El tiempo y su pueblo brillan en las manos del relojero juchiteco Destacado

Compartir

He pasado frente a La Esmeralda Relojería numerosas veces en los últimos dos años en mi camino a la Casa de la Cultura en Juchitán. Siempre me llama la atención, me recuerda los escaparates en La Habana o el Puerto de Veracruz. Con la cortina metálica levantada se pueden ver los mostradores de cristal llenos de joyas y relojes, y siempre hay alguien sentado en la entrada, a menudo un anciano de pelo gris platicando con algún amigo. Muchas veces he querido pedirles permiso de tomar una fotografía, pero la pena y el temor al rechazo me lo han impedido. Pero esta vez estoy decidido, “¿por qué no?, en todo caso no pasará de que me digan que no.”

¡Pero no lo han dicho!



Saludo al viejo de pelo gris sentado en la entrada y me acerco al hombre que trabaja en un reloj en el mostrador. Se llama José. Le platico de mi proyecto de libro sobre "oficios" y le muestro el folleto 5 x 7 que siempre llevo conmigo con fotos que he tomado de otras personas haciendo su trabajo. Pronto él reconoce a algunos de los Juchitecos en el folleto y me dice que le parece bien que lo fotografíe trabajando, pero me pide que le tome también algunas fotos a su padre, Vicente, el hombre de pelo gris en la entrada. Estoy de acuerdo y le digo que volveré para para la entrevista y las fotografías un poco más tarde.

Así ha empezado este relato de Vicente el relojero.



En la tarde José me muestra el salón detrás del taller y me dice que llamará a su padre. Caigo así en la cuenta de que esta entrevista no será con él, sino con su padre Vicente, el creador de La Esmeralda.



Don Vicente tiene ochenta y nueve años y se ha retirado recientemente de su profesión como joyero y relojero… ya los ojos le fallan y sus manos tiemblan. Pero aunque sus ojos y sus manos no lo sean, su mente es segura y aguda, así que no tiene problema para mirar hacia las ocho décadas y media de su vida.

Como muchas de las personas que he entrevistado para el proyecto de los oficios, en cuanto Vicente terminó la escuela primaria se inició en el oficio de joyero. Trabajó con su cuñado en una tienda que fabricaba joyas de oro y vendía relojes suizos de precisión. Después de un tiempo, Vicente decidió que quería aprender a montar y reparar los relojes que vendían. Así que dejó a su esposa y a sus dos hijos en Juchitán y se fue a la ciudad de México. Allá encontró un relojero que lo aceptó como aprendiz para enseñarle el arte de montar y reparar relojes suizos. Al cabo de un año, cuando terminó su aprendizaje, regresó a su familia en Juchitán y continuó trabajando con su cuñado en La Esmeralda.

Y con su testimonio entiendo al fin la importancia de la joyería entre los juchitecos.

He podido asistir al rito de las Velas en San Blas, un pueblo indígena cercano a Juchitán, con un fotógrafo mexicano amigo que me invitó a acompañarlo en 1998. Me quedé muy impresionado por las mujeres Juchitecas que estaban adornadas con increíble orfebrería de oro. ¡Incluso algunos de sus dientes tenían incrustaciones de oro! Descubrí que no eran de plata chapeada las que portaban, sino de oro puro. Me dijeron que era una forma de mostrar su estatus social en el Istmo.

Vicente ha sido por mucho tiempo uno de los joyeros que hacen esos aretes, brazaletes y collares de oro puro. Me explica que cuando era más joven, el oro era mucho más barato. Lo que costaba entonces diez pesos ahora cuesta cuatrocientos. Solía ​​hacer cadenas y pulseras de monedas de oro puro que pesaban 100 gramos (3.5 oz). Pero además de expresar un estatus social, la joyería era una muy importante manera de contar con capital para financiar las siembras y cosechas en la temporada de lluvias. Juchitán y los pueblos circundantes tienen una economía basada en el oro. El oro es empeñado para cubrir los costos de la cosecha, y cuando se termina, la mujer compra de nuevo sus joyas de oro. El mismo proceso continúa hasta el día de hoy.

Lamentablemente, los tiempos han cambiado. El crimen organizado se ha trasladado al área de Juchitán y ya no es seguro usar la joyería de oro en público. En su lugar, se almacena en cajas de seguridad y se saca sólo cuando se cambia por dinero en efectivo para la cosecha.

Unos días antes de mi partida de Juchitán, Vicente envía a su nieto, Diego, a buscarme en la Casa de la Cultura. Como agradecimiento por sus fotos me regala una pila de totopos frescos (tostadas de maíz tradicionales de Juchitán) y un trozo de queso seco (tipo parmesano) para el viaje de regreso a casa. ¡Es un hombre con corazón de oro!

Vicente ha perdido a tres de sus hermanas durante el último año. Todas tenían más de ochenta años. A medida que se acerca a los noventa años, todavía está muy alerta y lleno de vida. Pero sabe que el reloj está corriendo. Por suerte, es un maestro relojero y sabe muy bien cómo lidiar con el tiempo. Podría estar con nosotros por muchos años todavía. Eso espero.

Compartir

Sobre el autor

Dick Keis

Profesor y fotógrafo norteamericano. Desde hace años viajero por América latina, se ha especializado en el testimonio y el retrato.