Acción civil

Mundo Nuestro. Cien años de la revolución de octubre en Rusia, el movimiento social que marcaría el siglo XX. Vale aqui presentar el texto de arranque del conjunto de textos que la revista Nexos ha elaborado para su edición de este mes,escrito por el economista y ensayista Rodrigo Negrete, y que la revista presnta de esta manera:

En octubre de 1917, Rusia entró al túnel de la historia. El asalto al poder de los bolcheviques dejó atrás la tiranía de los zares y abrió la dictadura de los soviets. El eco de aquel terremoto fue inmediato, y dejó sentir su rigor y su furia desde los primeros días en todo el mundo. Ofrecemos aquí una pequeña historia del asalto bolchevique al cielo y el relato de sus ondas concéntricas, tal como se reflejaron en la prensa de Estados Unidos, México, España, India e Italia. Moscú, 1917: la revolución perdida

A todo hombre, sea quien fuere, le es indispensable inclinarse ante lo que constituye la Gran Idea. Aun al hombre más estúpido le es indispensable que haya algo grande…. —Dostoievski, Demonios.



Para Ayari Prieto Stock, sobreviviente.

En los años noventa todo indicaba que teníamos un veredicto definitivo sobre el fracaso del experimento soviético. Su violenta incomprensión de lo que mueve a los individuos y a las sociedades se había traducido en una asfixia de la sociedad civil que gangrenó el sistema hasta colapsarlo. Quedó claro que la verdadera puerta a la modernidad eran las sociedades abiertas. Occidente podía sentirse satisfecho de sí mismo. Su autocomplacencia dio hasta para pensar que la historia había terminado. Esa seguridad arrogante recibió una secuencia de reveses que incluyen la sacudida del sistema económico global en 2008, la puesta en entredicho de la Unión Europea, la fatídica crisis político-cultural de 2016 con la renuncia angloamericana al credo neoliberal que, en buena medida, fue una exaltación de su capitalismo. A más de 25 años del colapso de la Unión Soviética comienza a entenderse como el primer acto de una crisis mayor del legado de la modernidad. Estamos viendo desplegarse en tiempo real el segundo acto, con el grotesco reality show que la era Trump le brinda al mundo. En cuanto al tercer acto… no queremos siquiera pensar en él.

No hay que caer en la tentación de ver el triste espectáculo de hoy como una crisis más del capitalismo. Es una crisis de carácter civilizatorio. No se entenderá el punto si se sigue incurriendo en los tics del aparato conceptual marxista que todo lo reduce a sistemas económicos. De hecho, marxismo y neoliberalismo son, en buena medida, expresiones de una metafísica de la modernidad que insiste en ver a los órdenes humanos como mecanismos, eficientes o defectuosos. De ahí derivan ambas vertientes de pensamiento sus respectivas agendas de ingeniería social. El paralelismo es aún mayor si reparamos en hasta qué punto ambas son en primer término creaciones de intelectuales para intelectuales, pero con un impacto desmesurado en la historia.



Desde luego sus diferencias no son menores. El marxismo, una vez fusionado con esa mezcla de jacobinismo y terrorismo ruso que cuajó en el Partido Bolchevique, buscaba imponer un significado macro al orden social. Al neoliberalismo tal cosa le tiene sin cuidado: no es cuestión de hacer preguntas sobre el significado de la historia, sino de aceitar el mecanismo de mercado para que sea un surtidor de bienes sociales. El neoliberalismo ha sido como un materialismo histórico ayuno de historia. Da por buena la idea de que la relación causal va de la estructura a la superestructura, pero con un desdén sin par por el pasado. Las tensiones irradiadas por olas anteriores de liberalismo y globalización ya han dado lugar a eventos catastróficos como la Primera Guerra Mundial que no tiene todavía una explicación satisfactoria. Lo cierto es que los hechos históricos que han marcado nuestra era han ido a contrapelo del cálculo y de la racionalidad económicos.

Marxismo y neoliberalismo no dejan de ser dos tataranietos de la Ilustración, aquel optimismo radical sobre las capacidades del hombre para crear su propia realidad cimentado en un conocimiento de la historia que lo libera del pasado, el cual sólo puede ser mirado como lastre o estorbo. El marxismo, más viejo que el neoliberalismo, trató de responder a preguntas mayores sobre el destino humano que lo vinculan con la teología. El marxismo-leninismo, específicamente, fue una respuesta a la crisis ocasionada por el proceso de secularización en sociedades atrasadas. Una respuesta espantosa sin duda, pero de conexiones más profundas de lo que se le concede con las ansiedades propias de sociedades que experimentan cambios fuera de su control y su comprensión.

El marxismo pretendía ser una superación de la filosofía especulativa alemana, pero no dejó de ser su producto y de responder a su proyecto. El idealismo alemán tomó la estafeta de la vieja teología al proponerse una visión unificadora de la historia bajo la convicción de que hay un significado que es posible escuchar entre todo el caos y el tumulto del paso del hombre por este mundo. Nada de furia y ruido como se concluye en Macbeth, sino sentido oculto y profundo, ahora revelado no mediante la gracia de la Fe, sino por la fuerza del intelecto y sus facultades críticas. Hegel parte de esta convicción, que Marx hace suya íntegramente: la Historia muestra su sentido conforme avanza. Esa confianza total en el poder del pensamiento puro para descubrir realidades y verdades últimas corresponden a lo que Rüdiger Safranski ha llamado “los años salvajes de la filosofía”, de los cuales Marx es una cúspide. El materialismo filosófico no deja de ser una metafísica. Nada que ver con el pensamiento científico que reúne evidencias a partir de prueba y error para juntar las piezas del rompecabezas y hacerse una idea del conjunto sin prejuzgar cómo es. En el marxismo, como en toda filosofía especulativa, se sabe de antemano cómo luce la totalidad y a dónde conduce. De la epifanía del Manifiesto comunista a El capital de 20 años después, hay mucho trabajo de biblioteca, pero no la disposición a reconsiderar la tesis inicial. Tendrán que llegar los años de la filosofía analítica en el siglo XX para purgar a la tradición filosófica de Occidente de sus deslices metafísicos, del pensamiento embrujado por el lenguaje y la confusión de sus propios procesos mentales con la realidad.



Realidades empíricas como la clase obrera no son en el marxismo más que una construcción filosófica. Nada tiene que ver esta construcción con las aspiraciones mundanas de los trabajadores, sus creencias, hábitos, costumbres, vínculos generacionales o familiares, formas de socialización y diversión.1 Nada que recuerde su ser social: sólo su posición en un momento dado del drama histórico donde la explotación del hombre por el hombre será abolida de una vez por todas. A la lucha por una vida mejor se le asigna un hipersignificado: esa lucha debe ser el vehículo para que la historia adquiera un nuevo nivel de conciencia sobre sí misma y marque un parteaguas definitivo. La clase obrera tiene un papel asignado: alguien le debe avisar de ello y tal aviso viene de fuera, de quienes han captado las verdaderas leyes del devenir histórico. El marxismo se concibe también como un desenmascaramiento de todos los mecanismos ideológicos e institucionales que ocultan la verdadera naturaleza del dominio y la explotación. Si esto fuera evidente, llegar a la verdadera conciencia de clase no requeriría de un trabajo teórico. Al proclamarse como una ciencia porque devela los discursos dominantes como falsa conciencia, el marxismo establece que no cualquiera puede comprender semejantes revelaciones y traducirlas en una praxis. Muchos marxistas se consuelan diciendo que Lenin pervirtió a la doctrina instituyendo una elite revolucionaria para realizar una función vicaria de la clase obrera en la historia, pero la perspectiva privilegiada que el marxismo supone dejó abierta la puerta a la perversión leninista.

El primer receptor del mensaje clarividente del marxismo es el intelectual, la intelligentsiaen general. Un fenómeno que se le escapó al análisis ortodoxo de la lucha de clases —tendría que llegar Gramsci para tomar nota de ello— fue hasta qué punto el trabajo intelectual y los que a él aspiran eran la novedad en el paisaje. La expansión de los servicios educativos, las imprentas y las editoriales, la multiplicación de espacios que van desde la oficina, el aula, el cubículo, al café y la bohemia, le dan a la modernidad fin-de siècle uno de sus rasgos característicos. Algunos van captando que la diversificación de espacios y formas de participación obligaba a pensar más allá de las relaciones y conflictos en el taller y la línea de montaje: los procesos productivos se inscribían en otros más amplios y las corrientes revisionistas del marxismo (Bernstein) intuyeron que éste debía ciudadanizarse. Surge una elite aspiracional que no puede definirse meramente desde el enfoque de la propiedad de los medios de producción. La paradoja es que, para esa nueva clase en ciernes, el duro marxismo ortodoxo y los discursos radicales que cuestionan frontalmente las jerarquías dominantes representan un atractivo mayor. La educación nunca dejará de ser un modelo imperfecto de lo que uno habrá de toparse en la realidad, pero es posible brillar en ese mundo artificial y desde ahí generar expectativas mayores así como derechos meritocráticos que no necesariamente garantizan acomodo y debido reconocimiento allá afuera. Tal vez no es casualidad que muchas figuras revolucionarias destacaran en su etapa estudiantil. Son los candidatos más viables a disputar poder e influencia con un discurso de emancipación universal que todo lo desenmascara salvo sus propias motivaciones, en las que se funden los deseos de justicia y cambio por un lado, con los de resentimiento y ambición sin límites por el otro. El marxismo se convierte de este modo en la ideología última, pues no puede haber mejor coartada del interés propio que presentarse como la crítica de todas las ideologías. Esta será una constante a lo largo del siglo XX con su punto más evidente en el mayo francés, cuando el estudiantado prácticamente se asume como sucesor de la clase obrera en la batalla por la historia. Por contraste, queda el movimiento Solidaridad en Polonia como la única revolución genuinamente proletaria del siglo XX pero con un sello inequívocamente anticomunista.

Una conocida viñeta publicada en la prensa rusa a raíz de los acontecimientos del domingo sangriento de enero de 19052 presenta un acomodo piramidal. En la cúspide está la aristocracia, en el estrato siguiente aparece la jerarquía eclesiástica, luego la burguesía glotona y bebedora, abajo el ejército represor y por último, sosteniendo todo aquello, el pueblo sufrido y doliente. La ilustración es perfecta tanto por lo que muestra como por lo que omite. Tal pareciera que no hay una manera de insertar ahí a intelectuales y beneficiarios del sistema educativo, de modo que la pirámide en realidad representa su posición panóptica: captan el todo y el sentido del todo, salvo a sí mismos.

La intelligentsia en Rusia podía obviar su propia presencia en tanto sujeto cognoscente, pero otra cosa distinta era vivir bajo una monarquía absoluta que la invisibilizara, pues ésta estúpidamente le había apostado todo al carisma místico como sello de su reinado, cosa que de pasada la eximía de ver u oír lo que la marea de la modernidad arrojaba a su playa euroasiática. En el desencuentro entre la dinastía Romanov y la intelligentsia rusa también tuvo mucho que ver esta última. En marzo de 1881 un círculo de conspiradores no muy distinto al descrito por Joseph Conrad en su novela The Secret Agent, atentó con explosivos contra el zar Alejandro II (abuelo de Nicolás II) castigando con la muerte al Romanov más liberal de la dinastía y abortando así cualquier transición hacia una monarquía constitucional.

Un rasgo distintivo de la revolución rusa, a diferencia de su contemporánea revolución mexicana, mucho más plebeya y genuina, fue el peso específico de la intelligentsia, no sólo en la dirigencia bolchevique, sino en muchos otros actores y organizaciones decisivos. La pasión revolucionaria y hasta terrorista de los segmentos radicalizados de la intelligentsiaantecedió a su conversión al marxismo, le dio a éste un sello conspirativo particular que no se encuentra en sus versiones occidentales. Las primeras lecciones políticas de Lenin provienen de la literatura de Chernyshevsky3 y de círculos como la “Voluntad del Pueblo” de Tkachev, antes de toparse con los textos canónicos de Marx y Engels. De acuerdo con el historiador británico Orlando Figes, no fue el marxismo el que hizo revolucionario a Lenin sino éste quien inoculó de revolución al marxismo.4 Sin la cultura política específica de la intelligentsia rusa no se pueden entender la mutación del marxismo en bolchevismo ni las acerbas diatribas de Lenin contra las grandes figuras socialdemócratas de la época.

En perspectiva, la intelligentsia rusa aparece como un caso de mal procesamiento de la oleada de secularización venida de Occidente. Las obsesiones políticas comienzan a reemplazar a las de carácter místico religioso o más bien a reformularlas. No se cuestiona la promesa de la redención, de Parusía o advenimiento de un nuevo mesianismo, con sus bienaventurados y condenados, que marque el final de los tiempos. Tampoco se duda de la buena nueva de una trascendencia social que responda al sufrimiento presente de un pueblo más imaginado que experimentado en alguna forma de convivencia. Todo se retraduce a un lenguaje y una retórica política con su propia escatología. Nace así la idea de la revolución como un engendro místico, hermético a todo cuestionamiento: código común de toda la diversidad de discursos que ensayará esa intelligentsia como salida al desconcierto de su mundo perplejo ante los retos que le plantea Occidente. Esta visión de la revolución mesiánica y la posibilidad de recomenzar y ordenarlo todo bajo parámetros de justicia es la Gran Idea que gobierna y pierde a la intelligentsia, dispuesta a renunciar a cualquier cosa menos a su sagrada “revolución”, aun ya confinada en el Gulag, como bien observó Nadezhda Mandelshtam.

La revolución, parteaguas de los tiempos, nunca tuvo el anclaje científico que proclamaba. Es sintomático que incluso hoy en día filósofos neomarxistas como Alain Badiou o Slavoj Zizeck procuren darle una fundamentación desde una suerte de rabia abstracta que pasa por agudeza o profundidad: ejemplo perfecto de la violencia del pensamiento sobre la vida (Safranski) y de ese hábito inaugurado por los jacobinos franceses, tan dados a eslabonar razonamientos antes de aniquilar al adversario. Ahora nos queda más en claro que entre los adictos a las abstracciones radicales la verdadera fascinación es el apocalipsis con desembocadura nihilista: que nada quede, que nada sea, más que el acto puro de su propia afirmación.

La revolución engendró a sus terroristas y a sus monstruos de verdad, pero la intelligentsiaestuvo dispuesta a perdonarles todo: fue cómplice hasta el final, aun cuando los monstruos habían decretado su perdición. Toda su ineptitud y su miopía política se explica desde ahí, sin ellas hubiera sido imposible la victoria bolchevique en un contexto que, de otro modo, no hubiera dado lugar más que a una aventura efímera.

Otros, por el contrario, no le niegan agudeza de aptitudes, pero junto a un perfecto desconocimiento de la realidad, a una abstracción feroz, a una monstruosa evolución en un solo sentido…
—Dostoievski, Demonios

El Partido Bolchevique y los eventos que conducen a lo largo de 1917 al coup d’État del 25 de octubre de ese año (calendario juliano; 7 de noviembre en nuestro calendario gregoriano) son indisociables de la personalidad de Lenin. Quizás en la actualidad sea fácil burlarse de él como un pensador de tercera. Con alta probabilidad es el autor del peor libro en la historia de la filosofía (Materialismo y empiriocriticismo); sus textos sobre análisis económico y social son indignos de un estudiante que lucha por graduarse (Robert Service). Este monomaníaco de la revolución dejó, eso sí, una letanía de epítetos destinados a las izquierdas dispuestas a negociar con fuerzas liberales-democráticas que los extremistas del mundo entero hicieron suyos. Pero es un error juzgar las capacidades de hombres de acción meramente por la calidad de sus textos. Lenin, nacido Vladimir Ilich Ulianov (Simbirsk, 1870) y con su nom de guerre aludiendo al río Lena de la Siberia de su deportación en 1895 fue, sin lugar a dudas, un táctico y estratega de primera.

Lenin era un maestro para leer una coyuntura, en extraer lecciones de la experiencia y detectar los puntos débiles del enemigo. Sabía cuándo avanzar o retroceder; cuándo y cómo dar un viraje con timing perfecto. Se habla menos de su genio para la persuasión en corto, esencial en un conspirador. Lo hizo en cuatro ocasiones decisivas: en su arribo a San Petersburgo un mes después de la abdicación del zar, cuando los bolcheviques, Stalin incluido, creían que la orden del día era colaborar con una coalición de izquierdas. Lenin, con sus famosas “tesis de abril”, los llevó a una ruptura. Luego vino la encerrona decisiva con su comité central durante 14 horas entre el 10 y el 11 de octubre para persuadirlos, ante el pánico de más de uno, de dar el golpe que les daría el poder semanas después. Ya instalado en el poder, volvió a convencer a su círculo, a principios de 1918, de aceptar, para ganar tiempo, los términos de los tratados de Brest-Litovsk, una capitulación de facto frente a los alemanes. Por último, en 1921, volvió a persuadir al comité central de abandonar el llamado Comunismo de Guerra adoptando, por el momento, una política de mercado para frenar una rebelión campesina que hubiera podido arrasarlos.

Trotsky era un mejor agitador de masas, un orador fuera de serie, un divo de la revolución, mientras que Lenin en la plaza pública se prestaba a la parodia por su corta figura, su voz cascada y su dificultad para pronunciar las erres. Otra cosa era su capacidad de convencer a un grupo de hombres discutidores para que tomaran altos riesgos y siguieran un curso de acción preciso. Lenin tenía la clarividencia del que sabe lo que quiere: un activo invaluable en situaciones confusas y cambiantes.

La complejidad y vértigo de los acontecimientos de 1917 en el marco de la Primera Guerra Mundial difícilmente puede sintetizarse en unos párrafos. Básicamente hay tres momentos nodales. Las extraordinarias jornadas de febrero que culminan con la abdicación del zar una semana después, resultado de una verdadera movilización espontánea de las masas que toma a todos por sorpresa, comenzando por los partidos de izquierda (bolcheviques, mencheviques y social revolucionarios). Posteriormente, los acontecimientos de julio, donde el segundo gobierno provisional (Kerenski) apuesta a una contraofensiva contra Alemania, fracasando estrepitosamente en el intento. Esto conduce, simultáneamente, a un amago de golpe militar para disciplinar al ejército (Kornilov) y a un fallido motín liderado por los bolcheviques, que intentan en vano replicar las movilizaciones callejeras de febrero. Finalmente, la toma del poder por los bolcheviques en la mal denominada Revolución de Octubre. Fue en realidad un coup d’État logrado con la complicidad de la guarnición de Petrogrado (amotinada contra el gobierno porque iba a ser enviada al frente) y piquetes armados en puntos estratégicos de la ciudad. Todo al más puro estilo golpista, técnica que los fascistas imitarían.

El efímero paréntesis de gobiernos en libertad que experimenta Rusia antes del golpe bolchevique estaba destinado al fracaso por diversas razones. El primer gobierno provisional, encabezado por el príncipe Lvov, confundía gobernar con legislar, bajo la enorme presión de una guerra que se estaba perdiendo. Uno de sus primeros decretos fue sencillamente suicida: institucionalizar los comités de soldados en el ejército, quebrando las cadenas de mando. La disciplina se perdió para siempre y de ahí irradió una crisis de autoridad que se extendió a las zonas rurales con las que buena parte de la tropa guardaba vínculos.

No menos crucial es el hecho que de la Revolución de Febrero surge una estructura semirrepresentativa dual: a la Duma o cámara de deliberación integrada apresuradamente con notables ante la dimisión del zar para formar gobierno, se suman ahora los Soviets (consejos de obreros y soldados) que votan en asamblea a mano alzada con su comité ejecutivo (Ispolkom) conformado por representantes de partidos de izquierda y autopromovidos miembros de la intelligentsia. La imposible tarea que se marcan los gobiernos provisionales (Lvov primero, Kerenski después) es consolidar las instituciones democráticas sin haber emanado ellos mismos de un proceso democrático (algo similar a lo que experimentaría Gorbachov 70 años más tarde), subordinando las dos decisiones candentes (la cuestión de la tierra y la guerra o la paz) a la instauración de una Asamblea Constituyente mediante elecciones casi imposible de organizar en un territorio de la complejidad del imperio ruso.

Lenin explotó perfectamente las debilidades y vacíos de estos gobiernos consecutivos. Su golpe de Estado fue un tres en uno: contra el gobierno provisional propiamente dicho y la Duma del que emanaba; contra el comité ejecutivo del Soviet y, un par de meses más tarde (en enero), contra la Asamblea Constituyente, a la que sólo permite su sesión inaugural para clausurarla en la madrugada al no obtener de ella, como era de esperarse, el reconocimiento del golpe.

No deja de ser significativo que el resto de la izquierda y de la intelligentsia no bolchevique, si bien protestó airadamente contra la manifiesta ilegalidad detrás de la estrategia de hechos cumplidos de los golpistas, nunca los percibieron como una verdadera amenaza, pese a que claramente estaban destruyendo las instituciones de representatividad y autogobierno emanadas de la Revolución de Febrero. Lo que más temían era un golpe de Estado de la reacción ya que, después de todo, veían a los bolcheviques como de los suyos: desaprobaban sus métodos pero consideraban que el objetivo final era el mismo y que, a su manera, se estaban haciendo cargo de las demandas de las masas. No se les ocurría que los métodos bolcheviques terminarían fijando sus propios objetivos, que el uso de la violencia puede ser adictivo y, en la impunidad, sistemático. El credo de la revolución y de sus objetivos finales no los había preparado para sospechar que los procesos históricos se configuran a sí mismos, pues el camino tiene la última palabra, no la meta.

Y el camino fue atroz. Historiadores como E. H. Carr encabezaron la indulgencia académica hacia los bolcheviques insistiendo en que su violencia y su autoritarismo fueron en realidad producto de la guerra civil (1918-1920), que les fue impuesta por generales reaccionarios y por ejércitos extranjeros: la legión checoslovaca y la ocupación norteamericana del puerto de Arcángel en 1918; la presencia británica y francesa asimismo en el Mar Negro y Crimea en 1920. Pero la guerra civil ya estaba en el script bolchevique y era inevitable una vez que se optó por la ruta golpista, sobre todo al suprimir la Asamblea Constituyente. Lenin tuvo siempre presente el análisis de Marx de la Comuna de París en cuanto a que ésta fracasó por no saber hacerse de los aparatos del Estado y convertir la revolución en guerra civil. Por iniciativa de Lenin, en diciembre de 1917, antes de que se organizaran los ejércitos blancos o intervención extranjera alguna, se ordenó la formación de la Comisión Extraordinaria para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje (Cheka por su acrónimo ruso: antecesora de la GPU, luego NKVD y finalmente KGB) con la directiva de perseguir, aprisionar y realizar ejecuciones.5 También en diciembre se inicia la clausura de la prensa antibolchevique. Pero lo más sintomático es que desde marzo de 1918, cuando el Partido Bolchevique cambia de denominación a Partido Comunista, en las directrices emitidas por el comité central aparece el término “ex personas” para designar a los segmentos sociales presuntamente ligados al zarismo o al gobierno provisional derrocado. Las tarjetas de racionamiento repartidas asignan gramajes según la condición social. Dirigentes como Zinóviev anuncian que un 10% de la población rusa puede ir esperando lo peor, y por lo pronto su tarjeta de racionamiento sólo “les recordará el olor del pan”.6Por primera vez la culpabilidad de alguien frente al Estado se define no por lo que hace, sino por lo que es: la revolución bolchevique comienza a presentarse menos como camino a la utopía y más como una “solución final”.

Los bolcheviques (ahora comunistas) surgen victoriosos de la barbarie en la que se precipita el país por tres años. A diferencia de los rojos, los blancos nunca consiguen tener un mando unificado ni articular un discurso político. Logísticamente estaban condenados, pues no contaban con el suministro de municiones de las grandes ciudades ni con los centros ferroviarios, todos bajo control bolchevique. Estos últimos tenían, en cambio, el apoyo de los oficiales más profesionales del ejército ruso, curtido en la Primera Guerra. Estaban hartos de recibir órdenes estúpidas emitidas por superiores sin otros méritos que sus lazos con la Corona. Isaac Deutscher hizo creer a Occidente que todo fue básicamente mérito de Trotsky, quien ciertamente tenía talento para organizar en condiciones improvisadas, pero nada cercano a un “Napoleón Rojo”. La verdadera conducción de operaciones la hicieron profesionales que de otro modo hubieran estado desempleados —en el mejor de los casos. Con el tiempo transcurrido después de la célebre trilogía de Deutscher7 y con acceso a nuevas fuentes, sabemos lo que la versión de Deutscher tiene de apasionada, imaginativa y mendaz, como toda hagiografía que se respete.

—No era eso, no era eso; no era nada de eso…
—Dostoievski, Demonios

La contradicción de crear una elite cuya misión era imponer la igualdad fue clara para muchos durante las disputas dentro de la socialdemocracia rusa en 1902, Trotsky entre ellos, el mismo que 15 años después, ante la posibilidad de la toma del poder con la franquicia bolchevique, olvidó convenientemente sus objeciones. Si bien el terror desatado como política central y la guerra civil fueron elecciones deliberadas, cabe concederle a Carr que fueron asimismo eventos decisivos en la conformación de la psique colectiva bolchevique y del curso que tomaría el régimen. Ya Dostoievski advertía que los crímenes orquestados por cliques las cohesionan más que su ideología dura. Una disciplina creciente se fue ganando cada vez que se rebasaban umbrales y puntos de no retorno. El asesinato de la familia real en julio de 1918, por ejemplo, marca una escalada en el despliegue del terror. Seguirían las ejecuciones sumarias de kulaks (campesinos prósperos) y la confiscación de alimentos de las aldeas —especialmente en la provincia de Tambov, región del Volga— que precipitó una hambruna con episodios documentados de canibalismo. Luego la institución de campos de concentración con un uso cada vez más generalizado del trabajo forzado8 y, finalmente, la represión de Kronstadt contra los mismos marinos que colaboraron en el putsch de 1917. No hay una cuenta confiable de cuántas vidas se perdieron en la guerra civil rusa aunque todo indica una catástrofe de varios millones si se toma en cuenta, además, que el país venía de una guerra mundial. Pero el proyecto leninista era justamente ése: hacer de la guerra imperialista una guerra civil que barriera no sólo a Rusia sino a toda Europa.

Es ridículo que Trotsky denunciara el curso ulterior que tomaría el régimen, atrapado en su dinámica violenta, como una desviación del Octubre Rojo. Quizás la desviación y su propia caída en desgracia eran asuntos indisociables para él. Pero Lenin y Trotsky habían abierto la vereda hacia el totalitarismo: la eliminación de las libertades políticas y civiles, el terror policiaco, la supeditación de la sociedad al Estado, del Estado al partido y éste a un comité central, haciendo imposible que fuera una instancia supervisada por cualquier otra. La intelligentsia bolchevique había mutado en ideocracia. Pero, por encima de todo, su novedad fue hacer de la ideología omnipresente un arma de destrucción masiva lista para ser utilizada. Todos esos elementos los perfeccionaría Stalin. Richard Pipes (1995) considera que la guerra civil fue en realidad un episodio de sometimiento y conquista de Rusia tierra adentro. El último antecedente en el mundo de un episodio análogo, bajo la bandera de una religión política, había sido la conquista musulmana de los siglos VII y VIII.

Los pasos que le faltaban dar a Stalin eran la destrucción de la vida campesina, la supresión de toda forma de propiedad privada, volver a los ciudadanos propiedad del Estado y conformar un régimen en el que los mismos carceleros fueran prisioneros. La cereza en el pastel fue convertir la violencia del partido hacia la sociedad en violencia hacia el propio partido para recomponerlo a la medida. Stalin captó las debilidades de la vieja guardia bolchevique, no sólo por su origen social, ajeno al de los nuevos cuadros del partido que veían en éste la única posibilidad de ascenso social, sino porque en ella estaban sobrerrepresentadas minorías que fácilmente suscitaban resentimiento: armenios, judíos, letones y georgianos (como él). Stalin decidió encabezar la nueva composición social del partido y del régimen para transformarlo en la burocracia militante del homo sovieticus, dando un viraje hacia el gran nacionalismo ruso. El terror desde arriba era la única fuerza capaz de dinamizar un régimen así, dado a la estratificación y el estancamiento. Stalin lo comprendió todo a la perfección.

El estalinismo fue la fase superior del leninismo, pero creó además un dispositivo ideológico que podía replicarse. Mao y Pol Pot fueron discípulos creativos que vieron, en las vidas de millones, la materia prima necesaria para experimentar. La revolución delirante y metafísica es una enfermedad del alma con consecuencias. Honra a la gran literatura rusa haberlo diagnosticado con toda clarividencia frente al fracaso —ayer y hoy— de un pretendido conocimiento sistemático del fenómeno humano.

Rodrigo Negrete
Economista, estadístico, ensayista.


1 Quizá por ello el historiador marxista E.P. Thompson emprendió una investigación en esa dirección más empírica como buen británico. Con todo se le escapó lo esencial: las formas de socialización de la clase obrera, lejos de encerrarla en sus intereses de clase la ciudadanizan, por lo que se identifica más y más con la nación como algo más grande que ella misma. La ciudadanización es un proceso mental, individual y colectivo, por el que se remontan provincialismos de origen, sean geográficos o sociales.

2 El evento se refiere a una manifestación obrera encabezada por un Pope Ortodoxo un 9 de enero en San Petersburgo para presentarle al zar Nicolás II un pliego petitorio, dadas las penurias de racionamiento derivadas de la Guerra del Imperio con Japón además de demandas obreras tradicionales. La marcha de alrededor de 60 mil personas fue recibida con tres descargas de fusilería por parte del destacamento apostado frente al Palacio de Invierno. La grotesca represión dio origen a un levantamiento generalizado en distintas zonas del imperio. El primer “ensayo general de la revolución de 1917”, como le llamó Lenin.

3 ¿Qué hacer?, uno de los textos fundacionales del leninismo toma su título de una de las novelas de este autor, en donde se esboza el perfil del revolucionario como un profesional duro y disciplinado.

4 A People’s Tragedy: The Russian Revolution 1891-1924, Penguin Books, 1996.

5 Las directivas de Lenin fueron descubiertas en 1991, cuando se abren algunos archivos del período. Destaca la frase “consigan tipos duros”. Se habla también de ejecuciones ejemplares a la vista de todos en las aldeas rurales (ver Jonathan Brent, NYT, mayo 22, 2017). Bertrand Russell por su parte recuerda una conversación en 1920 con Lenin en la que éste ríe al hablarle del incremento de kulaks colgando en los árboles. “la sangré se me heló”, confiesa el filósofo británico. Ver Richard Pipes, A Concise History of the Russian Revolution, Vintage, 1995, p. 209.

6 Zinoviev fue el primer miembro del Comité Central en proferir un discurso público manifestando abiertamente intenciones genocidas en septiembre de 1919: “Nosotros debemos ocuparnos de 90 millones de rusos. A los 10 millones restantes no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados”: Pipes, op. cit. p. 224. En cuanto al inolvidable discurso de Zinoviev sobre “el olor del pan” ver p. 206.

7 El profeta armado; El profeta desarmado; El profeta desterrado, Era. México.

8 En agosto de 1918 Lenin ordenó la construcción de campos de concentración. A finales de 1920, es decir, al concluir la guerra civil, había ya 84 campos sumando aproximadamente 50 mil prisioneros. Pero tres años después se contaban hasta 315 lo que acumulaba 70 mil. Richard Pipes, op. cit., p. 227. El régimen definitivamente había desarrollado una adicción a ese recurso que culminaría en el sistema Gulag.

El 155 es contra Catalunya, pero afecta a las libertades democráticas de toda la población del Reino de España

Miguel Salas/Revista Sin permiso

El 21 de octubre, el gobierno del Partido Popular, con el acuerdo del PSOE y Ciudadanos, ha decidido dar un golpe de Estado en Catalunya, que el Senado confirmará el próximo 27. La aplicación del artículo 155 de la Constitución significa el cese de todo el gobierno catalán, la intervención del Parlament, que no podrá aprobar leyes ni proponer presidente, supone también controlar las funciones esenciales de la Administración de la Generalitat, especialmente en el terreno de la seguridad y los medios informativos públicos, representa una amenaza sobre los funcionarios que no acaten las órdenes y suponer convocar elecciones en un plazo de seis meses que, sin embargo, podría ser ampliado. La Generalitat y sus funciones serán dirigidas por un “virrey” y por los ministros de Rajoy. Es una decisión durísima contra Catalunya, que tendrá repercusiones en todo el Reino.

El 21 por la tarde, unas 450.000 personas, según la Guardia Urbana, llenaron de nuevo el centro de Barcelona para exigir la libertad de “los Jordis” (Jordi Sánchez y Jordi Cuixart) en prisión incondicional desde el día 16 y contra la aplicación del artículo 155. Una manifestación convocada por la Taula per la Democràcia, de la que forman parte la ANC, Ómnium Cultural, CCOO, UGT, Unió de Pagesos, y hasta 97 asociaciones sociales y civiles, que reunió a un amplio abanico de organizaciones y personas unidas por su voluntad de defender la democracia, de oponerse a la represión y de encontrar una salida que responda a la exigencia de una mayoría del pueblo catalán de ejercer el derecho de autodeterminación.

El gobierno del PP no ha querido nunca ni hablar, ni negociar, ni dialogar. En la carta de Puigdemont del día 19 de octubre, se lee: “El 10 de octubre, el Parlament celebró una sesión con el objeto de valorar el resultado del referéndum y sus efectos; y donde propuse dejar en suspenso los efectos de aquel mandato popular.” O sea, que reconoce que no ha sido proclamada la independencia o la república catalana, lo que, supuestamente, le pedía Rajoy, pero de poco sirvió esa respuesta. Rajoy ni siquiera se tomó tiempo para enviar la respuesta que ya tenía preparada: poner en marcha el artículo 155. No fueron escuchados ninguno de los numerosos llamamientos al diálogo o a la negociación de muchos dirigentes políticos, sindicales, premios Nobel, etc.



Sobre legalidades

En su campaña de propaganda, el gobierno Rajoy tiene la desfachatez de decir que se ha visto obligado a tomar la decisión para “volver a la legalidad” y que se cumpla la ley. La decisión de aplicar el 155 es justamente la manera de que en Catalunya no se cumpla la ley. Porque la ley dice que el Parlament catalán es el representante del pueblo, y ha sido suspendido. La ley dice que el president de la Generalitat solo puede ser sustituido mediante votación parlamentaria, y Rajoy se lo ha liquidado. Hasta la Constitución dice que hay libertad de expresión, pero desde el próximo viernes en los medios de comunicación públicos estará sujeta a las decisiones que tome quien nombre el gobierno como censor. La ley no dice cómo hay que aplicar el artículo 155, Rajoy ha decidido que la ley es él. Para apoyar todas esas barbaridades, El País tituló que “el gobierno restaura el orden constitucional”, pero lo que se ha instaurado es un clima antidemocrático y de imposiciones.

Sigamos con las legalidades. Desde que el Parlament catalán decidió convocar el referéndum del 1 de octubre, el gobierno del PP ha ido tomando medidas sin que ninguna de ellas pudiera debatirse en el Parlamento. Todas las decisiones, especialmente la intervención económica de la Generalitat, un 155 avant la lettre, han sido arbitrarias y sin que pudieran ser votadas. Porque hay un elemento al que no se presta, o no se quiere prestar, la suficiente atención: existe un choque de legalidades, no sólo respecto a las últimas decisiones del Parlament catalán, sino también porque el 155 anula todos los resortes jurídicos y políticos de la propia autonomía, y tanto el Parlament como una mayoría del pueblo catalán se considera sujeto político, que tiene soberanía y, por lo tanto, capacidad de ejercer el derecho a decidir.

El mismo encarcelamiento de “los Jordis” es puesto en cuestión por numerosas opiniones jurídicas. Para la Comisión de Defensa del Colegio de Abogados de Barcelona, al acusarles de sedición la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela se ha inventado “un nuevo tipo diferente de los legales”, pues en los hechos no hubo violencia. Según la doctrina del Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional no es competente para investigar un delito de sedición, e incluso la juez vulneraría la doctrina de la misma Audiencia Nacional que, en diciembre de 2008, consideró que el delito de rebelión no es competencia de ese tribunal. Todo vale en esta batalla contra la exigencia del derecho a decidir del pueblo catalán.

Más sorprendente aún, quien en la práctica gobernará Catalunya los próximos meses será Rajoy. Su partido alcanzó en las últimas elecciones catalanas el 8,5% de los votos, ¿será legal y democrático que gobierne con ese porcentaje de apoyo? El Senado será la única institución que podrá decir algo respecto a la aplicación del artículo 155. En esa Cámara el PP tiene mayoría absoluta, una mayoría que tiene que ver con la particular representación electoral que existe en el Reino de España. Con el 33% de los votos, el PP obtuvo el 62% de los senadores, ¡viva la representatividad! Será legal, pero su consideración democrática es más que discutible.



Y, si ampliamos el foco, a esas dudosas legalidades hay que añadir que fue el PP quien rompió, con la ayuda del PSOE y CiU, lo que se venía llamando el “contrato social”. Aprovecharon la crisis para implantar medidas arbitrarias, como los recortes sociales o la reforma laboral, encausaron a más de 300 sindicalistas por defender el derecho de huelga o decidieron salvar la banca para ampliar las desigualdades sociales. Si hablamos de legalidades o ilegalidades, tengámoslas todas en cuenta. Porque, la aplicación del 155 representa también la quiebra política del régimen del 78 y de la Monarquía que ha ligado su destino a la política del PP de Rajoy. Quizás pueda imponerse en lo inmediato, pero se ha abierto un foso que no se podrá rellenar. Para una parte importante de la población del Reino, la Monarquía estará ligada a la represión, a la aplicación de medidas antidemocráticas y a la desigualdad social. Hasta ahora parecía, o se hacía parecer, que la Monarquía estaba por encima de las disputas políticas y sociales, como si viviera en una urna de cristal. Eso se ha acabado, si es que alguna vez estuvo en duda.

Habrá respuesta

La aplicación del artículo 155 agudiza el conflicto. A priori, las fuerzas pueden parecer muy desiguales, pero un movimiento tan organizado y potente como es el independentista y soberanista catalán no se echará para atrás a las primeras de cambio. Antes de librar la lucha los que tienen el poder siempre parecen más poderosos, pero la lucha hay que librarla. El 1 de octubre, en numerosas escuelas y centros de votación la gente estaba determinada a votar y a aguantar la represión. Puedo explicar, como anécdota personal, que en mi colegio electoral se anunció durante la mañana que se acercaba la policía. Había una cola de unas 500 personas, gente mayor, padres y madres con sus niños, jóvenes… nadie se movió, nadie hizo ademán de abandonar la cola, todo el mundo permaneció en orden, tranquilo y disciplinado. Esa determinación no ha retrocedido, si acaso se ha ampliado en respuesta a las medidas represivas. Sirva como ejemplo a la jornada del 3 de octubre frente a la represión del día 1, o las 200.000 personas que se reunieron en Barcelona el 17 de octubre, el día siguiente de la detención de “los Jordis”, o la manifestación del 21 de octubre. Cierto que la represión puede ir a más, que se podría detener al president de la Generalitat o a consellers del gobierno catalán, que podrían producirse cargas policiales indiscriminadas, que ante la enorme y repetida muestra de lucha pacífica pueden enviarse provocadores policiales y/o fascistas, pero esa lucha está por librar y es una lucha en la que también el gobierno Rajoy y el Estado tendrá que valorar hasta dónde puede llegar.



De momento, la mayoría de la Mesa del Parlament ha dicho que resistirá y que no se dejará arrebatar la soberanía que el pueblo le dio en las urnas. El president Puigdemont ha convocado sesión parlamentaria para esta semana, probablemente a la misma hora que se reúna el Senado en Madrid. La Taula per la Democràcia sigue en pie en contra de las medidas represivas y en contra de la aplicación del 155. Los sindicatos de TV3 y de la radio públicas se han conjurado para seguir defendiendo su profesionalidad y la libertad de expresión. Sigue en pie el movimiento de Escolas Obertas (Escuelas Abiertas) que fueron una herramienta imprescindible para la votación del 1 de octubre. En numerosos pueblos y barrios de ciudades se han ido conformando Comités de Defensa del Referéndum, que son tanto más amplios cuanto más unitarios y abiertos a la movilización y a las diferentes opciones políticas.

Hay otros flancos que expresan las dificultades políticas de las medidas tomadas por el gobierno Rajoy. Las alcaldesas y alcaldes del PSC de Santa Coloma de Gramanet, Terrassa, Granollers y Castellar de Vallés han denunciado públicamente la aplicación del 155. Nuria Parlon, alcaldesa de Santa Coloma, ha dimitido de la Ejecutiva del PSOE. La diputada del PSC, Alicia Romero, ha declarado que se opone a la DUI (Declaración de Independencia) pero también al 155. Socialistas mallorquines piden que su senador se oponga al 155 en el Senado. José Montilla, ¿votará a favor de que se intervenga la Generalitat de la que fue president? En esta crisis política, el PSOE de Pedro Sánchez también ha ligado su suerte política inmediata a Rajoy, al plegarse completamente a sus exigencias. La alianza de los partidos dinásticos sigue incólume. Hasta la propuesta de una comisión para la reforma constitucional parece muerta aplicando el 155. Hace tan solo 3 meses, el PSOE decía que “nunca apoyaría la aplicación del 155” para afrontar la situación catalana. Poco ha durado su intención de aparecer como alternativa.

En la complejidad de la situación, se perciben tres posibles escenarios:

a/ Puigdemont convoca elecciones antes del viernes 27 (parece poco probable, aunque haya quien la considere como una opción; Rajoy ya ha anunciado que ni eso impediría la aplicación del 155 y existen muchas dudas que esas elecciones cambiaran el panorama político catalán).

b/ el Parlament catalán proclama la república y el inicio de un proceso constituyente en la sesión que se ha convocado para esta semana (eso desataría una mayor represión por parte del Estado; el Fiscal General ya ha amenazado con la detención de Puigdemont si eso sucede, pero también un proceso de movilización y resistencia).

c/ el Senado acuerda aplicar el 155 y se abre un periodo de intervención del Estado que podría desembocar en unas elecciones convocadas desde el gobierno central (también de resultado incierto, incluso con la posibilidad de un boicot de las fuerzas independentistas y soberanistas).

Tejer alianzas

La lucha está por librar, pero tampoco hay duda de que la aplicación del 155 deja bien tocado al régimen del 78 y a la monarquía. Las fuerzas sociales transversales que hay detrás del movimiento catalanista, y en particular el 1 de octubre, representan la aspiración a un cambio político, a levantar una república catalana, mientras que por el otro lado la única respuesta es la represión, que una minoría gobernante amordace al resto y rompa definitivamente hasta la propia Constitución al tomar las medidas represivas que significa la aplicación del 155.

La defensa de la democracia pasa a primer término. La libertad de “los Jordis”, la lucha contra el 155 y contra la intervención de la Generalitat permite tejer las más amplias alianzas entre fuerzas independentistas, soberanistas y democráticas, tanto en Catalunya como en el Estado español. Son necesarias y urgentes. Son útiles y prácticas, como se ha demostrado en todas las acciones de carácter unitario que se han convocado.

Nadie puede ya negar la repercusión estatal e internacional del conflicto, solo hay que ver las portadas de los periódicos de todo el mundo. El PP, Ciudadanos y el PSOE pueden subirse a una ola de reacción patriótica, pero arrasar con los derechos democráticos en Catalunya es el anuncio de que pueden ser recortados en cualquier otro lugar, pero es también la posibilidad de iniciar un movimiento solidario y republicano en el conjunto del Estado. El grito de “No pasarán” se escucha a menudo por Catalunya. Tendrá que oírse también en el resto del Reino.

Sindicalista. Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.

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Mundo Nuestro. Este texto fue escrito por los editores de la revista Sin Permiso Daniel Raventós y Gustavo Buster.

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La victoria de la autodeterminación de Catalunya y el callejón sin salida del gobierno de Rajoy

Cuarenta y ocho horas después de la jornada del referéndum del 1 de octubre, Catalunya vivió lo que unos llamaron huelga general y otros paro cívico, pero que en cualquier caso movilizó a centenares de miles de personas y en algunas ciudades las concentraciones fueron de una masividad desconocida hasta ahora. El referéndum del 1 de octubre, pase lo que pase en los próximos días y semanas, será recordado, y no sólo en Catalunya, como una de las jornadas más espectaculares de lucha pacífica de la población por el derecho a la autodeterminación, y en contrapartida, también como una de las más contundentes represiones de las fuerzas policiales contra los derechos de reunión, expresión y voto. Incluso en medios políticamente tan moderados como The Economist podía leerse en un reciente editorial: “Si el señor Rajoy pensaba que rompiendo cabezas pondrían fin al secesionismo, no podía estar más equivocado.”

Si bien la participación en el referéndum no llegó al 50%, lo que resulta memorable es que precisamente votaran más de 2 millones de personas en las condiciones de represión que hubo. Hacer especulaciones sobre la gente que hubiera votado en condiciones normales es inútil, pero nadie puede dudar que el número de participantes hubiera sido mucho mayor. Aventurar que todas las personas que no votaron eran contrarias al referéndum no puede ser mantenido con la más mínima plausibilidad. Es más, cuando después de una intensa campaña los partidos contrarios al referéndum han conseguido movilizar en Barcelona a la resucitada “mayoría silenciosa” –con autocares traídos de todo el Reino- las cifras, sin dejar de ser importantes, son las que son: 350.000 personas. La propia “Sociedad Civil Catalana”, la organización instrumental que ha organizado la manifestación habla continuamente de los catalanes contrarios a la autodeterminación como de una minoría “acosada”.



Lo hemos dicho muchas veces en Sin Permiso: un referéndum legal en Catalunya sobre cómo quiere vivir políticamente y cómo quiere relacionarse con los demás Estados sería el final técnico del régimen de 1978. Solamente así puede entenderse la intransigente y violenta oposición del gobierno y partidos dinásticos a la autodeterminación catalana legal y pactada.

La reacción del gobierno Rajoy

A las enormes movilizaciones soberanistas catalanas del 1 y el 3 de octubre, que arrinconaron políticamente al gobierno -hasta el punto de que el grupo parlamentario socialista pidió un pleno para recusar a la vicepresidenta Sainz de Santamaría- Rajoy respondió desvelando la verdadera naturaleza del régimen del 78. Felipe VI intervino como portavoz de los “poderes fácticos” para exigir la inmediata actuación de los poderes públicos contra el Govern de la Generalitat, “inadmisiblemente desleal” por cumplir el mandato del Parlament de Catalunya, y restaurar el pleno funcionamiento de la Constitución de 1978.



Es la cuarta vez en la historia del régimen que esta amenaza se hace patente: en el momento de su constitución, en el 23-F, en el referéndum de la OTAN y ahora tras el 1 de octubre catalán.

No es necesario insistir demasiado sobre lo que comentaristas de distinto signo han dicho sobre el discurso de Felipe VI la misma noche de la gran jornada de movilización del 3 de octubre. Bastaba con saber que el responsable del mensaje constitucional es el propio Rajoy: repitió sus mismos argumentos, que él a su vez reiteró en una entrevista de El País el domingo. Ningún asomo de “conciliación” o algo parecido: ni mención de las casi 900 personas heridas por la Guardia Civil y la Policía Nacional española el 1 de octubre, ni la menor alusión a una cierta conciliación entre las partes, ni diálogo.

En palabras de Javier Pérez Royo escritas poco después del mencionado discurso al referirse a la ausencia absoluta de neutralidad respecto a los partidos políticos: “En su discurso del martes dejó de serlo [neutral]. Y además se notó. Y mucho. Por lo que dijo y por cómo lo dijo. Su lenguaje, también el corporal, fue de una agresividad extraordinaria, con expresiones no solo contundentes sino hirientes.” Su alineamiento con el PP y Ciudadanos, dejó incómodo hasta al otro puntal del régimen del 78, el PSOE. Que fuera, como el mismo constitucionalista aseguraba, un gran error, es algo que aquí no importa. Fue un aviso de cómo entiende y piensa tratar la monarquía la lucha del pueblo catalán por su soberanía. Monarquía que solo puede vivir si el régimen del 78 se mantiene y que es su principal cortocircuito institucional en caso de crisis.

Rajoy respondió al desbordamiento de su gobierno por los acontecimientos, y a las críticas que llovían desde Aznar a Felipe González por no aplicar el artículo 155 y detener a Puigdemont y Junqueras, con una escalada cuya “proporcionalidad” se mide ya en la exigencia de salvar su propia carrera política.

La campaña de prensa del “nacionalismo constitucionalista”

Así puede entenderse también la reacción de la mayor parte de la prensa española después del 1 de octubre y de los acontecimientos que se han ido sucediendo a lo largo de la semana. Resulta muy llamativo el contraste con el tratamiento de los mismos hechos por parte de la prensa extranjera. No puede hablarse de una posición unánime sobre la solución para la cuestión nacional catalana, pero la reacción ante las cargas policiales sí lo ha sido: inadmisible. Los observadores internacionales tampoco han dudado un instante. En el informe preliminar de los observadores internacionales presentes para verificar la limpieza del referéndum del 1 de octubre, puede leerse: “Fue una operación de estilo militar orquestada de forma centralizada y cuidadosamente planificada. Nos dejó anonadados que mandos policiales armados y enmascarados entrasen en los colegios electorales con el objetivo de impedir un proceso democrático pacífico”.

Por claro contraste, gran parte de la prensa española, en todo caso la más influyente, ha sido unánime en rebajar, matizar, “poner en contexto”… la brutalidad policial. Hay quien incluso ha llegado a afirmar que la represión estaba justificada ante la desobediencia de leyes. ¡Cómo suenan estas palabras o de parecido tenor en lugares donde ha habido dictaduras, como es el caso de la de Franco! Pero llegar a rebajar o “proporcionar” la represión policial que todo el mundo pudo (y puede) ver en centenares de vídeos, se acerca a la charlatanería.

Son charlatanes en un sentido muy preciso, el que le da Harry Frankfurt en su maravilloso estudio On Bullshit: el charlatán no es necesariamente un mentiroso (que miente sabiendo que miente porque sabe la verdad, pero pretende engañar), simplemente no le interesa si lo que dice o insinúa es verdad o mentira, sólo persigue la impresión. Lo que menos le importa al charlatán es la verdad. Frankfurt asegura que “una actitud displicente hacia la verdad es más o menos endémica entre el colectivo de publicistas y políticos, especies cuyos miembros suelen destacar en la producción de charlatanería, mentiras y cualquier otro tipo de fraudulencia e impostura que puedan imaginarse”.

Puigdemont, las citaciones por sedición y la movilización de la “mayoría silenciosa”

Veinticuatro horas mas tarde, el aludido president de la Generalitat respondió al discurso real: “no así, Majestad”. Y reiteró la existencia de un mandato soberano del Parlament de Catalunya que le obliga democráticamente.

Un día después estaban citados a declarar a Madrid el Major (Mayor) de los Mossos, Josep Lluís Trapero, y los presidentes de las dos principales organizaciones sociales soberanistas, Jordi Sánchez de la ANC y Jordi Cuixart de Òmnium Cultural, investigados por sedición. Su arresto provisional, que exigía una parte importante de la derecha española, hubiera desencadenado una nueva movilización popular masiva en Catalunya durante el fin de semana. Pero el gobierno decidió darse tiempo y espacio para movilizar a su propia base social, en Madrid el sábado y en Barcelona el domingo, y hacer patente a su “mayoría silenciosa”.

Con lo que no contaba es con el éxito de una iniciativa ciudadana, “Parlem, Hablemos”, que a través de las redes sociales convocaron concentraciones ante los ayuntamientos de todo el Reino con banderas blancas exigiendo el diálogo entre los gobiernos de Madrid y Barcelona frente a las amenazas de la escalada represiva.

Pedro Sánchez, sometido a la presión de los “poderes fácticos” de su propio partido -los mismos que impusieron su dimisión en el comité federal del 1 de octubre de 2016 para forzar la abstención del grupo socialista que hizo posible el actual gobierno minoritario de Rajoy-, envió un twitter de apoyo: “Diálogo y convivencia. La calle nos los pide. Estemos a la altura, estamos a tiempo”. Y lo mismo hizo el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias: “La gente es mejor que sus gobernantes. Siento orgullo y esperanza viendo Madrid así”.

La posición de la dirección del PSOE quedó fijada: solo en el caso de una declaración unilateral de independencia apoyaría incondicionalmente a Rajoy. Mientras tanto, PSOE y Podemos coincidían en un espacio común definido por la petición de diálogo y convivencia, respaldado por la mayoría de las declaraciones de gobiernos e instituciones internacionales.

La “huida” empresarial

Desde el jueves, el gobierno Rajoy recurrió a un “poder fáctico” más importante que la “mayoría silenciosa”: la (supuesta) “mano invisible del mercado”. A golpe de llamada de las organizaciones empresariales y los ministerios de Hacienda y Economía, empresarios y financieros catalanes contrarios o muy hostiles al derecho de autodeterminación por no decir a la independencia (Miquel Valls, Juan Rosell, Joaquim Gay de Montellà, Isidre Fainé, Josep Lluís Bonet, Josep Oliu…) comenzaron a anunciar el traslado de las sedes sociales de sus empresas fuera de Catalunya. Poco importó que la decisión exigiera la convocatoria de las juntas de accionistas: el gobierno Rajoy aprobó el viernes un decreto autorizando a los comités de dirección de las empresas a tomar la decisión por si mismas. En una nueva demostración de que con “legalidad” (dudosa) no hace falta democracia (al menos en el espacio social regulado por el derecho mercantil), en Madrid o en Beijing, CaixaBank y su matriz, Banco de Sabadell, Gas Natural, Grupo Agbar, Oryzon, Dogi…desfilaron denunciando la inseguridad jurídica del procés, las consecuencias de la salida de la UE de materializarse la independencia de Catalunya… y su apoyo al gobierno Rajoy.

El impacto mediático ha sido enorme. El económico se puede medir por la subida en bolsa de las acciones de las empresas que deslocalizaban sus sedes sociales. Y el político ha desvelado cual sería la naturaleza social de una República catalana, que no cuenta con el apoyo del entramado del 3% que articulaba el capitalismo de amiguetes del régimen del 78 en la Catalunya autonómica gobernada por Pujol.

La motivación que hay detrás de esta deslocalización, además de otros factores políticos como los explicados, es defender el valor de las acciones y, en el caso de los bancos, que la posible salida de la eurozona por una hipotética independencia efectiva de Catalunya, los deje sin el acceso al recurso del Banco Central Europeo como prestamista de última instancia.

Si algo ha fraccionado el “bloque independentista” ha sido este encuentro con la realidad entre la base social que ha sostenido a CDC y la orientación política del nuevo PDdCAT más allá de la vaporosa “inquietud empresarial por la inseguridad económica”. Si el 1 de octubre importantes sectores del movimiento popular soberanista superaron sus ilusiones sobre la naturaleza del estado con la intervención represiva policial contra las urnas y los votantes; tras la huelga del día 3 y el lock-out patronal que supone los traslados de sedes sociales, la dirección de Junts pel Sí esta descubriendo las limitaciones sociales de su interclasismo soberanista.

El primero en reconocerlo fue Artur Mas en una entrevista en el Financial Times: “Para ser independientes aun hay algunas cosas que no tenemos”. Y lo mismo vino a decir el Conseller Santi Vila, que auguró la tautología de que la declaración unilateral de independencia conllevaría la suspensión del gobierno autonómico, por lo que era necesario más tiempo para el diálogo.

Una “sociedad fracturada” y entre la DUI y el “diálogo”

El gobierno del PP, Ciudadanos, los sectores más autoritarios y derechistas del PSOE (una vez más los Guerra, Bono, Leguina, Rodríguez Ibarra…) quieren mano dura contra la movilización catalana que tan en crisis ha puesto al régimen del que son sus principales valedores. Pero la mano dura debe justificarse, aunque lo de menos sea la verdad. La excusa utilizada es la “fractura” de la sociedad catalana cuando en realidad estamos ante la quiebra del consenso constitucional.

Lo utilizó, por ejemplo, Felipe VI en su discurso del día 3 (“hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada”), lo utilizan muchos dirigentes del PP, del PSOE y, claro está, de Ciudadanos. Independientemente de la veracidad de esta afirmación, la pregunta es ¿se puede “coser” mediante la represión esa “fractura” social? Cuando se defiende un referéndum legal y pactado lo que se esta proponiendo es que se construya un nuevo consenso con la participación de todos los ciudadanos, dándoles directamente la palabra. La alternativa es darle derecho de veto a una supuesta minoría, alegando que es una “mayoría silenciosa”, incapaz de ejercer una ciudadanía que delega en las élites gobernantes cuestionadas por la mayoría. La pregunta sigue en pie: con la aplicación, por ejemplo, del artículo 155 (de facto ya aplicado), o con el estado de excepción ¿estaría menos “fracturada” la sociedad catalana? En todo caso, no parece ser la negación violenta del derecho a la autodeterminación lo que puede arreglar esa supuesta “fractura” social.

Finalmente, por motivos e intereses distintos, todos los actores en este drama han trazado la línea roja en la “Declaración Unilateral de Independencia” (DUI) que, de acuerdo con la Ley de transitoriedadaprobada por el Parlament de Catalunya debería proclamarse 48 horas después de comunicados oficialmente los resultados del referéndum. No hay que recordar que tanto el referéndum como la Ley de transitoriedad han sido declarados “inconstitucionales” y vaciados de todo poder jurídico por el Tribunal Constitucional.

¿Qué valor jurídico puede atribuir el gobierno Rajoy a lo que no da ninguno? Se trataría de un acto de rebeldía que le obligaría a detener y juzgar a los firmantes de la declaración por incitación a la ruptura del orden constitucional. Lo que al tratarse de la propia Generalitat y el Parlament le obligaría a intervenirlos.

Ciudadanos ha pedido, acompañado ahora por todos los “poderes fácticos” del régimen del 78, la aplicación preventiva de esa intervención utilizando el artículo 155 de la Constitución. Y la convocatoria de elecciones autonómicas en Catalunya. Pero a diferencia de Albert Rivera, Mariano Rajoy no tiene la seguridad ni de obtener una mayoría alternativa no soberanista en Catalunya ni de poder sobrevivir a la crisis constitucional que se abriría en todo el estado. El problema político catalán ya se ha trasladado a Madrid, amenazando al gobierno minoritario del PP. Pero ahora se proyectaría la “fractura” social al conjunto del Reino, como presagian las manifestaciones de este sábado.

El espacio político antes de esa “línea roja” ha sido ocupado por los llamamientos al “diálogo”, que cada actor también define de manera distinta según sus objetivos tácticos y sus intereses. Rajoy no puede apoyarse en él sin una desmovilización previa del movimiento popular soberanista catalán, porque cualquier “diálogo” supondría un cuestionamiento del régimen del 78. De manera directa con la propuesta de negociar un referéndum legal de Unidos Podemos, y a medio plazo de una reforma constitucional federalista del PSOE encapsulada en la comisión parlamentaria que ha tenido que aceptar Rajoy para cooptar a Pedro Sánchez para sus objetivos tácticos.

En el transcurso de una semana, “ganar tiempo” para el “diálogo” se ha convertido en la pesadilla de la crónica anunciada de una crisis constitucional y política sin precedentes. Puigdemont y su Govern están obligados por sus propias leyes, a menos que el Parlament reconozca al ser informado de los resultados del referéndum que la represión hizo imposible su pleno ejercicio y que, por lo tanto, este está aun pendiente. Y el gobierno Rajoy no podrá obviar la intervención y una nueva escalada represiva si, por el contrario, el Parlament considera que el referéndum, a pesar de la represión (que es su principal activo moral) es plenamente vinculante.

Fuera de este dilema, creemos, está la mayoría del movimiento soberanista popular en Catalunya y la mayoría de la opinión pública que se ha movilizado estos días a favor de una solución “legal” y “democrática”. Esa solución, y esa confluencia de intereses pasa, inevitablemente, por una alternativa de izquierdas en el conjunto del Reino, aunque no es la garantía de nada para la lucha por la autodeterminación catalana. Quizás sea una condición necesaria, pero no suficiente como la historia de la transición es un ejemplo repetido.

En esta tragicomedia, no deja de ser asombroso la parodia de interpretaciones legales retorcidas para satisfacer necesidades formales o tácticas: el PSC consigue retrasar el pleno del Parlament de Catalunya el lunes para proteger a sus diputados de los efectos de una DUI “inconstitucional”. Pero “Catalunya si que es pot” obtiene su convocatoria el martes para que el President informe de la “situación política”.

A estas alturas lo único evidente es que el régimen del 78 se encuentra en un callejón sin salida, que puede prolongar su crisis mediante una lógica táctica en la que se sacrifican objetivos estratégicos con tal de dañar sustancialmente al adversario. Estamos ante una situación tan cambiante que lo que hoy puede ser un argumento bueno para continuar la lucha por la autodeterminación efectiva de Catalunya, mañana puede parecer una opción francamente mala para tal objetivo. Así que lo menos aconsejable es ofrecer líneas de actuación inamovibles.

Editor de Sin Permiso
Editor de Sin Permiso

Fuente:

www.sinpermiso.info, 8-10-17
Moscú, 1917

Moscú, 1917:la revolución perdida

En octubre de 1917, Rusia entró al túnel de la historia. El asalto al poder de los bolcheviques dejó atrás la tiranía de los zares y abrió la dictadura de los soviets. El eco de aquel terremoto fue inmediato, y dejó sentir su rigor y su furia desde los primeros días en todo el mundo.

Ofrecemos aquí una pequeña historia del asalto bolchevique al cielo y el relato de sus ondas concéntricas, tal como se reflejaron en la prensa de Estados Unidos, México, España, India e Italia.

Moscú: El sonido y la furia

Rodrigo Negrete

La revolución rusa en la prensa mexicana

Carlos Illades

Estados Unidos ante la Revolución de Octubre

Andreu Espasa

España roja

Alejandro Estrella González

La reverberación rusa

Vicent Sanz Rozalén • Steven Forti

Los soviets y Mahatma. India (1917-2017)

Daniel Kent Carrasco

che-guevara

Mundo Nuestro. ¿Habrá una figura más nítida para hablar del materialismo histórico que la imagen de un excusado? Pues esa es una de las preocupaciones del Che Guevara justo en el arranque del la revolución cubana hecha gobierno: ¿qué hacer con la única fábrica que los fabrica en Cuba y que es controlada por mexicanos? Para la memoria de un personaje fundamental en la historia del siglo XX latinoamericano, vale esta versión bien humorada sobre Ernesto Che Guevara cuando se cumplen 50 años de su asesinato en las montañas de Bolivia.

El texto de Leopoldo Noyola Rocha "Los excusados del Che/Entrevista con el Ingeniero Luis Méndez Izquierdo", que presenta la edición 108 de la revista Elementos de la BUAP, ofrece un momento de la vida del Che Guevara justo en la coyuntura del triunfo de la revolución que se hace del poder en aquella noche del fin de año de 1958. Luis Méndez es en ese momento un ingeniero mexicano que ha puesto una fábrica de excusados y azulejos en los últimos meses de la dictadura de Fulgencio Batista. Esta entrevista-crónica nos acerca a la figura mítica del Che Guevara justo por la puerta trasera de la revolución cubana, y no lo hace desde la seriedad del análisis histórico-ideológico que proyecta los sueños de redención de los proletarios de América Latina, sino desde la mirada cálida y jocosa de un mexicano al que le hizo, literalmente, justicia la revolución.



"Cuando me reuní con el comandante Guevara en la fábrica me pareció un muchacho completamente ignorante de lo que era la cosa industrial, fuimos a la parte alta y se le ocurrió preguntarme por un tinaco: ingeniero, ¿y eso qué es? Es un tinaco, para el almacenamiento de agua. Ni idea."

En qué momento la memoria importa, cuándo dejan de ser interesantes los recuerdos para los lectores en la hambrienta dinámica cotidiana de las redes sociales y la expansiva multimedia que comunican lo pensable y lo impensable. Esta entrevista inédita fue realizada en abril de 1999 en la terraza de un enorme jardín de Cuernavaca perteneciente al ingeniero civil Luis Méndez Izquierdo, constructor de decenas de puentes y carreteras mexicanas en los años cuarenta, entre las que destacan las primeras vías modernas y puentes hacia el sureste mexicano. El ingeniero Méndez, en ese momento retirado, era una fuente inagotable de historias y vivencias de un México que, en efecto, ya no existe, pero cuya sustancia revela los detalles que los interesados en la historia y la memoria desconocemos porque no están escritos en ningún lado. En su enorme menú memorioso el ingeniero podía hablar de su familia, pues fue hijo de Federico Méndez Rivas Echenique, un militar porfirista condecorado de cadete por el mismísimo don Porfirio según cuenta la fotografía que Gustavo Casasola incluyó en su Historia gráfica de la Revolución Mexicana, 1 misma persona que diseñó y construyó el edificio obregonista de la Secretaría de Educación Pública de la calle de República de Argentina,2 en la Ciudad de México, y también el mismo al que José Vasconcelos agradece por sus ayudas en su huida postelectoral de 1929, casi con el mismo entusiasmo con el que agradece a su amigo Joaquín Méndez Rivas, poeta, escritor, locutor y primer egresado de la Escuela de Derecho, hermano de Federico y tío del ingeniero. Otras sabrosas historias fueron sus andanzas con Lázaro Cárdenas del Río en obras michoacanas, ya como expresidente; o en la selva tabasqueña o en las interminables historias de ingenieros y peones, de ingenieros y políticos, de ingenieros y clientes singulares, como la historia elegida en esta ocasión. Es interesante también porque tiene que ver con ciertas cosas que han ocurrido recientemente en el mundo, como la muerte de Fidel Castro y la inevitable obsolescencia de su hermano Raúl que más pronto que tarde deberá abandonar el poder, escribiendo un punto y aparte a la revolución cubana. Los hechos que se narran aquí ocurrieron en los meses previos y posteriores a la revolución de ese país, circunstancias agridulces para sus actores que como accionistas de una fábrica de excusados en La Habana defendían sus intereses ante un gobierno empírico y desorientado. Una historia del Che, más que de Fidel, recordada por un hombre común sin otra intención que la de recordar, a pregunta expresa de un curioso.

LA ENTREVISTA COMPLETA EN REVISTA ELEMENTOS



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© Malú Méndez Lavielle. Cómo nos ven, 2015.

Revista Elementos. Malú Méndez Lavielle es una pintora nacida en la Ciudad de México residente en Puebla hace 30 años. En 1980 realiza una estancia en Barcelona en la que estudia arte, de regreso a México estudia piano y flauta transversa en el Conservatorio de Xalapa, posteriormente hace estudios de pintura en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana, así como en la UVYD de la Ciudad de México en 1986.

Obra en la portadilla © Malú Méndez Lavielle. Centauro, 2016



© Malú Méndez Lavielle. Geisha, 2015.

Ha presentado tres exposiciones individuales de su pintura al óleo: Familias, en las Galerías del Palacio Municipal de la ciudad Puebla, en diciembre de 2000; Caras vemos, en la sala de exposiciones de la Secretaría de Finanzas del Estado de Puebla, en enero de 2001 e Indagaciones paralelas, en la galería Casa Nueve de Cholula, Puebla, en diciembre de 2012, donde ya proliferaron sus pinturas digitales. Actualmente sus retratos y pinturas se hallan en colecciones particulares de Australia, Texas, Chile, Francia y Alemania, así como la CDMX, Cuernavaca, Jalapa, Cancún, Chihuahua y Puebla. Su obra pictórica está sustentada en la técnica de óleo sobre papel y sobre lienzo; pero en los últimos años destaca una prolífica producción de pintura digital, como puede apreciarse en esta selección que presenta Elementos, correspondiente a su producción más reciente. Por al menos una década, Malú Méndez Lavielle ha experimentado en la técnica digital empleada en programas como Corel Painter, CorelDRAW, Corel Photo-Paint, Adobe Photoshop, ArtRage, Sketch Pro y ScribblerToo. Al día de hoy, a excepción de CorelDRAW y Corel Photo-Paint, sigue utilizando, a veces de manera mixta, todos esos programas. El principal obstáculo que enfrenta en esta etapa es la novedad que representan a escala mundial estas técnicas computarizadas. “La gente cree que las pinturas las hacen las computadoras –afirma no sin congoja Méndez Lavielle-, como ocurre con la manipulación de fotografías en algunos programas, pero la experiencia artística sobre la tableta o en el monitor es completa la mayoría de las veces; en mis pinturas los dibujos son hechos por mí, la composición de colores también, no hay mucha diferencia entre esto y el papel o la tela, solo que ahora lo haces sobre una superficie de plasma, con un lápiz mudo o directamente con el mouse.” Entre las ventajas de las técnicas digitales está su sencilla transferencia a plataformas y redes sociales que la pintora ha aprovechado con profusión.



Es posible apreciar su obra en:

- www.visosopuestos.blogspot.mx

- www.facebook.com/malu.mendezlavielle



- www.youtube.com/watch?v=R-4HSewq3HE

Selección de la obra de Malú Méndez Lavielle en Revista Elementos.