En Tochimilco, ¿otra reconstrucción es posible? Destacado

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La región de Tochimilco una semana después. Entender lo que ocurre tras un terremoto como el del 19 de septiembre en una comunidad, la de Santa Cruz Cuautemotitla, en la falda sur del volcán Popocatépetl que en la madrugada del miércoles 27 ha deslumbrado al mundo con sus exabruptos. Entender la magnitud del desastre, la capacidad de respuesta que tienen las comunidades rurales, la respuesta organizada desde el gobierno, la importancia de los grupos civiles. Y lo que se viene, la dimensión del esfuerzo de reconstrucción de los pueblos afectados por el terremoto más devastador en la historia moderna de Puebla.

Vale pensarlo desde aquí, desde estos nombres antiguos plantados en la entraña del volcán poblano: La Magdalena Yancuitlalpan. San Antonio Alpanocan. San Antonio Alpanocan. San Francisco Huilango. San Miguel Tecuanipan. Santa Catarina Tepanapa. San Martín Zacatempan. Santiago Tochimizolco. San Lucas Tulcingo.



Empezar por los hechos:

La magnitud del desastre se puede comprender en una comunidad de apenas 1,200 habitantes, la junta auxiliar de Santa Cruz Cuautemotitla, en el extremo poniente del centro sur del estado, pegado a la frontera con Morelos, y a la vista del Popo: 40 viviendas destruidas totalmente, 110 más con daños severos; 20 manantiales segados por los deslaves y el colapso total del sistema de agua potable. Si ve el conjunto de la región de Atlixco afectada, probablemente 3,200 viviendas tronadas, pero las cifras todavía están por confirmarse.



El galerón repleto de bastimentos de la casa parroquial que sirve de resguardo de las toneladas de ayuda que ha llegado al pueblo de Santa Cruz da una idea también de la dimensión a la que llegó la movilización de la sociedad civil mexicana. Y de que los tenderos en los pueblos por unos buenos meses no tendrán mucho que vender.

La precariedad de la instalación de los pueblos, asentados en las laderas de las barrancas que bajan de la montaña. De nuevo el ejemplo es Santa Cruz, asentado a 15 kilómetros en línea recta del cráter del volcán: un buena parte de su caserío descansa en unas lomas empinadas con grados cercanos a los 45 grados. Muchas de las casas sobrevivientes están amenazadas por el riesgo confirmado por los deslaves que trajo el sismo. Y las lluvias intensas. Y el tremor del Popocatépetl que zangolotea al pueblo y que en la mañana de este miércoles 27 duró al menos una hora. Como en el resto del estado –salvo la excepción de Cuetzalan--, no existe para las regiones rurales programas de ordenamiento territorial. El ayuntamiento no cobra prediales, y su responsable de protección civil es eso: un funcionario que no terminó la secundaria.

La dificultad de las instituciones de gobierno para coordinar las acciones ante el desastre. Apenas este jueves 28, nueve días después del terremoto, los funcionarios del gobierno del estado sostendrán una reunión en Tochimilco: SEDATU, SEDESOL y SOAPAP, con este último organismo aplicado directamente en el municipio por orden expresa del gobernador Gali, y promotor de la reunión.



La eficiencia de la acción directa del gobierno cuando se aplica con una dirección correcta. Es el caso de las brigadas que el SOAPAP, de la mano de su propio director Gustavo Gaytán, y que desde el día 20 trabajan el día entero en la rehabilitación del sistema de agua potable colapsado por los derrumbes que cegaron los más de 20 manantiales que surten de agua y por centenares de mangueras a cielo abierto a las comunidades. Los trabajadores del organismo operador de agua en Puebla dan cuenta de su capacidad operativa: saben de pozos y manantiales, de mangueras y sistemas; manejan recursos con un Consejo que decide acciones concretas y mantienen relaciones con empresas contratistas que responden a la demanda de facilitar maquinaria para los trabajos que se necesitan. El resultado es que muy probablemente este viernes 29 queden rehabilitado el sistema de agua potable de esta comunidad. Otro ejemplo fue la rehabilitación de los caminos que desde Tochimilco comunica a las comunidades, con maquinaria de la Secretaría de Infraestructura, que quedaron listos el mismo día 20.

Tras el quebranto de las comunidades, cuando las brigadas de remoción de escombros y demolición todavía trabajan, ya se pasa a la etapa de la reconstrucción, que se llevará meses enteros, dos o tres años tal vez, y que con la cifra que se maneja ya de 24 mil casas perdidas en todo el estado se puede comprender la dimensión de la catástrofe que se nos vino encima hace una semana.

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El SOAPAP toma el control de la región de Tochimilco. Eso es lo que se puede entender en la base de operaciones que ha montado en una esquina del palacio municipal a espaldas del viejo y agrietado convento --sobreviviente del terremoto para fortuna de todos nosotros. Gustavo Gaytán es un abogado queretano con más de treinta años de experiencia en el servicio público. Las mudanzas políticas en Puebla lo trajeron como director jurídico del SOAPAP, y hoy es su director. Llegó con su equipo el 20 de septiembre a Tochimilco, cuando el día después del terremoto confirmaba el colapso de los sistemas de agua potable en varios pueblos del volcán cuando los deslizamientos de la tierra taponaron decenas de manantiales. Pronto el gobernador Gali decidió dejar a ese organismo como responsable de la acción de gobierno en la región. Una semana después Gaytán encabeza lo que parece ser poco a poco la respuesta más organizada del gobierno del estado a la catástrofe. Con recursos del SOAPAP han traído de Puebla centenares de metros de mangueras de todos los calibres y las cuadrillas y la maquinaria trabajan en la rehabilitación de los manantiales. Y ha llegado de Puebla la mitad de los trabajadores del organismo para ese trabajo. Con el acuerdo de los propietarios de las viviendas –firman un documento en el que expresan su consentimiento y autorizan la demolición—las brigadas de voluntarios que han llegado de la ciudad de México han derribado al menos siete casas que un peritaje declaró inhabitable. Y a la vista está la escuela, rota de principio a fin, a la que la maquinaria que llegará este jueves terminará de borrar del mapa.

“Yo no me espero –dice Gaytán--, ahora lo que sigue es la reconstrucción. Un gran número de casas están ubicadas en zonas de alto riesgo de deslave. Tenemos que actuar, pues muchas familias siguen en sus casas. Hay un verdadero peligro. Por eso estamos pensando ya en la alternativa para la construcción de nuevas casas. Y por eso hemos traído a los especialistas de la Facultad de Arquitectura de la BUAP, ellos están elaborando una propuesta que recupere el escombro de las casas destruidas. Vamos a comprar con recursos del organismo, y eso ya lo aprobó el Consejo, una trituradora de escombro y una ladrillera, y estamos en pláticas con la autoridad de Santa Cruz para plantar casas refugio en el terreno plano que pueda aportar la comunidad. Esto es urgente.”

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Se llega a Santa Cruz por un camino atrapado en la niebla del mediodía. Ni trazos del Popo, mustio como siempre, de él sólo tenemos las imágenes que la gente logró tomar al amanecer. Se cruzan campos de amaranto y milpas en estos rumbos de los 2,800 metros sobre el nivel del mar. Y los barrancos que valle abajo formarán el río Nexapa en su camino al sur. En un quiebre y otro se observan los pedregones de dos, tres, cinco metros que las máquinas han hecho a un lado. De un lado los deslaves, del otro el barro que esta misma mañana ha saltado al camino desde la temblorosa tierra de las laderas.

Santa Cruz es un pueblo de calles empinadas y casas asomadas a los barrancos. En un breve plano está la presidencia y la explanada en la que se ha instalado un comedor que todo el día alimenta al que por ahí se aparezca. En un extremo el templo católico y la casa del cura, ambos quebrados por el sismo. En una calle que sube tres casas derribadas esta mañana y la escuela, que espera su turno para ser demolida el jueves. En otra, muy estrecha y con barandales para auxilio del peatón, se trepa por un encementado con casas derruidas o quebradas cuyos pobladores verán mañana desaparecer entre la bruma que tome el cerro por la tarde.

En el frontal del edificio de la presidencia auxiliar resaltan los números 1952-1963. Once años se tardaron los abuelitos en construirla, dicen los hombres que conversan a la espera de que les sirvan su ración de huevo revuelto en salsa, frijoles y arroz. Ellos son la autoridad aquí, y ven hacer a los brigadistas y confirman que por muchas de sus casas hay ya poco que hacer.

“Son cuarenta las que ya no sirven –me dice Sabás Carranza Carmona, el presidente auxiliar--, y ya contamos 110 más que están muy amoladas, pero que pueden reconstruirse. Ahora lo inmediato es el agua potable. Ya hemos recuperado algunos de los manantiales. Pero al menos veinte de ellos quedaron cegados por la tierra…”

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De la calle empinada baja por sobre las casas un entramado de mangueras. Imposible contarlas cuando están amarradas y se pelean con los cables de la luz. Pero cuando en un punto se despliegan para buscar la casa a la que cada una alimentará, forman una red que cubre la calle y los techos, brinca de un lado a otro y se pierden en los patios traseros de las casas quebradas. Y vienen de lejos, una por una, y en grupos. Y tienen su historia. Cuentan diez los hombres que han muerto desbarrancados en algún momento de los últimos años, cuando se dejaron de lado las acequias que desde el cerro atravesaban el pueblo y se crearon estos muy particulares sistemas de agua potable. Particulares porque lo son: una manguera por casa, y desde los manantiales, cientos de metros más arriba.

“Esto le costó la vida a mi papá.” Esa frase la escucharán los técnicos del SOPAPAP cuando intenten ofrecer a los vecinos un sistema alternativo, por ejemplo plantar una represa en arroyo cincuenta metros al fondo del barranco, con una bomba y un tanque en cada barrio del que se conecten las mangueras. No, hay que pensarlo mejor. Cada manguera tiene su historia.

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¿Cuánto costará reconstruir este pueblo? Lo que sea, el doctor Jaime Ríos Maceda, investigador y maestro en la Facultar de Arquitectura de la BUAP, lo piensa por ahora en módulos refugio, de construcción inmediata (tal vez una semana, si logran llevar adelante el proyecto que se proponen), y con una cocina, baño y habitación en quince, veinte y hasta veinticuatro metros cuadrados. Entre 10 mil y 60 mil pesos, según el tamaño, dice. Jaime y su compañero Ricardo Sarabia, estudiante de arquitectura del cuarto semestre y consejero universitario, recorren algunas de las calles del pueblo. Miran con cuidado las grietas en los adobes, los agujeros en los paredones, el colapso de las losas. Las ven aquí, y las imaginan desde sus programas de cómputo en un programa certero de reconstrucción. Y por un momento imaginan a la universidad comprometida en ello.

Después me despliegan la idea de su proyecto, nombrado OCH8.20 que se puede encontrar aquíhttps://drive.google.com/file/d/0BwBGGa1kF8ORcjhSUEx2bTFIQm8/view, y que es sin duda una expresión de lo que puede lograr una universidad si se propone responder a sus responsabilidades como centro de producción de conocimiento:

No son los únicos que de la universidad pública han subido hoy hasta este pueblo del volcán. A la salida encontramos una comitiva organizada por el Centro Universitario para la Prevención de Desastres, el CUPREDER. Los del SOAPAP no hana entrado en contacto con ellos. Al menos no el día de hoy. Coordinación. una palabra elemental que tendrá que ganar espacio como lo ha hechco la niebla esta tarde. Universidad, gobierno, grupos civiles, pueblos originarios con sus autoridades y costumbres. tal vez sea posible pensar en una reconstrucción inteligente. Más nos vale.

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Gustavo Gaytán ha buscado la ayuda donde ha podido. Habilitó con la presidencia municipal el albergue del DIF para alcohólicos anónimos que está en la carretera saliendo de Tochimilco, y ahí duermen sus cuadrillas del SOAPAP y los voluntarios que han llegado de la ciudad de México. Allá encontró la ayuda entre los rescatistas que en estos días han llenado las planas de las redes, casi siempre jóvenes, anónimos. Casi siempre mujeres que pelean a los hombres el mazo y la pala, que meten el hombro y le reclaman a todo aquel que las mire menos por su capacidad de carga. Así me lo cuenta Gustavo, y describe un territorio que yo no había visualizado: el de hermandades que aparecen en las catástrofes, que dejan todo, casa, chamba, amistades y se desvanecen en esa masa abigarrada que mueve los escombros y casi no duerme.

“Son unas chavas y chavos todo terreno –me dice--, se la rajan, y no paran. Este grupo llegó ayer, tuvieron dos días de descanso en los derrumbes de allá, y se jalaron para acá.

Han llegado hasta Santa Cruz, los escucho entre la niebla tumbar una pared a marrazos. Son los brigadistas que le han cambiado una vez más la fachada obtusa y egoísta a México.

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Carlos Alcaraz Gutiérrez también llegó desde Querétaro. Ocupa un alto cargo en una secretaria de gobierno en ese estado. Pero ha pasado la semana por aquí, igual, inspeccionando casas, cargando un marro.

“Yo decía que mi trabajo era complicado, pero no conocía Puebla –dice--. Hoy en la mañana me sentí en Discovery Channel: había llovido todo el día de ayer y por la noche. Y de repente la explosión, y no entiendes, y sales a la calle y ves al cura salir corriendo de sus casa, y luego el tremor y la tierra que no para de estremecerse. Una hora duró temblando, hasta la gente de aquí estaba admirada, nunca había durado tanto un tremor así.”

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Una reunión bajo el enlonado que guarda al comedor de los voluntarios, frente al edificio de la presidencia auxiliar. Gustavo Gaytán presenta al Doctor Jaime Ríos a la autoridad auxiliar, y expone en corto la idea de construir estas casas que proyectan los universitarios. Platican del riesgo que corren las familias que todavía duermen en sus casas tronadas, en los patios a los que han sacado sus muebles. Y plantean el problema de los asentamientos asomados al barranco, y las consecuencias de un nuevo deslave. Sí, asiente la autoridad, la gente está consciente de eso. Se necesita un terreno plano, les dice. Los señores le dan vueltas a la idea. No hay muchos aquí en Santa Cruz, enclavado en estos abismos. Miran su plaza. Pues sí, aquí puede ser. Pues piénsenlo.

“Presi –le dice el director del SOAPAP al Sabás Carranza--, necesito que piensen en el tema de la represa en el arroyo, ya le dije, con la bomba podemos abastecer a la comunidad mientras se reparan todos los manantiales…”

No es un tema simple. El agua, el manantial, la conversación toca terrenos que lindan con lo sagrado, y con los usos y las historias. Que si de un lado los católicos, que si del otro los evangélicos. Y que si este atado de mangueras es de tal familia, y aquel de la otra. No es fácil. Recuperar algunos de los manantiales es tarea imposible: están taponados por miles de toneladas de tierra del monte que se vino abajo con el temblor. No hay dinero que alcance para recuperarlos.

“Sí, señor –dice Sabás--, ya mañana tendremos una asamblea, ai lo vamos a proponer, ai vamos a decidir…”

Muy bien, dice el funcionario estatal. Pero resuelvan, le dice.

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“Todo esto que se ve es para repartir a todos”, me dice uno de los hombres que trabaja en el desmenuce de centenares de cajas y bolsas que se atiborran en el galerón del curato que ha salido bien parado del temblor. Ahí han amontonado lo que el mundo exterior ha llevado hasta Santa Cruz.

“Y ya nos dijo el padre Víctor Hugo Oidor: señores, aquí no hay que católicos y evangélicos, aquí es parejo, para todos y hasta donde alcance. Y nada de partidos.”

Se oye bien eso, me digo. ¿Y los tenderos?

“Ah, esos por un tiempo no tendrán nada que vender…”

A lo mejor refrescos, atina a decir.

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En Tochimilco a la media tarde. Hemos dejado atrás la niebla y los aguaceros repentinos de Santa Cruz. Atestiguo la conversación entre funcionarios públicos y trato de hacerme una idea del nivel de coordinación existente.

Albertina Calyeca Amelco es la presidenta municipal, y se ve tranquila. Escucha el reporte de Gustavo Gaytán: han tenido que derribar siete casas con el consentimiento de los propietarios. Y el jueves que lleguen las máquinas irán por la escuela. Y señora, muchas casas construidas en terrenos de alto riesgo también tendrán que derribarse… Ella asiente.

Escuchan dos funcionarios de SEDESOL estatal. Javier Pascual Mier y Adrián Huerta Rivera. Luego dicen que ya ellos están haciendo su registro de afectaciones. Y que también ya están por ahí los de SEDATU. Se toma nota de sus recorridos. Entiendo entonces que una semana después estos señores no se han reunido ahí, en campo. Que quienes se reúnen todos los días en Atlixco bajo el mando del secretario Trawitz para la coordinación de los trabajos en los 9 municipios afectados en esta región (son 112 en total) no entran en el detalle de los municipios y las comunidades. Eso apenas va a ocurrir.

“Mañana –dice Gustavo Gaytán--, aquí nos vemos y conjuntamos la información.”

Nunca será tarde para Santa Cruz.

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Sobre el autor

Sergio Mastretta

Periodista con 39 años de experiencia en prensa escrita y radio, director de Mundo Nuestro...