La voz atada / Sergio Mastretta, reportero Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Sergio Mastretta, reportero

La imagen nos desnuda. Ahí estamos cualquiera de los 7,500 millones de habitantes de este desventurado planeta. Su desventura es la nuestra. El mal es sistémico, dicen los enterados. Por dentro y por fuera, el mal está hecho. Pero en la imagen se observa el encierro del cuerpo bajo ataque. La historia la cuentan los científicos, y la extraen de las autopsias, de la vida de los otros que la han perdido. Su tiempo finalmente desatado. 247,431 muertos a estas alturas de la noche del domingo 3 de mayo, para los cueteros, el día de la Santa Cruz.



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Tengo 43 años saliendo a la calle a buscar la noticia, como decimos en el medio periodístico. He aprendido a escribir escuchando las historias de los otros. Siempre en mi entorno inmediato. A veces más lejos. Mi historia personal ha sido la de salir a buscar la vida de los otros. Ahora estoy atado en casa. Enfrascado a ratos en conversaciones que se estrellan contra la pared. Para no ir más lejos, hoy domingo 3 de mayo, en una jornada de cuetes dispersos y lejanos en el de siempre concurrido tronadero por la Santa Cruz de los alarifes, cerradas como están la mayoría de las obras en construcción, discuto con mi hermano Carlos si es sabia o no la decisión de convertir en hospital COVID-19 el autódromo Hermanos Rodríguez, en la Magdalena Michuca de la Ciudad de México. Sus frases son contundentes, y no fáciles de contradecir.

“Ya no hay que hacerle caso a Gatell. Pase lo que pase el problema será mucho menor a lo pronosticado… Ya no pasó lo que dijeron… Es hora de aceptar la realidad… Y evitar un mayor colapso económico. Ya se le pasó la mano, Con tal de no llenar sus hospitales quiere quebrar a la nación.”



La voz atada: no sé qué es lo que esté ocurriendo en los hospitales poblanos. No sé si el sentido común de mi hermano es certero aquí. Las imágenes que me llegan son dispersas: un joven ingeniero que reparte mascarillas elaboradas en la Ibero Puebla me dice que no ve mucho movimiento en los hospitales regionales a los que ha ido a entregar los artefactos; aquí junto, en San José Mayorazgo, los vecinos se ejercitan en el circuito peatonal de Los Arcos sin mascarillas y como si de cualquier domingo se tratara; un buen amigo en Chietla me dice que los muertos conocidos por coronavirus en el rumbo azucarero son los que han llegado en cenizas desde sitios como Nueva York; mi vecina Lenis, sin embargo, me dice angustiada que médicos amigos suyos le refieren que ya no cabe nadie en los hospitales de la ciudad; el Hospital Ángeles en Puebla informa esta mañana que por favor ni se les ocurra ir por ahí enfermos de coronavirus porque ya no disponen de una sola cama.

Son voces particulares, atadas también a sus ámbitos mínimos. Yo las escucho. Sé que difícilmente me ofrecerán una versión cristalina de lo que ocurre afuera, más allá de este encierro.



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La voz, que escucho en una grabación que me llega por redes sociales, es de una entrevista que hace Loret de Mola a una nefróloga de un hospital en la ciudad de México, y dice: “Estoy helado”. Es el periodista tras escuchar lo denunciado por la doctora. De lo que dice ella extraigo algo que me confirma un interrogante de fondo: ¿son o no útiles los respiradores para salvar la vida de los enfermos por COVID-19?: “88 por ciento de los entubados en Nueva York ha muerto.” Nueve de cada diez, medito yo. El periodista deja pasar esa cifra y se explaya en su cuestionamiento al gobierno de López Obrador. “Mentiras flagrantes”, le escucho decir. Yo pienso que la suya también es una voz atada y bien dice, helada. Y más: una voz que ha dejado de escuchar a su entrevistada. Soy reportero y sé que la pregunta importante, frente al testimonio desgarrador, tiene que ver con los ventiladores. ¿Funcionan en ese hospital? La gente que llega grave está encontrando la salvación con el uso de ese instrumento? No lo sabremos por la nefróloga, pues el reportero se ha decidido por el rumbo de calificar al gobierno. Por el aire se perdió el tema que preocupa a todos los médicos: ¿cómo enfrentar al COVID-19? Una parte fundamental del problema está en la versatilidad del bicho que se ha llevado ya la vida de un cuarto de millón de seres humanos; la gente no está muriendo nada más de neumonía, también de los infartos, el estallido de los riñones, la explosión vascular en el cerebro, o severos problemas intestinales. Casi nueve de cada diez pacientes que en terapia intensiva son entubados, como se dice, para oxigenación, han muerto. ¿Eso está ocurriendo en el hospital de la nefróloga que entrevista Loret.

Mi voz atada, sin respuesta, aquí en el encierro.

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Acudo ahora a las cifras del propio gobierno en un informe del 27 de abril. Las encuentro en una nota de e-consulta:

“Un 69.9 por ciento de los pacientes intubados por Covid-19 en hospitales poblanos han perdido la vida, de acuerdo con estimados del gobierno federal. Las cifras alcanzadas por Puebla son mayores a la media nacional que ronda el 50.62 por ciento y supera a entidades con alta incidencia como la Ciudad de México, el Estado de México y Baja California Norte. Estas estadísticas se desprenden de la base de Datos Abiertos sobre Covid-19 que genera la Dirección General de Epidemiología (DGE) de la Secretaría de Salud federal y cuya última actualización fue este 27 de abril.

En la plataforma se detalla que en Puebla se documentaron 2 mil 55 casos relacionados con los síntomas de Covid-19 y sólo en 551 casos se tuvo un resultado positivo de laboratorio. De entre los pacientes con resultados confirmados, 33 requirieron ser intubados y de ese grupo, 23 fallecieron. En el listado de intubados fallecidos, 15 fueron pacientes adultos mayores entre los 60 y los 90 años. Mientras que en los otros ocho casos destacan dos personas jóvenes de 29 y 34 años, seguidos de otros seis casos de 47, 49, 51, 55 y 58 años.

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¿Qué pensar de esto? Nuestras cifras son mejores que las de Estados Unidos y China. Eso lo confirmo en un reportaje en nymag (“We Still Don’t Know How the Coronavirus Is Killing Us”, escrito por David Wallace-Wells confirmo los números aportados por la nefróloga entrevistada por Loret. Y más, los severos cuestionamientos que los médicos en el mundo están haciendo respecto de los métodos utilizados para enfrentar la enfermedad:

“La confusión más desconcertante –afirma el reporteo norteamericano Vallace-Wells-- ha surgido en torno a la relación de la enfermedad con la respiración, la función pulmonar y los niveles de oxigenación en la sangre, por lo general, para una enfermedad respiratoria, una relación bastante predecible. Pero durante semanas, los médicos de primera línea han estado expresando su confusión porque muchos pacientes con coronavirus estaban registrando niveles letalmente bajos de oxigenación de la sangre, mientras aún se veían, desde cualquier medida corriente, bastante bien. Es una de las razones por las que han comenzado a repensar el enfoque clínico inicial en los ventiladores, que generalmente se recomiendan cuando la oxigenación de los pacientes cae por debajo de un cierto nivel, pero que después de algunas semanas, mostraron beneficios poco claros para los pacientes con COVID-19, y que pudieron haberlo hecho mejor, y los médicos han comenzado a sugerir otras formas o diferentes mecanismos de soporte de oxígeno. Durante un tiempo, los ventiladores fueron vistos como la herramienta esencial para tratar el coronavirus que amenaza la vida, y su escasez (y la falta de voluntad del presidente para invocar la Ley de Producción de Defensa para fabricarlos rápidamente) se convirtió en un escándalo. Pero las mediciones muestran que el 88 por ciento de los pacientes de Nueva York en los que se utilizaron ventiladores, murieron. En China, la cifra fue del 86 por ciento.”

Por la mañana le di clic a un video que me envió un amigo fotógrafo. En él vemos a punto de muerte a un hombre enfermo, con la respiración a saltos, agarrado al aire del mundo por un artefacto que tiene insertado en la boca. Supongo que es un ventilador. Pero no sé más. El video no se presenta a sí mismo, puede ser cualquier hombre en cualquier hospital del mundo. Puede estar a punto de morir por Covid-19 o por neumonía, o por cualquier otro percance que obligue a sus médicos a alargarle la vida con ese brutal aparato de oxigenación, una espada plástica que le ha invadido la tráquea para decirle ¡respira!, ¡vive!

Y aquí estoy, con mi voz atada y con mil preguntas para las doctoras que ahora mismo se juegan la vida en el hospital regional de Cholula.

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En mis 45 años de reportero nunca he estado atado a un sitio. M doy un momento para mirar en flashazos todos esos años.

Estuve en las huelgas obreras en los ochenta, en especial aquellas de Volkswagen y sus asambleas que terminaban a balazos. Fui testigo del fraude electoral en la ciudad de Puebla en 1983, espectacular, ejemplo impecable de cómo se las gastaba el viejo PRI. Sufrí el sismo, y por igual la crisis económica que dejó lastrado al país en 1982, y de ahí surgieron los reportajes testimoniales que escribimos Emma Yanes y yo sobre las rutas de la sobrevivencia en México (Con el sudor de tu crisis, BUAP, 1989). El 21 de diciembre de 1989 vi morir de un balazo que le atravesó la cabeza al profesor Cuéllar Muñoz en una tarde vil del pleito entre los universitarios poblanos que se disputaban en control de la Benemérita, rumbo ya de la recuperación por el gobierno de Puebla del control de la universidad pública. Puedo traer de esos años de la prehistoria de la lucha ambiental en Puebla la depredación de los arroyos y los ríos en el entorno de san Martín Texmelucan. La atrocidad de PEMEX con la Petroquímica Independencia, o de Rassini o Polímeros o Dupont. Sí, la historia de la depredación ambiental tiene una cuenta larga. Puedo contar, así, muchos capítulos breves de la historia nuestra. Y en una frase: he narrado lo mejor que he podido los latrocinios a cargo de los gobernadores inmobiliarios Bartlett, Morales Flores, Marín, Moreno Valle, Gali –ahora mismo toca el capítulo Barbosa--, sobre lo que estos tlatoanis locales han decidido que debemos entender por desarrollo y progreso. Lo que ha estado en mi mano lo he contado.

Y por ahí puedo seguir, un reportero en la calle. Siempre en la calle.

Ahora estoy en casa. Atado por una circunstancia que, como bien dice mi hermano, nos dejará quebrados y peleándonos sobre si al final habrá tenido sentido este encierro.

Veo pasar la tarde del domingo. Los autos pasan lejos, no ocultan las vocecitas cristalinas de los pajaritos.

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Sobre el autor

Sergio Mastretta

Periodista con 39 años de experiencia en prensa escrita y radio, director de Mundo Nuestro...