Violencia electoral en Puebla, la imposición de nuevas monarquías/Taller de Periodismo Ibero Puebla Destacado

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Mundo Nuestro. Presentamos esta crónica del académico de la Ibero Puebla, Germán Báez Monterrubio, quien formó parte del taller de periodismo narrativo llevado a cabo por Mundo Nuestro dentro de la materia de Periodismo que imparte la Maestra Ana Lidya flores en la carrera de Comunicación en esa institución. La crónica ha sido publicada también como parte de los testimonios presentados por esta revista digital en torno a la violencia ocurrida en la pasada elección del 1 de julio en Puebla.



Domingo 1 de julio del 2018. A las 9 de la mañana salgo de casa, la luz del sol brilla diferente, combina con un aire de cambio que se respira en el ambiente. Circulo por diferentes avenidas de la ciudad y a golpe de vista detecto un movimiento inusual, distinto al resto de elecciones que he vivido en los últimos años.

Largas filas desbordan las calles y las casillas que recorro a mi paso. Llego a mi destino, por azares de la vida una primera parada me obliga a visitar la casilla instalada en el Instituto Oriente. Al llegar, largas filas de adultos mayores, principalmente, se arremolinan para emitir su voto, y la edad no es impedimento para soportar el sol, que para esas horas ya pega a plomo.

Tras una hora en aquel lugar, salgo con un dejo de confianza en que por fin después de mucho tiempo este país puede conseguir una reestructuración de fondo y no solo de forma. De regreso a casa, busco qué comprar para desayunar y lo primero que veo es un triciclo con tamales, me detengo para darme cuenta de que la masa se ha agotado. Sigo mi camino y me topo con dos puestos más y la historia es la misma, no es sino hasta el cuarto ambulante que logro mi cometido de comprar algo que comer. Reflexiono y pienso que esas largas filas hambrientas de cambio, saciaron un poco dicho síntoma con tamales y atole.



Antes de llegar a casa veo mi reloj y pienso, animoso, que es mejor emitir mi voto a buena hora, pues ya son casi las once de la mañana, de lo contrario, más tarde, las colas de votantes serán interminables. Al llegar a la casilla de la sección 1012, ubicada en el distrito 9, específicamente en la Ex hacienda Rancho Colorado, me percato que la fila no es tan larga, pero si fluida.



Mientras espero mi turno para encerrarme conmigo mismo y estudiar cada una de las seis boletas que debo tachar (presidencia, gobernador, presidente municipal, senadores, así como diputados locales y federales), veo a más de una docena de personas con playeras que llevan bordados los logos de los diferentes institutos políticos. Al verlos ahí, mi certidumbre se confirma y avanzó con paso firme rumbo al cambio que quiero para mi país.

Tras retacar las urnas, regreso para recibir el sello dactilar, ese que confirma que una persona ha cumplido con su deber cívico, al tiempo que pienso que me hubiera gustado que Diego (mi hijo de casi cinco años) me acompañara a vivir este momento histórico para un México tan descompuesto, y que sirva de precedente para que el en el futuro, el sufrague por lo que crea y quiera. No pudo ser así, porque este fin de semana lo pasó con su madre, así que ya será para otro momento.

Al salir de mi casilla, el sol azota con mayor fuerza, pero nada ni nadie puede robarme esa sonrisa “transformadora”, esa que te dice que estos ocho años de opulencia, nepotismo, obras faraónicas, de derroche de dinero, de deuda pública (36 mil millones de pesos en PPS), de fideicomisos apócrifos, de huachicoleros, de violencia, de feminicidios –más de 500 mujeres en este tiempo-- se pueden terminar.

Al llegar a casa, me siento a desayunar, y mientras hago un zapping exhaustivo entre un canal y otro, trato de conocer la opinión y tendencia de los “líderes de opinión”; veo en Las Estrellas a López Dóriga, paso a Azteca para conocer la opinión de Alatorre y complemento mi idea con Aristegui y Solórzano. Con sus respectivas fobias y filias el mensaje es el mismo, el ambiente en el país es homogéneo, todos salen buscando nuevos caminos de democracia, curitas para la pobreza, la desigualdad, las desapariciones y el desempleo.

Noticias como estas van disipando la idea de un fraude anunciado y las suposiciones hechas con antelación que presagiaban una presunta estafa del partido en el poder, el PRI, para continuar hundiendo al país, pero sobre todo para tapar el cochinero en que nos ha metido Peña Nieto. O bien de la posible declinación de José Antonio Meade a favor de Ricardo Anaya, con tal de no dejar que Andrés Manuel López Obrador por fin llegue para alcanzar la llamada “cuarta transformación”.

Como siempre ocurre, para esas horas del día (la una de la tarde), los medios editados en el centro del país hacen caso omiso a la realidad de los estados. Ante ello me vuelco a los medios locales y el silencio de Javier López Díaz, Carlos Martín Huerta, Juan Carlos Valerio, Iván Mercado, Enrique Montero Ponce y otros más me hacen pensar que el destino de la familia Moreno Valle-Alonso Hidalgo no parece muy halagador. Cosa contraria a lo que se lee y escucha a través de Alejandro Mondragón, Rodolfo Ruiz, Sergio Mastretta e incluso Fernando Canales, personajes que en sus medios y redes sociales informan que las encuestas de salida estaban cargadas del efecto AMLO, de un voto en cascada que marcaba como favoritos y vencedores a la alianza Juntos Haremos Historia.

Pero ese mismo silencio de los noticieros más mediáticos en el Estado empiezan a enrarecer el ambiente. Son las 3 de la tarde y las redes sociales se comienzan a desbordar con tuits y publicaciones en dos sentidos. El primero de ellos dice que el PAN va abajo y que MORENA está arrasando, que el voto en cascada se está cumpliendo. Por otra parte, las alertas comienzan a encenderse, las redes se llenan con señalamientos de reporteros y ciudadanos que denuncian que ya hay violencia en la capital, que son varias las casillas que a punta de pistola han sido robadas.

En primera instancia suena a rumor, pero las noticias de ciudadanos hartos del morenovallismo alzan la voz y las consignas afloran. Lo primero que cruza por mi cabeza es que los rumores de los cuartos llenos de billetes por parte de operadores del PAN no son tan irreales, que la compra de centrales de taxis para la movilización de mapaches electorales no es tan descabellada, que el pago de cinco mil pesos por taxista no solo era un murmullo. En verdad Martha Erika y el PAN quieren todo y no lo dejarán escapar tan fácilmente.

Para distraer mi mente de tanta información y con la finalidad de no dejar que mi mamá se vaya caminando a sufragar decido que una buena opción para medir el pulso informativo es visitar nuevamente las calles y las casillas, y saber qué tanto las noticias pueden ser veraces y que tanto no. Al llegar a la calle cerrada de terracería en donde se ubica la casilla, veo que hay poca actividad, que los carros no son muchos, pero llama mi atención que, en sentido contrario al mío, un auto versa blanco del año –recién salido de agencia-- sin placas, ni permiso, se acerca sospechosamente; al entrecruzar caminos también intercambiamos miradas, y al hacerlo me percato que dentro del vehículo van cinco sujetos con cara de malandros, y que son ellos los que me miran con cara de pocos amigos.

Al virarme para estacionarme, observo que el vehículo se queda parado en doble fila enfrente del acceso principal del lugar, descienden tres de los cinco sujetos y de reojo veo que uno de ellos, moreno, calvo y obeso, se ajusta el pantalón por la cintura. Nuevamente cambiamos miradas, hago una pausa para decirle a mi mamá que no se baje del coche, que se espere porque algo no me gusta de esas personas, al ver que los observo el carro avanza y ellos detrás de este caminando, como emprendiendo una huida. Al ver su paso, supongo que mi sospecha era infundada, tras esto le digo a mi madre que bajemos. Caminamos unos cuatro metros para llegar a la entrada y cruzamos un pasillo de unos cinco metros más para llegar al salón en donde las mesas, las sillas y las urnas. Dispuestas para esta fiesta democrática. Dejo en la puerta a mi madre y me quedo afuera para esperarla, pues adentro ya no puedo estar. Me quedo en el Lobby, en lo que volteo me doy cuenta de que los tres sujetos están de regreso e ingresan por la puerta principal, ingresan con paso firme en primer lugar el gordo de camisa amarilla, junto con un joven de estatura media y otro más de complexión media y de unos 180 centímetros de altura.

Pese a mis sospechas, me quedo en la puerta y veo como el tipo gordo calvo y el alto con chamarra de piel negra se quedan custodiando la puerta, mientras que el más chaparro y joven, con gorra y gafas se “mete a votar”. En ese momento, me percato que mi celular lo había dejado en el auto, no podía llamar, textear, ni nada. Justo cuando pienso en escabullirme al auto, en ese mismo instante veo como el gordo lleva sus manos debajo de su playera, percudida, y veo que toma un revolver, a decir por mi poco conocimiento en armas, me parece calibre 38 mm.

Todo es cuestión de segundos, milésimas de segundo quizá, pero la película pasa tan rápido que sólo alcanzo a ver cómo, al sacar la pistola, un joven de 27 años, por mucho, delgado y no muy alto, se avienta sin pensar a tratar de detener el ataque y mete su cabeza por debajo del hombro, en la axila para ser exactos, con lo cual consigue que el malandro no tenga control del arma, justo ahí corro por el teléfono y al salir de ahí oigo el primer disparo. En medio de los gritos y con la prisa por tratar de abrir el auto se escucha una segunda detonación. Es ahí cuando los vecinos de un fraccionamiento contiguo a la casilla salen para tratar de hacer algo y lo que hacen es llamar al 911. Justo cuando voy de regreso, veo salir corriendo a los sujetos para subirse al coche que se había echado de reversa para esperarlos y salir huyendo.

Al entrar al lugar, lo primero que veo en el piso es una casilla tirada, una gorra, un pedazo de gafas negras y señoras en crisis por el hecho sucedido. Pero más allá, por sus hijas de seis y ocho años que por acompañarlas vivieron tan traumático momento. Así como a mi madre sentada en una barda pequeña haciendo una llamada y soltar una bocanada de alivio al verme entrar; pregunto cómo está y la noto tranquila. La inmediatez de los dispositivos móviles, hacen que todos comiencen a llamar a familiares, policías y conocidos para pedir ayuda. Por su parte, los representantes de casilla llaman nerviosos al INE en Puebla. Son momentos de incertidumbre, y diría Vicente Fox de “sospechosismo”, ya han pasado más de 20 minutos y no llega un maldito policía. La sospecha crece, no es posible que a escasos 150 metros o menos haya un sector de la policía y la misma Secretaría de Seguridad y Tránsito Municipal y no pueda haber alguien que llegue para saber o perseguir a los delincuentes.

Son minutos de angustia, y lo único que oigo es al representante del INE decir “que se cierren las puertas”, pese a que la gente seguía llegando y tener a 20 ciudadanos esperando afuera, la indicación fue “la casilla será cancelada y cerrada por condiciones de inseguridad”. Me acerco a él y le digo que no puede hacer eso, que hay gente queriendo votar y que la casilla tendría que abrirse en un espacio alterno o ahí mismo, pero que ellos no podían quedarse sin emitir su voto, que la elección no podía pararse por un acto como ese. A esto la respuesta fue nula o imperceptible pues solo sacudió los hombros.

Tras lo sucedido, lo primero que viene a mi cabeza es llamar a amigos de medios de comunicación para denunciar lo sucedido, sin embargo mi queja simplemente se queda en buzones de voz pues ninguno tomo la llamada. Una segunda idea viene a mi cabeza, ésta vez creo tendrá mayor eco, para ello escribo un tuit arrobando a López Díaz, Valerio y Carlos Martín… desgraciadamente la respuesta es la misma “no hay”, ni siquiera un retuit. Todo este accionar me hace pensar mal, es decir, confirmo que cada uno de los actos de violencia y provocación estaba decidido y acordado. Al cabo de los minutos, muchos por cierto, finalmente llega la policía, un par de elementos, que al entrar preguntan sobre la situación y no hacen ni dicen más. Lo único que alcanzan a balbucear es que se quedarán a cuidar la casilla. Como si los maleantes fueran tan torpes para regresar a la escena del crimen después del delito. En fin, tras esos minutos de espera para poder salir, busco más información en redes para conocer más de lo que pasa en la ciudad y en el estado, pero nada… el silencio mediático es sepulcral.

Por fin, después de ser testigos y opinar que la votación debe seguir, las autoridades electorales y representantes de partidos políticos levantan la urna tirada, que los maleantes no alcanzaron a sustraer, y deciden retomar las actividades propias de la jornada.

Sin embargo, con ese precedente el regreso a casa fue extraño, mi mamá y yo llevábamos a cuestas un sentimiento de dolor, coraje, frustración e impotencia, todos revueltos haciendo un coctel con un gran tinte de pesimismo que nos llevó a preguntarnos ¿hace cuánto esto no pasaba en Puebla? Y a confirmar que nuestras sospechas de que Moreno Valle no dejaría tan fácilmente el poder no eran tan erradas, que esto en efecto era la crónica de un fraude anunciado, la escena más burda de una obra que siempre tuvimos delante de nosotros y que no quisimos ver.

Solo como morbo y para no dejar pasar por alto lo sucedido a partir de esa hora me dediqué a estar atento de los radares informativos de cada hora, de los reportes de las estaciones con noticieros locales, los cuales siempre emiten alguna opinión o van dando resultados parciales y me impresionó que ninguno habló de los actos de violencia, del robo de urnas, de la forma tan vil en la que hicieron ver que “no pasaba nada”, es más algunos ni asomaron la cabeza, simplemente continuaron con su barra de música. “Qué difícil es saber lo vulnerables que estamos los ciudadanos ante estos actos, y no solo tiene que ver con la violencia electoral, sino con la impunidad con la que cualquier persona puede lastimar a otra sin que haya consecuencias”.

Finalmente, como cada domingo nos reunimos en familia para comentar las aventuras de la semana, esta vez la charla político-electoral no fue la excepción, contamos lo sucedido horas antes y el sentimiento unánime fue el mismo, “se quieren robar la elección”. No es posible que las muestras sean tan evidentes y no haya nadie capaz de denunciar. Así, reunidos todos nos dieron las 8 de la noche, vimos salir victorioso a López Obrador, unos a favor otros en contra conversamos de lo que venía para el país, pero lo que más nos ansiaba conocer era el resultado de Puebla, nos dieron las 22:00 horas y la incertidumbre era la misma, cada uno partió a sus respectivos hogares con un dejo de desesperanza, en donde vilmente habían mancillado la voluntad de los poblanos.

¿Qué viene ahora, que nos depara el futuro?, no lo sabemos, queda claro que nuestro futuro está en manos de unos cuantos, en la voluntad política de cada uno de los poderes que ha sido subyugado al mandato de una persona, qué esperar cuando el Instituto Electoral está tomado por un grupo que obedece al mismo dueño al que obedece el Congreso del Estado, a un político lleno de soberbia y hambriento de poder que busca perpetuarse. ¿Revelarnos? ¿Someternos?... Esto no se trata de partidos, se trata de ciudadanos que estamos hartos y que queremos que las cosas en el estado y en el país cambien, personas hartas de la normalización de la violencia, la inseguridad y la prepotencia de grupos facticos que nos pisotean por poder.

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Sobre el autor

Germán Báez Monterrubio

Germán Báez Monterrubio. Académico en la Ibero Puebla.