Sociedad
Del absurdo cotidiano
Pienso que envejecer con serenidad debe ir siendo el resultado de una buena argamasa hecha con lo que se recuerda y lo que se olvida. Yo en eso creo que voy bien. Guardo el recuerdo de muchas emociones y mientras las necesito, para sobrevivir cuando empiece a pasar el tiempo sin trajín, vivo en el presente con una pasión que no les da mucho tiempo. Hace algún tiempo me pidieron un texto para conmemorar el no sé qué número de aniversario de la vida del Museo Universitario del Chopo. Yo dirigí el museo hace más de treinta años. Y recuerdo que me gustó mucho hacerlo, que fue cansado y que ahí me gané la vida unos tres años. Por ahí anduve paseando todo mi primer embarazo, inventé no sé cuántas barbaridades y decidí dejarlo para dedicarme a escribir una novela. He tratado de recuperar la memoria de algunos de mis quehaceres en el museo y no he conseguido ni remotamente un recuerdo preciso y ordenado. Hermoso y raro, el edificio convertido en Museo Universitario del Chopo me provoca emoción y nostalgia. Al evocar los sueños y promesas que puse en él siento alegría. Era tan joven. Entonces no lo sabía yo como lo sé ahora. Tenía veintiocho años, una curiosidad sin límites, un deseo de hacer mil cosas por minuto. Ahora hablo de esa mujer con ternura y condescendencia porque ha pasado el tiempo por las torres y los ventanales del Museo, como ha pasado entre mis ojos y mis recuerdos. Cuando el entonces director de Difusión Cultural en la Universidad Autónoma de México, me preguntó si aceptaría la dirección del museo, yo no sabía a cabalidad que el sitio al que con tanto bombo se llamaba Museo del Chopo, era un edificio vacío de pared a pared, bajo cuyo techo habitaban cientos de palomas y en el que la gente seguía buscando a un dinosaurio. Durante años el lugar albergó el Museo Nacional de Historia Natural y entonces miles de niños lo habían visitado para ver la osamenta de un célebre dinosaurio, el espanto disecado de un búfalo con dos cabezas y las vitrinas apolilladas en que se guardaban no sé qué imaginerías, porque no alcancé a verlas, pero seguramente nimiedades que hubieran matado de la risa ya no se diga a Darwin sino a cualquier biólogo que se respetara. Por eso lo habían quitado de ahí y se habían llevado al dinosaurio a un nuevo hábitat cuyo aspecto parecía más cercano a la ciencia. Todos los fines de semana algunos padres de familia con hijos entusiastas se presentaban a preguntar por el dinosaurio. Nada más penoso que el gesto de sus caras decepcionándose. Mi galerón, ya les dije, estaba inmensamente vacío y a mí se me pidió, con toda la frescura inocente de años en los que nada y todo se podía, que hiciera algo con el lugar para convertirlo en un sitio útil a la difusión de la cultura. Algo que dimos en llamar un “museo vivo”. ¿Los recursos para tal cosa? Un grupo de trabajadores de la UNAM, sindicalizados para ayudarse a no dar mayor golpe, una mujer joven que se resistía a mi presencia y un hombre al que yo veía viejo. Con ellos, primero desconfiados y luego amigos, emprendimos la fantasía. No puedo recordar todo lo qué hacíamos.
El escenógrafo Luna, un hombre guapo que caminaba como si al hacerlo fuera soltando al aire pedazos de su mundo, me ayudó a imaginar un foro en el que hacer obras de teatro. Pusimos una estructura hecha de fierro y tablas, parecida a las que ponen junto a los políticos en los desfiles. Frente a esas gradas acomodamos una tarima de madera y a los lados unas tiras de tela por las que entrar y salir a las que él con toda elegancia llamaba “piernas”. Alguien dijo dragón, fue la primera obra de teatro para niños que se montó en el Chopo. Luna el escenógrafo debió tener por esos años un hijo que se llama Diego. Yo mandé hacer unos volantes que anunciaban la obra y otras actividades menores, avisando: “El dinosaurio ya no está en el Chopo, ahora tenemos teatro, talleres de pintura para niños, exposiciones”. No me acuerdo qué otras ofertas hice. La mezcla de esos días se me pierde como tantas cosas. Sin embargo el tiempo ha sido amable con el Museo del Chopo. Es ahora lo que somos hace tiempo: un lugar abierto al arte y la imaginación de mucha gente. Yo nada más lo acompañé al principio.
RELACCIONADA: 34 años del Chopo
Violencia y drogas: el origen borrado
Basta con leer cualquiera de las notas sobre los hechos criminales mayores que nos sacuden: Tanhuato, Ayotzinapa, fugas históricas, emboscadas mortales, desapariciones, para que aparezca atrás, como causa invariable, el tráfico de drogas.
Aceptamos rutinariamente esta explicación: la violencia que nos sacude se debe al tráfico de drogas, a la lucha despiadada de grupos de narcos por control de plazas, rutas, mercados. Y a los esfuerzos del gobierno para combatirlos.
Lo que no aceptamos es que el origen del narcotráfico y su violencia es la prohibición de unas cuantas sustancias tóxicas cuyo consumo, en conjunto, es menos dañino para la salud que otras sustancias tóxicas permitidas, como el alcohol y el tabaco.
La violencia asociada al narcotráfico, nos induce a pensar que las drogas prohibidas son la amenaza.
No es así. Según todos los registros confiables en la materia, el consumo de las drogas prohibidas produce al año considerablemente menos muertes que el alcohol y el tabaco.
En el año 2013, según la Oficina de Drogas y Crimen de la Onu, murieron en todo el mundo 210 mil personas por usar drogas prohibidas. Murieron en cambio 2 millones 300 mil por alcohol y 5 millones 100 mil por tabaco.
Desde el punto de vista de la salud, las drogas prohibidas son un mal menor que el tabaco y el alcohol: matan menos gente.
El enemigo de la salud y de la tranquilidad no es el consumo de estas drogas sino la guerra declarada contra ellas. Ese es el origen borrado de nuestra discusión sobre la violencia y las drogas: la prohibición.
Si suprimiéramos la prohibición, el narcotráfico y su violencia disminuirían hasta desaparecer, tal como sucedió con la prohibición del alcohol en Estados Unidos.
La mayor parte de la violencia y de la inseguridad que sacuden a México desaparecerían si desapareciera la prohibición de estas sustancias, relativamente triviales para la salud del mundo, cuya persecución salvaje, sin embargo, ha ensangrentado países enteros, como Colombia y México, sin haber logrado que descendiera su consumo ni su presencia en los potentes mercados que la demandan, con Estados Unidos a la cabeza.
Los costos de la guerra contra las drogas son particularmente aberrantes para un país como México. Abundaré sobre esto mañana.
Violencia y drogas: la explicación invisible
La prohibición de las drogas y su persecución no ha traído a México sino violencia, crimen, una guerra no declarada y creciente violación de derechos humanos.
Nada de eso ha impedido que las drogas dejen de llegar al mercado estadounidense, propósito declarado de esta guerra hace ya cuatro décadas.
Si las cosas siguen como van, calcula Alejandro Hope, cuando termine el gobierno de Peña, la guerra contra las drogas habrá costado 300 mil muertos en México, sin que haya disminuido sustancialmente, el tráfico que se pretendía evitar.
¿Puede haber algo más fallido y aberrante que esto?
Sí: la idea, invencible entre los mexicanos, de que las drogas prohibidas son una amenaza para la salud nacional.
Según la Encuesta Nacional de Adicciones de 2011, ese año había en México 990 mil 183 consumidores de drogas ilícitas. Esto quiere decir que por consumir drogas prohibidas en 2011 habrían muerto en México 990 personas (la tasa general de muerte por sobredosis de estas drogas es de 0.01%). Bueno, en ese mismo año de 2011, por violencia vinculada a la guerra contra las drogas, murieron en México 15 mil 768 personas (http://bit.ly/1yA6bxB)
He publicado ya esos cálculos en esta columna (5/5/2015), por cortesía de quien los hizo, Juan Pablo García Moreno, editor asociado de la revista Nexos.Conviene extenderlos a las cifras que anticipa Hope:
Entre 2006 y 2018 habrán muerto en México 300 mil personas por la guerra contra las drogas. Por consumo de las drogas perseguidas, habrán muerto 11 900.
¿Alguien puede explicar por qué está en el interés nacional mexicano que, en el lapso de doce años, haya 300 mil muertes violentas por perseguir drogas cuyo consumo provocaría sólo 11 800 muertes de consumidores voluntarios?
La razón es que la soberanía mexicana en la materia está subordinada a la guerra contra las drogas que Estados Unidos encabeza en todo el mundo y dirige en México.
Somos reos políticos de esa cesión de soberanía. También somos reos mentales de no poder pensar que la satanización de las drogas prohibidas es una aberración histórica, semejante en su ceguera y en sus costos a otras intolerancias colectivas aberrantes, como las guerras religiosas de otros tiempos, la creencia en la condición animal de los esclavos o en la inferioridad de la mujer.
El matadero mexicano 1
Regreso al tema de la matanza mexicana de los últimos años, atribuible en su parte medular a la prohibición de las drogas y a la persecución del narcotráfico.
Los datos de Alejandro Hope referidos ayer en este espacio son como siguen:
En el gobierno de Vicente Fox se registraron 60 mil 162 mil homicidios. La cifra dio un gran salto en el sexenio de Felipe Calderón, hasta 121 mil 163, más del doble.
En los primeros tres años del gobierno de Peña Nieto, la cifra de homicidios llegó a 64 mil 614, más que en todo el sexenio de Fox. Si la tendencia se sostiene, dice Hope, en los seis años de este gobierno llegaremos a cerca de 130 mil homicidios, más que con Calderón. (http://eluni.mx/1UkAgLs )
La espiral de violencia aparece claramente asociada, desde 2008, a una intensidad mayor en la guerra contra las drogas, en su doble vertiente: violencia entre las bandas y violencia del estado contra ellas.
De cumplirse estas cifras, la cuenta total de los primeros 18 años de nuestra democracia sería de 310 mil homicidios, con un salto a partir de 2008.
En 2007, el número de homicidios en México era de 8 por cada cien mil habitantes. Venía descendiendo desde el año de 1990, en que la cifra era de 19 por cada cien mil.
En el año 2011 la matanza llegó a 23 homicidios por cada cien mil habitantes. Anda hoy en 18 o 19 por cada cien mil, con tendencia a desbocarse de nuevo.
Me parece increíble, frente a estas cifras, que ni la autoridad ni los medios se llamen a escándalo, y el país no se proponga hacer un alto de reflexión en el camino, una revisión puntual de cómo hemos llegado a aquí, en servicio de qué causa.
Lo he dicho muchas veces, y ayer y antier, y lo repito ahora: la causa mayor de esta matanza es la prohibición de las drogas y la persecución del narcotráfico.
¿Podemos seguir adelante como si nada con la causa de la prohibición, haciendo caso omiso del reguero de muertos que ha dejado y los que esperan adelante?
¿No es hora de pensar seriamente en el matadero de país que tenemos y por qué?
El matadero mexicano 2
Ofrezco una referencia histórica del tamaño del matadero mexicano al que me he referido en estos días.
La historia oficial de la Revolución Mexicana repite canónicamente que el movimiento costó un millón de muertos.
La cifra viene de la comparación de los censos de población de 1910 y 1921. Según el censo de 1910 la población mexicana era de 15 millones 160 mil personas. El censo de1921, registró sólo 14 millones 334 mil, es decir 826 mil habitantes menos.
La manía de redondear los números para amplificar su efecto convirtió los 826 mil faltantes en un millón. Se dijo desde entonces, sonoramente: “Un millón de mexicanos costó la revolución.” La frase sugería que la violencia revolucionaria había sido terrible. Lo fue, pero no tanto.
La mayor parte de los 826 mil faltantes del censo de 1921, no murieron en los campos de batalla y en los otros mataderos de la revolución. Hubo otras causas.
En primer lugar, la epidemia de influenza de 1918 que mató en el mundo a 40 millones de personas, y en México a unas 300 mil.
A los 300 mil muertos por la influenza hay que añadir los más de 220 mil mexicanos que, según el registro oficial estadounidense, simplemente se fueron al “otro lado”, en busca de refugio o trabajo. (http://bit.ly/2bucLQV)
Muertos por la violencia y sus estragos —hambrunas, epidemias, etc.— durante la Revolución Mexicana, pueden haber sido unos 300 mil.
Es más o menos la misma cantidad de muertes violentas que van dejándonos los primeros dieciocho años de nuestra democracia, en gran parte debido a la prohibición y la guerra contra drogas.
En el matadero mexicano de principios del siglo XXI han muerto tantos mexicanos como en el matadero bélico de la Revolución Mexicana de principios del siglo XX.
¿No es hora de asumir y repudiar la brutalidad de la matanza, explicar sus causas, revisar la estrategia seguida, cambiar nuestra mirada y nuestras decisiones al respecto?
Si sacáramos de nuestra vida la prohibición de las drogas, y la persecución del narco a que esa prohibición obliga, México sería hoy un país inconmensurablemente menos sangriento de lo que es, y el matadero mexicano simplemente no existiría.
El matadero mexicano 3
La prohibición de las drogas y la persecución del narcotráfico han convertido a México en un matadero.
Si las cosas siguen como van, entre el año 2000 y el 2018, se habrán registrado en México más de 300 mil homicidios.
Llevamos 245 mil, con un salto cuántico a partir de la intensificación de la guerra contra las drogas en el año 2008.
245 mil homicidios suponen 245 mil muertos y sus respectivos asesinos desperdigados en pueblos, comunidades, barrios y ciudades: el enorme territorio mexicano sacudido por la violencia.
245 mil homicidios quieren decir 245 mil cadenas de deudos en busca de justicia, reparación o venganza. A veces, simplemente en busca de los restos de un cuerpo que no han podido enterrar o de un ser querido que desapareció, pues hay 23 mil desaparecidos.
No sabemos cuántos lesionados permanentes ha producido esta violencia, cuántos mutilados o inválidos hay, marcados por la doble cicatriz de sus heridas y su memoria.
¿Es posible pasar indemnes, social y moralmente, como país, por este matadero?
¿Es posible no pagar los daños mentales y sociales de tanta violencia?
No lo creo. No es posible pasar por este matadero sin anestesiar nuestros sentidos y nuestros sentimientos ante lo que pasa, sin volvernos fríos, en algún sentido inhumanos, ante lo que sucede.
La impunidad de tanta muerte tiene que lisiarnos algún lugar del alma colectiva, de la moral pública, del sentido del bien y del mal, al tiempo que una fracción homicida de nuestra sociedad, una fracción de decenas de miles, sigue su fuga sangrienta hacia adelante, no sólo matando más, sino de peor manera, de manera más salvaje, con daños seguramente irreversibles para su propio sentido del valor de la vida y la humanidad de sus víctimas.
Todo esto tiene que hacernos peores como sociedad, menos solidarios ante el sufrimiento de los otros, más insensibles moral y socialmente ante la violencia de la guerra civil no declarada en que vivimos gracias a la prohibición y a la guerra contra las drogas.
¿No ha llegado la hora de plantearse el camino a un cese al fuego?
Mundo Nuestro. Andrea Márquez, académica y comunicadora, es una profesional en la conducción de eventos artísticos y sociales en Puebla. Y para ello la invitaron las organizadoras del concurso de belleza gay en Puebla hace unas semanas. El que sigue es el relato de la fascinación que le provocó el espíritu de una noche extraordinaria vivida en una sociedad moderna que comprende la identidad de la persona humana en su complejidad y riqueza biológica y cultural, y no desde una perspectiva maniquea de su sexualidad.
Acompañan esta crónica una serie de fotografías tomadas por la agencia organizadora del evento.
La aventura comienza dónde la razón deja de serlo, dónde lo normal o cotidiano para algunos, se vuelve extraordinario y nuevo para otros. Y esto último, fue justo lo que me sucedió hace un mes. Para entrar un poco en contexto, les contaré que hace dos años , en una conducción de un evento de belleza, al que fui contratada, conocí a Guillermo, un joven travesti, muy agradable, con quién hice amistad a través del Whatts App y en dos eventos más que coincidimos. Una belleza cuando se convertía en Amaya...Dos personas en una y un solo carácter, de gran personalidad. He de confesar que me costaba trabajo llamarle Guillermo, por lo que le pregunté abiertamente si podía decirle Amaya aún siendo “niño” (Descubrí también que ellos se mencionan como niño o niña) y él respondió que aquel que me agradará mas y me hiciera sentir más cómoda.
Hace apenas un mes, me habló para invitarme a que fuera conductora de “Nuestra Belleza Puebla GAY, 2016”, que se realizaría desde el Teatro de la Ciudad. Felizmente acepté y con una inmensa curiosidad, mas no el morbo y léase muy bien por favor, ya que siempre he sentido una especial atracción y química hacia los homosexuales, que ha derivado en una total aceptación y sincero cariño. Sinceramenteno comprendo a los homofóbicos.
Amaya, la organizadora del concurso.
Transcurrieron los días y llegó la fecha. Mi hija Andrea y mi inseparable hermana Martha decidieron acompañarme, y algunas amigas mías también: las invitaciones masculinas declinaron amablemente, incluido mi esposo. Suelo sentirme más emocionada que nerviosa cuando hago mi trabajo, pero esta vez, me ganaba lo segundo. Amaya no me enviaba el guión, ni me explicaba mucho, solo me pedía que checara los concursos de Nuestra Belleza México ya que así sería la dinámica. Observé no uno, sino varios y cosa extraña, no se me ocurrió indagar sobre algunos que fueran gays pero considero que fue lo mejor. Finalmente y una noche antes del evento, me hizo llegar el guión ( Ya habíamos platicado en el teatro el día anterior) bastante bien elaborado, completo, paso por paso, pero sin algo más de lo que yo buscaba, algo que vislumbrará, que me acercará o detallara a lo que realmente sucedería…¿Cómo debería referirme a ellos? ¿O ellas…? A la hora de entrevistarlos… ¿qué les preguntaría? ¿Y el público? ¿Qué público tendría y como reaccionaria? Todas y cada una de estas interrogantes me causaban nervios. Y nada de ese se respondía en el guión que me dio Amaya.
Llegó el gran día y yo aún no decidía si llevaría el vestido negro con encaje o el azul de un solo hombro, si me peinaría el cabello recogido en un elegante chongo o bien más natural, tal vez suelto; ¿y qué tacones usaría? En realidad no iba a competir pero cada vez que veía la publicidad del evento dónde salían las participantes, me quedaba corta, tan corta como el hecho que yo era mujer y no hombre…
En el zócalo por la tarde...
El evento comenzaba en punto de las 9 de la noche. Llegué al Teatro de la Ciudad con unas enormes ganas de adentrarme a ese maravilloso mundo. Lista para “sentir” el lugar, para darme confianza. Aún no había mucha gente, ya que estaban en la marcha pacífica para la dignificación de la homosexualidad y el punto de arribo, era precisamente en los portales. Me recibió David, el encargado de la logística y organización dentro de escenario. Inicié una charla meramente superficial que terminó, en apasionantes historias y confidencias de su vida privada. Yo juraba que no era gay con esa fina y bien delineada barba obscura, cabello arreglado, impecablemente vestido de negro con una hermosa pashmina alrededor del cuello, muy guapo, chic y varonil. Su manera de hablar y sus movimientos indicaban que había acertado en su género hasta que me dijo orgullosamente que él era un “Drag Queen”, término que dio vueltas en mi cabeza tratando de descifrar y sin tener la menor idea de lo que eso significaba, hasta que al ver miexpresión desconcertada, me lo explicó todo: esen una transformación más intensa y dramática que la de un travesti. Hombres vestidos de mujer, pero sin quitarse barba o el bigote, de pelo en pecho, en piernas y donde lo tengan; se maquillan, se colocan largas pestañas, se pintan la barba y se colocan extravagantes zapatos con más de 30 cms de altura. Me comentó que en cierta forma, era una burla hacia la mujer. ¿Burla?, le dije yo. ¿Hacia nosotras? ¿Por qué?
Me dejo amablemente con mis inquietudes pues en ese momento comenzaron a llegar las concursantes. Tomé una silla, justo a un lado del escenario en la parte de atrás, en dónde habían amoldado un camerino grande para las participantes y sus guapísimos acompañantes. Nunca imaginé lo que esa larga noche iba a ver, sentir, pensar, hablar, escuchar y vivir en una dimensión desconocida, atrayente y por demás espectacular y, como ya lo había mencionado, totalmente nueva para mí. El factor sorpresa, lo desconocido y lo distinto, me atraen como un imán.
El “camerino” era abierto, sin biombos o puertas cerradas, sin ningún atisbo que denotará que habría pudor, recato u algo similar a lo que algunas de nosotras sentimos cuando nos cambiamos frente a nuestro mismo género. Iban y venían hombres cargados de bolsas, vestidos, estuches enormes de maquillaje (Elmío era verdaderamente ridículo), pelucas, postizos y bisutería. Ante mis asombrados y rebosantes ojos de curiosidad, desfilaban y se acomodaban dónde mejor encontraban lugar. Doce travestis representando a los doce principales municipios poblanos. Y todos listos para su transformación.
Mientras esto ocurría, llegó mi compañero de conducción, un joven apuesto, con aspecto desenfadado y carismático. Nos presentamos y al mismo tiempo nos pusimos rápidamente de acuerdo en la dinámica y desarrollo del evento. Nos caímos bien de inmediato, fue una fortuna esa buena química con él, y se vio reflejada en el escenario, logramos transmitirla al público.
Los conductores.
A las 9 en punto mi queridísimo amigo Amaya no llegaba, y yo seguía con mis interrogantes. Lo que estaba claro ya, era que el evento comenzaría mas tarde de lo estipulado, lo que no me desagradó en lo absoluto. Continuaba sentada, muy derechita, observando todo cuanto ahí pasaba. Y comenzó la verdadera transformación de hombre a mujer...Hermosos y bien formados cuerpos se rendían a las manos que quitaban prendas, colocaban y ponían nuevas. Envidié con envidia de la buena, como se dice y existe en mi natal Chihuahua, las cinturas estrechas y las nalgas duras, divinas, las bubis perfectas, erguidas y firmes “de verdad”--y otras en donde el brassiere hacia el favor--,y las piernas largas y ultra depiladas, y los rostros llenos de colorido. ¿Y dónde quedaba el aparato masculino? Yo lo buscaba, y sí, ahí estaba, pero muy bien escondido, resguardado y compactado entre sus muslos hacia atrás, de tal manera que podría jurar que ninguno lo tenía. Como estaba tan cerca podía ver –y admirar— sus, de seguro sacrificados movimientos, la acción por la que se logra la absoluta desaparición de su sexo, sin atisbo alguno, sólo un vientre plano, liso, duro y orgulloso de mostrarse.
La primera etapa sería la del traje regional sobre trajes de baño de una pieza o bikinis. Los cuerposadmirables, enfundados en diminutas telas brillosas y coloridas se mostrarían en un momento al público en la luneta del Teatro de la Ciudad.No había nada fuera de lugar. Ahí estaban como auténticas féminas reflejadas en un espejo de cuerpo entero ante el que se ajustan las pelucas, las uñas larguísimas, el cargado maquillaje que cubre cualquier incipiente vello que se atreviera a salir en esa mágica noche, los tacones altísimos y la seguridad y el aplomo de los pasos que recorrerán la tarima, listas con todo lo que desearía cualquiera de nosotras.
No podía creerlo. Pero en un momento, ahí estaban ellas, listas para el concurso de belleza gay, el evento al que me invitaron a conducir. Y luego ahí estaba yo con ellas a punto de salir al escenario.
Al fondo, se escuchaban indicaciones de David (Drag Queen), su voz potente les informaba que debían estar listas en diez minutos. La atmósfera del lugar era de una energía peculiar, a veces densa pero muy excitante…Imagínense ser la única mujer entre cuerpos de hombres atrapados en almas femeninas. Las miradas entre ellos, eran intensas...Se veían de arriba a abajo y de vuelta…Se saludaban efusivamente, mucho más de lo que se acostumbra entre mujeres, y al oír su tono de voz, llegaba a confundirme.
Por fin vi llegar a Amaya…Espectacular, única, impactante en su vestido sin hombros y un gran escote; se veía guapísima y así se lo expresé de corazón. Pero fui al grano de mis dudas. ¿Entrevistaría a las concursantes? No, me dijo simplemente Amaya, no habría etapa de entrevistas...Quedé desconcertada y al ver mi rostro, se acercó y dijo suavemente a mi oído: ¿Te imaginas lo que pasará si hablamos frente a público con nuestra voz? Se le quitará la magia y el encanto a la noche.
Elemental. Lo entendí absolutamente.
Las concursantes.
Una hora más tarde y con un público ya enardecido, comenzó el verdadero show. Ya estábamos aturdidos por la entrega del público, porras, silbidos y gritos sin freno. Las concursantes desfilaban con gracia, soltura y por supuesto, con los consabidos nervios. Tras bambalinas Los movimientos eran exagerados pero bastante lucidores. Travestis profesionales, completamente en su papel y con la esperanza de ganar el título de Nuestra Belleza Gay Puebla 2016.
Ella se ganó la simpatía...
Desfilaron “Las Reinas de Reinas”, las que han ganado el concurso desde el 2011; había dos de ellas, en especial, que podría jurar que eran mujeres, con una hermosura sutil, exquisita, femenina totalmente de cuerpo y personalidad. Con una de ellas platiqué en el camerino antes de comenzar el evento. Trabaja en México y es jurado en diferentes presentaciones de esta índole. Lleva un traje negro estilo “Cat woman” entallado a su esbelto y formado cuerpo y lo que llamó mi atención fue su corta estatura y sus pequeñas manos, igual de petite que yo. Me tenía embobada, y más cuando contestó una llamada y pude escuchar su plática animada y entretenida. Nos deseamos suerte ambas y nos despedimos con un beso y abrazo. Se presentaron dos shows que bien podrían haber sido vistos en las Vegas. Uno era la doble de Madonna de los años 80’s y el otro, la doble de Lorena Herrera. Verlas en escenario fue fascinante. Logré olvidar, por breves momentos, al hombre que estaba tras el talón y que ahora se había convertido en la cantante pop derrochando energía, sensualidad, cadencia y una flexibilidad de gimnasta al bailar. La doble de Madonna mostraba un busto impresionante, bello y que varias veces, de manera espontánea y natural dejo asomar, incluso, los pezones. La calidad y el profesionalismo seguían resaltando. Yo me encontraba asombrada, deleitada y encantada con todo lo que iba sucediendo.
El toque de la noche fue cuando intervinieron los “Reyes de Reyes”, gays divinamente vestidos con traje y una brillante corona en sus cabezas; jóvenes y guapos. Se acercaba el final, y ya solo quedaban seis finalistas; Atrás del telón, las podía observar y escuchar perfectamente. Una le pedía a su ayudante sujetar aún más el vestido para levantar el busto, otra más, le volvían a acomodar la peluca con largo y envidiable cabello. Diferente a “nosotras”, conservaban una extraña calma y entre ellas no se hablaban y solo se dirigían miradas escrutadoras y una leve, finísima y casi imperceptible envidia. Nadie se metía con nadie, excepto Drag Queen, que seguía dando órdenes y corriendo de un lado al otro. Hacía bastante calor y la mayoría se abanicaba antes de entrar ya que el maquillaje comenzaba a sudar. Me dirigía a algunas y les preguntaba cómo se sentían; la mayoría me respondía escuetamente y podría mencionar que era por timidez y si, realmente así son las cosas, tienes que ganarte su confianza, y recordé cómo había sido con mi amigo Amaya al principio, por lo que fui respetuosa y amable. La Miss Cholula seguía siendo mi favorita ya que, aunada a su belleza, trasmitía una energía especial, agradable, positiva.
Las favoritas...
Las favoritas: Municipios de Cholula y Libres. La algarabía iba en aumento por parte del público e incluso de algún miembro del jurado. Me divertí mucho observando sus reacciones, las poses que adquirían, no perdían el estilo, conversaban mucho entre si permaneciendo sentados y muy erguidos, posición que constantemente debo estar recordándome cada vez que me siento. La gente ya estaba algo desesperada y ya quería saber el resultado. Los jueces nos pedían que alargáramos más a los conductores pues aún no daban el veredicto y los asistentes, enardecidos: por mi hermana y mi hija, que se sentaron en la galería, me dieron después idea de lo que allá ocurría, y me contaron que tuvieron de vecinos a una pareja gay bastante intensa con sus porras, ya que deseaban de ganadora a la de Libres y chiflaban a las demás. Mientras tanto, las participantes eliminadas se asomaban entre las pesadas cortinas rojas, esperando saber quién era la afortunada.
Por fin, en un momento nos pasaron en una tarjeta el resultado, pero antes de que lo diéramos Amaya tomó el micrófono y dio un breve mensaje agradeciendo especialmente a los patrocinadores y al jurado. Entonces pasaron los miembros del jurado y uno por uno se acercó al pódium para expresar que su voto era único e irrevocable. Tenerlos tan cerca, me causó cierta emoción diferente, los podía ver y oler perfectamente: una revoltura intensa de ricas esencias, perfumes fuertes que impregnaron el aire de su decisión irrebatible.
Coronación de la ganadora...
El jurado entregó su voto, entre aplausos, porras y gritos. La ganadora: Miss Cholula, un travesti hermoso, con un rostro angelical, de muñequita y cuerpo de barbie. Se abrazaron entre sí. El final fue muy rápido, para mi gusto, a pesar que estuvo bastante largo el evento, de repente todo terminó. Quise tomarme fotos en el escenario y felicitar a las participantes, pero el telón se empezó a cerrar y en un momento las luces se apagaron. Como si se deshiciera un hechizo.
Era la medianoche de cenicienta en los camerinos. Las vi desvestirse, sin pudor se desprendían del ropaje de su sueño, sin recato dejaron caer su desencanto, obvio en las concursantes perdedoras. Pero solo por este final de la noche… Porque serán por siempre “Las reinas de la noche”, como canta Gloria Trevi.
Terminó una noche mágica, y repito mucho esa palabra porque en verdad describe lo que fue. Noche diferente, especial. Un evento dónde Amaya, la organizadora oficial, recalcaba una y otra vez, que todo era en pro de la dignificación a la homosexualidad y lesbianismo en Puebla. Un certamen con una excelente organización, con gran cantidad de importantes patrocinadores y un orgulloso equipo de trabajo. Terminé pasada la media noche, hambrienta, feliz, algo cansada por los tacones, pero llena de emociones y llevándome en mi mente y corazón una magnifica experiencia de vida.
La revista Sin permiso publica este texto del periodista británico del periódico The Guardian
Hace dieciocho meses, la “familia olímpica” del COI se reunió en Montecarlo. “No podríamos tener un anfitrión más simbólico”, declaró el presidente, Thomas Bach, en su alocución, “que su serena alteza, el Príncipe Alberto de Mónaco”, monarca de un Estado descrito por Somerset Maugham de modo memorable como “un lugar soleado para gente sombría”.
Se trataba de una sesión extraordinaria, convocada para encarar “los retos a los que ya nos estamos enfrentando y, lo que es más importante, los retos que ya podemos ver en el horizonte”. Bach no se estaba refiriendo al régimen de dopaje estatal de Rusia, o a la disposición de Río para los XXXI Juegos de Verano que comienzan el viernes [5 de agosto] dentro una semana, sino de otro problema completamente distinto, un problema que para la conciencia colectiva del Comité Olímpico Internacional (COI), se sentía en conjunto como algo más apremiante. Si bien estos dos problemas dignos de titulares han dañado su marca, este tercero, del que se informa bastante menos, puede arruinarle el negocio.
Dos meses antes, Oslo había cancelado su candidatura para las Olimpiadas de Invierno de 2022 debido a la falta de apoyo público. Y anteriormente, ese mismo año, Estocolmo se retiró por razones similares. Cracovia también la canceló después de que un referendum concluyera que casi el 70% de sus habitantes se oponía a la candidatura. Para la candidatura de Munich, la cifra se acercaba más al 60%. Para Davos, era del 53%. En Barcelona, la alcaldesa la pospusó hasta 2026, y luego archivó los planes por completo. Algo semejante pasó en Quebec ciudad. De manera que de nueve candidatos, el COI se quedó con dos anfitriones potenciales. Uno era Almaty, en la dictadura de Kazakistan, y el otro era Beiying, que hasta ahora no se había destacado como uno de los grandes centros mundiales de deportes de invierno. Ganó Beiying, aunque la mayoría de las actividades tendrá lugar a unas 140 millas, en Chongli.
No son tan solo las ciudades de invierno con los pies fríos. En 2015, los EE. UU. designaron a Boston para los Juegos de Verano de 2024, hasta que Boston se retiró debido al escaso apoyo. Alemania designó a Hamburgo, pero la retiró después de que la corporación municipal perdiera otro referéndum. La candidatura de Toronto, sometida a debate, se abandonó cuando su comité de desarrollo económico votó en contra. Ahora mismo, las cuatro ciudades candidatas son Roma, Budapest, Los Ángeles y París. En Hungría, el Tribunal Supremo acaba de bloquear la propuesta de referéndum. Y en Italia, la nueva alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, ha declarado repetidas veces que se opone a la candidatura, y el Partido Radical italiano ha estado recogiendo las firmas necesarias para convocar un referéndum.
No hace falta ser un especialista académico para detectar cuál es el patrón. Pero Christopher Gaffney sí lo es: profesor investigador de la Universidad de Zurich, la suya es una voz destacada en el movimiento antiolímpico, y esta es su descripción: “Allí donde tenemos una población formada que dispone de una prensa relativamente libre, niveles de transparencia gubernamental relativamente elevados, y que ha exigido un referéndum, en cada uno de estos casos hemos visto cómo se rechazaban las Olimpiadas. Sin excepción”. En Occidente, al menos, tal parece que nadie quiere hacer ya el papel de anfitrión.
El COI ya se vio antes en una posición parecida, después de los desastrosos Juegos de Montreal de 1976. Treinta años tardó Montreal en pagar sus deudas olímpicas. El resultado fue que Los Angeles se convirtió en la única ciudad disponible para 1984. Debido a que se trataba de la única candidata, pudo así imponer condiciones. De modo que el COI se quedó sin los contratos de televisión y patrocinio, pero pudo recurrir a los apreciables beneficios de los que Los Ángeles sacó partido de otras maneras. Los utilizó para incentivar a otras ciudades a presentar candidaturas. Cinco solicitaron acogerlos en 1992. Ocho en 2000. Once en 2004. El COI se convirtió en propietario de los derechos en regimen de monopolio de un negocio que lo que busca es sacar dividendos de las ciudades”, tal como resume Gaffney. “Dependen de lo que es tener a un grupo de ciudades compitiendo unas con otras, para elevar las apuestas”.
Allí donde ha habido resistencia, esta ha provenido de los márgenes. En Amsterdam quines protestaban enviaron bolsas de marihuana a los funcionarios del COI, y luego les arrojaron huevos y tomates cuando aparecían en público. En Berlín, una coalición de “anarquistas, inconformistas, punks, gays y lesbianas, los alternativos, los que tiran piedras, los tragafuegos, los pobres, los borrachos y los locos” se manifestó por las calles cuando el COI llevó a cabo la inspección final de la ciudad. La diferencia es que la resistencia a las Olimpiadas se ha convertido en algo central. “Lo que estamos viendo”, afirma Gaffney, es que “cuanta más información tienen los ciudadanos acerca de cómo funciona el COI, menos probabilidades hay de que quieran meterse en ese tipo de contratos de negocios”.
Chris Dempsey fue uno de los líderes de la campaña “No Boston Olympics”. Trabajó antaño para la consultoría de gestión Bain y fue vicesecretario de transporte de Massachusetts. “Nosotros éramos los que aparecían en las reuniones de traje y con presentaciones de PowerPoint”, declara Dempsey. “Nos sentíamos cómodos trabajando desde dentro, por así decir”.
Dempsey y su grupo lo consideraban simplemente una cuestión de prioridades cívicas. “Las Olimpiadas supondrían un ingente coste neto para nuestra ciudad y nuestro Estado, en el sentido de que si nuestro gobernador y nuestro alcalde se concentraban en construer un estadio y un velodromo, se centrarían menos en mejor la educación y arreglar las carreteras”. Fue, añade Gaffney, “una forma de verlo clara y pragmática, a la americana, para decir: ‘No vamos a gastar el dinero de los contribuyentes en acoger una fiesta de tres semanas’”.
En el curso de dos meses a principios de 2015, la opinión pública de Boston basculó por completo. En enero se había registrado un 54% en favor de la candidatura. Para marzo, la cifra cayó a un 38%. Entretanto, “No Boston Olympics” recogió los detalles de la candidatura, diseccionó los brillantes folletos qué mostraban qué aspecto tendrían los recintos de la sede” y dejó claro que “los contribuyentes estaban entrampados”.
La candidatura de Boston se hizo insostenible. Dempsey afirma que se trató de “una reacción a los excesos de años recientes. Sobre todo, a los de Beiying, pero también de Londres, porque cuando se echa un vistazo a lo que realmente se gastó en esas Olimpiadas, es algo así como cuatro veces el presupuesto original”.
En Hamburgo, por otro lado, el movimiento antiolímpico tenía raíces en la izquierda. Florian Kasiske se ocupó de las relaciones públicas de la campaña NOlympia. “Había todo un abanico”, declara. “Combinaba estudiantes, miembros de las juventudes de los partidos de izquierdas y un montón de trabajadores del puerto que estaban también en contra de las Olimpiadas, porque veían sus trabajos amenazados”.
Kasiske afirma que uno de los grandes problemas era la “gentrificación” de la ciudad, espeialmente en torno al puerto. “Los Juegos son un gran impulsor del desplazamiento de los pobres del centro de las ciudades”. El otro era la crisis migratoria. “La gente seguía preguntándose: ‘¿Cómo podemos organizar las Olimpiadas cuando tenemos que encontrar alojamiento para tanta gente como ha llegado a la ciudad? ¿Esta gente está durmiendo en tiendas, y los politicos quieren un nuevo velódromo?’”.
En Boston y Hamburgo, movimientos de protesta pequeños y bien organizados se enfrentaron a ponderosas coaliciones políticas y empresariales. “La gente que promovía la candidatura era gente que esperaba sacar tajada”, afirma Dempsey. En Hamburgo, NOlympia venció a la candidatura respaldada por el alcalde y la Cámara de Comercio. Ambos casos reflejaban la opinión de Gaffney de que las Olimpiadas se han convertido en algo que tiene que ver con “la venta de la ciudad a cargo de las élites mismas de la ciudad”. Cuanta más información tiene la opinión pública sobre todo esto, “menos probabilidades hay de que quieran comprometerse”. Dempsey coincide en ello: “Las ciudades están empezando a comprender que las exigencias del COI son irrazonables”.
“El COI solo tiene poder si hay ciudades que quieran presentar candidaturas. Podemos acabar llegando a un punto de ruptura en el que COI tenga que emprender reformas de verdad”.
En Mónaco, Bach introdujo la Agenda 2020, un plan para reducir los obstáculos a las candidaturas. Dempsey sugiere que eso no basta. “Yo pondría en cuestión que desplazarse a una ciudad distinta cada cuatro años sea un modelo que tenga sentido en el mundo de hoy. Tal vez en la década de 1890 tuviera sentido, pero hoy vivimos en un mundo en el que el 99.9% de la gente que le presta atención a las Olimpiadas lo hace en la pantalla. Cree que los Juegos deberían tener una sola sede permanente que los acogiera”.
Gaffney se muestra más radical. “Se cometen los mismos errores una y otra vez. Así que no puede ser un accidente, y si no es un accidente, entonces tenemos que entender que el modelo empresarial del COI resulta nocivo”, afirma. “Tenemos que volver a pensar en serio acerca del modo en que estos acontecimientos impulsan la desigualdad a escala global. Y la mejor forma de hacerlo consiste en pararlos. Punto final”.
Vida y milagros
(La pintura que ilustra el texto en la portadilla es de la autoría de Verónica Mastretta)
Un mar turbulento de noticias y estímulos lame nuestros pies y cerebro permanentemente. Poco a poco vamos perdiendo la capacidad de asombro y compasión y sin notarlo, empezamos a vivir con miedo en el presente y a temer al futuro. Nos toma en vilo la incertidumbre. Olvidamos que vivir siempre ha sido un riesgo y que el final para todos es el mismo; olvidamos eso que ya sabíamos, que no hay certeza de nada ni un blindaje que resguarde para siempre la calma.
La memoria se acerca a todos los fuegos.
La historia de todos nosotros pasa por la cocina. En ella corre la vida, y va con la certeza amorosa de quien enciende el fuego para preparar la comida.
Estas, las de Lilia Martínez y Torres, serán historias asociadas a los sabores, las palabras y los cuerpos. La mesa en los preliminares del amor. La sobremesa para vislumbrar que todavía será posible una mayor exaltación de los sentidos.
Todos venimos del encuentro de los cuerpos, pero somos producto de la conversación inagotable con la que las mujeres gobiernan el mundo.
Porque de conversaciones están hechas las recetas.
Y de escenas que cada cocina guarda, que en cada mesa se sirven. Muchas de ellas las veremos desde el archivo de la fototeca Lorenzo Becerril. Y por ellas, cada quien empezará a recordar sus propias historias.
Las Imágenes asociadas en la memoria brotan fáciles: un mediodía de 1961 en la casa de la 15 Sur en el barrio de Santiago; en el centro de la cocina la mesa con patas de latón y plancha de granito en la que Margarita, la lozana muchacha de Quecholac, la imagen más fiel que tengo de nuestra patria morena, prepara una salsa roja; en el comal vemos rebotar los jitomates, escuchamos el quejido de la piel que se tuesta y luego la piedra que canta en el molcajete cuando sus manos muelen los chilitos toreados. Ella se distrae, y yo, que nada sé del mal de amores que la embarga, no entiendo sus lágrimas, y juego con los jitomates saltarines ocultos en los cristalinos ojos de mis seis años.
En la esquina de la 15 con la 11 Poniente está todavía la casa que construyó mi abuelo en 1925. Y su fresno enorme junto al frontón, y el árbol de nísperos. Ahí está mi abuela Mané, la veo abrir la pesada puerta de su refrigerador comprado en 1950. ¿Era un Phlico o un Kelvinator? Qué más da si de él ha sacado las frituras de manzana que preparó de regreso del mercado de la Victoria por la mañana. Es martes, tal vez de un septiembre de 1972, y ahí estamos a mediodía para comer con ella los Mastretta Guzmán que vivimos en Puebla. Mi mamá y yo. Mis hermanos estudian en México y regresarán hasta el fin de semana. Comemos los siete platillos que prepara mi Mané como si intentara alimentar a un desvalido. Devoro los chayotes horneados y gratinados, la única manera, hasta la fecha, en que soy capaz de comer a esos espeluznantes erizos. Me reservo un hueco para los frijoles negros refritos, sasonados con hoja de aguacate, y los plátanos machos. Para los postres ya no puedo hablar, ya no escucho nada, pero sí la veo sonreir desde su silla de ruedas. Tiene la misma sonrisa del día de su boda, allá en Teziutlán en 1920, luego de un noviazgo poco arrebatado por el resguardo en que la tuvo la bisabuela Sauri. Meses enteros de plática desde el balcón, con un tempranero “hasta mañana, doctor” con el que lo despide la campechana abuela Sauri; meses más largos todavía de entrevistas en la sala, nunca en el mismo sillón sentados, y bajo la vigilancia de la Sauri que no le quita de encima la vista a la hija desde la otra recámara. Las imagino a las dos una mañana, atentas en la cocina a la composición de las fruturas de fruta; por fin se sentará a la mesa ya como novio invitado Sergio Guzmán, el sacamuelas que recorre en motocicleta India el lomerío caliente totonaco, allá abajo, muy lejos de las nubes y el chipi chipi eterno de la perla de la Sierra; María Luisa cierne la harina, la levadura, el azúcar; ya ha batido muy bien los huevos y ya revuelve en un tazón los ingredientes con la leche, poco a poco, como se amasa el cuerpo amado que pronto será el de su marido. Piensa en ello cuando agrega los plátanos magníficos que traen de Tlapacoya. Sus ojos refulgen con la rayadura de limón, pero se concentra con las claras batidas a punto de turrón. Ten cuidado ahí, dice la abuela Sauri, nada más las vas envolviendo… Y ella imagina, sueño yo, que son sus manos las que envuelven la espalda de su marido. Yo regreso a mi mesa de 1972: veo los ojos socarrones de Mané cincuenta años después. Y sonrío, lleno, pleno de las frituras de la abuela.
Papá ha regresado del trabajo a las dos en punto. Como estoy en quinto de primaria y es el año 1965, estoy en casa para escuchar su silbidito. Luego sigo sus pasos que persiguen los aromas hasta la cocina. La pasta la trajo papá desde lo que quedó de su vida en Italia, desde lo que quedó de esa sufrida tierra europea, cuando regresó de la guerra. Ahora lo veo en la cocina pescar con un tenedor un hilo de espaguetti, para cortarlo y buscar el punto blanco en su medio. Al dente, nos ha dicho mil veces. Mamá interviene sin decir pío para rescatar su pasta del interventor marido, ella mejor lo azota, al espaguetti, contra los mozaicos relucientes, y si se pega, de inmediato apaga el fuego y echa un ojo al hervor de la salsa. El espaguetti rojo es el orgullo nunca dicho de mi papá, ella lo sabe, y hace mucho que aprendió sus pequeños secretos: la mantequilla y el aceite de oliva con la cebola finísimamente picada, con la zanahoria y el tallo tanbién picaditos, y la lumbre no muy fuerte, con atención total hasta que alcanzan el color dorado –lo sé bien, un descuido y la cebolla se te quema; luego la albahaca y la mitad del tomate molido y colado y la otra mitad pelada, sin semillas y picada; un poco de pimienta, una pisca de azúcar y una tasa de agua. Y entonces, al fuego, muy suave, y ponte a hacer otras cosas, porque esa salsa a gritos te pide tiempo. El tiempo corre suave en casa este mediodía en la ciudad provinciana, como el fuego que no impacienta el centenario sasón rojo de la salsa italiana.
Es 1965. Y no hay manera de conseguir un vino de los campos dorados de Stradella, el pueblo de los abuelos, la tierra en guerra en la que mi papá dejara su juventud pero en la que no olvidó para mamá la memoria de su salsa.
Todas las primas nacidas de la familia Yanes Abaroa pasaron por la receta del Niño Envuelto de la abuela Chave. Para el panqué, las seis cucharadas de harina, las seis de azúcar y los seis huevos, con las claras a punto de turrón y las yemas añadidas una a una, y una a una las cucharadas de harina; y la charola forrada con papel encerado, engrasado y enharinado, pues la mezcla se pega fácilmente; al horno veinte minutos; luego lo volteas sobre una servilleta húmeda rociada con azúcar y con ella lo enrrollas y esperas un ratito, lo desenrrollas, le pones la crema y lo vuelves a enrrollar para dejarlo reposar en un platón. Y así de detallado el sendero para la crema y el betún. Pero las primas Yanes, en el punto de meter al niño envuelto en el horno, siempre se toparon con un misterio: “Cortar cinco centímetros en cada extremo”. Todas las primas Yanes, católicas muy creyentes –aunque muy capaces del divorcio, hay que decirlo—así lo hicieron, mutilaban con rigor al niño, pero cada una guardaba para sí el interrogante que por años se ahorraron de hacer a sus madres: “¿Y por qué se tiene que cortar cinco centímetros en cada extremo de el Niño Envuelto?”
Las nietas de Chave crecieron a sus propios hijos. Todos, ellas y ellos, sus maridos, los que se fueron y los nuevos que llegaron, felices, se comieron hasta el último chupete de betún decenas de niños envueltos. Nunca vieron a la abuela Chave llegar al punto de meter a uno de esos niños al horno: con sus dos manos al frente se plantaba frente a la estufa para medir el ancho de la puerta de entrada al infiernillo, y así, como si fuera a enrollar el estambre de sus tejidos, regresaba sobre la masa enrollada. Y muy diligente, le cortaba en cada lado cinco centímetros. Y seguramente sonreía al pensar en sus fervorosas y leales nietas.
Los cinco fuegos, este resguardo de memorias que Lilia Martínez empezará a construir seguramente con el auxilio de muchos de nosotros, será, por lo que ella nos ha dejado ver en su texto con el que arranca este portal de historias de cocina, un espejo de todas nuestras mesas. De voz en voz, de receta en receta, las familias construyen sus vidas contándose historias y trasmitiendo sus recetas.
Mamá guardó para el final de su recetario, y bajo el título “Azúcar”, los postres. Y, caray, es el suyo un homenaje a las mujeres reposteras de la familia. Van los nombres y sus creadoras:
Pastel de los ocho huevos, de mi abuela Mané, igual que su Gelatina de Naranja, su pastel de chocolate, las chanclas, las Galletas de Nuez y Cocoy el Lemon Divinity Pie; el relleno de limón para pastel, de mi mamá, Ángeles Guzmán, con sus Bueñuelos de molde y sus Galletas de Chocolate, y laCarlota de Moca, la Nieve de Naranja y el Dulce de Coco; el Ponche romano, las Hojuelas, losCuadritos de mermelada de chabacano, el Rompope y el Pastel de nuez, de la Tía Nena; el pastel de ciruela pasa, de Doña Chabela; el Panqué de manzana, de mi prima Martha Escalera; el Envinado, elPastel de Queso y el Pastel de Manzana con Streusel y los Polvorones de Nuez de María Lapuente; elNiño Envuelto, de mi prima Maichita Sánchez; el Turrón de almendra y el Merengón, de mi Tía Maícha; los Palitos de Queso, de Elenita de la Concha; las Galletas de Nata, de mi sobrina Daniela; lasMantecadas de Astorga, el Flan de Vainilla y las Priesquitas, de mi tía Tere Mastretta, casada con el tío Priezca; las Natillas, de Emérita Velázquez, la suegra de mi hermana Verónica; la Trufa sencilla, de mi cuñada Pilar; el Rollo de Nuez, de Conchita Molina.
Sigue la página en blanco. El recetario abierto. Ahí está Los cinco fuegos, el blog de Lilia para que cada quien empiece con ella a conversar sus propias recetas.
Vida y milagros
En unas vacaciones de invierno nos fuimos en coche al sureste en un viaje familiar. Recorrimos 3600 kilómetros. México en carretera siempre será una aventura que te transporta rápidamente del cielo al infierno y viceversa. Pasas de ver los paisajes más exuberantes, inhabitados y fantásticos, a pueblos que han perdido la identidad arquitectónica y el mínimo sentido de la limpieza, ayudados por la falta de autoridad y la infaltable presencia de los camiones de Bimbo, Coca Cola y otras empresas que se han encargado de vender sus productos sin dar valor a lo retornable, llenando selvas, ríos y mares con sus envolturas y botellas. Aunque se llaman a sí mismas empresas socialmente responsables no han logrado diseñar empaques que no generen tantísima basura.
Cuando recuerdo ese viaje se me llena la memoria de todos los tonos de verdes y de agua. ¡Tantos ríos que cruzamos! El Papaloapan, el Usumacinta, el Coatzacoalcos; todos como avisándonos que llegaríamos a la tierra del Poeta Carlos Pellicer y a su obra increíble del Parque Museo La Venta. Carlos Pellicer (1899-1977), gran poeta de la generación de los Contemporáneos, el poeta del trópico y de los grandes ríos, maestro de literatura en la UNAM, viajero incansable, Premio Nacional de Literatura y amante de la cultura prehispánica, nació en Tabasco, y aunque se educó y vivió en la ciudad de México, nunca se desligó de su lugar de origen y le regaló parte de su vida y su energía.
Tenía poco más de 50 años, la peligrosa edad en que muchas personas deciden retirarse y cortar de tajo la ilusión de emprender, cuando se echó a cuestas la tarea de trasladar a un lugar seguro las fantásticas esculturas olmecas encontradas en l943 en la Venta, entre Tabasco y Veracruz, en el municipio de Huimanguillo. Las monumentales cabezas olmecas, los altares y estelas y los mosaicos enterrados como ofrendas de más de 2500 años de antigüedad, no tenían ni destino ni protección. Él supo que tenía que salvarlas y supo imaginar también a dónde llevarlas. Tuvo la visión de escoger para su resguardo el espacio de selva que colindaba con la Laguna de las ilusiones, ahora en el corazón de la ciudad de Villahermosa. Pocos museos en el mundo reúnen de manera tan artística y armoniosa lo creado por la mano del hombre enmarcado por un entorno natural excepcional. El visitante entra a un jardín botánico y a un museo al mismo tiempo. Si Carlos Pellicer no se lo hubiera propuesto, ese lugar no existiría. Aportó lo que yo he dado en llamar "un corazón ciudadano" a un proyecto que implicaba necesariamente la voluntad de los políticos en turno pero unido a una visión civil. López Mateos lo entendió así y supo ayudarlo. En l958, después de varios años de trabajo, el Parque Museo la Venta abrió sus puertas. Años después, Julieta Campos, quien fuera esposa del gobernador Enrique González Pedrero, con la sensibilidad que la caracterizó siempre, terminó de perfeccionar y renovar el lugar. Es un Parque -Museo en el que se cobra una cuota baja; ha funcionado muy bien porque aunque el gobierno administra y aporta, existe un patronato que trasciende a las administraciones y a los tiempos políticos. Existe una idea rectora aún vigente que provino de la mente luminosa de Carlos Pellicer. La seguridad y la limpieza son impecables. Una enorme ceiba con un busto de Carlos Pellicer te reciben a la entrada y luego unas huellas humanas marcadas en el piso te guían por el sitio. No hay ruido, ni música ambiental, ni venta de nada. Solo la belleza impactante de las piezas que pesan cientos de toneladas colocadas entre plantas maravillosas perfectamente señalizadas. Al terminar el recorrido hay una tienda de artesanías con productos muy bien escogidos y hermosos. Dentro del parque hay un zoológico. Yo he dado en odiar ver a los animales en cautiverio, pero ahí estaban, en su imponente y salvaje belleza. Vimos a una pareja de jaguares, a una hermosa pantera solitaria, monos araña, guacamayas y loros, todos muy bien cuidados pero languideciendo en sus jaulas. Afuera es probable que ya estarían muertos o de adorno en la casa de algún fantoche vanidoso.
Finalmente llegamos al estanque donde vivía un cocodrilo de más de cuatro metros y que el mismo Pellicer llevó al parque cuando lo inauguraron. Cuando lo conocimos tenía 80 años y le llamaban Papillón en honor al nombre del personaje de una novela que logra escapar tres veces de la cruel prisión francesa de la isla del Diablo. Según fue creciendo, el estanque le fue quedando chico al cocodrilo. Se había escapado tres veces rascando por debajo de su estanque y buscando la libertad hacia la Laguna de las Ilusiones; La última vez que se había escapado apareció en el patio de una casa de Villahermosa ubicada a la orilla de la Laguna y se fue sobre el perro de la casa. El dueño de la misma le dio un tiro en el ojo y lo dejó tuerto. Papillón fue regresado a su prisión y ésta fue reforzada con una malla de metal para evitar que escapara de nuevo. Todo eso nos lo contó un guardia cuando mi hija se dio cuenta de que le faltaba un ojo. Supimos que en cautiverio, Papillón podría vivir otros cincuenta años más. También nos contaron que en un tiempo le echaron a una cocodrila demasiado pequeña y se la comió. En libertad ya no existían cocodrilas de su tamaño. Estaba condenado a morir solo, rodeado de tortugas y alimentado por los pollos que le echaban cada cierto tiempo. Papillon parecía tan triste y aburrido. Su único ojo era como de otro mundo. ¿Cómo liberar a Papillon si el mundo de afuera nos lo hemos robado los humanos?
Dos datos más para terminar este recuerdo. Treinta de las mejores piezas encontradas en La Venta están en el parque - museo La Venta. Actualmente, una gran parte del sitio en donde fueron encontradas se encuentra cubierto por una refinería de Pemex y cualquier excavación ahí hoy es imposible. Pellicer hizo lo que tenía que hacer justo a tiempo. México está urgido de muchos nuevos Carlos Pellicer, urgido de anhelo de belleza.
El otro dato es que hace poco Papillón murió en cautiverio, nadie sabe muy bien de qué. Un día simplemente dejó de comer. Se murió en calidad de preso en su estanque. Había sido capturado en Comalcalco a la edad de 20 años. Murió de 83. Por su genética podría haber vivido 45 años más. Qué bueno por él que no fue así.
El cocodrilo podría haber hecho suyas las palabras del poeta Pellicer:
"Tu eres más que mis ojos,
porque ves lo que en mis ojos llevo de tu vida...
y así camino ,ciego de mí mismo,
iluminado por mis ojos,
que arden por el fuego de ti...."
Qué bueno que ya te fuiste, Papillon....Qué bueno que exististe, Pellicer.