Mozart para Luis González de Alba Destacado

Compartir

Del absurdo cotidiano (Publicado en Revista Nexos, 4 de octubre del 2016)

Hace años que Luis escribía como un condenado a muerte. A veces su textos daban miedo de tan lúcidos y tan necios, de tan valientes y tan violentos.
Luis fue durante muchos años un hombre alegre. Aún en los últimos tiempos, siempre con vértigo, mientras hablaba con el fervor de un adolescente, se veía feliz. Con todo, no me sorprendió, a pesar de la penumbra que siempre acompaña a la tristeza, que Luis hubiera decido dejar de vivir. Estaba en su actitud frente a la vida la certidumbre de que era toda suya. De que andaría en el mundo hasta que se le diera la gana, hasta cansarse de disfrutarlo. Hasta que la memoria se hartara de no olvidar el dos de octubre.
Respetuosa de su lucidez y de sus ocurrencias yo hubiera preferido que Luis no se matara. Pero no le falta lógica a lo que hizo. Ni a la premeditación que le dedicó.
La última vez que lo vimos le pidió a Héctor que fuera testigo de la entrega de sus papeles al Archivo Nacional. Yo volví a decirle que podíamos ir por él a Guadalajara cuando quisiera. Pero con la misma contundencia de otros diciembres volvió a responder que ya no quería viajar. Estábamos cenando en un restorán recomendado por él, en el que comimos lo que él ordenó y en el momento en que él lo pidió. Le gustaba mandar y lo dejamos.Esa noche todos comieron de su mano. Encantados. Escuchándolo contar el pasado y predecir el futuro sin la más mínima sombra de pena. Creo que dichoso de exhibir su pasión por contar y su gusto por saberse escuchado.
La última vez que hablé con él fue para preguntarle cómo hacer para mandar al Senado mi voto por Gonzalo Rivas Cámara para la medalla Belisario Domínguez. Se había vuelto su obsesión que se premiara a un hombre inocente que cambió su vida por la de muchos otros cuando en lugar de huir de la gasolinera que en que trabajaba murió para evitar una explosión que hubiera provocado la muerte de cientos de personas. Tenía razón. Muchas veces tenía razón. No sé si ahora, al quitarse la vida, bárbaramente libre de la que fue dueño cabal.
Habrá que oír a Mozart.



Requiem de Mozart-Lacrimosa

Habrá que oír a Mozart.

Compartir

Sobre el autor

Ángeles Mastretta

Novelista poblana. Entre sus principales libros están Arráncame la vida, Mal de amores, Mujeres de ojos grandes, y los más recientes La emoción de las cosas y El viento de las horas. Publica todos los meses su Puerto Libre, además del blog Del absurdo cotidiano.