Acción civil

Mundo Nuestro. La vía legal es larga en México. En un mundo de abogados las leyes son el pantanoso campo en el que el tiempo discurre de la mano de las artimañas y vicios en los procesos, de los recursos a la mano de abogados litigantes, de amodorrados jueces que miran con sorna los papeles atiborrados en su escritorio.

Más de dos años ha llevado el juicio de amparo indirecto llevado por la asociación civil poblana Dale la Cara al Atoyac por la vía de un grupo de ciudadanos que interpuso la demanda contra las autoridades de los tres niveles de gobierno responsables de la catástrofe ambiental en la cuenca alta del río Atoyac. Finalmente el juez federal a cargo del proceso obligó al organismo gubernamental SOAPAP en Puebla a entregar completo el paquete de documentos que forman, con todo y modificaciones, el título de concesión con el que Rafael Moreno Valle, entonces gobernador, privatizó el servicio del agua en Puebla a favor del empresario Hank González en los años 2013 y 2014. El contenido de dicho contrato, oculto desde entonces a los ojos del público, tendrá que conocerse en tu totalidad esta semana.

¿Por qué es fundamental conocer a fondo este título de concesión? Así lo explica Dale la Cara al Atoyac:

"Con los amparos ganados se pudo confirmar que aún existe un adeudo de mil 500 millones de pesos que el gobierno del estado no pagó en 2013 a Banobras cuando entregó la concesión a Agua de Puebla (...) El Soapap se limitó a renegociar la deuda a largo plazo, dejando como aval al gobierno del estado. Al hacerlo así no se cumplió con uno de los objetivos que justificaron la concesión que fue el enorme endeudamiento y falta de capacidad de inversión del Soapap para mejorar el servicio."



Y describe las ventajosas condiciones que favorecen al concesionario y dejan inerme al ayuntamiento de la ciudad: los nuevos plazos concedidos a la empresa en el 2014 para cumplir con las inversiones comprometidas en el contrato original, en tanto que la empresa puede demandar al Soapap una enorme indemnización en caso de “incumplimientos”.

“Conocer el título de concesión vigente --afirma Dale la Cara al Atoyac--, con modificaciones y anexos, es fundamental para obligar a todos los actores involucrados a actuar con responsabilidad con respecto a las condiciones por las que se concesionó el servicio del agua y su saneamiento en Puebla."

Presentamos el boletín de prensa dado a conocer el viernes 26 por la organización civil:



Mundo Nuestro. Arranca esta semana el último mes de campaña electoral en Puebla. Vale entonces el ánimo cívico para recordar el esfuerzo desarrollado por la organización civil Dale la Cara al Atoyac, quien desde hace ya cuatro años no sólo ha insistido en recordar el problema estratégico que la sociedad poblana enfrenta con el acceso al agua, su abasto, administración y tratamiento, sino que ha desarrollado lo que hasta la fecha es la perspectiva más completa de esta realidad: una agenda para investigar, discutir y proponer soluciones con la participación de todos los actores involucrados.

La recordamos aquí con el ánimo de que este proceso electoral vaya más allá y los ciudadanos obliguemos a los partidos a debatir verdaderamente el futuro de nuestra sociedad.



Mundo Nuestro. Apenas la semana pasada arrojaron a su cauce a unas personas descuartizadas. Tal es la barbarie de nuestra sociedad, y tal el uso de cloaca que le damos a los arroyos en la zona metropolitana de la ciudad de Puebla. Este testimonio lo presenta la organización civil Dale la Cara al Atoyac. Es una relación fotográfica de lo que encontraron el martes por la mañana en un recorrido por el arroyo Zapatero, en su triste derrotero desde el Periférico, al otro lado de la UDLA, hacia su desembocadura con el río Atoyac, a la altura del fraccionamiento La Vista, Una prueba más de que los ojos nuestros no están posados sobre lo que nos da la vida. Una prueba contundente del desastre de la cuenca en los territorios municipales de San Andrés Cholula (el Zapatero, por ejemplo), San Pedro (el arroyo Ametlapanapa) y Cuautlancingo.

Ayer martes 23 de abril, un recorrido atrás de la Universidad Madero. El arroyo zapatero pasa, de un lado, por una colonia marginada, con pésismos servicios, y por otro, detrás de la Universidad Madero, un fraccionamiento de lujo. Tiran de todo... Hay muchas descargas ilegales, y todo está muy cerca de Angelópolis y el corazón de San Andrés. Pero toda la la metrópoli está igual. Es un horror.

Finalmente el zapatero pasa por debajo de la Atlixcayotl y desemboca en el Atoyac, pero antes cruza por un costado del Tec de Monterrey y del Parque Metropolitano. Así está toda la metropoli de los municipios conurbados. El 60 por ciento del problema está en Puebla, el resto en los demás municipios.

El largo estiaje de este año Provoca que las descargas de materias fecales y residuos de empresas se concentren al máximo... Es de riesgo para la salud.



Los ayuntamientos no cuentan ni con la infraestructura ni las herramientas jurídicas necesarias para enfrentar el problema de acuerdo a las atribuciones que les da el artículo 115 constitucional. Desde la federación tampoco están pudiendo enfrentar el problema , entre otras cosas por los recortes presupuestarios tan grandes que han ido sufriendo a lo largo de los años. El papel del estado debe ser el de integrador de los esfuerzos conjuntos de federación y municipios.





La argumentación invencible de la lengua en México

La evolución en un cartel



Muchas veces quise poner por escrito mis incomodidades y reparos frente a la teoría evolucionista y siempre me detuve porque conozco poco y seguramente mal esa teoría y por lo tanto mis observaciones bien podrían quedar fuera de lugar o haber sido respondidas mucho antes de que yo las formulase. Mis conocimientos de esa teoría son los de una persona común y provienen de lecturas hechas aquí y allá, o de haber asistido a exposiciones en vivo donde el expositor, casi invariablemente, en algún momento estelar de su alocución y como para ejemplificar de manera contundente los principios del evolucionismo exhibe un cartel en donde se puede ver una secuencia de imágenes que comienza con una criatura simiesca que progresivamente se va irguiendo sobre sus patas traseras mientras crece su cráneo y su mandíbula decrece hasta desembocar en un hombre, por decirlo así, hecho y derecho. Recuerdo que en una oportunidad en que estaba aún fresca la hazaña de los argentinos que habían ganado el campeonato mundial de futbol un expositor –y no un expositor cualquiera sino un peso pesado de la fisiología– exhibió el mentado cartel pero ahora, en el puesto del hombre “hecho y derecho”, había una foto de Diego Armando Maradona.

Siempre sentí que en esa exposición serial había algo equívoco para mí, y profundamente insatisfactorio. Porque todo eso tiende a sugerir que la evolución de la especie humana es, tanto causal como temporalmente, la última en producirse y que el resto de las especies son un logro ya superado y ahora tuvieran un interés y una función secundaria; como si los peces y las lagartijas fueran actores de reparto. La proliferación de especies animales o vegetales es verdaderamente, y hasta sospechosamente, asombrosa por su profusión, pero vistas así las cosas pareciera que la naturaleza hubiese iniciado su proceso evolutivo siguiendo un programa que desemboca en la creación del hombre y solo en él. El hombre, pues, sería la culminación de una larguísima, plural actividad de la naturaleza que ahora, en el final, todavía siguiera produciendo variedades de ranas, de mariposas y hasta de flores silvestres, distraída o quizá olvidada de que ella misma ya había hecho lo que debía hacer, un hombre, el Hombre, y por lo tanto podía ya descansar de sus afanes.

Una vez leí un libro de escasa circulación y cuyo título he olvidado –siempre pensé que con justa razón–, un libro en el que su autor –cuyo nombre también he olvidado– aseguraba que Dios había creado la naturaleza como un laboratorio experimental para perfeccionar las funciones que después integrarían el cuerpo humano. Así, había creado las aves y los peces para perfeccionar la función respiratoria, las víboras para la nutrición, las águilas para la visión, las ratas y los conejos para el olfato, los moluscos para la producción de sustancias untuosas, “y así te sigues” como dijo el yucateco que le daba una clase de inglés a su paisano. Ese libro olvidable –solo recuerdo que su autor era un argentino cordobés, un paisano mío– sin embargo no dejaba de situarse en la línea argumentativa desplegada por el famoso cartel. Al contrario, lo hacía de una manera superlativa. Todo ello nos sugiere que, en última instancia la evolución se explica, se explicaría –tanto en la religión como en la ciencia y tal vez en el sentido común– por el hombre, porque al cabo es el hombre el que le da sentido a la evolución. Desde esta perspectiva, la evolución sin el hombre carecería de sentido. Los líquidos densos y adhesivos que secretan los órganos sexuales no provienen de los moluscos, es cierto, pero los moluscos están ahí –según lo muestra de hecho la actitud del científico– para que el hombre estudie la variedad de sustancias acuosas que lubrican su cuerpo. Por ello, el cartel que muestra esa secuencia de imágenes indicaría la coronación de todo el proceso evolutivo. Por ello también, ese cartel expresa una ideología dispuesta a justificar la naturalidad con que la especie humana ha dispuesto de las otras especies, y a naturalizar el hecho de que siempre hayan sido vistas como proveedoras de sus necesidades. Se trata de una ideología tan tenazmente incorporada que hasta permite imaginar que un pollo puede estar feliz de que un hombre lo lleve a su mesa bien cocido y bien condimentado.



SIGUE EN REVISTA ELEMENTOS



Fue una decisión repentina, de las que cambian para siempre el rumbo de un proyecto vital.

El proyecto de restauración se le dio a Alicia Medina y a Myriam Peregrina, entonces dos jóvenes arquitectas socias. Fue un impulso, fue un acto natural al tener claro lo importante. De ellas sólo había presenciado semanas antes la defensa de su tesis asistiendo a su examen profesional de arquitectura. Su proyecto lo realizaron en conjunto. Nos presentaron su visión transformadora de una avenida importante en un espacio urbano donde todo armonizaba, los ciudadanos, los edificios, las áreas verdes, el contexto, el uso, el tráfico, el transporte público, el comercio, la vivienda, los servicios. Una idea fresca, insólita, de un par de arquitectas jóvenes recién egresadas de la facultad.



Nos arreglamos de inmediato, Alicia trabajaría desde Vancouver, en Canadá, donde haría sus estudios de postgrado en urbanismo, y Myriam en Puebla le daría seguimiento al desarrollo y ejecución del proyecto y me acompañaría a la obra todas las veces que fuera necesario.

Me entusiasmó la dimensión impetuosa que la juventud de ellas le impartía a la aventura de reconstruir el monumento. No sólo era revivir la ruina, revivir experiencias pasadas y explotar la creatividad, era también un reto para ellas el experimentar desde lo más profundo de su joven talento la audacia de crear un espacio diferente y único.



Alicia Medina y a Myriam Peregrina.

Gracias a ellas deseché mis ideas tradicionales de reponer en la casa estructuras que pareciesen antiguas cómo de las épocas pasadas. No, insistían. Respetemos la casa como la encontramos, con las huellas del paso del tiempo que tiene tatuadas pero no más. Lo que hagamos nuevo que contraste, que se note, que no se mezcle. Donde había vigas pongamos vigas, piedra donde piedra, ladrillo donde ladrillo. Busquemos los pisos antiguos y usemos los mismos materiales para los pisos nuevos, aprovechemos la madera de las vigas, hagamos puertas y muebles con ellas. Recuperemos las arcadas, pero no pongamos arcos donde no estaban. Abramos los antiguos pórticos que se marcan en los muros, pero no violemos los muros abriendo pórticos dónde no los había. Busquemos pisos más antiguos enterrados en los pisos que se ven, pero no más. No recarguemos de detalles los espacios, no distraigamos la atención de la mirada con mucho que ver. Donde ya no había techos o muros aprovechemos la luz, usemos cristal, pongamos muchas plantas, rompamos paradigmas, arriesguémonos a la crítica, sacrifiquemos estructuras de épocas recientes que liberen estructuras escondidas de épocas anteriores. Inspirémonos, sepamos qué retirar y qué dejar. Todas las épocas están aquí, para nosotros, esperando las ideas, el pico, la pala, el taladro, el martillo y cincel creadores. Piedra, madera, acero, barro, cristal, tierra, esperando a que nuestras manos arranquen, corten, tallen, rehagan, y liberen. Esta casa será inevitablemente lo que deba ser. Parte de lo que fue volverá, parte no lo será. Será también lo que nunca fue. Será como si brotara otra vez del interior de la tierra misma desde la madre cultura Olmeca, desde la fundación de la ciudad por obra de una fuerza creadora completa, inalterable, lógica y no necesariamente correcta.



La suma de más de tres mil años adaptándose a lo largo de la historia, primero al entorno, al cauce del río, al fango y al lodo, al limo y a las arboledas, a la caza, pesca y agricultura de hombres y mujeres de tribus milenarias después atropellados por una brutal conquista e impostura de una ciudad nueva que habría de ser modelo y ejemplo según los sueños de sus fundadores y de los canteros que hicieron el primer trazo muy cerca del lugar del Mendrugo. Una ciudad de otro mundo con todo y sus habitantes y costumbres, complejidad y nivel de pensamiento múltiple. Mestizaje forzado y acelerada mezcla de carnes, de sangres, de dioses, de comidas y de sabores. Cerámicas híbridas de alfareros indígenas moldeando y horneando loza de diseños españoles y manos españolas torneando con técnicas indígenas y coloreando con grana cochinilla. Mestizaje en todo, fusión de lenguas, de culturas, evidenciadas en fragmentos de todo y de todas las épocas que, mudas, quedaron en basureros que recibieron los fragmentos de platos y vidas rotas, vidas que se acumularon y ocultaron en profundidades de la casa sin posibilidad de imaginar que serían descubiertas, estudiadas y atesorados en el tiempo que esto se escribe.

Así lo pensamos, hacia allá nos impulsaron estas jóvenes arquitectas. Y con el paso de los días tomamos decisiones.

El conjunto no obedecería a un estilo existente, puesto que existía ya como resultado de todos los estilos y todas sus historias que le imprimían características y detalles como respuesta a una mezcolanza particular de cada tiempo. Decidimos matar lo que nació en el último siglo y recuperar lo que había sido suplantado. Decidimos crear donde ya no había nada y se hiciera necesario. Decidimos ser arquitectos y arqueólogos, mezclando lo contemporáneo con lo colonial, siendo creativos. Tuve que abrir mi mente, romper mis esquemas, aceptar que me cuestionara en todo momento la frescura del pensamiento de las jóvenes arquitectas. La cuestión no era ya si podría terminar. La cuestión era: …¡Quién me detendría!.

Ser arquitectos y arqueólogos, no imitadores. A ello me motivó también la lectura de El Manantial, novela de Ayn Rand, obligada en este tiempo y momento. La leí por insistencia de Josean, mi tercer hijo, un sol, el de la música por dentro, al decirme que cuando empezó a leerla no pudo parar y que la sangre le hervía.

Lo que puede hacerse con un material jamás debe hacerse con otro, no hay dos materiales que sean iguales. No hay dos edificios que tengan el mismo propósito. El propósito, el lugar, el material determinan la forma. Nada puede ser razonable ni hermoso a menos que siga una idea central, y esa idea define todos los detalles. Un edificio es algo vivo, como un ser humano. Su integridad consiste en seguir su propia verdad, su único tema, y servir a su única y propia finalidad…Su constructor le da el alma, y cada pared, cada ventana, cada escalera para expresarla…He elegido el trabajo que me gusta hacer, si no gozo con él, resultará que yo mismo me habré condenado a años de tortura. [1]

Seis meses transcurrieron removiendo cuartuchos, trabes, rieles, postes, puentes, pórticos, molduras, escalones de imitación, pasadizos falsos, cancelería de vecindad, parches e improvisaciones de todas las culturas y mentes imaginables que respondieron a usos y costumbres de habitantes variopintos del edificio a mediados del siglo XX, y que violaban las estructuras antiguas del edificio colonial, retirando los inservibles techos de terrado de la primera, segunda y tercera planta, raspando, tratando con insecticida y con tinte las añosas vigas para colocarlas nuevamente en su lugar funcionando como cimbra permanente a los colados de vigueta y bovedilla que quedarían ocultos pero que darían firmeza definitiva y permanente a las nuevas lozas del inmueble.

Era lastimoso ver sólo el esqueleto del edificio en toda su altura y sin los techos de vigas, parecía un edificio bombardeado, entraban torrentes de luz y mostraban muros lastimados a punto de derrumbarse. Como a un cadáver mutilado víctima de torturas se apreciaban las violaciones, los añadidos, los arcos centenarios rotos, los pisos originales rellenados con tierra y sustituidos por loseta barata, los gruesos muros del siglo XVII rebajados, adelgazados para dar cabida en sus huecos a espacios de almacenamiento, escondites, baños de vecindad, alacenas, closets, gabinetes, que se usaron muy poco y que debilitaron el edificio. Era lastimoso también ver las huellas de los buscadores de tesoros que en el abandono de la casa la horadaron por todos lados.

Luego de cuatro años y medio de obra, la casa que encontramos bombardeada, un cascajo sin techos, como en la Europa de la guerra, se ha transformado lentamente en un espacio vivo, actual, limpio y lleno de luz. Así, la antigua casona abrirá pronto sus puertas a la gente con una propuesta cultural novedosa y fresca para Puebla.

[1] Rand Ayn, 1958. El Manantial. E. 2004, Editorial Grito Sagrado, Buenos Aires Argentina

La fundación de la ciudad de Puebla, en el año de 1531, se hizo con meticuloso cuidado, queriendo acotar el creciente poderío de los conquistadores-encomenderos y dar cabida a las continuas migraciones de Españoles peninsulares que reclamaban para sí tierra y mano de obra indígena gratuita para empezar una nueva vida en esta región recién descubierta y conquistada.

Este “ensayo de república” es intentado por primera vez en la Nueva España con la fundación de la Ciudad de los Ángeles, la que estuvo a cargo de la Segunda Real Audiencia y la especial tutela de su oidor Juan de Salmerón.



El valle de Cuetlaxcoapan, lugar en el que se fundó la ciudad de acuerdo a todas las crónicas, se encontraba deshabitado al momento de la conquista de México y estaba rodeado de varios señoríos indígenas comarcanos y era considerado como tierra sagrada muy propicia para realizar guerras floridas que mantuvieran vivos a sus dioses con la sangre de los guerreros tomados como prisioneros durante la batalla; de allí el nombre de Cuetlaxcoapan “lugar donde las víboras cambian de piel”, o “lugar donde los jóvenes se hacen guerreros”.

El 16 de abril de 1531, la ciudad fue trazada al oriente del río Almoloyan después llamado San Francisco y 5 meses después fue trasladada, durante el mes de septiembre, a su banda poniente por razones de seguridad e higiene ya que el lugar de la fundación sufría de graves inundaciones por los torrenciales aguaceros característicos de la zona. Al trazo se le dió un diseño rectangular, en forma de damero, con calles rectas y manzanas rectangulares delineadas a escuadra y compás, siendo estas de 100 x 200 varas castellanas[1].



Las manzanas cuyos lados se alineaban, el más largo en sentido oriente-poniente y el más corto en el sentido norte-sur, se subdividieron en ocho lotes idénticos de 50 x 50 varas, siendo la superficie territorial de estos solares de 1764 m2 aproximadamente, terreno suficiente para construir una cómoda casa-habitación con patio, traspatio de servicio y caballerizas (La actual Casa del Mendrugo ocupa la mitad de la superficie original).

La manifiesta protección real a la naciente ciudad angelopolitana que la declara como ciudad en los albores de su existencia, el año de 1532, la ennoblece prontamente al otorgarle en 1538 su escudo de armas donde emblemáticamente se pide a los ángeles “custodiarla en todos sus caminos”. Se otorgan fácilmente solares, huertas y “suertes de tierra” a sus primeros vecinos a quienes se les proporciona mano indígena para la construcción de sus casas y el cultivo de sus tierras, se les exenta por 30 años del pago de impuestos, se desvía el camino Veracruz-México para que cruce la recién erigida población y se traslada a ella la sede del obispado de Tlaxcala, el más rico de América y uno de los más extensos. Estas acciones hacen que la nueva Puebla creciera rápidamente y en pocos años se consolidara como la segunda en importancia de la Nueva España, llegando a avecindarse en ella lo mismo conquistadores y encomenderos que ricos comerciantes y labradores, incipientes artesanos e industriales y gran cantidad de clérigos y religiosos que la enriquecieron y afamaron rápidamente. A todos ellos la Ciudad les mercedó solares, huertas y “suertes de tierra”[2], por el sólo hecho de radicar en ella. Los más céntricos de estos solares, los que rodeaban la plaza de armas, se reservaron para los conquistadores y fundadores, con excepción de los predios que se cedieron para ser la sede permanente de los poderes civil y eclesiástico que gobernarían la novísima ciudad representados respectivamente por el palacio del ayuntamiento y la catedral angelopolitana.

En un segundo plano se ubicarían los predios destinados para el asentamiento de las principales órdenes religiosas que llegaron a la ciudad[3] y el otorgamiento de solares y huertas a nuevos pobladores civiles y eclesiásticos que lo solicitaren. Puebla desde 1543 fue la sede del obispado más rico de la Nueva España, uno de los más extensos y poblados. Más alejado de la plaza de armas se ubicaban los solares dados a artesanos, industriales y pobladores en general; además de las huertas, molinos y batanes que por su propia naturaleza necesitaban estar cerca de las corrientes de agua[4].



El predio en el que fue desplantada la Casa del Mendrugo perteneció primero a Juan de Ortega, uno de los primeros pobladores de la ciudad, a quien se le mercedó pocos años después de fundada ésta, cuando solicitó a su regimiento, el 1 de diciembre de 1534, ser recibido como vecino; su oficio era mallero[5]. Posteriormente la Casa fue hipotecada por este personaje a favor de los menores hijos del conquistador Pedro López de Alcántara, escritura signada el 30 de diciembre de 1553 ante el escribano público Andrés de Herrera e inscrita en el libro de censos correspondiente[6], [7].

El Sacerdote Juan Vizcaino, quien llegara a fungir como canónigo de la catedral angelopolitana, fue propietario también del inmueble, las casas del padre Vizcaino lindaban “por una parte con casas de Bartolomé Rodríguez de Fuenlabrada e por la otra con calle real y están frente casas de la compañía del nombre de Jesús desta ciudad que fueron de Francisco de Montealegre, difunto, e por delante calle real que va de la plaza pública al río de San Francisco, edificadas en un solar e medio poco más o menos”[8], la que contó además con su propia merced de agua desde el año de 1560, cuando el cabildo se la concedió al canónigo Vizcaino y la tomaba directamente de la fuente principal de la ciudad[9].

Es probable que la primitiva construcción de la casa de Juan de Ortega fuera de un solo nivel, hecha con materiales perecederos primero y “de cal y canto” después, cuando la Puebla de los Ángeles era ya “[…] la mejor ciudad que hay en toda la Nueva España después de México […]”[10] como lo expresara hacia 1540 el propio fray Toribio de Benavente “Motolinia” a quien tradicionalmente se le ha atribuido la fundación de la ciudad.


[1] La vara castellana tenía una longitud de 84 centímetros aproximadamente.

[2] Una suerte de tierra equivalía a unas diez hectáreas y media de superficie y era la cuarta parte de una caballería.

[3] Con excepción de la Orden seráfica de San Francisco que es la primera en asentarse en el valle de Cuetlaxcoapan y lo hizo fuera de la actual traza urbana, ubicándose en el lugar donde algunos historiadores y cronistas afirman fue el asentamiento primigenio de la ciudad de los Ángeles.

[4] Córdova Durana, Arturo, “la Traza material y espiritual de la Puebla del siglo XVI”, ponencia dictada en el Coloquio organizado por el Archivo General Municipal de Puebla para conmemorar el 469 aniversario de fundación de la ciudad, Puebla, abril 16 de 2000.

[5] Archivo General Municipal de Puebla (en adelante AGMP), Libro de Actas de Cabildo, No. 3, f. 26 de la foliación antigua.

[6] Libro de Censos, No. 2, f. 152 r. consultado en fotocopia.

[7] En el Archivo General de Notarías de Puebla (en adelante AGNP) sólo existen los protocolos de los tres primeros meses del año citado.

[8] Biblioteca Central José María Lafragua, Fondo Jesuita, Libro de escrituras y documentos antiguos. Años 1582-1760, ff. 39-39 v.

[9] AGMP, LC. No. 7, ff. 94 v.-94 v.

[10] Benavente, fray Toribio de “Motolinia”, Historia de los Indios de la Nueva España (estudio crítico, apéndices, notas e índices de Edmundo O´Gorman), 3ª ed., México, Ed. Porrúa, 1979. Colección Sepan Cuantos No. 129, p. 188.

Mundo Nuestro. Emma Yanes Rizo, historiadora y ceramista, termina en este 2013 el Doctorado en Historia del Arte por la UNAM con una investigación sobre la producción de mayólica en los siglos XVI y XVII en nuestra ciudad. Los hallazgos en la Casa del Mendrugo han formado parte de su estudio. Ella ha formado parte del equipo de especialistas que han ayudado en el complejo proceso de rescate de esta casona que arrancó, para fortuna de todos, en el mes de marzo de ese mismo 2013 su carrera como nuevo centro cultural en Puebla. La ilustración de este salsero con la figura que representa a esta nueva Casa del Mendrugo fue elaborada por Jessica Lara M. Esta colección puede verse todos los días en el Museo Casa del Mendrugo.

Hasta hace poco tiempo, se desconocía la mayólica o “talavera” producida en Puebla de mediados del siglo XVI a mediados del siglo XVII. Los hallazgos de tiestos de cerámica colonial de la Casa del Mendrugo y la reconstrucción completa de algunas de las piezas, que se exhibirán en una de las salas de este nuevo centro cultural, nos permiten admirar al menos en parte esa producción y su posterior evolución, como un arte distintivo de la ciudad de Puebla, símbolo de identidad regional. En sus orígenes ésta técnica dotó, básicamente a los españoles de la ciudad, de un modesto servicio de mesa: platos, escudillas, jarras y especieros, con iniciales y monogramas o una ornamentación de trazos rápidos a pincel. Después, ya en el siglo XVII, derivó en formas más delicadas y complejas, como jícaras chocolateras, finos bernegales o platos polícromos cuidadosamente decorados bajo la influencia de la loza italiana.

La colección ofrece una lectura múltiple, donde se fusionan las técnicas, formas y ornamentación de Talavera de la Reina, Sevilla y Génova, con los diseños orientales y aquéllos propios de los loceros poblanos.



Una sencilla y bella pieza, un especiero del siglo XVI, es el símbolo de esta Casa del Mendrugo porque representa la búsqueda de las especias más allá de los mares, que como sabemos, condujo al descubrimiento de América. Es también un ejemplo del gusto novohispano por la loza fina en las costumbres de mesa. Un pez delineado a pincel nos remite a aquéllos que cruzaron el océano para encontrarse con un nuevo mundo, pero también a los ríos que rodeaban a la ciudad de Puebla y quizás a algún evento litúrgico en esta casa que un tiempo fuera de los jesuitas.