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Chignahuapan: entre el Covid-19 y la pandemia de crimen organizado/ Liz Mejorada, directora de Puebla vigila Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Liz Mejorada, directora de Puebla vigila



Cuando era niña pensaba que el mundo se podía caer y Chignahuapan seguiría en pie. Estamos en la montaña inicio de la sierra madre oriental, nuestro pueblo está fincado sobre piedra tan firme que no sentimos los sismos, no conocemos los huracanes, menos los tsunamis. La crisis es problema de la ciudad. En el pueblo la gran dificultad es aguantar el frío y las heladas, pero para eso tenemos cotonas, caldos de hongo y borrego, chales de lana y aguas termales.

Recuerdo cuando se hablaba del virus AH1N1, las escuelas tal vez cancelaron clases dos días, no más, la contingencia la vimos desde lejos. El pueblo axolotero parece estar en una linda pecera protectora en donde mientras las ciudades colapsan, nosotros seguimos.

Hoy en pleno año 2020 siendo una adulta joven, me conmueve lo que pensaba cuando niña, aunque ciertos pensamientos tienen vigencia.

Si en 1918 la gripe española llegó a Chignahuapan y Zacatlán, provocando el fallecimiento de varias personas, ¿qué nos puede pasar hoy? En estos días la historia es diferente, la globalización nos alcanzó, estamos mejor conectados y tenemos más viajes al día a las ciudades que hace 100 años.

De entrada, muchos de nosotros ya no vivimos en Chignahuapan, hemos migrado a las ciudades para estudiar o trabajar. Tenemos la pisada entre dos mundos: la tranquilidad del pueblo y la velocidad de la ciudad. Si la paranoia llega a este rincón de la tierra es por el estrés de quienes lo hemos llevado al rancho, los problemas de la capital.



Llegué hace veinte días a Chignahuapan, con cubrebocas y guantes de látex me bajé del camión. Pronto me di cuenta de que estaba por completo fuera de tono. La gente caminaba tranquilamente por la calle, hacía su día a día con normalidad abriendo sus negocios e incluso muchos celebraron dicho fin de semana, cumpleaños y bautizos. Recuerdo pensar en que la gente debería de cuidarse más, aunque después agradecí que no existiera pánico aún. En el alejamiento de las noticias la gente me preguntaba, - ¿y es cierto que existe el coronavirus?, ¿a poco ya llegó a Puebla?- Me atrevería a decir que al día de hoy, hay muchas personas que dudan de su existencia y creen que es un invento del gobierno.

Los tiempos ya no son los mismos y el mejor ejemplo es ver cuán dependiente se volvió nuestra economía del turismo. Poco a poco comienza a verse el impacto de que los turistas no vengan a semana santa. Como diría mi abuelo: tarde o temprano la gallina de los huevos de oro reventaría, y hoy parece estar ahorcada. La producción de esferas, que es la actividad artesanal más importante del municipio, está frenada. Hubo artesanos que no compraron vidrio a tiempo para comenzar a globear y al día de hoy los precios se triplicaron. Los hoteles no van a recibir visitantes. La gente comienza a ser despedida y ahora con la cancelación de clases, muchas trabajadoras del hogar no son requeridas.

Tal vez el hito más insólito es que se cancelaron las misas. He preguntado a mis tías y abuela si alguna vez ha pasado eso en el pueblo, respondieron que no. Al inicio el padre había pedido que no se dieran “el saludo de la paz”, algo que me parecía bastante curioso ya que delataba a quienes no ponían atención a la misa y terminaban haciéndolo. Mi tía me contaba que terminó dando el saludo a una persona distraída porque “ni modo lo que lo dejara con la mano levantada”. Habrá mucho virus, pero pesa más la costumbre.



Días después comenzamos a ver cómo nuestros lugares icónicos, como el centro ecoturístico “El Salto de Quetzalapa”, La Basílica menor de la Inmaculada Concepción y hasta los Baños Termales, fueron cerrados por la contingencia del Covid-19.

Bastante alejados del ajetreo citadino, comenzó a fluir la preocupación. Las noticias falsas como en cualquier parte del país no son la excepción, diría el dicho, “pueblo chico infierno grande”. Pronto comenzaron a correr las cadenas acerca de los supuestos “infectados” por coronavirus e incluso los casos “positivos”. Una cadena de información bastante distorsionada acusaba que había una persona contagiada en Zacatlán y que venía de Estado de México, compartieron su nombre, fotografía y hasta la dirección donde vivía en Jicolapa, Zacatlán. Provocando un acoso brutal, estigmatización y un linchamiento mediático provocado por el miedo y la ignorancia pueblerina. Los comentarios comenzaron a hervir y se leía de todo. Desde mensajes profundamente intolerantes como proponer -de manera burlona- alzar un muro con los citaditos, hasta otro más serio, como el prohibir la entrada a cualquier persona de las ciudades y que se checara en las casetas de la autopista la INE de las personas a bordo. Aún con todo lo anterior, estas personas tan simpáticas y profundamente intolerantes son las mínimas.

Si en algo coincidíamos la mayoría de las personas con las que me contacté para tener suficiente información para escribir estas palabras, es que lo que tiene más alertados a todos en el pueblo, es el otro virus, el de la inseguridad.

Chignahuapan y Zacatlán ya no son aquellos pueblos tranquilos en los que nací. Hoy están sucediendo cosas que hace 15 años eran bastante lejanas. Células de narcotraficantes se han asentado en la región y hoy el nuevo triángulo rojo de huachicol en todo el estado, está aquí. Mientras la Ciudad de Puebla estaba ocupada con el Covid-19, el pueblo vivió la ejecución de 8 personas en un solo día, provocadas por la disputa entre diferentes grupos delictivos. Además se detuvieron a trece personas del crimen organizado. El operativo tuvo que pasar por la separación del cargo de los policías estatales de la zona, puesto que estaban coludidos con las células delictivas. Chignahuapan vivía una carnicería eclipsada por el Covid-19.

Y lo peor, en lo que concordamos todos, es que los criminales ya no tienen respeto por los civiles. No importan los rayos del sol, que sea un espacio público, o que haya menores de edad e inclusive niños. Ellos no perdonan y si tienen que ejecutar a alguien, simple y sencillamente lo llevan a cabo. A las siete de la noche, Chignahuapan es pueblo muerto, toque de queda silencioso. No por quedarse en casa por la contingencia del virus, sino por el miedo a que caiga una “bala perdida”.

- ¿Cuándo cambiaron el canto del gallo al amanecer por el sonido de las balas? ¡Qué manera de despertar! --dice uno de mis amigos en redes sociales, y sí, en algunas calles los vecinos dicen que hay balacera diario.

Cada territorio vive de manera diferente el Covid-19. En Chignahuapan y Zacatlán tendremos que padecer las dos pandemias: el Covid que nos hará perder trabajos, turismo y por ende derrama económica, y el virus de la inseguridad: el que nos quita la tranquilidad, y para algunos, hasta la vida.

Sin duda lo que pesa es que en Chignahuapan no hemos tenido contagios de Covid-19 hasta el momento, pero sí muchos contagios por el otro virus.

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