Desde el ALDIVI: ¡Llegamos a los atolones en Tahiti! Destacado

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Atolón Fakarava, en las islas Tuamotu, en Tahiti. Foto tomada de Welcome Tahiti.

Martes 14 mayo



A diferencia de las Marquesas, vemos de pronto una sombra, como una nube muy bajita en el horizonte, difícil de percibir, es FAKARAVA, llegamos a nuestro siguiente destino: los atolones, las islas TUAMOTU. Prometen ser paraísos, estamos muy emocionados y un poco nerviosos pues leímos que las corrientes que salen de la laguna son fuertes y hay bajos por todos lados, debemos ir muy atentos, el capitán decidió llegar con luz y bajó la velocidad del velero durante la noche, son las 6:00a.m. el sol empieza a salir y con él aparecen también los colores del día.

Las siluetas de unas palmeras y un pequeño faro que aún deja ver su luz nos dan la bienvenida. Me parece muy impresionante la diferencia de la majestuosidad de las montañas que dejamos 300 millas atrás y ahora este paisaje al ras de la superficie del mar que, a simple vista, hasta ahora, no dice mucho. Nos ponemos a pensar en la cantidad de barcos que encallaron en sus casi invisibles corales y rocas, deben haber sido muchísimos. Estos volcanes hundidos son el resguardo de gran cantidad de especies y vida marina, toda la orilla son corales y arena blanca, lo que provoca que el agua sea de colores especiales, ya queremos llegar a ver eso, por ahora sólo debo irme a la punta y ayudar a mi capitán, que confía en mis ojos y los de Diego para avisarle si vemos algo con lo que podamos chocar. En las cartas de navegación está marcado el canal de entrada a la isla, pero aun así es un poco aterrador ver ese cambio en la textura del agua cuando hay una roca debajo queriéndose asomar a la superficie. Logramos entrar, a motor y a toda potencia, pues la corriente que sale efectivamente es muy fuerte, el mar que choca y se revuelve en esta barrera, pasa de estar muy revuelto a tranquilo y plano, sólo vemos parte de ésta inmensa circunferencia que forma la isla. El sol se pone las pilas y nos alumbra intensamente para poder ver en esas aguas transparentes las rocas del fondo, está perfectamente señalado lo más peligroso, con una especie de postes de color rojo. A la derecha vemos el aeropuerto, la pista de aterrizaje es prácticamente del ancho de la isla y de un lado tiene un mar azul oscuro y profundo y del otro, dentro del cráter, aguas de mil tonos azul claros que descubrimos y que nuestros ojos comienzan a admirar.

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El atolón de Fakarva, en Tahiti.

Estamos en el lado norte de la isla, alcanzamos el lugar de anclaje. Como magos serpenteamos a otros veleros y a todos los bajos que como baches de ciudad mal pavimentada, nos marcaron el atajo correcto. Ya estamos aquí, es un placer sentir la calma y la quietud del mar. El barco casi no se mueve y me toma tiempo adaptarme, mi cuerpo y cerebro ya estaban en modo movimiento.



Alexa, ve la orilla azul turquesa y la playa con arena blanca y nos ruega apurarnos, ella lleva esperando ver estos tonos demasiado tiempo. Ha hecho dibujos y más dibujos imaginándose un lugar así. Diego ya está en traje de baño y Vital solo quiere su desayuno.

Nos acercamos al primer muelle que vemos, es largo, se mete en dirección al mar y al final de su estructura sobresale una casita de madera y techo de palma que parece flotar. Nos amarramos y bajamos ahí, no sabemos si está permitido, vamos a preguntar. La casita tiene un letrero que dice PEARL FARM, y varías fotos en su interior de conchas y perlas. En estos atolones nacen la mayoría de las perlas del mundo, con tonos inigualables, grises tornasol de mil formas y también como las conocemos, perfectamente esféricas. Es como de fantasía que una concha tenga dentro un tesoro así. Muero de ganas de que me expliquen el proceso y entender bien esta creación perfecta de la naturaleza.

Los niños corren por el muelle hasta la playa, resulta que es un hotel y que podemos pasar aquí nuestro día. Yo no doy crédito de la suerte que tenemos; de toda la costa, larga y con varios muelles, nos anclamos y bajamos en el indicado.

¡Es un lugar precioso, con mesas, bancas y palapas metidas en un mar color turquesa, transparente y lleno de corales y peces de colores que de pronto se dejan ver! Que gozada, los niños se meten a nadar de inmediato, con sus visores observan y descubren un nuevo mundo. A mí me hace ojitos la palapita dentro del mar, es el sitio perfecto para sentarme a observar y refrescarme. Yo no bajé mi visor, pero mis hijos emocionados me obligan a meter la cabeza y abrir los ojos para ver lo que ellos ven. Diego, que ve siempre un poco más allá de lo que los mortales vemos, observa cómo se abre y cierra una concha que dentro tiene una perla, y está ahí, al lado de mi asiento perfecto, pegada a una roca que yo veo como si estuviera en una pecera, la intenta abrir y la concha de inmediato se cierra con todas su fuerzas, se corta los dedos y se va en busca de alguna herramienta, palitos o piedritas de la playa que le ayuden a sacar su perla, está decidido. Vital sube y baja el metro y medio que hay de fondo y puedo darme cuenta de que se jura en una misión de buceo submarino, y en su infinita imaginación seguro cuenta hasta con tanque de oxígeno. Alexa, mi princesa, se metió al mar despacito, arrastrando los pies en la deliciosa arena, movía sus brazos de un lado a otro tocando con la punta de sus dedos el agua, y así bailando, con su personalidad definida, al final de todo ese ritual, se sumerge y asoma su cabeza como sirena del agua y me dice, ¡soñé con este momento mamá!

Ya estamos ahí, instalados y gozando. Alejandro se va a comprar unas cervezas y yo disfruto el lugar y a mis hijos. No pasan ni 10 minutos cuando da un brinco Alexa y enrosca sus piernas en mi cadera y sus brazos en mi cuello, yo no tengo mucho equilibrio en este piso inestable, pero logro cacharla y con una voz casi perdida, me dice, ¡ví un tiburón mamá! tiburón!!! ¡Un tiburón!!! ¡Sácame, sácame! Está asustada, doy 10 pasos hacia la playa y ya estamos sentadas en la orilla, no puedo creerlo, le pregunto de qué tamaño era, y me dice de tu tamaño mamá, estaba grande, le digo, ¿no te confundiste con la roca? Se enoja conmigo pues piensa que no le creo, volteo a ver a mis otros dos hijos que abandoné ahí en el mar y siguen sube y baja en la misma roca, como si nada, donde estábamos los cuatro observando a algunos peces y conchas. La tranquilizo y le digo que no pasa nada, que son tiburones de arrecife y no hacen nada y nos volvemos a meter para sentarnos juntas en la banquita, ella está asustada y no baja sus pies, yo también estoy un poco asustada pero insegura de lo que vio y decido sólo abrir bien los ojos para ver si lo veo. Llega Alejandro con nuestras cervezas Hinano y me dice, ¡me cae que en estos lugares no saben lo que es gozar una cerveza helada! Sí la tienen en un refrigerador, pero nunca están como a nosotros nos gustan, ¡bien muertas!
Chocamos tarros, ¡salud! ya estamos aquí!

A los cinco minutos pasa a nuestro lado, entre los niños y la mesa el famoso tiburón, mide como 3 metros, es oscuro y tiene una cabeza redondeada, se mueve lento y con esa escalofriante elegancia, yo casi escupo la cerveza y me subo de un salto a la mesa, Alexa me reclama, ¡te lo dije mamá! ¡Te lo dije! Enmudezco y la abrazo, pobrecita, con razón se asustó tanto. Ale les grita a los niños que volteen a ver al tiburón y nadan hacia la mesa para poder pararse a observarlo; necesitas estar en alto para distinguirlo bien, dentro del agua no lo ves. Diego lo quiere perseguir y yo me quiero morir, estábamos tan a gusto y ahora estoy angustiada y como con todos mis miedos, se me endurece la espalda y trato de no perderlo con la mirada.

Tiburones en el atolón de Fakarava. Foto tomada de Welcome Tahiti.

Alejandro me calma y me repite una y mil veces, ¡ no hacen nada!!! Ya quítate la pinche imagen de Hollywood de tu cabecita y disfruta el momento. No sé cómo, bajo mis piernas otra vez al mar y me tomo mi cerveza, disimulando mi angustia, pero engarrotada. Se va el tiburón tan tranquilo como pasó y los niños vuelven a nadar como si nada, yo me contengo, no quiero trasmitirles todos mis miedos, aunque con ALEXA ya es un poco tarde, a esta pobre sin querer creo que sí se los heredé, me da coraje.

Aunque me quedo ahí, no parpadeo, lo busco y lo busco, no se vé hasta que lo tienes a cinco metros, lo juro, se confunde con los muchos montículos salpicados de rocas grises que hay en el fondo y que puedo ver sin problema. Al ratito vuelve a pasar, ahora del otro lado de la mesa, o sea en una profundidad de no más de un metro, en la mera orilla. Alexa de plano se pone a jugar con la arena fuera del mar, está nerviosa, la entiendo y no la pienso forzar. Pasa otro más chico, y luego uno de un tono más claro. Yo ya no puedo más y saco a mis hijos con el pretexto de enseñarles a hacer túneles de arena, Ale por fin se está relajando, le duele el brazo todavía, lo veo cómo mueve y mueve el hombro.

Me voy con los niños a caminar y explorar un poquito más el lugar; ¡hay una regadera con puerta! ¡Qué felicidad, vendré mañana con shampoos! Vemos a unos señores que preparan sus largos kayaks para salir a remar, caben cuatro personas y tienen un pontón para estabilizarlos, pregunto si puedo subir a los niños y me dejan, les tomo unas fotos y ya se bajan, se suben los señores y mis hijos divertidos los empujan, de pronto aparece de nuevo el tiburón, ahí al lado de los kayaks, uno de los señores grita, ¡LE REQUIN!!, y yo siento cómo se me para el corazón, a carcajadas y un poco asustados se salen del agua y nos quedamos a observarlo pues decide echarse una siesta prácticamente en la orilla, se acurruca con la panza recargada en la arena y llegan los otros dos tiburones a hacer lo mismo. Desde el muelle se ven mejor, nos sentamos ahí y los vemos dormir. Se ven tan malos y al parecer son tan tranquilos.

Morimos de hambre, ya son las 5:30, se está metiendo el sol, regresamos al velero y Ale prepara unas hamburguesas espectaculares en el asador. Cenamos y nos dormimos a las 7:30. Eso me tiene tan feliz, dormirme cuando se mete el sol y despertarme cuando sale, es una delicia y el cuerpo lo agradece.

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Sobre el autor

Bernadett Sánchez del Castillo

Bernadett Sánchez del Castillo es artista plástica poblana. Tiene estudios de diseño textil en la Ibero Puebla y se ha especializado en el diseño y fabricación de joyería en plata en la empresa ProcesAg, ubicada en Cholula. Su trabajo ganó el concurso de diseño de joyería para Swarovski  Es miembro de la tripulación del ALDIVI, el velero en el que la familia Sánchez Irigoyen le da desde el 22 de marzo del 2019 la vuelta al mundo.