Las oportunidades de la pandemia: corregir el rumbo tras la vorágine/Armando Pliego Ishikawa, comunicador Destacado

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Voces en los días del coronavirus

rmando Pliego Ishikawa, comunicador



Es difícil poder poner en unas cuantas palabras todos los sentimientos que uno experimenta ante un acontecimiento como el que se vive en comunidades de todo el planeta ante la emergencia sanitaria provocada por la propagación del Coronavirus. Sin afán hiperbólico, creo prudente señalar que esta es la crisis social más grande a la que la generación a la que pertenezco se ha enfrentado.

La incertidumbre es mucha, los mensajes variados, el flujo tan acelerado de la información satura nuestra propia capacidad para procesarla. Y sin embargo, ante el apabullante espectáculo mediático que el surgimiento de este virus despertó, creo que la mejor apuesta en estos momentos es justamente apagar las fuentes de esos mensajes inciertos o cuando menos prestarles la justa atención sin comprometerse, y en su lugar volteemos a ver las certezas que se hacen evidentes. Por eso no pretendo ponerle nombre a todo lo que pasa por mi cabeza, pero sí quiero profundizar en el hecho de que hoy muchas realidades antes distantes hoy son inmediatas y que al hacerse patentes muchos de los vaticinios hechos en el pasado sobre las tragedias cotidianas que solemos ignorar, voltear la vista de nueva cuenta sería el mayor error. No sabemos y probablemente nunca resolveremos muchas de las suspicaces incógnitas que hoy se discuten por todas partes, por eso debemos apostar por evidenciar aquellas dudas del pasado que ahora se responden y llevar a la discusión pública temas que antes eran ignorados.

La duda que más frecuentemente me invade en estos días de reflexión, es el cómo aprovechar la crisis y sacar algo útil de ella. En una discusión en un grupo familiar de WhatsApp, una querida prima señaló “Si pasamos esta crisis y dejamos de plantear soluciones para las incoherencias que observamos durante esto, de nada habrá servido”. Y es muy cierto: lo menos que podemos hacer, o en algunos casos lo único, es servirnos de esta gran oportunidad para poner al desnudo a nuestra sociedad para corregir el rumbo en los distintos aspectos que ante la aceleración de las contradicciones de nuestro modelo económico y el estilo de vida que exige, empezamos a ver como prioritarios.



Y es que ante una crisis de la magnitud que estamos experimentando, desperdiciar la coyuntura para hacer necesarios cambios en distintas dimensiones de las vidas cotidianas de todas las personas que habitamos el planeta, sería la mayor tragedia de todas. Sabemos que estamos frente a un reto con una escala enorme, y justamente por eso tenemos que exigir más de nosotros en un futuro próximo pues nuestra contribución ante la emergencia no puede reducirse únicamente a quedarnos en casa. Tenemos que pensar en qué vamos a hacer con la sociedad misma cuando llegue el momento de salir nuevamente, y sobre todo tener claro que no podemos volver a la normalidad y que necesitamos una nueva definición de lo que será normal de aquí en adelante...



El caos es una escalera, decía Peter Baelish de Juego de Tronos, e indiscutiblemente muchas personas están viendo en este caos oportunidades de ascenso: en el escenario global, el primer ministro húngaro Viktor Orbán poco tardó en utilizar este momento histórico para extender su abanico de herramientas para el ejercicio del poder con aires autocráticos. En México tampoco tardó la CONCAMIN en solicitar, so pretexto de la pandemia, posponer por varios años la implementación del etiquetado en alimentos; la COPARMEX por su parte solicita una serie de medidas para proteger a los patrones, entendiéndose como creadores de empleos, pero no para cuidar a sus empleados, que son los creadores de la riqueza de la que ellos gozan. Incluso el presidente, hábil como siempre, aprovecha la intersección de varias crisis para salir avante al atribuirse mañosamente la disminución del costo de la gasolina, más bien producto de una guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia. Incluso en escenarios más inmediatos hay quienes hoy suben a vagones de metro y a autobuses de transporte público para limpiar barandales y tubos a cambio de una cooperación voluntaria por parte del público usuario. También en el escenario individual habrá quienes mejoren sus habilidades de cocina, aprendan o perfeccionen el manejo de otra lengua, quienes fortalezcan sus herramientas emocionales para lidiar con las crisis, o quienes de una vez por todas logren mantener viva a una planta más de dos semanas.

Así pues, vemos cómo en medio de la vorágine los intereses de grupo siguen primando y nunca faltarán los que obtengan el rédito personal que decisiones audaces en momentos críticos pueden generar. Decisiones que antes habrían tardado meses o años en tomarse, o que de plano eran imposibles, hoy se definen en cuestión de días. Y es precisamente esto lo que más me llama: ¿cómo utilizamos esta crisis para encumbrar propuestas para hacerle frente a la larga lista de retos que tenemos como especie? ¿cómo aprovechamos para insertar en la discusión esos cambios que por años se ha trabajado y luchado? Esa es la duda que me acosa, pues ideas problemas invisibilizados sin duda se han hecho evidentes e ideas para combatirlos no han faltado y vale la pena mencionar algunos:

La oportunidad de quedarnos en casa ha demostrado que esa inútil junta de trabajo sí pudo haber sido un correo electrónico y que de hecho muchas de las labores desempeñadas en muchos trabajos de oficina no requieren presencia física del trabajador en todo momento.

En terrenos teóricos del Estado y la administración pública, gracias a la posibilidad de analizar cómo enfrentan la crisis de maneras distintas países como EE. UU. y Alemania también se discute la posible muerte del mito del gobierno chico y la necesidad de un gobierno que ofrezca muchas más garantías, empezando por el robustecimiento de los sistemas de seguridad social y la ampliación de la cobertura. Mientras que en un país temeroso de los sistemas universales de salud como EEUU -miedo remanente de la guerra fría y la operación del aparato ideológico de aquel entonces- enfrenta una crisis grave, pues con tantos empleos formales sin ausencia médica pagada y con un sistema de salud prácticamente privado, se perfila para ser el país con más infectados y todo lo que eso conlleva; Alemania demuestra que la inversión constante en el sector y un sistema de seguridad social más amplio así como leyes más estrictas para los empleadores que permiten a un porcentaje mayor de su fuerza laboral guardarse en casa, tienen como resultado un buen desempeño en el combate a la propagación de la infección.

Ante la precaria realidad Latinoamericana que exige a muchos salir de casa para ganarse la vida, a pesar de las bien intencionadas recomendaciones de hacer lo contrario, hay ciudades que están optando por hacer ciclovías “temporales” de bajo costo y rápida implementación para descongestionar el transporte público y promover una sana distancia en los traslados. (https://www.semana.com/nacion/articulo/ciclovias-temporales-en-bogota/657000)

En otras latitudes, la reacción positiva de la población que sí puede guardarse en casa ha dado lugar a una disminución del uso del automóvil sin precedentes, limpiando el aire (https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/coronavirus-reduce-contanimacion-aire-europa_15370/amp) y de hecho previniendo -hasta a mediados de marzo- más de 50mil muertes prematuras entre mayores de 70 años (http://www.g-feed.com/2020/03/covid-19-reduces-economic-activity.html).

¿Cómo podríamos desear volver a una normalidad, como la mala calidad del aire pre-Covid-19, que mata a 8 millones de personas al año? ¿A una normalidad de inseguridad vial que en diez días mata a más gente que todos los muertos por el virus hasta la fecha? ¿Cómo nos permitiríamos añorar una normalidad que destruye y que al ser pausada nos queda claro que es nuestro aparato económico el que nos está condenando a un futuro sin mucho futuro?

Grandes pensadores contemporáneos han hecho apuntes interesantes sobre las oportunidades que esta pandemia trae consigo. Zizek, con mucho optimismo, y desde su afamada postura aceleracionista, destaca que el virus traerá una vigorización en la lucha anticapitalista. Byung-Chul Han, por el contrario, nos advierte que no podemos dejar la revolución en manos del virus y ve por el contrario el surgimiento de un estado policial en sociedades como la europea, sin embargo sí hace un llamado a repensar el capitalismo y su destructiva fuerza. Por su parte, Harari habla de los riesgos de un surgimiento del totalitarismo estatal y control de los cuerpos en muchas naciones si no logramos incorporar a la narrativa de su combate el acceso a la información y el empoderamiento de la ciudadanía. Butler habla de la necesidad de entender la interdependencia global y las obligaciones mutuas en tiempos de la crisis.

¿Cuáles serán nuestros propios apuntes? ¿qué cosas positivas podremos sacar de la pandemia? ¿cómo hacemos para superar la inmediatez de las redes y la irracionalidad en sus debates? Esas son las dudas que desearía se diseminaran con la misma velocidad que el miedo que propaga el virus, que sin duda es más rápida que el contagio de este. Tenemos una oportunidad enorme para no permitir que pasada la tormenta todo siga igual y el reto es aprovecharla. La reconstrucción de la sociedad requerirá de ideas audaces y posturas valientes. Aprovechemos las próximas semanas para discutirlas.

(Ilustración de portadilla tomada del blog Edgady Aponte)

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Sobre el autor

Armando Pliego Ishikawa

Armando Piego estudia comunicación en la BUAP y Ciencias Políticas en la UNAM, y a un tiempo. Se ha destacado como un muy serio activista urbano por los derechos de los peatones y los ciclistas. Y es un de los más aguerridos analistas sobre la movilidad en la ciudad de Puebla.