Mundo Nuestro. Moisés Ramos Rodríguez trae en la belleza de las palabras el rostro oscuro de la ciudad. Y es la ciudad reciente. la de nuestro caos e ingratitudes colectivas. La del barrio que sobrevive. La que se diluye en el peso de sus casonas y sus discordias. En el marco de la presentación de su último libro de poemas (Cantares de la ciudad de los Ángeles, Buap, 2017) presentamos ocho de los poemas incluídos en él y que bien exponen la madurez alcanzada por el principal de nuestros poetas malditos en Puebla.
…y la miré a los ojos
…una noche
decidí tomar de los cabellos
a la ciudad convertida en fugitiva
—nada más para mirarle el rostro—
(estaba yo cantando
como corresponde a quien se precia
de estar solo
o ser poeta)
…y la miré a los ojos:
estaba tan fuera de sí
que gritaba ofreciendo mercancías
sentada cómodamente en el retrete de su olvido
No quedaba en ella rastro
de lo que fue su vida regia:
cubierta con harapos
los pies desnudos y maltrechos
estiraba la mano temblorosa
decorada aún con el brillo
casi imperceptible
de su última joya:
la Octava Maravilla
el Osario de América
Pedía
por caridad
el verbo o la palabra que llevarse a la boca
hincado el codo en sus riquezas mal habidas
Nos vimos como se miran
los huérfanos
los gemelos
los cófrades que toda filiación abandonaron
alejados de toda pertenencia
El frío congelaba sus encías deshabitadas
babeaba como quien pierde la palabra
escurrida por la comisura de los labios
pero logró decir
que estaba dispuesta a cortarse las venas del asfalto
para dejar renacer un río limpio
Juró que recuperaría su nombre augusto
para perpetuarlo en un blasón de piedra en la memoria
Hablaba creyendo estar iluminada
mientras los dedos de los pies le carcomían las ratas
y las cucarachas le surcaban el rostro virulento
Tartamudeaba
apoyada en el báculo de sus centros comerciales
Le pedí que dijera su nombre en voz alta
que repitiera el nombre de sus padres
de sus hijos
sus entenados
las hienas que están royendo su cadáver:
ojos nublados de vieja ciega
echó hacia atrás la su cabeza
agitó su bote con monedas
tarareó las últimas estrofas de su himno
y yo me fui a buscar bronca a otra parte
Tenochtitlán seiscientos noventa y uno
Para Alekos
La boca de una mujer extraña es un pozo profundo.
Y una gran ciudad es como una mujer extraña. Norman Mailer
Lo primero que vimos al salir del inframundo fue al arcángel
espada de luz
ligeras líticas alas:
miramos a la Tierra alumbrar
la nopalera de tunas corazón
y vimos al águila guerrera
unida a la serpiente de nuestra antigua fuerza
En la plaza danzantes
—roncas voces las de sus atabales—
cascabeleando al ritmo de su entusiasta alma:
músicos de músculos frugales
nutridos por el sol y las entrañas del ayuno
Vimos el rostro antiguo de los guerreros
Ocelotl
Cuautli
ávidos de sangre
Y la primigenia madre Tlaltecuhtli
ofreciendo aún sus nutrientes pechos
en tanto al Zócalo llegaba vociferante
la voz de otro 2 de octubre
(el viento trae aún las sus plegarias
clamando por justicia para los inocentes:
letanía que se repite
para que Luzca para ellos la luz perpetua)
Plazuelas ciudadelas de agusanados años
persistente hundimiento de los escaños
oscuro esplendor y miseria de falsos tlatoanis
y fuego que nos trae copal
intentando sanar el cuerpo purulento
Calaveras en cuentas –y en los sangrantes tzompantlis—
cráneos en los tocados y las muñequeras
niños con la furia de Huitzilopochtli
repitiendo otro grito
por otra venganza clamando:
“¡Oh Cortés, oh rubio Alvarado…! ¡Oh, asesinos…!
sus petos y cascos nadan aún en sangre
¿quién se atrevió a honrarlos
quién a perdonarlos?
Aquí están nuestros corazones
aún en la incertidumbre…”
El viento sana hoy
—respiración boca a boca—
estas calles
mas aún se empuñan navajas de obsidiana
“Mi patria es el español”
uno repite
y el prójimo
en el cercano extremo
insiste
—en algo cercano a la lengua florida—
en culminar la su venganza
Se diluye la tarde:
ejércitos de las sombras vuelven al túnel
¿Cuándo aceptarán paz los corazones
—unos y otros herederos—
de estos que del inframundo suben
que al inframundo bajan?
Dos cantares de entonces
Para Juan Javier
por el vértigo en su camioneta blanca
I
Consciente o torpemente
nos confundimos con los borrachos de la calle
nos dedicamos a beber hasta tener visiones
o hasta detenernos largo tiempo en la inconsciencia:
no había uvas que ofrendar
ni algún dios joven Baco
sólo curado de pulque tochtli
Cierto es que tocamos canciones de muy alto voltaje
desafinados
y el mezcal nos ayudó a correr por los cerros de Oaxaca
y en lugar de Dionisos
arrostramos la confusión de preguntar
“¿Quién eres?”
Mas cierto es también que hicimos regla un deseo:
“Prohibido escupir a los poetas”
II
Sobre la chatarra que ardía aquel verano
mi sombra se freía como el huevo de un ornitorrinco:
era la hora de los congales fauces
hora de oficiar venéreos misterios
cantar boleros
en medio del insomnio
habitantes del Infierno
Orábamos:
“¡Oh Venus
oh Mayahuel
oh Afrodita
oh Mictlantecihuatl
queremos ser dignos de tus dones!”
y deshecho el aherrojo con el que nos sometía el Tiempo
pasamos al otro lado del espejo
Vivíamos en la calle
La calle se llamaba
bien lo recuerdo
“Lejos aún del Paraíso”
y hace unas horas al volver a tocar los sus ladrillos
vi que nadie ha trastocado la su placa
y tiene aún el mismo nombre:
en una de sus esquinas
serio en su labor de siempre
arroja piedras al vacío el Señor Tlacuache
—piedras que ya no son piedras rodantes—
Con el fuego de los sueños que quemamos en aquella esquina
asamos después bombones rellenos de veneno
del mismo sabor que tuvo para nosotros la belleza
De El Evangelio de Lucas Gavilán
Juan El Taxista
ha precedido a Jesús de Cabaret:
El Mar de Galilea rebosa
Los mercaderes del Templo
han venido a regatear
las monedas que a sus manos regresarán:
lapidaron a Magdalena
frente al Templo esta mañana
y ahora bajo luces desgastadas
le aplauden y piden un lugar privilegiado
a la hora del baile que hará sobre cada mesa
Herodes
uno entre los anónimos que pueblan otras mesas
va presto a lavarse las manos
mientras el trío Los Fariseos canta
y piensan los músicos en compensar al Buen Ladrón
dándole en concesión la barra
José de Arimatea
paga por ver:
quiere ganar para una escalera para un sepulcro
para apoyar a Jesús de Cabaret en el momento preciso
Los Romanos
carnales de la vieja y aguerrida milicia del barrio
entran con la lanza en ristre
dispuestos a la revisión en los costados
—después le ofrecerán vinagre en una esponja—
del cansado Jesús de Cabaret
quien repite frente a la barra
sobre los altos tacones de su banco acerado
“¿Por qué me has abandonado?”
mesando remordimientos
—corona espinas
victoria dos equis
después fría una negra modelo—
Ahora Los Fariseos
—el uno en la guitarra
el otro en las maracas—
lo siguen pues inició el baile
mas le temen y quieren despojarle
Los Apóstoles
expertos en música norteña
le dan duro y macizo a la redoba
mientras su Piporro de Cuetlaxcoapan
canta sobre el maná
y ofrece la Tierra Prometida:
“¿De a cómo no?” ya le preguntan
Ángeles
verdes ángeles prestan auxilio en la carretera
y el Sumo Sacerdote
—rudo luchador de todos los domingos—
manosea su Viejo Testamento
para saber qué podrá tocarle
ahora que empiece el streap tease
y la túnica por el suelo quede
Todo había comenzado con la resurrección de los muertos:
inició el viejo Lázaro
quien dormía el sueño eterno de bruces en la barra
y fue llamado por Jesús de Cabaret
para andar por ahí sin andarse por las ramas
y terminará en la cantina El Gólgota
entre infusiones y arrepentimientos
Jesús de Cabaret ha sido vapuleado
y su primo Juan El Taxista
perdió la cabeza por una tal Salomé
bailarina experimentada y poderosa
Se acerca “El fin de los Tiempos”
autobús que también cubre la ruta
Apocalipsis-Limbo-Purgatorio
“Polvo eres
y en polvo te convertirás”
dice el conductor del autobús
al informe lodo que se secará mañana
por sobre el que ahora pasa
“Ora pro nobis”
pide la señora del guardarropa y los cigarros
“En verdad les digo
que esta noche estarán conmigo en El Paraíso:
conozco al cadenero y la entrada será gratis”
responde y profetiza Jesús de Cabaret
En el baño del cabaret
El Mar de Galilea
las aguas están más que revueltas
Obscuro total:
los Cuatro Jinetes del Apocalipsis ya se acercan
en sus inmaculadas Harley Davidson
a más de ciento cuarenta kilómetros por hora
Sueña la ciudad un río
I
Yo soy de donde ya no hay río:
el mío era un arroyo
—Almoloya—
que crecía con los opulentos aguaceros de mayo
y
a veces
creo haberlo visto
como fluye en esta página:
veo al fiero que
—me cuenta mi padre—
traía árboles desraizados
animales fabulosamente hinchados
y artilugios deformados
Escucho que habla en el verano
aun cuando su voz huela a podredumbre
Lo veo animar pulidos batanes
molinos antediluvianos
llevarse la inmundicia de las calles
y erguir las cañas a su paso
—guerreros ante su general
cambiante y permanente—
Lo escucho defenderse
coletear al comenzar su entubamiento
Lo veo vengarse al inundar los barrios
calles y plazuelas
cada temporada de lluvias
puntual e irrefutable
Lo veo
joven serpiente
lomo esplendoroso que se expande
Lo miro seguir creciendo en los árboles antiguos
del abandonado Paseo Viejo en San Francisco
Me siento
a veces
a platicar con él
como si no hubiera sido ahogado
Miro a la ciudad pagar la cuota de su insensatez
al haberlo clausurado
contra natura
He caminado toda su ribera
mirando los barcos de papel
que ya no pude echar sobre su lomo:
aún siento su espíritu vagar
azotando los muros de la Angélica Cuetlaxcoapan
la cobarde ciudad que no supo guardarle
Entonces bajo nuevamente a recordar
que vengo de aquí
de donde no hay río
Y escucho los días navegar sin su sextante
sin Stella Maris
Y se derrumba la Angélica Ciudad
húmeda la vista al mirarla
espíritu de eternidad
cuerpo que no puede encauzar ningún olvido
I
Sueña la ciudad un río
caudaloso y fresco
espejo de las constelaciones
Río
Por momentos es tan intenso ese deseo
que los angelopolitanos hacen barcas durante la madrugada
edifican muelles desde donde zarparán
con la eclosión del día
Y escuchan ya el chocar del agua contra rocas
el chasquido de ramas sobre el lacustre pecho
Agua
líquida ensoñación
alcanza tal intensidad
que humecta los ojos que la miran
Sueña la ciudad que recupera un río…
Generaciones
El abuelo está de pie
recargado en el respaldo de la silla
donde su hijo está sentado
y carga
sobre la pierna izquierda
inclinado ligeramente hacia la derecha
al nieto
al hijo
al espejo de ambos
El abuelo
turbia cabeza lanosa
mira atento hacia la izquierda
hacia donde la Muerte ya lo llama:
por fin comenzaba a perdonarse
a ver cuál fue la bifurcación equivocada en su vía
y ya no le dará tiempo
de abrazar a su hijo
de quitarle el peso de haber sido
él
su padre
No lo toca:
toca su silla
y rehúye hasta la lente
El padre
decimonónico el traje
se ahoga por la corbata y las barbas:
sombra de la sombra de su padre
mantiene el gesto de jabalí presto al ataque
y el fotógrafo ha logrado mostrarnos
sin que él abra la boca
sus dos colmillos preparados
En el fondo de la máscara
ennegrecida por las barbas
los ojos de un hombre triste
buscan
desde hace siglos
a su padre
El niño
padre en miniatura por el traje que gasta
parece indómito fiero
general que será de mil batallas
mas
basta un ligero escrutinio
para ver su verdadera imagen:
muñeco roto
mudo
de sentidos maniatados
con los mismos apellidos
el nombre
los ojos
suplicantes
de su abuelo
de su padre
Va el poeta por su hermano
Tienes el cabello revuelto
como si acabaras de salir del Mar de los Sargazos
Ya no dices nada
Pareces agotado
como si descansaras después de un día pesado
Estás pálido
como si hubieras velado
sin saber que
por la mañana
conocerías la resolución a todo enigma
Pareces tú y muchos otros hombres:
frío y desprotegido
ya no sabrás que perdiste un zapato
Afuera llueve
y aquí
a un lado de la puerta
hay un horno en el cual quemarán tu ropa
Es verano:
el largo día había amanecido luminoso
Aquí
me inclino y te hablo al oído
te cargo para regresar a casa
como si no quisiera despertarte:
desde tus ojos semiabiertos
marrón claro
ya no replicas
Otra ciudad de polvo y verdadera
VIII
Vengo de un antiguo sueño
de urbes acedas
de cuerpos de tul y humo zarandeado
donde perviven nombres
seres a quienes sólo yo escucho
Vengo de un sueño
erigido en un desierto
de torres de carbón
calles extensas lenguas calcinadas:
oigo a seres
vacíos como sonajas de guajes sin semillas
somnolientos pesados
arrastrados por su propio nombre
Vengo de un cementerio
de una antigüedad extraordinaria
donde crecen ideas fijas como púas
cercas de alambre
pentagrama donde no escribe para cantar el aire
Escucho andar a gatas a ciertos pensamientos
otros
se vuelven remolinos que peinan los pantanos
Hay luces muertas que saben a derrota
futuros triturados en un molino extraño
despiadado
Escucho que aquí nada se oye
que pasa un día o dos
un centenar de horas guiadas por un cencerro inapiadable
y nada aquí sucede:
no se mueve el lodo de los pensamientos
se vacía la cuenca desde donde todo se miraba
Voces que no reconocería
ni la propia garganta donde se expendían
van adheridas a los muros
se destrozan las uñas buscando una salida
boquean
presas del bozal que son
que incuba su silencio
Paso buscando una mirilla
deseo sólo un respiradero
mas mi sueño es viejo y desdentado
ácido y desangrado
territorio donde ya no corre el aire:
se sofoca a sí mismo
se envuelve en llamas pardas o bien decoloradas
se ahoga
y yo me voy secando
flanqueado por esas voces en los muros
los seres de sal cual olas ocres
e ideas que se ahorcan penden
—mecate y madera el segundero—
para mostrar dónde vivimos
dónde venimos a husmear:
en medio del silencio
sin traductor para este sueño viejo
decrépito
lápida que hará de nosotros fósiles
sangre inútilmente convocada
(Todo ha pasado ya:
llega la aurora
palabra que arde y guía
voz para ser
para mostrar que consistimos
pese a que polvo inquieto
no otra cosa somos)