Puebla, la crónica gráfica de Jesús Olguín Pascualli Destacado

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Puebla, la crónica gráfica de Jesús Olguín Pascualli

Jesús Olguíni Pascualli es un foto reportero de la vieja época del periodismo poblano: en la calle, con el ojo despierto y crítico, siempre alerta al suceso que venga. Todo es noticia.



Como la turba que se arremolina contra un helicóptero, que se le cuelga, que lo apedrea y que logra derribarlo. Uno de tantos conflictos que nos explican: Matamoros en 1993. Manuel Bartlett es el gobernador. Y son los del Frente Cívico Matamorense los que se han insurreccionado contra el fraude en la elección municipal, uno más en la historia del PRI.

Cuánta historia no nos hemos contado de la vida poblana que nos impide entender esto que somos.



Pero ahí están sus imágenes de Chucho Olguín para alumbrar la historia reciente de nuestra sociedad. La historia del cierre del siglo XX que a gritos pide una narración mucho más certera que lo que la historiografía en Puebla ha logrado para explicar los conflictos sociales que nos desbordan y que ponen en jaque la viabilidad ambiental y social en nuestro estado.

Puebla, crónica gráfica de los años 80 y 90 del siglo XX (BUAP, 2017) es su libro que se presenta este viernes 24 en la Feria Nacional del Libro que organiza la BUAP en el Complejo Cultural.

Es una crónica gráfica la suya que demanda una narración a la altura de lo que las fotografías exponen con la contundencia que puede alcanzar la fotografía de prensa. Imágenes con acontecimientos de hace un cuarto de siglo que todavía siguen determinando los procesos de hoy: Volkswagen y sus conflictos laborales; la 28 de Octubre y la independencia de los movimientos populares; la universidad pública y el cuestionamiento sobre el desarrollo social; la pobreza y la desigualdad extremas; el poder autoritario y la democracia que no acaba de madurar en México.



Presentamos aquí algunas de las imágenes del libro de Jesús Olguín, como la de este trabajador de Volkswagen al que los perros policías del gobierno estatal han mordido durante la represión de una de tantas huelgas ocurridas en los años ochenta en la planta alemana en Cuautlancingo.

Imágenes que nos recuerdan que esta historia nuestra merece contarse mejor. Y que sólo por ese camino entenderemos la profundidad de nuestros conflictos. Y los senderos democráticos que puede encontrar una sociedad para enfrentarlos.

Los textos que siguen corresponden a extractos de crónicas escritas por Sergio Mastretta en los años retratados por Jesús Olguín.

Y también mordimos a los perros...

Por el estrado de la Asamblea General de los trabajadores de Volkswaguen desfilan uno tras otro obreros que narran la violencia sufrida el amanecer del martes: palos, patadas y mordidas, los granaderos y sus perros cumplieron con la tarea encomendada por las autoridades. Operativo al mando del jefe de la policía judicial. Propósito cumplido: desalojar el acceso a la altura de la Aduana, la primera entrada a la empresa Volkswagen si se viene de Puebla. Único inconveniente: los trabajadores del primer turno no entran a trabajar y se suman a sus compañeros golpeados que se Han replegado al otro lado de la autopista.

Un hombre maduro, sin más datos me llama ya casi al finalizar la Asamblea del miércoles 28 de septiembre. Cuenta las acciones de lo sucedido: “A las cinco para las cinco llegó el ingeniero Rogelio Pérez, jefe del Departamento de Hojalatería o funcionario de allí me parece. Estábamos en la entrada principal de vehículos en la Aduana, de refuerzo de nosotros, en ese punto, de guardia éramos unos cuarenta. Vimos una Combi que se desvió de la Y griega de la autopista, llegó a formarse, nos echó el alumbrado y nosotros empezamos a observar: sentimos que sí venía a algo serio. Se bajó uno y quitó las piedras. De los nuestros unos se estaban calentando en la fogata, otros por ahí pendientes. Habíamos regado unos alambritos de llantas quemadas, esa era nuestra protección de que si llegaba gente pues algo se detenía a maniarse con los alambres, no eran una trampa adecuadamente como ellos lo han relatado, que nosotros agredimos a las personas de gobernación, eso es mentira.

“Bueno, llegó esa unidad, nos afocó y se arrimó, ahí reconocí a esa persona, Rogelio Pérez. Le dimos el paso, como estaba bloqueada la entrada a la Aduana se metió por los prados del jardín, directamente para la puerta. Él había quitado las piedras que pusimos de bloqueamiento cuando nos afocó. En el lapso de tres minutos llegó un camión de la ruta de Los Ángeles lleno de patrullas, lleno de garroteros, puros garroteros nada más. Se bajaron, inmediatamente yo corrí a dar la alarma: ‘compañeros están descolgándose los granaderos’. Unos segunditos y una patrulla llega para abrir campo, enseguida llegaron más carros con patrullas. Más o menos como nueve carros, digo, porque todavía estaba medio oscuro. Más atrás llegaron los perros en una camioneta. Organizamos la valla, dijimos no va a ver enfrentamientos.

“Ellos se formaron en reglamento, los garroteros primero, luego los que train gases, después los judiciales. Al frente el comandante Verdín, se bajó el cierre y sacó una metralleta que traía del lado derecho, de alto poder. Dice: ‘Órale, abran campo, abran cancha’. Y como estaban bien formados los granaderos abrieron la valla, o sea una calle, y habla por radio: ‘Quiten los bozales a los perros. Más al fondo estaban, no oíamos ladridos, pero yo me di cuenta de que habló por radio. Dice: ‘Vamos a correr a todos esos hijos de la chingada que están aquí, son poquitos’. Así dijo. Naturalmente, estamos repartidos, entonces éramos pocos ahí. Cuando vimos que abren la calle y se dejan venir los perros hacia nosotros. Como hicimos el bloqueo de carros ahí fuimos a topar todos y no hallamos en donde desviarnos. Lo que hicimos fue meternos debajo de los camiones, de panza, para colarnos pal otro lado. Legalmente no pudimos hacer nada, aunque ya llegaban los compañeros a apoyarnos, los perros se nos venían encima. Los traían con cadenas, arrastraban a los policías, eran unos perros potentes me di cuenta, eran como unas siete filas de perros, regados todos. Unos nos mordieron. Otros nos daban vueltas, como para marearnos, enredarnos. Cortábamos ramas, las ramitas de alcanfor esas, no pudimos hacer nada con yerbas, los perros se nos venían encima.

“Ellos gritaban: ‘Ora sí, hijos de la chingada, se van a ir de aquí cabrones’, así decían los policías, los granaderos y los judiciales. Venían con unas armas cortas unos. ‘Y a ver echen fuego’, gritaban. Pero no teníamos nada, señor. Los primeros camiones que llegaban fueron topados por los polis, no les dio tiempo a los compañeros de salirse, rompieron los cristales y sacaron a la gente. Es mentira que nosotros rompimos los de las patrullas. Luego ya se soltaron a golpear al que agarraban.

“Es lo que nos lastima... Mire usté lloro, no por miedo, por coraje. Fue ayer eran cinco y cuarto de la mañana, todos gritando de mordidas, y yo, calmado, ya no pudimos hacer nada. Oímos en la radio que nosotros agredimos a los policías... ya mero que dijeran que nosotros mordimos a los perros”.

El Torrente

1.- Viernes 21 de junio de 1996 por la noche: la naturaleza desnuda la fragilidad de una ciudad que ya no sobrevive a sus engaños. Para la mala metrópoli un espejo implacable, el torrente espeso de lodo, árboles, piedras y basura desborda el desastroso paisaje de su desarrollo urbano. Los espejismos del progreso nos arrojan cadáveres destrozados en el fango. Nunca nuestro periodismo gráfico encontró territorio más propicio, y sus imágenes certeras alumbran el precipicio de nuestras equivocaciones.

2.- Media tarde. Seres anónimos circulamos extasiados por el espectáculo de las nubes, cúmulos y macisos grises en tonalidades tan variadas como los verdes del campo. Presagio de tormenta que no conmueve a los automóviles con sus soledades y desatinos empañados por los primeros asomos de la descarga tropical. 46 milímetros, dirán después los meteorólogos, como pocas veces se ha visto en los últimos cincuenta años. La mayor parte correrá por las faldas erosionadas de la Malinche. La dimensión de la catástrofe nos hará entender otras medidas: la extensión y profundidad de las barrancas del norte de la ciudad, con sus nombres antiguos --Xaltonac, El Conde-- que se hunden en los ríos Atoyac, San Francisco y Alseseca; la magnitud del desastre ambiental que significa pensar en la deforestación de los bosques, la erosión de la tierra, el taponamiento de los cauces, su reconversión en caños y basureros.

3.- Rumbo a la medianoche del viernes no imagino ese torrente de lodo y equivocaciones que arrastrará la vida de diez personas. Sufro la tormenta que estropea planes y ensoñaciones de reventón adulto. Quiero reconstruir una imaginación que no se produjo el viernes: un taxi en ese arroyo natural reconvertido en la vialidad heroica Cadete Vicente Suérez, un chofer fuera de la unidad que grita, implora, increpa a su pasaje. No hay más tiempo: el auto es una piedra más, otro tronco brutal decapitado con tres seres anónimos con sus ánimos, sus proyectos, sus broncas, su futuro atrapado en el lodo, ramas quebradas que no murmuran más lamentaciones.

4.- La noche entera. La respuesta y la angustia. Por radio la voz de un bombero: “No se puede más, comandante. No terminamos en un lado cuando ya piden auxilio en otro. Qué hacemos jefe... Si metemos el camión nos va a llevar la corriente también a nosotros”. No pararían, minuto a minuto recibían nuevas órdenes de la Central.

Juan Pantaleón Sebastián, presidente de la colonia La Providencia hará un recuento el domingo: han limpiado las calles; no hay teléfonos; no hay luz. Platica con el gobenador Bartlett. “El problema está en la mala planeación, señor. No nos tomaron en cuenta cuando desviaron el cauce del río Amalucan”. Así fue: el arroyo fue desviado hacia el Alseseca en un ángulo de noventa grados para dar paso a la vialiad Vicente Suárez. No resistió el embate del torrente, que buscó su sendero original. Ahí empezó a arrastrar a los automóviles. “No nos hicieron caso --insiste--, debieron haber construído un puente”.

“Esta obra es del sexenio anterior”, responde el gobernador. “Lo que nosotros hicimos fue darle continuidad a estas vialidades”.

Luis Ontañón, director del Soapap, y Eduardo Macip, flamante secretario de la SEDUEP, se miran. “¿Quién construyó esto?”, se preguntan. “¿Tú ya estabas?”, se dicen.

El torrente tampoco tuvo conocimiento.

Las viudas de Calmeca

Matanza de campesinos en Jolalpn, 1989.

Les dicen “Los Platones” y “Los Treviños”. Según la denuncia de Jesús Cázares, ellos son los responsables de los asaltos en la carretera Matamoros-Cuautla. Llevan ya muchos años engavillados. No viven ya de fijo en el pueblo, aunque sí sus familias. Se sabe que están en Atlixco. Un tiempo, recuerdan en Calmeca, fueron perseguidos, pero no por los judiciales, sino por el ejército: “Se fueron cuando los federales les quemaron sus casas”, cuentan los campesinos, “pero no los agarraron, ellos saben las salidas que tienen estas barrancas”.

Porque en Calmeca lo que sobran son barrancos y desfiladeros buenos para el venadeo. En un punto en el que el estado de Puebla se olvidó de sí mismo y apretujó la tierra y todo es un lomerío ardiente y áspero de cazahuates, pochotes, huajes y órganos y sol y polvo que los entendidos llaman simplemente paisaje mixteco, lo único que hay es monte para el pastoreo, jagüeyes y veredas y silencio roto por el cencerro y el tropel de los chivos. Y, de cuando en cuando, por el eco quebrado y reseco de los fogonazos.

Así, venadeados, murieron Crisóforo y Guadalupe Campos Barranco. Dice la viuda de Guadalupe: “Venían de matar a Crisóforo, allá por el cerro de Tananica. Me dicen ¿No has visto a tu esposo? Y yo, que se fue con la burra a traer leña. Que no, que se parece a uno que ahí por la Mesa Redonda está muerto. Y yo voy corriendo y lo veo ahí en el suelo, muerto por Camerino Treviño y Venancio Santos. Es largo de explicarse, pero todo empezó por unas vacas que le robaron a unos, y mi cuñado, Crisóforo era Agente de Paz aquí en el pueblo, así que le pidieron auxilio. Los detuvieron y llevaron a Matamoros. Pagaron y buscaron la venganza. Por eso aquí no hay Juez de Paz, ya nadie quiere ser Juez de Paz, hay miedo, no se crea, yo también tiemblo”.

Y cómo murió Flora Barranco: “La mató ese Platón Morales. El hombre se apersonó en su casa, yo doy fe, un día de muertos, le dijo a Flor que ella escondía a los hermanos Campos, y ella le dijo que pasara que buscara, pero que si no los hallaba, que ella se iría contra él, y Platón no esperó, ahí le descargó la pistola, a la mera entrada de su casa. Luego entró y balaceo a Vidal, lo dejó muerto, pero se salvo”.

O la muerte de Marcial Jiménez: “Le llevaron los animales de ahí de su casa, mero cuando él llegaba de la vigilia, le robaban la yunta. No se aguantó, porque los animales eran su vida, los siguió y ahí delantito lo mataron”.

Un testimonio más: “Yo soy viuda de Primitivo Victoriano Cardoso, también por sus animales, él vio cómo le llevaban sesenta chivos, todo el trozo. Quedó muerto en el campo de Aguabrito, un ojito de agua que hay así pa abajo”.

Por todas las denuncias, uno busca la opinión del comandante de la judicial de Matamoros, Marcos Sánchez Campos, recién llegado de Tecamachalco: “Hay muchas órdenes de aprensión. El problema es que o no se encuentra la gente, andan en Estados Unidos, o no dan la cara las partes agraviadas. Si los agraviados no vienen a nosotros y muchos de los que buscamos andan afuera ¿Qué podemos hacer?”.

¿Qué se puede hacer entonces, según el comandante: “Es difícil hacer algo. No es un problema de apenas, es de siempre. Si la gente del pueblo dice que nosotros estamos coludidos con los criminales, que lo prueben, hay elementos que quedaron del jefe anterior, que les presenten pruebas”.

¿No tiene que ver en esto la marginación de Calmeca? Dice el comandante: “No es que estén abandonados, es que de por sí son conflictivos. No he podido checar todas las órdenes, en eso estoy. Estamos colaborando con la policía de Morelos, en el caso de los hermanos Michaca si existía orden de aprensión, allá mismo ya la tenían. No, no la tengo a la mano, es difícil, tenemos todo archivado”.

Todo archivado. Son ocho agentes judiciales para el distrito entero de Matamoros.

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