Más poder a nuestra credencial de elector

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Vida y milagros

¿Qué es un ciudadano? De acuerdo al diccionario de la lengua española, es una persona considerada como miembro activo de un estado, habitante de ciudades o estados modernos, sujetos y titulares de derechos políticos y cívicos, y sometido a sus leyes. No menciona que también estarían sujetos a obligaciones. No concibo los derechos sin ellos, excepto si se es menor de edad. Oigo a las personas exigir sus derechos, pero rara vez oigo a alguien dispuesto a asumir y pedir más obligaciones.



Entre nuestros innumerables derechos tenemos el derecho a votar, pero no la obligación de hacerlo; no hay sanciones por desatender ese derecho. Como país nos cuesta un montón generar la credencial de elector de los ciudadanos, pero esa credencial es más un documento de identificación que una herramienta para ejercer los derechos políticos. La elaboración y distribución de las credenciales del Instituto Nacional Electoral, INE, y su operación a nivel federal y estatal es muy cara, incluido el dineral que se da a los partidos para su manutención, caso único en el mundo que ya no se justifica y es, además, un abuso descomunal. Aunque usted no simpatice con ningún partido, coopera para mantenerlos a todos. Y ese complicado entramado se reduce a una credencial que sirve mayoritariamente para identificarnos en cosas que nada tienen que ver con nuestros derechos políticos. Para la vida cotidiana es un carnet de identidad, pero no era ese su papel y se usa poquísimo para reafirmar nuestros derechos y obligaciones políticas. Y es que así lo han querido los partidos. No han querido darle más juego y valor a la credencial de elector. En México no hay referéndum, ni plebiscitos, ni segundas y necesarias vueltas electorales para procesos electorales con resultados apretados. En otros países con menos parafernalia y gasto electoral, los ciudadanos ejercen muchos más acciones. Otro gallo nos cantara como país si en 2006 hubiera existido la segunda vuelta que díscolamente los partidos calculadores, mayoritariamente el PRI de Beatriz Paredes, se negaron a dejar pasar desde la época del grupo San Ángel, un grupo plural que desde 1994 proponía la segunda vuelta en elecciones presidenciales si no se obtenía un porcentaje mínimo que garantizara la gobernabilidad. Su tonto y egoísta argumento fue que con eso les alcanzaba. Y lo peor es que así siguen pensando. De haber hecho la reforma, la diferencia del 0.5 % en la elección del 2006 entre Andrés Manuel y Calderón hubiera obligado a una segunda vuelta que hubiera dirimido la pesada loza de la discordia descalificadora hacia el entonces IFE, hoy INE, que hasta la fecha arrastramos y tiene a nuestra democracia contra las cuerdas. Y para allá vamos de nuevo. Todo indica que las segundas vueltas son necesarias para no enconar al país. Es muy difícil gobernar con un tercio de los votos, que es lo que han arañado los ganadores en las dos últimas elecciones. Y qué caro lo hemos pagado.

¿A quién favorece la fragmentación? Porque fragmentación es el juego de los partidos y el de las estatuas de marfil es el que les dejan a los ciudadanos, reducidos a mirar cómo se desprestigian, se matan, se insultan y al final negocian entre sí los políticos cuando los resultados son apretados y las votaciones escasas. La fragmentación da dividendos a los partidos, si no, ya la hubieran acotado. Nuestra credencial de elector se queda para ser usada como elemento de identificación mientras los chicos rudos juegan sin límites a la lucha libre política para quedarse con sus parcelitas y parcelotas. Como ciudadanos tenemos muy poco poder para acotarlos entre una y otra elección. No tenemos otras opciones ni oportunidades de incidir de una manera más eficaz y contundente en la vida política del país, aunque queramos hacerlo. Nuestra credencial nos da derecho a ser solo unos pobres ciudadanos, bombardeados por la propaganda de los partidos que mantenemos durante todos los días de nuestras vidas a cambio de salir a votar cada tres o seis años. Los partidos no quieren ponerse de acuerdo para darle más poder a nuestra credencial de elector. Todos los partidos fuertes, PRI, PAN y ahora MORENA, y por otro ratito el PRD, le apuestan hoy a ganar, conservar o negociar el poder con un mugre tercio o con los porcentajes remanentes sin querer tomar el riesgo de ir cara cara a una segunda vuelta entre los dos primeros lugares para definir una votación que le daría al ganador la fortaleza necesaria y mínima para gobernar.



La verdad es que se niegan a darles ese poder a los ciudadanos. Aún quieren controlarlo todo con sus cálculos y su tenebra. Tienen miedo de darle más valor a nuestra credencial de elector, tienen pánico de darnos más derechos y obligaciones porque saben que sí los vamos a ejercer y a ellos se les disminuiría su capacidad de maniobra. Los ciudadanos seguimos teniendo solo un boleto para lo que parece rifa. Solo tenemos un voto cada seis años para formar el gobierno de la república. Uno solo. Y después seis años de silencio, solo mirando cómo se desbaratan entre sí y desgobiernan al país. Sin referéndum. Sin plebiscito. Sin segunda vuelta para que nuestro voto pese más, sin poder exigirle al INE que saque de la contienda a los candidatos cuyos partidos hacen trampas.

La actual ley electoral, a pesar de las amargas experiencias de 2006 y 2012 sigue sacando al ciudadano común de las decisiones que importan. Cero poder. Todo es pasillo palaciego entre los saltimbanquis que cambian de bando por conveniencias disfrazadas de causas y razones que suenan increíbles.



A mi estado me remito para argumentar la necesidad de otras reformas políticas, como por ejemplo reducir el número de diputados y senadores. Puebla tiene hoy cinco senadores titulares. Sí, CINCO. Las dos de la formula priísta ganadora en 2012, Blanca Alcalá y Lucero Saldaña, o sea, hay dos primeros lugares; luego el de la primera minoría, el panista, Javier Lozano Alarcón, hoy de licencia porque se vino a Puebla a ver y ser visto porque quiere ser candidato a gobernador el año próximo. Y luego los obsoletos plurinominales. Aquí tenemos a dos, Miguel Barbosa que llegó de plurinominal por el PRD, al que ya abandonó formalmente para ir a apoyar a Delfina Gómez de MORENA en la campaña del Estado de México. Quinto senador, Manuel Bartlett, ex-gobernador de Puebla por el PRI, plurinominal en primer lugar por el PT, hoy en la bancada fáctica de MORENA en el SENADO. Curiosamente los cinco senadores poblanos son o fueron del PRI. Sobran partidos para que los sabios puedan cambiar de opinión y de bancada.

¿Por qué no le dan más juego a nuestras credenciales de elector? Que nos pregunten a los mexicanos si queremos y necesitamos tantos diputados y senadores si ellos mismos se consideran a sí mismos prescindibles. Que nos pregunten si deben abolirse los plurinominales. Que nos pregunten si queremos que existan diez o más partidos que tenemos que mantener. Que nos pregunten si debe expulsarse a los candidatos que hacen trampas, que nos pregunten muchas cosas para poder usar nuestra credencial de una manera más apegada al espíritu de participación que la hizo posible. Que nos dejen usarla para otorgar un mandato contundente, para revocarlo, o para derogar o impedir una mala ley.

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Sobre el autor

Verónica Mastretta

Verónica Mastretta. Ambientalista, escritora. Encabeza desde 1986 la asociación civil Puebla Verde y promueve con la OSC Dale la Cara al Atoyac la regeneración de la Cuenca Alta del Río Atoyac en Puebla y Tlaxcala.