Morena, entre el aluvión de la masa, los profesionales y el líder absoluto

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Día con día

¿Morena? ¿Qué es Morena?



La democracia mexicana va muy rápido en su cambio de piel. Quema a paso redoblado sus referentes básicos, adelgaza sus partidos claves, diluye sus identidades ideológicas. Anda en busca de otra forma.

No ha traído, ni remotamente, lo mucho que se esperaba de ella. Ha traído, en cambio, una desazón y una incredulidad contra ella misma que parece haber borrado sus logros. Empezando por los logros de sus actores centrales: partidos y gobiernos.



Los gobiernos han sido mediocres en sus resultados y contundentes en sus errores. Los partidos, también. Se quedaron hace unos años con el tablero electoral completo y, en vez de institucionalizar y multiplicar sus ventajas, abusaron de ellas, hasta perder la confianza de los electores.



Echaron por la borda su capital mayor que era la adhesión fiel de los votantes, el famoso “voto duro”, y le abrieron el espacio a un hijo inconforme, desafiante de sus malas prácticas. Tanto, que este hijo inesperado, brotado de sus propias reglas, está a punto de barrerlos.

Hablo, desde luego, de Morena, un hijo nacido en el seno de la partidocracia —sus reglas, sus facilidades, sus dineros— que está en camino de acabar con ella o de dejarla irreconocible. Al extremo siguiente: la democracia mexicana, construida bajo el instinto central de impedir las mayorías predemocráticas del PRI, está a punto de darle una de esas mayorías a Morena, pero ahora por la vía democrática.

La pregunta clave es a quién le está dando estos poderes, poderes de antes, la ciudadanía mexicana de ahora. Sabemos qué es el PRI, qué es el PAN, que es el PRD, y también qué son los otros partidos de la exhausta partidocracia mexicana.

Conocemos bien al líder de Morena, López Obrador, pero creo que no sabemos ni siquiera aproximadamente, qué es Morena. Al menos yo no lo sé. Tengo algunas impresiones y puedo registrar algunos hechos. Es lo que haré esta semana tratando de poner en blanco y negro lo que entiendo de este nuevo actor dominante de la partidocracia mexicana.

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El aluvión de Morena

No tenemos una idea clara de lo que es Morena, entre otras cosas porque está todavía en expansión y no acaba de tomar su forma. Esa expansión, tan reciente como acelerada, constituye la novedad mayor no solo de nuestro sistema de partidos, sino de nuestro ánimo cívico electoral.

El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), con su alusión manifiesta al culto guadalupano, el culto de la Virgen Morena, es en su origen una escisión dentro de las filas de la izquierda mexicana, cuyo partido central fue hasta ahora el PRD.

Morena se fundó en 2011 como un “movimiento” distinto a la coalición de partidos de izquierda que llevaban a López Obrador como candidato a la Presidencia en 2012.

La decisión del PRD de participar en el Pacto por México del gobierno de Peña separó a López Obrador de la coalición y lo indujo a convertir su movimiento en un partido.

El partido Morena celebró su primer congreso nacional el 20 de noviembre de 2012 y obtuvo su registro el 9 de julio de 2014.

En su primera salida electoral, a las elecciones federales de 2015, obtuvo 3 millones 343 mil votos, 8.9 por ciento del total.

En las elecciones estatales de 2017 se hizo manifiesto su ímpetu como nuevo partido. Obtuvo 11.99 por ciento de los votos de Coahuila, 12.7 por ciento en Nayarit, 17.43 por ciento en Veracruz y 30.78 por ciento del Estado de México. Casi 2 millones de votos en solo cuatro estados.

Su financiamiento público ha crecido en forma proporcional. Fue de 33 millones en 2014 (números redondos), de 137 millones en 2015, de 381 millones en 2016, de 392 millones en 2017 y de 404 millones en 2018.

En un aluvión de crecimiento tan alto, con un proceso tan visible de incorporaciones a la causa de Morena, es imposible no suponer la existencia de una tensión política entre el núcleo de morenistas fundadores del partido, los que de verdad cruzaron el desierto, y el aluvión de políticos y personalidades de reciente morenismo.

El aluvión, por lo pronto, desdibuja el perfil ideológico original de Morena, su espíritu fundacional, y lo hace parecer menos un partido de perfiles definidos que un recipiente político donde todo cabe.

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Morena como recipiente nacional

Morena es un aluvión electoral y también, cada vez más, un insólito tejido de alianzas. Lo une todo el liderato de López Obrador, el programa que él ha definido y, cada vez más, el pragmatismo del posible triunfo.

La figura del líder es clave en el aluvión y opaca con su figura el resto del paisaje. Hace un par de meses me dijo un amigo ex priista, reinsertado al lopezobradorismo: “En este momento, Morena es un ejército donde hay un general en jefe y puros soldados rasos”.

Es imposible decir cómo quedará acomodado ese ejército después de la elección y cuál será su perfil real como fuerza gobernante.

Es imposible saber también, desde lo que puede leerse en la prensa, cómo está compuesto realmente ese partido y de qué tamaño es su militancia.

Morena encabeza una alianza de partidos y es el camino de Damasco de miles de políticos profesionales desgajados de otros partidos.

Los aliados, el Partido del Trabajo y Encuentro Social, dan cuenta del pragmatismo ideológico de Morena.

El PT es la única formación política de México que tiene en su programa la expresión maoísta “línea de masas” y el propósito de crear una “sociedad socialista”.

El PES es el primer partido confesional de la democracia mexicana, el brazo político de las iglesias evangélicas del país.

Morena, por su parte, se define a sí mismo como “una organización política amplia, plural, incluyente y de izquierda”. Pero, conforme se expande y atrae políticos de los rumbos más inesperados, va quedando claro que no es un partido de izquierda ni un partido ideológico.

Lo describe mejor este otro pasaje de su declaración de principios: “Nuestro partido es un espacio abierto, plural e incluyente, en el que participan mexicanos de todas las clases sociales y de diversas corrientes de pensamiento, religiones y culturas”.

Es un partido que aspira a cacharlo todo, a ser el nuevo recipiente de la diversidad nacional, a la manera del antiguo PRI donde todo cabía. Morena no quiere ser un partido, sino el molde de una nueva hegemonía nacionalista y nacional.

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Contradicción y coherencia de Morena

Quizá nada haya sorprendido tanto en la deriva reciente de López Obrador como su cosecha contradictoria de políticos y personajes públicos contradictorios, de izquierda y derecha, ex priistas, ex panistas y ex perredistas, líderes sindicales echados de la educación, de la minería o del sector eléctrico, empresarios conocidos y notorios familiares de empresarios conocidos, intelectuales y académicos de izquierda, socialdemócratas o liberales, por su mayor parte laicos, junto a pastores evangélicos y sacerdotes católicos.

Creo que Jesús Silva-Herzog Márquez ha leído bien el proyecto de nueva hegemonía política que explica estas contradicciones, tema del que me hice eco ya en mi columna de ayer.

En el ensayo “Sobre un volcán”, central en la revista Nexos de junio que empieza a circular mañana, Silva escribe:

“Morena carece de contornos. Ya no es un partido de izquierda, sino una cazuela que quiere recogerlo todo. El único punto de unión, por supuesto, López Obrador. Como una nueva versión del PRI, Morena les ha abierto la puerta a todos. Ahí están los líderes del sindicalismo más corrupto y los panistas más conservadores. Ahí conviven evangélicos y jacobinos. Ahí se juntan los admiradores de Kim Jong-un con los aduladores de Enrique Peña Nieto... Más que como expresión de una parte que aspira a la mayoría, se concibe como síntesis del todo. Esa es la intención: ser el vehículo político del país auténtico. Morena y sus aliados son el nuevo pulpo, el nuevo imán de una hegemonía en formación”.

No sorprende el sabor a PRI de la declaración de principios: “En Morena participan mujeres y hombres; empresarios, productores y consumidores; estudiantes y maestros; obreros, campesinos e indígenas. Estamos convencidos que sólo la unidad de todos los mexicanos hará posible la transformación del país”.

Las contradicciones en el camino de adhesiones a Morena no tienen una lógica moral o ética, como dicen sus documentos fundadores, sino una lógica política, pragmática.

La adhesión a la causa otorga el boleto de entrada al “país auténtico”, a la bondad de la causa misma. Lava y olvida diferencias previas. Y se dispara al futuro, en busca de la unidad perdida y de la nueva hegemonía política que traerá el “cambio verdadero”.

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Unidad y división de Morena

Morena tiene un líder absoluto y es un fenómeno de aluvión, por su mayor parte anónimo, en lo fundamental desconocido para la democracia mexicana.

El aluvión tiene dos vertientes: la de las plazas llenas y los votos que seguirán de ellas, y la de los políticos profesionales que serán los beneficiarios y representantes de esas plazas y esos votos.

El problema fundamental de Morena en el gobierno será, de un lado, satisfacer las altísimas expectativas que ha sembrado en sus seguidores; del otro, mantener unidos a sus políticos.

Lo primero solo podrá conseguirlo un gobierno eficaz, tarea que se antoja complicada, gane quien gane, porque la herencia central de nuestra democracia es un archipiélago de gobiernos fallidos, dispendiosos, irresponsables e ineficaces.

Otro reto mayúsculo será conducir el aluvión de los políticos profesionales.

Salvo el núcleo fundador, los políticos profesionales de Morena no tienen pedigree partidario. No son de ahí. Hay los comprometidos de la primera ola, y los de la segunda, la tercera, la cuarta, la enésima ola. No tienen historia común ni señas de identidad, ni lealtades y usos y costumbres compartidos. Vienen a un momento de la política que es como la fiebre del oro.

Es previsible que los de la primera ola se lleven mal con los de la segunda, los de la segunda con los de la tercera, y así sucesivamente hasta configurar un aleph de discordias entre gente que acaba de conocerse.

Las discordias de políticos profesionales siempre tienen consecuencias. En el camino de Morena serán más importantes los pleitos profesionales de sus políticos, escondidos hoy bajo la sombra de la unidad y la adhesión a su líder, que los desacuerdos de los seguidores.

El líder indiscutido de hoy tendrá que lidiar con los lideratos intermedios fragmentados de mañana, entre otras cosas porque no podrá saltar hacia el pueblo puro y duro por encima de sus intermediarios profesionales.

Salvo algunos casos visibles, la pregunta fundamental sobre los políticos emergentes de Morena es quiénes son realmente. Mejor dicho: quiénes resultarán ser una vez que se asienten las aguas.

Porque Morena es una especie de niño que se hizo adolescente en 12 meses, adulto en 24, y se está quedando con el gobierno de un país de 120 millones de habitantes en un solo envión electoral.

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Sobre el autor

Héctor Aguilar Camín

Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) novelista e historiador, es director de la revista Nexos.