Voces en los días del coronavirus

Voces en los días del coronavirus

Mundo Nuestro. Vivimos tiempos que marcarán la historia del mundo. COVID-19, le dicen los enterados. Coronavirus, para el vulgo. En esta mudanza estamos en el arranque de la primavera del 2020. De ahí recogemos estas voces.

Voces del coronavirus

Alejando Cañedo Ortega/Historiador del arte y curador



Al inicio de 2020 me imaginé un año con nuevos comienzos, metas que cumplir y propósitos de mi vida que realizar. Había concluido mis materias de la universidad, estaba preparando mis planes a futuro para titularme e incluso encontré un trabajo en un importante museo. Mis padres, hermanas, familiares, amigos y conocidos me desearon mucho éxito en esta nueva etapa de mi vida, sería gran una experiencia. Después de un mes y medio en la chamba me llevaba bien con mis compañeros de trabajo, y nos volvimos amigos; realicé muchas actividades que valieron el esfuerzo en mi área y aprendí cosas nuevas; pasé buenos momentos con personas con las que me llevo, a las que admiro y quiero. Sentía que todo iba en orden, pero no fue así, las cosas empezaron a cambiar drásticamente.

Empezaron las noticias en las redes sociales sobre una pandemia conocida como “coronavirus”, que se originó en una ciudad china. Una enfermedad que matará a miles de personas y que se esparcirá por todo el mundo. Eso se decía. Al principio pensaba que solo afectaría a países lejanos, pero tras enterarme que se registraron casos en mi estado y por todo el país, vi que esto está llevó a muchos al pánico. La realidad del contagio estaba ya con nosotros.

Mientras seguía laborando en el museo tomé las medidas necesarias y me dije que no habría de qué preocuparse, aunque extrañaría el movimiento en las salas, realizando mis tareas. Después de asistir a una reunión, el museo anunció que cerraría sus puertas hasta nuevo aviso por medidas de salud. Aunque sería nuevo y diferente trabajar desde casa durante la contingencia del coronavirus. Así tendría que trabajar en los siguientes días.



Pero mi mundo ha cambiado. Pienso en todo ello desde el encierro en casa.



Soy una persona que le gusta mucho salir, me siento libre al hacer muchas cosas que me definen como persona: la bicicleta es mi pasión, un deporte que practivo desde hace años, una aventura que me lleva hacia lugares que puedo explorar; además, disfruto ir a los museos y salir con mis amigos a tomar una cerveza o platicar, a aquellas personas que admiro y quiero mucho. Me gusta estar en ambientes naturales, estar en calma y paz en mí mismo. En especial, el lago de Valsequillo, el único lugar donde me siento libre, corriendo en sus verdes colinas en tiempo de aguas, observando los árboles, el movimiento del agua y las aves volando. Además, sentado en la orilla viendo el paisaje hasta el atardecer, esun lugar especial que guardo en mi corazón desde niño. Todo eso compone lo que soy realmente: estar en el exterior y encontrar la paz que deseamos tener en el mundo en el que vivimos.

Así, siento que al terminar esta pandemia podremos seguir hacia un nuevo horizonte, construir un mundo en el que vivir y estar felices día a día con nuestros seres queridos, para que nuestros hijos y las demás generaciones encuentren una forma de crecer como seres humanos. Es lo que espero en esta vida por delante.

Voces en los días del coronavirus

Sergio Guzmán, comunicador, empresario



Después de diversas e intensas conversaciones sostenidas con colegas neurobiólogos y otros profesionales apasionados por la delgada línea que separa la conducta emocional de la reacción bioquímicas, he decidido dejar a una lado el rigor científico en el que he sido imbuido y darle al gran público la oportunidad de conocer mis experiencias con la mente y las emociones. Ya hemos abordado en otras lecturas que nunca he dado prevalencia a las enzimas a favor de un “sabio consejo”, o viceversa, despojar a la ética de su componente emocional, histórico y hormonal.

Al revisar mis apuntes y notas en las distintas clínicas para las que he trabajado y consultado correspondencia con colegas de la Nueva U.R.S.S., Dinamarca, Austria y Kiribati, me veo compelido a compartir con ellos y con usted amable lector, el siguiente pasaje y que reproduzco a continuación.

El siguiente manuscrito fue encontrado meticulosamente doblado y compaginado dentro de una carterita de p.v.c translúcida como las que venden a las entradas de oficinas (y hospitales) de gobierno a fin conservar y proteger documentos importantes. Estaba en un sótano en el que los clisés de paredes que miran y escuchan, metiches en fin, y otros lugares comunes quedan diluidos en la realidad post-epidémica que nos tocó vivir. La señora que me lo hizo llegar, sirvió como empleada doméstica. Allá en las épocas en las que había agua corriente con la que se podía lavar ropa, electricidad para conectar una aspiradora, y servicios urbanos que llevaban y traían a millones diariamente desde y hasta sus lugares de trabajo.

El Dr. Krsinsky del instituto Lenin de Investigaciones del comportamiento y del aura a igual que mi casera y una moneda que tiré al aire me convencen de transcribir letra por letra este hallazgo. Así que, adelante:



DIA No. 567 DEL BROTE, DECIMO SEXTA SEMANA EN FASE 8° // Miércoles por la mañana.



-Así, duro, duro, dale. Ponte más pomada. Pero dale duro…

- Te va a doler

- A ti qué … tu dale.

Los jadeos comenzaban a perlar las frentes y ambos se dieron un respiro.

-Se acabó.

-¿Qué se acabó?

-El diclofenaco, pos que ha de ser… ya no sale nada del tubito. Dijo él, mientras hacía como quién sacude un frasco de cátsup.

-Ahhhh ¿y el camión de suministros cuándo pasa?

- No te acuerdas que los cascos azules abandonaron México en desbandada el mes pasado.

Ella tuerce el cuello arriba y abajo, izquierda y derecha y se coloca el termómetro en la boca como lo hace cada hora o cada vez que lo ve.

Él le muestra un calendario tachonado de la carnicería “Las Delicias” en el que metódicamente marcaba de acuerdo con un código de colores con pies de página los eventos que merecieran la pena. Así por ejemplo: “día 264 de brote, cuarta semana de fase 6°” (sic N. del Editor)

-Ya nos cargó el payaso

-Se dice pintor

¿Qué, que, qué?

-Claro que NOOOO

Se dice: Ya nos cargó el payaso.

-Pintor

-Payaso

Ella seguía parada en el quicio de la puerta mientras operaba el interruptor de la luz en forma inútil. Él asiente.

-O la chingada, ¿como ves?

-De acuerdo. Ni tú, ni yo. La puritita chingada.

La etapa en la que los desacuerdos triviales generaban discordias insólitas había dado paso a una tregua que llamaré pax-pandemica. Una especie de resignación asistida por los respaldos de You Tube, y otras plataformas, avivadas por el stock de baterías de auto, conectadas a una TV, cuyo último noticiero al aire dejó de trasmitir cuándo al aire, López Dóriga comenzó a desvariar en un delirio a todas luces febril, a hablar pestes de Anthony Hopkins y de Azcárraga (padre).

Los cascos azules abandonaron a su suerte la planta generadora o de a tiro, se les acabó el huachicol para echarla a andar.

Los últimos remanentes del orden social comenzaban a desmoronarse.

Ambos miramos al mismo tiempo, pero disimuladamente los bidones de magna sin plomo que tenían en un estante “por si las flais” (por si las moscas del inglés flies N. del Editor)

-¿Ya vimos esta?

-Como dos o tres veces. Es una cursilería que no me chuto de nuevo.

-Pos yo tampoco me voy a poner a ver documentales del Holocausto o de las migraciones de austronesia.

¿yoga entonces?

-Va. Pero la rutina light del muchachito de barbas que está re chulo

- Que re chulo ni que mis …

La vida social no se detuvo del todo y se organizaron puntos dónde se dejábamos recados a vecinos en lugares (sobre una banca de parque por ejemplo) preestablecido para implementar el cambalache de UBS con series, documentales, pelis, juegos y desde luego, predominando, las porno seguidas muy de cerca por La Rosa de Guadalupe. Los más demandados por mi eran los documentales de la peste negra del siglo XIV y los de la Influenza española.

La psique humana en todo su esplendor. Se dice que alguien encontró un recado que decía:

“cambio salchichón, caja de galletas marías y USB con series de Amazon Prime por Game of Thrones (completa aunque no venga el último capítulo)”. Es de suponer que no encontró ofertantes.

He compartido estos hallazgos con mis colegas a través de cartas que demoran meses en responder y en todo el mundo la situación es similar. El último país en tener internet fue Finlandia y por lo visto se convirtió en la fuente de tráfico ilegal de USB’s.

El estado de emergencia se ha extendido mucho más de lo esperado. Algunos culpan al comité Olímpico que echó pa’ atrás su decisión de cancelar los juegos del 2020; otros afirman que todo es una conspiración de las farmacéuticas o de la 4T para perpetuarse en el poder. El hecho es que no tardó la población en entender que no era por conveniencia quedarse encerrado en casa, sino un acto de supervivencia elemental. Veíamos a nuestros vecinos por la ventana y en poco tiempo con un pizarrón y binoculares nos pusimos al tanto de la suerte de Doña Chona que no la libró y de sus hijos que si la libraron y crearon inmunidad para convertirse en correos y malandros. Traficantes de licor, mensajeros, cantores de serenata, etc.

- ¿Ya hizo pi pip?

-no

-Me pasas un pañuelo. ¿ya hizo pip?

-36.7°

Saco el calendario de la Carnicería Las Delicias y anoto con sharpie azul la temperatura de mi mujer.

Ella me pide que armemos el rompecabezas de 10,000 piezas del paisaje de boscoso al que le faltan tres piezas y desganado saco la caja mientras ella me mira picarona.

-Adivina que tengo aquí. Me muestra su puño cerrado.

Adiviné. Ella había encontrado las tres piezas extraviadas en la caja de otro rompecabezas,

Extasiados y como si fuera el fin del cautiverio, nos pusimos a armarlo. Románticamente.

Un toque de queda no es nada en comparación con el encierro voluntario del mundo entero.

Nadie quería salir de su casa y comenzó lo que psicólogos y antropólogos se dieron en llamar el síndrome SÁCALA (síndrome agorafóbico de confinamiento letal agudo). Nota: el acento es de mi cosecha.

Durante muchas semanas la gente dependió de los suministros que nobles y valientes samaritanos entregaban domicilio por cuenta del gobierno primero. Luego de ONG internacionales, luego la gente se dividió en bandos que apoyaban a tal o a cuál líder a cambio de cornflakes, sopa de lata y bidones de agua y Tajín en polvo. A veces había latas de salchichas, legumbres marchitas, y embutidos. Estos siempre fueron muy cotizados. La Maruchan perdió su valor muy pronto y se la aventabas en la cabeza quién te la ofreciera.

Ominosa e inevitable comenzó la carnicería.

El bullicio nocturno al que estamos acostumbrados en la ciudad con los ladridos y maullidos, cesó. Y la ciudad se volvió realmente silenciosas, luego, las ardillas dejaron de pasearse por postes y árboles, pajarracos y otras inmundicias desaparecieron. Los grillos nunca regresaron a la ciudad porqué sabían lo que les esperaba.

Tuve la certeza que las cosas iban de mal en peor cuando me percaté que estábamos haciendo yoga en nuestros respectivos mats mientas mirábamos un programa grabado de Paty Chapoy. Estábamos a punto de colapsar. Y así, día a día, se acabó el calendario de Las Delicias y perdimos la noción del tiempo y de otras cosas también.

-¿Como que con esto?

- Si ándale estoy muy contracturada.

-Pero si es ¡adobo!

- Si pero, debe tener algún aceite natural.

Una vez, más duro que dale y dale. Las frentes perladas de sudor y los gemidos a todo volumen.

Esta fue la última anotación del diario.

Ahora que una vez más contamos con la libertad de tránsito y cercanía humana para el que nuestro sistema límbico evolucionó, me he dado a la tarea de localizar a esta pareja misteriosa. Busqué en el barrio donde vivían, pregunté a vecinos y sobrevivientes de la epidemia y cuando estaba por rendirme vi a una pareja tomada de la mano caminando por la acera. Ambos sonrientes y cordiales al pasar a mi lado saludaron con sus rostros pigmentados de un rojo gastronómico que no me dejó lugar a dudas. Ah… la psique humana.

Voces en los días del coronavirus

Alonso Rojas Cruz, estudiante en Ibero Puebla



La uniformidad de los días es acompasada por un calor de marzo que asemeja julio. Pero este es el menor de los problemas en esta crisis tomada en un principio por pasajera. En medio de los calurosos vapores de mi cuarto me acuerdo de Macondo, y del curioso cuento del gallo capón, el chiste es soportar las aciagas horas de cuarentena. El juego es simple, sólo basta con la pregunta del narrador de si quieren que se les cuente el cuento del gallo capón, si responden sí, el narrador debe responder que no había pedido esa contestación, sino que si quieren que se les cuente el cuento del gallo capón; si la respuesta resulta en negativa, el narrador debe replicar con las mismas palabras, que no se les pidió decir no, sino que si quieren que se les cuente el cuento del gallo capón. Así, hasta el hartazgo, ni con levantarte e irte a otro lado acaba el juego, aún menos quedándose uno dormido. Es un círculo vicioso, como viciosa es la realidad, y aún más los medios de comunicación los cuales no dan tregua al confinado, como enjambre de malas noticias.

Desde la ventana de mi cuarto se expande el Periférico, no hay momento en donde el murmullo de los motores se deje de oír. Aún en domingo estos murmullos no se apagan. El confinamiento reduce la aparición a dos factores: la obligación de trabajar, de conseguir víveres, o alguna otra necesidad de peso (en realidad es un compendio de razones), el segundo factor es el desacato injustificado del confinamiento. Con respecto a la primera opción, puede decirse que el mundo sigue girando, la gente sigue en necesidad de servicios, de sustento; las empresas millonarias siguen aprovechando la mano de obra, desestiman el hecho de estar muchos de sus trabajadores en población de riesgo o de estar próximos a alguien de esta población. Se nos incita a la empatía: “quédense en sus casas, piensen en sus padres, tíos, abuelos”. Imposible acatar esta empatía cuando el mundo sigue girando, cuando la economía, esa presencia abstracta encontrada en todos lados, no descansa.

¿Somos monstruos por no reparar en las reglas que apelan a la empatía? No hay monstruos cuando es el giro del mundo el que nos hace salir. Tampoco quienes violan por gusto el encierro podemos denominarles de tal manera, es la necedad, la misma necedad que hizo a la gente vaciar de papel higiénico los escaparates de las tiendas. Lejos está, asimismo, de esta categoría, la abismal cantidad de tareas mandada a los alumnos por las instituciones educativas con tal de seguirle el paso a un syllabus al cual, por las circunstancias, resultará imposible dejar intacto, ¿será la misma necedad de la que hablaba líneas más arriba?

¿Qué es lo monstruoso? ¿Las necropolíticas europeas, las cuales responden a la insuficiencia de insumos para cuidar de millones de infectados, optando por dejar morir a los ancianos? Inhumano sería quitarle lo humano a todos estos hechos, los cuales responden al sentir de su época, a sus circunstancias. Pero no por entenderlas, se justifican.

La locura responde al miedo, y este también nos humaniza. Increíble lo que un virus nacido en China (que como todo lo chino, se expande como pólvora) nos hace señalar y cuestionarnos, nos da filosofía para rato, ¿no tomaban al ocio como padre de esta?



Pero esta locura, y con el fin de no pensar más en los males de nuestra actual condición, le pido al lector propagar no el virus, si no el cuento del gallo capón, ya sabe cómo empieza, el final no importa pues no existe, el juego es infinito, como infinito es el eje del mundo, lo que sea de cada quién, con tal de no seguir escuchando malas noticias.

Voces en los días del coronavirus

Angel Barreto/Estudiante de la maestria en población y desarrollo de Flacso, México

(Foto de portadilla tomada de hipertextual)



Desafié la indicación; primero social y después gubernamental de cautiverio, ya pueden empezar a juzgarme: confieso que viajé en metro. Me despegué del cuerpo las sabanas mojadas, limpié las lagañas de mis ojos, me liberé de la computadora. Salí, por curiosidad, amor al riesgo y necesidad. Viajar en metro se ha convertido en una arriesgada aventura, no tan peligrosa si la comparo con la contada por Lydiette Carrión en las Fosas de agua. Sin embargo, en este contexto apocalíptico, construido virtualmente, el riesgo de contagio es mucho más peligroso que recoger testimonios de las madres de cuerpos que ya se han olvidado de los que habla Carrión.

En un día normal aproximadamente cinco millones de personas circulan a diario en estos trenes naranjas con andar eterno. Hace días que la normalidad robusta e indefinible que marca el paso de lo cotidiano, no se ha hecho presente. La mayor parte de la sangre que circula por esta enorme red-arteria ha decidido por su bien resguardarse. A pesar de ello, hay personas que permanecen, que persisten, que aparentemente no han escuchado el sonido de la alarma nacional o son invisibles. Por ejemplo, al llegar a la estación del metro me encontré con la mujer de siempre: sus trenzas livianas, su piel morena, hablando una lengua antigua, con la cara frágil, con las manos estiradas y sucias, siempre y desde antes cuidando la sana distancia: 1.5 metros y sentada en el piso.

Inicia mi viaje con destino a ninguna parte, en mis audífonos sonarán algunas de las 11 canciones de la lista de reproducción del disco “Cábalas y cicatrices” de Javier Krahe, que por el título parece una advertencia, un viejo augurio de la revelación de un saber oculto con desconocidas consecuencias. Frente a mí un anciano, encorvado, de pelo cano, con un cubrebocas que antes fue blanco, que oculta su cara excepto su mirada orientada fijamente en un punto perdido, inexistente, solo visible como ecos del pasado, en donde fue y será por siempre. Una mujer parecida a él lo acompaña, permanece de pie, a su lado, recargada en la puerta que en la siguiente estación no se abrirá, lo mira despacio y de vez en cuando, mientras se raspa la uña del dedo índice izquierdo con la uña del dedo índice derecho; parece en trance, imagino a una mujer que reza con rosario. En mis audífonos ahora suena “Zozobras completas”. Sin darme cuenta, hemos pasado siete estaciones, catorce kilómetros, veintiún días, y la mirada perdida del viejo y el trance perpetuo de la mujer que cuida, permanecen. Cruzamos miradas, se interrumpe el rezo y la visita al pasado, sonreímos, ahora saben que lo entendí todo, bajan en la siguiente estación: zona de hospitales.

El metro huele, a diferencia de otros días, a aromatizante barato y trapo sucio, la gente sube y luego baja: con rostros de ilusiones perdidas y a pasos apresurados. Un cantante improvisado, de los que saben cantar porque tiene mala voz, esta vez esta se encuentra en silencio y viene acompañado de su guitarra y dos policías encabronados. El metro se detiene, se apaga la luz y el ventilador. En mis audífonos suena como intentando advertir mi destino “Camino de nada”.

Habían pasado catorce estaciones, veintiún kilómetros y veintiocho días. Entonces, recordé que el 11 de marzo del 2020 a las 23:37 horas, ni un segundo más ni un segundo menos, un tren después de un corte de energía eléctrica, como por obra del destino, de los pobres que acribilla a los que salen de trabajar tarde, tomó control de sí mismo y decidió avanzar a alta velocidad, pero en dirección contraria, se encontró con otro tren, el choque fue brutal y contundente, no sabemos cuántas vidas se perdieron, cuantas víctimas fueron condenadas, no sabemos cuántos crímenes fueron perdonados. En el momento en el que este recuerdo atravesó mi memoria, en mis audífonos había silencio, entonces escuché unas voces, “nomas nos falta que choquemos”, a lo que alguien respondió, “ay no, cállate, ya bastante tenemos con el virus ese”, como tratando de evitar lo inevitable: 848 casos confirmados y 16 defunciones.



La Ciudad de México es uno de esos lugares impresionantes, lleno de gente, de caos, de esperanza y solidaridad, de diferencias irreconciliables, de desigualdad evidente y que genera, como cuenta Juan Villoro, Vértigo horizontal. Los de abajo se desplazan en el metro subterráneo, algunos se reúnen en tiempos de crisis para celebrar el obligatorio descanso sin pago, se relajan antes de que vengan los tiempos peores, los tiempos de hambre, los tiempos en que las deudas y los desafíos establezcan la interrogante: ¿cuál es el objetivo de estar vivos?

La primera plana de un periodico que cuelga de las manos de un transeunte dice: “Mas de 700 mil contagiados…”. El metro por fin ha decidido regresarme al punto de inicio, al lugar en el que vivo. Regreso con los ojos cerrados, escuchando ahora “Asco de siglo” que dura lo que dura el trayecto restante para alcanzar las veintiún estaciones, los veintiocho kilómetros, los treinta y cinco días, regreso al barrio en el que no nací, pero del que ahora soy parte.

Con los ojos cerrados, hago un esfuerzo por recordar y reinventar aquella noche que terminé en urgencias por un dolor estomacal; el médico tratante llegó tarde. Indicó, aislamiento, soledad en dosis moderadas, soñar por veinticuatro horas cada día y reflexión total. Recuerdo que tomé la receta que el médico dejó en la mesa de exploración, me levanté con prisa, al salir del consultorio, una pila de cuerpos famélicos y algunos agonizantes me recibieron tirados en el suelo, apenas una sábana blanca los separaba del piso frío; y otra sabana doblada en dieciséis partes funcionaba, solo para algunos privilegiados, como almohada. Una enfermera con soluciones y medicamentos en las manos pasó a mi lado atravesando mi cuerpo, como si yo no existiera; pregunté sin esperar respuesta “¿Es por el virus?”, a lo que ella respondió, sin voltear ni doblegar el paso: “No, es de por sí así cada día”. Brinqué cuerpos y charcos, entre balbuceos, delirios y olor a cuerpo viejo, alcancé la puerta con letrero verde y letras blancas que decía: “Salida”; abajo, una hoja blanca pegada con cinta adhesiva alguien ha escrito “Mantener esta puerta cerrada”, y en el mismo letrero con letras más pequeñas “y no regreses hasta el final de tus días”. Curiosamente la salida era la entrada a una sala de espera de aquellos hombres y mujeres que no esperan nada, los mismos cuerpos famélicos de adentro, pero con otros rostros que esperan, solo esperan sin decir nada.



Foto tomada de El País.

Vivimos en una época convulsa, telúrica, en constante e imparable movimiento. Los acontecimientos de los últimos días ponen en evidencia la incapacidad humana de entenderlo todo, de predecir el futuro, de explicar la realidad misma. El lenguaje a través del cual aprendimos a describir el mundo, a expresar emociones, a construir conocimiento, parece que por el momento ha dejado de funcionar.

Al llegar al edificio en el que vivo, Krahe en mis audífonos cantaba “Vecindario”; fui consciente de que habían pasado más de cuarenta días, solo quedan los sobrevivientes, olvidé la razón por la que desafié las indicaciones de aislamiento, pero tengo la sensación de que algo tuvieron que ver mis vecinos que habitan los pisos de arriba. Hay quienes dicen que viven de lo que piensan, no los culpo, pero no les entiendo. Al principio los escuché pronosticar la extinción de la especie humana. Recuerdo que una noche me despertó el ruido de pasos desesperados, lloraban bajito, se decían incomprendidos, no escuchados. Algunas tardes se les veía en sus balcones entusiasmados, compartían recetas extranjeras, cocinaron platillos sofisticados y recomendaciones especializadas, con ingredientes que mi vecina de abajo les traía del supermercado. Otros días los escuché discutir, hablaban de médicos, ministros y presidentes, cuando eso sucedía, hojas de papel amarillas emborronadas caían desde sus ventanas, caían lento, algunas terminaron en el cesto de la basura y otras se las llevó el viento. Hubo pánico y sobresalto. Desde que llegué por suerte hay silencio, al parecer se encuentran haciendo lo de siempre: escribir desde su sillón lo que saben y que no entienden.

El metro sigue funcionando, recorriendo estaciones, sumando kilómetros y días; la vida de algunas y algunos después de todo seguirá avanzando. Hay quien pronostica el fin del mundo, otros la siguiente transformación. Krahe aún muerto seguirá tocando. Las sábanas se pegarán nuevamente a mi cuerpo, las lagañas opacaran mi vista, y la computadora me sujetará más fuerte que antes. Hace siglos que un virus anda suelto. Mis vecinos de arriba ofrecen amor y tiempo en sobres con signos de pesos. Los invisibles seguirán siendo invisibles, andarán como siempre viajando al ras del subsuelo.

Voces en los días del coronavirus

Comunicado emocional/La comunidad parista de ARPA-BUAP



A TÍTULO PERSONAL:

30 de Marzo de 2020. En mi casita, Puebla, Pue.



Un 25 de febrero me llegó un mensaje donde me pedían levantarme junto a mis compañerxs a resistir. Sería mentirles decir que no sé de dónde saqué las fuerzas para levantarme en la madrugada, sería mentirles que no sé por qué me acabé mi voz para gritar las consignas, sería mentirles que no sé por qué dediqué todo mi tiempo para ir a las instalaciones a levantar el puño. Sería mentirles que no sé de dónde nacen tantas lágrimas desde que me uní al paro estudiantil. Yo sé perfectamente por qué estoy de pie en esta lucha, y conmovido, también sé por qué me encuentro acompañado en ella.



También sería mentirles afirmar que mis compañerxs y yo supimos desde un comienzo cómo hacer funcionar un paro estudiantil y que contamos con una acreditación curricular que nos hace tomar siempre decisiones fríamente calculadas e infalibles. Lo que no sería mentirles, es que pudimos sacar poco a poco una comunidad que se echara la mano entre sí a raíz de la empatía. Quiero recordarle a todxs que no somos soldados, guerrilleros o terroristas, sino estudiantes de artes, que aunque con distintos matices, tonalidades olores y sabores, nos fundamentamos de la sensibilidad y el amor. A mí me consta que estos valores estaban presentes en cada acción que cada parista hizo, aún fuese hacer guardia en una puerta a las tres de la mañana, o repartir sándwiches de atún a los compañeros, o redactar un pliego petitorio, o barrer el edificio, difundir comunicados por redes sociales o encarar a los vicerrectores; estoy seguro que en cada tarea de la lucha, uno reafirmaba su posición con amor y recordaba que lo hacía por el bienestar de la comunidad, por velar por mi compañerx de al lado, por aquellxs que no estaban presentes en la lucha, y también por aquellxs que aún no tienen matrícula y están próximos a entrar. De mi parte, y puedo afirmar por muchos de mis compañerxs, la lucha siempre ha sido dirigida hacia el bienestar y la integridad de la comunidad estudiantil, y que no debemos perder rumbo de ello.

En el “campo de batalla” me rodeé de mis amigxs, me reencontré con unos y me hice de otros, diversos, de carácter y talento distinto. En el “campo de batalla” lloré de indignación, lloré de risa, lloré de conmoción, lloré de estrés, y lloré de miedo. Y en esos momentos de oscuridad en donde sentía que nada estaba a nuestro favor, que si las políticas institucionales nos la iban a voltear o que una fuga de desinformación advertía una explosión, en esos momentos mis compañerxs, viejos y recientes, con su característica sensibilidad y amor, me extendieron su mano para levantarme junto a ellos nuevamente, para recordarme que la unidad y la suma de nuestras almas en llamas son las que nos hacen funcionar y avanzar, que qué sería de nuestro movimiento y de nuestra familia sin unx de nosotrxs.

En estos días, donde todo se ha vuelto virtual, y por ende abismal. Varixs hemos tenido un sentir de desesperación, nos hemos abrumado, muchos hemos sentido que perdimos el rumbo y nos cuesta volver a hallarnos. Las “redes” sociales parecen más de enredo que de enlace, nos alejan de la comuna que llegamos a tener en algún momento y generamos debate con personas que ciertamente no son nuestrxs enemigxs. Hay que recordarnos que el paro es para la comunidad, para nuestro bienestar y busca la integración. Hay que extender nuestra mano para levantar a aquellxs que aún no lo están, para levantar a los que cayeron en la histeria y el estrés, en la desconfianza y el enojo. Hay que levantar, así como varios nos levantaron incontables veces.

Hay que extender la mano, y para esto quisiera que cada uno recuerde aquello por lo que iniciamos esta lucha: Por el amor, por lo que se nos ha enseñado en una escuela de artes, a luchar por lo justo, a hablar por los que no han podido aún. Por la empatía. Por lxs compañerxs que tuvieron que salirse. Por las compañeras que no fueron escuchadas. Por la indignación hacia la injustica. Por el hartazgo a la violencia. Por la enfermedad social en estos tiempos. Por la construcción de una escuela que merecemos y que otrxs merecerán. Sería mentirles que no fue por esto por lo que un 25 de febrero me levanté con ustedes a resistir, compañeros.

PD. Les anexo una infografía donde un furro Consigna nos dice con mucho amor que hay que evitar pelearnos en redes. Que volvamos a crear unión.

Voces en los días del coronavirus

Diana Hernández Juárez, periodista y académica



El alivio que tú y yo sentiremos en el instante que precede

a la muerte, cuando la suerte nos desate de la triste

costumbre de ser alguien y del peso del universo. JLB



Tres crisis terribles enfrentamos: Coronavirus, económica y delincuencia. Las tres nos persiguen y atemorizan a todas y a todos. Amenazan con dañarnos, quitarnos lo que tenemos y a las personas que amamos, incluso pueden matarnos.

Nos han obligado a aislarnos, a desconfiar, a tener miedo de salir, miedo a tener contacto con la gente. Las calles están vacías, las escuelas sin vida, fábricas y centros comerciales también se ven desiertos. Sólo los mercados, tortillerías y pequeñas tiendas parecen seguir trabajando normalmente.



He tenido pesadillas, despierto cansada y con dolor de cabeza. Trato de reponerme. Me mantengo ocupada todo el día. He limpiado y ordenado cosas y libros, como nunca lo había hecho. Leo y escribo mucho. Estoy avanzando en mi tesis doctoral. Eso sí que me anima.

Pero las noticias y la información desalentadora de México y el mundo golpean mis sentidos. Siento un dolor entre el estómago y el pecho, creo que se llama miedo, y me preocupo por mí y por todos. Por mi hijo que se quedó sin trabajo, que es doctor y que ahora puede fácilmente encontrar empleo, pero poniendo en riesgo su vida. Por mis demás familiares que al empezar esta crisis fueron despedidos arbitrariamente sin ninguna liquidación. Por mis hermanos y hermana que han tenido que cerrar sus negocios y viven en incertidumbre. Por mi madre y su condición vulnerable de salud. Por mis nietos y las alergias que sufren, tan peligrosas en este entorno, por mis estudiantes sin clases frente a un futuro tan incierto, y esto se multiplica con las personas que desde lejos me rodean, amigas, vecinos, conocidas. En todos los ojos veo angustia, tratan de sonreír, pero dibujan sólo una mueca.

La crisis económica nos ataca desde hace tiempo, pero al lado de la crisis sanitaria, se agudiza y multiplica. Muchísimas personas se han quedado sin trabajo, muchas más han sido enviadas a cuarentena, pero sin salario. La recesión económica ya empezó, pero vendrá peor. Algunas empresas han anunciado sus cierres definitivos y no darán ninguna opción a sus trabajadores.

Y el tercer elemento de esta tríada mortal: la delincuencia, que no ha dado tregua con la emergencia sanitaria, sino al contrario, amenaza con aumentar junto con la disminución de recursos de la clase trabajadora.

Hace unos meses sufrí un intento de asalto: a las 3 de la madrugada un grupo de doce hombres armados trató de entrar a mi casa, me despertó la balacera abajo de mi ventana. Aún ahora no entiendo ni porqué el ataque de un grupo tan numeroso, ni cómo fue que nos salvamos. Durante varios días o semanas no pude dormir bien, me despertaba sobresaltada en la madrugada, con la sensación de que alguien había entrado. Ahora esa incertidumbre ha regresado, escucho ruidos, despierto, reviso las cámaras de seguridad y trato de volver a dormir, pero sin descansar bien.
¿A cuántos nos matará el Coronavirus?
¿A cuántos nos acabará el desempleo, la falta de dinero y el hambre?
¿A Cuántos nos eliminará la delincuencia?
Tiempos difíciles y oscuros.
Empero, estamos obligadas a levantarnos cada día, a seguir intentando trabajar desde casa, a tratar de ayudar a los demás y a sonreír, aunque estemos llorando.

Voces en los días del coronavirus

Liliana Érika Domínguez Becerril, periodista y artesana



(Este texto forma parte del serial Mujeres en cuarentena fue publicado originalmente en el blog de Ruby Soriano Mediatikos

Son las 7:40 de la mañana y los ojos del alma dan los buenos días a estas cuatro paredes, mientras mi espalda, operada hace años, amenaza con hacer huelga, si no cambió de postura. Logro por fin despabilarme y bendecir la posibilidad de sentarme y colocar las almohadas para disfrutar las primeras horas del día 15 o 16 de la cuarentena para la población de mi querida Puebla, y el día 83 de mi cuarentena “N” o como quiera que se llame a la recuperación en casa, tras vivir los días de descanso en mi vigésima cirugía.

Abro la puerta de la habitación y comienzo a escuchar El noticiero y la información relacionada con el avance de la pandemia en México y Puebla, y entre esto, y los reportes habituales del ajetreo ciudadano, mi mente vuela a la cocina, queriendo preparar un delicioso sándwich de jamón con mucha mayonesa, mostaza y queso y un delicioso jugo de naranja, pero recuerdo que no aguanto parada más de 20 minutos (aún) y se me pasa.





Son las 7:40 de la mañana y los ojos del alma dan los buenos días a estas cuatro paredes, mientras mi espalda, operada hace años, amenaza con hacer huelga, si no cambió de postura. Logro por fin despabilarme y bendecir la posibilidad de sentarme y colocar las almohadas para disfrutar las primeras horas del día 15 o 16 de la cuarentena para la población de mi querida Puebla, y el día 83 de mi cuarentena “N” o como quiera que se llame a la recuperación en casa, tras vivir los días de descanso en mi vigésima cirugía.

Abro la puerta de la habitación y comienzo a escuchar El noticiero y la información relacionada con el avance de la pandemia en México y Puebla, y entre esto, y los reportes habituales del ajetreo ciudadano, mi mente vuela a la cocina, queriendo preparar un delicioso sándwich de jamón con mucha mayonesa, mostaza y queso y un delicioso jugo de naranja, pero recuerdo que no aguanto parada más de 20 minutos (aún) y se me pasa.

El ajetreo continúa, llegando la hora de la ducha, el arreglo personal y la rutina de ejercicio, que si la realizase en forma secuencial y ordenada, no duraría más de 3 horas, pero entre la curiosidad por las nuevas noticias del día, las publicaciones de amigos, contenidos de mi interés y colocar un poco de música, para darle cadencia a las movilizaciones de las rodillas y piernas en cama, este día llevamos ya casi 4 horas y media ejercitando un poco de aquí y un poco de allá, hoy a ritmo de tambores africanos para sacudir un poco el pesimismo social y sintonizarnos al ritmo de la recuperación. Al ritmo de un grupo humano que ha vivido una cuarentena infinita por su desigualdad social y que aun así, proyecta cadencia, alegría y energía en sus acordes. Y es lo que necesito hoy.

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Mientras esto sucede, pienso en mi regreso al trabajo, el deseo inmenso de pasear por las calles de Puebla, encontrar portones abiertos para capturar imágenes al interior de esas hermosas vecindades y casonas, tomar café con quien tenga tiempo terminando este estiaje humano, ir de compras con mis proveedores, diseñar por horas accesorios lindos, abrazar a todos los amigos, conocidos y quien se deje, cuando el dolor por esta intervención quirúrgica haya abandonado aceptablemente este hermoso y adorado cuerpo.

Algunos días, cuando hago más rápido de lo habitual mis ejercicios, o cuando me encuentro un poco hastiada (pues en estos días dedico mucho más tiempo al ejercicio que cuando realmente era una chica atlética, a través de los aerobics, danza folclórica o baile con los amigos hasta altas horas de la noche), y corto un poco la rutina, comenzando a diseñar algo hermoso, para la hora de volver a las andadas y recuperar mercado, dinamismo, vitalidad, fijo en la mente el reto de crear y buscar retos, nuevos cursos y talleres para llegar un día a un concurso de diseño, que nos permita trascender fronteras, promover la alegoría mexicana plasmada en joyas y generar muchos empleos.

Y de momento vuelvo a la habitación y recupero la esencia de mi cuerpo necesitado de acción y concentración entera, para volver a su esplendor.

LILI

Voces en los días del coronavirus

Dick Keis, fotógrafo, residente de Covallis, Oregon



Salí de Oaxaca un día antes del cierre de la frontera entre México y Estados Unidos. Fue una decisión apresurada; nunca había sido mi intención regresar a Estados Unidos debido al virus. Dos llamadas telefónicas de mis hijos adultos fueron las que me hicieron cambiar de opinión. “Papito, tienes que regresar a casa. Si te enfermas en México, no podrás regresar a casa y nosotros no podremos cuidarte”.

Pensé en ello durante todo un día. Estaba trabajando en un proyecto fotográfico sobre los oficios en Oaxaca en peligro de desaparecer y quería terminarlo. También estaba haciendo los preparativos para una exhibición de mi trabajo, y las cosas parecían ir excelente. Sin embargo, ahora tengo 72 años y parte de mi pulmón fue removido debido a un cáncer: soy parte del sector de riesgo que este virus acecha. Me imaginaba estando solo y enfermo en Oaxaca, lejos de mi familia y de mis seres queridos. Al día siguiente, compré mi boleto e hice volando mis maletas.

Del trabajo de Dick Keis en Oaxaca:



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Happy Birthday abuelita!
Mi amiga Amalia y yo fuimos a San Martín Tilcajete a tomar algunas fotografías de una familia de artesanos allí. Cuando entramos, encontramos preparativos para el cumpleaños de la señora grande de la familia. Estaban haciendo un típico mole de Oaxaca y nos invitaron, bien seguro! La abuelita estaba muy feliz. Una docena o más rosas, su familia con ella, un mole que ayudó a preparar. Tal vez como un tronco de árbol derribado, podrías contar las arrugas en su cara para tener su edad. O mejor aún, los pétalos de rosas que ella está sosteniendo. Realmente no importa, porque estaba muy viva ese día. Y creo que se comió dos platos de mole!

El regreso a mi hogar en Corvallis, Oregón, fue desolador. Corvallis es un pueblo universitario con una población cercana a los sesenta mil habitantes, y veinticinco mil son estudiantes. El campus universitario está hecho un pueblo fantasma; las clases han sido canceladas y la mayoría de los estudiantes se han ido a casa. El Estado entero ha sido sometido a un cierre de emergencia; todos los restaurantes, bares y lugares públicos están cerrados. Los supermercados ofrecen servicio a domicilio para la población de mayor riesgo y los restaurantes ofrecen también un servicio a domicilio, pero sin contacto, dejando los productos en la acera más cercana en sus esfuerzos por no despedir a sus empleados e ir a la quiebra. Se nos pide únicamente salir de nuestros hogares para hacer el mandado, ir al doctor, o ejercitarnos al aire libre para mantenernos sanos.



Mi caminata diaria me lleva al campus a unos minutos de mi hogar. Han pasado bastantes años desde la última vez que había estado aquí durante esta temporada y había olvidado lo preciosa que se ponía. Los árboles de magnolia han florecido plenamente y su color envuelve todo a su alrededor. Las lluvias de invierno han pintado el resto de verde. La naturaleza no parece estar enterada de la pandemia que amenaza a la humanidad; continúa con el paso de las estaciones como siempre lo ha hecho. Soy privilegiado de ser uno de los pocos que aún pueden disfrutar y admirar tal esplendor. Es, en definitiva, una buena medicina en tiempos como estos. Me recuerda que soy una ínfima parte de este increíble universo, y no su centro.

Del trabajo de Dick Keis en Oaxaca:

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Tiempo de juego de Corona #6
Josefina Aguilar es una escultura de arcilla del pueblo de Ocotlán de Morelos. Ella se especializa en hacer "Mujeres de la Noche". Compré la pieza que tiene en sus manos. Normalmente no permito fumar en mi casa, pero hice una excepción aquí . Se ha quedado ciega y está trabajando cada vez menos. Que ella esté bien en este tiempo de Coronavirus. Su sustento depende de que la gente venga a su taller para comprar sus piezas. Su edad y salud la ponen en gran riesgo. Qe te vaya bien, Josefina.

Es esto, tal vez, lo que más me ha impresionado de la pandemia. A pesar del miedo y de la incertidumbre que trae, esta pandemia también me ha hecho contemplar la vida de manera distinta. Al verme forzado a detenerme, comienzo percatarme de toda la belleza que siempre me ha rodeado. Presto atención y la aprecio porque es posiblemente la última primavera que llegue a vivir. Como un hombre a mis 72 años, siendo parte del sector en riesgo, me veo obligado a confrontar mi mortalidad cara a cara. Todos debemos hacerlo. Empleo mi tiempo de encierro en valorar todo aquello y a todos aquellos que estimo importantes. Me doy cuenta de lo privilegiada que es y ha sido mi vida. Estoy en una acogedora casa con un agradable jardín con el cual puedo despejarme, tengo suficiente agua para lavarme las manos varias veces al día y tengo una buena reserva de comida que durará el resto de mi cuarentena. Tengo a amigos queridos que se comunican conmigo en estos tiempos difíciles. Ya tenía presentes todas estas cosas, pero ahora las veo diferentemente. Las veo en relación con las personas que no las tienen. Hay tanta gente en mi querida Oaxaca que quizá no sobrevivan, no por descuido o falta de salud, sino por las desigualdades que hay en este mundo. Publico fotografías de personas de mi proyecto fotográfico en mi página de Facebook y me pregunto si seguirán ahí cuando regrese. Mi proyecto ha dejado de ser solamente sobre los oficios en peligro de desaparecer para ser también sobre aquellos que morirán con ellos. Muchas de las personas envueltas en mi proyecto se han vuelto mis amigos. La mayoría están cerca de mi edad y no tienen una pensión que los mantenga en su vejez como yo la tengo. Ellos trabajan para sobrevivir. Pero este virus no diferencia entre los privilegiados y los menos afortunados. La muerte nos pone a todos a un mismo nivel. Toma a quien sea que le plazca.

Así que, mientras el virus crezca y se propague, trataré de mirar al mundo con una mirada más sabia y apreciativa. Atesoraré a mi familia, a mis amigos y a la buena vida con la que he sido bendecido. Ahora más que nunca. Y deseo que, debido a esta pandemia, pueda apreciar todas estas cosas que ya sé: diferentemente.