Los ojos bellos de mi chiquita/Miriam Castañeda Ávila, mexicana, residente en Los Ángeles, California Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Miriam Castañeda Ávila, mexicana, residente en Los Ángeles, California



Algo está pasando

A través de la historia, muchos países del orbe han enfrentado movimientos sociales, guerras internas, guerras en contra de otros países, genocidios, bombas atómicas y experimentos genéticos y algunas cosas más por los que millones de personas han muerto. Sin embargo, es la primera vez que, a nivel mundial, están muriendo miles de personas en muchos países simultáneamente. ¿Limpieza étnica? Sí. Así se le llama al hecho de que un gran número de personas mueran al mismo tiempo. El mundo está viviendo una situación sin precedentes. ¡Inimaginable! Los habitantes de los 194 países reconocidos en el mundo, no soñamos siquiera, encarar las circunstancias y el miedo que estamos viviendo hoy, la Pandemia del Coronavirus.

En diciembre pasado, cuando se dio el brote del Coronavirus en China, no muchos dirigentes del mundo prestaron atención a ese hecho por demás importante. No se hablaba mucho acerca del tema, y todo parecía en calma. En una tensa calma podría decirse. Se sentía en él ambiente.

A mediados del mes de febrero pasado, llamó curiosamente mi atención, observar que, en los supermercados, la población asiática estaba comprando en exceso agua y papel higiénico. Recuerdo haberle dicho a mi esposo “algo está pasando, los asiáticos están acaparando esos artículos como si fueran joyas”. De pronto, la primera semana de marzo, los medios de comunicación masiva activaron la alarma, “pandemia mundial”.



Y entonces, nos aislaron. Los gobiernos nos dijeron, “quédate en casa”, no contribuyas a que el virus se esparza. Cada individuo percibe los hechos actuales de manera diferente. Algunos se lo toman en serio; otros, por el contrario, se to toman con arrogancia o quizás ignorancia al recitar la consabida frase “eso no me va a pasar a mí”. Pero sabemos que esto nos puede pasar a todos. Estamos en una situación de riesgo.

Y la vida cambió



Mi esposo tiene 75 años. Yo estoy por cumplir 60, soy diabética, ambos pertenecemos a un sector de alto riesgo de contagio. Vivimos en una ciudad pequeña de la zona conurbada de Los Ángeles, en el estado de California, en los Estados Unidos. Teníamos un viaje programado para ir a México en abril. Un viaje cortito en mis cuatro días libres. La expectativa: una fiesta que reuniría a muchos integrantes de la extensa, alegre, y amorosa familia que es la mía. Serviría también para estar cerca de mi madre quien estuvo en el hospital gravemente enferma los días pasados debido a una Anemia Perniciosa. En tiempos del Coronavirus, y aún en otros tiempos, duele mucho no poder tomar un avión con urgencia para ir a estar cerca de tu madre, abrazarla, besarla, cuidarla, ¡hacerle patente el inmenso amor que sientes por ella! Duele mucho… ¡Porque la responsabilidad social es más fuerte!… ¡Porque no quieres contribuir a que este virus se siga esparciendo!… ¡Porque tienes temor de poner en riesgo la vida de tu madre, la de tus seres queridos, y la tuya propia!

Sin embargo, la vida y el sentido común nos dijeron, “quédate en casa” y pospusimos el viaje. Y si, en la medida de lo posible, me quedo en casa. Sin embargo, salgo, con todas las precauciones, a cubrir un turno de 48 horas. Porque si no trabajo, no gano. Porque aún en tiempos del Coronavirus y de cuarentena, no se detiene la vida, ni las deudas se pagan solas.

En tiempos del Coronavirus, duele mucho darte cuenta de que somos seres finitos. Que los seres humanos somos como títeres en manos del destino, de las pandemias, de los gobernantes, y de la economía. Todos quisiéramos saber que pasará mañana, pero no se nos permite, es algo prohibido siquiera, querer incidir en ese misterio. Y así estamos todos, con miedo, con incertidumbre y con pocas respuestas viviendo el cautiverio; y nos toca hacer lo propio para sacarle el mejor provecho a la situación haciendo todas esas cosas que teníamos pendientes por falta de tiempo… Para no volvernos locos…Para no perder la calma…Para no perder la fe…

El antes y el después

En tiempos del Coronavirus mi esposo y yo decidimos, observando las medidas de higiene necesarias, ir a visitar a nuestras nietas la primera semana de aislamiento y llevarles unas golosinas. ¿Porqué? Porque las extrañamos mucho. Ese día, la pequeña estaba dormida y disfrutamos conversar con la mayor y con su mami. Yo con el teléfono en la mano y diciendo: “déjame tomar una foto de tus ojos bellos, corazón”. Ya casi para despedirnos, la pequeña despertó; hablamos un poco y cuando dijimos adiós, con su acostumbrada alegría nos gritó: ¡la próxima semana traigan un yogur, un regalo, y un libro! A la semana siguiente, los abuelitos visitándolas y hablando con ellas, de nuevo, a un metro de distancia a través de la puerta; llevándoles lo que habían pedido; desinfectándolo todo muy bien para pasarlo a través de la rendija del buzón y así evitar ponerlas en riesgo. ¿Ellas dos? Felices gritando nuestros nombres y atropellándose al hablar para contarnos todas esas historias de niñas pequeñas, inocentes y vulnerables. Desconcertadas porque no entienden lo que está pasando, porque ya hace tres semanas que están con su mami, quien está embarazada, protegiéndose sin salir de casa.

En los tiempos que corren y con el corazón roto, quiero compartir con ustedes estas fotos que fueron tomadas en circunstancias muy diferentes. Antes de, y durante la cuarentena por el Coronavirus. La primera, en casa jugando con mi nieta mayor y un abanico, recuerdo haberle dicho, “déjame tomar una foto de tus ojos bellos corazón”. La segunda foto fue tomada durante la primera semana de cuarentena diciendo la misma frase: “déjame tomar una foto de tus ojos bellos, corazón”.

Esta semana, mientras visitábamos a las niñas cuyos apodos de cariño son: Chula, Chulita y Chulitita (para la que aún no nace), tuve una sensación muy dolorosa, de pérdida, como cuando algo te ha sido arrebatado de las manos. Ver a nuestras chiquitas a través de una rendija en la puerta y no poder besarlas, acariciarlas ni abrazarlas nos rompe el corazón; y lo peor de todo es, que no sabemos cuándo podremos hacerlo de nuevo.

En tiempos del Coronavirus, para sobrevivir, necesitamos aislarnos. En tiempos del Coronavirus, millones de historias de personas en todo el mundo pueden ser contadas, sin embargo, muchas de sus voces, no serán escuchadas. Esta historia sobre mi madre y mis nietas puede ser muy simple. Pero algo es dolorosamente cierto; que, en ambas fotos, los ojos bellos de mi chiquita son los mismos, ¡pero su mirada no lo es!

Miriam Castañeda Ávila.

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