Acción civil

La música de julio en el Mendrugo:

#Mendrugo es: 5 eventos especiales (#jazz #rock #flamenco #Tango) y 21 conciertos durante julio, que no te puedes perder. Conoce la programación en: www.casadelmendrugo.com/musica Mucho más que un #restaurante en#Puebla #musicvenus #musicaenvivo #musicforlovers #music #musica @ La Casa del Mendrugo



Mundo Nuestro. El Museo Casa del Mendrugo vive en los cráneos tallados que llegaron a él con su carga de historia antigua, la que se traza en el hueso todavía fresco en el tiempo remoto de un señor zapoteca que ha partido de este mundo.

Once señores cuya vida persiste en el más descarnado de los lienzos. Sus cráneos vivos parecen salir de las vitrinas para confrontar nuestra propia experiencia humana ante la muerte. De dónde venimos, a dónde iremos. Qué se recordará del tiempo nuestro.

Esa es la emoción que me provocan mirarlos. Y no deja de admirarme su existencia en La Casa del Mendrugo. Qué extraña historia la suya.

En eso pienso ante la noticia del nuevo viaje que emprenden estos Amos por Siempre: los podremos encontrar a partir del viernes 28 en el Museo Regional de Cholula, en su primera exposición fuera de la casona que los resguarda.



El Museo Casa del Mendrugo se confirma así como un importante proyecto en la oferta cultural de la ciudad de Puebla.

Cierto que algunas veces, al despertar, en esa rara duermevela que entra antes de levantarnos a que el día nos haga pedazos o nos redima, algunos, yo, hacemos el recuento de todo lo que nos falta por hacer. ¿Cuántos años me quedarán?

Si no quiero angustiarme, porque no hay tiempo más que de brincar y urdir lo que hay que urdir esa mañana, ese mediodía, esa tarde que espera con su puesta de sol hundida entre edificios, resuelvo el asunto con una sentencia rápida: has hecho todo, menos lo que no has hecho. Y a otra cosa.

Intento convocar a la serenidad. Esa gran loca.

“Dale una tregua a tu cabeza”, me digo, “muévete”.



Pero si tengo tiempo, si cuando ya estoy sentada al borde de la cama veo poca luz entre las rendijas, me arrepiento. Y regreso a meterme bajo las sábanas tibias. Entonces, qué de remolinos me toman por su cuenta. ¿Cuántas cosas no has hecho?

Por lo pronto, vuelvo a dormir y trato de recordar. ¿Qué soñé? Era yo joven. ¿O era yo esta? No sé, no tenía edad. Estaba en el mar. Pero con alguien. ¿En cuál mar? ¿En el de una isla? Quién sabe. En el mar. Abrazada de alguien. “No me sueltes”, dije. Y desperté.

Es bonito recuperar el pedazo de sueño que faltaba. “No me sueltes”. ¿A quién se lo habré dicho?

La luz por la orilla de las contraventanas entra dorada. Es tardísimo. ¿Para qué? ¿Dilucidar? ¿Ver la pantalla del teléfono por si alguien necesita algo de mí?

Extiendo la mano y toco el brazo de mi cónyuge que también va despertando. “Hola”, digo. Él sí que ha hecho diez veces más cosas útiles que yo, pero siempre siente que le faltan, y no pierde el tiempo más que viendo el futbol. Y eso hay que considerarlo una inversión, no un gasto. Ahora tiene que ir a grabar un programa con personas de buena ley que piensan en el país, temen por él, resuelven el futuro.



Dios los bendiga, diría mi mamá en sus tiempos de fe. La Divina Providencia sea para siempre alabada, decía mi abuela. ¡Santo cielo!, aún digo yo en voz alta provocando la hilaridad de mis nietos mayores.

Yo creo en la Providencia. Sólo no creo que sea divina. A veces hace el mal. A veces nada. Se queda impávida, esperando a ver qué decidimos. A veces mata. A veces abandona. “No me abandones”, dije. Pero no a la Divina Providencia. Este personaje tenía brazos, hombros, los ojos cerrados. Yo también tenía los ojos cerrados, pero veía. Yo aún, como dijo Quevedo, soy amante agradecida a las lisonjas del sueño.

Y ahora, ¿vas a contar lo que quieres hacer y no has hecho? Ya adoras a quienes adoras. ¿Qué más?



Ilustración: Gonzalo Tassier

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