Lombardo Toledano y el fracaso de la utopía proletaria en México Destacado

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En combate. La vida de Lombardo Toledano, (Random House, Debate, 2017) de Daniela Spenser.

La suerte quiso que cuando Daniela Spencer me invitó a presentar su libro, estuviera yo leyendo Misa Negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, del filósofo inglés John Gray. Una suerte para mí porque la lectura alternada de ambos libros me permitió colocar la mirada en la utopía soviética y en la utopía, derivada de aquella, de uno de los dirigentes sindicales más importantes que ha tenido nuestro país. Al cotejo de algunas de estas ilusiones y trágicos desencantos quisiera dedicar principalmente mis comentarios, sobre todo por que el aleteo de la utopía bolchevique sigue sobrevolando en la mentalidad de mucha gente que, o ignora o se resiste a admitir, las evidencias documentales del desastre que fue lo que se dio en llamar el socialismo realmente existente.



El libro que ha escrito Daniela hacía mucha falta para conocer, desde una perspectiva lombardista integral, la gestación del movimiento obrero en México durante buena parte del siglo XX, y la manera en que se fue estructurando al vincularse estrechamente al Estado mexicano con la conformación, primero, del Partido Nacional Revolucionario, después, durante el cardenismo, su conversión en Partido de la Revolución Mexicana, del que derivaría más tarde el Partido Revolucionario Institucional.

Por la manera en que está escrito y considerando su estructura narrativa, que según confiesa la autora se debe a la lectura de El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura, se trata de un libro que está al alcance de cualquier lector interesado en la historia del México contemporáneo, y no sólo del especialista, aunque también éste encontrará una investigación acuciosa que cumple con todo el rigor académico en la consulta de sus fuentes. Daniela consultó archivos en México, Estados Unidos, Gran Bretaña, Los Países Bajos, La república Checa, Rusia y Suiza, además de una minuciosa investigación hemerográfica en diarios de México, Estados Unidos e Inglaterra y una consulta bibliográfica que comprende más de 300 libros, además de artículos y tesis de maestría y doctorado. Todo ello ocupa 80 páginas de notas, cuya disposición no entorpece la lectura fluida de un texto escrito con elegante sencillez. Hacía falta un libro así, que saltara ágilmente la cerca de los especialistas en el tema para abrir su discurso a un público más amplio interesado en conocer el pasado reciente de su país y la manera en que se tejieron las redes, reales e imaginarias, del poder político en México, para usar la expresión de Roger Bartra.

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Daniela Spenser



Daniela Spencer nos entrega un amplísimo panorama, a través de la figura de Vicente Lombardo Toledano, que comprende desde las alianzas y conflictos en su natal Teziutlán, hasta los diversos escenarios político-sindicales de América Latina, Europa, los Estados Unidos y la Unión Soviética, pasando por la densa trama de negociaciones, alianzas, traiciones y rompimientos conflictivos que predominaron en nuestro país a lo largo de medio siglo.

El libro está dividido en cinco partes, al inicio de cada una de ellas la autora ha colocado una serie de frases que sintetizan el pensamiento y la postura política de Lombardo a lo largo de su vida. Veamos las que me parecen más ilustrativas antes de analizar su candoroso leninismo-estalinismo soviético: En 1923 escribió la siguiente:



“La revolución social iniciada en 1910, devuelve a la nación mexicana la ética de Cristo. Lucha por el advenimiento de un nuevo orden social basado en el amor a los hombres”.

Seis años más tarde, esa convicción cristiana encuentra en el proletariado el sujeto redentor cuando escribe:

“El proletariado mexicano hace veinte años se alzó a conquistar México. Nuestro anhelo profundo es contribuir, con el proletariado internacional, a la conquista de la tierra”.

Tres años después, en 1932, cree descubrir los dos únicos caminos del desarrollo social:

“No hay sino dos únicas soluciones para el capitalismo -dice- la una pasajera, la otra definitiva. La primera consiste en que la burguesía entregue al Estado la dirección de la riqueza pública, para salvar parte de ella por algún tiempo; la segunda es la desaparición de la propiedad privada por la fuerza de las masas y su concentración en el Estado presidido por los trabajadores”.

Hoy sabemos de la imposibilidad de ambas utopías, aunque Lombardo murió confiando en que tarde o temprano se realizaría la segunda.

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Vicente Lombardo Toledano durante una reunión con los dirigentes petroleros en las oficinas de la CTAL. CENTRO DE ESTUDIOS FILOSÓFICOS Y SOCIALES VICENTE LOMBARDO TOLEDANO.

Su inquebrantable fe en que el Estado debía incidir en todos los órdenes de la vida social, regulando la vida de los individuos, le condujo a una permanente e incondicional admiración del socialismo en la Unión Soviética, y a promover el respaldo de los trabajadores mexicanos a los distintos gobiernos emanados de una revolución paradójicamente institucionalizada, como se lo reconoce, el 20 de noviembre de 1946, haciendo honor a su nombre, el profesor Cándido Jaramillo, cuando le dice a Lombardo Toledano: “Yo sé, compañero Lombardo, que la aplicación del marxismo-leninismo a la situación particular de nuestro país nos obliga a apoyar al gobierno de la burguesía revolucionaria en el poder”.

Un año después, en 1947, durante una mesa redonda en Bellas Artes, a la que convocó Lombardo a los principales marxistas del país, sólo una frase en la que coincidieron todos, hasta José Revueltas: “No pretendamos el socialismo para mañana en nuestro país”. La idea central, definida en la caracterización que se hacía del gobierno de Miguel Alemán, consistía en afirmar que el futuro de la revolución mexicana conduciría inevitablemente al socialismo si se partía de la táctica de la unidad nacional, que implicaba renunciar, provisionalmente, a los objetivos exclusivos del proletariado para establecer, en cambio, una alianza con la burguesía progresista que representaba el gobierno de Miguel Alemán. Con algunos matices esta tesis fue aceptada por los principales líderes comunistas, como Dionisio Encina y Valentín Campa. Estas falsas apreciaciones, dice Roger Bartra, contribuyeron a hundir a la izquierda en un marginalismo que duró más de 20 años.

Daniela Spenser recoge una declaración de fe en la utopía socialista, por parte de Lombardo, cuando en 1956 escribe: “No me voy a retirar de la lucha, ni hoy ni mañana, y seguiré luchando hasta el último momento de mi existencia. Porque soy un revolucionario que no puede pensar sino de una sola manera, y que no puede vivir sino de un solo modo. Pienso al servicio de la suspensión del sistema capitalista y contribuyo con mi acción por el advenimiento del socialismo en el plazo más breve”.

Vicente Lombardo Toledano. Boceto para un retrato en mural, de David Alfaro Siqueiros.

La certeza absoluta de que el desarrollo social se regía por un conjunto de leyes, descubiertas por la supuesta ciencia del materialismo histórico, lo llevó a confiar, fervorosamente, en la profecía marxista que preveía, para el futuro de la humanidad, el advenimiento de una sociedad sin clases, de una sociedad donde, como afirman Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, una vez que el proletariado ha tomado el poder despojará, mediante acciones despóticas, a la burguesía de todo capital y medios de producción para ser centralizados en manos del Estado, lo que traerá como consecuencia la desaparición de las diferencias de clase y toda la producción estará concentrada en manos de la sociedad. Entonces, dicen Marx y Engels, el Estado perderá todo carácter político, que no es, en rigor, sino el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. De este modo desaparecerá la vieja sociedad burguesa con sus clases y sus antagonismos de clase para ser sustituida por una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno condicione al libre desarrollo de todos.

Lombardo Toledano aprendió de Antonio Caso que el Manifiesto Comunista era el documento más importante del siglo XIX, y veía en la Unión Soviética la materialización de este anhelo igualitario y libertario, que debía servir de modelo para todos los pueblos, sobre todo los latinoamericanos, sometidos al imperialismo norteamericano.

Sin haber leído la obra fundamental de Marx, El Capital, consideraba, cuando era estudiante, que la teoría del valor era “pueril y plagada de suposiciones gratuitas”. Quizá nunca leyó esa obra, donde Marx expone con todo detalle el funcionamiento de la economía capitalista y los mecanismos mediante los cuales se produce la explotación del trabajo y la extracción de la plusvalía. En cambio, se convirtió en uno de los mayores apologistas de la evolución social unilineal, que mediante el desarrollo de las fuerzas productivas conduciría a la humanidad, inevitablemente, al socialismo, o, para ser más precisos, al socialismo soviético presidido por Lenin y Stalin. Es decir, dio la espalda a lo mejor de Marx para abrazar su lado teóricamente más débil, aunque ideológicamente más fuerte: la utopía de una sociedad igualitaria. Lombardo era, extrañamente, un marxista utópico unilineal, sin crítica de la economía capitalista.

Daniela Spencer nos va mostrando paso a paso el crecimiento de un líder sindical que con una energía y talento excepcionales pasa de una confederación a otra y de las tareas representativas nacionales a las internacionales. Da la cámara de diputados a la interlocución directa con los presidentes mexicanos, de Lázaro Cárdenas a Gustavo Diaz Ordaz, pero también con muchos latinoamericanos, todo en nombre de una lucha contra el fascismo en Europa, en defensa del Estado mexicano que encarna, bien que mal, los principios nacionalistas de la Revolución Mexicana, que es la vía mediante la cual nos defendemos del imperialismo norteamericano y nos aproximamos a una sociedad socialista semejante a la Unión Soviética.

En julio de 1935 Lombardo viajó a la URSS con Víctor Manuel Villaseñor, quien también se consideraba marxista. Los anfitriones rusos organizaron el recorrido de dos meses visitando Leningrado, Moscú y las ciudades industriales en el sur, a miles de kilómetros de Moscú. Fue huésped de los sindicatos soviéticos y de la Internacional Sindical Roja que los llevó a Ucrania y el Cáucaso para ver la agricultura en gran escala y conocer la colectivización del trabajo, la maquinaria agrícola, la industria del petróleo y el problema de las nacionalidades. Nunca sospechó que sus guías e intérpretes multilingües eran policías encubiertos que vigilaban que no salieran de las rutas seleccionadas -dice Daniela- y a los que respondían preguntas de acuerdo con las instrucciones del partido. Al volver a Moscú quiso entrevistarse con el camarada Stalin, pero no lo recibió.

Según Lombardo, la revolución de octubre había sido violenta, había cometido errores, injusticias y hasta crímenes, pero esa violencia se justificaba con las prodigiosas recompensas que generó la revolución con los planes quinquenales y el apoyo resuelto y entusiasta de las grandes mayorías. Al terminar el viaje escribió: “Es tan hermoso ver cómo el socialismo cuaja en realidades, que me hallo absorto, conmovido y dispuesto a redoblar mi trabajo a favor de la revolución proletaria, con más ardor que nunca, con nueva fe, con el estímulo que dan los sueños o las esperanzas que se cumplen. Estoy, en el mundo del porvenir”.

Es evidente que el optimismo desbordado de Lombardo, condicionado por los lugares que debía visitar, le impedían ver sólo algunos “errores” en el diseño del hombre nuevo proclamado por la revolución, y no el horror que durante décadas fue creciendo con las hambrunas provocadas por los planes quinquenales, que dejaron como resultado millones de muertos, los campos de trabajo forzado donde fueron encerrados cientos de miles de campesinos y disidentes políticos, miles de ejecutados, incluyendo a la vieja guardia bolchevique y en general un ambiente autoritario y represor, física y psicológicamente, que percibió bien André Gide en su viaje a la URSS en la misma época que Lombardo Toledano. (Por cierto, Daniela refiere un libro de Alberto Ruy Sánchez analizando el viaje de Gide a la URSS, que ahora está nuevamente en circulación. Vale mucho la pena leerlo).

Inspirados por la idea de que la ciencia debía regir el destino humano, el socialismo soviético, en su afán de construir un hombre nuevo, se propuso experimentar en diversos aspectos sociales, psicológicos y fisiológicos. En este sentido el objetivo estalinista no era sino una prolongación de la lógica ilustrada según la cual, si hay algún defecto en la naturaleza humana, la ciencia y sólo la ciencia, puede subsanarlo. Y los bolcheviques aspiraron, desde un inicio, a crear un nuevo tipo de ser humano. Veamos algunos ejemplos mencionados por John Gray en un par de libros cuya información proviene de los archivos desclasificados en la ex Unión Soviética.

El caso más conocido, quizá es el de Trofim Lysenko (1898-1976), quien basado en la teoría de Lamarck postulaba que las características adquiridas se podían heredar. Stalin lo nombró director de la Academia Soviética de Ciencias Agrícolas y le dio plena libertad en el campo de la agricultura aplicada, donde, según afirmaba, había descubierto cómo producir nuevas variedades de trigo de alto rendimiento. Pero los experimentos de Lysenko fueron un desastre que agravó aun más la caída en la producción de alimentos que acompañó a la colectivización, provocando la muerte por hambrunas de millones de personas y retrasaron el desarrollo de la biología en la URSS hasta la década de los 70. En una conferencia que dio a los trabajadores agrícolas en 1935, a la que asistió Stalin, declaró: “En nuestra Unión Soviética, camaradas, las personas no nacen. Los organismos humanos nacen, pero las personas son creadas, y yo soy una de esas personas que fueron creadas de este modo. A mi me hicieron como ser humano”.

Menos conocido es el caso de Iliá Ivanov, quien a mediados de los años veinte recibió del propio Stalin el encargo de cruzar simios con humanos. A Stalin no le interesaba llenar el mundo de réplicas de Aristóteles o Tolstoi. Lo que él quería -dice John Gray- era nueva raza de soldado, “un nuevo ser humano invencible”, sumamente resistente al dolor y que apenas necesitara comer y dormir. Ivanov había sido criador de caballos durante la era zarista. Viajó hasta África Occidental para realizar pruebas de fecundación con chimpancés y fundó un instituto de investigaciones en Georgia, la tierra de Stalin.

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Stalin y Gorki en 1932. (Fotografía de dominio público)

Un caso más fue el del escritor Máximo Gorki, quien no tenía reparos en apoyar los experimentos en humanos. “Tenemos que experimentar con los humanos mismos -decía- tenemos que estudiar los organismos humanos, los procesos de alimentación intercelular, la circulación de la sangre, la química del sistema nervioso y, en general, todos los procesos del organismo humano. Se precisarán centenares de unidades humanas para ello”. Gorki respaldó incondicionalmente los experimentos de la colectivización en la agricultura. Él siempre había considerado a los campesinos rusos como una forma inferior de vida humana. En una entrevista realizada en 1921, cuando Rusia era presa de la hambruna, Gorki dijo a los periodistas: “Supongo que la mayoría de los 35 millones de Afectados por la hambruna morirán”. Un año más tarde escribió: “La gente del campo ruso, medio salvaje, estúpida y difícil, morirá, y su lugar será ocupado por una nueva tribu formada por los literatos, los inteligentes y los fuertes”. En el periódico Pravda escribió un eslogan que se hizo famoso durante la colectivización forzada: “Si el enemigo no se rinde, hay que exterminarlo”. Cuando en 1923 los hijos menores de 12 años podían ser penalizados con la pena capital por robo -delito que incluía el uso no autorizado de cereales por campesinos hambrientos- Gorki no protestó. Este hombre, tan leído en la Rusia Estalinista describía a los campesinos como criaturas subhumanas, como roedores que sólo servían para ser exterminados, y lo fueron en buena medida. Esta era la otra Rusia, la otra Unión Soviética que Lombardo no quiso ver, que minimizó como si fueran simples errores (cuando Nikita Jrushchev denunció los crímenes de Stalin) como desatinos inevitables en el luminoso camino hacia un futuro promisorio.

Al volver a México Lombardo recorrió buena parte del país dando conferencias sobre su experiencia en la URSS y estimulando en el imaginario de la clase obrera la necesidad de apoyar firmemente al Estado Mexicano que, tarde o temprano, arribaría a una sociedad socialista porque transitaba por el lado correcto de la Historia con el nacionalismo revolucionario como bandera. Esta actitud de hombre de fe, ligada a una indudable habilidad política, le permitió funcionar como un comodín en las elecciones presidenciales, siempre respaldando al candidato oficial, ya fuera del PNR, del PRM o del PRI. Un discípulo suyo, Miguel Ángel Velasco, antiguo dirigente del Partido Comunista y después miembro de la dirección nacional del PPS fundado por Lombardo, declaró, durante el proceso electoral del que saldría presidente Gustavo Díaz Ordaz, lo siguiente:

“En el debate en torno a la posición del PPS en las próximas elecciones se debe seguir la línea táctica y estratégica que dicta la dialéctica marxista”.

La supuesta dialéctica marxista servía para justificar el respaldo al futuro presidente a cambio de un puñado de curules. El verdadero enemigo no era el futuro presidente ni los grupos económicos y políticos que lo apoyaban, el verdadero enemigo era el imperialismo yanqui y los grupos de izquierda radical, como los trotskistas, con sus revistas.

En 1965, fallecida su primera esposa, Rosa María Otero, Lombardo se casó con María Teresa Puente, con quien había compartido su actividad política desde 1932. Con una curul asegurada se fue de luna de miel durante más de dos meses a viajar por Europa, mientras el PPS se vaciaba lentamente de militantes. Me parece que en ese momento fue evidente que Lombardo Toledano había dejado de ser el comodín que destrababa conflictos y propiciaba negociaciones, para pasar a ser un simple comodino.

El año de 1968 dejó al descubierto a un hombre degradado políticamente por lo que él suponía la firmeza de sus convicciones, que a los ojos de un Víctor Flores Olea, un José Revueltas o una Elena Poniatowska eran más conveniencias que convicciones.

Ante la invasión soviética a Checoslovaquia y las protestas en Polonia y Hungría repitió las consignas provenientes de Moscú en el sentido de que se atentaba contra la unidad de las naciones socialistas. A la rebelión juvenil en París la consideró como un infantilismo que iba contra las leyes de la historia, tratándolos de “profesionales del tumulto disfrazados de dirigentes de izquierda”.

Sus lamentables, indignas y poco inteligentes declaraciones después de la matanza del 2 de octubre, diciendo que la policía estadounidense y las oscuras fuerzas que conspiran contra nuestro país financiaban el movimiento estudiantil, son de una bajeza solo alcanzada por la estupidez represiva de Gustavo Diaz Ordaz. Es una pena que un hombre que había destacado en foros nacionales y mundiales, en buena medida por sus propios méritos, acabara opacando y denigrado su participación política al acompañar del brazo a déspotas criminales como Diaz Ordaz.

Habría mucho más qué comentar, pero no quiero extenderme demasiado, sólo me resta felicitar y agradecer a Daniela por haber escrito este libro, que, tengo la certeza, será imprescindible para comprender la vida política de México en el siglo XX.

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Sobre el autor

Julio Glockner