Sociedad

Del fogón a la boca

Del recetario de Ana María Arista de Mastretta.

Llegaban diciembre y los fríos, en la ahora lejana Puebla de los 1960’s y mi querida Abuelita Tere sacaba el recetario que había heredado de su madre. Ana María había llegado a la ciudad a principios del S.XX, casada y con su primer hijo mayor Marcos en brazos, acompañando al bisabuelo Carlos en su nueva aventura constructora, para las familias de textileros poblanos que lo contrataron.



Muy pacientemente la Bisabuela Anita – como la conocían todos – empezó a escribir en 1934 un Recetario propio, basado en los heredados de sus tías y abuelas de San Juan del Río donde había nacido en el Bajío queretano. Lo hizo con una caligrafía menudita impresionante, dando valiosa información como el tipo de fruta a usarse en una receta, como lo templado del fuego para hornear galletas, como el tipo de pulque que debiera usarse para un asado: lo dedicó a su hija Carolina, que moriría pocos años después de dar a luz a su segundo hijo.

Abuelita Tere había heredado todos los recetarios manuscritos por sus antepasadas desde 1864 -fecha de la primer receta- y los guardaba celosamente en la alacena de la cocina de su casa en la 13 sur, frente al Paseo Bravo. Compraba los mejores tejocotes que le traían de San Andrés Calpan con las marchantas del mercado del Parral, el más moderno y limpio de entonces. Llegando a casa, empezaba el largo y tedioso proceso para cocinar la Jalea Navideña de tejocotes, el postre estrella de la temporada. Un sutil olor a fruta inundaba la casa entera después de horas de cocción y los cazos de cobre lanzaban chisporrotazos de hirviente dulce que quemaba, si te acercabas.

Los niños corríamos a la cocina al adivinar en el aire, el dulce aroma a fruta y con mucha curiosidad veíamos a la Abuelita Tere pacientemente mover el cazo de cobre con una enorme cuchara de madera y buscar el ansiado punto de bandera para poder vaciar la jalea. Ya tenía limpios y secos una gran variedad zoológica de moldes metálicos sobre la mesa: un elegante pescado, coquetos patos con sus alas abiertas y langostas de diversos tamaños con sus enormes tenazas. Todos estos moldes de cobre tenían una capa de estaño en el interior y los ocupaba en verano para preparar delicadas gelatinas saladas o áspics y en diciembre para la esperada jalea de tejocote.

El punto de bandera se logra cuando las pectinas de la fruta y el azúcar añadido llegan a una concentración tal, que al verter una pequeña cantidad del dulce liquido en ebullición desde una pala, se forma una membrana translúcida – parecida a una cortina - que indica el punto correcto al cual se debe detener la cocción y vaciar en los moldes. Pocos minutos después, la jalea empieza a cuajar y los moldes ya fríos se almacenaban cubiertos con trapos de algodón muy limpios, en la oscuridad de la fresca alacena de la cocina.

Para desmoldar, Abuelita Tere sumergía parcialmente los moldes por unos segundos en agua hirviendo, sin que la jalea se mojara. A continuación, los volteaba sobre platones de porcelana muy blanca y las traslúcidas figuras de pescados, langostas y patos salían de los moldes, que luego adornaba con ramitas romero muy verde. Para servir, cortaba rebanadas de jalea con un cuchillo muy afilado y las acompañaba con una porción queso madurado; los adultos recibían además una copita con un destilado fuerte.



La palabra tejocote proviene de la voz náhuatl Texócotl – a su vez de Tetl o piedra y de xócotl que significa fruta, es decir, una fruta muy dura. El árbol que la produce es endémico del altiplano central y su fruto es una de las grandes aportaciones mexicanas a la Culinaria mundial. En Puebla se elaboran además de jaleas, riquísimos ates y es un ingrediente indispensable en el ponche navideño de las Posadas. La fruta es muy apreciada por su altísima concentración de pectinas, que son fácilmente extraíbles en forma industrial y se usan para espesar de forma natural yogures, mermeladas, salsas y sopas.

¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!

#tipdeldia: El aprovechamiento comercial de la enorme cantidad de tejocotes que nunca son cosechados en el campo poblano debiera ser una de las grandes oportunidades agroindustriales del futuro; ojalá algún empresario poblano con visión, lo reconociera.



Del fogón a la boca

Procesos y técnicas de la Cocina Poblana: la curada del comal y de la olla

Hay buen sol, fíjate bien, vamos a curar la olla y el comal que me acaban de comprar’ me indicó la bisabuela al tiempo que me ordenaba: ‘de la lavandería trae la pastilla de jabón’ y claro, la cara de sorpresa que puse, le causó risa: ‘No, no están enfermas, se tienen que curar antes de que se usen en la cocina. Mira este comal me lo compró tu papá en San Francisco Acatepec, la olla me la trajo de San Miguel Tenextatiloyan, en la Sierra, camino a Teziutlán’ Con mucha habilidad tomó la bisabuela la pastilla de jabón blanco y empezó a frotar el fondo sin esmalte de la olla, al tiempo que el áspero barro cambiaba de apariencia y se tornaba brillante y liso; prosiguió hasta conseguir que toda la superficie redonda estuviera cubierta. Una vez terminada la cura la olla la colocó boca abajo, a que los rayos del sol invernal de Puebla le cayeran con toda intensidad.

Mira ahora el comal lo vamos a curar de otra manera, para que aprendas. Fíjate bien, para que en tu casa lo hagas cada vez que compres una olla, una cazuela o un jarro: siempre debes curarlos antes de usar.’ Tomó un puño de cal, que guardaba siempre en un cuñete de cartón con tapa, y lo puso en un traste con poca agua y preparó a mano una masilla muy blanca, con la cual embadurnó todo el fondo del comal de barro; al terminar la operación, el comal quedó como pintado y ella corrió a lavarse las manos con abundante agua, pues la cal produce quemaduras si se deja mucho tiempo sobre la piel. Igualmente, el comal ya curado, lo puso boca abajo, al sol. ‘Mañana ya podemos usar el comal con toda confianza y ponerlo directamente al fuego; la olla la llenaremos de agua y la pondremos a hervir. Una vez que se consuma la mitad del líquido, la vaciamos y también ya la podemos usar con toda confianza. Se curan, para evitar se rompan la primera vez que se usan’.



Se curan, para evitar se rompan: la acción de la cal o del jabón es cerrar el poro natural del barro cocido, que no se ha protegido con greta o barniz. Si no se hace esta ‘cura’ es posible que la humedad penetre al barro, generando vapor con el calor del fuego y nuestros preciados utensilios de cocina se romperán. Hay otra técnica aplicada en zonas rurales de nuestro Estado, donde las cazuelas y las ollas son curadas con el nejayote – el líquido sobrante de la nixtamalización y muy rico en cal - lográndose el mismo efecto. Nejayote proviene de la voz náhuatl nex-ayotl, compuesta a su vez de dos: nextli – cal o ceniza, ayotl, caldo o jugo.

Después de aprender a curar con la bisabuela los utensilios de barro, fue que caí en cuenta que todos tenían los fondos exteriores de color blanquecino que, con las sucesivas quemas al fogón, se tornaban amarillentas. Pero eso sí: no se rompían sobre el fuego.

¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!

#tipdeldia: Las prácticas culinarias de la Cocina Tradicional Poblana tuvieron razones tecnológicas para implementarse y fueron perfeccionadas por las cocineras a través de generaciones y transmitidas oralmente hasta nuestros días. Comprenderlas y estudiarlas desde la Ciencia de los Alimentos es fascinante.

Puebla a 30 de noviembre del 2020



Ilustración de Ilustración: Kathia Recio, tomada de Revista Nexos

El presidente López Obrador unas veces niega y otras intenta minimizar la realidad cada vez más dramática de los feminicidios en el país. No entiendo por qué se cierra a reconocer esta realidad que debería ser prioridad en la agenda de las autoridades.

En 2019 en América Latina y el Caribe se registraron 4,640 feminicidios, que implica un crecimiento del 31.5 % con respecto al 2018, cuando fueron 3,529, de acuerdo a la Comisión Económica para América Latina (Cepal).

México, con 983 casos, es el segundo país de América Latina con más feminicidios solo superado por Brasil con 1,941. En el número de feminicidios por cada 100 mil mujeres, los países más afectados son Honduras, con 6.2; El Salvador, 3.3; República Dominicana, 2.7, y Bolivia, 2.1.

Los datos que ofrece la Cepal se obtienen del trabajo del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe que contempla 18 países latinoamericanos y seis caribeños.

El informe también da cuenta de una encuesta realizada en seis países donde se ve que dos de cada tres mujeres han sido víctimas de violencia por razones de género en distintos ámbitos de su vida y una de cada tres ha experimentado vejaciones físicas, psicológicas o sexuales a manos de sus parejas.

La secretaria ejecutiva de la Cepal, la mexicana Alicia Bárcena, al presentar el informe, expresó que “la violencia de género ocurre de forma sistemática en nuestra región. No conoce fronteras, afecta a mujeres y niñas de todas las edades”.

Y que esto “sucede en todos los espacios: en los lugares de trabajo, en el marco de la participación política y comunitaria, en el transporte y en la calle, en la escuela y en los centros educativos, en el ciberespacio y, sin duda, en los propios hogares. Es lo que en el sistema de las Naciones Unidas hemos llamado una ‘pandemia en la sombra’”.

La funcionaria planteó que el número de feminicidios cometido puede ser aún mayor en la región y que el virus del machismo se transmite de generación en generación a través de patrones discriminadores, patriarcales y violentos. “El feminicidio es la cara más brutal de la violencia”, dijo Bárcena.

En la pandemia del Covid-19 se ha agravado la situación de las mujeres ya que el aislamiento limitó el acceso a redes de apoyo y servicios de atención destinados a evitar la violencia machista, afirma la Cepal.

Y también que a esto debe añadirse que la saturación de los servicios de salud, por causa de la emergencia sanitaria, ha mermado la capacidad de atención médica de las víctimas que han sufrido episodios de violencia sexual.

México no es la excepción y es uno de los países considerados en el observatorio. En términos generales lo que sucede en América Latina ocurre en nuestro país, aunque el presidente lo niegue y no de importancia a esta tragedia.

Mundo Nuestro. Cuánto se necesitan voces claras y sensatas para enfrentar la pandemia que nos azota. Al contrario de la necedad y la estridencia, el doctor Alejandro Macías logra lo que buscamos todos: información precisa y serenidad para explicarla. Son quince minutos los que necesita para presentar los dos campos vitales para enfrentar mejor la enfermedad como sociedad: el del control y el de la mitigación.

Nos deja una pregunta simple esta iniciativa del doctor Macías: ¿por qué no forma parte de una verdadera comunicación social en todos los órdenes?



Mundo Nuestro. Soledad fue enfermera toda su vida. La recuerdo en su mirada serena, en su voz apacible, en la sonrisa que le regala a su hijo que jueguetea en la tierra, en el aprecio por la vida cuando nos la cuenta en los avatares de su juventud.

Sol, le decíamos.

Soledad murió de Covid en el hospital del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias en la ciudad de México. El contagio fue inevitable. Como tantas otras muertes en este año de la pandemia, siempre nos preguntaremos si la suya pudo haberse evitado.

Emma y yo conocimos a Soledad y a su esposo Antonio en 1983. Los dos participaron con su testimonio en la serie testimonial Con el sudor de tu crisis, que publicamos en la revista Nexos entre 1983 y 1987 y, posteriormente como libro en una edición de la BUAP en 1989.



Esta es la memoria de sus años jóvenes. Puede ayudarnos a entender la tragedia mexicana, lo que perdemos en cada una de estas muertes anónimas.

Marzo de 1983

Soledad Gómez tiene 25 años, es casada. Hasta julio de 1982 trabajó como enfermera para el Sanatorio Coapa. Tranquila, contenta, platica como la despidieron mientras le da el pecho a su hijo de un mes de nacido.



“En el sanatorio atendía a los enfermos parapléjicos. Les enseñábamos a bajarse de la cama, a subirse a la silla de ruedas. Cada dos horas les curábamos las escaras, los movíamos, los cambiábamos de posición. El trabajo era de ocho de la noche a ocho de la mañana, doce horas completitas, ganaba 15 006 pesos mensuales. Sólo había un médico para todo el hospital. Eran 56 enfermos por piso, sólo una enfermera y una afanadora en cada piso. No teníamos descansos ni sábados ni domingos, no había días económicos. En la noche sólo nos daban una hora para comer, en la mañana ni eso, tenías que comer a escondidas. Y como los camilleros no sedaban abasto, las enfermeras teníamos que hacer parte de su trabajo: bajar a los enfermos de la cama, desvestirlos, cambiarlos, bañarlos y aguantarles sus quejas. A muchos enfermos los dejan abandonados y se pasan los últimos días de su vida tristeando, muchos por eso se mueren. El año pasado hubo un enfermo que dejó de comer porque ya no lo iban a visitar sus hijos, decía: “para qué como si ya me abandonaron, ni que tuviera yo rabia”. Le tuvimos que poner una sonda. Luego dejó de hablar y ya se le perdió la mirada. Se lo llevaron al Centro Médico y ya no volvió. Las enfermeras, sobre todo en el turno de la noche, le rogábamos a Dios que los enfermos no se murieran en nuestro turno; había que trabajar más. En el turno de la noche no había camilleros, si se moría alguno nosotras teníamos que amortajarlo, bajarlo de la cama, pasarlo a una camilla, bajarlo de piso por las escaleras (en el hospital no había elevador) y muy bien amarrados porque si se te caen es muy difícil levantarlos. Si de por sí pesan los enfermos, muertos parecen piedras. Cuando se moría alguno de nuestro piso teníamos que llamar a la enfermera y a la afanadora del siguiente piso, esperar a que terminaran de hacer su trabajo para que nos ayudaran a cargar al muerto. En mayo de 1982 empezaron los rumores de que iban a cerrar el hospital. El Seguro Social había avisado que ya no iba a mandar enfermos porque le salía muy caro el servicio. La primera despedida fue una enfermera a la que le habían dado una incapacidad: tenía problemas en la columna ocasionados por bañar a los pacientes, por cargarlos. En junio el Seguro nos dejó de mandar enfermos. Y en el hospital empezaron a dar de alta a pacientes que todavía estaban bien: supe de cuatro pacientes que se murieron a la semana de estar en su casa. Despidieron a las 80 enfermeras del hospital, ya no había enfermos. Algunas entraron a trabajar al Centro Médico con contratos mensuales, por recomendación de la hija del dueño. Yo llevaba tres años y medio de trabajar ahí, sólo me dieron 63 mil pesos. Hubo personas que llevaban más de 30 años y sólo les dieron 120 mil pesos. Nadie quiso reclamar, decían: “pues si la señora me hizo el favor de darme trabajo, ai le agradezco el dinerito que me dé”

“Cuando me despidieron fui a buscar trabajo a Salubridad. En noviembre del año pasado la trabajadora social me dijo que ya me habían aceptado, pero cuando se enteraron de que estaba embarazada se arrepintieron. Mi esposo era obrero, en enero también a él lo corrieron. Vivimos de lo que nos dieron por los despidos. Mi chamaco acaba de nacer en febrero. Nació muy chulo, muy gordito y lo tuve sin anestesia. Su papá está muy contento. Se quiere meter a hacer negocios.

"Por lo pronto vamos a vivir en casa de sus papás, las rentas están carísimas. El chamaco come de las tetas de su mamá, al rato quién sabe cómo le vamos a hacer. A lo mejor entro a trabajar a un taller de costura, a ver cómo me va. El chamaco nomás que cumpla tres meses y lo meto a la guardería. Este sexenio, con el nuevo préstamo y lo del IVA, las cosas se van a poner mejor.”



Abril de 1984

Soledad vive ahora en las afueras de la ciudad. Su hijo ya tiene un año y juega con la tierra. Soldad tiene que estar al pendiente de él, que no se coma la tierra, que no se caiga en las piedras, que no bote la comida, que no chille por el hambre. Hierve la olla de los frijoles. “Se acabó rápido el dinero que nos habían dado a mi esposo y a mí, dice. Se nos fue como el agua. Invertimos en ganado y en fruta, pero valimos gorro, en todos lados nos transaron. Busqué trabajo como costurera, en el taller de los trajes Cavallieri. Me dieron la solicitud, pero en la entrevista me rechazaron. Eso sí, fueron muy francos: “no nos convienes porque eres una gente con preparación. Si gastamos en enseñarte, como tienes otro oficio, al rato te vas y te olvidas de nosotros. La empresa necesita gente sin preparación.” Luego iba a entrar a un hospital particular, en San Ángel. Estaban pagando cuatro mil pesos quincenales. Sólo descontando los 200 diarios de trasportes, resulta que quedarían mil pesos para el gasto. Además, iba a trabajar en el turno de la noche y cuando llegara la hora de salida, en las mañanas, si no llegaba la otra enfermera que lo tenía que cubrir, tú tenías que seguir en su turno. Por eso mejor no acepté.

“Con lo de la indemnización nos venimos a vivir aquí. Construimos nuestro cuartito. Aunque sea de ladrillo, cobija. Peor aquí no hay agua, ni luz, ni drenaje. Hay que acarrear el agua que traen las pipas. Los carros vienen dos días por semana y sólo nos toca a dos tambos por familia; no ajustamos. Lo de la comida también está de lo peor. No hay leche ni carne. Sólo las señoras que vienen con sus puestos de verduras. Lo dan todo caro: tres limones por veinte pesos. Y el trasporte ni se diga: doscientos pesos de pasaje para llegar a Taxqueña. Ir a buscar trabajo sale más caro que no trabajar.

“Para sobrevivir le hacemos de todo. Nos prestan los familiares, los amigos. Vendemos cosas de pie hechas a mano, comoquiera la vamos sacando. Sin comer no nos hemos quedado: frijoles y arroz. Además, tenemos una vecina que cuando va a su pueblo nos trae pan, jitomate, nopalitos. Y nos lo regala, nomás de pura amistad. Yo también aplico inyecciones gratis aquí en la colonia.”

“Desde que vivimos aquí todo se ve polvoreado. Sólo bajamos a la ciudad cuando hay que ir a ver a los familiares, y eso muy de mañana para alcanzar el camión en lugar del pesero. De noche hay que cuidarse. Los jóvenes toman mucho y le llegan al cemento. No les importa nada: les pegan a los niños, están en pleito con sus propias familias. Todo les vale gorro.”

“No nos queda más que seguir buscando chamba. A ver si tanta platicada nos sirve para conseguir trabajo: soy enfermera, tengo diploma y cuatro años de experiencia.”

“El barquito del país va en picada. Las enfermeras desempleadas deberíamos unirnos. Y es que las cosas de plano están de la chingada. Antes no me gustaba decir groserías, expresarme de esa manera. Pero entonces cómo lo dice una, si las cosa están de la chingada.”

Hacia la ciudad, por la cuesta pedregosa, nomás se levanta el polvadero.

Diciembre de 1986

En una tarde clara como pocas, desde el Ajusco se ve todo el DF. La entrada a la colonia Belvedere cuenta ya con camino asfaltado, aunque todavía no tienen agua ni luz. La casa de Soledad ya tiene baño. A la entrada, lo que antes fueron piedras y tierra se convirtió en un sembradío. La milpa, el frijol, la lenteja, el haba, la calabaza, la col y las flores silvestres la alegran. De lo sembrado, dice Soledad, lo que se dé.

“Dos años estuve sin trabajar de fijo. Hacía de todo: morrales de cuero, vestidos de manta. Vivíamos más bien del dinero de la liquidación de mi esposo que teníamos en el banco. Pero todo por servir se acaba y la lana se acabó. Mi esposo estaba acostumbrado a ganar buen dinero cuando trabaja en la industria automotriz así es que no era fácil para él acostumbrarse a chambear en cualquier lado. Consiguió trabajo en una tienda de aparatos eléctricos, ganaba el mínimo, se salió: mejor decidió irse de mojado. Se fue en febrero de 1986, y no pudo mandarme dinero hasta junio. Así es que todo este tiempo me las vi duras. Como no conseguía chamba empecé a coser: servilletas, blusas, vestidos de manta bordados. Sólo que no era muy rápida; si bien me iba, hacía un vestido a la semana, o dos blusas. Cuando mucho sacaba doce mil pesos al mes. No me alcanzaba para nada. Mi mamá me ayudaba con algo de mandado, pero de todas formas estaba muy difícil la situación.

Hasta que conseguí chamba en una fabrica de calcetines. De veinte que solicitamos el trabajo —la mayoría mujeres—, sólo nos dieron a tres mujeres. A mí me pusieron en el control de calidad. Ocho horas de trabajo, con media hora para comer. Me pagaban 54 mil pesos por mes, o sea como 1 900 diarios. No me convenía. Sólo de peseros gastaba 420 pesos diarios; unos quince mil pesos al mes. El trabajo era muy monótono y cansado: buscar en el montón el par del calcetín en tamaño, forma y color. Además, le cortábamos los hilitos a los calcetines, los empinzábamos. Veíamos 100 pares por persona al día, éramos cinco, entregábamos 500 pares diarios. Antes de ir a trabajar pasaba a dejar a mi niño con mi suegra o con mi mamá, y eso me hacía gastar más en el pasaje: a veces hasta mil pesos diarios. Entraba a la fábrica a las siete de la mañana y salía a las tres de la tarde. Me la pasaba todo el día de pie y de tanto empinzar rápido se me hicieron unos hoyitos en los dedos. Además, hacía un calor espantoso, nuestro local quedaba frente a la tintorería. Un día estaba yo trabajando y sentí que ya no podía mover un brazo, ni una parte de la cara, me iba como a desmayar. Mis compañeras ni cuenta de dieron. Agarré y me fui a la enfermería. Sí, me dijeron, esos calambres son normales, es parálisis local. Sólo me dieron un día de incapacidad sin goce de sueldo. Fui con un acupunturista y él me ayudó a controlar la parálisis. Todos esos días me sentí muy mal. Mejor me salí de la fábrica.

“Me acuerdo del temblor. Yo salí a ver como se movían los árboles, se juntaban unos con otros, se acariciaban. Fue todo. Aquí en la colonia no pasó nada. Por la radio empezamos a escuchar que se había caído el centro de la ciudad, que no había sobrevivientes. Aquí en la colonia la gente andaba bien apurada, no sé cómo, pero empezaron a formarse comisiones para ir ayudar: todos hicimos comida en nuestras casas, y aunque tenemos poco juntamos cazuelas y cazuelas de frijoles y ollas con café. También juntamos ropa y no sé qué tanto. Nos fuimos a Tepito en una camioneta. Muchas señoras no conocían el centro. Estaban reasustadas, otras hasta se querían bajar a comprar en las tiendas. Casi no lo creíamos: a nosotros siempre nos han visto menos por vivir en la periferia, pero allí estábamos ayudando a los del centro. Los de Tepito estaban muy tristes, y nosotros ya no hallábamos cómo ayudarlos; los acompañamos a sus manifestaciones y todo. Hasta que se vino lo de la expropiación de predios, entonces ellos se pusieron felices; hicieron carnita y chicarrón para el presidente. A nosotros también nos dio gusto. Bueno, no tanto: en la colonia llevamos años y años peleando por la regularización de los terrenos y no se ve claro o no los dan muy caros. Eso de la expropiación debió haber sido parejo. Pero, en fin, yo andaba ahí en lo de la ayuda—como no tenía chamba me la pasaba ahí todos los días—, cuando me invitaron a participar en una asociación que se llama Red Internacional. Se formó a partir del temblor por embajadas y fundaciones que querían entregar directamente la ayuda a los damnificados si mediación del gobierno. Nos dieron un curso para aprender a hacer proyectos para los damnificados y organizar a la gente. Nos pagaban 36 mil pesos a la semana, ¡casi el doble del mínimo! El proyecto se llevó a cabo, la gente se organizó para la reconstrucción. En la asociación nos dijeron: “hay dinero y hay que darle salida”, decían que se contaba con 30 millones de pesos. Pero ya cuando estaba toda la gente organizada se dijo que el dinero no se iba a donar, que se tenía que pagar a plazos. Había mucha confusión sobre eso: no se sabía cómo iban a ser los préstamos, ni cómo iban a ser los pagos. Así es que la gente empezó a desconfiar, a irse para atrás. Al final llegó Habitación Popular y como ofrecía cosas claras la gente se fue con la delegación. Los meses de noviembre y diciembre estuve en eso. Después entré a la fábrica. Tenía dinerito ahorrado de los de la asociación, y con la ayuda de mi compadre hice mi baño.

“La primera carta de mi esposo me llegó en mayo. Sólo me decía que había cruzado sin problemas, que ya estaba trabajando, a mi hijo simbólicamente le mandó un dólar de regalo. No decía cuándo iba a regresar. Así es que yo seguí trabajando en la fábrica. Después se vino todo lo que ya platiqué; cuando yo me estaba empezando a escasear el dinero decidí irme al norte, con unos conocidos que tengo en Chihuahua. El mismo día que me fui, a principios de julio, llegó a mi casa una muchacha que mandaba mi esposo con una carta y 400 dólares. Me dio mucho gusto. Los metí al banco y como la carta no decía que él pensara regresar, de todas formas me fui a Chihuahua.

“Yo ya conocía Chihuahua, es muy árida, muy seca. La gente de la ciudad es abierta, de dónde viene, qué se le ofrece, en qué se le puede ayudar, así se tratan por allá. Ahí conocí a varias muchachas que trabajaban en la maquila. Había mucho trabajo. Hasta hablaban por la radio diciendo que en tal maquila se necesitaban mujeres para diferentes turnos. Yo pensaba que se pagaba muy bien en la maquila, pero no: antes de que subiera el suelo mínimo ganaban 1 085 pesos diarios; con el aumento al mínimo les dieron 1 665 pesos. Les dan al mes un vale de despensa de 1 550 pesos. Ya con eso hay que conformarse. No tienen sindicato. Las muchachas me decían que me quedara en la maquila: a hacer cositas de radio, televisión, siempre la misma cosita todo el tiempo. No quise, para lo que pagan mejor me regreso a México, pensé. Pero luego un compadre me dijo que me fuera a la sierra, que él tenía por ahí unos conocidos y los fuimos a buscar. Total, me dije, por lo menos me paseo.

“La verdad yo no sabía que había tantísimo dinero por ahí. Y es que allí en la Sierra Madre los pequeños propietarios, los ejidatarios y los que tienen grandes tierras, todos están en lo de la marihuana. Los sembradíos están escondidos entre arboledas para que no se vean desde los helicópteros, y algunos tienen pequeñas cosechas de maíz para disimular. La planta de marihuana es muy bonita, crece hasta dos metros y da una flor roja, preciosa. Pero para que se dé la buena no se tiene que dejar que floree; si se florea la pagan a menos precio. Además, lo que se utiliza es la pura puntita de las hojas, entre más cerca del tallo se corta la marihuana va siendo de menor calidad; cuando se cortan las puras ramitas ya de plano es chafa. Para sembrarla se asocian entre varios; hay veces que se roban ellos mismos y empiezan los problemas. Cuando va creciendo le echan fertilizante (no mucho por que es delicada), y eso sí, no debe faltarle nada de agua. Se recogen dos cosechas al año. Para levantarla emplean peones: pagaban diez mil pesos diarios (mayo 1986). Si la cosecha salía buena, a los peones les dejaban recoger las colillas y que las vendieran por su parte. A veces ahí mismo se acababa de la buena, y la gentes e iba con los peones a comprar colillitas. El trabajo no se lo dan a cualquiera, todo es entre ellos mismos. Allí en los poblados es como otro mundo: todos andan con pistola, como si fueran los tiempos de la revolución. La gente ya se acostumbró a tener millones, no miles. Allí la gente no habla más que de millones.

Lo que sacan de la cosecha se lo acaban en un mes. Muchos se van a Ciudad Juárez a gastase todo en el juego, las cantinas, los cabarets. Otros ahí mismo, en las cantinas de la zona. Cuando regresan ya no tienen nada y la familia sigue igual de jodida. Siempre lo mismo. Tienen dos o tres señoras. Se roban a las muchachas bien jóvenes y aunque no quieran. Todos traen su camioneta comprada en Juárez, del otro lado. El dinero se les va de las manos como agua. Algunos hasta piden prestado para subsistir mientras llega la otra cosecha. Hay redadas, pero al que tiene dinero para negociar le respetan el sembradío. En la sierra el kilo se vendía a 300 mil pesos (mayo de 1986), algunos americanos llegaban directamente a comprar ahí; se ve que ya estaban apalabrados desde antes. En la frontera el kilo sube a 400 mil pesos, y en le DF a 600 mil. A donde fui vivía de la droga unas 150 familias. Dicen que todo eso empezó en 1972, pero nadie sabe cómo. Hasta los maestros comunitarios andan en eso. Y es que cuentan que antes no había chamba por ahí y los campesinos no tenían los materiales necesarios para trabajar la tierra: puras mulas y arados viejos. Además de que fácilmente le entra la plaga al maíz. En cambio, la mariguana es noble, se da muy silvestre y solo con una poquita de agua. Así es que la gente decidió dedicarse a eso. Al principio las autoridades los dejaron para que se aliviara la situación, pero los sembradíos fueron creciendo y creciendo y ahora ya nadie los controla. Al contrario, empiezan a llegar gentes de otros lados, de todos los estados; que los primos, que los sobrinos, que los parientes lejanos. El chiste es ayudarse un poquito.

“Cuando andaba por allá estaban en elecciones para cambio de gobernador y de presidentes municipales. Allá en la sierra el PAN tiene mucha influencia sobre los campesinos. Les decían que si votaban por ese partido les iba a llegar tecnología más avanzada, tractores nuevecitos de Estados Unidos. Y hasta hablaban a favor del presidente Reagan. A los más humildes, creo, el PAN hasta les rifó camionetas. Algunos votaban por el PRI, aunque no los ayude, por costumbre. Yo pienso que ahí no ganó el PAN, pero tenían mucho dinero para su campaña y se dedicaron a desprestigiar al PRI. El PSUM también tenía fuerza, creo que ganó algunos municipios. A la gente de la sierra le interesa mucho la política, los campesinos son muy aguerridos. Allá no es como el DF, donde nos dicen vamos a votar y ya, si nos levantamos de humor votamos y si no, pues no. La gente se peleaba en el pueblo, se decían groserías, se enemistaban las familias. Y así se pasa uno la vida, no se vive tranquilo. Cuando no se pelean por los partidos, por la política., andan no más gastando el dinero a lo loco y al pendiente del helicóptero: ¿a quién le irán a quemar ahora?, eso piensan todo el tiempo. Duré un mes y me regresé a la ciudad de Chihuahua.

“En la ciudad también estaba dura la cuestión de las elecciones. Ahí el PAN, yo creo, tenía más gente que en el campo; comerciantes, campesinos con tierra pero que viven en la ciudad, amas de casa —andan todas las señoras de alborotadoras y sin delantal en la calle—, jóvenes. Como hay dinero, tienen tiempo para hacer política. Las mujeres se vestían de blanco y azul, con camisetas y mandiles que decían PAN y se ponían a repartir volantes y pegar calcomanías en los coches. Luego hubo una marcha que me impresionó mucho. Venían de Ciudad Juárez a Chihuahua, duraron como media hora pasando, pero nadie andaba a pie: desde sus coches y camionetas tocaban el claxon, con bocinas decían porras a favor del PAN. La gente es muy aferrada. Como tienen dinero no les importa perder el tiempo. Hay mucha agresividad en la calle. La política los saca de su monotonía y se la pasan peleando. Si yo me dedicara a la política, en cambio, tendría que dejar de trabajar y yo y mi hijo no comeríamos.

“De tantos problemas que vi mejor me regresé al DF; también se me ocurrió pasarme del otro lado, pero ¿con quién dejaba a mi hijo? Regresando lo primero que hice fue ir a cobrar mi liquidación a la fábrica de calcetines. Después busqué trabajo en la agencia de enfermeras. Pagan dos mil pesos la guardia en casa particular, peor de ahí tienen que darle 600 pesos a la agencia. El trabajo que me consiguieron quedaba hasta Ecatepec y era en la noche, no me convenía por los pasajes y por el desgaste. Me salí de la agencia. Con el dinero que junté en todos esos meses me animé a poner una papelería aquí en la colonia y ésas ando: saco unos siete mil pesos diarios, pero tengo que reinvertir. Además, antes de irme a Chihuahua sembré de todo: maíz, frijol, haba, lenteja, calabaza, col, para qué se daba. No se me dio la milpa, ni la lenteja, pero los frijolitos sí y la calabaza, así es que por lo menos eso no me va a fallar.

“Está difícil que el país salga adelante. La inflación está por las nubes, no hay control. Pero no sé, la gente todavía tiene dinero. Ahora cuando lo del temblor, ahí en Tepito, con todo y casas caídas, en el centro veía las calles con sus puestos de fayuca: televisiones, relojes, grabadoras. Y la gente compra, ¿de dónde sacan dinero?, yo no sé, peor alguien tiene que comprar eso porque si no, no lo venderían. O lo mejor se endeudan, lo pagan a plazos después, ¿si es el país se endeuda por qué yo no?, así piensa mucha gente. Y luego los que se vienen del norte.

Allá hay mucho dinero y la marihuana se las pagan en dólares. Eso de que entre dinero le conviene al país, por eso el gobierno se hace de la vista gorda. Igual pasa con lo de los braceros, a mí mi esposo me manda el dinero en dólares y yo lo cambio aquí a pesos. Los mojados sufren allá y el que se beneficia es el país ¿no es así? Estoy pensando en serio irme para allá a hacer dinero: juntar un poquito para mejorar mi casa, ponerle un enjarre, la barda, unos vidrios, construir bien la papelería, meter al niño al kínder, comprarle ropa, en fin, eso es con lo que sueño.

“Tengo mi credencial de elector, pero yo nunca he votado. ¿Para qué? Más bien yo creo que el gobierno nos va a botar al demonio con todo y zapatos.”

Una lámpara de gas ilumina los últimos momentos de la plática. “Va a llover duro mamá —dice el niño—, a ver si no le hace daño al maicito.”

Desde el fogón a la boca

Procesos y técnicas de la Cocina Poblana: la prueba de la gota

Los niños sabíamos que había llegado el tiempo de Todos los Santos porque la bisabuela Valito nos convocaba a acompañarla a comprar el agua de azahar para el punche y las hojaldras. La ocasión ameritaba todo nuestro interés, porque iríamos a uno de los negocios que más nos gustaban en la Ciudad, Materias Primas Brambila, en la antigua calle Fuente de Carrasco, hoy 5 norte 200s. La bisabuela prefería adquirir ahí la esencia, pues vendían la original sevillana, que es una extracción alcohólica de miles de flores de naranjo y que imprimen característico sabor y olor a estos tradicionales manjares de temporada.

Entrar ahí, era transportarse al interior de un gran pastel almibarado, donde seductoras esencias invadían nuestra nariz infantil, regios moldes de calamina despertaban toda clase de antojos y un universo de tenues colores rosados, verdes y azulados se difuminaban sobre figuras de azúcar en forma de payasitos, novios y muñequitas que simulaban quinceañeras y que coronaban sendos pasteles de cartón, en uno de los aparadores más atractivos de nuestra Ciudad.



Con los demás avíos para el punche ya en casa, el ritual de su preparación llevaba muchas horas de intenso trabajo; sin duda el momento estelar llegaba precisamente cuando la bisabuela anunciaba que le ya ‘estaba ya dando el punto’ al dulce y que mi madre tuviera listo los platones, para vaciarlo. Esa enigmática afirmación me causaba muchas curiosidades: ¿qué extrañas señales podía percibir o adivinar la bisabuela para llegar a tan tajante afirmación?, ¿por qué en ese preciso momento y no antes, para así haberse ahorrado tantas y tantas horas de trabajo?

‘Trae un vaso de vidrio y llénalo con agua, de la que está en la jarra en el refrigerador’ me ordenaba, ‘luego siéntate aquí en la mesa y observa lo que voy a hacer.’ A continuación, con la ayuda de una cuchara de madera tomaba una pequeña cantidad de punche, que borboteaba en el cazo de cobre y con gran habilidad, dejaba caer una minúscula gota del dulce en el vaso que acaba de llenar con agua helada. Lo que veían mis ojos no lo podía creer: al momento del contacto, la gota se transformaba en una esfera casi perfecta, que lentamente caía al fondo del vaso, dando tumbos en el fondo, como cuando jugaba a rebotar mi pelota en el patio. En ese preciso momento, el dulce era vaciado en álveos platones de porcelana, que mi madre ya había desplegado sobre la mesa de la cocina.

Debíamos de esperar hasta la mañana siguiente, para poder probar el exquisito Punche de Todos Santos que la bisabuela había preparado. Con una palita de servir, el dulce se rebanaba y se despegaba perfectamente del platón, y cada niño recibíamos nuestra atesorada porción, con el característico color violeta y aroma de azahares.

Me asombraba pensar, como un polvo muy fino de maíz azul, que se había cocinado en leche azucarada, se había transformado en un semi sólido, que se podía cortar con tenedor, y además tener una delicada y tersa textura, al contacto con el paladar. Muchos años de estudio pasaron para que pudiera comprender, que las cocineras tradicionales poblanas habían logrado elaborar un dulce que se basaba en un cambio de fase: es uno de los fenómenos fisicoquímicos más apasionantes en la preparación de alimentos, que involucra cambios en las estructuras de sus componentes y traen consigo nuevas propiedades, que los ingredientes iniciales no tenían. Sin embargo, lo realmente asombroso es razonar los enormes esfuerzos, inventiva y tesón de nuestras cocineras tradicionales, que lograron estas maravillas culinarias a lo largo de muchas generaciones, y que ahora nos deleitan en las grandes comilonas festivas de Puebla.

¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!



#tipdeldia: Las recetas familiares de la Cocina Tradicional Poblana pueden sonar a veces complicadas de seguir; sin embargo, cada uno de sus pasos e ingredientes tuvieron razones culinarias y tecnológicas para pacientemente llegar a tan excelsos resultados. Comprenderlos desde la Ciencia de los Alimentos es fascinante.



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Psilicybin 3-(2-dimetilaminoetil)-1H-indol-4-il] dihidrógeno fosfato, el compuesto de los hongos de María Sabina



En el estado norteamericano de Oregon en la elección del martes 2 de noviembre ganó la campaña “Yes 110”. Y ahí han dado un paso fundamental contra la guerra de las drogas. “Yes 110” significa que ningún ciudadano podrá ser encarcelado por posesión y consumo de drogas. Y con el 58 por ciento de los votos superó a la guerra de comerciales y su campaña de “Just say NO”.

Sin duda será maravilloso si el voto de los gringos acaba por echar a Trump del poder. Pero el hecho histórico se encuentra en lo sucedido en Oregon: los ciudadanos se decidieron a descriminalizar la posesión personal de drogas duras y aprobaron las terapias con hongos alucinógenos.

Más allá de si la gente votó republicano o demócrata, en Estados Unidos la gente votó por poner fin a la guerra contra las drogas, al menos ahí donde en la boleta electoral se preguntaba al respecto.

Entre el berenjenal en el que se encuentra la elección del martes –con un Trump decidido a dar un golpe de Estado autocrático-- una noticia empieza a abrir su propio campo de juego. En el estado de Oregon, en la costa oeste norteamericana los votantes aprobaron la legalización de las terapias con psilocybin, la Medida 109, y la despenalización de la posesión personal de drogas, incluídas la cocaína, las metanfetaminas y los opiáceos, la Medida 110.



En pocas palabras, los votantes han aprobado un cambio radical para poner fin a la guerra contra las drogas.

Porque la decisión ciudadana de relajar el uso de sustancias psicoactivas en Oregon se produjo en varios puntos del país: Nueva Jersey, Arizona y Montana se aprobó masivamente el uso recreativo de la marihuana; Mississipi votó por legalizar su uso medicinal. En Washington, D.C. se descriminalizó el psilocybin.

Leo en Wikipedia el significado de la palabra psilocybin:



“La psilocibina (también conocida como 4-PO-DMT o 4-fosforiloxi-N,N-dimetiltriptamina) es un alcaloide triptamínico que en el cuerpo se metaboliza en psilocina, un compuesto alucinógeno responsable del efecto psicoactivo de ciertos hongos comestibles. Algunos hongos que poseen psilocibina son usados recreacionalmente y como elemento enteógeno en rituales de la medicina tradicional americana. En un artículo de la revista Life de 1957, el banquero estadounidense R. Gordon Wasson describió sus experiencias por la ingestión de hongos que contenían psilocibina durante una ceremonia tradicional en México, introduciendo la medicina dentro de la cultura popular en los Estados Unidos. Poco tiempo después, el químico suizo Albert Hofmann purificó el principio activo de la psilocibina desde el hongo Psilocybe mexicana y desarrolló un método sintético para producir la droga. La psilocibina es producida naturalmente por alrededor de 200 especies de hongos, incluyendo los del género Psilocybe como P. cubensis, P. semilanceata y P. cyanescens, y además ha sido publicado que se ha logrado aislar desde una docena de géneros. Se los conoce colectivamente como hongos psilocibios.”

Para decirlo en palabras nuestras: los gringos se han decidido a legalizar los viejos hongos de María Sabina.

Psilocybe mexicana

Y para visualizar mejor lo que han decidido los votantes en Oregon: la Medida 110 significa que la política de Estado para las drogas será comprendida no como un tema de justicia criminal y persecución policiaca y sí como un asunto de salud pública.

Y como bien dicen los expertos entrevistados por la revista Wired, de la que retomo esta información, a la despenalización de las drogas le deben seguir un conjunto de políticas coherentes para el tratamiento de las adicciones. Pero es un primer gran paso, y sí es histórico.

Qué lejos estamos en México de asimilar la importancia de plantar estos temas en las boletas electorales para fundar una verdadera política pública que ponga fin a la guerra contra las drogas.

Mundo Nuestro. El Congreso del Estado de Puebla aprobó este martes 3 de noviembre el matrimonio igualitario. Presentamos el voto razonado de uno de los diputados que lo hizo, Emilio Maures Espinosa.

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Emilio Maurer Espinosa

Estamos a punto de ser partícipes de la construcción de una nueva realidad social para Puebla.

Quienes hemos nacido en Puebla, hemos sido testigos de los cambios y transformaciones que acompañan a una sociedad en constante movimiento y modernidad.

Soy un hombre de la vieja guardia que ha tenido la fortuna de convivir con muchos jóvenes que hoy mueven los motores de esta apertura, inclusión y madurez que tenemos que asumir para ir con los nuevos escenarios de vida.

Hoy voto a favor de la legalización del Matrimonio Igualitario en Puebla porque tenemos que reconocer la deuda histórica que se ha tenido con los grupos que forman parte de la diversidad sexual.



Asimismo, sería inútil ignorar la discriminación que persiste hacia las minorías sexuales en nuestro país y en nuestra entidad.

Legalizar la unión de dos personas del mismo sexo otorgará certeza jurídica a esta figura que desde hace 11 años se aprobó en la Ciudad de México.

A mis años y con toda mi experiencia de vida, les comparto que he aprendido a mirar desde la perspectiva de la inclusión, sin etiquetar a las personas por sus preferencias particulares, sociales y sexuales.



Traer este tema a la agenda legislativa, no responde a caprichos personales o intereses particulares de una bancada.

Estamos acatando la sentencia emitida por el máximo órgano de justicia que es la Suprema Corte.

Que se entienda y quede claro para quienes están buscando polemizar y llamar al desacato, que como diputados estamos cumpliendo con lo instruido por el máximo tribunal de la nación.

Se vale que hoy en Puebla los diputados demos el estirón para estar a la altura y abrir el camino que seguro servirá como el inicio de más conquistas para que a la Comunidad LGBT (Lésbica, Gay, Bisexual y Transgénero) se le reconozca con todos sus derechos como parte de nuestra sociedad.

Los exhorto a evitar politizar un tema donde tenemos que ser muy claros a la hora de argumentar nuestro voto.

En mi caso, mi voto a favor lo otorgo con la conciencia de ayudar a la construcción de una nueva apertura social en Puebla.

Como Congreso tenemos que reconocer que el trabajo apenas empieza.

La discriminación hacia los grupos de diversidad sexual persiste.

Por lo anterior, tenemos que entender que una sociedad se fortalece con la pluralidad que ayude a visibilizar tolerancia hacia quienes piensan y eligen construir uniones basadas en el respeto y los derechos que también deben otorgárseles.

Celebro ser parte de una sociedad que evoluciona y hoy hace realidad un logro colectivo de muchos grupos que durante años, han levantado la voz para exigir respeto y tolerancia.

Fortalezcamos los nuevos tiempos de Puebla que llaman a trabajar en favor de la cohesión social, de la no discriminación, de la erradicación de la violencia y el respeto a los grupos que integran la diversidad sexual.

(Foto de portadilla tomada de Municipios Puebla.)