Sociedad

Me he visto en las fotos con unas botas blancas, pero ésas no las recuerdo sino de ahí, de las estampas, de una en la que estoy parada en la cubierta de un velero, detenida del mástil y con un rehilete en la mano izquierda.

Perfecta imagen para la memoria de una mujer que espera llegar al 2035, sin haber perdido por completo la propensión romántica del siglo XIX.

Cada quien sus pesadillas. Algunas de terror, otras del diario afán. De estas últimas, la mía es comprar zapatos. Tengo unos pies cuyo enigma es muy superior al teorema de Pitágoras. La hipotenusa de mis empeines tiene siempre tamaños distintos, entre uno y otro pie, entre un día y otro, entre el calor y el frío. No hay manera de uniformarlos. ¿De qué número calzo? Adivinar. Cada par de zapatos es su propio enigma, cada uno va poniendo en entredicho mi razón.



01-zapatos

Ilustración: Gonzalo Tassier

Cuando entro a una zapatería dejo ir los ojos por el inexorable horizonte de la tienda y pienso que esa vez sí será fácil, al menos posible, salir con un par al que no ponerle reparos. Pero nunca sucede. Y como en toda pequeña pesadilla el final es un túnel dando vuelcos.

¿Será porque apenas mido uno y cincuenta y ocho que los zapatos me importan tanto? ¿Será porque los tengo más cerca de los ojos? ¿Será por presumida? Sin duda debe ser por presumida. Nunca pude, pero ni con las seis décadas puedo, aceptar la comodidad de una zapatos feos.



¿Por qué es que esto les cuento? ¿De qué mundo me escondo dilucidando en torno a la belleza de los zapatos y la fealdad de algunos pies? Mi deber es contar. No dar cuentas. Siempre me he sentido incapaz de traducir el mundo, no doy con las razones y mucho menos puedo imaginar cómo resolver los problemas de nuestro país. Para eso está la revista nexos con su colección de sabios. Esta revista en la que he abierto un puerto que a veces se llena de barcos entrando y saliendo hasta que todo es un desorden sin retorno, como el túnel en la pesadilla de los zapatos.

¿Qué tienes tú que decir? ¿Te duele un pie? Y nos lo cuentas como si importara. Hablas de nimiedades. ¿Qué con la democracia? ¿Qué con la ley? ¿Qué con este lío que es vivir en un país que anochece con unos destripados y amanece con unos descabezados? ¿Y los índices de pobreza? ¿Y la equidad? Todo igual que el día aquel en el que te compraron los primeros zapatos para ir al colegio. Unos choclos blancos. No podían ser más feos, ni más idénticos. Todas las niñas íbamos al colegio vestidas igual. Unas eran más ricas, otras menos, pero vestidas iguales, daba igual. Más o menos teníamos lo mismo aunque no fuera cierto. Entre nosotros se hablaba poco de dinero. Para muchos, tenerlo obligaba a la discreción. No tenerlo en abundancia, también. Si mis papás dirimían esos asuntos cerraban la puerta. O lo hacían cuando las luces de la casa ya se habían apagado. Una vez los oí, atando los cabos del tema, cuando me acerqué a su cuarto en mitad de la noche, despierta con un dolor de cabeza que aparecía de repente como una flecha iluminada. Había que pagar no sé qué deuda. Regresé a mi cama con tal susto que no recuerdo a dónde fue a parar mi cabeza. Amanecí con las trenzas desbaratadas y el pelo hecho una madeja de alambres.

No pasó nada. Nunca nos faltó nada. Éramos siempre los primeros en pagar la colegiatura. Y la renta. También es cierto que nuestro coche era el más pequeño, y que nuestra mamá tenía un trabajo. Daba clases de ballet. De cinco a ocho. Tres grupos. La verdad es que le fascinaba tanto como avergonzaba a mi papá. Ahí y en ese tiempo, los hombres tenían que ganar el pan y las trifulcas de su familia. Todos sabemos que ella se habría aburrido muchísimo con cinco hijos y una máquina de tejer, por más que platicar con su hermana la divirtiera tanto, pero me aprieta el corazón como un zapato nuevo si recuerdo la pena que le daba a mi padre no pagar hasta el último centavo de lo que se gastaba en nuestra casa. Tonterías como botas viejas, pero que a él le importaban como una guerra.



No sé por qué, nuestra madre, cuando hacía el recuento de esos años en que pasaron trabajos y tuvieron disgustos económicos, se preguntaba por cuál motivo no había tomado a sus hijos y se había ido a Jalapa con ellos y su marido. Nunca entendí esa suerte de jaculatoria, ni le pregunté por qué irse y por qué a Jalapa. Un lugar al que nunca fuimos más que como parte del único viaje a Veracruz que atravesó nuestra infancia. Un viaje en el que aprendí el gozo de andar descalza, con mis dos hermanos, buscando pedazos de nácar en una playa de arena gris.

En esos años los niños pobres, así se les llamaba, por su nombre —no existían escondrijos ni asociaciones de palabras—, no tenían zapatos. Andaban descalzos. Pero del diario. Con el pelo rapado para no llenarse de piojos. No vivían lejos de nosotros, iban a la misma iglesia, de repente tocaban la puerta para pedir un taco. Se los dábamos, pero nada más. “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”. Eso decían las enseñanzas, y había quien así las aceptaba. Pero a nuestros progenitores siempre los redimió la culpa. Así no podía ser, así no debía ser: esa certidumbre nos heredaron. No era lógica la pobreza como no era lógico el poder en manos de unos a los que se llamaba rateros, pero eran intocables. Mucho más intocables que los de ahora. Veinte años después de su muerte, el nombre de un cacique parecido al que yo di en llamar Andrés Ascencio, seguía diciéndose en voz baja.

En privado, cuando los grandes creían que no los oíamos, hablaban de sus varias mujeres, de sus indescifrables crímenes, de sus cincuenta pares de zapatos.

Yo tenía proclividad por esas conversaciones, apenas nos mandaban al jardín, me descalzaba para volver, sin que nadie oyera, a meterme tras un sillón y escucharlas. Sólo entonces brotaban los malos como fantasmas a media tarde. Pero no había estadísticas, ni estudios comparativos, ni encuestas. Todo era rumor o experiencia. Alguien había visto un muerto, todos supieron de una huelga en la que mataron a los trabajadores de un ingenio azucarero, nadie quería seguir oyendo y por eso llamaban a los niños a merendar gelatina de naranja.

¿Cómo eran aquellos años mis zapatos? Recuerdo unos azules. Estuve mirándolos en el suelo, junto a mis piernas dobladas para caber en un rincón al que llegó la historia de una mujer torera, dos veces valiente porque había estado enredada con el mentado general cuyo nombre no se mentaba.

En los zapatos cabe de todo. Y de todo hablan. Cabe el mundo, la historia, las finanzas. Cuentan quién tiene qué y quién no. Mis zapatos de aquellas vacaciones eran los mismos que los del año anterior, ya les habían puesto medias suelas y si les ponían suelas corridas se achicaban. Iban a comprarme otros el siguiente año, pero mientras había más de dos zapateros por barrio y la gente les cambiaba el tacón una o tres veces a cada par. No había marcas. Ni tiendas para princesas. La zapatería se llamaba Miguelito y los zapatos Ponchito. Los hacían en León, Guanajuato, y había que domarlos.

Con razón los escarpines de mis abuelas eran un amasijo de bultos y deformidades. Crecieron con los pies apretados. Era lógico tener callos a los sesenta. Yo me quejo mucho, pero no tengo ninguno, porque ya mis zapatos, hasta los de los chinos, que ya no hacen las cosas tan duraderas como su muralla, son suaves.

¿Desde cuándo son menos duros tus zapatos? ¿Podrías contar la historia con los pies? ¿Tu país con los pies? ¿Tus miedos con los pies? ¿Tu valor? ¿Tus apegos? ¿Cómo es que decía el dicho? “Con que te vas y me dejas, déjame tus chanclas viejas para acordarme de ti”. Parece que estoy oyendo a mi padre repetirlo, tras la lluvia, cuando le pedí que me diera permiso de venir a México, a estudiar quién sabe ni qué, con tal de no andar sin novio, solterona de veinte años, por la ciudad sitiando mis zapatos de entonces.

Mi madre había dicho que sí. Ella quiso siempre que nosotros viéramos más que sus ojos y anduviéramos más que sus zapatos. Mi madre tenía unos pies largos, elegantes y delgados como plumas Mont Blanc. Yo no los heredé. ¿Qué genes me despojaron de tal legado? Me lo pregunto muchas veces, sin duda siempre que enfrento el túnel de esa pesadilla. Sí, me digo, podría contar la historia con los pies.

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Bajo el cielo de Chihuahua



"¡Ya basta!": el grito de un sacerdote jesuita contra la violencia criminal en Chihuahua.

La colección Tarahumara 100 años, del cual este texto es parte, se ha hecho para celebrar los cien años del retorno de los jesuitas a la misión de San Pedro Clavé, en la Tarahumara Alta. Éste es el relato que el padre Pablo Louvet, S.J. redacta en Sisoguichi, primer lugar al que llegan los jesuitas. El padre escribe en el diario de la residencia: “el día 12 de octubre del año 1900, quinto aniversario de la Coronación de Nuestra Señora de Guadalupe, después de 133 años de ausencia, motivada por la expulsión de los jesuitas de todo el territorio de ambas Españas, llevada a cabo por orden de Carlos III, tres sacerdotes y un hermano coadjutor, volvían a hacerse cargo de la misión tan floreciente en otro tiempo de los indígenas tarahumares”.

El primer grupo al que toca la restauración está integrado por los padres: “Antonio Arocena, de cincuenta y seis años de edad, natural de Azcoitia, Guipúzcua, España, que entró a la Compañía el año de 1886, superior de la misión; P. José Vargas, de treinta y cuatro años de edad, natural de Morelia, Michoacán, que entró en la Compañía en el año de 1879; P. Pablo Louvet, de treinta y cinco años de edad, natural de Carquemont, Doubs, Francia, que entró en el año de 1884. H. Coadjutor Nicasio Gorgorza, de treinta y dos años de edad, natural de Azpeitia, Guipúzcua, España, que entró el año 1886. Todos hicieron ya sus últimos votos”.


Louvet lleva el diario de octubre a diciembre de 1900 y de enero a octubre de 1901. El siete de noviembre él, junto con el padre provincial, el padre Borbolla, de superior, y el hermano Nicasio Gogorza, parten a fundar la residencia de Norogachi. El 10 de octubre queda oficialmente establecido el segundo puesto de misión. El diario en Sisoguchi queda a cargo del padre José Aguirre, S.J. El padre Louvet en noviembre y diciembre de 1900 estructura el diario con el registro de las visitas que los padres hacen a las comunidades de: Cusárare; Norogachic; Santa Anita; Guachochic; Cavórachic; Papajichic; Pahuichic; Tetahuíchic; Samachique; Guaguachique; Guagüeivo; Pamchic y Bacíburiachic. En 1991 el diario lo organiza por meses.

En el texto se habla del deterioro de las iglesias y las casas adjuntas. Todo está destruido. Los recorridos son largos y a veces sin guía. Los padres duermen sobre paja y tienen dificultades para conseguir comida. Intentan aprender la lengua tarahumara. En estas visitas el trabajo se concentra en administrar los sacramentos de manera particular la confesión, la comunión y el matrimonio. Celebran misa, y predican.

En el texto Louvet deja constancia de lo que piensa sobre los indígenas y el trabajo misional. Realiza juicios de valor desde la perspectiva de su cultura. Ve a la Compañía y a él mismo como un agente civilizador. Al mismo tiempo se plantea la necesidad de una vida más justa y plena para los indígenas. Es un relato de época que ofrece mucha información muestra con claridad cómo entienden su trabajo, que piensan de los indios y cuál es su propósito.

La caligrafía es muy buena, vienen algunas páginas para verla. Se respeta la ortografía de la época. Hay anotaciones y notas al calce del propio Louvet. Hay 33 fotos en blanco y negro, la mayoría sobre las iglesias. Hay fotos de los años veinte, treinta y cuarenta y algunas de los sesenta. Hay un mapa que sitúa los pueblos visitados. El texto es claro y se lee con facilidad. Es testimonio de una época que debe ser juzgada en su propio tiempo y no desde el hoy.



En el año del retorno
Relato del padre Pablo Louvet, S.J.

Ediciones Diocesanas de la Tarahumara
Sisoguichi, Chihuahua, 2000

El Partido Republicano quiso enjuiciar a Bill Clinton y quitarlo de la presidencia de la república por, literalmente, una mamada. Bueno, no solo por eso, sino por envidiosos, pues además de lo ya mencionado, Bill se dio el lujo de jugar a las muñecas con sus finísimos puros en el salón oval antes de fumárselos. La vida privada y secreta del presidente Clinton se filtró junto con el humo de sus Cohibas por debajo de la puerta y por ello estuvo a punto de perder no solo la presidencia de los Estados Unidos, sino a Hillary, su inteligentísima esposa, compañera y cómplice desde 1971.



Grandes expectativas hubo en la convención demócrata acerca del discurso que daría Bill Clinton para apoyar a su esposa en sus aspiraciones a la presidencia. Si forma es fondo en política, digamos que Bill con sus bonitas formas dio en el fondo correcto con una elegante manera de mencionar y disculparse al mismo tiempo del famoso " error oval" sin tener que arrastrarse ante el llamemos "repetable" público americano. Mucho se especuló sobre si mencionaría el específico episodio de su original aventura en el corazón de la Casa Blanca. Pues no, claro que no, si el hombre es muy inteligente y ella puede que un poco más que él; las obviedades burdas no son para ellos, así que hizo un despliegue de su talento para cruzar el charco de lodo del obligado paso sobre el tema con una elegancia y equilibrio dignos de un malabarista del Cirque du Soleil: "Ella y yo hemos pasado por momentos felices, por momentos de tensión y trabajo arduo y por duros momentos de corazones rotos". ¡Qué tal! Lo dijo todo en dos palabras: corazones rotos, en plural. No sé si a él se le rompería el corazón por haber sido descubierto o por el genuino pesar de haber hecho sufrir a quien, por lo visto el miércoles en la convención, lo tiene comiendo de su mano. Pero más dijo con su cara de marido viejo y embobado. Nada mal. Un viejo gavilán cansado, echando a su paloma, pan.



Yo no había vuelto a ver una foto o un video de Bill Clinton desde hace varios años. La última vez que lo vi estaba pasado de peso, jugando golf y proyectando una sensualidad y despreocupación seguramente acompañada de placeres varios, pero mayoritariamente gastronómicos, que le habían dejado la figura de un perro San Bernardo con el que se podría retozar amigablemente en un sofá. Claro, en el sofá quizá podría fumarse aún un puro o dos. A la Convención Demócrata del miércoles llegó otro Bill. Un hombre que, o es un gran actor, o está absolutamente cautivado por lo que él llama coloquialmente "la chica que conocí en 1971". Ahora, pensándolo bien y como decía el poeta, los amantes son infieles, pero no desleales. La fidelidad es una cualidad perruna, la lealtad, humana. No tiene por qué ser un gran actor para aparecer embobado ante una mujer a la que clara y lealmente admira y apoya, aunque haya existido hace mucho tiempo, en ese Camelot moderno y pervertido de la Casa Blanca, un suceso amoroso con una dama de la corte, mientras jugaban con un puro en el sillón de brocado del salón oval. Lástima que la dama de la corte se llevara un recuerdo estampado en el rojo vestido. Lástima que una mala amiga, de esas que nunca faltan, haya decidido contar las confesiones quizás no tan inocentemente contadas, y que la señorita hubiera decidido guardar el vestido de recuerdo con todo y ADN del fumador de puros. Lástima, porque sin ese vestido y esa prueba no hubieran existido los corazones rotos. Nunca es bueno que las personas sufran por asuntos de celos que solo pueden ser evitados si se ignoran. La vida secreta dejó de serlo y obligadamente llegaron los corazones rotos. Y no dudo que Hillary supiera de otros deslices, pero una cosa es saberlo uno y otra que lo sepa la república entera. Por eso digo que fue inteligente. En lugar de darle gusto a su ego y a la masa, privilegió las cosas que solo ellos saben que tienen, lloró en el hombro de buenas personas , fortaleció su propia vocación y su carrera y regresó con su marido.



Pues ahí estaba Bill, muy delgado, dando su discurso con una chispa en los ojos que es indudablemente una forma de amor, una variante, porque el amor tiene miles de formas, y solo a veces logramos conocer algunas de sus caras.

Como sea, este matrimonio está junto desde hace 43 años y tienen una complicidad y una unión que de momento parecen imbatibles. De todos modos, los supuestamente liberales demócratas y los archí conservadores republicanos aún levantan la ceja ante el episodio del salón oval y aún pasan la factura si hay ocasión propicia.

Y fíjense en la paradoja: los republicanos, tan castos, mustios y rígidos, tan mencionadores de Dios en todo momento y discurso, tan cuestionadores de las infidelidades de Bill al grado de haber tratado de derrocarlo llevándolo ante un juez a jurar sobre una biblia acerca del tipo de relación sexual que había tenido con la dama de la corte, hoy tienen como su candidato a la presidencia al hipopótamo sin gracia corporal alguna que es Donald Trump, casado varias veces, promiscuo como pocos, un grosero echador de sus atributos sexuales y de las medidas de su seguramente disminuido miembro. Toda una ficha.

Volviendo a los Cohiba y al asunto de los corazones rotos, que bueno que Bill fumaba puros, porque de otra manera, es muy probable que lo hubieran derrocado de la presidencia y también que hoy no estaría a los pies, como parece estarlo, de la mujer que hoy aspira con sobrados méritos a la presidencia de su país.

(Texto ilustrado con Fotografías de Mariana Mastretta Larracilla)

Vida y milagros



Entiendo perfectamente bien que uno debe de escoger sus batallas y que no se puede ir a todas. Pero de eso a ser solo expectador y crítico de lo que acontece a nuestro alrededor, en especial en nuestro entorno público más cercano, creo que sí hay una gran diferencia que me ha interesado entender.
"Hay que" es la terrible frase que sueltan algunas personas como el pétalo de una margarita que se deshoja irresponsablemente."Hay que" no es una acción, es una irresponsable frase que deja al que la dice con la sensación engañosa de que ya hizo algo: Sí, ya se preocupó, pero no se ocupó de nada. "Hay que evitar que tiren ese árbol", "hay que pedir que tapen ese bache", "hay que avisar que en esa esquina un señor pide apoyo para una receta médica cargando a un niño al que previamente adormeció con un narcótico", "hay que avisar que alguien venga por ese perro que está amarrado en una azotea." "Hay que, hay que, hay que" es la invitación tramposa a que alguien más haga lo que nos da flojera o temor hacer. Con respecto a la relación con las autoridades, muchos magos del "hay que" se quedan en eso o porque no conocen cómo funciona el engranaje administrativo público, o porque lo conocen y lo detestan. Por eso muchas veces no dan el paso siguiente para saber cómo es que se relaciona uno con ellas para pasar del "hay que" a la acción constructiva. Ahora si que hay que decidirse a dar el primer paso. Cuando por fin se da, a fuerza se aprende. Y también se lleva uno grandes sorpresas con respecto al pequeño poder de las acciones individuales que sí pueden hacer la diferencia.
Hace unos años fui invitada a Sonora por unos amigos empeñados en defender un viejo parque de Hermosillo cuyo valor estribaba en 135 árboles centenarios que serían derribados con una autorización de esas raras que suelen conseguir los fraccionadores con buenos conectes políticos. El parque se interponía en el paso a unos terrenos en los que se haría un moderno desarrollo y ya había sido catafixiado con las autoridades municipales a cambio de cuentas, espejitos y la promesa de sembrar miles de árboles nuevos de incierto futuro en otros predios. Parecía inútil defender 135 árboles enormes y hermosos pero lo hicieron. Ante la promesa de miles de arbolitos nuevos, se aferraron a la realidad de árboles ya logrados y con muchísimos años de vida por delante.
Es fácil derribar un árbol sano y hermoso y prometer sembrar miles a cambio. Muy difícil garantizar que sobrevivan y lleguen a adultos en nuestras agresivas ciudades de cemento.
Aquí en Puebla, en el último mes se ha dado una resistencia respetuosa pero tenaz y consistente al proyecto de ciclovía elevada propuesto por el Gobierno del Estado de Puebla sobre la avenida central de acceso a la ciudad de Puebla. El proyecto original de ese tramo de 7.5 kilómetros requería quitar de la avenida 770 árboles maduros y bien logrados para que en su lugar "volara" la pista; el retiro venía endulzado y disfrazado en una solicitud de permiso al ayuntamiento en el que se hablaba de "transplante y sustitución de individuos arbóreos" a cambio de futuras promesas de miles de árboles en hipotéticos e inexistentes lugares. A otro perro con ese hueso. ¡Qué transplante ni que ocho cuartos! La avenida es un desastre en cuanto al mantenimiento de sus banquetas y en cuanto a su accesibilidad , pero es una de las pocas avenidas grandes y bien arboladas de la ciudad . Como suele suceder con las obras estatales, la obra se inició sin un solo permiso municipal, aunque en el Código Reglamentario Municipal los pasos a seguir están más que claros. No se hacen obras públicas sin permisos. Por otro lado, en el Programa de Movilidad en bicicleta que firmaran SEDATU, el Gobierno de Puebla, el Ayuntamento de Puebla y Banco Mundial en diciembre de 2014 para irse implementando en 10 años, ese tramo de ciclovía solo costaría 6 millones y no era recreativa sino de conectividad. Cosa buena es el planear, cosa pésima es pasar por encima de lo planeado.
Desde que se conocieron los alcances y extravagancias de la obra, se fue generando una buena interacción entre los interesados en una ciclovía austera y funcional, los interesados en la preservación del arbolado y un acercamiento a las autoridades con la finalidad de preguntar y argumentar. De momento las obras se detuvieron para ser discutidas antes de seguir derecho y sin quitarse. El acudir con el cabildo y los funcionarios , el pedir y conseguir documentos, el hacer presencia en la avenida para contar los árboles y conocer su estado sin afectar derechos de terceros ni interrumpir el tráfico , la búsqueda, manejo y divulgación responsable de documentos oficiales en redes, el entusiasmo alegre de los jóvenes y la participación de los mayores, todo, ha servido para por lo menos detener un tren que venía encarrilado y a todo velocidad con el gobernador al frente de la máquina, pues la "Ciclovía Elevada Recreativa" es una de las obras de despedida de un gobierno que termina.
Se han presentado ya nuevas propuestas que incluyen 500 derribos menos. Se regatean en redes y mesas de trabajo los árboles a quitar o dejar como si estuviéramos en el mercado. Así es Mexiquito lindo. Mejor el regateo que la aceptación cual borregos. El sábado se llevó a cabo la tercera rodada-caminata en defensa de un proyecto que sacrifique menos árboles y administre mejor la inversión de los 278 millones destinados a una ciclo ruta que es demasiado cara.Parte del dinero podría destinarse a mantener la infraestructura de la avenida y a bajar a la ciclovía a piso, ya que sobra espacio y está muy mal aprovechado. El proyecto definitivo aún no se conoce.
Ayer, como contra parte a la caminata, las autoridades se presentaron con un gran camión cargado de 1,200 árboles que en un costado traía una lona que decía "Campaña de reforestación de la Avenida Hermanos Serdán".¿Van a sembrar antes de iniciar una obra? ¿No es como vestir a la niña antes de bañarla? ¿No sería más sano ver primero cuántos árboles adultos y hermosos no deben tirarse por una obra que podría plantearse mejor? Los gobiernos suelen ver a estos movimientos como críticos ociosos o enemigos, cuando deberían verlos como aliados y garantes para que una obra bien discutida y aceptada sea preservada a lo largo del tiempo,mucho tiempo después de que un gobierno se haya ido.
Los gobernantes deben entender que no solo tenemos derecho a defender y preguntar por lo que es de todos, sino que esa participación es indispensable para transformar una cultura de muy poca participación civil en los asuntos públicos.El que resiste apoya. Y vaya que nuestro país necesita apoyos y el gobierno de compañía. La participación civil debe de ir más allá de votar en cada elección. Debería de recibirse con gusto el que estemos no solo interesados, sino involucrados en que las autoridades se muevan dentro de los marcos jurídicos y normativos que como sociedad hemos ido construyendo y que ellos deberían ser los primeros obligados en respetar.
Como sea, este próximo sábado habrá otra caminata a favor de salvar los más árboles posibles en la Avenida Hermanos Serdán y a favor de un proyecto mejor pensado para una ciclovía que debe de ser todo menos un capricho de fin de fiesta.

Mundo Nuestro. La fotografía del fotógrafo poblano Raúl Gil obliga a pensar en esos puntos extremos de la vida nuestra que en todo momento se tocan. Vida y muerte, amor y desamor. Aguila y serpiente. Luz y sombra. Sobre esta fotografía del vuelo de los estorninos en la laguna de Loma Roja, en San José Chiapa, en ese territorio del esplendor del altiplano mexicano a donde hoy se ha impuesto una industrialización extrema, vuelan todavía los pájaros negros contra el último resquicio del sol. Y frente a ella la reflexión del artista que aquí les presentamos.

Entre risas y lágrimas

entre blanco y negro



el águila y la serpiente

alegrías y tristezas

el bien y el mal

el cielo y el infierno

los amigos y los que no



la salud y la enfermedad

el amor y la soledad

compasión y desdén



buenos e inmorales`

aves y ratas

ballenas y cucarachas

poderosos y debiles

vecinos buenos y dementes paranoicos

benditos y malditos

médicos de corazón y hienas vestidas de blanco

altruistas y sinvergüenzas

caras de ángel y enmascarados

mi familia y los chacales

benditos y criminales

la fotografía y la impunidad

las estrellas y los abismos

el día y la noche

las cimas y los barrancos

los ángeles y los demonios

los de siempre y los de nunca

la libertad y el encierro

los verdaderos y los cobardes

entre sabios y patanes

el elixir y el veneno

mis amigos y los hipócritas

los agradecidos y los ojetes

sinceros y ladrones

amables y bastardos

valiosos y negligentes

los que vuelan y los que se arrastran

los amores de verdad y las putas

sueños y pesadillas

fe y desesperanza

la armonía y las tragedias

buenaventura y rencor

la calma y las tormentas

de gloria y tristeza

oceanos y desiertos

viajes y accidentes

los santos y las brujas

la vida y la muerte

el alma y el vacío

Cristos, Budas y Judas, Pilatos

brillantes y mediocres

honestos y desgraciados

gentiles y barbajanes

el alfa y el omega

el bien y el mal.

Vida y milagros.

Un grupo de amigas nos fuimos de vacaciones al norte a recorrer en tren la ruta Chihuahua- Los Mochis que cruza toda la Barranca del Cobre. A las 6.30 a.m. salimos de la estación de la ciudad de Chihuahua con destino a Creel, Bahochivo, Urique, Cerocahui y otras pequeñas comunidades en un recorrido que duraría cinco días. Nuestros ojos asombrados miraban todo; en el carro- bar del tren desayunamos y más tarde nos bebimos los mejores cocteles margarita del mundo mientras nos adentrábamos a las montañas y los profundos abismos de la sierra Tarahumara, la Barranca del Cobre, un sistema de cañones dos veces más grande y profundo que el Gran Cañón del Colorado. Los siete cañones que la forman miden 60 mil kilómetros cuadrados y están cubiertos de ríos, lagos, presas, cascadas, despeñaderos y puentes que desafían la gravedad cruzando precipicios de 1900 metros de profundidad, bosques tupidos de encinos y pinos y cielos impolutos, mientras a ratos el silbido del tren va rompiendo el silencio.



Todo aparece lentamente detrás de la ventana de un tren que va sin prisa. ¡El tren! ¿Por qué perdimos el tren? Un saldo negro de la revolución mexicana fue la pérdida del tren como medio de transporte nacional. Toda esa red vial construida en el porfiriato se perdió en la guerra iniciada en 1910 y como país fuimos incapaces de reconstruirla y recuperarla. Romper es fácil, construir, muy difícil. Precisamente en el tren llamado Chepe, el Chihuahua Pacífico, iba leyendo la extraordinaria novela "Pobre Patria Mía" que escribió Pedro Ángel Palou sobre Porfirio Díaz. En esa novela aparece un dato que me obligó a cerrar el libro y los ojos para imaginar lo perdido: Porfirio Díaz recibió el país con 600 kilómetros de red ferroviaria. El día que dimitió en 1911, el país tenía más de 26 mil kilómetros de vías. Por eso, ir a Chihuahua y hacer el recorrido de los seiscientos kilómetros que comunican a la ciudad de Chihuahua con Los Mochis hasta el Mar de Cortés cruzando toda la Barranca del Cobre y el mundo de los Tarahumara es una experiencia excepcional. Ese tramo de tren lo amplió y reconstruyó López Mateos en 1961, recuperando y usando muchos de los viejos puentes del porfiriato. Cruza 86 túneles cortos y largos y 37 puentes sobre ríos y acantilados. López Mateos fue uno de los pocos presidentes que intentó voltear la mirada de nuevo hacia el tren. Qué bueno que se recuperó este recorrido, porque en medio de este paisaje el tren y Chihuahua son uno para el otro.



Impone el bravío norte, con gente excepcionalmente amable, trabajadora, luchona, digna. Los medios de comunicación se han encargado de hacernos creer que al entrar al estado de Chihuahua las balas pasaran volando sobre nuestras cabezas. Chihuahua es inmenso y es muchísimo más que la guerra que se libra en parte de su territorio contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, fruto envenenado de una absurda prohibición que no ha mermado un ápice la demanda y el consumo en nuestro vecino país del norte. Guerra cruel y estúpida, donde todos pierden como en toda guerra.



Texto relacionado:

"¡Ya basta!"/El grito de un sacerdote jesuita contra la violencia criminal del Estado en Chihuahua La voz de alerta de Javier Avila SJ

El lento recorrido del tren que sale de Chihuahua al amanecer y llega hasta los Mochis a las nueve de la noche es uno de los recorridos más hermosos de México. Paco Nadal, el periodista español del diario "El País" especializado en recorrer y describir el mundo así lo atestigua en sus crónicas de viaje. Una cadena de pequeños hoteles apoya el recorrido del tren. Hoteles impecables, serenos, albeando, cómodos, austeros, ubicados en diferentes pueblos de las Barrancas del Cobre. Todo está marcado por la cultura y el sino del pueblo indígena de los rarámuris, los tarahumaras, con una población de cien mil personas diseminadas en las enormes e inexpugnables barrancas en las que se refugiaron cuando los conquistadores españoles los sacaron de sus tierras más fértiles y planas; huir fue la manera de evitar el trabajo casi esclavo en sus minas o en sus haciendas.

Mundo Nuestro: Un país pobre, de leña y tierra. La foto de Bob Schalkwijk es de 1974, y retrata un México que fue, pero que se mantiene por el hecho simple de que la injusticia sigue ahí, plasmada en el programa Piso Firme, uno de los más importantes en el palabrerío gubernamental del mal llamado combate contra la pobreza. Niña y su madre preparan la comida. Familia/VIVIENDA. Bob Schalkwijk, 1974.

Tuvimos muy buenos guías, sensibles al entorno y buenos conocedores de la forma de ser del pueblo tarahumara. Nos explican de qué manera tan honda ellos viven en el hoy y no sobreviven sin libertad física; no soportan la opresión, ni el estar amontonados, menos aún hubieran sobrevivido lejos de sus familias o sujetos a la esclavitud. Por eso prefirieron huir a un ambiente tan inhóspito. Las aves que nacen en libertad y son enjauladas rara vez sobreviven, ellos tampoco. Sus poblados de veinte o treinta casas siempre tienen una enorme distancia entre una y otra. Necesitan su espacio, su cielo, su libertad. Nosotros, los "extranjeros", nos sorprendemos de que los niños tengan que caminar una hora para llegar a una escuela. Los niños del DF, de Monterrey o Puebla, lo hacen pero encerrados en camiones o coches, sin poderse mover, entre ruido y hacinamiento. No idealizo nada, solo trato de imaginar cómo nos ven ellos a nosotros. El pueblo tarahumara ha sobrevivido en condiciones extremas de frío y calor y lo han logrado gracias a su valor y su mentalidad para enfrentar la vida. Su flagelo han sido las hambrunas cíclicas, y aunque llegan los programas sociales y ya hay pequeñas clínicas de salud, su desconfianza hacia lo diverso y diferente a ellos hace muy complejo resolver lo fundamental. Tienen costumbres y valores que nos son difíciles de entender, opuestos a la forma de vivir en las ciudades. Están integrados absolutamente a la naturaleza, no hay obesidad, sus cuerpos son ágiles y hermosos, sus niños, vestidos de colores llamativos, aparecen en grupos, jugando, corriendo riesgos, en libertad, pero siempre regidos por las implacables leyes de la naturaleza, donde el débil no sobrevive. Están en contacto con la tierra, se ensucian, se mojan, no son esclavos de las modas y el consumismo y respiran el aire más limpio de México, pero su vida es todo menos fácil. Creo que muy pocos habitantes de las ciudades podríamos sobrevivir ahí. Ellos tampoco en nuestras agresivas ciudades de cemento, ruido, peloteras y asfalto.

Mundo Nuestro: La vida es el juego rijibara retratado por Bob Schalkwijk en 1974. Y es un misterio revelado en esa carrera montada en el viento de la Sierra Tarahumara. En tres movimientos el tiempo de estos muchachos rarámuris: el destino, la concentración, el arrojo. Niños rarámuri juegan rijibara en Carichí, Chihuahua. JUEGO. Bob Schalkwijk, 1974.

Un dato que me sorprendió fue que los jesuitas, la orden religiosa que llegó hasta la Tarahumara hace más de doscientos años, no pudieron imponer en la idiosincrasia tarahumara el concepto de infierno y cielo. En la mentalidad de los tarahumaras uno no se porta bien por el premio o el castigo de "después". Viven de acuerdo a lo que creen porque eso es lo que toca y no hay lugar para el cielo ni el infierno. No puede haber concepto más bello. Viven como un árbol o un águila, integrados a la naturaleza, todos iguales. No hay premio ni castigo por ser roca, árbol, ave o persona, solo se es. En la fachada de una pequeña iglesia de una misión jesuita no hay santos: solo una luna inmensa de piedra blanca del lado derecho, y del izquierdo, un gran sol de piedra roja. Arriba, simulando una estrella, una figura de la planta sagrada, el peyote. Adentro de la iglesia no hay bancas. No hacen falta. Los tarahumaras viven de pie.

Misión Jesuita en el poblado de Sisoguichi en foto de los años 50. Tomada del portal Jesuitas Tarahumara.

En el punto más alto y profundo de la sierra, desde el balcón de un pequeño hotel construido en 1970 sobre una enorme roca que se asoma al abismo, el paisaje es un mar infinito de montañas que desaparecen al meterse el sol, sumidas en la obscuridad y el silencio. Sin teléfono ni televisiones, contemplando el borde de una barranca de dos mil metros de profundidad y un cielo en el que no cabe una estrella más, oyendo los sonidos del canto de las chicharras y los grillos, bajo el cielo de Chihuahua, sin dios y sin diablo, uno vuelve a ser feliz.

Mundo Nuestro. Rubén Aguilar, comunicador y politólogo, un tiempo jesuita, ha sido impulsor de de una veintena de organizaciones de la sociedad civil, entre ellas el Centro Mexicano para la Filantropía (CEMFI), FunSalud y consejero del Instituto Nacional de Nutrición Dr. Salvador Zubirán. Fue consejero de empresas como Grupo Carso, Grupo Alfa y Cinépolis.Licenciado en Filosofía (1969-1972), y un tiempo participó como vocero del gobierno de Vicente Fox. Es Maestro en Sociología (1975-1978), y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Iberoamericana (1985-1987). Con este texto inauguramos en nuestro portal su participación como colaborador. Bienvenido.



Pose, la exposición que presenta el Foto Museo Cuatro Caminos, en Naucalpan, reúne 120 imágenes en gran formato, de 17 fotógrafos y colectivo que están a la vanguardia en el trabajo que se hace para las revistas de moda en México y el mundo. Está curada por Gustavo Prado y Melissa Valenzuela. Se exponen trabajos de: Alex Córdova, Anairam, Krom Mag, Donovan Quiroz, Dorian López, Germán Nájera, Iván Flores, Iván Aguirre, Juan Hernández, Karla Lisker, Marcelo Chávira, Salvador Hernández, Santiago & Mauricio, Tony Solís, Giancarlo Cruz y colectivo Dementes.

Los curadores plantean que “esta exposición no define territorios, muestra una fotografía de moda en México hoy: conscientes de lo que pasa afuera y que sale de los terrenos manoseados de un mundo editorial- moda demasiado conservador. Una foto sexy, que en atisbos intuye otros tipos de belleza y juego un poco con géneros e identidades pero tiene la importancia del AHORA. Algunos de estos autores son la punta de lanza de la creatividad desde México, para el mundo, han lanzado revistas independientes, desarrollan proyectos fuera del circuito del gran arte que renuevan los lenguajes desde una perspectiva juvenil”.





Y añaden que “la fotografía moda no pretende tener el criterio de verdad del documentalismo, ni la profundidad psicológica de la fotografía construida. Es por eso que resulta más lúdica, ligera y experimental, es el laboratorio de nuevas definiciones de género y el espejo del cambio social. En ella los motivos son la belleza, el estilo y la esencia de la moda. Ahora, en el ocaso del editorial impreso, este tipo de fotografía es tan libre como su manifestación instagramera y capaz de convocar a un público que likea sin parar, compartiéndola y haciéndola suya”.

Recorrido: En la vista que hice todas los trabajos me provocaron y llamaron la atención. De manera particular: Una fotografía de la Serie Collapse P1, 2015, de Juan Fernández; una fotagorafía de la Serie Wage, 2015, y de la Serie Serventies, 2015, de Dónovan Quiroz; la fotografía Ferpection, 2015, de Tony Solís; una fotografía de la Serie No Future, 2014, de la Serie Avant, 2013, y de la Serie Religión, 2013, de Iván Aguirre. También me impactaron fotografías de Karla Lisker, Germán Nájera-Iván Flores; Santiago & Mauricio; Dorian López y Krom Magazine.

Comentario: La fotografías expuestas, como lo dicen los curadores, “multiplican la promesa de un trinomio moda-editorial-imagen que busca consolidarse. Traen aire fresco a la fotografía desde otro punto de vista y a su vez sólo aquellos fotógrafos que escapen de las imágenes soft de los medios convencionales, serán los que puedan retar al tiempo y convertirse en nombres legendarios. Serán parte de un imaginario mayor, en el que como siempre van de la mano foto y vestido, provocando sueños y aspiraciones en la imaginación del espectador”. Las imágenes me impresionaron mucho. Me sentí frente algo fresco y distinto. Algunas de las fotografías me provocaron e inquietaron. Me plantearon preguntas sobre el propósito de los autores y también sobre quiénes son los modelos, cómo viven y qué piensan. Hay una manera nueva de proponer los cánones de belleza y también de enfrentar el retrato. Hago mía las palabras de los curadores cuando plantean que “en el amplio mundo de la fotográfico, la fotografía de moda es la que ha roto esquemas y ha expandido las fronteras de la imagen. En otros siglos, la pintura por medio del retrato, abusaba de ´la pose´ como medio para exhibir la grandeza de los personajes y subrayar el rostro de la belleza desafiando al tiempo”. La exposición esta muy bien montada. Las fotos de gran formato con una gran calidad de resolución. Las paredes de colores. Los espejos, entre las fotografías, donde uno se puede ver. Lo videos y la pasarela. Las fichas técnicas que dan cuenta de lo complejo de cada fotografía donde intervienen muchas personas (maquillistas, peluqueros, modistas, productores). Visité la exposición el día de la inauguración. El museo estaba lleno de jóvenes, como los fotógrafos y los modelos. Muchos de los asistentes podían ser también los modelos. Un tipo de belleza y de vestir. Un estilo y una moda. El ambiente era de fiesta. La música de un DJ, los visitantes que con celulares tomaban foto de las fotos o posando junto a las fotos, la conversación animada sobre lo que veían. Pedro Meyer, el alma del magnífico proyecto del Foto Museo de Cuatro Caminos, a través de su fundación y del impulso al equipo que lo gestiona, me ampliaba el horizonte y me proponía claves para comprender mejor lo que estaba viendo. Una generación de fotógrafos jóvenes con una alto nivel de calidad técnica y plástica, con una gran imaginación, que se han abierto espacio en el mundo de la fotografía de la moda en el mundo. Algunos trabajan en Milán, París o Nueva York. Es una gran exposición. Digna de cualquier gran museo de arte contemporáneo en el mundo. La disfruté y me dijo mucho. Pude felicitar a sus curadores. La exposición va a estar hasta finales de agosto.

Imágenes para pensar que la sociedad poblana tiene un problema grave mientras las autoridades miran para otro lado.

¿O cuándo debes pensar que los gobiernos están rebasados por el crimen organizado?



Cuando aprecias que el territorio poblano está cruzado por los ductos de PEMEX, lo que lo ha convertido en un campo de cultivo petrolero con un mercado de combustibles regional y nada clandestino que mantiene el precio de la gasolina a 5 pesos.



Cuando vas al detalle de lo que significan estos ductos para cualquier comunidad campesina que ve cómo salen a respirar las tuberías.



Cuando los juegos pirotécnicos se han convertido en el pasatiempo común de las comunidades de San Martín Texmelucan.

Cuando un fragoroso partido de béisbol cierra con un grupo de sicarios que arremete a balazos la tribuna de una unidad deportiva en Palmar de Bravo.

Y cuando no hay día que pase sin encabezados que involucran a huachicoleros ejecutados: 176 ejecuciones en Puebla en lo que va del año, gran parte relacionada con bandas de robo de combustible.

O cuando los abogados del ex director de la Policía Estatal, Marco Antonio Estrada López, y el ex jefe del Grupo de Operaciones Especiales (GOES), Tomás Méndez Lozano, solicitan a un juez de distrito el sobreseimiento de la causa penal que los mantiene presos desde el 14 de julio de 2015, cuando los ex mandos policiacos fueron detenidos en Tepeaca por el Ejército Mexicano, acusados de brindar seguridad a las bandas de huachicoleros en Tepeaca.

O simplemente, ¡cuando encuentran petróleo en Cuautlancingo!, como ha sucedido esta madrugada del 18 de julio a unos cuantos metros del crucero de la autopista México-Puebla con el Periférico.

Cuando miras todo esto y observas cómo galantemente las autoridades en el estado tienen la vista puesta en otro lado: