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Una marimba en la pandemia/Pablo Yanes, economista Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Pablo Yanes, economista



En la calle de mi edificio, usualmente llena de ruidos y sonidos urbanos, reina desde hace días un silencio largo, denso, pegajoso. Las notas de una marimba, repentinamente, rasgan ese silencio e inundan los edificios en los que cuarenteneamos (nuevo verbo del momento) vecinos y vecinas. Con timidez nos asomamos a balcones y ventanas para ver a dos mujeres y dos hombres que cargan una marimba y se colocan en la esquina para romper la rutina del encierro con un concierto insospechado.

Nosotros, preservando la vida desde nuestro mundo privilegiado, los marimbistas ganándosela desde la urgencia del día a día. A decir verdad no son muchos los vecinos que se asoman y contribuyen con dinero o con alimentos para los músicos. Pero sí lo hacen mis vecinos de enfrente que desde el piso 12 lanzan una bolsa con monedas, o la señora adentrada en años que se asoma en el edificio de la izquierda y también manda desde una (muy) sana distancia un paquetito con monedas, o los vecinos del edificio de la derecha que les proporcionan una bolsa con alimentos y bebidas o nosotros que también contribuimos desde nuestro balcón con dinero calculando el pago que deberíamos hacer en un restaurante por cada una de las piezas que interpretan.



Y ciertamente son versátiles. Sospecho que son chiapanecos, porque la mayoría de las piezas que interpretan son de ese estado (como en realidad lo es la mayor parte de música de marimba de México), pero no se arredran para darnos una bella combinación en la que Brisas del Grijalva, el Bolonchón y Caminos de Guanajuato conviven (y muy bien) en su teclado.

La marimba rebota entre los edificios mientras los músicos levantan la cabeza auscultando ventanas y balcones en busca de personas que se asomen y contribuyan a la causa. Eso sí, pienso que lo que se requiere no es caridad, sino reconocimiento y solidaridad. Reconocimiento porque no sólo vienen a ganarse la vida, sino también a alegrárnosla, a proporcionar un paréntesis en un encierro gris que, de repente, es interrumpido y derrotado por la belleza, en donde el exterior que hoy se nos presenta como amenazante y peligroso no sólo es el espacio del virus que acecha, sino también de la música que reconforta.



No quiero romantizar la necesidad y la precariedad que obliga a estos marimbistas a recorrer las calles esperando que alguien, literalmente, les escuche, sino asumir que ellas, ellos, como tantos millones de trabajadores en México demandan que se reconozca su esfuerzo y su contribución a una mejor sociedad y a la solidaridad que debe tenerse para que puedan desplegar con libertad sus talentos, en donde toquen por placer y cuenten con un ingreso y sus derechos garantizados que no es más que, nuevamente, el reconocimiento a todo lo que dan para hacer esta Ciudad de México más vivible y humana.

¿Cuánto vale la alegría que nos trajeron a estas silenciosas calles? Un silencio que hoy no es sinónimo de tranquilidad, sino de incierta espera. ¿Cómo reconocerles su esfuerzo, su dedicación y su sabiduría para amalgamar en un mismo acto lo bello con lo útil? No queremos una sociedad de poblaciones invisibles, ni tampoco de poblaciones insonorizadas. A romper esa exclusión, ese muro de silencio y sordera nos ayudan las teclas de una marimba en medio de la pandemia y el encierro.

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Sobre el autor

Pablo Yanes Rizo

Pablo Yanes Rizo (Ciudad de México, 1959), es economista. Actualmente es Coordinador de investigaciones de la sede subregional de la CEPAL en México.