De chiles en nogada, convites insurgentes en el Mendrugo y la pregunta por la patria nuestra Destacado

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Mundo Nuestro. 2 de Agosto de 1821. Agustín de Iturbide sale de la Casa del Mendrugo que lo ha hospedado y cabalga rumbo al zócalo de la ciudad de Puebla. Ya la tropa mal vestida que lo acompaña se reconoce como "ejército trigarante". Los soldados españoles se han retirado a Veracruz para enclaustrarse en la fortaleza de San Juan de Ulúa hasta su expulsión final en 1829.



En algún momento del festejo por la nueva patria que está por fundar, este personaje, tal vez junto con Santa Anna el más contradictorio y malquerido de la historia mexicana, ha probado de las monjas lo que con el tiempo llamaremos chiles en nogada. ¿Se puede mirar la patria nuestra desde esa escena arrebatada en la que un general realista inaugura la que será la principal de las tradiciones culinarias de Puebla? La historia pasa por la mesa a la hora de construir una nueva nación, no sólo por los campos de batalla ni por los debates ideológicos en las gacetillas que los mozalbetes reparten por las calles.

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La catedral de Puebla. Su interior, pintado por José de Manzo.



Lejos están ya los días de las campañas militares de Morelos, fusilado finalmente en 1815. Más lejano queda el instante en el que el ejército indígena de Miguel Hidalgo se asome desde Tres Cruces a la vieja capital del virreinato, para desplazarse después hacia el desamparo del Puente de Calderón en las proximidades de Gudalajara. Perdida quedó la posibilidad de una victoria insurgente contra las fuerzas de la corona española. Pero ahora mismo, cuando la turba lo vitorea en su camino a la catedral de Puebla, Iturbide ya no es visto como el más implacable de los militares realistas que sofocaron la revolución insurgente, porque la historia ha dado un vuelco: una revuelta política en España obliga en 1820 al monarca Fernando VII a restablecer la Constitución de Cádiz, hecho que provoca que -- como lo dice Enrique González Pedrero en su monumental biografía de Antonio López de Santa Anna-- "los factores reales de poder en la Nueva España --el alto clero, los terratenientes, los propietarios de minas, los altos jefes militares-- empiezan, por instinto de conservación, a maquinar (...) Su propósito es el de impedir que las corrientes transformadoras que inundan la metrópoli lleguen a las sensibles costas del territorio novohispano. Más vale que entre el liberalismo y la Nueva España discurra, definitivamente, el Océano."

Así, contra la modernidad ilustrada a la que se arrojaba el siglo XIX de los liberales del mundo, los criollos que derrotaron a la insurgencia mexicana prefieren declarar la independencia. Y han encontrado en Iturbide al personaje que permitirá que la nueva nación se construya mirando al pasado.

Las consecuencias para la nueva nación se sufrirán en los siguientes cincuenta años de continuas guerras. De por medio la pérdida de la mitad del territorio tras la invasión estadounidense y las mortales guerras civiles entre liberales y conservadores.



No lo saben entonces quienes en la ciudad de Puebla vitorean al espigado criollo que les ha dado con el Plan de Iguala y el abrazo de Acatempan con Guerrero, la independencia.

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Sobre el autor

Sergio Mastretta

Periodista con 39 años de experiencia en prensa escrita y radio, director de Mundo Nuestro...