Del Fogón a la boca
Desde niño me sentí fascinado por su forma: una media esfera casi perfecta de malla metálica, que colgaba siempre de algún clavo, en la alacena de la cocina y se usaba cada vez que se requería: cuando salía el pan del horno de la abuela o cuando papá traía pan dulce de la ‘Flor de Puebla’ y de inmediato, las piezas eran colocadas sobre una base y cubiertas con la malla, para protegerlas de las ‘moscas panteoneras’ como les decían. Era una muy sencilla y eficaz forma de mantener las piezas de pan libres de insectos.
Busqué la malla semicircular para darle buen resguardo en mi cocina, a la muerte de la bisabuela, muchos años después de salir de la casa de mis padres, pero nadie supo de su paradero. Me di a la tarea entonces de buscar a los artesanos que las fabricaban y que desde hace años se agruparon en el antiguo Mercado de hojalateros y artesanos del hierro en el barrio de Santa Rosa de Lima, cerca del exconvento, en la 3 norte y 14 poniente. Su mercado se trasladó hace pocos años a la 11 norte esquina Héroes de Nacozari, al norte precisamente de las antiguas estaciones de ferrocarril, hoy Museo Nacional de los Ferrocarriles, donde siguen fabricando toda clase de vituallas elaboradas en metal, como faroles, anafres, parrillas, pailas y campanas para cocinas.
Es muy recomendable visitar este Mercado, donde podemos encontrar toda clase de utensilios para cocina y parrillaje, además de poder observar in situ como trabajan los artesanos de la hoja de lata. A todos que encontré esa mañana, les pregunté sobre el mosquitero que buscaba, recibiendo por respuesta casi unánime: ‘Uuuy señor, eso ya nadie lo hace. Los artesanos que lo hacían eran ya muy mayores y nosotros ya nos los fabricamos, porque no se venden’ Y claro, tienen razón. Ha sido para muchas generaciones más fácil aplicar insecticida en las cocinas para evitar moscas, que hacer uso de utensilios como estas mallas, para proteger los alimentos. Pero las consecuencias al medio ambiente y a nuestra propia salud, debieran obligarnos a regresar a ellos.
Una lluviosa mañana de septiembre visité una hermosa casa ubicada en la calle llamada Segunda Central, en el bellísimo pero muy descuidado Fraccionamiento San Francisco, al nororiente del Zócalo citadino. Los herederos - conocidos míos - remataban todas las pertenencias de la tía que no tuvo hijos, pues habían vendido la hermosa casa, para repartir la herencia. Entre el ajetreo de cargadores y mudanceros, logré escurrirme a la cocina familiar, para descubrir los tesoros que seguramente nadie apreciaba. Mi sorpresa fue mayúscula, al encontrar efectivamente casi intacta toda la colección de cazuelas, trastos, cuchareros, alacenas y vitrinas. ‘Llévate lo que quieras, tú sabrás cuanto y como pagarme. Nada de lo que hay en esta vieja cocina nos interesa y sólo tú puedes apreciar tanto cacharro polvoriento’ exclamó el mayor de ellos, llevando en brazos un candil con lágrimas de cristal que ya había vendido a un comerciante del Barrio de Los Sapos.
La cocina estaba repleta de utensilios propios de un hogar habitado de los 1930’s en adelante: objetos elaborados muchos de ellos en baquelita, el primer termoplástico creado artificialmente en 1907 en Europa y que rápidamente popularizó su uso en el diseño de todo tipo de utensilios, no sólo de cocina. Había saleros, azucareras, porta cucharas, servilleteros y vistosos y coloridos ‘convoys’ para aceite y vinagre de mesa, así como tortilleros bordados en manta de algodón, todo guardado en vitrinas ocultas por cortinillas elaboradas en tela de cuadritos rojos y azules. Absolutamente todo lo empaqué cuidadosamente en papel y cajas de cartón y cuando pensé que había acabado con todo, me asomé a la oscura alacena, para descubrir colgado, atrás de la puerta de madera, el viejo y mustio mosquitero del pan, que tanto había ansiado tener.
¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!
#tipdeldia: ‘Lo que para unos es basura, para otros es tesoro’ decía sabiamente mi abuelita Tere. Aprendamos a valorar los utensilios de mesa y cocina de antaño, cada uno es producto del diseño e ingenio de fabricación, de manos artesanales. Su empleo puede traernos muchos beneficios, como en el caso de este mosquitero, y evitar el uso de insecticidas químicos perjudiciales a la salud y al ecosistema.