Historia del Virrey trastornado y su heredero Tino Gal Al Fayad

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Episodio 1: Historia del virrey trastornado, de cómo se vio envuelto en tenebrosos avatares y cómo se desenvolvió

Había una vez un virrey que soñaba con ser rey. Su hogar estaba en la cima de una histórica colina donde próceres pretéritos defendieron el honor del reino. Centenarias fortalezas de piedra hoy convertidas en decorativas accesorias de los jardines de palacio, vigilaban el angelical trazado de la ciudad que se extendía como tapete hasta otra colina no muy lejana donde antiguos moradores edificaron una pirámide. La civilización aquella habíase visto avasallada por hombres barbados de allende el mar océano y sobre la enorme pirámide, la de base más grande que humanos ojos hubieren visto, edificaron su templo. La nobleza de esa gente sencilla arrastrada al vasallaje, sin embargo, permitió su adaptación a las nuevas condiciones impuestas por los conquistadores y poco a poco, a lo largo de los siglos, acogieron la devoción trasplantada y encarnada en una imagen a la que llamaron “La Virgen de los Remedios”. Durante casi quinientos años vivieron en paz con la tierra y con su prójimo, más aún después de haberse librado de los barbados hombres que los aherrojaron… No imaginaban que la perfidia del virrey traería a aquestas comunidades horrores sin fin y tenebrosos hados…

El virrey asomose al balcón de su palacio no sin aprensión. Había aprendido a disfrutar el suave y rumoroso vuelo de sus máquinas voladoras de nombres tan estrambóticos como “Augusta Grand” y “Augusta Koala”, nombres, por lo demás particularmente acordes con su ilustre investidura y personalidad; pero, contradictoriamente, la altura de casi tres varas (unos dos metros) de su egregio balcón, le provocaba vahídos. Por eso no es de extrañar que un día hubiese pasado por su lúcido pensamiento la idea de mandar a diseñar y construir una máquina que si bien se balancease sobre el suelo, estuviese atada a él mediante un sofisticado sistema de poleas, torres y cables en continuo desplazamiento. La idea pareciole digna de ese rey que aún no era, pero que sin duda sería cuando fuese menester. Y para rubricar ese momento de feliz inspiración decidió que la tan novedosa máquina por su mente pergeñada se llamase “teleférico”.

Principio del formulario




Episodio 2: Donde el atribulado virrey recibe inspiración divina para utilizar a originarios habitadores del virreinato para someter a sus prójimos a los caprichos de su majestad.

Confortablemente sentado en su ave mecánica, el virrey posaba la mirada a ratos aquí a ratos allá a ratos acullá sobre su vasto feudo y suavemente hamacado por el runruneo de su portentosa máquina voladora a punto estaba de abandonarse a plácida meditación tan dispar como los movimientos caóticos de su ojo izquierdo cuando del enmarañado laberinto de sus rodeos surgió el hilo de oro que a la postre lo coronaría de más oro, más oro, más oro, más… ¿y si mandase traer del exótico virreinato del virrey de la Cruz Azul ese nuevo oro gris llamado “cemento Portland” para alzar sobre el rectilíneo cuadrángulo de la angélica ciudad puentes y más puentes, tantos puentes como estrellas hállanse en el eterno lienzo del cielo? Sí, pero, ¿cómo justificárase la necesidad de tantos elevados viaductos? Por supuesto era él el virrey y sus designios lacrábanse con sangre, pero como comedido gobernante deseaba también el aplauso, el respeto y el cariño de sus súbditos, así que regresó al hilo de oro que lo condujese desde el enmarañado laberinto de sus cavilaciones hacia el oro gris y de ese a los puentes hasta que, por fin, como centella de Zeus, abriósele el entendimiento: puesto que las rúas de la angélica ciudad provocasen zozobra e infelices tribulaciones a sus habitadores y transitadores por efecto de tantos hoyancos, él, el generoso e ínclito virrey de los Valles, sustituiría los empedrados por grandes avenidas de oro, de oro gris por supuesto, pero sin cloacas, de modo que cada monzónica temporada las calles se convirtiesen en ríos. Así, el virrey se vería impelido a emitir grande decreto por el que se erigiesen innumerables puentes sobre el caudoloso fluir de los angelicales ríos… ¿Quién sería el maestro albañil ejecutor de tal portento? El virrey tenía en mente a un moro nativo del reino del cedro, allende los mares: Tino Gal Al Fayad, con quien ya había compartido empresas de gobernanza. El tal moro tenía dos grandes cualidades: administraba bien los dineros del virrey y era dócil.



Episodio 3: Soñaba el virrey que ya era rey y de su pueblo recibía los aplausos.

Y he aquí que por esos años del Señor, el virrey decretase como primera marca de su insigne legado, la instalación de un gran ojo rotativo que cual estrella de la angélica ciudad permitiese mirar el río de los parques y los primeros edificios erigidos con el oro gris llamado “cemento Portland”, que su majestad ordenara comprar al virrey de la Cruz Azul. No existen palabras para dar cuenta del regocijo del virrey ante tal portento digno del mejor de los hechiceros. Desde ahí podíase ver el Palacio del rey, pero también uno de anónimo magnate llamado “De Hierro” y un puerto de nombre muy inglés (refiérese a un reino de allende el mar). A esa obra seguirían hospitales de recónditos lugares, flamantes y relumbrantes en gris, y todos entrarían en loable manejo equipados con los más modernos aparatos, decretándose días de solemnidades y festejos por su atinada erección. También habría hospitales dedicados a la niñez; pero eso sí, ninguno para atender a los dementes, porque la sola idea de la locura aterraba al virrey. Así fue como, de paso, dispusiese que el único manicomio del valle se expropiase para usufructo y gran honra de su majestad… ¿Cómo --preguntose a sí mismo el virrey-- daré inestimable uso a tal espacio, que no invocase nefandos recuerdos de la locura? Y su majestad, que por lo demás hubiese carecido de infancia, tan sometido por su familia a la disciplina de prepararse para gobernar, vislumbró tener por fin ese tren que tantas ilusiones despertase en sus años mozos y que no había jamás poseído. El hospital de dementes sería una fantástica y ulterior estación donde repostar a los visitantes de otros reinos y el propio…

Apología del ilustre virrey de los Valles, de cómo se vio envuelto en tenebrosos avatares y cómo se desenvolvió…

Episodio VI: De cómo cerró el ilustre virrey su mandato de los valles y dio potestad al moro nativo del reino del cedro, Tino Gal Al Fayad, para administrar sus haberes y los de sus siervos.

Sirva de proemio destas hazañas convertidas en relato del ilustre virrey de los Valles lo que en su momento fuere el epílogo de una historia que a vuesas mercedes habrá de provocar asombro y quizás espanto (y si no al menos os habrá de dejar sin aliento ante la ausencia notable de comas):

Con la experiencia de tan aciaga batalla en territorio de salvajes el virrey y sus lacayos gobernantes de las villas prepararon la embestida contra los desobedientes súbditos que aposentáranse en las accesorias de la legación donde despachase los asuntos de gobierno uno de ellos y así con notable sigilo madrugaron durante la madrugada a los durmientes rebeldes apresando a cuatro de los más peligrosos y empujándolos en pestilentes mazmorras con los criminales de su calaña. Cierto es que los pobladores de las dos villas movilizáronse de inmediato levantando voces de alarma marchando por calles y barrios rugiendo su descontento por tamaña injusticia no quedando a nuestro magnánimo y trastornado virrey otra respuesta que señalar a sus lacayos como responsables del tamaño despropósito de querer erigir ese parque de vanidades en tan sagrada tierra. Los lacayos no supieron qué hacer los gentiles lastimados postráronse con esperanza frente a la venerada imagen llamada “La Virgen de los Remedios” y el ilustre virrey comenzó a cubrir del oro gris llamado cemento Portland los territorios aledaños al hospital de dementes en una de las villas referidas. Algunos trasnochados esperaban que surgiera desde la oscuridad del reino del sinsajo la figura grácil y valiente de una chica que liderara el movimiento de los hambrientos de justicia…Pero ésta no surgió.

En palacio sueña el virrey que es rey y en la soledad de su soñado reino repasa la lista de leyes y órdenes que signará con mano diestra y las promesas que incumplirá por los siglos de los siglos amén…

Canción con la que culmináronse las obras sobre la enorme pirámide, la de base más grande que humanos ojos hubieren visto. Visita del rey.

Como si hubiesen descendido del Cielo he aquí que un profuso hatajo de hombres se dispersó por las villas, “son los soldados del rey” clamaban las voces del asombro, “qué viene el rey”, cuchicheaban las damas y las campesinas. Aquellos hombres habían recibido la instrucción de mezclarse con los pobladores y mantenerse discretamente a cubierto, pero no había treta que los habitadores destas villas no conocieren de sobra: “si se les nota la cola de monos que les sale de las calzas” reían, “son fantoches ridículos”, exclamaban. No hablaban así, sin embargo, de los mercenarios del virrey, que también llegaron en multitud sin disimularse en la multitud de los pobladores, pues harto miedo les tenían después de lo que hubiesen hecho a los Tlachis y los Xicales, a los Formacios y a decenas de naturales que defendieron con grande bravura sus tierras sagradas y las vieron sepultadas, inundados de congoja, bajo el oro gris llamado “cemento Portland” que el ilustre virrey de los Valles ordenó esparcir cual simientes de cimientos de ulteriores negocios. A la nefanda tarea agregaron la expulsión de los locos de la casa de dementes para convertirla en posada. Aunque ese plan viose pospuesto pues a la postre resultara más rentable convertirlo en escaparate de objetos antiguos y nuevos disfrazados de antiguos, al menos una parte, pues el resto habría de ocuparse como accesoria para grandes festines, iniciándose los mismos justamente con la cena de despedida que días después celebraría con grandes fastos y nostalgias el mismísimo virrey, antes de iniciar su periplo por el reino para trabajar a las masas trabajadoras con grandes trabajos de convencimiento: que si les hacían faltas “gobiernos humanistas”, que “si la transformación que sigue”, “que si soy el más chipocludo (expresión esta que alude a un vegetal harto picante) y lindezas por el estilo.

El asunto es que pronto se supo el motivo de la visita del rey: habría de principiar la ruta de un “tren” que repostaría justamente a la vera de la casa de dementes y del cerro coronado por la venerada imagen llamada “La Virgen de los Remedios”. Ese propósito no era desconocido para los naturales pues durante meses las cuadrillas de afanosos obreros habían erigido la obra llamada “estación terminal”. Aunque los más jóvenes no hubiesen visto nunca la monstruosa máquina llamada “tren”, sí habían escuchado a los ancianos referir con honda emoción sus recuerdos de los tiempos pretéritos en que una de esas máquinas, que arrastraba centenares de carruajes, cruzaba las villas llevando gentiles y mercancías mientras lanzaba al aire atronadores truenos más potentes que las armas de Zeus. Los infantes que escuchaban tales historias también veían imágenes de tales portentos trazadas por desconocidos artistas y se asustaban sólo de pensar en el resonante rugido de sus motores y sirenas.

Y hete aquí pues que llegose el día de los festejos. Los habitadores de las villas aglomeraronse frente al encristalado lar llamado “estación terminal” y con exuberante curiosidad aguardaron la llegada del rey, del virrey, de su séquito de lamesuelasbesamanos y de los cronistas generosamente retribuidos para que dieran cuenta con extravagantes elogios de tan magno evento, pero sobre todo, esperaban la llegada del ¡tren!... ¡Y oyose pasmoso estruendo! ¡Es el tren, es el tren!, gritaron los arrebatados infantes; pero por más que se asomaban a las vías no veíase la monstruosa máquina… y el rumor hacíase más intenso, cada vez más. Fue entonces cuando los gentiles alzaron la mirada al cielo y vieron pasar la “Augusta”, máquina voladora del virrey, que descendió con atronador rugido y posose con suave balanceo a media legua real de la villa. Y la expectación hízose entonces más honda, ¿habrá ido por el rey?, ¿vendrán en el tren?... Y alguien vio a lo lejos, sobre las vías una silueta borrosa como de una bestia y gritó: “allá viene”… No existen palabras para contaros la embriagante emoción al dar cuenta de esta hazaña pues, en efecto, allá mirábase la bárbara mole y todos esperábamos que se hiciera más y más grande mientras se acercaba… pero no fue así, ¡oh grande decepción que caló en lo más profundo! El tamaño del tren no creció hasta que lo tuvimos frente a nuestras narices, ¡era apenas un juguete ridículo al que hasta los niños observaron con desdén!, y cuando expulsó toda la potencia de su sirena, lo que se escuchó fue apenas la resonancia de un silbato, y la gente rio a carcajadas y rio y rio: ¡es un pito!, clamaron, ¡un pitito! Jajaja, ¡un pitirrijo! Jaja. Y cuando bajaron el virrey y el rey y todo su séquito del tren, en el ánimo del pópulo aún merodeaba suficiente contento para engañar al rey y hacerlo exclamar la frase que durante algún tiempo le acompañaría como divisa: “creí que me odiaban”. Y así fue como con regalada vanagloria los visitantes paseáronse por la antigua morada de dementes e hiciéronse brindis y grandilocuentes discursos de la majestad de ambos, el rey y el virrey, y diéronse palmadas en el hombro y augurios de victoria en las luchas a proseguir. Los festejos duraron varios días hasta la noche del 31 de enero deste año de Dios cuando el virrey convocó a sus hombres de confianza a su última cena, antes del periplo que iniciaría a lo largo y ancho del reino para cantar su magnificencia con grande pompa, nada menos que la antigua casa de dementes. No faltó quien sugiriera que cerraran las puertas con poderosos candados y dejaran adentro a los fantasmas de los locos y a los nuevos chiflados que ocupaban el recinto. Afuera, la algarabía también era grande pues por algún tiempo los habitadores del virreinato sentiríanse libres del yugo de su ilustre y magnánimo protector, de modo que hubo agasajos y lisonjas mientras esperaban, no con mucha esperanza, que el moro elegido por su alteza el virrey, Tino Gal Al Fayad, en su calidad de primer siervo del virreinato sirviera no sólo para exaltar las virtudes de su amo, sino para administrar con mejor tino los destinos de las villas y los villanos, de los siervos, las siervas y los ciervos…

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Sobre el autor

Günter Petrak

Nació en Puebla, en 1958. Narrador y poeta, y además, académico, ha publicado artículos y ensayos  en revistas nacionales e internacionales y tiene tres libros de cuentos (El mar azul de sus ondulaciones, Para leer la tarde, Los hombres de maíz y otras historias), una novela (Ciudad de otros) y un libro de texto sobre Redacción que ha vendido más de ocho mil ejemplares. En el 2015 publicó la antología de cuentos Eros desarmado. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes 1998 y ha obtenido reconocimientos en varios concursos de cuento a nivel nacional. También aparece en diversas antologías del género [1].