La puerta a la libertad/ Eugenia Monroy, psicoterapeuta Destacado

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Vocces en los días del coronavirus

Eugenia Monroy, psicoterapeuta



De pronto me llegó la noticia que había que encerrarse cuarenta días porque un virus letal estaba recorriendo el mundo.

No escucho noticias, así que no entendí muy bien qué pasaba. Llamé a una amiga para preguntarle qué estaba sucediendo y me dijo: “El coronavirus nos está infectando, es muy peligroso para los de la tercera edad, mejor enciérrate y ya no salgas.”

Me fui corriendo al super a pertrecharme de lo necesario para sobrevivir los cuarenta días de encierro que me esperaban. Conforme iba caminando en los pasillos y llenando mi carrito con “lo básico” empecé a sentir que esto me era conocido. Arroz, frijoles, azúcar, sal, aceite, café y jabón… y me dije esto ya lo he vivido. Me venían las palabras: “ Adquiere lo necesario para garantizar la sobrevivencia pues no sabemos qué va a pasar y cuanto va a durar.”

Llegupe a mi casa, mientras guardaba la comida, prendí el radio y me puse a escuchar las noticias para informarme bien de lo que sucedía, igual como lo hacía antes. Un enemigo nos invade, muchos muertos, miedo, angustia, hospitales saturados. Había que esconderse y resguardarse porque el peligro acecha.

Me senté y me puse a llorar. Eran los recuerdos de los tiempos de guerra vividos en Nicaragua. Sentí vértigo, imágenes, memorias del pasado, me llegaban indiscriminadamente, hasta que les puse un alto y me dije: estamos en Puebla en el año 2020, esto es diferente. Mi respiración se tornó pausada y la cordura regresó a mí.



Los días transcurren y de nuevo una sensación extraña se ha apoderado de mí. Ya no es la guerra, es el trabajo. La planificación de clases, cursos, reuniones, se ha desmoronado sin que yo tuviera algo que ver, me cuesta creerlo. No fui yo, me lo repetía cada vez que me avisaban que algo se cancelaba.

Mi vida ha sido bastante azarosa, por lo cual, y muy a mi pesar, me he visto obligada a fallar en diferentes compromisos de trabajo o de estudio. Me he sentido mal, culpable, me he enojado conmigo misma por tener que hacerlo, pero sé que no ha habido de otra, he tenido que responder a las circunstancias. Por eso, ahora que este cataclismo sucede sin mi intercesión, me deja perpleja y con una sensación de tranquilidad y paz.

Los días siguen pasando, nada de lo que hacía se ha mantenido en pie. y poco a poco me he dado cuenta de que todo esto me ha abierto la puerta a la libertad. En este momento soy libre para decidir lo que realmente quiero hacer. Los planes, contratos, convenios, todos dejaron de existir, ahora puedo elegir que sí quiero hacer y qué no. Nada es obligatorio.



Antes, con el transcurrir de la vida, por las necesidades económicas, por costumbre, o a veces sin saber por qué, asumía compromisos que en el fondo ni siquiera me era satisfactorio cumplir, o que su importancia en mi vida ya había caducado.

Estoy libre de todo eso, ningún plan sobrevivió, ahora mi principal tarea es discernir y elegir lo que realmente quiero hacer y el rumbo que deseo tomar. Pueden ser caminos insospechados, no lo sé, vamos a ver….

¡Qué paradoja! Ahora que tengo la libertad de movilización restringida soy más libre que nunca.

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