Privilegios de cuarentena / Luis Alberto Fernández G., académico Destacado

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Voces en los días de Coronavirus

Luis Alberto Fernández G.

Hace tan solo unos meses, realmente creía que los que hoy son jóvenes vivirían más de cien años y que incluso habría que elegir de qué morir. La mayoría de nosotros se acercaría también a ese límite de edad. Hoy vemos, sin embargo, que un pequeño agente infeccioso, que no llega ni a célula, modificó seriamente la trayectoria de nuestro mundo.

Ese diminuto conjunto de genes, envuelto en grasa y con una corona de espinas con las que se clava en las células humanas, me hizo pensar qué pasará cuando me infecte yo, vergonzante miembro del grupo de la tercera edad (se llega a él sin apenas percatarse) y con alguna comorbilidad de riesgo: ¿seré del 80% asintomático, o iré a dar a terapia intensiva? En este caso, ¿habrá lugar?



Hay que reconocer que dicho pequeño agente tiene una enorme avidez por la reproducción y la realiza en forma sumamente eficiente. Y también, hay que observar que todos los científicos del mundo dedicados a las disciplinas relacionadas no han logrado descubrir cómo aniquilarlo eficazmente, ni cómo combatir la enfermedad que causa en los humanos y ni siquiera si llegó a nosotros proveniente de otro animal –y ¿de cuál?-- o de una malévola o bien descuidada mente en un laboratorio chino. Este parcial fracaso, ¿tendrá que ver con la pequeña proporción de recursos que dedicamos a la ciencia, comparada con lo que se gasta en espectáculos, empezando por los deportes-espectáculo? De todos modos, la ciencia nos está brindando las mejores respuestas y es razonable esperar que lo seguirá haciendo y esto, quizá, nos dé ocasión de cambiar de héroes, de orientar el aprecio social y los recursos de otra manera.

La reclusión, además de la higiene --la única medida que se ha propuesto contra peores consecuencias de la pandemia--, sin embargo, nos ha brindado ocasión de caer en la cuenta de qué tan ricos somos; esto es, ¿ricos en qué? En afectos, por ejemplo. ¿Tenemos con quién recluirnos más de dos meses y vivir bien? Añoramos los abrazos ¿de cuántas personas? ¿Y tenemos a quién abrazar en la reclusión? Y, además, ¿vivimos con espacio suficiente para disfrutar la naturaleza sin acercarnos a contagiar o ser contagiados? ¿Sabemos qué hacer con el tiempo? ¿Podemos trabajar a la distancia? ¿Tenemos forma de solidarizarnos con los que han dejado de percibir un magro ingreso diario? ¿Tenemos qué leer, qué música escuchar o tocar o cantar, o qué escribir? Es tiempo, entonces, de hacer recuento de los privilegios y responder, de alguna manera, en solidaridad con los que tienen menos que eso. Muchos tienen mucho menos. Porque los que podemos contestar afirmativamente a estas preguntas somos enormemente privilegiados. Y debemos tenerlo presente.


Luis Alberto Fernández G.

junio de 2020



(Imagen de la portadilla tomada del portal del National Institute of Allergy and Infectious Diceases)

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