Imprimir esta página

Besar sin miedo Destacado

Compartir

Vida y milagros

¿Quién se iba a imaginar hace unas semanas que besar a quienes queremos sería asunto de pensarlo dos veces? Nada más espontaneo que abrazar y besar a aquellos a quienes nos unen lazos de afecto y amor. Qué fácil es besar a los hijos, los hermanos, a las largas amistades, y en especial, a los niños que estamos viendo crecer.



¿Cuánto falta de esta larga distancia impuesta por los protocolos del miedo? ¿Cuánto para que dejen de importarnos o de ser necesarios? Pensamos que la imposibilidad de tocar y besar a quienes están a unos cuantos metros de nosotros sería cuestión de unos días, quizás de un mes. La última vez que mis nietos pasaron con nosotros un largo fin de semana, el rumor del virus y la facilidad de su contagio apenas se asomaba en nuestras vidas. Se habló de la necesidad de guardar las distancias por un tiempo, y como desde hace mucho todo se ha vuelto rápido, pensamos que estas precauciones y aislamiento lo sería también. Una tarde de hace dos meses regresé de una larga caminata por el campo llevando a un niño en cada mano, sintiendo su sudor infantil como algo entrañable. Una semana después todo había cambiado, y hoy, dos meses después, no sabemos qué esperar, ni tenemos idea de cuán larga será la salida de este laberinto. Nos hemos cansado de no saber. Hay ratos en que todo este trance parece una exageración, otros parece que actuamos como unos irresponsables y los más, pareciera que estamos inmersos en un viaje de opio de un mundo al revés.

Lo hartante y lo cansado no son los protocolos, sino la incertidumbre de no saber cómo y cuándo terminarán, el ignorar no solo el cómo podemos, sino cómo queremos y debemos vivir en los meses por venir. El cuándo saber que podemos besar sin miedo. El mundo nunca ha sido un puñado de certezas, pero nos engañamos tanto tiempo en que podía serlo, que hoy no sabemos vivir con su incertidumbre.

Después de ocho semanas vinieron de visita mis nietos de seis años. Ya nos habíamos visto antes y usamos como límite de acercamiento un largo tronco de bambú. Me ven con sus ojos inocentes y se ocupan de no romper las distancias. Por primera vez los niños son quienes cuidan de los peligros del mundo a los mayores. Y resulta que el peligro pudiera venir de ellos. Los miro jugar con la conciencia de que lo que sea que los mayores vayamos a vivir ya es poco, mientras ellos tienen el mundo y los virus y sus rarezas por delante. Por la tarde los vi jugar en un jagüey que se llenó de agua de lluvia en estos días. Al final acabaron chapoteando entre el barro y el agua, mientras el aire tibio y el sol brillante de las cinco de la tarde nos regalaron la tregua de un día de apariencia normal. Se fue el sol y empezamos a recorrer la distancia que nos separaban de la casa. No podíamos darnos la mano como siempre, hasta que lo resolví dándole a cada uno un palito del que veníamos agarrados como una extensión de nuestras manos. Mientras los oía conversar y contestaba un sin fin de preguntas sobre las hormigas, los zorrillos, los cactus y sus vidas misteriosas, traté de imaginar el mundo en el que ellos vivirán, sus grandes desafíos. Recordé de pronto al poema de Jalil Gibran, Los hijos: Tus hijos- y los hijos de tus hijos- no son tus hijos. Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa del mañana que no puedes visitar ni siquiera en sueños.



Es cierto, pensé, pero entre su largo futuro y el corto que aún nos queda, existe un pequeño presente ¿Qué hacer con ese tiempo inmediato, con este pequeñísimo futuro que aún tenemos, para fortuna, juntos? Besar sin miedo. Eso será un gran triunfo.

(Ilustración de portadilla: David Guzmán, portal el colombiano)



ilustración david guzmán

Compartir

Sobre el autor

Verónica Mastretta

Verónica Mastretta. Ambientalista, escritora. Encabeza desde 1986 la asociación civil Puebla Verde y promueve con la OSC Dale la Cara al Atoyac la regeneración de la Cuenca Alta del Río Atoyac en Puebla y Tlaxcala.