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El hombre que confundió a su mujer con chicharrón prensado/Sergio Guzmán López Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Sergio Guzmán, comunicador, empresario



Después de diversas e intensas conversaciones sostenidas con colegas neurobiólogos y otros profesionales apasionados por la delgada línea que separa la conducta emocional de la reacción bioquímicas, he decidido dejar a una lado el rigor científico en el que he sido imbuido y darle al gran público la oportunidad de conocer mis experiencias con la mente y las emociones. Ya hemos abordado en otras lecturas que nunca he dado prevalencia a las enzimas a favor de un “sabio consejo”, o viceversa, despojar a la ética de su componente emocional, histórico y hormonal.

Al revisar mis apuntes y notas en las distintas clínicas para las que he trabajado y consultado correspondencia con colegas de la Nueva U.R.S.S., Dinamarca, Austria y Kiribati, me veo compelido a compartir con ellos y con usted amable lector, el siguiente pasaje y que reproduzco a continuación.

El siguiente manuscrito fue encontrado meticulosamente doblado y compaginado dentro de una carterita de p.v.c translúcida como las que venden a las entradas de oficinas (y hospitales) de gobierno a fin conservar y proteger documentos importantes. Estaba en un sótano en el que los clisés de paredes que miran y escuchan, metiches en fin, y otros lugares comunes quedan diluidos en la realidad post-epidémica que nos tocó vivir. La señora que me lo hizo llegar, sirvió como empleada doméstica. Allá en las épocas en las que había agua corriente con la que se podía lavar ropa, electricidad para conectar una aspiradora, y servicios urbanos que llevaban y traían a millones diariamente desde y hasta sus lugares de trabajo.

El Dr. Krsinsky del instituto Lenin de Investigaciones del comportamiento y del aura a igual que mi casera y una moneda que tiré al aire me convencen de transcribir letra por letra este hallazgo. Así que, adelante:



DIA No. 567 DEL BROTE, DECIMO SEXTA SEMANA EN FASE 8° // Miércoles por la mañana.



-Así, duro, duro, dale. Ponte más pomada. Pero dale duro…

- Te va a doler

- A ti qué … tu dale.

Los jadeos comenzaban a perlar las frentes y ambos se dieron un respiro.

-Se acabó.

-¿Qué se acabó?

-El diclofenaco, pos que ha de ser… ya no sale nada del tubito. Dijo él, mientras hacía como quién sacude un frasco de cátsup.

-Ahhhh ¿y el camión de suministros cuándo pasa?

- No te acuerdas que los cascos azules abandonaron México en desbandada el mes pasado.

Ella tuerce el cuello arriba y abajo, izquierda y derecha y se coloca el termómetro en la boca como lo hace cada hora o cada vez que lo ve.

Él le muestra un calendario tachonado de la carnicería “Las Delicias” en el que metódicamente marcaba de acuerdo con un código de colores con pies de página los eventos que merecieran la pena. Así por ejemplo: “día 264 de brote, cuarta semana de fase 6°” (sic N. del Editor)

-Ya nos cargó el payaso

-Se dice pintor

¿Qué, que, qué?

-Claro que NOOOO

Se dice: Ya nos cargó el payaso.

-Pintor

-Payaso

Ella seguía parada en el quicio de la puerta mientras operaba el interruptor de la luz en forma inútil. Él asiente.

-O la chingada, ¿como ves?

-De acuerdo. Ni tú, ni yo. La puritita chingada.

La etapa en la que los desacuerdos triviales generaban discordias insólitas había dado paso a una tregua que llamaré pax-pandemica. Una especie de resignación asistida por los respaldos de You Tube, y otras plataformas, avivadas por el stock de baterías de auto, conectadas a una TV, cuyo último noticiero al aire dejó de trasmitir cuándo al aire, López Dóriga comenzó a desvariar en un delirio a todas luces febril, a hablar pestes de Anthony Hopkins y de Azcárraga (padre).

Los cascos azules abandonaron a su suerte la planta generadora o de a tiro, se les acabó el huachicol para echarla a andar.

Los últimos remanentes del orden social comenzaban a desmoronarse.

Ambos miramos al mismo tiempo, pero disimuladamente los bidones de magna sin plomo que tenían en un estante “por si las flais” (por si las moscas del inglés flies N. del Editor)

-¿Ya vimos esta?

-Como dos o tres veces. Es una cursilería que no me chuto de nuevo.

-Pos yo tampoco me voy a poner a ver documentales del Holocausto o de las migraciones de austronesia.

¿yoga entonces?

-Va. Pero la rutina light del muchachito de barbas que está re chulo

- Que re chulo ni que mis …

La vida social no se detuvo del todo y se organizaron puntos dónde se dejábamos recados a vecinos en lugares (sobre una banca de parque por ejemplo) preestablecido para implementar el cambalache de UBS con series, documentales, pelis, juegos y desde luego, predominando, las porno seguidas muy de cerca por La Rosa de Guadalupe. Los más demandados por mi eran los documentales de la peste negra del siglo XIV y los de la Influenza española.

La psique humana en todo su esplendor. Se dice que alguien encontró un recado que decía:

“cambio salchichón, caja de galletas marías y USB con series de Amazon Prime por Game of Thrones (completa aunque no venga el último capítulo)”. Es de suponer que no encontró ofertantes.

He compartido estos hallazgos con mis colegas a través de cartas que demoran meses en responder y en todo el mundo la situación es similar. El último país en tener internet fue Finlandia y por lo visto se convirtió en la fuente de tráfico ilegal de USB’s.

El estado de emergencia se ha extendido mucho más de lo esperado. Algunos culpan al comité Olímpico que echó pa’ atrás su decisión de cancelar los juegos del 2020; otros afirman que todo es una conspiración de las farmacéuticas o de la 4T para perpetuarse en el poder. El hecho es que no tardó la población en entender que no era por conveniencia quedarse encerrado en casa, sino un acto de supervivencia elemental. Veíamos a nuestros vecinos por la ventana y en poco tiempo con un pizarrón y binoculares nos pusimos al tanto de la suerte de Doña Chona que no la libró y de sus hijos que si la libraron y crearon inmunidad para convertirse en correos y malandros. Traficantes de licor, mensajeros, cantores de serenata, etc.

- ¿Ya hizo pi pip?

-no

-Me pasas un pañuelo. ¿ya hizo pip?

-36.7°

Saco el calendario de la Carnicería Las Delicias y anoto con sharpie azul la temperatura de mi mujer.

Ella me pide que armemos el rompecabezas de 10,000 piezas del paisaje de boscoso al que le faltan tres piezas y desganado saco la caja mientras ella me mira picarona.

-Adivina que tengo aquí. Me muestra su puño cerrado.

Adiviné. Ella había encontrado las tres piezas extraviadas en la caja de otro rompecabezas,

Extasiados y como si fuera el fin del cautiverio, nos pusimos a armarlo. Románticamente.

Un toque de queda no es nada en comparación con el encierro voluntario del mundo entero.

Nadie quería salir de su casa y comenzó lo que psicólogos y antropólogos se dieron en llamar el síndrome SÁCALA (síndrome agorafóbico de confinamiento letal agudo). Nota: el acento es de mi cosecha.

Durante muchas semanas la gente dependió de los suministros que nobles y valientes samaritanos entregaban domicilio por cuenta del gobierno primero. Luego de ONG internacionales, luego la gente se dividió en bandos que apoyaban a tal o a cuál líder a cambio de cornflakes, sopa de lata y bidones de agua y Tajín en polvo. A veces había latas de salchichas, legumbres marchitas, y embutidos. Estos siempre fueron muy cotizados. La Maruchan perdió su valor muy pronto y se la aventabas en la cabeza quién te la ofreciera.

Ominosa e inevitable comenzó la carnicería.

El bullicio nocturno al que estamos acostumbrados en la ciudad con los ladridos y maullidos, cesó. Y la ciudad se volvió realmente silenciosas, luego, las ardillas dejaron de pasearse por postes y árboles, pajarracos y otras inmundicias desaparecieron. Los grillos nunca regresaron a la ciudad porqué sabían lo que les esperaba.

Tuve la certeza que las cosas iban de mal en peor cuando me percaté que estábamos haciendo yoga en nuestros respectivos mats mientas mirábamos un programa grabado de Paty Chapoy. Estábamos a punto de colapsar. Y así, día a día, se acabó el calendario de Las Delicias y perdimos la noción del tiempo y de otras cosas también.

-¿Como que con esto?

- Si ándale estoy muy contracturada.

-Pero si es ¡adobo!

- Si pero, debe tener algún aceite natural.

Una vez, más duro que dale y dale. Las frentes perladas de sudor y los gemidos a todo volumen.

Esta fue la última anotación del diario.

Ahora que una vez más contamos con la libertad de tránsito y cercanía humana para el que nuestro sistema límbico evolucionó, me he dado a la tarea de localizar a esta pareja misteriosa. Busqué en el barrio donde vivían, pregunté a vecinos y sobrevivientes de la epidemia y cuando estaba por rendirme vi a una pareja tomada de la mano caminando por la acera. Ambos sonrientes y cordiales al pasar a mi lado saludaron con sus rostros pigmentados de un rojo gastronómico que no me dejó lugar a dudas. Ah… la psique humana.

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Sobre el autor

Sergio Guzmán López

Sergio Guzmán López (Ciudad de México, 1963), es comunicador y empresario.