El cuento del gallo capón/Alonso Rojas Cruz, estudiante en Ibero Puebla Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Alonso Rojas Cruz, estudiante en Ibero Puebla



La uniformidad de los días es acompasada por un calor de marzo que asemeja julio. Pero este es el menor de los problemas en esta crisis tomada en un principio por pasajera. En medio de los calurosos vapores de mi cuarto me acuerdo de Macondo, y del curioso cuento del gallo capón, el chiste es soportar las aciagas horas de cuarentena. El juego es simple, sólo basta con la pregunta del narrador de si quieren que se les cuente el cuento del gallo capón, si responden sí, el narrador debe responder que no había pedido esa contestación, sino que si quieren que se les cuente el cuento del gallo capón; si la respuesta resulta en negativa, el narrador debe replicar con las mismas palabras, que no se les pidió decir no, sino que si quieren que se les cuente el cuento del gallo capón. Así, hasta el hartazgo, ni con levantarte e irte a otro lado acaba el juego, aún menos quedándose uno dormido. Es un círculo vicioso, como viciosa es la realidad, y aún más los medios de comunicación los cuales no dan tregua al confinado, como enjambre de malas noticias.

Desde la ventana de mi cuarto se expande el Periférico, no hay momento en donde el murmullo de los motores se deje de oír. Aún en domingo estos murmullos no se apagan. El confinamiento reduce la aparición a dos factores: la obligación de trabajar, de conseguir víveres, o alguna otra necesidad de peso (en realidad es un compendio de razones), el segundo factor es el desacato injustificado del confinamiento. Con respecto a la primera opción, puede decirse que el mundo sigue girando, la gente sigue en necesidad de servicios, de sustento; las empresas millonarias siguen aprovechando la mano de obra, desestiman el hecho de estar muchos de sus trabajadores en población de riesgo o de estar próximos a alguien de esta población. Se nos incita a la empatía: “quédense en sus casas, piensen en sus padres, tíos, abuelos”. Imposible acatar esta empatía cuando el mundo sigue girando, cuando la economía, esa presencia abstracta encontrada en todos lados, no descansa.

¿Somos monstruos por no reparar en las reglas que apelan a la empatía? No hay monstruos cuando es el giro del mundo el que nos hace salir. Tampoco quienes violan por gusto el encierro podemos denominarles de tal manera, es la necedad, la misma necedad que hizo a la gente vaciar de papel higiénico los escaparates de las tiendas. Lejos está, asimismo, de esta categoría, la abismal cantidad de tareas mandada a los alumnos por las instituciones educativas con tal de seguirle el paso a un syllabus al cual, por las circunstancias, resultará imposible dejar intacto, ¿será la misma necedad de la que hablaba líneas más arriba?

¿Qué es lo monstruoso? ¿Las necropolíticas europeas, las cuales responden a la insuficiencia de insumos para cuidar de millones de infectados, optando por dejar morir a los ancianos? Inhumano sería quitarle lo humano a todos estos hechos, los cuales responden al sentir de su época, a sus circunstancias. Pero no por entenderlas, se justifican.

La locura responde al miedo, y este también nos humaniza. Increíble lo que un virus nacido en China (que como todo lo chino, se expande como pólvora) nos hace señalar y cuestionarnos, nos da filosofía para rato, ¿no tomaban al ocio como padre de esta?



Pero esta locura, y con el fin de no pensar más en los males de nuestra actual condición, le pido al lector propagar no el virus, si no el cuento del gallo capón, ya sabe cómo empieza, el final no importa pues no existe, el juego es infinito, como infinito es el eje del mundo, lo que sea de cada quién, con tal de no seguir escuchando malas noticias.

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