Mundo Nuestro. Andrea Márquez, académica y comunicadora, es una profesional en la conducción de eventos artísticos y sociales en Puebla. Y para ello la invitaron las organizadoras del concurso de belleza gay en Puebla hace unas semanas. El que sigue es el relato de la fascinación que le provocó el espíritu de una noche extraordinaria vivida en una sociedad moderna que comprende la identidad de la persona humana en su complejidad y riqueza biológica y cultural, y no desde una perspectiva maniquea de su sexualidad.

Acompañan esta crónica una serie de fotografías tomadas por la agencia organizadora del evento.



La aventura comienza dónde la razón deja de serlo, dónde lo normal o cotidiano para algunos, se vuelve extraordinario y nuevo para otros. Y esto último, fue justo lo que me sucedió hace un mes. Para entrar un poco en contexto, les contaré que hace dos años , en una conducción de un evento de belleza, al que fui contratada, conocí a Guillermo, un joven travesti, muy agradable, con quién hice amistad a través del Whatts App y en dos eventos más que coincidimos. Una belleza cuando se convertía en Amaya...Dos personas en una y un solo carácter, de gran personalidad. He de confesar que me costaba trabajo llamarle Guillermo, por lo que le pregunté abiertamente si podía decirle Amaya aún siendo “niño” (Descubrí también que ellos se mencionan como niño o niña) y él respondió que aquel que me agradará mas y me hiciera sentir más cómoda.

Hace apenas un mes, me habló para invitarme a que fuera conductora de “Nuestra Belleza Puebla GAY, 2016”, que se realizaría desde el Teatro de la Ciudad. Felizmente acepté y con una inmensa curiosidad, mas no el morbo y léase muy bien por favor, ya que siempre he sentido una especial atracción y química hacia los homosexuales, que ha derivado en una total aceptación y sincero cariño. Sinceramenteno comprendo a los homofóbicos.

Amaya, la organizadora del concurso.



Transcurrieron los días y llegó la fecha. Mi hija Andrea y mi inseparable hermana Martha decidieron acompañarme, y algunas amigas mías también: las invitaciones masculinas declinaron amablemente, incluido mi esposo. Suelo sentirme más emocionada que nerviosa cuando hago mi trabajo, pero esta vez, me ganaba lo segundo. Amaya no me enviaba el guión, ni me explicaba mucho, solo me pedía que checara los concursos de Nuestra Belleza México ya que así sería la dinámica. Observé no uno, sino varios y cosa extraña, no se me ocurrió indagar sobre algunos que fueran gays pero considero que fue lo mejor. Finalmente y una noche antes del evento, me hizo llegar el guión ( Ya habíamos platicado en el teatro el día anterior) bastante bien elaborado, completo, paso por paso, pero sin algo más de lo que yo buscaba, algo que vislumbrará, que me acercará o detallara a lo que realmente sucedería…¿Cómo debería referirme a ellos? ¿O ellas…? A la hora de entrevistarlos… ¿qué les preguntaría? ¿Y el público? ¿Qué público tendría y como reaccionaria? Todas y cada una de estas interrogantes me causaban nervios. Y nada de ese se respondía en el guión que me dio Amaya.

Llegó el gran día y yo aún no decidía si llevaría el vestido negro con encaje o el azul de un solo hombro, si me peinaría el cabello recogido en un elegante chongo o bien más natural, tal vez suelto; ¿y qué tacones usaría? En realidad no iba a competir pero cada vez que veía la publicidad del evento dónde salían las participantes, me quedaba corta, tan corta como el hecho que yo era mujer y no hombre…



En el zócalo por la tarde...

El evento comenzaba en punto de las 9 de la noche. Llegué al Teatro de la Ciudad con unas enormes ganas de adentrarme a ese maravilloso mundo. Lista para “sentir” el lugar, para darme confianza. Aún no había mucha gente, ya que estaban en la marcha pacífica para la dignificación de la homosexualidad y el punto de arribo, era precisamente en los portales. Me recibió David, el encargado de la logística y organización dentro de escenario. Inicié una charla meramente superficial que terminó, en apasionantes historias y confidencias de su vida privada. Yo juraba que no era gay con esa fina y bien delineada barba obscura, cabello arreglado, impecablemente vestido de negro con una hermosa pashmina alrededor del cuello, muy guapo, chic y varonil. Su manera de hablar y sus movimientos indicaban que había acertado en su género hasta que me dijo orgullosamente que él era un “Drag Queen”, término que dio vueltas en mi cabeza tratando de descifrar y sin tener la menor idea de lo que eso significaba, hasta que al ver miexpresión desconcertada, me lo explicó todo: esen una transformación más intensa y dramática que la de un travesti. Hombres vestidos de mujer, pero sin quitarse barba o el bigote, de pelo en pecho, en piernas y donde lo tengan; se maquillan, se colocan largas pestañas, se pintan la barba y se colocan extravagantes zapatos con más de 30 cms de altura. Me comentó que en cierta forma, era una burla hacia la mujer. ¿Burla?, le dije yo. ¿Hacia nosotras? ¿Por qué?

Me dejo amablemente con mis inquietudes pues en ese momento comenzaron a llegar las concursantes. Tomé una silla, justo a un lado del escenario en la parte de atrás, en dónde habían amoldado un camerino grande para las participantes y sus guapísimos acompañantes. Nunca imaginé lo que esa larga noche iba a ver, sentir, pensar, hablar, escuchar y vivir en una dimensión desconocida, atrayente y por demás espectacular y, como ya lo había mencionado, totalmente nueva para mí. El factor sorpresa, lo desconocido y lo distinto, me atraen como un imán.

El “camerino” era abierto, sin biombos o puertas cerradas, sin ningún atisbo que denotará que habría pudor, recato u algo similar a lo que algunas de nosotras sentimos cuando nos cambiamos frente a nuestro mismo género. Iban y venían hombres cargados de bolsas, vestidos, estuches enormes de maquillaje (Elmío era verdaderamente ridículo), pelucas, postizos y bisutería. Ante mis asombrados y rebosantes ojos de curiosidad, desfilaban y se acomodaban dónde mejor encontraban lugar. Doce travestis representando a los doce principales municipios poblanos. Y todos listos para su transformación.

Mientras esto ocurría, llegó mi compañero de conducción, un joven apuesto, con aspecto desenfadado y carismático. Nos presentamos y al mismo tiempo nos pusimos rápidamente de acuerdo en la dinámica y desarrollo del evento. Nos caímos bien de inmediato, fue una fortuna esa buena química con él, y se vio reflejada en el escenario, logramos transmitirla al público.

Los conductores.

A las 9 en punto mi queridísimo amigo Amaya no llegaba, y yo seguía con mis interrogantes. Lo que estaba claro ya, era que el evento comenzaría mas tarde de lo estipulado, lo que no me desagradó en lo absoluto. Continuaba sentada, muy derechita, observando todo cuanto ahí pasaba. Y comenzó la verdadera transformación de hombre a mujer...Hermosos y bien formados cuerpos se rendían a las manos que quitaban prendas, colocaban y ponían nuevas. Envidié con envidia de la buena, como se dice y existe en mi natal Chihuahua, las cinturas estrechas y las nalgas duras, divinas, las bubis perfectas, erguidas y firmes “de verdad”--y otras en donde el brassiere hacia el favor--,y las piernas largas y ultra depiladas, y los rostros llenos de colorido. ¿Y dónde quedaba el aparato masculino? Yo lo buscaba, y sí, ahí estaba, pero muy bien escondido, resguardado y compactado entre sus muslos hacia atrás, de tal manera que podría jurar que ninguno lo tenía. Como estaba tan cerca podía ver –y admirar— sus, de seguro sacrificados movimientos, la acción por la que se logra la absoluta desaparición de su sexo, sin atisbo alguno, sólo un vientre plano, liso, duro y orgulloso de mostrarse.

La primera etapa sería la del traje regional sobre trajes de baño de una pieza o bikinis. Los cuerposadmirables, enfundados en diminutas telas brillosas y coloridas se mostrarían en un momento al público en la luneta del Teatro de la Ciudad.No había nada fuera de lugar. Ahí estaban como auténticas féminas reflejadas en un espejo de cuerpo entero ante el que se ajustan las pelucas, las uñas larguísimas, el cargado maquillaje que cubre cualquier incipiente vello que se atreviera a salir en esa mágica noche, los tacones altísimos y la seguridad y el aplomo de los pasos que recorrerán la tarima, listas con todo lo que desearía cualquiera de nosotras.

No podía creerlo. Pero en un momento, ahí estaban ellas, listas para el concurso de belleza gay, el evento al que me invitaron a conducir. Y luego ahí estaba yo con ellas a punto de salir al escenario.

Al fondo, se escuchaban indicaciones de David (Drag Queen), su voz potente les informaba que debían estar listas en diez minutos. La atmósfera del lugar era de una energía peculiar, a veces densa pero muy excitante…Imagínense ser la única mujer entre cuerpos de hombres atrapados en almas femeninas. Las miradas entre ellos, eran intensas...Se veían de arriba a abajo y de vuelta…Se saludaban efusivamente, mucho más de lo que se acostumbra entre mujeres, y al oír su tono de voz, llegaba a confundirme.

Por fin vi llegar a Amaya…Espectacular, única, impactante en su vestido sin hombros y un gran escote; se veía guapísima y así se lo expresé de corazón. Pero fui al grano de mis dudas. ¿Entrevistaría a las concursantes? No, me dijo simplemente Amaya, no habría etapa de entrevistas...Quedé desconcertada y al ver mi rostro, se acercó y dijo suavemente a mi oído: ¿Te imaginas lo que pasará si hablamos frente a público con nuestra voz? Se le quitará la magia y el encanto a la noche.

Elemental. Lo entendí absolutamente.

Las concursantes.

Una hora más tarde y con un público ya enardecido, comenzó el verdadero show. Ya estábamos aturdidos por la entrega del público, porras, silbidos y gritos sin freno. Las concursantes desfilaban con gracia, soltura y por supuesto, con los consabidos nervios. Tras bambalinas Los movimientos eran exagerados pero bastante lucidores. Travestis profesionales, completamente en su papel y con la esperanza de ganar el título de Nuestra Belleza Gay Puebla 2016.

Ella se ganó la simpatía...

Desfilaron “Las Reinas de Reinas”, las que han ganado el concurso desde el 2011; había dos de ellas, en especial, que podría jurar que eran mujeres, con una hermosura sutil, exquisita, femenina totalmente de cuerpo y personalidad. Con una de ellas platiqué en el camerino antes de comenzar el evento. Trabaja en México y es jurado en diferentes presentaciones de esta índole. Lleva un traje negro estilo “Cat woman” entallado a su esbelto y formado cuerpo y lo que llamó mi atención fue su corta estatura y sus pequeñas manos, igual de petite que yo. Me tenía embobada, y más cuando contestó una llamada y pude escuchar su plática animada y entretenida. Nos deseamos suerte ambas y nos despedimos con un beso y abrazo. Se presentaron dos shows que bien podrían haber sido vistos en las Vegas. Uno era la doble de Madonna de los años 80’s y el otro, la doble de Lorena Herrera. Verlas en escenario fue fascinante. Logré olvidar, por breves momentos, al hombre que estaba tras el talón y que ahora se había convertido en la cantante pop derrochando energía, sensualidad, cadencia y una flexibilidad de gimnasta al bailar. La doble de Madonna mostraba un busto impresionante, bello y que varias veces, de manera espontánea y natural dejo asomar, incluso, los pezones. La calidad y el profesionalismo seguían resaltando. Yo me encontraba asombrada, deleitada y encantada con todo lo que iba sucediendo.

El toque de la noche fue cuando intervinieron los “Reyes de Reyes”, gays divinamente vestidos con traje y una brillante corona en sus cabezas; jóvenes y guapos. Se acercaba el final, y ya solo quedaban seis finalistas; Atrás del telón, las podía observar y escuchar perfectamente. Una le pedía a su ayudante sujetar aún más el vestido para levantar el busto, otra más, le volvían a acomodar la peluca con largo y envidiable cabello. Diferente a “nosotras”, conservaban una extraña calma y entre ellas no se hablaban y solo se dirigían miradas escrutadoras y una leve, finísima y casi imperceptible envidia. Nadie se metía con nadie, excepto Drag Queen, que seguía dando órdenes y corriendo de un lado al otro. Hacía bastante calor y la mayoría se abanicaba antes de entrar ya que el maquillaje comenzaba a sudar. Me dirigía a algunas y les preguntaba cómo se sentían; la mayoría me respondía escuetamente y podría mencionar que era por timidez y si, realmente así son las cosas, tienes que ganarte su confianza, y recordé cómo había sido con mi amigo Amaya al principio, por lo que fui respetuosa y amable. La Miss Cholula seguía siendo mi favorita ya que, aunada a su belleza, trasmitía una energía especial, agradable, positiva.

Las favoritas...

Las favoritas: Municipios de Cholula y Libres. La algarabía iba en aumento por parte del público e incluso de algún miembro del jurado. Me divertí mucho observando sus reacciones, las poses que adquirían, no perdían el estilo, conversaban mucho entre si permaneciendo sentados y muy erguidos, posición que constantemente debo estar recordándome cada vez que me siento. La gente ya estaba algo desesperada y ya quería saber el resultado. Los jueces nos pedían que alargáramos más a los conductores pues aún no daban el veredicto y los asistentes, enardecidos: por mi hermana y mi hija, que se sentaron en la galería, me dieron después idea de lo que allá ocurría, y me contaron que tuvieron de vecinos a una pareja gay bastante intensa con sus porras, ya que deseaban de ganadora a la de Libres y chiflaban a las demás. Mientras tanto, las participantes eliminadas se asomaban entre las pesadas cortinas rojas, esperando saber quién era la afortunada.

Por fin, en un momento nos pasaron en una tarjeta el resultado, pero antes de que lo diéramos Amaya tomó el micrófono y dio un breve mensaje agradeciendo especialmente a los patrocinadores y al jurado. Entonces pasaron los miembros del jurado y uno por uno se acercó al pódium para expresar que su voto era único e irrevocable. Tenerlos tan cerca, me causó cierta emoción diferente, los podía ver y oler perfectamente: una revoltura intensa de ricas esencias, perfumes fuertes que impregnaron el aire de su decisión irrebatible.

Coronación de la ganadora...

El jurado entregó su voto, entre aplausos, porras y gritos. La ganadora: Miss Cholula, un travesti hermoso, con un rostro angelical, de muñequita y cuerpo de barbie. Se abrazaron entre sí. El final fue muy rápido, para mi gusto, a pesar que estuvo bastante largo el evento, de repente todo terminó. Quise tomarme fotos en el escenario y felicitar a las participantes, pero el telón se empezó a cerrar y en un momento las luces se apagaron. Como si se deshiciera un hechizo.

Era la medianoche de cenicienta en los camerinos. Las vi desvestirse, sin pudor se desprendían del ropaje de su sueño, sin recato dejaron caer su desencanto, obvio en las concursantes perdedoras. Pero solo por este final de la noche… Porque serán por siempre “Las reinas de la noche”, como canta Gloria Trevi.

Terminó una noche mágica, y repito mucho esa palabra porque en verdad describe lo que fue. Noche diferente, especial. Un evento dónde Amaya, la organizadora oficial, recalcaba una y otra vez, que todo era en pro de la dignificación a la homosexualidad y lesbianismo en Puebla. Un certamen con una excelente organización, con gran cantidad de importantes patrocinadores y un orgulloso equipo de trabajo. Terminé pasada la media noche, hambrienta, feliz, algo cansada por los tacones, pero llena de emociones y llevándome en mi mente y corazón una magnifica experiencia de vida.

Lunes, 22 Agosto 2016 00:00

"La casa de mi abuelo León Trotski"

León Trotski fue asesinado el 21 de agosto de 1940 en su casa de Coyoacán en la ciudad de México. Hubo un niño que lo vio morir. Creo que les va a interesar mucho esta perspectiva del último nieto vivo de León Trostzky, quien vivió con ellos en México, pues a sus papás ya los había logrado matar Stalin. Él estuvo viviendo en la casa de Coyoacán con sus abuelos, asilado igual que ellos en os años 40, y nos cuenta un poquito cómo fue su vida en esa casa, y cómo vivió los dos atentados contra su abuelo, el primero encabezado por el loco de Siqueiros, fanatizado por el stalinismo, y el otro, el que tuvo éxito, el de Ramón Mercader, y que él vivió cuando iba regresando del colegio. Hoy ese niño es un lúcido viejo de 90 años. Da ternura verlo.
Trotsky también fue un revolucionario muy violento, y en su juventud, en 1917, no se tentó el corazón para reprimir a los marineros que se opusieron a una revolución tan drástica como la que Trostsky proponía. Así fue él en su juventud, pero era un hombre inteligentísimo, necio, eso ni quien lo dude, hijo de los radicalismos que a nada bueno llevan ni para quienes los ejercen, pero con un perfil totalmente distinto al de la megalomanía y maldad absoluta de Stalin. Lo padre de este artículo el el diario El País es que viene acompañado por un video en el que aparece el muy querible nieto de Trotsky, haciéndonos un recorrido por la casa de Coyoacán y enseñándonos el perfil humano de un hombre que amaba a las gallinas, que criaba conejos, que se enamoró de las cactáceas y las coleccionaba, y que supo querer y proteger a su nieto, perseguido también por la implacable mano vengativa de quien no toleraba lo diverso: Stalin.
Ojalá aprecien este escrito y este video como yo lo hice. Para quien leyó el libro "El hombre que amaba a los perros", una historia de la vida de Trotsky desde su huída de Rusia hasta su asesinato en México, este video es un buen broche de oro.
Lunes, 22 Agosto 2016 00:00

La lluvia y los volcanes

Del absurdo cotidiano

Es verano y llueve en México. En este valle sobre el que imperan dos volcanes, en estos llanos, bajo estas nubes.
Aquí llueve en julio y agosto. Sobre todo en las tardes. Casi siempre amanece el cielo claro, luego se pone gris y tiembla con relámpagos anunciando tormentas que se cumplen y nos inundan. La enorme ciudad se llena de pantanos y de las alcantarillas brotan manantiales negros.
Suceden cosas así desde el tiempo de los dioses aztecas. La ciudad estaba hecha de lagos y ríos que en verano crecían sobre las casas y los templos. Por eso muchos de sus huertos eran flotantes. Y año con año se inundaban como se inundó la ciudad durante el Virreinato y como aún se inunda en estas fechas.
Quién sabe cuántos siglos de inundaciones ha contado la especie humana en estos rumbos, pero sus actuales representantes en el valle volvemos a sorprendernos cada verano. Tropezarse con la misma piedra es propio de los mexicanos como de cualesquiera otros, así que las generaciones del siglo veinte decidieron entubar, sellar y pavimentar los ríos y las barrancas cuyas aguas habían ido ensuciándose. De modo que las inundaciones siguen ilustrando las noticias en este siglo.
Sobre nosotros, desde la altura de su grandeza, los dos volcanes amanecen arrogantes y llenos de nieve. Aunque desde aquí casi nunca se ven. Ni en el verano ni en ningún otro tiempo, porque aquí el horizonte se angostó hace cuarenta años.

01-geografia

Mundo Nuestro. En agosto de 2012 el escritor, periodista y dramaturgo Vicente Leñero respondió con este discurso a la disertación "Elogio de la impureza" con la que Ignacio Padilla ingresó a a Academia Mexicana de la Lengua.

Parafraseando a quien empieza parafraseando el incípit fundacional de la primera gran novela mexicana de exportación, me siento impulsado a parodiar: vine a la sala Manuel M. Ponce porque me dijeron que hoy, 27 de septiembre de 2012 –año de la medalla olímpica del futbol mexicano–, Ignacio Padilla, un chamaco, un pibe, un chaval, un ñero, iba a pronunciar su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua como miembro correspondiente en la ciudad que tiene el nombre más bello, más eufónico –dice él– de la lengua española: Querétaro.



Don Ignacio Padilla, o simplemente Nacho, nació en 1968 lueguito de Tlatelolco. Suma apenas cuarenta y tres años –como la generación de mis hijas, oh Dios–, lo que establece un contrapunto notable con la mayoría de nosotros, los académicos viejos o los viejos académicos que nos vamos cayendo a cada rato como soldaditos de plomo, a canicazos.
Es rabiosamente joven y rabiosamente talentoso. No exagero el término: basta con leerlo o con escuchar ahora su discurso para demostrar la puntualidad del cebollazo.

Pertenece en su origen literario a una pandilla de escritores de su edad que para chacotearse, al parecer, de ese boom inventado por las editoriales hispanoamericanas en los años sesenta, o para coligarse con el ruido de sus figuras paternas, se autodefinieron con el sonoro término de un huevo que se rompe al brotar el polluelo, de una rama que se quiebra al clamor de “ahora vamos nosotros”: el publicitado crack.

Encabezado por Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou, Ricardo Chávez Castañeda, Vicente Herrasti… la pandilla de cuates, luego de publicar un texto sobre su postura literaria –Instrucciones de uso–, se dio a la tarea de piar libros y cacarearlos con tino hasta que algunos consiguieron –crack, crack, crack– sembrar sus novelas con montañas de ejemplares en las librerías de México y del extranjero –las he visto en Madrid con azoro y sana envidia– y conseguir traducciones como quien palea grava y arena para el cemento de un camino cultural.

Entre los importantes de nuestra joven y vigorosa literatura mexicana del día de hoy, los chamacos del crack no son los únicos, por supuesto. Ahí están, enunciados al botepronto: Álvaro Uribe, David Toscana, Cristina Rivera Garza, Rosa Beltrán, Juan Villoro… Tantos más. Casi todos han rehuido, no desechado por decreto generacional, el mexicanismo del nopal y el llano en llamas, pero sí rescatado de sus mayores eso que llamamos, mordiéndome la lengua por su compleja explicación, la voluntad de la forma, el impulso de la experimentación narrativa. Es decir: los juegos con el tiempo, la versatilidad de los puntos de vista, la identidad enigmática de los personajes, las vueltas de tuerca, la materia oscura de lo que llamamos misterio, la precisión de una sintaxis que desentierra palabras sepultadas y construye edificios verbales sorpresivos…

Ignacio Padilla es un brillante ejemplo de esa narrativa empeñada en someter el qué de la historia a un exigente cómo. Cómo engarzar los elementos de una aventura de la imaginación tomando en cuenta a un lector igualmente creativo, capaz de acompañar al autor, a veces con repelos por tantos enredijos, en la necia aventura de vivir, de sufrir, de reír, de morir.



Nuestro querido Nacho –que es a quien me corresponde celebrar hoy, con mi sincero agradecimiento por haberme elegido para escoltarlo– tiene sobrados méritos de académico. No solamente por su amor a las palabras y su facilidad para decir lo que quiere decir con la alegría de su sintaxis pirotécnica, sino también, sobre todo, porque entiende ese engorroso fenómeno de “lo académico” en medio de una búsqueda artera para la desmitificación de la solemnidad.

Observados así como nos presentamos esta noche –cariserios, trajeados de oscuro, encorbatados y con el dogal de la venera–, los académicos producimos sin duda un efecto de solemnidad. No es errática la percepción de tal imagen, pero advierto: es un signo poético –me atrevería a decir– de respeto a lo que hacemos. De seriedad ante el mandato de cuidar el lenguaje heredado, de normarlo, de preservar su origen y su esencia, de saborearlo.

Durante décadas y siglos se quiso ver a la Academia, por amor de esa imagen hierática y solemne, la figura de un padre quisquilloso y regañón que cuida de ese niñolenguaje para que no se enlode en la impureza, para que no retobe, para que no se pierda en la compañía del malhablado de la calle que repite vocablos impropios. Pero los chicos crecen, mamita –diría Luis Sandrini–, y ese niñolenguaje se escapa por dondequiera para transitar las calles tenebrosas del vulgo que celebraban Lope y Cervantes y de ahí recoger palabras nuevas, palabrotas a veces, con las que se enuncia ya, sin eufemismos, lo que simplemente es. La grosería. El desgarriate. El neologismo impuro. El habla de la gente capaz de inventar o resucitar términos para convertir lo coloquial en una dramaturgia verosímil.



La Academia solemne –como la entendemos hoy, es decir, antisolemne– observa ya sin repudio el fenómeno de ese niñolenguaje convertido en mayor. Entre innúmeras tareas literarias de exploración y análisis, corrige, sí, gramática –sintaxis, ortografía, sentido– al tiempo en que registra, sobre todo valora y analiza, cómo se van modificando términos y modos de decir y escribir en el espacio abierto de pueblos, de regiones, de países que habitan con nuestra misma lengua.

Es notable el esfuerzo que realiza hoy la Academia Mexicana de la Lengua, por poner un ejemplo, para censar el habla del español local. El diccionario de mexicanismos, siempre en proceso y bajo la responsabilidad de la tenaz lexicógrafa doña Concepción Company Company, es una muestra de la flexibilidad con que se asume la investigación enfocada a saber cómo hablamos los que hablamos este bello idioma mexicano.

Entre lo ideal y lo real de una lengua orgullosamente manchada, “la lengua de la tribu” –según nos acaba de recordar Nacho Padilla–, entre la paradoja del Cervantes rechazado por la solemnidad y el Cervantes convertido en el profeta mayor de una academia como ahora sabemos entenderla –elástica y exigente– se produce la síntesis perfecta de una vital aspiración común, social, patriótica me gustaría subrayar: la defensa de nuestro lenguaje frecuentemente ofendido tanto por los puristas como por los malos escritores.

No deseo dictar la solapa completa de don Ignacio Padilla; prolongaría demasiado estos apuntes sobre el académico correspondiente en el histórico Querétaro.

Abrevio.

Estudió comunicación en la Universidad Iberoamericana, literatura en Sudáfrica y Escocia y se graduó como doctor en filología por la Universidad de Salamanca. De ahí le viene, creo, de su conocimiento, de su rigor de lingüista y de sus hábitos de lector compulsivo, esa veta cervantina poco frecuente en los escritores de su generación, y delatada por él mismo en un ensayo tan ambicioso como divertido: El diablo y Cervantes. Proviene, sin lugar a dudas, de su tesis doctoral de 1999 en Salamanca titulada El diablo y lo diabólico en la obra de Miguel de Cervantes. En ese jugoso ensayo de más 350 páginas y siete años de manía por el autor del Quijote –como lo ha evidenciado ahora en su discurso de ingreso–, el soldado de Lepanto se ve acompañado por un escudero que esta vez no es el Sancho Panza de su extraordinaria historia, sino una obsesión cervantina: el Diablo, el Maligno, la Bestia, Satanás… Padilla describe el fenómeno desde una perspectiva profundamente religiosa y socarronamente inquisitorial.

Numerosos textos breves y extensos –hasta una pieza dramatúrgica y algunas obras teatrales para niños– ha escrito nuestro nuevo académico. Y muchos premios ha ganado con ellos. A premio por obra, casi, lo que se antoja un hecho excepcional.

Cito algunos para demostrarlo. Premio Ediciones Castillo. Premio Kalpa de Ciencia Ficción. Premio Juan de la Cabada. Premio Juan Rulfo. Premio de Ensayo José Revueltas. Premio de Ensayo Rousset Banda por El diablo y Cervantes. Premio Mazatlán. Premio Málaga. Premio Semana de Gijón. Premio La Otra Orilla… Y siguen. Uf.

Nuestro amigo escritor, digo para concluir, es puntilloso con su prosa tallada como un árbol que se vuelve escultura. Es obsesivo en su empeño por florecer palabras que parecían perdidas. Es delicioso en ese humor escondido que delata un credo: toda narración es un juego, toda novela es un thriller, porque impulsa al lector a desentrañar, como el clásico inspector policiaco, las claves no necesariamente de un crimen sino del maravilloso misterio de la ficción, remedo siempre de la vida.

Para la Academia Mexicana de la Lengua representa una real ventura contar entre sus huestes a Ignacio Padilla: un chamaco irreverente de apenas 43 años.

Mundo Nuestro. La Revista de la Universidad de México publicó el texto Elogio de la impureza leído por el escritor Nacho Padilla al ser aceptado como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, en agosto del 2012.

A la memoria de Eulalio Ferrer y Miguel Capistrán.
Y al magisterio de Vicente Leñero y Gonzalo Celorio.



I

Fui a Salamanca porque me dijeron que por allá había pasado el autor del Persiles, un tal Miguel de Cervantes. Viví primero en una casa muy modesta en las riberas del Tormes, justo frente al toro de piedra que hizo ver estrellas al pobre Lazarillo. Pasé luego a un departamento sórdido en la Calle Cervantes, llamada antaño Calle del Moro, donde quiere la tradición que viviera algún tiempo el Manco de Lepanto.

Allá me fui quedando, allá tuve que quedarme. Como al bueno del Licenciado Vidriera, me enhechizó enseguida la apacibilidad de la vivienda salmantina. Traía yo aún fresco el asombro de mi lectura adulta, desopilante y escocesa del Quijote, de modo que me pareció pertinente y hasta justo sumergirme en la leyenda de Miguel de Cervantes. Lo hice como quien se despeña en una honda cima, en mansa burla de mí mismo, acaso en busca de más proezas, risas y encantamientos. Entre cátedras y catedrales, entre bibliotecas y mesones, perseguí dos fantasmas: el fantasma de Cervantes en la academia salmantina, y también, cómo negarlo, el fantasma de esa misma Salamanca en la obra de Cervantes.

Monumento a Miguel de Cervantes en la Plaza de las Cortes en Madrid, esculpido por Antonio Solá en 1835.
Monumento a Miguel de Cervantes en la Plaza de las Cortes en Madrid, esculpido por Antonio Solá en 1835.
©Luis García/WikiCommons



Ignoraba yo entonces la de asombros agridulces que me deparaba esa búsqueda. Del paso del escritor por Salamanca se sabía muy poco. Con fatiga hallé un par de historias rocambolescas sobre quienes habían buscado antes las huellas castellanas del autor del Quijote, historias de cervantistas ávidos, expedientes fugitivos y cartas robadas por investigadores ingenuos o mendaces, nada que constatase que Cervantes había estudiado en las mismas aulas por las que sin duda pasaron Fray Luis, Góngora, nuestro Alarcón. El silencio de los archivos de Simancas sugería que, si bien el alcalaíno había transitado efectivamente por aquellos andurriales, lo habría hecho como hizo todo en su vida: por las márgenes, a salto de mata, mirando quizá desde las callejuelas el paso altanero de los bachilleres y a los licenciados inciviles, maldiciendo en sus adentros la ironía cruel de haber nacido en otra ciudad universitaria y no poder cursar en esta otra. Lector en fuga, aventurero frustrado y sabio de arrabal, resignado a leer hasta los papeles rotos que se hallaba en las calles, aquel hijo segundo de un sacapotras de Alcalá habría nutrido una rara animadversión por la academia, tan deseada y tan aborrecida para él como lo serían después el cetro y la mitra de la España filipina. No era difícil imaginar que allí y así, aterido y miope en los portales paredaños con la subversiva Cueva de Salamanca, Cervantes se habría sentido espécimen de una fauna maldita: un abanderado de lo equívoco en los páramos de la univocidad académica, poeta entre lectores sin poesía, un insecto a quien se le cerraban las puertas del santuario donde sólo a los bachilleres se les permitía estudiar y enseñar entomología.

Frente al silencio de la historiografía y los archivos, me restaba acudir a la literatura de Cervantes para indagar en su inestable relación con Salamanca. El resultado fue tan tumultuario como desesperanzador: las muchas alusiones librescas del escritor a la academia sólo corroboraban su insalvable lío de admiración y rechazo, con la balanza inclinada un tanto hacia este último. Egresados de Salamanca eran nada menos que el rencoroso Sansón Carrasco, el taimado Lorenzo de Miranda, el emponzoñado Tomás Rodaja, el bravucón Corchuelo y el altivo licenciado que lo somete. También eran bachilleres salmantinos los falsos cautivos del Persiles, estirpe despreciada por Cervantes, donde las haya. En Salamanca o en su periferia transcurrían las más duras escenas de buena parte de su desigual teatro, varios negros pasajes de sus novelas ejemplares y, por supuesto, más de un descalabro del Quijote. En el torpón entremés de La cueva de Salamanca, el antiguo soldado desteñido por el cautiverio y el fracaso habría expuesto su menosprecio hacia todos aquellos que lo habían descastado, incluidas las academias, fuera universitarias, fuera literarias.



Por otra parte, Cervantes habría gestado una atendible y creciente afición hacia todo aquello que estuviese en la Otra Orilla, encuevado en las entrañas catedralicias y universitarias: las justificadas celestinas, los audaces rufianes, los regalados gitanos, los pícaros ilustres. Allí estaba ya no la afición sino el amor innegable aunque negado del alcalaíno por la verdad dura aunque movediza del hampa. Allí estaba su pasión por el lenguaje de la germanía, su convicción de que son el vulgo y el uso quienes enriquecen el habla. Allí estaba su hondo sentido de la realidad conmoviendo la rigidez de la retórica clásica. Allí estaban el humor y la ambigüedad consagrados como espacios críticos necesarios contra una institucionalidad cada vez más esclerótica y aferrada al carnaval que negaba lo que Cervantes padecía cada jornada: la debacle de la utopía, la esperpentización del sueño de pureza europeo frente a la realidad profunda de la impureza americana.

¿Cómo encajar tanta evidencia de un bifrontismo cervantino a las academias? ¿Cómo no compartirlo en este siglo de virtualidad y tirantez entre ortodoxias y heterodoxias de toda laya? Después de todo, pensé, esa intermitencia entre lo leve y lo pesado hizo de Cervantes el inconsciente sacudidor del castellano y el fundador de su modernidad. Como lector y contador de historias, no consigo no aplaudir tamaña subversión. No puedo no adorar la paradoja cervantina que refleja nuestro ser paradójico, nuestro hablar y escribir para y desde la contradicción que nos explica. Es un poético milagro que Cervantes embistiese con tanto amor y con tal furor a las instituciones que coronan nuestro modo de nombrarnos, una hazaña que luego él mismo se haya convertido en la piedra basal de las mismas torres castellanas desde las que otrora se despeñó, un portento que su retrato, también una ficción, adorne hoy el umbral de la Real Academia de la Lengua Española.

Con sus devaneos por y contra la academia, Cervantes nos enseña cuánto necesita el canon reconocer la ambigüedad y la impureza, es decir: cuánto pudieron contra el celoso Cañizares las diabólicas canciones del demoniaco Loaiza. La ortodoxia vence sobre sí misma sólo cuando escucha a los abogados más tozudos del habla quebradiza de la gente común. Desde las primeras líneas del Quijote, la volatilidad del idioma como sonrisa erasmiana se ha opuesto al rictus medieval petrificado de la lengua, una lengua que, con no ablandarse, no conmueve. Al ingresar en la academia por la puerta trasera, el alcalaíno ha embellecido a martillazos, con la lengua de la tribu, el duro mármol de la lengua del monarca y el obispo: contra la inamovilidad y la muerte, el habla movediza de la vida; frente al latín del púlpito y la cátedra, el balbuceo alegre del lenguaje otro; frente a los discursos sacralizantes y sordos, la burla destemplada y dialogante. Con su crítica, Cervantes nos recuerda que nacemos cada día de la sangre derramada en el feliz combate de dos linajes verbales: uno solemne y otro risueño, uno ancestral y otro gestante, el uno tan necesario como el otro.

El audaz carnaval verbal de los escritores irreverentes y marginados reprocesa la literatura y nos enriquece con un lenguaje corrompido como la realidad misma, un habla que va generando su propio artificio de ordenanzas pícaras, un discurso de apertura bruta que admite en principio todas las formas verbales liberando a la sintaxis de las ataduras de la ortodoxia vanamente obsesionada con la pureza.

II

No podía ser de otro modo: conocer las subversiones académicas de Cervantes marcaría con fuego y hierro mis últimos meses en Salamanca. Cierto día descubrí que la calle Cervantes, literalmente encajada en las entrañas de la Universidad Pontificia, ni más ni menos, era también la zona roja o el barrio chino de la ciudad. En los flancos de esa calle pululaban los prostíbulos, el malevaje agitanado y sudaca, los vendedores de droga. Allá caían también los bares atrabiliarios donde iban a beber su claridad los poetas José Hierro y Claudio Rodríguez, que escapaban sedientos a mi barrio en cuanto terminaban de impartir sus magistrales conferencias en los magistrales paraninfos universitarios. Entendí, en suma, que la calle del Moro era el hogar inframundano de la lengua, era la antiorilla salmantina donde pícaros, fregonas, estudiantes consumidos y poetas consumados apuraban esa vida impura e imperfecta que luego, irremediablemente, transfundirían a la momia ávida de las aulas donde se enseñaban trivios y cuadrivios.


Mundo Nuestro. Murió la semana pasada el escritor mexicano Ignacio Padilla a los 47 años de edad. Una gran pena para un país que tanto necesita de su mejor literatura. Reconocido en los años noventa como parte de la llamada generación del crack --una controversia ya olvidada, por cierto--, y con una obra confirmada y en ascenso, la narrativa madura de Nacho Padilla estaba por venir. Entre sus libros sobresalen los relatos Subterráneos (Premio Nacional de las Juventudes Alfonso Reyes 1989), novelas como Si volviesen sus Majestades y Espiral de artillería o cuentos como Las antípodas y el siglo (Premio Gilberto Owen 1999). La revista Nexos ha publicado este fin de semana tres textos de Nacho Padilla y una semblanza del novelista escrita por Luis Bugarini, escritor y crítico literario, autor de Estación Varsovia.

Ignacio Padilla, orfebre aventajado de la lengua



Por Luis Bugarini

Desde la muerte de Jorge Ibargüengoitia, las letras mexicanas no habían padecido una tragedia de estas proporciones. Se extingue una posibilidad, no obstante, una parte de la obra de Padilla ya existe para todos y se vuelve necesario regresar a ella. No como un homenaje ni como una forma de reparación del daño —imposible ante situaciones semejantes—, sino como una comprobación de su mérito como autor en un país que se agita para quedar libre de amarras. El gran bofetón para la comunidad de escritores que representa esta muerte, hace pensar en las recientes polémicas literarias: ¿qué dejan el rencor, la maledicencia, los disparos a quemarropa? ¿Qué se logró de la condena, el señalamiento, la impertinencia? Las obras subsisten, buenas o malas, a diferencia de los desplantes y los gestos tristes de la vida literaria. (Más...)

Textos de Ignacio Padilla en la revista Nexos:



De espiral de artillería

Su aldea enorme



Tres arañas y una cuarta intratable

Miércoles, 17 Agosto 2016 00:00

La obra oculta del joven Rubens en México

Mundo Nuestro. El joven Rubens en México. Un curso ilustrado sobre la presencia en la Nueva España de uno de los más grandes pintores en la historia occidental. Una idea del ianálisis que contendrán las conferencias que impartirá el Dr. Heinrich Pfeiffer S.J en Profética, Casa de Lectura a partir de este viernes 19 de agosto y hasta el 21 de septiembre, es la que se ofrece en esta reseña presentada por sus organizadores:

'La obra oculta del joven Rubens en México'

"El niño Pedro Pablo Rubens y su hermano Felipe tuvieron un ilustre maestro de pintura en Colonia, Alemania: Otto van Veen. Cuando la familia se fue a vivir a Amberes, Bélgica, los hermanos Rubens contaron con las enseñanzas de otros dos insignes maestros en el arte de pintar: Adam Noort y Tobías Verhaegt.

"A veces trabajaron juntos Pedro Pablo y Felipe, pero Pedro Pablo no sólo superó a su hermano, sino a todos sus maestros.
Los hermanos estuvieron en Roma y regresaron a Amberes, donde Pedro Pablo ya como maestro, tuvo su propio taller. Entre 1608 y 1620 aproximadamente, fueron enviadas obras de ese taller a Nueva España.

"El Dr. Heinrich Pfeiffer S.J. ha localizado en diversas colecciones de la República Mexicana varias obras de los hermanos Rubens, al igual que otras de sus maestros pintores Otto van Veen, Adam Noort y Tobías Verhaegt y una excelente pintura de Adam Elsheimer, amigo de Pedro Pablo Rubens."

Este curso nos adentrará en la obra de Pedro Pablo Rubens y será impartido por el Dr. Heinrich Pfeiffer S.J. con la proyección de numerosas ilustraciones.



Mundo Nuestro. Contra la necedad gubernamental los ciudadanos organizados proponen alternativas a un conflicto que la ciudad no debería tener.

El proyecto Calle completa Hermanos Serdán.

Siete elementos lo componen:



Ciclovía (a nivel piso), seguridad vial, áreas verdes, arbolado, iluminación peatonal, cruces peatonales seguros y banquetas dignas.

CADENA (Consejo Ciclista Poblano) y el Frente Puebla con Árboles han elaborado una propuesta alternativa de ciclvía que contempla una visualización del conjunto, por ello el nombre de calle completa: no es simplemente una ciclovía, es la comprensión de un entorno vial sin la segregación de las bicis y en la que los autos no son el elemento único ni el principal. Es el conjunto el que compone y determina el propósito fundamental de circulación. Es posible lograrlo y la propuesta está ahí: Calle completa Hermanos Serdán

Proyecto Calle Campleta Hermanos Serdad/CADENA-Frente Puebla con Árboles.



El proyecto es avalado por el mundo de las bicicletas poblanas y otras organizaciones profesionales: Consejo Ciclista Poblano, la Asamblea Social del Agua, el Colectivo Corazón Verde, el Colectivo Peatonal A Pata, Esfera Poblana, el Colegio de Urbanistas y Diseñadores Ambientalistas del Estado de Puebla, Cletamachalco, Pueblicla, Cholula en Bici, Bicionudos y BiciOpolis.

Hay una pregunta que tiene respuestas múltiples: ¿por qué se ha obstinado el gobierno de Rafael Moreno Valle en imponer un proyecto de ciclovía que no resiste el análisis más elemental de un urbanismo moderno serio?



Caro en extremo si se le compara con experiencias concretas como la ciclovía en Paseo de la Reforma en la ciudad de México. Violatorio de la ley si se le valora desde la perspectiva de la normatividad aprobada por el Ayuntamiento de la ciudad de Puebla. Y políticamente estúpido si se confronta con lo que un gobierno debiera ser para sus ciudadanos: democrático y sensible a los reclamos de la sociedad civil organizada como la que ampara este movimiento en contra del más absurdo de los proyectos que un gobernante haya dejado caer sobre la ciudad de Puebla.

Al final, y más allá de esta iniciativa que seguramente no será escuchada por los funcionarios que mal gobiernan ciudad y estado, los ciudadanos no tendremos otro auxilio que el muy constitucional derecho de amparo.

La revista Sin permiso publica este texto del periodista británico del periódico The Guardian

Hace dieciocho meses, la “familia olímpica” del COI se reunió en Montecarlo. “No podríamos tener un anfitrión más simbólico”, declaró el presidente, Thomas Bach, en su alocución, “que su serena alteza, el Príncipe Alberto de Mónaco”, monarca de un Estado descrito por Somerset Maugham de modo memorable como “un lugar soleado para gente sombría”.



Se trataba de una sesión extraordinaria, convocada para encarar “los retos a los que ya nos estamos enfrentando y, lo que es más importante, los retos que ya podemos ver en el horizonte”. Bach no se estaba refiriendo al régimen de dopaje estatal de Rusia, o a la disposición de Río para los XXXI Juegos de Verano que comienzan el viernes [5 de agosto] dentro una semana, sino de otro problema completamente distinto, un problema que para la conciencia colectiva del Comité Olímpico Internacional (COI), se sentía en conjunto como algo más apremiante. Si bien estos dos problemas dignos de titulares han dañado su marca, este tercero, del que se informa bastante menos, puede arruinarle el negocio.

Dos meses antes, Oslo había cancelado su candidatura para las Olimpiadas de Invierno de 2022 debido a la falta de apoyo público. Y anteriormente, ese mismo año, Estocolmo se retiró por razones similares. Cracovia también la canceló después de que un referendum concluyera que casi el 70% de sus habitantes se oponía a la candidatura. Para la candidatura de Munich, la cifra se acercaba más al 60%. Para Davos, era del 53%. En Barcelona, la alcaldesa la pospusó hasta 2026, y luego archivó los planes por completo. Algo semejante pasó en Quebec ciudad. De manera que de nueve candidatos, el COI se quedó con dos anfitriones potenciales. Uno era Almaty, en la dictadura de Kazakistan, y el otro era Beiying, que hasta ahora no se había destacado como uno de los grandes centros mundiales de deportes de invierno. Ganó Beiying, aunque la mayoría de las actividades tendrá lugar a unas 140 millas, en Chongli.

No son tan solo las ciudades de invierno con los pies fríos. En 2015, los EE. UU. designaron a Boston para los Juegos de Verano de 2024, hasta que Boston se retiró debido al escaso apoyo. Alemania designó a Hamburgo, pero la retiró después de que la corporación municipal perdiera otro referéndum. La candidatura de Toronto, sometida a debate, se abandonó cuando su comité de desarrollo económico votó en contra. Ahora mismo, las cuatro ciudades candidatas son Roma, Budapest, Los Ángeles y París. En Hungría, el Tribunal Supremo acaba de bloquear la propuesta de referéndum. Y en Italia, la nueva alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, ha declarado repetidas veces que se opone a la candidatura, y el Partido Radical italiano ha estado recogiendo las firmas necesarias para convocar un referéndum.

No hace falta ser un especialista académico para detectar cuál es el patrón. Pero Christopher Gaffney sí lo es: profesor investigador de la Universidad de Zurich, la suya es una voz destacada en el movimiento antiolímpico, y esta es su descripción: “Allí donde tenemos una población formada que dispone de una prensa relativamente libre, niveles de transparencia gubernamental relativamente elevados, y que ha exigido un referéndum, en cada uno de estos casos hemos visto cómo se rechazaban las Olimpiadas. Sin excepción”. En Occidente, al menos, tal parece que nadie quiere hacer ya el papel de anfitrión.

El COI ya se vio antes en una posición parecida, después de los desastrosos Juegos de Montreal de 1976. Treinta años tardó Montreal en pagar sus deudas olímpicas. El resultado fue que Los Angeles se convirtió en la única ciudad disponible para 1984. Debido a que se trataba de la única candidata, pudo así imponer condiciones. De modo que el COI se quedó sin los contratos de televisión y patrocinio, pero pudo recurrir a los apreciables beneficios de los que Los Ángeles sacó partido de otras maneras. Los utilizó para incentivar a otras ciudades a presentar candidaturas. Cinco solicitaron acogerlos en 1992. Ocho en 2000. Once en 2004. El COI se convirtió en propietario de los derechos en regimen de monopolio de un negocio que lo que busca es sacar dividendos de las ciudades”, tal como resume Gaffney. “Dependen de lo que es tener a un grupo de ciudades compitiendo unas con otras, para elevar las apuestas”.



Allí donde ha habido resistencia, esta ha provenido de los márgenes. En Amsterdam quines protestaban enviaron bolsas de marihuana a los funcionarios del COI, y luego les arrojaron huevos y tomates cuando aparecían en público. En Berlín, una coalición de “anarquistas, inconformistas, punks, gays y lesbianas, los alternativos, los que tiran piedras, los tragafuegos, los pobres, los borrachos y los locos” se manifestó por las calles cuando el COI llevó a cabo la inspección final de la ciudad. La diferencia es que la resistencia a las Olimpiadas se ha convertido en algo central. “Lo que estamos viendo”, afirma Gaffney, es que “cuanta más información tienen los ciudadanos acerca de cómo funciona el COI, menos probabilidades hay de que quieran meterse en ese tipo de contratos de negocios”.

Chris Dempsey fue uno de los líderes de la campaña “No Boston Olympics”. Trabajó antaño para la consultoría de gestión Bain y fue vicesecretario de transporte de Massachusetts. “Nosotros éramos los que aparecían en las reuniones de traje y con presentaciones de PowerPoint”, declara Dempsey. “Nos sentíamos cómodos trabajando desde dentro, por así decir”.

Dempsey y su grupo lo consideraban simplemente una cuestión de prioridades cívicas. “Las Olimpiadas supondrían un ingente coste neto para nuestra ciudad y nuestro Estado, en el sentido de que si nuestro gobernador y nuestro alcalde se concentraban en construer un estadio y un velodromo, se centrarían menos en mejor la educación y arreglar las carreteras”. Fue, añade Gaffney, “una forma de verlo clara y pragmática, a la americana, para decir: ‘No vamos a gastar el dinero de los contribuyentes en acoger una fiesta de tres semanas’”.



En el curso de dos meses a principios de 2015, la opinión pública de Boston basculó por completo. En enero se había registrado un 54% en favor de la candidatura. Para marzo, la cifra cayó a un 38%. Entretanto, “No Boston Olympics” recogió los detalles de la candidatura, diseccionó los brillantes folletos qué mostraban qué aspecto tendrían los recintos de la sede” y dejó claro que “los contribuyentes estaban entrampados”.

La candidatura de Boston se hizo insostenible. Dempsey afirma que se trató de “una reacción a los excesos de años recientes. Sobre todo, a los de Beiying, pero también de Londres, porque cuando se echa un vistazo a lo que realmente se gastó en esas Olimpiadas, es algo así como cuatro veces el presupuesto original”.

En Hamburgo, por otro lado, el movimiento antiolímpico tenía raíces en la izquierda. Florian Kasiske se ocupó de las relaciones públicas de la campaña NOlympia. “Había todo un abanico”, declara. “Combinaba estudiantes, miembros de las juventudes de los partidos de izquierdas y un montón de trabajadores del puerto que estaban también en contra de las Olimpiadas, porque veían sus trabajos amenazados”.

Kasiske afirma que uno de los grandes problemas era la “gentrificación” de la ciudad, espeialmente en torno al puerto. “Los Juegos son un gran impulsor del desplazamiento de los pobres del centro de las ciudades”. El otro era la crisis migratoria. “La gente seguía preguntándose: ‘¿Cómo podemos organizar las Olimpiadas cuando tenemos que encontrar alojamiento para tanta gente como ha llegado a la ciudad? ¿Esta gente está durmiendo en tiendas, y los politicos quieren un nuevo velódromo?’”.

En Boston y Hamburgo, movimientos de protesta pequeños y bien organizados se enfrentaron a ponderosas coaliciones políticas y empresariales. “La gente que promovía la candidatura era gente que esperaba sacar tajada”, afirma Dempsey. En Hamburgo, NOlympia venció a la candidatura respaldada por el alcalde y la Cámara de Comercio. Ambos casos reflejaban la opinión de Gaffney de que las Olimpiadas se han convertido en algo que tiene que ver con “la venta de la ciudad a cargo de las élites mismas de la ciudad”. Cuanta más información tiene la opinión pública sobre todo esto, “menos probabilidades hay de que quieran comprometerse”. Dempsey coincide en ello: “Las ciudades están empezando a comprender que las exigencias del COI son irrazonables”.

“El COI solo tiene poder si hay ciudades que quieran presentar candidaturas. Podemos acabar llegando a un punto de ruptura en el que COI tenga que emprender reformas de verdad”.

En Mónaco, Bach introdujo la Agenda 2020, un plan para reducir los obstáculos a las candidaturas. Dempsey sugiere que eso no basta. “Yo pondría en cuestión que desplazarse a una ciudad distinta cada cuatro años sea un modelo que tenga sentido en el mundo de hoy. Tal vez en la década de 1890 tuviera sentido, pero hoy vivimos en un mundo en el que el 99.9% de la gente que le presta atención a las Olimpiadas lo hace en la pantalla. Cree que los Juegos deberían tener una sola sede permanente que los acogiera”.

Gaffney se muestra más radical. “Se cometen los mismos errores una y otra vez. Así que no puede ser un accidente, y si no es un accidente, entonces tenemos que entender que el modelo empresarial del COI resulta nocivo”, afirma. “Tenemos que volver a pensar en serio acerca del modo en que estos acontecimientos impulsan la desigualdad a escala global. Y la mejor forma de hacerlo consiste en pararlos. Punto final”.