Los motivos de Juan Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Verónica Mastretta / Vida y Milagros

En el pueblo por donde vivo de repente empecé a oír cohetes o campanas a horas muy raras. Creí que ya iban a regresar las fiestas o que las iglesias ya habían abierto. Dice Juan, quien trabaja en mi casa y lo sabe todo de estos rumbos, que es la forma de despedir a los que se mueren de Covid, ya que solo les están dando dos o tres horas para enterrarlos. Nada de velorio. Si les toca turno a las tres de la mañana, pues aunque sea a esa hora les echan sus cohetes -Se les está despidiendo de esa manera -me informa-, porque al panteón solo pueden ir dos familiares. Los que se mueren del Covid, pero sin registro, ésos sí hacen su velorio largo y como se acostumbra, con comida y todo lo de siempre.



De sus hermanos y parientes se han enfermado y recuperado tres. De la calle larga en donde viven sus hermanos se han muerto varios. ¿Cuántos? Difícil saber, porque ha dejado de ir a ese lado del pueblo, dividido en dos por la carretera desde hace décadas. No va del lado donde no se creyó en el virus, entre otras cosas porque corrió el rumor de que era un invento de los gobiernos para que no salieran de sus casas. Por aquí muchos tienen Facebook y ahí se va uno enterando de cómo piensa la gente. Dos de sus hermanos se celebraron sus cumpleaños en abril, también como se acostumbra, con mucha gente, y por aquí cerca anduvieron los sonideros haciendo de las suyas, aunque sí empezaron a llegar las patrullas a callarlos y a acabar con las fiestas. Desde mayo no hay festejos grandes. Más tardan en sacar las bocinas que en llegar a callarlos. Juan no ve a ninguno de sus hermanos desde marzo, por la razón de que no querían creer en el asunto, aunque ahora ya creen. Abandonó también la mayordomía de la iglesia desde entonces. Y cuidado que ha sido un buen mayordomo cuando le ha tocado serlo. La iglesia cerró y por eso no se habían tocado las campanas; no ha habido ni misas, ni rosarios, ni ningún santo celebrado, nada a qué llamar, hasta apenas, en que decidieron que con cohetes y campanas se podía decir adiós a los difuntos. Hoy le mandaron decir de la iglesia que abrirán parcialmente el 26 de julio. Él ya mandó decir que no cuenten con él, porque además de que su hija está embarazada y no quiere dejar de verla, también él ve por su mamá desde que se murió su hermano, el xocoyote, el hijo menor, que por costumbre son los responsables de cuidar a los papás y de vivir con ellos. Él ha asumido esa responsabilidad. El problema ahora es ir buscando clínica para el parto de su hija, porque ahorita no están atendiendo embarazadas, les dicen que mejor se busquen su partera y tengan a los niños en su casa. No atienden muchas cosas que antes sí se atendían en las clínicas de por aquí. Desde abril cambió por completo su rutina. Por eso no me sabe decir a detalle las cosas que siempre sabía, no solo por la mayordomía, sino porque es un comunicador y líder natural. Es compadre de medio pueblo y sus predicciones y dichos son más certeros que una casa encuestadora profesional. Como a todos, esto del virus lo agarró desprevenido, pero muy rápido se dio cuenta de lo que era lo más conveniente. Usa la mascarilla para salir desde hace semanas. En su familia sufren de diabetes, por eso no ha ido a bodas, ni fiestas, ni velorios. Ni irá. No hasta que vea que el virus tome su rumbo. Un verdadero sacrificio para alguien tan sociable y querido en su comunidad. No se guía por lo que dice el gobierno sino por lo que él deduce de todo lo que oye y mira. Sería un magnífico asesor del gobierno.

El Centro de Control y Prevención de Enfermedades del gobierno de los Estados Unidos emitió esta semana un comunicado diciendo que, si todos los estadounidenses se pusieran mascarilla en espacios públicos, el coronavirus estaría bajo control en ocho semanas. Trump se niega a decretar el uso obligatorio porque quiere que la gente tenga una cierta libertad. En México la política pública al respecto es igual. En ambos países los fríos números indican que el virus sigue al alza.



Son las doce de la noche, el sonido de tres cohetes seguidos despide al que se va.

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Sobre el autor

Verónica Mastretta

Verónica Mastretta. Ambientalista, escritora. Encabeza desde 1986 la asociación civil Puebla Verde y promueve con la OSC Dale la Cara al Atoyac la regeneración de la Cuenca Alta del Río Atoyac en Puebla y Tlaxcala.