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Kenia, un país loco y colorido/Crónica de viaje Destacado

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Mundo Nuestro. Asís Hallab, viajero en este mundo nuestro, y de visita en África. Así se define a sí mismo: "Káliman admirador del viento susurreando en los bosques coníferas de México."

Este breve relato nos abre al misterio del continente que Kapuzinzky bautizó como Ebano.



La primera noche en Kenia ya sobreviví.

En la tarde salí con un amigo de la familia, Marc, y pasé con él por el centro de Kisumu. Carreteras polvorientas con innumerables motocicletas, taxis tuk-tuk, ruido y más gente. No entiendo por qué a pesar del calor los kenianos usan chaquetas e incluso bufandas acá en los trópicos. Hasta cuando están sudando chorros no se quitan la chamarra. En el centro hay un cuadro de edificios de oficinas en el estilo de los años 60, en este divertido diseño de lámpara de lava y tonos marrones anaranjados. En las calles cabras y vacas una y otra vez. Todos se llaman hermano, hermana, mamá o papá. El mercado es un laberinto de callejones estrechos por donde ningún burro pasaría. Pequeños comercios que exhiben y trabajan la mitad delante de la puerta y la otra mitad adentro. Verduras y frutas se venden al lado del sastre y su vecino es un taller y herrería.



Luego, por la tarde, salimos hacia el lago Victoria. Los edificios están hechos de hierro corrugado y arcilla. Parecido a lo que ves en las carreteras rurales de México. La gente vive con sus animales y del comercio de la carretera. En sus orillas se encuentran muchos puestos de comida casera y lavaderos de coches. No sé por qué puedes lavar tu auto en cualquier parte. El lago es enorme y totalmente tranquilo.



En una acacia, que estaba medio inundada, anidan estos pequeños pájaros tejedores amarillos, que hacen sus nidos esféricos en las ramas. Los enjambres de libélulas danzan sobre los nenúfares, tres especies diferentes de garzas vuelan alrededor. Cuando el sol se pone, el lago se pone rojo y se anuncia una tormenta. Tomamos un barco para buscar hipopótamos, pero no había ninguno. Luego pescado fresco en una salsa agridulce de tomate. Finalmente me caí en la cama a las nueve y media y sólo me desperté de nuevo cuando estaba claro que tenía que colgar urgentemente el mosquitero. Completamente pinchado y con el zumbido constante de los mosquitos volando por mis orejas. A las cuatro de la mañana el vecino se despertó con sus tres horas de oración súper ruidosa del viernes musulmán. No es un lugar quieto Kenia.

Ahora estoy en un autobús completamente sobrepoblado para ir a la sabana a las famosas formaciones rocosas.

Un país loco y colorido.

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