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Desde la comodidad del privilegio/Emma del Carmen Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Emma del Carmen, @emmadelcrimen



(Ilustraciones de Sofía Probert. Instagram sofia.probert /facebook

https://www.facebook.com/sofia.probert.arte/)

Escribo esto desde la comodidad de mi sillón; desde la computadora que cada mañana me permite tomar yoga online, escuchar master classes de los mejores escritores y cocinar recetas con consejos virtuales de los chefs más reconocidos del mundo. Escribo esto porque tengo el tiempo de levantarme a las doce del día y ver una serie en cualquier plataforma de streaming que se me antoje. Las tengo todas.



¿Coronavirus? ¿Cómo? ¿No son vacaciones? ¡Pero si acabo de ver en Facebook que hasta la Central de Abastos me trae mi súper a domicilio! Ojalá traigan terminal porque no he ido ni al cajero y ojalá que nada venga en bolsas de plástico; puros tarros de vidrio, porque hay que cuidar el planeta. En mi casa todo es eco-friendly. Esperen, déjenme apagar mi cigarro para seguir escribiendo.



¿Por qué escribo esto? Es la primera pregunta que viene a mi cabeza: qué tiene que decirles una niña mimada que pasa la mitad de su tiempo leyendo y la otra mitad escribiendo poesía (como si la poesía no fuera ya, de por sí, un privilegio), ¿qué cosa podría decir yo que ustedes no sepan? Me imagino que, si están leyendo (me) es porque tienen tiempo. Y el tiempo, por encima de todo, es lo que le falta a este país.

Entonces, ¿qué está pasando allá afuera?, ¿por qué las calles no están vacías? Las redes sociales, nuestro único periódico, se desbordan con encabezados alarmantes: crisis mundial, pandemia, enfermedad, muerte. Pero en México se sigue trabajando. Algún romántico dirá que son ganas, pero todos sabemos que es la imagen de la terrible desbalanza que nos carcome y de la que muy pocos nos queremos dar cuenta.

El aislamiento ha sido toda una fiesta. Excepto, ya saben, para los obreros, los intendentes, las trabajadoras del hogar, los conductores del metro, del pesero, de la combi, de los taxis, las mujeres que limpian las calles, los vigilantes, los dueños de las comidas corridas, de los locales pequeños, de las papelerías de la esquina, las dueñas de los abarrotes. Ya saben, aquellos 30 millones de mexicanos que tienen que escoger entre infectarse o matarse a ellos y a su familia de hambre. Esos 30 millones, na más. Aguafiestas.

Disculpen mi sarcasmo, no es que los quiera incomodar. Mi problema es que a mí este país cada vez me incomoda más (figurativamente hablando, claro) y, como buena mexicana, no me gusta hacer las cosas sola, a mí que me acompañe toda la banda.

Pero ya, vamos a ponernos serios.

La suerte del peldaño en el que nací me ha dado todo. Purititita suerte la mía. Pero hay algo que no me ha quitado todavía: la ansiedad. Eso sí, pa’ que vean, no es cosa nada más de privilegio. Bueno, aunque, si tomamos en cuenta mis tratamientos psicológicos y psiquiátricos de más de $1,000 al mes las cosas toman otra cara. Supongo que no, no todos tienen oportunidad de erradicar los demonios de sus cabezas, supongo que tienen que pensar en otras cosas (¿habrá tiempo de pensar cuando trabajas jornadas de 11 horas al día?).

¿Saben por qué estoy tan tranquila? ¿Por qué tengo tanto tiempo? Porque no he salido a la calle y no he estado arrancándome las uñas pensando en los secuestros, los feminicidios, las muertas de cada día, el qué pasará si me agarran, si me violan, si me matan. Eso sí, el coronavirus me dio la oportunidad de quedarme bien encerradita y tomarme un descanso de caminar como muerta viviente.

Ay, mi México, tú que me das y me quitas tanto todos los días. Un día me quitas 10 mujeres y las regresas muertas, al otro me das un virus que resguarda en su lecho al 1% del país mientras el otro 99% se devora chambeando. Pareciera que nos quieren eliminar: entre los feminicidas asechando y la naturaleza defendiéndose, México se va despoblando. Se van a quedar na’ más ese 1% de niños mimados que a ver si se ponen a sembrar y cosechar sus maíces, porque si no también se van a morir de hambre.

Pero yo qué voy a saber, soy solo una niña mimada más.

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Sobre el autor

Emma del Carmen

Emma del Carmen (Ciudad de México, 1996) es escritora. Actualmente estudia Literatura y Creación Artística en Casa Lamm.