Imprimir esta página

Esto del encierro. Pensar en la restauración del tiempo / Alfredo Marín Gutiérrez, restaurador de arte Destacado

Compartir

Voces en los días del coronavirus

Alfredo Marín Gutiérrez, restaurador de arte



Esto del encierro. Pensar en la restauración del tiempo

Y parece que va a seguir un rato. Yo no creo que a nadie nos guste. Pero es momento de tomar las cosas con calma y trabajar en lo que podamos. No nos queda otra.

Y ¿por qué no?, ponernos a recordar... Al fin que para eso, sí tenemos tiempo.



Cuando no hay mucho qué hacer, se nos vienen tantas cosas a la memoria. Cosas buenas y malas. Tratemos de quedarnos solamente con las buenas.

Yo hoy quiero compartir algunas cosas buenas de las que me he estado acordando en estos días, he pensado mucho en mi profesión y algunas de las cosas que he hecho con ella.



Soy restaurador. Licenciado en restauración de bienes muebles.

Estuve en la escuela hace casi cuarenta años. Me recibí haciendo algo que me encanta y que, hasta el día de hoy, sigo disfrutando.

Descubrí la restauración por accidente, no sabía que existía y que era ¡una profesión! En ese momento no pensé que además fuera tan completa. Fueron cinco años llenos de estudios de tantas cosas nuevas que me gustaban y me apasionaban cada vez más: el derecho, la química, la física o la biología, estudiar la iconografía, la fotografía, aprender técnicas de cosas que no conocía, y además, estar estudiando arte a lo largo de toda la carrera. Fue para mí, un deleite.

Disfrute muchísimo esos años y esa escuela.

El lugar donde estudié mi carrera era un espacio muy especial. En lo que fue parte de un convento virreinal de la Ciudad de México, el de San Diego en Churubusco. Ahora, la escuela está en otro lado, en un edificio nuevo. Muy cerca, pero, claro que ya no es lo mismo......

Aveces llegábamos a tomar clases ¡en el jardín! ¡Era enorme! Sentados en el pasto viendo pasar tardes espectaculares...

Terminé la carrera y me recibí. He trabajado en esto desde que empecé a estudiar. Mis papás me dejaron poner un taller muy elemental en la cochera de la casa y ahí empecé a restaurar. Desde un plato de porcelana o talavera, hasta una pintura virreinal, o ya más avanzado en la escuela, cosas más complejas como un documento, una pieza de metal, una tabla, un textil, un vidrio o una escultura virreinal. ¡Todo muy viejo! De muchos, pero muchos años atrás. A mí siempre me han gustado mucho las antigüedades. Desde muy niño me han llamado mucho la atención.

Todos los materiales son apasionantes. Y todos, creo yo, igual de complejos y a los que se tienen que atender con sumo cuidado. Un solo error en esto es irreversible. Aunque hagamos trucos, es irreversible.

Por eso tenemos que ser muy cuidadosos en todos los procesos que realizamos. Evitar al máximo un accidente. Me ha gustado restaurar todo tipo de materiales desde el principio. Pero tuve que ir poco a poco para poder hacerlo. Conforme avanzaba la carrera, iba llevando los distintos talleres para poder hacerlo. Cerámica, pintura de caballete, material etnográfico, pintura mural, papel, textiles… Al terminar, quedé finalmente capacitado para poder intervenir cualquier material mueble.

Un trabajo fascinante que sigo haciendo y sigo disfrutando desde hace casi 40 años...

La idea de recibir una pieza deteriorada y poder evitar que se siga dañando es algo que me emociona. Poder intervenirla, estabilizarla, limpiarla; dejarla lo más presentable posible, es algo muy emocionante.

Además, por la restauración, he podido entrar en otros medios muy relacionados a mi profesión: en el gran mundo de los museos. ¡Toda una experiencia!

De ese tema, lo más importante que he hecho fue cuando pude apoyar a una gran amiga y excelente restauradora, que me invito a coordinar a un grupo grande (éramos más de cien), de restauradores en el Alcázar del Castillo de Chapultepec. Qué trabajo más divertido, enriquecedor, interesante y en un lugar ¡tan mágico! Además… ¡me pagaban!

Otro, igual de apasionante y tal vez aun más, creo que mucho más apasionante fue llevar la dirección de un museo. Algo que también, ya ha quedado en mí, como otro muy bonito recuerdo.

Un espacio que fuera convento de frailes carmelitas en San Ángel, que se edificó en el siglo XVII. El museo de Nuestra Señora de el Carmen, en la Ciudad de México. ¡Ese sí que fue un privilegio! Un trabajo verdaderamente apasionante en el que estuve por más de 14 años.

Lleno de retos todos los días, de mil cosas que había que solucionar y que se solucionaron. Y pude hacerlo porque nunca trabajé solo. Todo lo hacíamos en equipo. Éramos muchos, aunque siempre insuficientes para atender las mil cosas que necesitan esos maravillosos espacios.

Pero en 14 años logramos un gran trabajo. Lo hubiera hecho gratis, pero también resulta que ¡me pagaban!

Hace más de un año decidí dejarlo. Había que atender otras cosas, pero ¡claro que lo extraño!

Es por la restauración, que he podido trabajar en otras cosas como esas. El mundo de los museos es algo tan intenso y gratificante, lleno de cosas que considero muy bellas. La restauración para mí sigue siendo algo apasionante, divertido y lleno de sorpresas. Si alguien deja de divertirse con lo que hace, debe ser muy complicado seguir haciéndolo.

San Ángel, Ciudad de México. Abril de 2020. Parece que va a seguir un rato.

Compartir

Sobre el autor

Mundo Nuestro