Todo el mundo en una noche: el rock es el mejor exorcismo Destacado

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Mundo Nuestro. Esta revista estrena a un joven escritor enamorado del rock y las tocadas. Por ahí empieza a abrir su propio sendero en la literatura poblana. Aquí su recorrido por Casa Nueve, a la manera de los hoyos setenteros. Ruido, desmadre, soledades compartidas, viaje por una ciudad que se descubre a vuelta de camión y noche y que se escurre como en un exorcismo hacia la madrugada de la vida.

Ilustramos esta crónica con imágenes de su colega de correrías Jorge, fotógrafo autor del proyecto FloTe.



Al arranque de la tocada. Foto de FloTe.

Me propuse a llegar temprano ese día, y fallé. Desperté porque mi mamá estaba en mi cuarto diciéndome que ya se me hacía tarde, y como era: eran las cinco cuarenta, y yo me quedé de ver con mi amigo al cuarto para las seis. Cuando prendí mi celular, había un mensaje suyo pidiéndome que confirmara la hora a la que nos veríamos; le pedí que me esperara a las seis, ya estaba a punto de salir de mi casa. Bajé a la sala y desperté a mi papá, que también se había dormido.

Rumbo al centro, pensé en las ventajas y desventajas que representa –para nosotros, los que vivimos en el sur- usar el metrobús. Concluí que es una especie de adicción, puesto que nos encanta usarlo por su rapidez, que es mayor a la de un microbús normal, pero hace que nos confiemos tanto por este aspecto, que siempre salimos tarde de nuestras casas, llegando, por ende, tarde a nuestro destino, volviéndose hasta contradictorio su uso. Esta vez mis papás me dieron aventón, y me dejaron sobre la 11 Sur a la altura de la 6 poniente.

Crucé la avenida y le hice una señal a mi amigo Arturo -quien estaba en el Hnos. Rodríguez- de que se acercara a la esquina. Llegó reclamando mi tardanza, a lo que contesté en tono burlón que me había quedado dormido. Íbamos rumbo a la terminal de autobuses a Cholula, cuando se me antojó un cigarro, así que le pregunté si no llevaba uno; su respuesta fue negativa, por lo que me vi forzado a comprar un Marlboro rojo en un puesto de ropa ambulante que estaba enfrente del lado de la acera donde caminábamos. Intenté prender el cigarrillo con el encendedor de la señora, pero terminé haciéndolo con el de Arturo, porque no servía el de ella. El cigarro fue una excusa perfecta para quemar un poco de tiempo. Nos sentamos delante de la terminal mientras platicábamos un poco de lo recién acontecido en nuestras vidas, siendo el tema principal las mujeres. Cuando se extinguió el tabaco, tomamos asiento en las butacas que tiene la parada de buses, y dejamos pasar tres camiones (uno de ellos nos llevaba a nuestro destino). Se hacía cada vez más tarde, y agarramos lugar en la fila para subir al camión, que arribó pronto con el letrero de “Cuatro Caminos”, confirmando cuál debíamos tomar.



Nos fuimos a valor mexicano, sin preguntar ni pedir al chofer nos avisara dónde debíamos bajar. Hacía dos semanas visitamos Cholula para ir a un evento similar, así que los recuerdos estaban frescos. Cabe aclarar, que la primera vez que visité la ciudad fue también para asistir a un concierto; o más bien, a una tocada. Se había suscitado un año atrás, en donde Joliette tocaría en totalidad Principia, su disco debut, en Casa Nueve. Mi pareja en ese entonces me acompañó, y el proceso que ahora hice con mi amigo, era en ese momento completamente nuevo y desconocido para mí; toda esa noche fue emocionante, y lo recuerdo perfectamente, tanto que podría hacer una crónica de eso. Regresando un poco al tema principal, ahora Arturo y yo teníamos más o menos claro dónde había que bajar, lo que sirvió para que fuéramos despreocupados todo el camino.

Por dos calles erramos y nos bajamos antes; aun así, estábamos bien ubicados y sabíamos para dónde caminar. Las calles se hacían más largas que la ocasión anterior, y éstas a su vez, estaban vacías para ser un sábado por la noche (en su defensa, seguía siendo temprano, pues el reloj marcaba las siete), lo que me sorprendió. Ubiqué ahora varios lugares de los cuales me habían hablado, y noté que estaban más cerca de lo que yo creía, entre ellos Container, que está a la vuelta de Casa Nueve. Éste último nos recibió con las puertas bien abiertas, como siempre. A lo sumo había ocho personas, repartidas en dos grupos, que estaban sentadas fuera del establecimiento. Entré, y al primero que vi fue a mi amigo Jorge (fotógrafo y co-autor de estas fotos, en su proyecto FloTe). “Qué onda, ¿ya empezaron las bandas?”, le pregunté; “antes al menos me preguntabas cómo estaba”, me contestó, en tono de reclamo, pero sonando burlón. Me disculpé y saludé a las personas con las que estaba, un chico y una chica que son hermanos. Nos sentamos Arturo y yo con ellos, platicamos cada uno en distintos tiempos y de temas distintos; con Jorge hablé un poco más serio sobre un proyecto que tenemos en mente, y que espero se concrete lo más pronto posible.



Quería ir a la tienda por un jugo, y tanto Jorge como Arturo me acompañaron; las tiendas aledañas estaban cerradas, así que caminamos un poco más. Al salir, nos encontramos con que las bandas ya habían llegado, empezando a descargar el equipo de sonido y los instrumentos. Ésta era la penúltima fecha del tour: titulado Tótem Tour, el concepto original nació a finales del 2015, cuando los locales de Joliette decidieron armar una pequeña gira con bandas de países como Colombia, Chile y Canadá; la idea se retomó este año, siendo consecuencia de los tours que armaron en el 2016 (Parasimpático Tour, por Europa, y West Coast tour, por EE.UU.). En esta oportunidad trajeron dos bandas norteamericanas (Gillian Carter y Tiny Moving Parts), una banda suiza (Überyou), una venezolana (Cardiel, aunque radican acá en México) y una nacional, pero del norte (xHendrix); muchos colores de piel e idiomas flotaban por ahí.

Joliette, la banda local. Foto de FloTe.

Mis limitadas capacidades mentales hicieron que comprara un Boing de guayaba frío y un cigarro, y que no obstante a esta combinación fatal para mi garganta, creyera que sería buena idea intercalar su consumo; las consecuencias se ven hoy, pues traigo una tos infernal. Después de eso, volvimos a Casa Nueve, y las bancas de piedra que El Punto tiene fuera de su local nos acogieron. Empezó a llegar más y más gente; mi amigo Jorge entró a ver su chica, Mariel, yo saludaba a los rostros familiares que aparecían por la calle, y Arturo se quedaba ahí riéndose de las tonterías que decía. Como a los diez minutos, volvimos a entrar, y en la misma mesa que habíamos estado se encontraba el hermano de la chica que mencioné antes. Tomamos asiento con él, y muy alegre inició una charla con nosotros, en donde mencionábamos muchas bandas de punk y hardcore que nos gustaban; nos contó, entre otras cosas, que cursaba la secundaria, tiene catorce años y seguro es el más chico del concierto, sin lugar a duda. La música ya sonaba en la galería de Casa Nueve, y todos nos levantamos, a su debido tiempo, para entrar a ver el concierto.

Se me olvidó que le prometí a Arturo pagarle la mitad de su boleto (o sea, cincuenta pesos), y me quedé esperando me devolviera los cien que pagué (di un billete de doscientos de la entrada de ambos), hasta que en la mitad de la noche me recordó las palabras que proliferé. Entramos a la galería, y estaba bastante llena para tratarse de la primera banda, por lo que nos abrimos paso hasta el frente y a un costado para ver mejor. El ruido bluesero de xHendrix hacía retumbar el piso, lo que me llevó a pensar que en cualquier momento los amplificadores iban a explotar. Su música hace un buen tributo a su nombre, pues en muchas ocasiones las partes de guitarra se ven muy influidas por el sonido de Jimi Hendrix; a la par, saben equilibrar bien sus canciones, con secciones que suenan como ya lo mencioné, y otras donde se vuelven más hardcore.

Überyou, los suizos con acento peruano. Foto de FloTe.

El calor inundó la habitación, y los pocos minutos que salimos ayudaron a refrescarnos. Al volver, había más gente y nuestro lugar fue ocupado por alguien más; no pudimos avanzar, así que nos quedamos en medio y a un costado, medio viendo lo que pasaba con Überyou. Los suizos los asocié, desde la primera escuchada, con el sonido skate punk de los noventa, y un poco con el mismo pop punk. Su presentación ha sido la más energética que he visto en una tocada: además de esa misma energía, el vocalista interactuaba todo lo que podía con el público, aventándose a ellos o simplemente prestándoles el micrófono para cantar. “Amigos y amigas”, dijo, seguido de un pensamiento mío, que decía que lo demás lo pronunciaría en inglés, un idioma que la mayoría conoce. “Es hermoso encontrar tantos rostros amigables esta noche”, todo, como lo digo, en español; un español perfecto, una pronunciación sin ningún error, sin ninguna mofa que se vería en una caricatura; su dicción era más perfecta que la mía, ¡y eso que es mi idioma natal! Tocaron sus canciones y un cover de ‘Don’t Stop Believing’. Al terminar, me senté justo en los bancos fuera de la galería, y esperé a que pasara su vocalista. Lo intercepté, lo felicité por tan buena presentación, pero lo que verdaderamente me atañía era preguntarle por qué tan buen español; “es que mi papá es peruano”, me dijo, “de ahí tomó la lengua”.

Gillian Carter, una de las bandas norteamericanas. Foto de FloTe.

Esta vez no nos movimos muy lejos, y tan pronto Gillian Carter comenzó a tocar, nuestros cuerpos ya estaban en primera fila. Normalmente no me gusta el screamo como tal, pero sí hay bandas de este género que me agradan en algunas canciones. Gillian Carter se me figuró, por lo poco que había escuchado y con su presentación, a Indian Summer, mítica banda del screamo. Siendo sinceros, los norteamericanos no nos gustaron tanto; creo nos pareció tedioso que estuvieran gritando todo el tiempo (la música así lo pide, nosotros no elegimos) y el calor se volvía un poco insoportable, así que salimos. Estaba un poco resignado a lo de mi garganta, lo que me llevó a buscar otro cigarro. Llegué a mendigar por alguno, porque no quería comprarlo; siempre y cuando no me dieran Camel, todo estaba bien. Richo, bajista de Leñadores (banda local), me regaló un Benson y con eso fui feliz. La cortina del local de junto nos sirvió como asiento, pues todos los demás lugares estaban ocupados. Arturo estaba un poco desesperado porque no se conectaba al internet con su señal, y yo sólo veía pasar a los chicos nice por la calle para llegar a Mantra.

Cardiel, el venezolano. Foto de FloTe.

Afuera se escuchaba que Cardiel ya había comenzado. Llegamos casi al final de su set, pero la gente de ahí reventó por completo el lugar: muchos fotógrafos estaban más cerca de lo normal al micrófono (más bien a Mike, vocalista y guitarrista), y la mayoría estaba armando el slam y cantando las canciones de la banda. El dúo lo conforman Mike, quien ya mencioné qué rol ocupa, y Samantha, esposa de él y baterista; ambos hacen una banda fenomenal, que prescinde de un bajo, que es cubierto por el montón de pedales que usan para la guitarra. Yo tenía muchas ganas de ver qué tocaba Mike en la guitarra, si acordes completos y puros riffs, pero los asistentes delante de mí, así como los fotógrafos, me lo impidieron; esto me llevó a tomar la decisión de ahora pasarnos del otro lado.

Tiny Moving Parts, la otra banda gringa.Foto de FloTe.

Ya establecidos en el lado opuesto, y después de casi tirar un micrófono al pasarle sus maletines a Mike, nos preparábamos para ver a Tiny Moving Parts; de ahí no nos movimos hasta que acabó la tocada. Me dio la impresión de que la gente se dividió en dos: los que iban por Tiny Moving Parts y los que iban por Joliette, ya que no vi a ambas facciones al mismo tiempo. Los chicos güeritos de Minnesota ya se habían alistado, y me acordé que Arturo mencionó lo feliz que estaba el cantante, Dylan, al que inclusive le dije que se veía muy alegre; es gracioso, porque era de esa alegría que se contagia solo al verla, y le duró inclusive cuando Joliette berreara “Soy inservible / necesito empatía”; para darle créditos, creo es porque no entendía muy bien. Fue la única de las dos bandas que grabé, y que subí a un estado de WhastApp, siendo el primer estado que pongo desde que se volvió WhatsSnapChat. La gente se extasió y cantó los hits de la banda, y algunas desconocidas, sin importarles que un punto los instrumentos dejaron de sonar porque alguien desconectó los amplificadores.

Tiny Moving Parts, el exorcismo del slam. Foto de FloTe.

Nuestros tímpanos resintieron al principio estar tan cerca de la batería; temía que nos fuera a lastimar de verdad, más cuando tocara Joliette, pero el cuerpo humano es tan increíble que amplificó el sonido y todo transcurrió normal. La primera canción que los poblanos tocaron tuvo errores en cuanto a la sincronización, pero terminaron sacándola sin ningún problema. Las canciones que más predominaron en su set fueron de los splits y de su más reciente material; sólo hubo dos del Principia que tocaron, ambos clásicos que subí en WhatsApp, también. No sabría si considerarlo como un encore, pero intentaron finalizar con Dolor de Marinero en la Costa del Vesubio, y ante la insistencia de la gente que deseaba más canciones, tocaron dos más, prolongando Habano Billullo, que originalmente dura dos minutos, a una especie de cuatro minutos de improvisación.

La noche se alargó más; pasamos a cenar y le expliqué a Arturo unas cosas en guitarra al llegar a mi casa, pero de Casa Nueve partimos a la una de la mañana, y la última imagen que tuve al momento de salir, fue Jopo, guitarrista de Joliette, pateando las cuerdas del bajo de Gastón, mientras los demás terminaban su presentación. Todos quedamos sorprendidos por tanta entrega de todas las bandas, que creo no hay queja alguna de la noche: sirvieron, para muchos de nosotros, como un exorcismo a todos los problemas que pudiésemos tener; y que sabemos que si buscamos en su música eso, ésta siempre nos abrazará como debe de ser.

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Sobre el autor

Juan Carlos Báez

Juan Carlos Báez (Puebla, 1999). Estudia Lingüística y Literatura Hispánica en la BUAP. Actualmente conduce el programa Suburbios Salvajes por Radio BUAP (96.9 fm). Textos suyos han aparecido en sitios web como Vertedero Cultural y NoFM Radio. Ganó una mención honorífica en el Premio Filosofía y Letras BUAP 2019 en la categoría de Ensayo.