Imprimir esta página

Reflexiones…en tiempos del coronavirus… / Iván Uriel Atanacio Medellín, escritor Destacado

Compartir

Voces en los días del coronavirus

Iván Uriel Atanacio Medellín, escritor



“La vida es una quimera, el amor, la esperanza

En estos tiempos donde la tierra tiembla, la lluvia ahoga y azota el viento, vale escuchar la voz de la natura y mirarnos en la otredad que nos conforma, así, desde esa mirada que nos refleja, desde esa mirada que nos conforta, darnos cobijo, regazo y aliento, darnos en un mar de abrazos a cada momento”. El Muro

Han sido largas noches, las horas extendidas tras cortinas que no dejan ver si el sol alumbra la oscuridad que avanzan desesperos en puentes y hospitales, carreteras y aeropuertos, las luces artificiales apenas iluminan la ilusión que ampara la humanidad que cobija. ¿En qué momento nos consideramos libres siendo presos? ¿Fueron acaso las circunstancias? ¿Nosotros mismos? ¿En qué momento los abrazos que no dimos quedaron aguardando mejores días para expresarse? ¿En qué momento los besos supieron a veneno y las manos decidieron separarse? ¿En qué momento? ¿Y los días? Igualmente largos, extendiendo en su peana las horas, en su letargo los pasos, mañanas soñolientas, tardes que despiertan a la noche de nuevo larga que preocupa y los ojos cierra para abrirlos ante la nueva noticia, el nuevo dato, nada cansa y todo agobia, nada aquieta y todo es prisa, el silencio anhela escuchar palabras de fuerza, como si emitir saludo fuese en digital secuencia la generosidad vertida en los acopios; guardamos las ansias por salir y respirar el mismo aire que contaminamos, correr y sentir en las ventanas la brisa, correr hasta topar con alguien que en la acera nos defina. Ha sido una larga la noche en que fuimos uno y ante el cansancio de las horas, llegaba el continuo aliento de otras manos, de lágrimas alegres que brotan al escuchar los aplausos que indican el rescate de una nueva vida. Ha sido una larga noche de días que vendrán, donde seguirá necesitándose la ayuda, con el legado infalible de que ante gobiernos, autoridades y desidias, gracias a la gente la esperanza habita.



El enemigo invisible asecha, asienta y desvela, muestra cuan vulnerables somos al pensarnos infinitos, quisimos cerrar puertas, quitar puentes, bloquear fronteras, no hay más remedio que escapar o quedarse escondido, el enemigo es invisible y su herida no se mira, se siente, asfixia y lamenta, sublimamos controlarlo y confirmamos ante los dolores que no podemos y nada nos controla, solo el ímpetu que se asume cuando no queremos salir a la calle por no dañar a nadie, por seguir vivos; es temor, valentía, coraje, ira y desespero, y la espera es empatía, compasión y deseo. Un virus irrumpe el final de una década que concluye preguntando su identidad al devenir y su legado a la historia, quizá su anuncio no fue atendido como noticia a sabiendas de que ante lo desconocido perdemos el control y el paso, los seres humanos tememos tanto a lo que no conocemos como nos inquieta lo que no hemos descubierto.

Desde China, extendiese como epidemia que regiones delimita, poco a poco, ante la propia globalización que le atiende, fue copando las fronteras que cerraron ante el desbordamiento letal de sus efectos, era ya una pandemia que alcanza y cubre. Los contagios se hilvanaron uno a uno, enfermando a miles como miles las muertes y tragedias, sin paredes que lo detengan, nos puso en jaque y atormentó cada rincón donde se es consciente del dolor de su pesquisa. Países desbordados, sin apaciguar el contagio ante toques de queda, muros construidos, clausuras y barreras, declaraciones a destiempo, negligencia, apelar a la suerte, al azar o a lo divino para solventar las infieres sin resguardo, en cada parte del planeta los tiempos atienden el problema a su ritmo, y el virus sigue matando sin tregua. La lección de las décadas y los años somete a la humanidad por no acordarse, tan solo hace diez en que la influenza alertara los compases; ahora debemos guardar distancia para quedarnos donde hagamos sitio, esta situación rebasa las enmiendas, sucumben lazos, familias, ante esto la distancia no debe ser social que sino física. Y en la reflexión de una cuarentena solícita, urgente y necesaria, atiendo buscar lo que hace diez años me hiciera escribir sobre una planta que cura todo, un ítamo, y que para cada uno significa la cura, la paz, la consciencia, el mundo sigue girando y nosotros buscamos en su paso un nuevo mundo, una vacuna, un tratamiento, ese Ítamo que cure todo.

En realidad, amén de hallar la vacunas y desarrollar el tratamiento urgente, necesario e indispensable, en el mundo habrá que apelar a valorar lo que se tiene o se ha ido, a buscar en la naturaleza respuestas, a dilucidar las causales del poder si esto ha sido creado; por un lado destruimos día a día lo que nos rodea, y por otro usamos los avances de la ciencia para destruirnos a nosotros mismos; por un lado nos alejábamos de quien estaba cerca y buscábamos acercarnos de quien estaba lejos a través de un dispositivo, hoy quisiéramos ambas cosas, el dispositivo es el mismo. Más allá de las razones y circunstancias nos mostramos con todas nuestras inquietudes e incertidumbres, el amor no basta ni sobra, días se visten entre muros para unos, y entre paredes para otros entre se arriesgan, todas y todos volveremos sea tarde o temprano a las calles, a riesgo de no vernos, del temor, del prejuicio, a riesgo del contagio, de la indolencia, del vacío.



Hoy ansiamos recorrer el respirar su cielo, como ansiamos que esa misma ciencia halle una cura, y en tanto, mientras los días avanzan largos como las horas, dependemos del no contagio, y de médicos que sin implementos, instrumentos ni herramientas en muchos de los países afectados, que son todos, libran una batalla por la vida anhelando prevalezca; y nosotros, guardamos las esperas, quienes en casa pueden refugiarse, quienes no pueden por la misma supervivencia, quienes al interior querrán un abrazo, quienes al interior suplican no más golpes, la condición humana es puesta a prueba, los sistemas y regímenes rebasados, ¿Qué quedará cuando esto pase si pasa y cuándo la tormenta amaine si amaina? ¿Seremos acaso las y los mismos? ¿Habremos permutado entre días los años? Lo cierto es que en todo el mundo la gente es más grande que sus problemas, que sus gobiernos, que sus fracasos. Lo cierto es que al final queda la consciencia de ser vulnerables, finitos, no más sabios, lo cierto es que al final quedan las realidades como sueños, los te quiero en esperanza, reflexiones, urgencias, llantos, alegrías, los días con sus noches, las horas, sin tiempo ni espacio; nos queda el mundo dado, nos queda la esperanza, en espera del abrazo.

Iván Uriel Atanacio Medellín presentó su libro El Muro. (Agencia Enfoque)

Compartir

Sobre el autor

Iván Uriel Atanacio Medellín

Iván Uriel Atanacio Medellín, poeta, novelista. Autor de la trilogía "Apología del encuentro"con las novelas El Surco, Ítamo y El muro. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (Upaep). Se especializa en Desarrollo Social, Sistema Político Mexicano, Migración, Creación Literaria y Cinematografía.