El zorro y el chivito/Taller de Periodismo Ibero Puebla/Taller de Periodismo Ibero Puebla Destacado

Compartir

28 de diciembre del 2010 en las inmediaciones del Estadio Jalisco en Guadalajara, la perla tapatía. El ambiente huele a comida callejera, a tacos de carne asada, a tortas ahogadas y a un sinfín de manjares jaliscienses; se palpita en la piel una pasión múltiple en los festejos por los cincuenta años del Coloso de la Calzada Independencia.

Hoy juegan mis queridas Chivas contra los históricos Leones Negros de la Universidad de Guadalajara. Pero hay más, juegan el Atlas contra Tecos de la Autónoma en la primera fecha del cuadrangular tapatío. Es mi primera vez en el Jalisco con mis Chivas… ¡Esto es otro mundo!

El entorno es magnífico; en mi natal Hidalgo jamás había percibido emociones iguales. Aun siendo un torneo amistoso, de pretemporada, la gente está vuelta loca. Todavía recuerdo que ayer salí a pasear con mi camiseta de Chivas por el centro histórico y un completo desconocido se dio el gusto de gritarme:

“Nos vemos en el estadio mañana, amigo”, con una sonrisa de oreja a oreja y levantando el pulgar en señal de camaradería.



Entramos al estadio.

Mis ojos nunca han estado tan brillantes y mi pupila jamás se ha dilatado tanto. Rápidamente ubico a la zona de porra local, y ahí está, la famosa Irreverente de Chivas imponiendo como siempre. El partido comenzó y sigo incrédulo. Transcurre con normalidad e incluso algo aburrido, pero siempre escucho risas, comentarios amistosos (y no tan amistosos) y barullo en todo el estadio. De repente hay un penal para Chivas… gol de Michel Vázquez que grito como si se tratara del gol del triunfo en la final de la Copa Libertadores. De esta manera el encuentro ha concluido. Qué gran día ha resultado, pues hasta vi a mi equipo ganar.



No podría ir mejor hasta que por ahí nos llega el rumor de que Salvador Reyes y el Zully Ledesma están en el estadio, justo debajo de nuestros asientos. Rápidamente corremos, y cuando lo encontramos quedo en shock. Chava Reyes Jr. nos recibe en la zona VIP del estadio, amablemente nos tomamos la foto con él a lo que mi papá me dice:

“Hijo, su papá es el máximo goleador en la historia de Chivas”,

a lo que responde de forma inaudita:



“Mi papá está por aquí, déjenme los llevo con él”.

Acto seguido, ahí está, Don Salvador Reyes Monteón, el máximo ídolo del Guadalajara. Llegamos a él y enmudezco. De la manera más humilde accede a la fotografía a su lado, me abraza y le contamos desde dónde venimos tan solo para ver a las Chivas.

Instantes después, aún afónico, encontramos a Javier Ledesma y, de nuevo, mi padre se acerca a él para pedirle una foto. Como si de un sueño se tratara, el Zully me regala una sonrisa, me abraza como si fuese su hijo y posamos para la foto mientras mi papá me comenta que él fue un gran arquero del Guadalajara. Ledesma agradece apenado pero alegre. Casi inmediatamente se percata que tengo puesta la camiseta de portero de Chivas, por lo que, con gran júbilo y soltando carcajadas me dice:

“¡Y mira, hasta traes la de arquero!”. Interiormente estoy llorando de emoción, es el mejor día de mi vida.

Comprendo después de estos minutos dorados que la sencillez y la humildad hacen que tu persona mejore.

Fuente: lospleyers.com

Por pura curiosidad y para aprovechar la visita nos quedamos al siguiente partido. La porra de Chivas no puede salir hasta media hora de terminado el primer partido por motivos de seguridad. Mientras tanto, el sector radical rojinegro está ubicado al otro costado. Comienzan los insultos de una barra hacia otra con leperadas y hasta amenazas de muerte. Inmediatamente un individuo en evidente estado de ebriedad se sienta junto a nosotros; es aficionado del Atlas. Todo el tiempo se la pasa hablando tonterías, pero hasta eso que me está cayendo bien. De pronto veo que hace señas a un nivel del graderío más arriba del estadio, ¿qué está queriendo decir este tipo? Súbitamente otro hombre baja, se sienta a su lado y con una gran sonrisa nos voltea a ver para decirnos:

“Yo le voy a las Chivas, pero no quería venir, este güey me invitó” como si nuestra relación fuera de años atrás.

Mi campo visual abarca casi por completo el estadio. En cada cabecera tenemos a grupos conflictivos gritándose para ver quién es más chingón; cerca de mí está un par de amigos que, sin importar el equipo que alientan, pasan un buen rato y contagian felicidad en los demás. Hasta este momento había odiado a muerte a todo aficionado rojinegro que viera en la vida. Ya hasta el vecino atlista me agrada.

Debajo de nosotros se encuentra un niño menor que yo con su padre, ambos aficionados a Chivas; el niño insiste por un refresco desde hace rato. Increíblemente mi vecino rojinegro escucha al pequeño y comienza a llamar eufóricamente al vendedor de bebidas, le pide un refresco y se lo entrega al pequeñito. Qué cosa tan extraña, ¿no? Un viejo lobo de mar aficionado del acérrimo rival en un acto de camaradería con un nene que porta colores distintos.

Comienzo a formularme muchas preguntas en la cabeza después de estas acciones.

Las facetas que tomamos acorde a las situaciones que se nos presentan son diversas, tal como refiere Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad, donde explica el comportamiento variado que ha adaptado el mexicano a partir de sus experiencias. Esta hipótesis, sin duda, se puede validar al estar en un estadio de futbol.

Por un lado, en este día, tenemos a las aficiones que representan el clásico más añejo en el futbol mexicano: un bando representado por los rojiblancos y por el otro los rojinegros. Noventa minutos cada fin de semana bastan para dividir a media ciudad e incluso tener consecuencias terribles, mientras que los otros seis días se puede convivir sin problema alguno.

Profundizo mis pensamientos…

En el futbol y los clubes de este deporte existe más que una trascendencia deportiva. Engloba connotaciones culturales, sociales e históricas; un ejemplo que rápido llega a mí mente son los grupos de animación europeos, sobre todo balcánicos, quienes integran intenciones raciales, sociales, nacionalistas y políticas donde la actividad de apoyo se desvanece a segundo plano para darle lugar a un espacio expresivo, de demostrar la fuerza y la violencia que poseen o son capaces de mostrar. Bajo este mismo camino y en un análisis del entorno futbolero mexicano me doy cuenta de que, afortunadamente, estamos a años luz de estos problemas, pues todavía podemos ir al estadio e intercalarnos con la afición contraria, ver familias enteras aficionadas de un equipo, beber una cerveza, platicar y reconocer deportivamente al rival.

El fútbol es un deporte, una actividad más, noventa minutos de rivalidad meramente deportiva; un medio sano de impacto cultural, social y un centro de distracción, así como de desarrollo para los niños; nuestro futuro. Tomémoslo como tal, no como un elemento de destrucción, de segregación, de violencia y discriminación, pues a fin de cuentas formamos una sociedad, donde todos jalamos parejo.

El futbol es hermoso, y su afición es parte fundamental para el colorido y su vitalidad. Por ello debemos aprender a convivir de manera pacífica y armónica a pesar de las diferencias que se puedan presentar.

Fuente: Marca

Recuerdo aquella tarde decembrina en la Perla Tapatía, reafirmo así mi amor por el futbol, mi incondicionalidad con mis Chivas e, igual de importante, entiendo mejor el sentido de rivalidad, de separar aspectos que salen sobrando en un ambiente sano. Porque como en algún momento dijo Maradona:

“La pelota no se mancha”.

Compartir

Sobre el autor

José Omar Moreno García

José Omar Moreno García es estudiante de la carrera de Comunicación en la Ibero Puebla. Participó en el taller de periodismo narrativo que Mundo Nuestro impartió dentro de la clase de Periodismo de la Maestra Ana Lidya Flores.