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Por el abuelo, volver a la mejor parte de México Destacado

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Hoy me detuve, guardé lápiz y papel en el baúl del olvido, amordacé mi sentir como tantos años lo hice… y eso fue peor que la causa que me desanimaba.

Es cierto, el país está en caos, pero no somos el país... Somos el México querido, la sonrisa que contagia, la preocupación solidaria, la tradición y la historia, la mirada hacia el volcán, las indígenas de alma hermosa y colorida vestimenta, las arrugas del anciano vendiendo su cosecha, las manos del buen doctor, los pequeños pasos tambaleantes de quien inicia el recorrido, el atardecer en la playa y la aurora de los campos donde veo a mi padre con el mismo caminar de mi abuelo Silvino, de quien nunca supe qué pensaba.

Mi abuelo con su profunda mirada y sus cejas tapizadas... No supe mucho de él, pero cuánto aprendí recordando su ausencia. Y cuando lo recuerdo me duelen las yemas de los dedos y siento la nostalgia de aquellos atardeceres eternos cuando le debía arrancar las canas en su corte militar saturado de brillantina… Daba igual el cabello desprendido, siempre le mostraba la misma cana.



Hoy me pregunto ¿quién paga porque le arranquen las canas cuando la cabeza es casi blanca…? Sin duda era su forma de decir te quiero, de saberte abuelo y dejar el recuerdo para una eternidad...

Hoy, al llegar a Tehuixtla, el pueblo de mi abuelo Silvino, allá en Morelos, pierdo la mirada en el dorado atardecer con olor a sorgo. Ahí los cerros custodian mi niñez callada y abrigan a Zapata en cada anciano con pantalón de manta que ha quedado en mi recuerdo como el olor del pan mezclado en valores que con los años se han perdido. Escurridos entre las calles empedradas y entre los autos y los burros, los chivos y las vacas, arreados por niños y chiflidos.



Y al entrar a casa, abuelo, la ausencia se vuelve presente ante las paredes altas y las guayaberas blancas, allí el eco de tu fuerte voz aún retumba, igual que el amor callado, escondido en tu gruesa piel, negándote al abrazo y a millares de besos que se quedaron esperando... sin comprender que tu mirar amaba.

Al caminar con mi padre, a las seis de la mañana, te sigo viendo abuelo... y sin darme cuenta, he vuelto a sacar la pluma...mientras te escucho decir "quien se pierde el amanecer se pierde la mejor parte del día…"

Y con mis siete años y el bolsillo lleno de monedas, te observo tomar un puño de guajes, tu sombrero viejo, y salir como la luz del sol al nuevo día.



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Sobre el autor

Mónica Espin Iturbe

Mónica Espín Iturbe, especialista en tanatología, es poeta y comunicadora. Nació en Puente de Ixtla, Morelos, en 1974, y se crió en Nuevo Morelos,  Veracruz. dice de sí misma: "Fui una niña tímida, insegura y soñadora que le cantaba a la luna sin que la oyeran. Consentida de todo el que la conociera." Estudió Ciencias de la Comunicación y Desarrollo Humano Su tesis "Viviendo después del cáncer" le valió una Mención Honorífica. "Empecé a ser escuchada a través de mis escritos y levantando la voz --explica--, vistiendo diariamente una sonrisa. Curiosamente, cuando creí que iba a morir empecé a vivir."