Reto: Sé Más (o menos) Hombre / Juan Carlos Báez, escritor, estudiante de literatura Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Juan Carlos Báez, escritor, estudiante de literatura

Día 0, Reto 0. Lo vi en Twitter casi por accidente. Como supongo que se ve todo en Twitter y, aún más, todo en esta vida tan acelerada que llevamos. Iba de salida. De repente saltó a mi vista. Pensé compartirlo antes de leerlo, pero como el buen ciudadano que soy le dediqué unos minutos de mi tiempo para ver en qué consistía. Cuando lo acabé lo posteé en mi Facebook y retwitté en mi perfil. Acto seguido, se lo envié a mis contactos más personales, a los que considero mis amigos hombres. Básicamente el reto proponía hacer cosas que bien pueden hacerse en la cotidianidad –y se hacen, quizá– pero que muchos hombres, por las actividades diarias o por nuestros soberanos huevos, eludimos. Veintiún días. Nada del otro mundo: cuidarte a ti como el hombre y, sobre todo, como el ser humano que eres, que siente y piensa y se emociona y vuelve a sentir, para cuidar, pues, a los demás, a los que te rodean y te quieren. Se podía hacer. Y lo haría. Sin embargo, pensé, me vendría bien acompañarme con alguien. Para sentir más confianza. Le escribí a mi amigo Lalo Andrade y ambos nos insinuamos que si alguno pensaba hacerlo le diría al otro para que también lo hiciera y que nos acompañáramos en el proceso. Servía que hacíamos comunidad, algo que en ocasiones carecemos como hombres: el apoyarnos con lo que sentimos y pensamos más allá de las pendejadas que se nos ocurren día a día.



Tardamos, no obstante, casi una semana para llevarlo a la práctica. Lalo debía sacar trabajos de la escuela y yo estaba corrigiendo algunos textos, situación que siempre mantiene mi mente ocupada y agotada. Nos pusimos de acuerdo el domingo 31 de mayo y decidimos que la fecha para empezar sería el 2 de junio.

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Día 1, Reto 1: La rampante tecnología me superó, a pesar de cumplir en unos días veintiuno. Imagínense. Ya no sé cómo subir a Facebook un mentado comentario con un álbum. Soy, palabras más, palabras menos, tonto. Quería comentar en una sola publicación lo que iría pasando diario en este reto. Pero no pude. Por ello decidí poner mis opiniones en la sección de comentarios del álbum. Es decir: existe la opción de comentar el álbum en su totalidad. Ahí estarían mis comentarios. En fin. El primero sería éste que ahora leen.

Curiosamente hoy, que decidimos Lalo​ y yo iniciar el reto de #SéMásHombre –el cual pueden leerse aquí, por si gustan entrarle: https://animal.mx/.../21diasdecuidado-reto-cuarentena.../ –, me encontré una carta mientras escombraba mi cuarto. Moví algunas cosas y dentro de una carpeta estaba una hojita que escribí hace casi diez años. Muchas de las cosas que puse no se han cumplido y, probablemente, no se cumplan dentro de poco. O nunca. Quién sabe. Al releerla pensé que mucho no ha cambiado, no sólo en el mundo sino conmigo mismo: en el fondo sigo siendo el mismo niño, sólo que aprendí a razonar de otro modo. Vivo con una cierta inocencia de que todo puede mejorar, de que todo mejorará con facilidad a pesar de que la vida me ha demostrado que no siempre se mejoran las cosas y menos con la facilidad y rapidez que yo me imagino.

A propósito de eso redacté algunas cosas que me gustaría haber cumplido para dentro de diez años. ¿Se cumplirán? Quizá no. Con esta vida tan alocada que vivimos es difícil. Pero sirve mucho hacerlo. Ya saben: sentarse y decir qué quieren hacer y pensar cómo hacerlo. En los últimos años lo he hecho y, verdaderamente, ayuda. Al menos a mí me ayuda para tener un orden de las cosas que me gustarían hacer a corto, mediano y/o largo plazo. Es una suerte de escaleta, de guía para trabajar. Y sirve más revisarlo constantemente: sentarse y leerlo para ver cómo va progresando.

Y como toda buena carta que se precie de serlo la escribí en una hoja reciclada, pues todo lo que se escribe en una hoja reciclada tiene la fortuna de compartir espacio con algo verdaderamente importante.

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Día 2, Reto 2: Desde que inició la cuarenta procuré organizarme con mi mamá para repartirnos las tareas de la casa. Así, ambos preparamos el desayuno todos los días; yo barro, trapeo y sacudo, entre domingo y lunes, la casa y lavo, los domingos, los baños; y ella lava la ropa entre lunes, miércoles y viernes y hace la comida diario, para que luego yo lave los trastes del desayuno y, también, de la comida a diario.

Todo parece miel sobre hojuelas pero hace unos años no lo era así. En más de una ocasión ella me reclamó no ayudarla en casa. Yo no cobraba conciencia de que podía ser más rápido y fácil todo si cooperaba en el hogar. Aún más: que al cooperar aprendería a atenderme, algo que muchos no saben hacer. Quizá porque no pasaba demasiado tiempo en casa o porque mis otras actividades –y más mis obsesiones– me lo impedían. Hubo ocasiones en las que me enojaba por que las cosas no estuvieran en su momento y lugar, sin darme cuenta de que si ayudaba a su realización podían hacerse en un menor tiempo y, así, que estuvieran cuando las necesitaba.

Como me ocupo de otras y el reto de este día implica hacer algo que te costara trabajo, me ofrecí a ayudar en la comida. La foto que anexo no revela una comida muy apetitosa pero la verdad me gustó mucho saber cómo cocinar sopa. Jiji. Luego de eso emprendí mi labor diaria de lavar los trastes y recordé, indefectiblemente, como lugar común y, sobre todo, como algo muy lejano, la idea que tenía Sor Juana Inés sobre la cocina, que era algo así como que si Sócrates (o Platón o Aristóteles o uno de ellos que a veces parecen lo mismo) hubiera cocinado habría hecho de su filosofía algo más rico. ¿En contenido? Creo que no: en sabor.

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Día 3, Reto 3: Ya que tenía tiempo queriéndolo leer, le propuse a Lalo, como parte del tercer reto, checar algunos cuentos de Ficciones de Borges. Aceptó, con la condición de que él leyera algunos que yo he leído y que yo hiciera lo propio al leer algunos que él ya leyó. A mí me tocó, entre otros, el “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “El jardín de los senderos que se bifurcan” y el “Tema del traidor y del héroe”.

Luego de algunas horas haciéndolo recordé por qué odio tanto a Borges. Pero esos comentarios los dejo para cuando lo hable con Lalo. ¿Ya los leyeron? Si se quieren un poquito háganse el favor de nunca hacerlo o, mejor aún, de buscar los resúmenes en internet para sacar a relucir su pedantería en la próxima charla pseudointelectual que tengan.

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Día 4, Reto 4: Me reuní con Lalo para hacer el reto del día pero sobre todo para charlar de las cosas que hemos pensado en este tiempo de confinamiento. De pensamientos y sentimientos y emociones y disertaciones sobre la vida y el amor y la literatura que son, en ocasiones, lo mismo. Aunque decir platicar resulta ambiguo. Creo que, como muchas veces, hablé más yo. No me siento orgulloso pero a veces no puedo callarme por más que quiero. Lo juro.

Le conté algunas cosas que no le había dicho por pena, me quejé de quien debía quejarme (nada sorprendente) y le dije mis teorías conspirativas. Y también escuché lo que le pasaba, le pregunté qué sentía y supe qué pensaba y piensa de todo lo que sucede a su alrededor más inmediato y del más lejano.

Lo mejor de todo es que de lo menos de lo que hablamos fue de Borges. Alabado sea el señor.

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Día 5, Reto 5: Siempre he sido muy unido con mi mamá. De muy chico y hasta casi los diecisiete, gran parte de mi convivencia familiar se ciñó a ella y a mi abuela. Luego ésta falleció y tanto hija como nieto debieron reponerse y crear una nueva normalidad basada en la ausencia. Por eso, si no perfecta, al menos sí considero que la comunicación entre ella y yo es buena. Me escucha en mis problemas así como yo procuro hacerlo en los suyos. Y a partir de ello comprendemos por lo que atraviesa el otro. Con todo y que la ansiedad y neurosis nos rebasan en ocasiones y que, por ello, nos mandamos, momentáneamente, a la verga, al final del día sabemos que nos tenemos el uno al otro para lo que sea.

Mi convivencia social durante esta cuarentena se ha basado en estar con mi mamá y mi novia, Iyyasú. Hace un tiempo que hemos querido desarrollar una buena comunicación para evitar peleas, sí, pero sobre todo para apoyarnos. Admito que si hacemos un balance ella me apoya y comprende más de lo que yo a ella. Pero día tras días intento hacer un esfuerzo por salir de mi ensimismamiento y ayudarla.

Sin embargo, no creo que esta situación sea azarosa. Supongo que por convivir más con mujeres me siento en mayor confianza cuando estoy con una que con muchos hombres. No sé. Ahorita que lo escribo vienen a mi mente algunos momentos en los que por sólo haber una mujer en un grupito de hombres me sentía tranquilo. Y no creo ser el único. Hace poco leí un ensayo de Eduardo Cerdán en Punto de partida (aquí está si quieren leerlo: http://www.puntodepartida.unam.mx/index.php/1087-no-0203/1919-0203-nueve-ensayistas-1985-1995-man-up-amachinar-en-mexico-eduardo-cerdan) que habla sobre la misma idea: rodeado de hombres el mismo hombre se siente intranquilo. Como si éstos fueran, de la nada, a traicionarlo y poner en riesgo su integridad física y mental. Sí, yo me sentía tranquilo cuando había al menos una chica en el grupito, pero no creo que ellas se sintieran del mismo modo.

De no ser mis amigos de prepa, a los cuales quiero mucho, como no tienen idea, y uno que otro de mi etapa universitaria, mi convivencia con hombres resulta muy básica. Que qué rollo, que cómo andas, que qué chido, que qué bueno, oye, pues sale, chido, me voy, te la lavas, cuídate. Y ya. Por lo mismo la convivencia con mi papá no ha sido del todo buena. O no como yo esperaba que fuera. Me basaba mucho en la convivencia que mis primos tenían con sus papás, es decir mis tíos, y siempre idealicé dicha convivencia. Sin embargo, como toda idealización terminé por decepcionarme.

Con el pasar de los años creo que he sido yo quien ha puesto más barreras que él. En más de una ocasión me ha preguntado cómo me siento. Espera, que con eso, yo me confiese y le pida un consejo. Pero hay algo que me impide hacerlo. No siento la confianza que yo esperaría sentir. Y creo que de ello él tiene parte de responsabilidad. Hasta hoy día se presenta a sí mismo, frente a mí y mi mamá, como una especie de Superman que todo lo puede y todo lo debe hacer. Nadie más interviene. Sólo él. Nadie lo ayuda, nadie lo apoye y nadie, es decir yo, aprende a hacer cosas que quizá le sirvan en el futuro. Igualmente, hace unos días unas compañeras de universidad compartieron en Facebook las imágenes de un señor que decía tener un canal donde enseñaba a todos esos niños abandonados por sus papás, a hacer cosas que éstos supuestamente les deberían enseñar ya que su propio papá lo había dejado. Mi caso no es precisamente el mismo pero sí algo parecido: hay una incomunicación con mi papá muy grande que nos hace sentir, creo yo, olvidados el uno del otro.

Recuerdo muy pocas, contadas ocasiones en las que me ha dicho cómo se siente y qué piensa, más allá del típico: bien, dormí bien, bueno, pues cuídate, te quiero mucho, nos vemos luego. Los años pasan y la distancia pasa y crece.

Para el reto de este día me hubiera gustado tenerlo enfrente para preguntarle cómo se sentía, qué pensaba, qué le motivaba, por qué se hizo y aún se hace cargo de cosas que no le corresponden. Y habría esperado que me contestara sinceramente. Y entonces habría escuchado. Y escuchado y escuchado y nuevamente escuchado lo que decía. Y luego le habría preguntado, otra vez, el por qué, el cómo, el dónde, el cuándo y el cuánto. Y entonces habría vuelto a escuchar hasta que uno de los dos se hubiera cansado, para, pues, no sé, darnos un abrazo o decirnos que todo estaría bien, que todo iría bien tan pronto esto acabe o que bien todos nos adaptaremos a esto, sobreviviremos a esto y que las cosas progresivamente y de un modo u otro cambiarán. Que la distancia entre él y yo se acortará. Que me tendrá confianza para contarme qué le pasa tanto como yo le podré decir qué pienso y pedirnos, quizá, un consejo para resolver el asunto.

No creo que haya hecho este reto como tal. Espero, no obstante, hacerlo pronto. No sé qué tan pronto pero pronto. Pronto, pronto.

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Día 6, Reto 6: De no haber movido algunos libros, el cuarto nivel de mi librero habría colapsado. Seguro. El de abajo está a punto de romperse. Quité muchas cosas de él o bien dejé las que hacían menos peso. Entre los libros que moví hay cómics, revistas y libretas, así como copias y engargolados que he acumulado sin razón aparente y que jamás leeré, como muchas de las cosas que tengo. Los puse en un mueble que antes tenía una impresora y saqué ésta a otro mueble que está en el comedor, junto con material de papelería. Cambié de lugar mi bote de ropa sucia y pasé ahí este mueble.

Cada fin de semestre reacomodo todo mi librero con las nuevas adquisiciones que hice a lo largo de seis meses. Está dividido en género y luego en orden alfabético: primero teatro, luego poesía, más tarde ensayo y al final narrativa, con cuento y novela. Definitivamente tengo muchas novelas y eso no me gusta. No me gusta la novela. Las malditas editoriales nos han hecho creer que lo máximo es la novela y, la verdad, es un género medianón. Perdonen, novelistas de cepa. Me gusta más el cuento. Hasta Faulkner le rendía honores.

Quizá haber hecho esto parezca poco. Si por mi hubiera sido habría movido otros muebles y objetos de cualquier otra parte de la casa pero mi mamá me habría matado. El TPOC* es compartido en este hogar y cuando alguien mueve algo sin permiso del otro arde Troya.

Más allá de esto todo bien. Encontré unos stickers viejos y decidí pegarlos. Ahora mi escritorio luce con más estilo.

* Obsesión compulsiva. Pero hay una obsesión compulsiva que se refiere al deseo de tener todo limpio y una obsesión compulsiva (trastorno de la personalidad obsesivo compulsivo; (TPOC) que tiende más a que las personas busquen todo el tiempo orden y perfección

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Día 7, Reto 7: Este reto lo hice en dos tantos. Por diversas circunstancias no me organicé con Iyyasú para que lo lleváramos a cabo. Mi cabeza estuvo ocupada pensando en otras cosas, en otros pendientes atrasados que me quitan el sueño. En cambio, para salirme un poco por la tangente, le pregunté a mi mamá algunas cosas que no sabía de ella y que me interesaba mucho conocer.

Recientemente, mi amigo Emmanuel Jiménez y yo descubrimos que nuestras mamás fueron compañeras en la Normal del Estado. Tendrá cuestión de meses que mi mamá me enseñó la foto de perfil que su mamá tenía en WhatsApp. Le envié mensaje y le dije que si era él. Me contestó que sí, no sin mencionar que le había asustado saber que tenía una foto de su familia. Luego de eso nuestras respectivas madres se pusieron nuevamente en contacto, ahora bajo dicha premisa.

Emmanuel me preguntó qué opinión tenía mi mamá de la suya. Como no sabía decidí preguntarle y, de paso, conocer cómo era ella en sus tiempos de estudiante. Su respuesta contrastó mucho con la imagen que tengo de mí. En muchas ocasiones soy alguien sardónico, que se burla, fructuosa o infructuosamente, de sus compañeros, de los temas y, sobre todo, de sí mismo. Soy alguien que se distrae fácilmente y se sienta hasta atrás para pasar desapercibido. A diferencia de mí, mi mamá era más solemne y se sentaba en medio del salón. No molestaba a nadie como, según sé, nadie la molestaba a ella. Y era, estoy casi seguro, más querida de lo que yo podría llegar a ser. En lo que sí coincidimos es que ambos procuramos ayudar a nuestros amigos en la medida de nuestras posibilidades: les pasamos apuntes o respuestas en algún examen, por decir algo. A pesar de que seamos muy diferentes, mi mamá confía y eso me alegra.

Ella cursó cuatro años de Normal, que era el equivalente, en su época, de la prepa. Luego de eso empezó a trabajar. Paralelamente a esto, quiso estudiar Literatura en lo que ahora es mi grandiosa facultad. Sólo que, según me dijo, el colegio estaba en el edificio de la extinta Psicología.

No recuerdo exactamente cuándo me dio este fólder. Lo conservo porque me gusta ver qué materias había en ese entonces y cómo han cambiado con el pasar de los años. También lo tengo porque Garfield es genial en cualquier lugar.

Luego de eso me reuní con Iyyasú. Aclaramos los malentendidos y de paso nos dimos cuenta de que el tiempo como novios nos ha servido para conocernos mutuamente. Son pocas las cosas que nos hemos ocultado. Aunque, sí, según constaté, me ocultó por un tiempo algunos crímenes que ha cometido en vida. Nada grave ni del otro mundo. Y tampoco creo que sean crímenes pero decidimos asignarles dicho término.

Llegado este día me sentí tranquilo de saber que tengo a dos excelentes personas a mi lado y a quienes quiero como quizá nunca he querido en mi corta e infructífera vida.

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Sobre el autor

Juan Carlos Báez

Juan Carlos Báez (Puebla, 1999). Estudia Lingüística y Literatura Hispánica en la BUAP. Actualmente conduce el programa Suburbios Salvajes por Radio BUAP (96.9 fm). Textos suyos han aparecido en sitios web como Vertedero Cultural y NoFM Radio. Ganó una mención honorífica en el Premio Filosofía y Letras BUAP 2019 en la categoría de Ensayo.