Un rebozo amarrado a la cintura:crónica de una ilusión por Margarita

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Si Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos para el 2017, si a Bob Dylan le otorgaron el Premio Nobel de Literatura y Javier Duarte pudo dejar a Veracruz en la ruina, ante la vista de tantos que ahora se ostentan ofensivamente ciegos, entonces ya todo es posible en el mundo; también en este nuestro México, mágico, surrealista que le ha dejado redondos los ojos a quienes los tienen rasgados.

Estamos tan expuestos a la mirada compasivamente ambiciosa de los más ricos, que quizá por eso los japoneses no sólo se han apropiado de nuestra fauna marina del norte, sino que ahora pretenden ponerle precio a la Baja California peninsular. Así de enanos y disminuidos nos vemos desde afuera de nuestras fronteras.



La consternación, el miedo al futuro y la parálisis que ha afectado a los mexicanos en los últimos tiempos, me impulsó a asistir a la conferencia de Margarita Zavala; más por curiosidad que por convencimiento, porque ni me gusta la política, ni confío en ella. Le tengo más miedo que a una patrulla de policía circulando por el frente de mi casa un domingo por la tarde. Pero igual que al resto de mis compatriotas, me preocupa el futuro de mi país; y por eso, esa tarde del 12 de noviembre llegué temprano al recinto donde se llevaría a cabo -lo que en mi hartazgo- creí sería una rigoleteada y refrita perorata política, con mucho ruido y poco contenido.

La protagonista una mujer. La invitación electrónica que recibí lanzó un gancho que me atrapó: “Yo con México”. La imagen de un rebozo formando una gran “eme” se me clavó en la mirada. Y como un flechazo de luz, también en el corazón. De un golpe se conectaron mis raíces zapotecas y mixtecas con la fuerza de las madres mexicanas que amamantan a sus hijos, bien sujetos a la seguridad de un rebozo de hilo tejido en un telar de cintura.



Solo por eso me puse en camino, con la esperanza de que quizá mi propio género tuviera algo diferente que aportar, algún contenido que dejara algo más que una reseña en la prensa y unas cuantas fotos para rellenar los espacios del diario local, en donde algo se tiene que decir para favorecer o machacar a alguien; sin que los lectores de a pie podamos entender las laberínticas razones para hacerlo de un modo o de otro.

Desde mi llegada, antes de las cinco de la tarde, pude ver a una gran cantidad de mujeres que entraban al recinto, un salón de buen tamaño con dos grandes bloques de sillas enfundadas en fantasmas de tela blanca. A la entrada se agolpaban en las mesas de registro más mujeres, parejas y hasta algunas familias con sus hijos. Entraban de a pocos hombres que no parecían de la ciudad, por los sombreros de palma que portaban, unos cuantos que venían de poblados cercanos.



En minutos el lugar estaba lleno, se sentía gran entusiasmo y algarabía en el entorno. Al son de la música tradicional mexicana que tocaba una orquesta grabada y del Huapango de Moncayo -que como siempre- me erizó la piel, se plasmaban sobre grandes pantallas en lo alto de la sala, muchas imágenes rotativas de Margarita en sus diversas actividades sociales, culturales, educativas y políticas a lo largo de la República Mexicana.

El testimonio de una joven de 19 años acerca de lo que sueña para su México, me hizo pensar en mis propios hijos, en lo que ellos sueñan para su vida, pero que no lo han encontrado en su país, y por eso hoy viven en otro.

Luego, las palabras contundentes de un hombre de cincuenta y cuatro años con cuatro hijas y una nieta, me resultó profundamente revelador, habló de la fuerza del género femenino del que ha sido testigo en su propia familia y pensé:

¬Somos muchas las mujeres que creemos en el talento y el poder transformador que tenemos.

Esa tarde de noviembre levantó la voz una mujer valiente, con experiencia política, madre, emprendedora y creyente en un México diferente. Su plática fue cercana, motivadora, convincente. La sentí inesperadamente auténtica, con ganas de trabajar y comprometerse.

Propositiva y afectuosa. Un rebozo azul celeste adornaba su cuello y colgaba hasta su regazo rebasando su cintura. Con los pies bien plantados en el suelo se movía con seguridad frente a la audiencia, sabedora de que el cambio se empieza así, sembrando el diminuto germen de la esperanza en un pequeño, pero nutrido grupo de poblanos que creemos en que un cambio real se puede dar, sólo si no perdemos de vista el valor y la radicalidad de la congruencia. Si dejamos de arrebatar a los pequeños lo que no son capaces de defender por sí mismos; porque nadie les ha enseñado cómo. Si en verdad trabajamos y nos comprometemos con el bien común.

Habló de la educación que necesitamos, de la lucha contra la corrupción, de tantas y tan variadas necesidades sociales que se han dicho con los labios y el corazón tan sucios, que no solo han dejado de creerse, han dejado de oírse. Sólo una cosa hizo que mi atención recobrara renovada fuerza. Eso que me obligó a levantar la cabeza y aguzar el oído fue escucharla decir:

¬ ¡Lo que más necesitamos en México es una Reforma de la ética!¬ Mis pupilas se dilataron y no pude contener un grito que brotó desde lo profundo de mi incredulidad:

¬ ¡Eso! ¡Eso es lo que necesitamos para volver a creer! Pero estamos hartos de promesas, de juegos políticos, de engaños y atole con el dedo. ¡Ya no más de eso!

A México le hace falta un cambio de mirada, la mirada clara y objetiva de una mujer con empuje, convencida de lo que propone, con un profundo amor a México que brota por cada poro de su piel.

Cuando terminó su participación, y mientras se escuchaba de fondo una canción popular muy azul, una gran cantidad de personas hicieron fila para hablar con Margarita, tomarse fotos y mostrarle su apoyo. Me quedé mirando esa escena, ese movimiento decidido de personas sedientas, en su mayoría mujeres de todas las edades, que seguramente sentían lo mismo que yo.

¬”Este amor es azul como el mar azul”¬ seguía diciendo la canción a voz en cuello, incansablemente.

Igual de azules que nuestros extensos litorales en el Pacífico, el Golfo y el Caribe ¬pensé¬ Enormes océanos de oportunidades si nuestro amor al país fuera así de azul.

Salí de ahí con el corazón contento, sintiendo por fin un viso de esperanza. Sin embargo, a la mañana siguiente cuando leí la prensa, no pude menos que sentir asco. Los reporteros mintieron, hablaron de un evento fallido y desairado que yo no presencié. ¿Quién le pagó a esa gente -que un día se comprometió a comunicar la verdad- para decir que un evento tan bien organizado y animado fue lo contrario? ¡Tampoco en la prensa se puede creer!

Hay un gran lobo hambriento e insaciable que no desea se le cierre el corral de las gallinas. No obstante, en lo más profundo de mi mexicanidad, deseo que logremos detener el abuso a los más débiles, el manoseo irrespetuoso y abusivo del poder, el robo descarado de recursos sin pensar en los que no tienen ni lo que la dignidad humana clama desde la garganta caliente de la Tierra.

Es nuestro compromiso comenzar a formar desde ahora, pequeñas células que poco a poco conformen una gran red elástica y envolvente que nadie pueda detener, para que la Reforma de la ética, propuesta por la mujer que porta el rebozo de la madre amarrado a la cintura, pueda llegar a ser el estandarte que sigan los que en verdad quieran comprometerse con un México diferente, para que un día nuestros talentos mexicanos dejen de irse a otro lado y regresen los que se han ido. Sueño en que los hechos los convenzan de que este es un país donde vale la pena vivir y trabajar.

Ingenuo, difícil, imposible o soñador. Todo esto puede ser esta propuesta que suscite hilaridad para tantos, pero soy una convencida de que la falta de esperanza es el único veneno letal con el poder de matarnos. Sólo el compromiso personal puede mantenernos en pie y avanzando, con la certeza de que ni el mal, ni el dolor, ni la muerte tienen la última palabra, sino sólo Aquel que conoce los corazones sin tapujos; y que desde la libertad otorgada, nos permite vivir lo que con tesón podemos construir. Si nos atrevemos.

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Sobre el autor

María del Carmen Villarreal Larrazábal

María del Carmen Villarreal Larrazábal es oaxaqueña de origen, pero vive en Puebla desde 1970, cuando llegó a los seis años de edad. En la Universidad de las Américas Puebla estudió Licenciatura en Artes Gráficas, y tiene una Maestría en Organización de Eventos por la Universidad Panamericana de la Ciudad de México. Actualmente es empresaria en la ciudad de Puebla.