Nada más difícil que la sana distancia/Verónica Mastretta Destacado

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Voces en los días del coronavirus

Verónica Mastretta, ambientalista, escritora



Vida y milagros

¡Qué largo me ha parecido marzo! Cuántas cosas que creímos inamovibles han cambiado en tres semanas. "¿Y decían que enero era largo?¡ Hoy parece lunes 80 de marzo!". Apenas el día 9 hacía planes para visitar a mi hija en Colombia. Ese día hablé con ella y me dijo que en Bogotá ya nadie podría salir por las noches, y que en unos cuantos días ya no entrarían vuelos del exterior. Mientras hablaba con ella y a nuestro encuentro le salían alas, caminaba despreocupadamente por un parque que visito con frecuencia y en el que algunos nos conocemos bien. Si te encuentras a alguien es normal saludar o platicar un rato, como también lo es sentarte en una banca a contemplar el espejo de agua y a los árboles y las aves que viven ahí.

A principios de marzo las noticias de lo que sucedía en Italia parecían como parte de un mal sueño que no nos sucedería a nosotros. En España empezaba a crecer la tormenta. En 20 días todo ha cambiado también para nosotros. Apenas conocemos a este raro virus que ha venido a hacer evidente cuán valiosa es la normalidad que ha dejado de serlo. En la entrada del parque desde hace dos semanas se colocó un comunicado con las medidas de seguridad sanitaria que deberán cumplir los usuarios mientras el parque permanezca abierto- " No toque el mobiliario”, “No venga si tiene el menor síntoma de gripa", "Guarde un metro y medio de distancia entre los demás". Las normas de distancia parecían fáciles de cumplir porque no somos conscientes de que nos acercamos al conversar, que es fácil dar la mano, o un beso y un abrazo. En estos 80 días de marzo sucedieron cosas que hoy parecen extrañamente lejanas: hace dos semanas que mis nietos de cinco años me visitaron y se quedaron a dormir en mi casa y vimos la televisión hechos bola en el mismo sillón. Dos semanas desde que salimos a caminar y de regreso traía la mano sudada de cada uno entre mis manos. Dos semanas desde que se fueron y solo oigo sus voces por teléfono porque los niños son de riesgo para los abuelos. Hace menos de dos semanas que comí en casa de una prima y nos reímos viendo una película juntas, picoteando del mismo plato una botana. Doce días desde que mi otra hija me dijo que por el trabajo que tiene, en el que obligadamente tiene que tratar con mucha gente, dejaría de verme por tiempo indefinido porque ella es un agente de riesgo. ¿Agente de qué? De riesgo, de contagio. Trece días en que cancelamos la comida en que nos reuniríamos los cinco hermanos. Ocho días en que vi a mi hijo desde el umbral de una puerta que no cruzó. Diez días en que supe que de Colombia no saldrá un vuelo ni entrará ninguno por lo menos hasta el 30 de mayo, si bien nos va. Unas horas desde que me encontré a mi hermano entrando a su casa y solo pudimos platicar de muy lejos, como si el infierno fuera él o fuera yo. Diez días en que regar las plantas es un lujo y un distractor asiático. Siete horas desde que crucé una ciudad extrañamente silenciosa que me recordó la de mi infancia. Seis días en que a la farmacia cercana se entra de uno en uno. Tres horas desde que mi hija llegó a dejar las compras del mercado ya lavadas y desinfectadas y me saludó a diez metros de distancia con una mano extendida como freno a cualquier osadía de mi parte a romper ese cerco. Tres siglos sin ver a mi hermana. Un día y medio desde que el atribulado López Gatell por fin pudo decirnos abiertamente que nos mantengamos lejos, guardados en casa, sin los otros. Todo este marzo nos agarró de sorpresa porque el ruido con el que hemos llenado el mundo nos ayuda a hacernos los idiotas y a actuar como si la vida estuviera llena de certezas. ¿La certeza de poder tocar y acercarnos a los otros no era una gran certeza?



La sana distancia es corta hasta que te topas o recuerdas a alguien con quien no has platicado en muchos días, los niños, tus hijos, tus hermanos, los compañero de trabajo, las amigas, y de nuevo, los niños de tu vida. Nada más natural que cerrar las distancias cuando quieres o estimas a alguien. Nada más difícil en este largo marzo que la sana distancia.



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Sobre el autor

Verónica Mastretta

Verónica Mastretta. Ambientalista, escritora. Encabeza desde 1986 la asociación civil Puebla Verde y promueve con la OSC Dale la Cara al Atoyac la regeneración de la Cuenca Alta del Río Atoyac en Puebla y Tlaxcala.