Voces en los días del coronavirus
Dick Keis, fotógrafo, residente de Covallis, Oregon
Salí de Oaxaca un día antes del cierre de la frontera entre México y Estados Unidos. Fue una decisión apresurada; nunca había sido mi intención regresar a Estados Unidos debido al virus. Dos llamadas telefónicas de mis hijos adultos fueron las que me hicieron cambiar de opinión. “Papito, tienes que regresar a casa. Si te enfermas en México, no podrás regresar a casa y nosotros no podremos cuidarte”.
Pensé en ello durante todo un día. Estaba trabajando en un proyecto fotográfico sobre los oficios en Oaxaca en peligro de desaparecer y quería terminarlo. También estaba haciendo los preparativos para una exhibición de mi trabajo, y las cosas parecían ir excelente. Sin embargo, ahora tengo 72 años y parte de mi pulmón fue removido debido a un cáncer: soy parte del sector de riesgo que este virus acecha. Me imaginaba estando solo y enfermo en Oaxaca, lejos de mi familia y de mis seres queridos. Al día siguiente, compré mi boleto e hice volando mis maletas.
Del trabajo de Dick Keis en Oaxaca:
El regreso a mi hogar en Corvallis, Oregón, fue desolador. Corvallis es un pueblo universitario con una población cercana a los sesenta mil habitantes, y veinticinco mil son estudiantes. El campus universitario está hecho un pueblo fantasma; las clases han sido canceladas y la mayoría de los estudiantes se han ido a casa. El Estado entero ha sido sometido a un cierre de emergencia; todos los restaurantes, bares y lugares públicos están cerrados. Los supermercados ofrecen servicio a domicilio para la población de mayor riesgo y los restaurantes ofrecen también un servicio a domicilio, pero sin contacto, dejando los productos en la acera más cercana en sus esfuerzos por no despedir a sus empleados e ir a la quiebra. Se nos pide únicamente salir de nuestros hogares para hacer el mandado, ir al doctor, o ejercitarnos al aire libre para mantenernos sanos.
Mi caminata diaria me lleva al campus a unos minutos de mi hogar. Han pasado bastantes años desde la última vez que había estado aquí durante esta temporada y había olvidado lo preciosa que se ponía. Los árboles de magnolia han florecido plenamente y su color envuelve todo a su alrededor. Las lluvias de invierno han pintado el resto de verde. La naturaleza no parece estar enterada de la pandemia que amenaza a la humanidad; continúa con el paso de las estaciones como siempre lo ha hecho. Soy privilegiado de ser uno de los pocos que aún pueden disfrutar y admirar tal esplendor. Es, en definitiva, una buena medicina en tiempos como estos. Me recuerda que soy una ínfima parte de este increíble universo, y no su centro.
Del trabajo de Dick Keis en Oaxaca:
Es esto, tal vez, lo que más me ha impresionado de la pandemia. A pesar del miedo y de la incertidumbre que trae, esta pandemia también me ha hecho contemplar la vida de manera distinta. Al verme forzado a detenerme, comienzo percatarme de toda la belleza que siempre me ha rodeado. Presto atención y la aprecio porque es posiblemente la última primavera que llegue a vivir. Como un hombre a mis 72 años, siendo parte del sector en riesgo, me veo obligado a confrontar mi mortalidad cara a cara. Todos debemos hacerlo. Empleo mi tiempo de encierro en valorar todo aquello y a todos aquellos que estimo importantes. Me doy cuenta de lo privilegiada que es y ha sido mi vida. Estoy en una acogedora casa con un agradable jardín con el cual puedo despejarme, tengo suficiente agua para lavarme las manos varias veces al día y tengo una buena reserva de comida que durará el resto de mi cuarentena. Tengo a amigos queridos que se comunican conmigo en estos tiempos difíciles. Ya tenía presentes todas estas cosas, pero ahora las veo diferentemente. Las veo en relación con las personas que no las tienen. Hay tanta gente en mi querida Oaxaca que quizá no sobrevivan, no por descuido o falta de salud, sino por las desigualdades que hay en este mundo. Publico fotografías de personas de mi proyecto fotográfico en mi página de Facebook y me pregunto si seguirán ahí cuando regrese. Mi proyecto ha dejado de ser solamente sobre los oficios en peligro de desaparecer para ser también sobre aquellos que morirán con ellos. Muchas de las personas envueltas en mi proyecto se han vuelto mis amigos. La mayoría están cerca de mi edad y no tienen una pensión que los mantenga en su vejez como yo la tengo. Ellos trabajan para sobrevivir. Pero este virus no diferencia entre los privilegiados y los menos afortunados. La muerte nos pone a todos a un mismo nivel. Toma a quien sea que le plazca.
Así que, mientras el virus crezca y se propague, trataré de mirar al mundo con una mirada más sabia y apreciativa. Atesoraré a mi familia, a mis amigos y a la buena vida con la que he sido bendecido. Ahora más que nunca. Y deseo que, debido a esta pandemia, pueda apreciar todas estas cosas que ya sé: diferentemente.