tiempo encapsulado de un viaje también llega a su fin.

Se viene a mi mente un señor ya grande que viajaba solo, con su sombrero vaquero, camisa a cuadros, pantalones Wrangler, una enorme y resplandeciente hebilla y por supuesto unas picudas botas de piel de víbora, no se me olvida, porque cada vez que se las veía las encontraba aterradoras, solo les faltaba tener esos ojos y sacar la lengua. Iba el buen señor a visitar a una de sus doce hijas a la capital, ya que había sido la única que había salido de su pueblo, Ojinaga, para estudiar (y yo que me sentía wow con el número de mis hermanos) y estaba próxima a graduarse. Decía que habían sido puras mujeres, siempre en la espera que el siguiente fuera hombre (en mi familia no fue así ya que fuimos uno y una hasta el final, por lo que me queda claro que mis padres deseaban una numerosa familia) hasta que su mujer dio a luz a la última y murió en el parto.

–Me casé luego luego, señorita, imagínese, ¿qué iba yo a hacer solo con tanta vieja?

¡Viudo y con doce hijas!

Pero iba a ver a una de ellas, la única que había salido de su casa para estudiar en la ciudad de México. Una como yo…

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Finalmente entramos a la capital... Un cambio drástico y emocionante a la vez. Otra dimensión, otro código postal. Atrás había dejado la larga y recta carretera, junto con los inigualables paisajes que pasaron frente a mis ojos, como el viudo y sus doce hijas, y al frente de todos, el democrático chofer.

También había dejado la mesura y tranquilidad de mi bello estado para adentrarme en el mundo cosmopolita de una gran y ruidosa ciudad. Llegar a la terminal fue toda una odisea y ahí sí, el tiempo se me hizo eterno. Quiero compartirles que era la primera vez que viajaba tan lejos y sola. Las únicas referencias que tenía eran las que mi papá me había dado. “Mira Hijita, (con su marcadísimo acento norteño) llegando allí, te vas inmediatamente a unos taxis que están ahí mismo; no se te ocurra salirte a pedir uno en la calle. Te vas al hotel Casa Blanca que está en el centro histórico frente a un Sanborns.”

El hotel Casa Blanca...

Esas fueron sus indicaciones. Solo me faltaron las necesarias para ir de México para Puebla, y lo único que yo sabía de esta hermosísima ciudad era que allí estaba la UDLA, que existían los chiles en nogada, que el libro que estaba leyendo de Ángeles Mastretta Mujeres de ojos grandes se desarrollaba en sus alrededores y que la autora era poblana, ah, y algo sobre la batalla del 5 de Mayo y que a los poblanos les decían “pipopes”, sin tener idea de lo que eso significaba. Eso era todo. Sinceramente no se me ocurrió indagar más e incrementar mi acervo cultural antes de realizar el viaje. Tenía en mente otras cosas, que a esa edad, sobrepasaban lo socialmente establecido. El hotel me pareció algo antiguo pero con todo los servicios. Estaba realmente emocionada por lo que me esperaba y yo no sabía aún de mi destino. Decidí conocer un poco a mi alrededor haciendo caso omiso a la primera regla que me habían dicho de no recorrer el centro sola y mucho menos a pie. Exactamente hice lo contrario. Lo primero que pensé fue en darme un buen baño para quitar el cansancio y las 28 horas del camino en las que sólo me lavé los dientes y la cara. Fue delicioso sentir el agua caliente por todo mi cuerpo; me tardé bastante y lo disfruté aún más. Recorrí las calles aledañas sin alejarme demasiado del hotel. Me encantó lo que pude conocer del centro y Sanborns que solo lo conocía a través de los comerciales en televisión… fue un lugar maravilloso y enorme.

De vuelta al hotel comencé a preguntar cómo me iba para Puebla. Las distancias no tenían sentido para mí; no comprendía, ni conocía lo que eso podía significar en esa gran metrópoli. Me senté en el lobby y al momento en que iba a encender mi cigarro para pensar en cómo le iba a hacer para llegar a mi destino final --juraba que eso me daba más edad y personalidad-- llegó un señor y lo hizo por mí al tiempo que me advertía que el cigarro no era bueno y menos a mi edad ¡háganme favor! Era lo último que me hubiera gustado escuchar, y yo le respondí que para que cargaba un encendedor, con lo que acabamos riéndonos juntos. El señor era un hombre joven que debió haber tenido poco más de 30 años, panameño por cierto, coincidió en mi vida de tal manera , que puedo aseverar que fue clave para que yo conociera más tarde a Pedro Enrique, la primera persona de la cual me enamoraría apenas llegando a Puebla, y de quien aún sigo enamorada. Lo que era la vida. El nuevo amigo iba a salir en unas horas hacia Puebla, era médico y un chofer pasaría por él. Me preguntó mis planes y se ofreció a llevarme. Sin pensarlo siquiera dos veces, le respondí que sí. Si algo no se me ha quitado de mi personalidad es el ser sumamente confiada, y en esa época, nada temerosa; confío en las personas, muchísimo, algo difícil de entender por mi cauteloso y a veces desconfiado marido pero que generalmente me ha dado buenos resultados, grandes amistades y fabulosas anécdotas. Ahora que lo cuento y lo evoco pienso en mi hijo al que le falta poco para tener los 19 años que tenía yo entonces, imagino que lo hiciera ahorita, sé que me dejaría algo intranquila, pero que le aplaudiría esa iniciativa como varias que empieza ya a tener. Los hijos pueden llegar a ser una buena mezcla de papá y mamá.

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En uno de esos Corsar, que entonces pasaban por muy elegantes...

Al poco rato iba sentada en la parte posterior de un lindo Corsar. ¿Lo recuerdan?, de la Volkswagen, para que no digan, y con chofer y el doctor panameño adelante. Cuántas veces he contado esta aventura, y siempre la gente exclama inmediatamente que si no tenía miedo de que me secuestraran, que me hicieran algo, que me violaran, que me llevaran a otro lugar, que me robaran… ¿Y si fueran tratantes de blancas? ¿Y si mi hubieran matado? Pues no, nada de eso pasó por mi mente, nada de eso imaginé, nada de eso sucedió y ningún miedo o atisbo de temor sentí. Cuántos miedos hemos logrado sembrar en estos tiempos nuestros de hoy. Puedo asegurarles hasta la fecha, que sigo pensando de la misma forma acerca de los seres humanos y teniendo experiencias similares y sigo confiando en la humanidad. Creo en todo lo bueno y positivo que tiene cada una de las personas que habitamos este mundo, en esta vida. Así que el panameño y yo charlamos animadamente, conociéndonos, hablando uno del otro salpicados de las intervenciones del parlanchín chofer. Fue maravilloso cuando saqué uno de mis cassetes (¿recuerdan que les platiqué que llevaba un buen equipaje para las mudanzas del tiempo?) Las audio cintas eran el complemento vital. La música es parte de mi vida, vivo con ella. Y naturalmente les dije si lo podían poner, y de todo traía, desde Hombres G, flans, timbiriche, 80’s en inglés hasta unos de mi hermano mayor que le tomé “prestados” de Billy Joel y Elton John. Considerando que ya los veía muy señores a los dos, opté por éste último. Ahí íbamos un trio singular tarareando piano man al ritmo de una amena y muy entretenida plática...Veía a través de las ventanas el espectacular paisaje de la carretera México-Puebla (ni hablar, todavía nada de Xalco entonces), con esos enormes pinos, un colorido espectacular por todos lados que me tenía fascinada. ¿Qué más podía pedir en mi inusitada aventura, con el mundo que me quedaba chico, con grandes las esperanzas y fascinada con lo que fuera por venir? A vivir… A gozar… Así sentía, así pensaba y, de hecho, me sigue felizmente sucediendo.

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Finalmente arribamos a Puebla. A la hermosa Puebla. Me enamoré perdidamente de ella. Verde por todos lados –extraño, verdad, pero no tanto si recuerdan que yo llegaba de lo árido de Chihuahua--, con su estilo barroco, religioso y tradicional tan contrario a la influencia norteamericana del norte. Fue sublime y lo recuerdo perfectamente, se me imponían las iglesias con sus magníficas cúpulas y sus azulejos de colorido mexicano.

Llegamos al entonces llamado Hotel del Alba (Ahora el Presidente) ya que ahí se hospedaría el panameño. En realidad no sabía a qué hotel llegaría así que opté por hacerlo allí también, solo que al pagar mi habitación, me quede con el presupuesto reducido a su mínima expresión. Pero ya estaba escrito que ahí tenía que ser porque justo esa noche conocí a mi esposo en el bar “Jazz & Pub”. Mi nuevo amigo doctor (olvidé por completo su nombre) regresaría más tarde para quedar de vernos en el lobby e ir a escuchar música en vivo, a lo que yo acepté gustosamente.

Así sería mi bienvenida en la UDLA en 1990, un tiempo después de esta historia.

Antes, esa tarde, me fui a la UDLA-P a conocerla solamente, ya que hasta el día siguiente, sería mi examen por la mañana. Quedé extasiada desde el momento en que el taxi entró por el acceso principal de la universidad. Una belleza sus jardines y sus plantas. Con sus edificios coloniales de ladrillo y repuntados con talavera a lo alto. Me deslumbró al instante, y dije para mis adentros...”Aquí voy a estudiar”. Me enamoré de su laguito y sus enormes y bien diseñados espacios al aire libre. Estaba deleitada con el ir y venir de tanto estudiante que platicaba animadamente a mi paso; acentos diferentes, olores especiales, sensaciones nuevas y atrayentes, una singular atmósfera multicultural. La recorrí de punta a cabo. Era la universidad de ensueño. Me conquistó y me hizo desearla con todo mi corazón. Ya vería que hacer para emigrar del norte al sur con el apoyo y consentimiento de mis padres o al menos con su bendición.

Durante el examen, conocí a dos tabasqueños, Karen, por cierto muy guapa y Jonathan un chavo muy agradable; los había traído su papá, quién amablemente nos invitó a comer. Nos llevó al centro de Puebla, y a la luz del día me envolvió su magia. Comimos en la Fonda de Santa Clara. Ahí conocí y probé por vez primera los chapulines y gusanos de mamey --estaba sorprendida de verdad con tan extraños platillos-- la verdad jamás los hubiera pedido pero el papá de Jon insistió. Me gustaron muy educadamente, tanto que no los he vuelto a probar. Probé el delicioso mole poblano, y al finalizar, las tortitas de Santa Clara, merengue y camote. Todo era nuevo para mí. La plática derivó en describir Tabasco y Chihuahua. El papá parecía entrevistador (Tenia un periódico en su tierra) y casi no nos dejaba platicar a su hijo y a mí. Los tres queríamos estudiar Comunicación. Ahí estábamos con un ideal común en las manos y miles de kilómetros que nos separaban territorialmente, tanto como la manera de hablar, las expresiones y forma de ser entre norteños y sureños. Me dejaron de vuelta en mi hotel lista para la próxima parte que determinaría mi vida. Pero la amistad con Karen creció, viviríamos en el mismo dormitorio en el campus. Luego los dos se cambiaron para la IBERO y no los volví a ver. Y como con tantas personas que se desvanecen de nuestra vida… ¿qué será de ellos?

Los dormitorios y las ilusiones. ¿Qué habrá sido de este grupo con el que viví en universidad?

Por la noche regresé extasiada a cambiarme y arreglarme para la invitación del panameño. Se me hizo algo tarde, un mal hábito que a la fecha me persigue. Al bajar, ya estaba esperándome el médico y una pareja más. Pretendí verme más grande de edad y parecía una niña con mi minifalda verde bosque, mis mallas del mismo tono, flats (zapatos de piso) y peinada con coleta y moño; no usaba zapatillas altas y solía ir siempre con el cabello recogido. Poco me importo, la noche era larga, no tenía hora de llegada, y la aventura apenas comenzaba. Me miraba al espejo una y otra vez reía con esa Andrea que estaba llena de alegría, tomaba mi cara entre mis manos, saltaba de auténtica emoción, de zozobra. Disfrutaba y disfruto todo lo que sea sorpresa, aquello que no está escrito en un guion ni está planeado… El bar estaba bastante animado, mucha gente, y un grupo que amenizaba alegremente. Había una pequeña pista al centro. Al ir a nuestra mesa, un muchacho se me quedó viendo sin disimulo alguno siguiéndome hasta que me senté, y yo también respondí a su mirada y nos sonreímos mutuamente. Lugar común quizás, pero en verdad puedo decirles que existe el amor a primera vista o al menos, la atracción. Comenzaron a preguntar por parte de los músicos que si había alguien de otro estado de la república a lo que rápida y orgullosamente respondí ¡De Chihuahua!, y ese mismo muchacho volteó su silla y me dijo “¡que bonitas las de Chihuahua!”. Sencillo, ¿verdad?, pues con ese bien recibido piropo inició lo que hasta ahorita suman 26 años de vida juntos. Mi amigo médico se quedó pasmado al ver que me sacaban a bailar sin reparo alguno por mi parte, y ya estaba yo allí en medio de la pista bailando con un perfecto desconocido.

Honestamente lo que primero me conquistó fue su manera de bailar, que aún lo hace maravilloso, luego su cautivadora forma de hablar con gran sentido del humor, seguro de sí mismo y confiado hasta la médula y claro su caballerosidad. Nos divertimos muchísimo. Me senté en la misma mesa que estaba pero ya acompañada por Pedro Enrique quién precisamente se presentó así con su nombre de novela diciendo que estaba a mis órdenes para lo que se me ofreciera en Puebla. Lo que no pensó en esos momentos era que todo se me iba a ofrecer estando por estos rumbos, desde dos deseados hijos, un calor de hogar, suegros incondicionales y amorosos, veladas interminables de charla y complicidad, muchas risas y pocas lágrimas, pruebas de fortaleza y unión, contadas tristezas, desbordantes alegrías, grandes amistades, gastos compartidos, ilusiones cumplidas, viajes memorables, mascota concedida, bajas y altas con valía, protección incluida, sueños cumplidos y aún en lista de espera… Hasta enseñarme a manejar y descubrirnos cada día en las buenas y las no tan buenas de la vida, reinventándonos cada día. Va otro lugar para los enamoramientos comunes: “Esa noche --cuenta él, siempre que sale a la plática el ¿y cómo se conocieron?-- yo vi a una chaparrita que me conquistó empezando por su acento norteño y me dije a mí mismo...La quiero para mamá de mis hijos.”

La noche terminó estupendamente para nosotros dos. No fue así para mi amigo panameño, quién solo se despidió diciéndome “fue un placer haberte conocido María Andrea, tan poco tiempo, hubiera querido más pero…me ganaron…” Sinceramente no creo que hubiese sucedido algo más, pero, como todos sabemos, él hubiera no existe, pero sí lo que uno desea, lo que uno piensa y lo vuelve realidad.

Al día siguiente volví a la UDLA nuevamente. Hice el último examen de ubicación u algo así por el que sería aceptada en la universidad. Quedé de hablarle a Pedro Enrique ya que solo ese día estaría en Puebla; debía regresar a mi empleo. Tuve que cambiarme de hotel porque ya no “me acabalaba” (frase muy chihuahuense) con mi presupuesto, y me fui a uno en el centro que recuerdo muy bien, “El Panamericano”, de medio pelo, frase de mi padre que designa a algo que está más menos que más. Al regresar, lo primero que hice fue hablarle al chavo que me había gustado, obvio que nos habíamos dados los teléfonos en el bar solo que el mío le serviría hasta que estuviera de vuelta. Recuerdo que fue su hermana Ana Elena quién me contestó. No estaba. Volví a hablar... No había llegado. Tercera llamada. ¿Quieres dejarle un teléfono o donde te consiga? (¿habrá notado mi impaciencia la cuñis?) Le pasé el número del hotel. Pasaron las horas y nada de nada... Estaba en mi habitación aburrida viendo tele e imaginando que posiblemente ya no lo volvería a ver, sintiendo cierta desazón...Cuando el sonido del teléfono repiqueteó en mis oídos y me desvió de toda la película que ya me estaba haciendo. Señorita, está un joven esperándola aquí en recepción, desea subir pero le he dicho que eso no se permite y menos a estas horas (¡Ya era media noche ¡) ¿desea bajar?... casi lanzó el aparato por los aires. Claro que no iba a subir pero no crean queridos lectores que era por las reglas sociales y las de mis papás que lo decía. No, era porque ya estaba en pijamas, despintada y a punto de dormir... ¿Acaso me iba a ver así? Por supuesto que no... Así que volví a vestirme, arreglarme, peinarme, perfumarme (en ese entonces usaba el Ralph Lauren que era olorosísimo) Eso me llevo cerca de 40 minutos. Pedro Enrique seguramente les contará que fueron dos horas la que esperó pacientemente, hecho que desde novios, dejó de suceder; o estaba lista o me dejaba. La puntualidad para él no tiene flexibilidad y créanme que varias veces no llegué a alguna misa o fue motivo de discusión y enojo, pero bueno, ya hace un par de años que casi lo he logrado. Llegando al vestíbulo lo vi allí. Guapo y encantador. Nos sentamos ante la mirada y el escrutinio del único empleado despierto quién no daba crédito a lo que sucedía y que causaría una inesperada desvelada. Platicamos ceca de dos horas. Padrísimo. No parábamos de hablar, todo salía a borbotones y se percibía una gran atracción. Finalmente nos despedimos, sin querer hacerlo pero yo debía regresar a mis terruños para convencer, y ahora con más motivos, a mis señores padres, que mi destino era la UDLA y no se los dije entonces, Pedro Enrique. Quedamos que el pasaría temprano por mí para ir a desayunar y dejarme en la central camionera, como le llamaba a la Capu).

Dormí más o menos bien ya que se escuchaba mucho ruido exterior y también interior. Puntualísimo llegó y espero un poco menos que hacía unas horas apenas. Me llevo al Dickys que estaba en la avenida Juárez. No sé qué me sucedía pero estaba algo callada y con cierta timidez aunque no lo crean. Pedro Enrique no paraba de hablar esta vez; dice que no olvida que pedí molletes y solo me comí uno y es que sentía pena y eso me producía no tener apetito. Fue otro encuentro con avidez de conocernos más. Al subirnos al coche volteo y fijamente me miro al mismo tiempo que me decía: Andrea te voy a llevar hasta México: ¿cómo te vas a ir sola? Ni conoces y no te vaya a pasar algo. Nuevamente mi sentido de confianza y seguridad me dijo que todo estaría bien y a salvo con él... Mismo sentimiento que sigue brindándome Pietro con la misma intensidad.

Todo el camino fue platicar, reír, sobre todo él llevaba la batuta. Manejaba a alta velocidad lo que sigue disfrutando hacerlo aunque siempre con mi frase de: Bájale por favor. Traía la música de Luis Miguel que se repetía una y otra vez sin darnos cuenta. El tiempo voló. Las palabras casi se las llevó el viento si no fuera por la simple razón de que aún y tal vez no tan seguido como quisiera, nos las decimos por el trajín del ir y venir del mundo actual en que vivimos tan aceleradamente. Sin embargo, “siempre habrá un buen día para amarnos más”, diría la canción de Mijares, himno de nuestro video de bodas. Llegamos al área de los autobuses en dónde ya solo pasa el pasajero y la astucia de Pedro Enrique quién, literal, subió hasta el camión, me encargó fervientemente primero con el incrédulo chofer y de paso con la persona que me había tocado, pidiéndole incluso que si me cambiaba a ventanilla para que fuera más a gusto y pudiera recargarme para dormir. El camión encendió motores. Recuerdo sus últimas palabras... Nos volveremos a ver Andrea. Vendré por ti. Y créanlo o no, ahí fue nuestro primer beso… En la mejilla. Me dejó con buen material y otras veintitantas horas de regreso para la segunda parte de mi película. Pegué mi nariz contra el vidrio. Pero ya no veía ni prestaba atención a lo que sucedía afuera en esa enorme ciudad. Estaba sumida en una vorágine de imágenes, frases, olores, sabores, música y de un delicioso momento, único e irrepetible de sentir que me sentía VIVA y nuevamente se presentaba ante mí más aventuras, más experiencias…Más sorpresas…

Y vaya que ha sido así.

Verano de 1990. Y desde entonces en Puebla...